El siglo de la historia

El siglo XIX ha sido llamado, entre otras cosas, el «siglo de la historia». Fue entonces cuando se crearon los métodos de investigación científica del pasado; fue entonces cuando se instituyó una «perspectiva histórica». Puede que sea verdad que el siglo XIX haya creado los métodos científicos de investigación histórica. (Aunque algunos puedan plantear, y con razón, la pregunta ¿qué tipo de método científico es aquel que excluye a priori el milagro de la historia? Un método verdaderamente objetivo sólo puede constatar hechos; y en ningún caso puede excluir como «imposibles» una serie de ellos. Recientes investigaciones han probado, por ejemplo, la «posibilidad» de la incombustibilidad del cuerpo humano. Tenemos cientos de documentos hagiográficos que nos hablan de esta incombustibilidad. Sin embargo, el método histórico los elimina, desde el principio, como «imposibles». Ahora bien, resulta que este hecho ha sido probado. ¿Dónde queda la «objetividad» científica?) Pero en ningún caso se puede hablar de su «perspectiva histórica». Los hombres de este siglo creían en el progreso como en una novísima invención y que sólo un puñado de grandes sabios de todo el pasado de Europa (Euclides, Galileo, Newton, Lavoisier) habían contribuido realmente al progreso del conocimiento humano.

En ningún otro momento histórico la solidaridad con los esfuerzos de conocimiento de toda la humanidad ha sido más limitada que en el siglo XIX. Tener «perspectiva histórica» significa ser consciente de todo lo que te solidariza con el pasado; conocer todas las etapas del proceso científico. Los hombres del siglo XIX pensaban, sin embargo, que la «ciencia» empezaba con ellos. Todo lo que se había hecho anteriormente —con muy contadas excepciones— era ignorado. Ellos creían seriamente que la Edad Media fue una época oscura. Y también creían, con la misma seriedad, que la ciencia la inauguraron los antiguos griegos; que la medicina y las ciencias naturales hasta el siglo XIX no eran más que enciclopedias abarrotadas de supersticiones, etcétera.

Un siglo que piensa muy seriamente que el verdadero «progreso» empieza con él no puede ser llamado un siglo con perspectiva histórica. Es, por lo menos, extraño que, aunque su afición reina fuera la historia, el siglo XIX no haya acertado en ninguno de sus juicios históricos. No se trata solamente de «errores», de una investigación imperfecta de los documentos, sino de una incapacidad orgánica de entender la historia, de dar cuenta de la solidaridad existente entre todos los esfuerzos de la humanidad por el conocimiento.

La perspectiva histórica es una creación de nuestro siglo, cuando el imperativo de la historia ha dejado de tener la supremacía. Solamente ahora se ha comprendido el progreso; que empieza con las civilizaciones prehelénicas y no termina nunca («progreso» que, para algunos, no es más que una continua decadencia).

Solamente ahora se ha comprendido la función creadora de la Edad Media, se ha clarificado la noción de Renacimiento, se ha entendido el modesto papel del siglo XIX en la historia de las ciencias (lejos de marcar un hito, el siglo XIX no puede, ni mucho menos, compararse, en altura científica, con la época de Euclides o la de Copérnico). Nunca el hombre se ha visto más «aislado» y solitario que en el siglo XIX; solo, a pesar de la grandeza de sus descubrimientos, a pesar de la riqueza de sus conocimientos, de la superioridad de su comprensión.