Esmerdis es uno de los muchos nombres griegos (junto a Tonyoxarces, Tanooxares, Mergis, Mardos…), imponiéndose al tradicional persa Bardia o Bardija, de uno de los antiguos reyes de Persia de la dinastía aqueménida y, por tanto, también faraón de Egipto, entonces en manos persas, muerto en el año 521 a. C., e hijo menor de Ciro II y hermano de Cambises II. De acuerdo con Ctesias, en su lecho de muerte, Ciro lo designó gobernador de las provincias orientales del Imperio persa. Según Heródoto y el propio Darío I, sucesor de Esmerdis, Cambises II, antes de partir en campaña contra Egipto, ordenó matar secretamente a su hermano Esmerdis, temiendo que pudiera intentar una rebelión durante su ausencia. Su muerte no fue conocida por el pueblo, por lo que en la primavera del año 522 a. C. un usurpador, un sacerdote mago de Media, pretendió ser Esmerdis y se autoproclamó rey de Persia en las montañas cercanas a la ciudad de Pishiyauvda. Debido al gobierno despótico de Cambises y a su larga estancia en Egipto, el pueblo rindió pleitesía al usurpador, especialmente cuando este dictó la bajada de los impuestos durante tres años. Una vez al corriente de estos hechos, Cambises emprendió la marcha desde Egipto contra el usurpador, pero, al comprobar que no quedaban esperanzas para su causa, acabó suicidándose en la primavera del año 521 a. C. Según contó el propio Darío, el verdadero nombre del usurpador era Gaumata; aunque este nombre fue recogido por Justino como el del hermano del usurpador, señalado como el verdadero instigador de la intriga, y el cual recibe a su vez, según los casos, los nombres de Oropastes, Patizeithes, Sphendadates o Esfendádates.
La historia del falso Esmerdis es narrada por Heródoto y Ctesias de acuerdo con la tradición oficial, recogida en la inscripción de Behistún: antes de morir, Cambises confesó públicamente el asesinato de su hermano, por lo cual el fraude del usurpador que se hacía pasar por Esmerdis quedó al descubierto. Pero, como nos cuenta Darío, nadie se atrevió a oponerse al usurpador, quien gobernó todo el Imperio durante siete meses. La inscripción de Darío explica que el falso Esmerdis destruyó algunos templos (que Darío mandó reconstruir más tarde, durante su reinado) y trasladó las casas y rebaños de muchas gentes, lo cual provocó un gran malestar popular. Realmente no hay forma de comprender esta situación de manera satisfactoria, ni entender todos los incidentes relacionados con esta usurpación, si es que en verdad se produjo, aunque los intentos de los autores modernos por demostrar que el personaje de Gaumata fue en realidad el genuino Esmerdis y Darío el verdadero usurpador (justificando su rebelión al crear la figura de un usurpador previo, tal como narra la inscripción de Behistún) no han tenido éxito hasta la fecha. Desde entonces, el reinado de Gaumata fue considerado como de infausto recuerdo, y su muerte fue anualmente celebrada en Persia con una fiesta denominada «El asesinato del mago», en la cual ningún mago tenía permiso para mostrarse como tal. Al año siguiente de la caída del usurpador, otro seudo-Esmerdis, llamado Vahyazdgta, se alzó contra Darío en Persia oriental, al principio con bastante éxito. Sin embargo, fue finalmente derrotado, capturado y ejecutado. Quizás se trate del personaje identificado como el rey Marafis, nombrado en la lista de reyes persas de Esquilo.
Ferdinand Demara (1921-1982), conocido como El Gran Impostor, se hizo pasar por un gran número de personas y es que no hacía distinciones: timaba desde monjes y sacerdotes hasta cirujanos y guardias de prisión. Se enroló en la Armada de los Estados Unidos en 1941 y empezó por «pedir» prestado el nombre de un compañero de batallón, luego fingió su suicidio y pidió prestado otro nombre y se convirtió en un religioso de orientación psicológica. La Armada lo pilló, enviándolo a prisión durante dieciocho meses [período al que corresponde la fotografía]. Su más famosa personificación fue la del cirujano Joseph Cyr a bordo del destructor canadiense Cayuga, llegando incluso a realizar varias operaciones quirúrgicas, hasta que la madre del autentico doctor lo descubrió y lo denunció. Murió en 1982, como ministro de la Iglesia baptista.
