Espeleología, historia, folklore…

Desde hace mucho tiempo quería conocer, a través de un trabajo escrito para los no iniciados, la actividad del Instituto de Espeleología de Cluj, dirigido por un científico de renombre universal, el doctor Emil Racovita. Los fascículos de Biospeologica que casualmente cayeron entre mis manos permanecían cerrados, para mi ignorancia, bajo siete llaves.

Pero aun así me resistía a renunciar. Sabía que el doctor Racovita estudia desde hace más de cuarenta años estos misteriosos enclaves de la zoología: la oceanografía y la fauna de las cuevas. Establecido después de la guerra en Cluj, donde dirige el Instituto de Espeleología junto con R. Jeannel (hasta 1927) y P. A. Chappuis, y ayudado por sus jóvenes colaboradores Margarita y Radu Codreanu, el doctor Racovita es uno de los pocos científicos rumanos que ha creado escuela; es decir, que ha sabido fomentar un ritmo de trabajo constante y una orientación metodológica precisa en el Instituto que dirige. Una escuela científica rumana me parecerá siempre un hecho digno de tenerse en cuenta. Pero nosotros ¿podríamos aprender algo de unas preocupaciones tan abstractas? ¿Algo que pueda aclarar o poner a prueba, si se quiere, la estructura espiritual rumana? Un joven matemático, cuya amistad me enorgullece, me confesaba un día que las matemáticas rumanas tienen una orientación muy precisa: es decir, que la mayoría de los matemáticos rumanos muestran un interés especial por ciertos problemas y se desinteresan, casi por completo, de otra serie de problemas que, sin embargo, apasionan a los matemáticos polacos o judíos. Si este hecho es cierto, significa que incluso las más abstractas operaciones mentales llevan impresa la marca de unas disposiciones que pertenecen a lo imponderable: disposiciones de estructura, de estilo, de etnia…

He leído, pues, con muchísimo interés el capítulo dedicado a la biología del volumen que ha publicado recientemente la Academia Rumana: La vie scientifique en Roumanie, vol. I, Sciences pures, Bucarest, 1937 (pp. 135-196). Allí se presentan de una forma escueta y clara los trabajos del Instituto de Espeleología de Cluj.

No intentaré resumir lo que se dice allí, porque tampoco es éste el sitio apropiado para hacerlo. Pero he observado que uno de los objetivos del Instituto es precisamente la verificación del método del profesor Racovita: la sustitución de la noción de especie por la de linaje (lignée, neam[19]). Parece ser que este método ha sido aplicado por primera vez y con todo su rigor en la publicación del Instituto, Biospeologica. Método que no solamente nos proporcionaría un instrumento de trabajo sino también una cierta «filosofía» biológica. Porque si el concepto de especie implica una visión estática, el de linaje (neam) implica la noción de historia, de desarrollo en el tiempo. Así pues, ya no es necesario clasificar las especies en función de sus características presentes (que podrían ser secundarias o accidentales), sino en función de su descendencia en el tiempo, es decir, sobre la base de su historia. Este método le ha llevado al doctor Racovita a proponer la siguiente fórmula: La taxonomie ne peut être que de la phylogénie appliquée[20]. Sustituyendo la primacía del espacio (la distribución geográfica) por la primacía del tiempo (el despliegue del «linaje»), el doctor Racovita ha introducido en la biología la noción de historia. Y este método, que él ha sido el primero en aplicar, ha dado resultados excepcionales. De la misma forma en que la aplicación del concepto de historia en etnografía (Graebner, Peter Schmidt, etc.) ha revolucionado esta ciencia.

Haciendo literalmente «historia natural», el doctor Emil Racovita ha sustituido la noción de especie por la de linaje. Ha sustituido una concepción estática, basada en la distribución geográfica (el espacio), por una concepción dinámica: el despliegue del linaje en el tiempo.

Tengo que confesar que este método, aplicado al principio con tanto éxito en la espeleología, para penetrar después en el campo de la biología general, tiene un sesgo rumano. No solamente porque los rumanos tendríamos una especial inclinación hacia el tiempo en detrimento del espacio. La discusión de esta afirmación nos llevaría demasiado lejos y por eso optamos por eludirla. Pero no podemos dejar de observar que la historia ha dominado la cultura rumana moderna desde sus inicios mismos, desde Cantemir. No podemos olvidar que casi todos nuestros grandes creadores se han dedicado, en un sentido u otro, a hacer historia. Es fácil comprender la obsesión por la historia que atraviesa toda la cultura rumana moderna. Se buscaban los orígenes, se ponían a prueba los derechos históricos de nuestro pueblo, se promovía la nobleza del linaje rumano. Cuando despertamos a una «conciencia nacional» solamente podíamos enorgullecemos de la historia de nuestro pueblo. Mihai Eminescu, a pesar de ser un poeta y un metaffsico, investigó con pasión la historia rumana. Casi todos nuestros grandes hombres de Estado han tenido una verdadera pasión por la historia y la arqueología. ¿Acaso es de extrañar que el doctor Istrati, químico de formación, se haya ocupado en investigaciones históricas y arqueológicas? ¿O que un bacteriólogo como el doctor Cantacuzino pasara sus noches leyendo viejas crónicas? Y ¿no es digno de admiración que un estudioso como el doctor Racovita, cuando intentó formular su método de investigación biológica, se viera forzado a pensar históricamente?

Otro detalle significativo, también relacionado con la espeleología. Tal como apunta el profesor Voinov, el autor del informe contenido en el volumen La vie scientifique en Roumanie, los trabajos publicados en la Biospeologica del doctor Racovita han demostrado que los troglobios, que todavía pueblan las cuevas, pertenecen a una fauna hace mucho tiempo extinguida. «Son fósiles vivientes, que representan a veces estadios muy antiguos, terciarios o incluso secundarios.»

Recuerden esta expresión: fósiles vivientes. No solamente clarifica una gran cantidad de fenómenos biológicos que hasta ahora han permanecido bastante imprecisos. La expresión «fósiles vivientes» podría ser adoptada, pero, sobre todo, entendida, por todos los que se dedican al estudio del folklore. Porque, así como las cuevas conservan una fauna arcaica, muy importante para la comprensión de los grupos zoomórficos primitivos, y que no son fosilizables, de la misma forma la memoria popular conserva formas mentales primitivas que no han dejado huella en la historia, precisamente porque no podían expresarse bajo formas duraderas (documentos, monumentos, grafías, etc.); en una palabra, porque no eran fosilizables. La luz, el aire, la tierra las deshacían, las derretían.

Todavía hoy podemos encontrar en el folklore formas pertenecientes a distintas eras, formas que representan etapas mentales arcaicas. Al lado de una leyenda con un sustrato histórico relativamente reciente o una canción popular de inspiración contemporánea, podemos encontrar formas medievales, precristianas o incluso prehistóricas. Por supuesto que los folkloristas no desconocen estos hechos. Pero me atrevo a decir que muy pocos los comprenden. Muy pocos folkloristas entienden que la memoria popular, de la misma forma que una cueva, puede conservar documentos auténticos de experiencias mentales que la actual condición humana no solamente ha vuelto imposibles sino incluso increíbles. Si se le hubiera dicho a un biólogo de hace ochenta años que todavía viven animales de la era terciaria se habría burlado de uno. El doctor Racovita ha tomado sobre sí la tarea de demostrar científicamente este hecho. Los folkloristas que aspiran no solamente a coleccionar el material con el que trabajan, sino también a comprenderlo, tendrán mucho que aprender del método que el erudito profesor de Cluj ha aplicado para la investigación de las cuevas y la restauración de la historia de la fauna oscura.