Jade…

Abandonemos la melancólica inutilidad de las joyas y las piedras preciosas según el sentir del mundo moderno y trasladémonos mentalmente a una cultura absolutamente solidaria con una piedra preciosa —el jade— que ha encontrado en su simbolismo una admirable expresión: China. Olvidemos las caprichosas y personales valoraciones de que son objeto entre las mujeres por su alto precio, por su escasez o distinción. Cualquiera puede conocer la psicología del occidental aficionado a las joyas…

No encontraremos ningún significado profundo detrás de estos collares y joyas. Solamente la sed de lujo, de distinción y prestigio: eso es todo. Y si algún esteta intenta expresar la fascinación que le sugieren estas piedras, si alguna aristócrata neurótica trata de redescubrir su magia, sólo lograrán construir un simbolismo pragmático y arbitrario detrás del cual ya no se podrá adivinar la intuición del valor simbólico o ritual de las piedras preciosas; sólo atisbos menores y coquetería personal, obras de aficionado, accesibles exclusivamente para él y para su pequeño grupito, pero no para todos sus contemporáneos. Además, este simbolismo utilitario, inventado por ciertos modernos, resulta muy superficial; no moviliza toda la vida interior, ni la penetra, ni la embellece. Permanecerá al margen de su experiencia como un objeto exterior y caduco. Y todos los esfuerzos modernos por expresar, integrar o simbolizar no podrán llegar más allá de estos fracasados intentos. Porque ya no pertenecen a una actividad colectiva «fantástica», a una experiencia social que conecte permanentemente el folklore con la institución, sino que se trata de iniciativas personales, es decir, individuales y contingentes. El símbolo no tiene ningún valor ni puede expresar la realidad si no se alimenta de la vida de una cultura, si no es lenguaje habitual de los hombres, si no es vivo, significativo, accesible para cualquiera; si no es producido por la actividad «fantástica», mítica, de toda la sociedad.

He elegido el jade como vehículo del simbolismo chino por ser precisamente el más desconocido y, desde mi punto de vista, el más fascinante. El jade es el símbolo de la realeza y del poder en el orden social; y, en el orden cósmico, encarna la esencia de la pureza del principio masculino (yang), de lo inmutable y lo eterno. Éste es el origen de esa relación entre jade e inmortalidad que habían revelado los alquimistas chinos; por eso se tapan las «nueve aberturas del cuerpo» con piedras de jade: para conservar el cadáver, haciéndolo solidario de la esencia imperecedera del principio yang. Las imágenes del Cielo, la Tierra y los Cuatro Puntos Cardinales se representan de una forma abstracta en construcciones de jade (excepto el Oeste, que es representado por un tigre). «La tumba sólo significa el cambio de morada; y si el muerto es rodeado por las imágenes de los seis dioses cósmicos, ello significa la continuación de la existencia después de la muerte, en compañía de los dioses de su vida terrenal» (B. Laufer, Jade. A Study in Chinese Archeology and Religión[21], pp. 121-122; el libro de Laufer, publicado en 1912 por el Field Museum for Natural History de Chicago, es la más autorizada monografía sobre el jade). Durante la dinastía Chou el jade había llegado a utilizarse internamente, como alimento (Laufer, p. 296). Y en el taoísmo tardío se había impuesto la idea de que es el alimento de los espíritus, capaz de asegurar la inmortalidad (De Groot, Religious System of China[22], vol. I, pp. 271-273; vol. II, p. 395). Un texto de Ko-Hung reza: «Si las nueve aberturas del cadáver se tapan con oro y jade, aquél se conservará y ya no se pudrirá». El oro simboliza la misma naturaleza imperecedera del principio viril, así como las perlas simbolizan la vida y la fecundidad, en estrecha relación con las conchas, icono del principio femenino (la vulva = la concha = la perla = el segundo nacimiento = la inmortalidad; cf. nuestro libro La Mandragore).

Los chinos hacían también maravillosos amuletos de jade en forma de cigarras, emblema de la resurrección. El filósofo Wang Chung apuntaba: «Antes de despojarse de su caparazón, la cigarra es una crisálida; cuando lo desecha, pasa del estado de larva al estado de cigarra. El espíritu vital de un muerto, dejando su cuerpo, puede ser comparado con una cigarra que abandona su crisálida» (Forke, Lun-Heng, I, p. 200; citado por Laufer, p. 300, n. 1).

