A menudo, las etimologías pueden rescatar una palabra y devolverle su más noble sentido primigenio. Es lo que ocurre con esta palabra: «superstición», que deriva, claramente, de super-stat (superstitionem, superstare), «lo que está encima», lo que permanece en el fluir inacabable de los tiempos. Los folkloristas italianos podían hablar de sopravivenze, aludiendo a aquellas costumbres o ideas populares que las alimentaron antaño. Sin embargo, el sentido de «superstición» es más rico y más «noble» que el sentido de la palabra italiana sopravivenze. No se trata solamente de una forma que simplemente sobrevive, sino de una idea o de un ritual que «permanece por encima» de la historia. No solamente sobrevive por espacio de una o dos generaciones, o de unos cuantos siglos, sino que está por encima del tiempo; como una norma eternamente válida, como un Principio o un Símbolo.
Por supuesto, no todas las supersticiones tienen un carácter supratemporal. Cualquier idea o rito que se haya conservado no es capaz de reflejar esa intuición primordial de las normas, de los principios fundamentales, metafísicos (luz y tinieblas, muerte y resurrección, el centro, el polo, etc.). Muchas supersticiones tienen un origen meramente histórico, local y humano; ésas también son útiles, en este caso para las ciencias profanas (sociología, historia, folklore), pero no para la simbólica o la metafísica. Este tipo de supersticiones pueden ser llamadas, con propiedad, sopravivenze; son documentos que hacen referencia a la vida de un grupo humano o a la historia de una cierta región. Aunque esta vida local haya quedado configurada, la mayoría de las veces, por esquemas teóricos mucho más antiguos y de otro nivel. Por ejemplo, las leyendas creadas alrededor de Alejandro Magno asimilaron muchos elementos extraídos de los mitos de los dioses y los héroes. El caballero Gozon de Dieudonné, que mató al «dragón» de Rodas, fue transformado en un héroe según todas las reglas del mito y, así, un hecho histórico y local se convirtió, en la conciencia popular, en una nueva versión del antiguo mito: el Héroe y el Dragón.
Teniendo en cuenta todas estas «leyes de lo fantástico», tendríamos que realizar, a nuestro juicio, una separación de aquellas supersticiones que no tienen nada de histórico, sino que verdaderamente han «permanecido por encima», desde tiempos inmemoriales. (En un libro de próxima aparición, La Mandragore. Essai sur les origines des légendes[26], hemos intentado demostrar e ilustrar la validez de este método.) La mirada escéptica del profano ya no tendrá ninguna justificación para rechazar en bloque el enorme corpus de las supersticiones. Pues en él se han conservado intuiciones y símbolos que preceden a la historia misma y cuya coherencia nos permite hablar de una «lógica del símbolo», después de que otros lo hayan hecho de su metafísica.