Hua Mulan es la heroína que, disfrazada de guerrero, se une a un ejército exclusivamente masculino en el famoso poema narrativo chino Balada de Mulan. La obra se compuso en el siglo VI, durante la mayor parte del cual gobernó China la dinastía Tang. La colección de cantos a la que pertenecía originalmente se ha perdido, pero se conserva una versión posterior, incluida en una antología de poemas líricos y baladas compilada por Guo Maoqian en el siglo XII. Durante siglos se ha discutido si Mulan es un personaje histórico o de ficción. Aún hoy, se desconoce si la balada tiene o no base histórica. En la historia, Mulan se disfraza de hombre para ocupar el lugar de su anciano padre en el ejército. Tras cumplir su servicio militar, el emperador le ofrece los más altos honores. Sin embargo, Mulan no desea seguir en el ejército, y sólo pide un burro para volver al hogar paterno. Cuando sus antiguos compañeros del ejército acuden a visitarla, quedan impactados al verla vestida como una mujer. El poema termina con la imagen de una liebre hembra (Mulan) y una liebre macho (sus compañeros) corriendo juntos, y el narrador preguntando si alguien sería capaz de distinguirlas. El período en el que transcurre la historia también es incierto. Los primeros testimonios de la leyenda afirman que vivió durante la dinastía Wei del Norte (386-534). Sin embargo, otra versión sostiene que Mulan fue solicitada como concubina por el emperador de la dinastía Sui, Yangdi (quien reinó entre 604 y 617). Algunas evidencias del poema apuntan a la primera interpretación. Al emperador («Hijo del Cielo») se le llama también kan, título utilizado por los gobernantes descendientes de la nación altaica xianbei, en la antigua China. Los gobernantes de la dinastía Wei del Norte eran de etnia xianbei. Por otra parte, la referencia al kan podría reflejar la fecha de composición del poema y no la época en que suceden los hechos.
Figura legendaria en la imaginería femenina del Salvaje Oeste, la célebre Martha Jane Canary-Burke (1851-1903), más conocida como «Calamity Jane» (‘Juanita Calamidad’), fue el más acabado ejemplo de mujer de la Frontera. A lo largo de su vida, trabajó siempre en tareas masculinas; por ejemplo, domando toros y luchando contra los indios a las órdenes del general Crook. Manejaba la carabina con la destreza de un escopetero y el revólver con la rapidez de un pistolero. De ella se dijo que parecía y actuaba como un hombre, disparaba como un cowboy, bebía como un pez y, sobre todo, mentía como una mentecata. Su figura fue popularísima en las ciudades mineras, sobre todo en Deadwood, donde según se dice (según dijo ella misma) sostuvo un apasionado idilio con el famoso Wild Bill Hickok, junto al que (con o sin razones emotivas, está enterrada).
Otra historia curiosa es la de Santa Marina «El Monje», María de Alejandría o, simplemente, Marino. Corría el siglo VI cuando a su padre, Eugenio, se le antojó convertirse en monje y, dado que tenía a su hija a cargo, la vistió de niño y ambos ingresaron en el monasterio de Qannoubine, en Líbano. Durante dieciséis años, Marina se llamó Marino y su sexualidad pasó desapercibida en el monasterio, hasta que la hija de un posadero se coló por el joven monje. Marino rechazó los ardientes deseos de la joven, pero esta, humillada, buscó venganza. La posadera había tenido relaciones con un soldado y había quedado encinta, así que decidió denunciar al joven monje como padre de la futura criatura. Marino, por preservar su identidad, fue expulsado del monasterio y se convirtió en mendigo, siempre en las cercanías del monasterio. Tomó la custodia del niño y, mucho tiempo después, volvió a ser readmitido por los monjes junto a su hijo, aunque realizando las tareas más bajas y pesadas. Su sexo sólo se reveló tras su muerte.
Perkin Warbeck (1474-1499) fue un pretendiente al trono inglés durante el reinado de Enrique VII. Afirmaba ser Ricardo de Shrewsbury, 1.er duque de York, el hijo menor del rey Eduardo IV, pero era, en realidad, un flamenco nacido en Tournai hacia 1474. En la leyenda popular La suerte de Perkin Warbeck se afirma que era hijo del oficial francés Juan de Werbecque y de Catalina de Faro. Como la suerte corrida por Ricardo de Shrewsbury en la torre de Londres no se conoce con certeza (aunque la mayoría de los historiadores creen que murió en 1483), la reclamación de Warbeck reunió algunos seguidores, bien debido a que creían que aquello era cierto, bien por el deseo de derrocar a Enrique y recuperar el trono. Warbeck reclamó el trono inglés por primera vez en la corte de Borgoña en 1490. En 1491 desembarcó en Irlanda con la esperanza de obtener apoyo a su reclamación, sin embargo poca ayuda encontró y se le obligó a regresar al continente europeo, donde su suerte cambió. Fue recibido por Carlos VIII de Francia (quien más tarde firmó el tratado de Etaples, acordando no asilar a rebeldes y, por tanto, la expulsión de Warbeck) y fue reconocido oficialmente como Ricardo de Shrewsbury por Margarita de York, hermana de Eduardo IV y viuda de Carlos I, duque de Borgoña. Se desconoce si sabía o no que era un fraude, pero ella le avaló en su camino hacia la corte de York. Enrique se quejó por la protección a Warbeck ante el archiduque Felipe, yerno de María, que había asumido el control de Borgoña en 1493 como duque consorte, pero el archiduque lo ignoró. Así que el monarca inglés impuso un embargo comercial a Borgoña, cortando sus importantes vínculos comerciales con Inglaterra. Warbeck también fue bien acogido por otros monarcas y en 1493 asistió, invitado por Maximiliano I, al funeral de su padre, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico III, celebrado en Viena, donde fue reconocido como el rey Ricardo IV de Inglaterra. Warbeck también prometió que, si muriese antes de convertirse en rey, su «reclamación» recaería en Maximiliano. El 3 de julio de 1495, financiado por Margarita de York, Warbeck desembarcó en el condado de Kent con la esperanza de encontrar apoyo popular. Enrique, a pesar de no tener autoridad sobre esta zona, envió una pequeña tropa y ciento cincuenta seguidores del pretendiente fueron muertos antes de que este desembarcase. Se vio obligado a retirarse de inmediato, esta vez a Irlanda. Allí encontró el apoyo del conde de Desmond, con el que asedió Waterford, pero encontraron resistencia y huyó a Escocia, donde fue bien recibido por Jaime IV, que siempre aprovechaba cualquier oportunidad para molestar a Inglaterra.
