La eterna disputa

Los teólogos y los filósofos cristianos han hecho considerables esfuerzos por resolver el problema de la gracia y del libre albedrío. Este problema sigue siendo, incluso hoy en día, una de las provocaciones más inquietantes de la mente humana. Y, sin embargo, ¡cómo se simplifican las cosas si te decides a atacarlas de frente! El libre albedrío es lo que corresponde, en el plano de la condición humana, a la gracia divina. Dios puede elegir libremente a los hombres que quiere salvar. La gracia es, pues, la virtud divina de ofrecer la muerte (la condenación, la desaparición) o la vida (la salvación, la eternidad). El libre albedrío es la virtud humana de elegir entre la muerte y la vida; es decir, elegir el camino que conduce a la salvación o a la perdición; imitar a Dios o al Diablo. El libre albedrío no se opone a la gracia, sino que se corresponde con ella. Esto no significa, para la teología cristiana por supuesto, que el que ha decidido elegir el bien, sirviéndose del don del libre albedrío, se salve necesariamente. Significa solamente que Dios, según su voluntad y su libertad, no es el único que elige a los hombres. El hombre también puede elegir entre vida eterna y muerte y puede elegir libremente. Pero si se le concede esta vida o esta muerte después de haber hecho su elección, eso es otro asunto. Es importante el hecho de que, dentro de los límites de la condición humana, el hombre pueda elegir libremente la suerte que desea con toda su alma.

El hecho de que Dios pueda decidir la desaparición de unos y la inmortalidad de otros ha causado el asombro de algunos pensadores. Pero ¿no es más asombroso aún que haya hombres que puedan elegir, por su propia decisión (en virtud de la libertad de disponer de sí mismos), la muerte o la vida eterna?