He encontrado en el libro de la señora C. F. Leyel The Magic of Herbs[32] (Londres, 1926, p. 77) un detalle que plantea un montón de preguntas inquietantes. La autora, después de resumir y comentar las doctrinas de G. B. Porta, el creador de aquella extraña «ciencia» llamada phytognomonica, nos recuerda que a menudo se han podido confirmar las misteriosas relaciones descubiertas por el ilustre napolitano entre plantas, animales y enfermedades. Por ejemplo, partiendo de sus fantásticas suposiciones, se ha podido descubrir el tratamiento del reumatismo con salicilato; el salicilato ha sido extraído de la corteza del sauce, un árbol que vive en los lugares húmedos, allí donde también se coge el reumatismo.
Esta coincidencia podría dar pie a innumerables especulaciones. Existiría, pues, una simpatía de naturaleza mágica entre todas las formas creadas que pertenecen a cierto medio cósmico. La humedad que produce el reumatismo ha creado, al mismo tiempo, la sustancia específica (el salicilato) que podría curarlo.
Un mundo de correspondencias y de analogías mágicas. Tal como pensaba Porta, no solamente la sustancia de las plantas estaría en relación directa con cierta enfermedad, sino también su forma o la forma de sus flores, raíces y hojas.
Ciertamente, en la siguiente página de la señora Leyel encuentro otro detalle significativo: «No existe ni una sola especie venenosa en la familia de las cruciferas» (C. F. Leyel, op. cit., p. 78). ¡Admitamos que estamos ante una coincidencia perturbadora! Porque no sé si se tiene noticia de alguna familia de plantas que no tenga por lo menos una especie dañina. Solamente la familia de las cruciferas, nos instruye nuestra autora, no tiene ninguna variedad venenosa.
Este hecho puede significar muchas cosas. Ante todo, puede significar que cualquier forma, cualquier símbolo obedece a una cierta ley de su ser, ley que le impide desempeñar ciertas funciones. Cualquiera que sea el orden de realidad donde se manifiesta semejante forma, que corresponde a cierto símbolo, tendrá siempre una significación muy precisa. El cosmos, pues, no carece de sentido en sus estructuras. Las formas geométricas, además de tener los valores y funciones que les ha otorgado la mente humana, también tienen otro tipo de valor, un valor mágico, extrahumano. El símbolo central del cristianismo, la cruz, no está prefigurado en aquellos signos solares (la esvástica, etc.), sino que se encuentra, está predeterminado, en la misma constitución del cosmos, está presente en el mundo vegetal, antes incluso de la aparición del hombre. El hombre no crea sus símbolos, sino que éstos le son impuestos desde fuera, le son dados, revelados; en una palabra, le preceden.