El aislamiento que padecen los genios y los héroes en el mundo no es más que una ilusión. Siempre han existido subterfugios para equiparar su excepcional presencia con la eterna mediocridad. La tendencia general de la sociedad es la de equiparar, la de medir con el mismo rasero, la de suprimir la «unicidad». El genio o el héroe no debe permanecer solo, pero tampoco rodeado por los que tienen su misma envergadura. Hay que demostrar por todos los medios que su aparición no es excepcional, que sus ideas o sus hazañas también «pertenecen» a otros, que existen las «adhesiones».
Mecenas era elevado a la misma altura que Virgilio porque «comprendía» su arte. Barbusse era puesto al lado de Máximo Gorki porque los dos se habían afiliado a la literatura proletaria. Popescu es citado hoy en día al lado de Lucian Blaga porque los dos han hablado del «alma rumana». Otro Popescu es el igual de Aron Cotruş porque también han cantado «heroicamente». Y un tercero es colocado a la misma altura que Nae Ionescu porque estudia los mismos «problemas».
Siempre han existido medios para equiparar los valores y los no valores. Los hombres que luchan por las mismas «ideas», que utilizan las mismas fórmulas. Ureche y Haşdeu eran iguales, porque los dos eran «patriotas». Eminescu y Bodnărescu eran citados juntos, porque los dos eran «tristes» y colaboraban con la revista Convorbiri literare. Para un creador genial es una verdadera catástrofe haber sido comprendido por sus contemporáneos. Porque si dos docenas de mediocres están dispuestos a «adherirse» a su obra, su unicidad quedará comprometida a los ojos de los contemporáneos. Podría ser incluso peor: se podría decir de él que se ha «adherido», que se ha convertido. ¿Acaso no se ha dicho hace poco que Papini se ha convertido al nacionalismo, él que había creado el nacionalismo italiano del siglo XX y que había luchado por su cuenta durante 15 años?