El rey Jaime le permitió casarse con su propia prima, lady Catalina Gordon (hija de George Gordon, 2.° conde de Huntly, y nieta del rey Jaime I de Escocia). En septiembre de 1496, Escocia lanzó un ataque sobre Inglaterra, pero se retiró rápidamente cuando el esperado apoyo de Northumberland no llegó a materializarse. Deseando deshacerse de él, Jaime IV firmó el tratado de Ayton y expulsó a Warbeck, que regresó a Waterford. Una vez más trató de poner sitio a la ciudad, pero esta vez su esfuerzo duró sólo once días antes de verse obligado a huir de Irlanda, perseguido por cuatro buques ingleses. Según algunas fuentes, sólo le siguieron ciento veinte hombres en dos barcos. El 7 de septiembre de 1497, Warbeck desembarcó en Whitesand Bay, cerca de Land’s End, en Cornualles, con la esperanza de capitalizar el resentimiento del pueblo córnico tras su levantamiento tres meses antes debido a las recaudaciones abusivas impuestas por Inglaterra para financiar la guerra contra Escocia. Warbeck proclamó que iba a poner fin a esos impuestos y fue acogido con gran satisfacción y declarado Ricardo IV en Bodmin Moor. Con un ejército de unos seis mil córnicos tomó Exeter, antes de avanzar sobre Taunton, en Somerset. Enrique VII envió a su general en jefe, lord Daubeney, para atacar a los córnicos y, cuando Warbeck se enteró de que las tropas inglesas se hallaban en Glastonbury, se acobardó y abandonó a su ejército. Warbeck fue capturado en la abadía de Beaulieu (Hampshire), donde se rindió. Enrique VII tomó Taunton el 4 de octubre de 1497, ejecutó a los cabecillas de la revuelta y castigó duramente al resto. Ricardo fue encarcelado, primero en Taunton y luego en la torre de Londres, donde llegó «desfilando por las calles a caballo en medio de las burlas y el escarnio de los ciudadanos». Enrique VII llevó también a Londres a su esposa, lady Catalina, que se había negado a abandonarle y permanecía en Cornualles. Recibida con la deferencia debida a su rango, Catalina se convirtió en camarera de la reina y se le asignó una pensión de por vida. Perkin Warbeck fue obligado en junio de 1498 a leer una confesión en público, en Westminster y en Cheapside. En la torre se encontró con otro aspirante al trono, Eduardo Plantagenet, conde de Warwick, con quien trató de escapar en 1499. Capturado una vez más, el 23 de noviembre de 1499 Warbeck fue trasladado en una jaula desde la torre a Tyburn, donde fue ahorcado. Eduardo Plantagenet fue decapitado días después. Enrique logró obtener del pretendiente la lectura de la confesión de que era Perkin Warbeck o Pierquin Wesbecque, hijo de un marino flamenco y nacido en Tournai en 1474. Que había viajado a Portugal, donde, tal vez con ayuda de personas poderosas, se transformó en Ricardo de York. Aunque el documento original ha desaparecido, se conoce gracias a que Enrique VII envió copias de la confesión a diferentes cortes de Europa con el propósito de desmontar el derecho al trono de un inexistente Ricardo IV y reafirmar el propio. Dado que el personaje sí se asemejaba a Eduardo IV, algunos historiadores han llegado a afirmar que era efectivamente Ricardo, duque de York, aunque ese no es el consenso.
El de Martin Guerre es un famoso caso de impostura judicial ocurrido en el siglo XVI, cuando un hombre en todo semejante a Martin Guerre se hizo pasar por él y yació incluso con su mujer, y al regresar el verdadero, no hubo manera de saber quién era el marido legítimo, pues ambos contestaban bien a las mismas preguntas.
