¿Habéis contemplado alguna vez las tiras de tela de un batik, uno de esos escuetos trajes que se llevan en Java? Se trata de unas telas multicolores con complicados y laberínticos dibujos. Ningún ojo europeo sería capaz de descubrir diferencias significativas entre las tiras del batik, aparte de su colorido, por supuesto: un traje parece amarillo, otro rojo, etc.
Y aun así, cada tira de batik tiene su propia y concreta significación. Esos dibujos laberínticos hablan, para el avisado ojo del javanés, más y mejor que una página llena de explicaciones. Cada signo es un símbolo. Un javanés se dará cuenta enseguida del tipo de hombre que tiene delante: si es rico o pobre, si es de la sierra o del litoral; qué profesión tuvieron sus padres o quién es su novia, etc. Si analiza detenidamente su traje, se dará cuenta hasta de los detalles más íntimos, porque el simbolismo de la vestimenta no esconde nada. Se dará cuenta, por ejemplo, de adónde se dirige nuestro transeúnte: si va a una boda, o a hacer un negocio, o a una fiesta. Todas las «ocasiones», todos los «acontecimientos» han quedado como grabados en los recovecos de estos laberintos policromados. El hombre no quiere esconder nada, porque a través del traje que lleva puesto aquel día se integra en un orden supraindividual. Y todos los símbolos, los emblemas, las alegorías impresos sobre una tira de batik no tienen otro sentido que integrar definitivamente al individuo en un orden que lo trasciende. Al mismo tiempo, este simbolismo, resultando tan familiar para todos los miembros de la comunidad, hace posible una comunión perfecta y natural. No es necesaria ninguna «presentación», ninguna «introducción», como dicen los ingleses cuando hablan de poner en contacto a dos personas. El simbolismo de la vestimenta habla por sí solo y lo hace para todo el mundo: para un niño o para un anciano, para un erudito o para un campesino.
Ya hemos analizado en otra ocasión el simbolismo del jade dentro de la cultura china. Las pulseras de jade, adornadas con piedras de colores y formas distintas, que producen ciertos sonidos al chocar entre sí, cumplen el mismo papel que los vestidos de batik en Java. Revelan, de una forma natural, sencilla y sin ninguna ostentación, el rango social, la situación financiera, los deseos y la edad de la persona que lleva la pulsera.
En una sociedad estructurada sobre fundamentos tradicionales no existen los «secretos» personales, la privacy. Y no existen secretos porque todos los gestos del hombre tienen una significación que le precede y le sobrepasa. Así como en Oriente la alimentación, ese gesto tan elemental y profano, llega a ser un ritual, es decir, recibe un significado y un valor más allá de su función orgánica, también los demás gestos humanos se integran en un orden que trasciende no sólo al individuo, sino también a la sociedad. Porque si el individuo está integrado en la sociedad a través de miles de «rituales permanentes», la sociedad, a su vez, está integrada en el orden cósmico. El hombre de las culturas tradicionales no está solo; pero esto no significa simplemente que no está solo en la sociedad (como se ha intentado en las luciferinas civilizaciones occidentales); significa que no está solo en el cosmos. Y esto es mucho más significativo. Estos hombres ya no tienen secretos porque ya no los necesitan. Viven orgánicamente, conectados al gran misterio del cosmos.