Junto a este simbolismo cósmico expresado por el jade floreció, en todo su esplendor, el simbolismo de las jerarquías y de los sentimientos humanos. El jade revelaba la posición social, la vocación, el estado anímico y la filosofía de un chino. La forma, el color, la distribución o el momento del día en que se llevaba el adorno de jade, formaban, juntos, una especie de lenguaje secreto y a la vez accesible para todos, que expresaba, plásticamente, el ser del individuo definiéndolo mejor que cualquier otro lenguaje.

El emperador, sustituto terrestre del sol, llevaba unas diminutas hachas de jade que representaban la virtud misma de la Soberanía y del Poder. Y cada clase de nobles feudales era solidaria y estaba simbolizada por un objeto de jade, de forma y peso específicos. Cuando nacía un niño, se le dejaba jugar con jade, símbolo de la dignidad (Laufer, p. 100). Pero el jade tenía también un papel de abrumadora importancia en la vida doméstica; cada intención, cada sentimiento era expresado por los colores o el sonido de los ornamentos de jade que se llevaban colgando alrededor de la cintura. Con su gran intuición rítmica y su paciente aplicación, los chinos habían logrado armonizar los sonidos de las distintas especies de jade de tal manera que éstos revelaban las más secretas intenciones. El novio que visitaba a su novia colgaba de su cintura una pieza de jade que le decía: «te echo de menos»; otra que indicaba: «el sol en primavera»; y al andar, su ruido producía esta sentencia: «El honorable corazón se diluye en la Honorable Paz».

La sustancial necesidad del chino de estar en contacto permanente con las jerarquías cósmicas y con la especial jerarquía social de la que formaba parte es fundamental para una justa comprensión del simbolismo del jade. El jade no es solamente un sencillo amuleto, una joya o un souvenir. Es el signo celestial bajo cuya protección el individuo ha nacido y crecido, y sin cuya presencia se sentiría aislado y triste. No es ni un tótem, ni una insignia tribal, sino la pura experiencia «fantástica» de la raza, expresada simbólicamente y actualizada por cada familia, por cada individuo.

El periodo Chou (primer milenio a. C.) desarrolló un cuádruple simbolismo para el jade que se colgaba de la cintura: el movimiento rítmico y la explosión sonora de los ornamentos, que alegraban a la persona que los llevaba y que impresionaban a sus compañeros; testimonio de amistad y de amor; expresión del rango del individuo dentro de la jerarquía de clases oficiales, según la calidad y el peso del jade; y, por fin, el carácter emblemático de la vocación y del gremio, que introducía a su portador de una forma inmediata en el ámbito de otra sociedad (Laufer, p. 197).

Pan Ku, el autor del tratado Pai hu t’ung, explica así la vocación simbolizada por el jade:

Los objetos que se llevan colgados en el cinturón dan a conocer las habilidades y las intenciones de alguien. Por eso, el que cultiva el camino moral sin fin (tao, el «camino», en el sentido de la escuela confuciana), llevará un anillo. El que fundamenta su conducta sobre la razón y la virtud (tao têh, en el sentido de Lao Zi), llevará las joyas kun. El que es hábil a la hora de decidir (küeh) en cuestiones de corazón y de dudas, llevará una mitad de anillo (küeh). Esto significa que se pueden deducir las habilidades de alguien por la clase de ornamentos que lleva en la cintura (citado por Laufer, p. 211).

Hemos elegido intencionadamente estos testimonios, porque pueden ser juzgados sin tener que entrar en todos los detalles técnicos de la arqueología o de las instituciones civiles chinas. Podríamos encontrar miles y miles de otros testimonios que ilustran la unión de la sociedad con el simbolismo del jade. Adviértase que este simbolismo es hermético e inaccesible para los que no pertenecen a la sociedad china. Así pues, dentro de ésta no es privilegio de una clase o de una elite. Cualquiera puede entender el simbolismo del jade, aunque no pueda llevar cualquier tipo de esta piedra. Se trata de un lenguaje más sencillo, más bello y más fantástico, porque ha sido creado en «fantástica» comunión con las jerarquías cósmicas. Y para los que lo comprenden, la vida se vuelve más plena, más matizada, más discreta; éste era, por otra parte, uno de los sentidos del simbolismo. Y por eso, la histérica monotonía de la vida moderna se empareja tan bien con la incomprensibilidad del símbolo.