VIII

Se había convertido en «El caso Nahour». Durante ocho días tuvo derecho a la primera página de los periódicos y a varias columnas de los semanarios sensacionalistas. Los periodistas rondaban sin cesar la avenida del Parc-Montsouris, recogiendo chismes, y la señora Bodin, la asistenta, tuvo su pequeña hora de gloria.

Mabille se fue a Ámsterdam, y después a Cannes, de donde volvió con una entrevista de la niñera, su foto y la de los niños. Preguntó también a los directores de los juegos y a los empleados de banca de los casinos.

Durante ese tiempo, hombres de la Identidad Judicial inspeccionaban la casa de los Nahour muy detalladamente con la esperanza de descubrir alguna señal. Registraron el jardín también e incluso rebuscaron en las alcantarillas con la esperanza de encontrar la pistola que había servido para matar a Nahour.

La reunión en casa del notario había tenido lugar el lunes por la tarde, en presencia de Pierre Nahour y de su padre, así como de Lina.

Una llamada telefónica de Leroy-Beaudieu puso a Maigret al corriente. En su segundo testamento, Félix Nahour no dejaba a su mujer más que el mínimo previsto por la ley. El resto iba a parar a los niños y exponía el deseo de que éstos fueran confiados a la tutela de su hermano y que, en caso de imposibilidad, éste fuese nombrado subrogado-tutor.

—¿No deja nada a Ouéni?

—Eso me ha sorprendido. Puedo revelarle ahora que, por su primer testamento, al que anula el segundo, Nahour dejaba una suma de quinientos mil francos a su secretario «en agradecimiento por su abnegación y por los servicios prestados». Ahora bien, el nombre de Ouéni ni siquiera se menciona en el testamento definitivo.

¿Es que Nahour se había enterado entretanto de las relaciones que habían existido entre Fouad y Lina?

Treinta y seis socios del círculo Saint-Michel, su director y los empleados de la banca, declararon ante el juez de instrucción.

Los periodistas les acechaban a la salida, lo que provocó incidentes, porque algunos testigos se lanzaban furiosos sobre los fotógrafos.

Hubo también errores. Un estudiante de Camboya afirmó haber visto a Ouéni sentado en su rincón desde las once de la noche. Fueron precisos dos días de pacientes investigaciones para establecer que este estudiante no había puesto los pies el viernes en el círculo, sino que se había confundido con el miércoles anterior.

Unos vecinos, que habían vuelto a sus casas hacia las once y media, después de haber pasado la velada en el cine, juraron no haber visto ningún coche en el estacionamiento delante del bar.

El juez Cayotte era un hombre minucioso y paciente. Durante tres meses, casi todos los días, convocó a Maigret en su despacho para encargarle nuevas investigaciones.

En los periódicos, la política ocupó las primeras páginas y el caso Nahour fue relegado a la tercera página, después a la quinta, hasta desaparecer completamente.

Lina, Alvaredo y Nelly no podían marcharse de París sin autorización y una vez terminada la instrucción se les autorizó a marcharse a una casita de los alrededores de Dreux.

El tribunal confirmó la culpabilidad de Ouéni, pero los registros de pleitos y causas de la Audiencia Provincial estaban tan cargados que el proceso no tuvo lugar hasta enero del año siguiente, un año después de que el doctor Pardon recibiese a la silenciosa herida y a su amante en su consulta del bulevar Voltaire.

Digamos como cosa curiosa que en sus cenas mensuales, los dos hombres habían evitado hacer alusión a los Nahour.

Llegó el día en que Maigret, con el rostro un poco congestionado, debió declarar en la barra de los testigos. Hasta entonces, no se había hecho ninguna alusión a las relaciones entre Lina y el acusado.

El comisario respondió tan objetiva y tan brevemente como le fue posible a las preguntas del presidente. Cuando vio levantarse al fiscal, comprendió que se hallaba amenazado el secreto de la joven mujer.

—Señor presidente, ¿me permite hacer una pregunta al testigo?

—Tiene la palabra el fiscal de la República.

—¿Puede decir el testigo al jurado si sabe que en una determinada época existieron relaciones íntimas entre el acusado y la señora Nahour?

El comisario había manifestado bajo juramento que no podía ocultar nada.

—Sí.

—¿Lo ha negado formalmente el acusado?

—Sí.

—Sin embargo, por sus actitudes, ¿no ha hecho pensar que así había sido?

—Sí.

—¿Ha creído el testigo en estas relaciones?

—Sí.

—¿No tuvo nada que ver esta convicción en el arresto de Ouéni, sobre los móviles de su acción?

—Sí.

Era todo. Los espectadores habían escuchado en silencio, pero ahora un rumor subía de la sala y el presidente había recurrido a su mazo.

—Si la calma no se restablece inmediatamente, ordenaré la evacuación…

Maigret tenía la oportunidad de sentarse al lado del juez Cayotte, que le había guardado un lugar, pero prefirió salir.

Cuando se encontró solo en los pasillos desiertos, donde sus pasos despertaban ecos, llenó lentamente una pipa sin darse cuenta de lo que hacía.

Instantes más tarde, estaba en la cantina de la Audiencia donde pedía un medio con voz adusta.

No tenía valor para volver a su casa. Bebió otro medio, casi de un trago, después se dirigió a pasos lentos hacia el Quai des Orfèvres.

Este año no nevaba. El aire era suave. Se tenía la impresión de una primavera prematura y el sol era tan claro que se esperaba ver reventar las yemas.

Una vez en el despacho, abrió la puerta del de los inspectores.

—¡Lucas…! ¡Janvier…! ¡Lapointe…!

Se habría dicho que le esperaban los tres.

—Poneos vuestros abrigos y venid conmigo…

Le siguieron sin preguntarle a dónde les llevaba. Minutos más tarde, subían las desgastadas escaleras de la Cervecería Dauphine.

—Entonces, señor Maigret, ¿cómo ha quedado ese asunto Nahour? —le dijo el dueño del establecimiento.

Sintió habérselo preguntado, porque el comisario le miró encogiéndose de hombros. Y se apresuró a añadir:

—¿Sabe? Hoy hay embuchado…

La pareja no podía pensar ya en ir a Bogotá. Y después de la audiencia de la mañana, ¿seguirían siendo las mismas las relaciones entre Lina y Alvaredo?

El asunto Nahour había vuelto a salir en primera página. Para los periódicos de la tarde se había convertido ya en una historia de complicada solución.

¿Quizás, sin el nuevo móvil, sobre el que el ministerio público fundamentó sus conclusiones, habría votado el jurado la absolución?

No se había encontrado el arma. La acusación solamente se basaba en testimonios más o menos interesados.

Al día siguiente por la tarde, Fouad Ouéni era condenado a diez años de prisión mientras Lina y Alvaredo, a quienes se había hecho salir por una puerta pequeña, subían en el Alfa-Romeo y se alejaban en una dirección desconocida.

Maigret nunca oyó hablar ya más de ellos.

—He errado —debía confesar el martes siguiente a Pardon, en cuya casa cenaba.

—Tal vez si no le hubiese telefoneado aquella noche…

—Los acontecimientos habrían seguido su curso, con un poco de retraso…

Y Maigret añadió, tendiendo la mano hacia su vaso con vino de marca de Borgoña:

—En el fondo, ha salido ganando Ouéni…

Épalinges, 8 de febrero de 1966.