Las plantas de Jagadish Bose

Cuando el visitante del instituto de sir Jagadish Bose en Calcuta vuelva a casa por la noche lo hará con unas asombrosas impresiones y con un problema de filosofía de la cultura para meditar. Imagínense un inmenso laboratorio distribuido alrededor de un parque de una melancólica belleza, por el que corren en libertad apacibles ciervos. La puerta del instituto lleva, al estilo hindú, una inscripción en sánscrito y una imagen en bronce de la diosa Saraswati, protectora de las artes y de las ciencias. En la primera mitad del edificio encontramos una magnífica sala de conferencias con vidrieras orientales y con todas las comodidades occidentales. Pero lo que más emociona e impresiona son los laboratorios; decenas de habitaciones blancas, bien iluminadas y aireadas, donde se almacenan, en estanterías, los aparatos de inimaginable sensibilidad inventados por Jagadish Bose, y la biblioteca con cristales ahumados donde han quedado archivadas miles de vidas y muertes pertenecientes a los tres reinos.

Veamos de qué se trata. Ni más ni menos que de la unidad del mundo orgánico e inorgánico, demostrada y justificada por los cuarenta años de investigaciones físico-fisiológicas de sir Jagadish Bose.

Quizá diréis que es una verdad científicamente reconocida y popularizada hasta la saciedad. Exactamente; pero ¿acaso son iguales los criterios y la orientación en la obra de un científico hindú y en Europa? En Europa, la unidad del mundo ha sido reconocida partiendo desde su base inorgánica, inerte, muerta; el mundo es uno porque todos los fenómenos pueden ser reducidos a una fórmula cuantitativa, incluso los fenómenos de vida. Recuerden a Loeb y a Félix le Dantec, que han reducido la vida orgánica a la mecánica y los tropismos y osmosis a meros procesos físico-químicos. Se trata de una identidad que se fundamenta sobre la participación en la materia y es gobernada por sus leyes. Es una solidaridad con la parte inerte del mundo. Por el contrario, Bose llegará a formular la misma identidad partiendo de la vida y no de la muerte. Sus experimentos demuestran la presencia de una vida nerviosa en las plantas y no de una vida vegetativa en los animales; y demuestran capricho y libertad en la actitud de los minerales (mineral behaviour) y no una conducta mineral en la vida de las plantas. Observen que la síntesis se realiza con otros elementos y en otras zonas que las archiconocidas (y ahora caídas en desuso) síntesis materialistas europeas. No tengo la pretensión de resumir todos los resultados científicos de Jagadish Bose; éstos se encuentran recogidos en sus más importantes obras[23] (Plant response as a means of physiological investigation; Comparative electro-physiology; Researches on the irritability of plants; Life movements in plants, 2 vols.; Response in the living and nonliving, etc.), así como en la excelente monografía crítica del profesor Patrick Geddes The life and the work of Sir Jagadish C. Bose[24] (editada, como los anteriores volúmenes, por Longmans Green, Londres).

Mi interés se centra en la síntesis del botanista hindú, en su método científico y su imaginación creadora, y me pregunto si, detrás de ellas, no estará funcionando el mismo genio imaginativo y sintético de la conciencia hindú. Bose, después de sus admirables trabajos sobre la electricidad y el magnetismo, se concentra ahora en la fisiología de las plantas, especialmente en su sensibilidad y su reacción a los estímulos exteriores. Los botanistas europeos, después de los experimentos llevados a cabo por los fisiólogos alemanes Pfeffer y Haberlandt, explicaban la sensibilidad de una planta como la mimosa, por un simple desequilibrio hidromecánico momentáneo y no por una transmisión nerviosa análoga a la animal.

Ellos no podían aceptar un sistema de trasmisión de la excitación similar a una red nerviosa. Bose demuestra, utilizando aparatos extremadamente precisos (especialmente el resonant recorder, presente ahora en todos los laboratorios) la identidad de naturaleza del impulso nervioso tanto en una planta como en un animal. Demuestra que las plantas padecen el mismo cansancio periódico que los animales y que los árboles empiezan a dormir a partir de las 12 p.m. y se despiertan a las 8 a.m. Demuestra que los árboles incluso son caprichosos y que pueden negarse a dar frutos durante ciertos años; pero si se les golpea, se corrigen y darán frutos en abundancia al año siguiente. Hay árboles extremadamente sensibles, cuyas hojas se repliegan cuando son golpeados. En el parque del instituto se encuentra un arbusto semejante y es asombroso ver cómo repliega sus hojas cuando lo golpeas. Bose compara las estructuras glandulares de ciertas plantas con las glándulas animales.

