La solidaridad en el error

¡Qué gran satisfacción les produce a los hombres la solidaridad en el error! Casi siempre, sin embargo, ocurre involuntariamente. Ellos mismos se sienten avergonzados al ver a la gente a la que tendrán que aceptar como compañeros. Basta haber caído víctima de un solo y fundamental error —el error de la confusión de los planos, por ejemplo— para sentirse solidario con una infinidad de hombres que han caído en el mismo error inicial y en un nivel progresivamente más bajo. Por ejemplo, basta negar la divinidad de Jesús para ser solidario, a pesar tuyo, de una serie de confusiones cada vez más burdas y groseras. Niegas la divinidad de Jesús y afirmas que ha sido solamente un gran hombre; pero otro sostendrá que Jesús fue solamente un profeta social, un revolucionario; un tercero te dirá que Jesús fue un sentimental; un cuarto, Binet-Sanglet, afirmará que Jesús fue un loco; otros, situándose más abajo todavía, llegarán hasta a negar la existencia de Jesús.

Todos ellos se diferencian entre sí únicamente en los detalles, importantes desde su óptica, pero mucho menos importantes desde un punto de vista objetivo; porque todos coinciden en un gran error inicial: negar la divinidad —es decir la realidad, la autonomía— de Cristo.

Desde el punto de vista estético, tales errores fundamentales, fruto de la confusión de los planos, llevarán a solidaridades ridiculas. Si atacas a Arghezi por su inmoralidad (y no por razones estéticas), estás obligado a contraponerlo a Volbură Poiană e Ilie D. Papagheorghe. Por supuesto, entonces protestarás y argumentarás que no lo estás comparando con Volbură Poiană sino con Eminescu, por ejemplo, que fue un poeta moral. Pero te verás obligado a solidarizarte, también, con Volbură Poiană e Ilie D. Papagheorghe, que son poetas morales. Puedes invocar a Homero, a Dante, a Victor Hugo, pero, por muchos que sean los nombres ilustres que cites, no podrás «desolidarizarte» de Volbură Poiană, que es poeta sólo si confundes poesía y moralidad. Para mí, un mal poeta no es poeta, por moral que sea. Para ti, si pretendes ser coherente, Volbură Poiană estará junto a Dante (porque los dos han sido igualmente morales), e Ilie D. Papagheorghe tendrá que ser colocado junto a Victor Hugo.

¡Qué ridícula se vuelve la situación de G. M. Vlădescu, que es un escritor, cuando un crítico demasiado puritano le compara con novelistas como Dumitru V. Caiu, Pajură Enigmă, Vasile Lupu Dumbrăveanu, Rodica Frunzescu y Dela-Trei-Izvoare! Todos son escritores morales y todos pueden ser contrapuestos, por un astuto crítico, a Tudor Arghezi, Hortensia Papadat-Bengescu y Perpessicius…

También la lucha política e ideológica puede imponer una involuntaria solidaridad. Por ejemplo, André Gide tiene que ir en compañía de un Aragon o un Marcel Marcel desde que se ha vuelto comunista. André Gide está obligado a luchar al lado de unos imbéciles y en contra de hombres de otro credo político entre los que encontrará, como en cualquier grupo, muchos imbéciles, pero también a un Charles Maurras y a un Thierry Maulnier. El sentimiento de solidaridad con los mediocres y los imbéciles es, por supuesto, dramático, pero sobre él prevalecerá el instinto de lucha que une a gente tan variada. Durante la guerra, un sabio que está en el frente tiene que recibir órdenes y luchar junto a unos imbéciles o mediocres, para enfrentarse, tal vez, a amigos o apreciados colegas suyos. La solidaridad en la lucha —sea la guerra que es la lucha de toda una nación, sea la acción política— es un gran drama para la persona humana; drama fatal e irreductible, pero que es, al mismo tiempo, una ascesis. Te obliga a renunciar a tus méritos propios, a tus criterios personales, a tu redención, para llegar a ser un simple número, un instrumento en manos del destino, un elemento insignificante dentro de la colosal confrontación entre dos naciones o dos partidos políticos.

Esta solidaridad en tiempos de guerra, y sólo en tiempos de guerra, no tiene que ser confundida con la solidaridad en el error. En tiempos de guerra ya no eres libre para elegir; el destino ha elegido por ti. Pero este lapso de tiempo acaparado por la lucha no tiene que ser institucionalizado bajo ningún concepto. Cualquier otra solidaridad fuera de la solidaridad en la lucha se debe a la ignorancia y a la indignidad humana. Porque en todos los demás casos el hombre es libre para elegir, juzgar y comprender. En tiempos de guerra, Tudor Arghezi puede escribir en la misma mesa que Vasile Lupu Dumbrăveanu y puede que el jefe de despacho prefiera las páginas escritas por este último, por ser más heroicas. Pero en tiempos de paz cualquier confusión entre estos dos escritores se debe únicamente a la ignorancia, al error profano y a la indignidad.