Según narra Jean de Coras en De l’arrét mémorable du parlament de Toulouse, contenant une histoire prodigieuse, el suceso aconteció como sigue. Hacia el año 1539, se casaron Martin Guerre, nacido Martín Guerra en Hendaya alrededor del año 1524 y asentado en Francia en 1527, y Bertrande de Rols, de Artigat, diócesis de Rieux, en Gascuña. La pareja tuvo un hijo y, en 1548, al ser acusado de un robo de grano, Martin desapareció abruptamente sin dar señal alguna de vida. En 1556 se presentó en el lugar un hombre completamente igual a él, del mismo tamaño y las mismas facciones y señales particulares: una cicatriz en la frente, un defecto dental, una mancha en la oreja izquierda, etcétera, que se hacía pasar por el verdadero Martin Guerre. La mujer, que no había podido volver a casarse legalmente, se puso muy contenta, así como su hijo, y le dio crédito. Le acogió en sus brazos y en su tálamo y todo fue de maravilla. Este individuo conocía muchos detalles de la vida de Martin y así convenció a la mayor parte de sus paisanos, su tío, sus cuatro hermanos y a Bertrande y a su hijo de que era el verdadero, aunque algunas dudas subsistieron. Este Martin Guerre vivió tres años con su familia y tuvo dos hijas más, de las que una sobrevivió. Reclamó además la herencia de su padre, muerto durante su ausencia, e incluso entabló un pleito contra su tío por una parte de tal herencia. El tío, Pierre Guerre, que estaba casado con la madre de Bertrande enviudada durante la ausencia de Martin, se volvió de pronto suspicaz, quién sabe si por perder su derecho a la herencia. Él y su mujer intentaron convencer a Bertrande de que Martin era un fraude, ya que el verdadero había perdido una pierna en la guerra. Pierre intentó incluso asesinar al nuevo Martin, pero Bertrande se lo impidió. En 1559, Martin fue acusado de incendio premeditado y de impostura; Bertrande permaneció a su lado y fue absuelto. Pero pasados tres años, gracias a las pesquisas de Pierre, se supo que este marido de pega se llamaba Arnaud du Thil, alias «Pansette», era de un pueblo vecino, poseía un milagroso parecido con Martin Guerre y había sabido embaucar a todo el mundo y principalmente a la esposa de este. El proceso quedó interrumpido y pasó de Rieux a Toulouse, donde el escritor Michel de Montaigne sirvió de abogado al impostor.
Pero hete aquí que allí reapareció el verdadero Martin Guerre con su pierna de madera. De los veinticinco a treinta testigos a quienes se citó, nueve o diez aseguraron que el impostor era Martin Guerre y siete u ocho que era Du Thil, y el resto vaciló. Al fin se resolvió el caso y el impostor fue colgado ante la casa del verdadero Martin Guerre. Al cabo reconoció que había tenido la idea después de que dos personas le confundieran con su sosias y había procurado saberlo todo sobre él, con la ayuda de dos cómplices. El verdadero Martín Guerra había ido a España para servir a un cardenal y después había ingresado en el ejército de Pedro de Mendoza, con el que participó en la campaña de Flandes y perdió la pierna en la batalla de San Quintín.
Este suceso dio motivo a numerosas narraciones literarias y cinematográficas y a todo tipo de disquisiciones jurídicas. Dieron cuenta del proceso Guillaume «le Sueur» y el ya citado Jean de Coras, que fue uno de los jueces de Toulouse. Menciona el caso Montaigne en sus Ensayos, Alejandro Dumas escribió una novela sobre él, así como Janet Lewis (La esposa de Martín Guerre), Rubén Darío un cuento, y Frank Cossa, una obra teatral. Actualmente se piensa que Bertrande tomó parte pasiva o activa en el fraude, ya que tenía necesidad de un marido y fue bien tratada por Arnaud. El filme de 1982, Le Retour de Martin Guerre, realizado por Daniel Vigne, con Gérard Depardieu y Nathalie Baye, es una versión fiel salvo el fin ficticio en que Bertrande cuenta sus motivos. Un remake de esta película es el filme estadounidense Sommersby, protagonizado por Jodie Foster y Richard Gere.
En 1568, a sus catorce años, fue coronado el rey Sebastián de Portugal (1554-1578). Audaz, devoto, querido por todos, bautizado como el «nuevo Alejandro», las únicas críticas se referían a su exceso de entusiasmo marcial y religioso: «Cabalga y reza demasiado para el bien de la nación». En su afán por extender el dominio portugués por África, comenzó una campaña militar en Marruecos, que se saldaría con una gran derrota ante fuerzas más numerosas en Alcazarquivir. Casi con toda seguridad, el rey murió en esa batalla, aunque muchos prefirieron creer que había conseguido escapar. Tal creencia se avivaría a partir del dominio español de Portugal, tornándola en el sueño de que el rey desaparecido regresara para liberar al pueblo.
Alimentados por este anhelo, pronto comenzaron a surgir varios «sebastianes» que afirmaron ser «O Desejado». Del primero que se tiene noticia es de un joven moreno (el rey era rubio), que fue condenado a galeras por suplantar al monarca. La experiencia no lo desanimó y tiempo después se hizo pasar por el duque de Normandía. El segundo pretendiente fue un monje renegado con el pelo del mismo color que el monarca y un notable gusto escénico, pues «destapó» su identidad mientras hacía penitencia por su responsabilidad en la caída de Portugal, narrando entre suspiros y gemidos qué había ocurrido en la batalla de Alcazarquivir. Le creyeron los suficientes para que el impostor organizara un ejército, pero los españoles no tardaron en hacerlo prisionero. Atrapado, confesó que no era el rey y que su plan era liberar Portugal y después permitir que el pueblo eligiese a un nuevo rey. Sus captores lo ahorcaron, destriparon y descuartizaron. El tercer sebastián fue un pastelero de setenta años. El monarca tenía veinticuatro años cuando falleció y habían transcurrido diez desde su muerte por lo que la historia del pastelero no fue tomada en serio por casi nadie, pero, de todas maneras, fue ejecutado. En 1598 apareció un cuarto sebastián en Venecia, que contó que había estado todo ese tiempo encerrado en un monasterio, pero un sueño le indicó que debía volver a liderar a su pueblo. Se puso a prueba ante las autoridades venecianas, fue interrogado y salió airoso del envite. Para muchos era muy sospechoso que no supiese hablar portugués, pero sus partidarios contaban que era una promesa, que el rey había prometido no hablar en su idioma cierta cantidad de años. También se le preguntó por qué no es rubio como era el rey Sebastián, a lo que él, simulando total sorpresa, replicó «¿Qué ha sido de mis cabellos rubios?». Ni siquiera en Portugal lo tomaron en serio hasta que las autoridades venecianas, presionadas por los españoles, lo encerraron. Entonces, todo cambió, pues si a los españoles les molestaba, podría ser un buen candidato. Dos años después salió de prisión, había aprendido a hablar portugués (o había finalizado su promesa), pero es entonces justo cuando se revela su impostura: su auténtica mujer, a la que había abandonado, lo delata como Marco Tullio Catizzone, de Calabria. La suerte de Catizzone ha cambiado del todo: es encarcelado de nuevo y, al poco, ejecutado.
