En Annam existe la costumbre de que los ancianos, una vez que han presentido su próximo fin, preparen un banquete funerario para la familia, como si ya hubieran muerto. Si el anciano se recupera y sigue viviendo es considerado, desde el punto de vista jurídico y social, como un muerto. Su mujer es viuda y sus hijos huérfanos; ya no puede participar en los rituales más que en la medida en que también los muertos son aceptados en ciertas ceremonias. En la India encontramos una creencia similar, la así llamada samprādana. El anciano, presintiendo su cercano fin, transmite a su hijo toda su «persona» psicomental. Las Upanisad describen admirablemente esta ceremonia. El anciano coloca a su hijo de tal forma que la mano de éste toque levemente la mano de aquél, y su pie, el pie de él, etc. Después empieza el ritual propiamente dicho. En el supuesto de que el anciano sobreviva, jurídicamente será considerado como muerto; estará bajo la custodia de su hijo (porque su hijo será, desde aquel momento, su verdadero yo) y lo más probable es que abandone su casa para vivir el resto de sus días en el bosque, practicando la ascesis en la soledad.
La condición de «muerto, en vida», que en ciertas sociedades orientales se alcanza a través de unos rituales de fisiología mística (la «transmisión de los sentidos» del maestro al discípulo) o de ceremonias funerarias anticipadas, tiene analogías en otras sociedades humanas. Pienso, por ejemplo, en un filósofo que lo haya meditado todo, hasta sus últimas consecuencias, que haya suprimido los obstáculos, superado los conflictos y resuelto las antinomias; un filósofo que se haya reconciliado con el Cosmos y con Dios, comprendiéndolo todo y formulando esta «comprensión» en un sistema. ¿Acaso este hombre no será, de ahora en adelante, un muerto en vida? ¿No se encontrará totalmente reconciliado, como ningún otro hombre vivo podría estarlo? Repitiendo una fórmula muy conocida, podemos decir que el sistema de un filósofo es su piedra funeraria. Después de que lo haya comprendido y formulado todo, ¿qué otra experiencia puede animar o fecundar su conciencia? Para él ya no tienen secretos ni Dios ni el Cosmos; ya no será embargado por ningún entusiasmo, experiencia o duda.
Aunque su cuerpo siga en vida, ese hombre ya no pertenece a nuestro mundo. Desde el punto de vista espiritual, será un muerto; en el sentido de que ha alcanzado la perfección y la forma más acabada de equilibrio.
He recordado la ceremonia funeraria de Annam y el rito hindú del sampradāna para que se vea claramente que la condición de «muertos en vida», de hombres que ya no pertenecen a la sociedad que los alberga, ha existido desde siempre. El anciano que ha llegado al umbral de la muerte es, en cierto sentido, alguien perfecto; todo lo que podía aprender de la vida ya lo ha aprendido. En el caso de la India, él transmitirá a su hijo las funciones «impersonales» de su ser. Después de este ritual, ya no tendrá más lazos físicos con la tierra. Todo lo que en él ha alcanzado su perfección lo «depositará» (en un sentido mágico, concreto) en su hijo.