Pero ¡cuántas otras maravillas no podrá descubrir en las habitaciones del instituto de Calcuta un visitante armado de paciencia! Por ejemplo, el registro (record), sobre una lámina ahumada, de un músculo de rana: la línea punteada, que está trazando la aguja conectada a las vibraciones del músculo, tiene el mismo ritmo que el de una planta excitada. Las láminas se pueden comparar. O también la historia de una agonía vegetal grabada sobre una lámina ahumada: una mimosa intoxicada con cloroformo y después muerta. Si la comparas con la otra lámina, la que testimonia la agonía de la rana, difícilmente podrían ser diferenciadas una de otra. La misma larga lucha que acaba de la misma forma espasmódica tanto en la planta como en el animal (la aguja baja bruscamente de cinco centímetros a algunos milímetros). Al revelar el misterio de la vida de los árboles, sir Jagadish Bose hizo algo extraordinario: con el fin de trasplantar algunos árboles a Calcuta, los sedó con narcóticos, como sucede con el paciente inconsciente que es transportado a la mesa de operaciones.

No menos fascinantes son ios experimentos sobre los cristales y minerales. Hay minerales que se enfadan y se resisten a la transmisión de la electricidad, así como hay cristales que reflejan o refractan la luz en función de su buena o mala disposición. Y estoy utilizando los mismos términos de un profesor hindú de física, gran discípulo de sir Jagadish, que repitió este experimento delante de mí las veces que quise. Aquél hablaba del «castigo» y la «domesticación» de un mineral, del «capricho» de un cristal, de la «fatiga» del hierro, etc. Los recuerdos que deja una visita al instituto de Bose son verdaderamente prodigiosos.

Pero la actividad de este botanista plantea también un problema de filosofía de la cultura. Es decir: ¿por qué precisamente un científico hindú y solamente hindú, trabajando al margen de cualquier preocupación filosófica y con métodos estrictamente de laboratorio, ha logrado demostrar la unidad de la vida, la unidad de su ritmo, pero no en un sentido «behaviorista» o materialista, sino en el sentido de la sabiduría hindú, desde los Vedas hasta hoy? Porque los Vedas y toda la literatura sánscrita posterior han repetido hasta la saciedad que «todo es uno; la realidad es una y los hombres la llaman de muchas maneras».

Si sir Bose hubiera sido un filósofo y hubiese construido un sistema de filosofía panteísta, le habríamos comprendido enseguida; porque la filosofía no es otra cosa que la organización y la justificación de las experiencias de una raza, de un tiempo, de una cultura. Pero Bose no es un filósofo ni un místico; él no tiene una mirada contemplativa ni reconstituye dialécticamente la unidad de la vida; experimenta con ella y la registra en el laboratorio, apoyándose en documentos precisos, de la misma forma en que los científicos occidentales de décadas pasadas experimentaban y registraban en laboratorios la física de la Vida. Con la única diferencia de que Bose llega a demostrar todo lo contrario, sensibilidad nerviosa, libertad y personalidad, allí donde aquéllos encontraban solamente mecánica.

¿Acaso la ciencia depende de una Weltanschauung racial o personal, así como lo hacen el arte, la cultura o la filosofía? Porque la síntesis de Bose no es otra cosa que la demostración de las intuiciones hindúes. Prestemos atención a la gravedad de las conclusiones que podemos sacar. El mito dejaría de ser entonces lo que los estudiosos antropólogos pretendían que era, para ser la intuición de una verdad; la actividad mística no sería una mera construcción fantástica, sino una experiencia concreta traducida a conceptos, etc. Y esto significa que cualquier cosa que haga un hombre, por mucho que intente despersonalizarse (como ocurre con la ciencia) no puede romper el círculo de hierro de su conciencia racial.

Evidentemente, si trabaja de una forma sincera y consecuente, si quiere crear (tal como ha creado Bose) y no solamente tomar prestados conocimientos ya adquiridos (como han hecho tantos otros científicos hindúes). Bose mismo nos confiesa cuál es el punto de partida de esta creación: «Lo único que sé es que la visión de la verdad surge solamente en el momento en que han desaparecido todas las fuentes de distracción y la mente ha alcanzado la cima de la serenidad, volviéndose estática» (discurso de inauguración del instituto). Pero ¿acaso no es precisamente ésta la condición requerida por toda la filosofía hindú?