Pasaría el tiempo, y la leyenda de la vuelta del rey Sebastián se mantendría como anhelo nacionalista, que reverdecería cada vez que la patria pasara por apuros. En 1807, sería él quien derrotara a Napoleón; en 1813, un demente vestido de moro apareció en Lisboa afirmando ser un «enviado de Sebastián»; a finales del siglo XIX, durante la guerra de Canudos, labradores brasileños afirmaban que el rey regresaría para ayudarles en su batalla contra la «república atea brasileña»…
Charles-Geneviève-Louis-Auguste-André-Thimothée d’Éon de Beaumont, también conocido como chevalier (‘caballero’) d’Éon o mademoiselle Beaumont (1728-1810), fue un enigmático espía, diplomático y militar francés al servicio de Luis XV, que destacó por sus misiones de inteligencia, pero especialmente por el enigma que constituyó su verdadero sexo. Se ha especulado si era hombre o mujer, o incluso hermafrodita. Su padre era el jurista Louis d’Éon de Beaumont, que lo bautizó de modo ambiguo como Carlos Genoveva Luisa Augusto Andrea Timoteo (es decir, tres nombres masculinos y tres femeninos). Graduado a los veinte años, continuó sus estudios de derecho. En lo personal, mostró cierta apatía hacia el sexo opuesto, pero mucho gusto por practicar la esgrima. Se convirtió en el abogado más joven del foro. Posteriormente entró al servicio del rey. Físicamente no desarrolló barba y tenía algunos rasgos femeninos, pero para todos sus conocidos no cabía duda de que era un hombre.
Éon se unió a la red secreta de espías de Luis XV llamada Le Secret Du Roi. La primera misión que se le recuerda fue en 1755 cuando el rey lo envió a Rusia para que contactara con la zarina Isabel Petrovna y, fingiendo ser una cortesana, buscase el acercamiento diplomático entre Rusia y Francia. El príncipe Conti tuvo la idea de enviarlo disfrazado de mujer con documentos falsos a nombre de Lía de Beaumont. En la corte de San Petersburgo se presentó como una joven hermosa, que se hizo amiga de la zarina y se ganó su favor. Pero, dada su ambigüedad, esa amistad hizo que surgieran rumores y dudas. En múltiples oportunidades, volvería a Rusia con otras misiones concretas, pero también viajaría a otras partes de Europa, tanto en calidad de hombre como de mujer. Su exitosa carrera le permitió recibir la cruz de San Luis por su dirección de la tropa en combate.
Enviado en 1762 como secretario de la Embajada en Londres dio inicio a una nueva vida en la que aparecía vestido como hombre o como mujer sin motivo aparente, y actuando indistintamente, creando con ello multitud de rumores e, incluso, que se cruzaran apuestas sobre cuál era el sexo del espía francés que llegarían a sumar las trescientas mil libras esterlinas en 1771. Durante este período recibiría la visita del famoso aventurero Giacomo Casanova, que quedaría convencido de que era mujer. En 1774 recibió la visita del dramaturgo Beaumarchais, como emisario del rey, quien le obligaría a confesar su sexo. En una declaración firmada, declaró ser mujer, lo que sería constatado por algunos médicos. Las apuestas se pagaron.
A los cuarenta y seis años se la retiraría del servicio activo, obligándola a actuar como mujer, por lo que siguió viviendo en Londres como mademoiselle de Eón. Ese mismo año murió el monarca y fue reemplazado por su delfín, Luis XVI, a quien acudiría el caballero de Eón en 1777 con uniforme de capitán de la legión de honor y suplicando su reincorporación al servicio activo. Pero el nuevo rey no le permitió reincorporarse ni usar su personalidad masculina. En los siguientes treinta y tres años permaneció en Londres bajo su forma femenina, como aristócrata. No cambió su situación la Revolución francesa de 1789, ni la ejecución de Luis XVI en 1792, cuando él o ella ya contaba con sesenta y dos años. Murió en la capital inglesa a los ochenta y uno. Los médicos que documentaron su deceso al examinar el cuerpo descubrieron que era un hombre, quince testigos más lo certificaron así, dejando abierto uno de los más grandes enigmas de la historia.
