Heráclito decía de los aedos, sicofantes y mistagogos que «en estado de vigilia se comportan como la gente dormida, mirando cada uno hacia su mundo personal, al contrario que los hombres despiertos, que tienen un solo mundo, el mismo para todos».
Si esta cita hubiera caído bajo la mirada de Constantin Noica cuando estaba escribiendo su bello libro Mathesis, posiblemente la habría comentado y utilizado para ilustrar su tesis. Constantin Noica intenta asumir, en Mathesis, la defensa de las culturas de tipo geométrico, en contra de las culturas de tipo histórico. O, como decía Heráclito, la defensa de las culturas de los hombres despiertos, los que «tienen un solo mundo, común para todos», en contra de las culturas, tan variadas e impenetrables, de los «hombres que duermen».
La cultura de los hombres despiertos, de aquellos que participan en una misma realidad, única y universal: hombres extrovertidos, que miran hacia afuera, que se encuentran con las mismas cosas, con la misma luz, la misma ley; y al lado de esta cultura única y universal de tipo geométrico se encuentra la pluralidad de las culturas históricas, creación de los hombres introvertidos, que miran hacia su interior («cada uno hacia su mundo personal», como nos decía Heráclito); organismos aislados, impenetrables, dominados por su potente vida orgánica (suya y sólo suya: «auténtica»); sintiendo y juzgando la realidad con criterios exclusivamente oníricos.
Ciertamente, el sueño es la característica de cualquier cultura histórica. El sueño es el símbolo del aislamiento, de la coincidencia con los grandes procesos orgánicos. En el sueño entramos en contacto con las fuentes de la vida, en él «se crean» las formas históricas (transformación orgánica, fermentación).
Pero el «sueño» no significa, en este caso, inconsciencia, sino recogimiento, unificación, introversión, vuelta a la vida orgánica. Y no es mera casualidad que Lucian Blaga, el estudioso de la filosofía del estilo de la cultura rumana, el hombre que más y mejor ha escrito, entre nosotros, sobre la polivalencia de las culturas históricas, haya titulado su principal volumen de poesía La alabanza del sueño. El sueño desempeña, en la poesía y el teatro de Blaga, un papel decisivo: es la vuelta a la unidad orgánica primordial, el eterno estado paradisíaco de la creación carente de conciencia. El sueño es, casi, un estado prenatal, embrionario, en el que la vida ya no está separada de la conciencia; en él ya no existe libertad, pecado, drama.
«El pájaro sin sueño» (Avram Iancu), «el gran pájaro enfermo» (La cumpăna apelor), es el símbolo del abandono de la unidad embrionaria, la pérdida de la conciencia paradisíaca, la ruptura del continuum orgánico. «El pájaro sin sueño» mira hacia afuera; indaga los espacios; previene los grandes acontecimientos históricos. Por eso, el poeta lo implica en el nacimiento del mito revolucionario de Avram Iancu.
La misma concepción del sueño —como estado creador y extático— volvemos a encontrarla, por ejemplo, en otras culturas de tipo histórico. Así, los taoístas chinos, que consideraban el sueño, la hibernación y el éxtasis como experiencias originarias, en «circuito cerrado», sin desperdiciar la vida, sin perderla ni proyectarla hacia afuera. Por otra parte, únicamente en Europa ha sido ridiculizado el sueño; solamente ciertos pueblos occidentales lo consideran como un símbolo de la pereza, de la estupidez y la esterilidad espiritual. En otras culturas el sueño es un símbolo del recogimiento perfecto, de la autonomía y de la creación.
La misma ironía heracliteana con respecto al sueño volvemos a encontrarla en la secta de los fedeli d’amore, si nos fiamos de Luigi Valli (Il linguaggio segreto di Dante, p. 172a). En el lenguaje secreto «dormir» significa estar en el error, estar alejado de la verdad; es decir, pertenecer a la Iglesia católico-romana. Vita nuova significaría, precisamente, la salida del sueño (y de la «muerte») por obra del amor. Desde Dante hasta ahora, la simbología del sueño como privación, como un error, ha dominado toda la cultura occidental.
La concepción original, con valencias tan extrañas en las culturas orientales, que Lucian Blaga ha poetizado en La alabanza del sueño, es tanto más valiosa para nosotros. Se opone categóricamente a Occidente: a esos «hombres despiertos con un solo mundo, común para todos».