En 1592 (o 1596, según otros) nació Catalina de Erauso en la ciudad guipuzcoana de San Sebastián, en el seno de una de las mejores familias vascas. A los cinco años, su padre la recluyó en el convento de las Dominicas de aquella misma ciudad, del que una tía suya era priora, y de donde se escapó a los quince, tras ser víctima de un abuso sexual por parte de otra monja mayor. Vestida de muchacho, bajo el nombre de Antonio de Erauso, se presentó en Vitoria, alistándose en las huestes de don Francisco de Cárdenas. Tras mil peripecias, que la llevaron por Valladolid, Bilbao y Estella, desempeñando diversos oficios, reapareció en el puerto de Pasajes, donde embarcó para Sevilla. Algunos autores afirman que su aspecto físico le ayudó a ocultar su condición femenina, pues se la describe como de gran estatura para su sexo, más bien fea y sin caracteres sexuales femeninos muy marcados. En la capital andaluza, se enroló como grumete en las compañías que iban a América, ya con el nombre de Alonso Díaz y Ramírez de Guzmán. Llegó a América pero, cuando su barco estaba listo para regresar a España, le robó quinientos pesos al capitán (al parecer, un familiar suyo que nunca la identificó) y se internó por su cuenta en el continente. Tras protagonizar no pocas aventuras en lo que hoy son México, Panamá, Perú y Chile, se labró una sólida carrera militar, alcanzando el grado de alférez, así como una veraz fama de pendenciera, viéndose involucrada en un sinnúmero de altercados y situaciones comprometidas. Por cuestiones de juego, mató a un amigo suyo y luego a un auditor que pretendía arrestarla. Una noche, en una disputa callejera, hirió sin reconocerlo a su propio hermano. Herida a su vez en otra reyerta y creyendo llegada la hora de su muerte, se confesó al obispo de Guamanga, Agustín de Carvajal, revelando finalmente su condición de mujer. Recuperada de sus heridas, regresó a España en 1624, donde Felipe IV le concedió una pensión de ochocientos escudos, y viajó a Roma, donde el papa Urbano VIII la recibió en audiencia privada, dispensándole una bula personal para continuar vistiéndose como hombre. Años después, en 1635, continuó su carrera militar, regresando a América, donde era ya legendariamente conocida como «La Monja Alférez». Del final de la vida de esta extraordinaria mujer poco se sabe, salvo que, trabajando como arriera, y murió, al parecer, en Cuitlaxtla en 1650.
Antes de alcanzar su notoriedad definitiva, Titus Oates (1649-1705), supuesto instigador y cabecilla del intento católico de regicidio del monarca inglés Carlos II, ya arrastraba una larga historia de engaños y picardías. Había sido expulsado de algunas de las mejores escuelas de Inglaterra, así como de la Marina, y había sido declarado culpable de perjurio, aunque escapó de prisión. Criado por un predicador protestante, Oates entró en Cambridge a estudiar las órdenes anglicanas, para así ordenarse pastor y poder eludir las numerosas deudas que había acumulado durante estos años. Destinado a la vicaría de Bobbing en marzo de 1673, apenas un año después abandonó su puesto de forma precipitada, puesto que fue acusado de haber cometido perjurio. Mientras esperaba para ser juzgado, fue encarcelado en la prisión de Dover, de la que consiguió escaparse poco después. Perseguido por la justicia, logró llegar a Londres, donde solicitó incorporarse a la Marina mercante como capellán de navío. Pero una vez más su indisciplina natural obligaron a sus superiores a expulsarle de la Marina, apenas un año más tarde. Poco después, Oates formó parte del servicio del 6.° duque de Norfolk, Henry Howard. Posiblemente por la influencia que ejerció sobre él, abandonó la Iglesia anglicana y decidió hacer carrera en la católica en el mes de marzo de 1677. Tras haber conseguido su ingreso, Oates viajó a España y comenzó a prepararse para ser ordenado sacerdote en el Colegio Inglés que los jesuitas tenían en la ciudad de Valladolid, donde sus profesores muy pronto se dieron cuenta de sus escasas dotes, por lo que fue expulsado cinco meses después. Tras estos acontecimientos, se reclamó su presencia ante el provincial de los jesuitas de Saint Omer, donde tras una breve reunión fue expulsado de la Iglesia católica. De regreso a Londres en 1678, Oates trabó amistad con Israel Tonge, un conocido antijesuita, con el que urdió un plan para desprestigiar ante la opinión pública a esta orden en particular y la Iglesia católica en general. De este modo, ambos comenzaron a publicar numerosos panfletos, en los que se hablaba de la existencia de una conjura de los papistas para asesinar al monarca, Carlos II, con el fin de que su legítimo heredero, su hermano el duque de York, ocupara su puesto y restaurara la fe católica romana en toda Inglaterra. Además de la publicación de estos pasquines, Oates decidió poner en conocimiento de las autoridades todos los datos que supuestamente conocía sobre la llamada Conjura Papista, por lo que el 6 de septiembre de 1678 se presentó ante sir Edmund Berry Godfrey, el cual hizo jurar a Oates que sus acusaciones eran ciertas. No obstante, estas no fueron tomadas en consideración ni en la corte, ni, en un primer momento, en el Parlamento, pero Oates fue incorporando poco a poco seguidores a su causa, entre los que se podría destacar al conde de Danby. A pesar de todo, la calma en Londres duró poco, puesto que el 12 de octubre de 1678 se produjo la desaparición del juez que instruía el caso, el mencionado Edmund Berry Godfrey, que apareció muerto cinco días después. Pronto todos acusaron a los católicos de su muerte y la histeria se apoderó de la ciudad. El nuevo giro que habían tomado los acontecimientos benefició notablemente a Oates, que fue señalado por todos como salvador de la patria, por lo que inmediatamente fue llamado a la corte, donde el monarca le hizo jurar nuevamente frente al Parlamento que todas sus acusaciones eran ciertas. Tras reafirmarse, se iniciaron numerosos procesos en contra de los católicos; muchos fueron ajusticiados o conducidos a prisión. Oates se mostró satisfecho por su intervención y poco a poco fue confeccionando una lista con los implicados en la trama para asesinar a Carlos II, a pesar de las protestas del duque de York, que además de defender su inocencia intentó que finalizaran las causas abiertas en contra de sus correligionarios. Tras las duras persecuciones que sufrieron los católicos por toda Inglaterra, la popularidad de Oates fue disminuyendo con el paso del tiempo, ya que fueron muchos los que comenzaron a detectar notables contradicciones en su historia. En 1684 fue condenado a pagar una multa de cien mil libras por las acusaciones que había lanzado contra el duque de York. Apenas un año después, cuando el duque llegó al trono como Jacobo II, Oates fue detenido y condenado a cadena perpetua por perjurio tras haber sido torturado públicamente. En 1688, Oates fue liberado por orden del nuevo monarca, Guillermo III de Orange, el cual como firme protestante estableció que, en compensación por los años que había permanecido en prisión, la Corona debía otorgarle una pensión vitalicia. Tras abandonar el presidio, Oates continuó con sus anteriores actividades, aunque en ningún momento gozó del prestigio que había alcanzado con anterioridad. Sólo y abandonado por sus antiguos compañeros, algunos investigadores sostienen que su fallecimiento se produjo por haber contraído una grave enfermedad venérea, aunque la oscuridad que rodeó los últimos años de su vida impide determinarlo con precisión.
George Psalmanazar (¿1679?-1763) afirmó ser el primer habitante de Formosa (Taiwán) que visitaba Europa. Durante años convenció a mucha gente en Gran Bretaña, pero posteriormente se descubrió que era un impostor. Psalmanazar apareció en el norte de Europa hacia el año 1700. Pese a su apariencia europea, dijo provenir de la lejana isla de Formosa. En realidad, había nacido en el sur de Francia, quizás en el Languedoc o la Provenza, en una familia católica, entre 1679 y 1684. Fue educado en una escuela franciscana y luego en otra jesuita, donde destacó sobre todo por su facilidad para los idiomas. Pronto comenzó a viajar por Europa, afirmando que era un irlandés de camino a Roma, aunque su continuo encuentro con auténticos irlandeses o con personas que conocían Irlanda le hizo pasar algún que otro mal rato. Así que decidió que necesitaba inventarse un origen mucho más exótico que nadie le discutiese. Con su nuevo disfraz y manteniendo un comportamiento muy extravagante, deambuló por Centroeuropa, ganándose en ocasiones la vida como mercenario. En su afán de perfeccionar su disfraz, pasó a decir que provenía de Formosa y a acentuar sus costumbres a cual más extravagante. Tras trabar amistades inglesas y ser bautizado en la fe cristiana, se instaló en Londres, donde ganó pronta fama. Pero, poco a poco, su personaje fue degenerando, a medida que caía en las redes de las drogas y la codicia. Psalmanazar publicó con gran éxito el libro Una histórica descripción de la isla de Formosa, donde reveló una cantidad de hábitos extraños (por supuesto, inventados) propios de esta isla sujeta al emperador de Japón. Según él, Formosa era un país prospero con una capital, Xternetsa esplendorosa. En ella, los hombres andaban desnudos, cubriendo sus partes pudendas sólo con plata y oro. Eran polígamos y el marido tenía el derecho de comerse a las esposas que cometieran infidelidad. Esposas infieles aparte, su alimento principal era serpiente, que cazaban con ramas de árbol. Ejecutaban asesinatos colgando a las personas cabeza abajo y disparándoles flechas. Anualmente sacrificaban los corazones de dieciocho mil jóvenes a los dioses y los sacerdotes se comían los cuerpos. Usaban caballos y camellos como transporte publico… Pero, finalmente, Psalmanazar se cansó del engaño y en 1706 confesó, primero a sus amigos y después públicamente. A partir de entonces, mantuvo una vida más o menos normal, desempeñando varios oficios e, incluso, escribiendo artículos que deshacían indirectamente los bulos por él mismo propalados. Empleó sus últimos años en su autobiografía, que se publicó póstumamente bajo el título Memorias de ** **, comúnmente conocido bajo el nombre de George Psalmanazar, un famoso nativo de Formosa, en el que, aunque mantuvo ciertas zonas oscuras, relataba sinceramente buena parte de sus imposturas.
El conde Alessandro di Cagliostro (1743-1795), médico, alquimista, ocultista, rosacruz y masón, recorrió las cortes europeas del siglo XVIII (Roma, Londres, Madrid, San Petersburgo, París o Ámsterdam) seduciendo, fascinando, haciendo discípulos y enriqueciéndose. Tan sincero en su amor por el dinero como en sus investigaciones esotéricas, el extraño conde sigue siendo un personaje inasible.
En Palermo, bajo el duro sol de Sicilia, nació en 1743 Giuseppe Balsamo, hijo de un empleado de tienda. Desde su tierna infancia, el pequeño Giuseppe era inquieto e indisciplinado. Admitido en el seminario a los doce años, se hizo expulsar tras una serie de pequeños hurtos. Su padre lo colocó entonces como aprendiz con el boticario de un convento. Apasionado repentinamente por la química y la farmacia, por primera vez es un alumno atento. Sin embargo, también es expulsado a los pocos meses a causa de una broma poco apreciada por los monjes: rezar sus oraciones reemplazando los nombres de las santas por los de famosas prostitutas. En Palermo y luego en Nápoles, Giuseppe se gana la vida como pintor para turistas, falsificador de cuadros, fabricante de documentos de identidad, proxeneta… Aprende el arte de la prestidigitación y enriquece sus trucos de magia utilizando productos químicos. Convertido en mago, vive explotando la credulidad del público. Una de sus presentaciones termina mal cuando un cliente, al ver que ha sido estafado, quiere recuperar su apuesta de sesenta onzas de oro. Balsamo debe huir de Nápoles.
En Roma retorna a sus actividades habituales: falsificación de cuadros, colectas a favor de órdenes religiosas imaginarias y charlatanerías de todo tipo. En 1768 conoce a una mujer muy bella, Lorenza Feliciani, con la que contrae matrimonio. Hija de un pequeño artesano, inteligente y ambiciosa, empuja a Cagliostro para que no se contente con sus pequeños timos y lo bautiza con el nombre de conde de Cagliostro, mientras ella se transforma en Serafina. Invierten en bellos ropajes y parten a hacer fortuna en España, donde nadie los conoce. Su plan es muy simple: Lorenza-Serafina, irresistiblemente bella, se deslizará en el lecho de los poderosos, mientras que Balsamo-Cagliostro establecerá en los salones una reputación de buen mago. Esta perspectiva no molesta a Cagliostro, quien ya ha oficiado de proxeneta en Nápoles. El plan tiene completo éxito, ya que Serafina seduce enseguida al virrey. Cagliostro, introducido por ella en la alta sociedad, embauca a los ingenuos. Los dos timadores viajan luego a Inglaterra, donde Serafina alivia a un viejo lord de una parte de su fortuna, mientras su marido hace evaporarse «torpemente» un collar de diamantes en una experiencia satánica que «fracasa». En Francia, ella entibia el lecho del cardenal de Rohan. Muy pronto, París no habla más que de la «divina Serafina» y del maravilloso mago que la acompaña. De capital en capital, Cagliostro se da cuenta de que sus jugadas se vuelven peligrosas y de que puede ser fácilmente desenmascarado. Entonces, modifica su campo de actividades y se familiariza con la alquimia y el esoterismo. Se autoproclama gran copto de Asia y de Europa y comienza a contar que es el hijo desposeído de un rey de Trebisonda, recogido en su infancia por el califa de La Meca, quien lo inició en los secretos de Persia, el Islam e India. Habría perfeccionado posteriormente su educación con los derviches y luego en una secta egipcia, antes de ser instruido en alquimia en Damasco y en los laboratorios secretos de los caballeros de Malta. Hacia 1770, la masonería experimenta un impulso formidable y Cagliostro, iniciado en una logia tradicional, decide crear su propia secta, la masonería egipcia, de rígida estructura jerárquica. Su éxito es fulminante y el negocio le produce grandes ganancias. Pero, también, sin duda por primera vez en toda su existencia, parece apasionarse realmente por sus investigaciones.
En 1786, Cagliostro está en la cima de su gloria. Paralelamente a la masonería egipcia, no ha podido evitar regresar a sus actividades como mago y manifiesta su habitual atracción por las piedras preciosas. De modo que, cuando estalla el Asunto del Collar que compromete a la reina María Antonieta, es acusado de haber robado la joya. Detenido, es llevado a La Bastilla el 22 de agosto. Diez días después, se disipan todas las sospechas, pero, sin embargo, permanece durante casi un año en prisión, lo que le permite aparecer, a los ojos de los liberales, como un símbolo de la arbitrariedad real. Cuando por fin sale y mientras los parisinos lo festejan, recibe un duro golpe: un decreto de expulsión en su contra. Debe abandonar Francia en el plazo de dos semanas. Regresa a Roma, donde Serafina lo traiciona definitivamente al denunciarlo ante el Santo Oficio de mantener relaciones con Satanás. Cagliostro es nuevamente arrojado a prisión, donde muere, demente, en 1795.
Su logro más morboso sería su singular sistema para alcanzar la inmortalidad. Luego de observar que las larvas se convertían en mariposas al encerrarse en un capullo y que los fetos se producían dentro del «capullo maternal», como se denominaba en la época, pensó que podía convencer a la gente de que esta era la clave de la regeneración natural. Su sistema se basaba en encerrar a la persona en una bolsa hecha con sábanas colgadas del techo, con el fin de que esta permaneciera «regenerándose» un par meses dentro del capullo. Durante su estado de larva, la persona debía alimentarse sólo de caldo de pollo y vivir entre sus excrementos, que caían por un oportuno orificio ubicado en la tela. En teoría, el «tratamiento» en un principio provocaba la pérdida del cabello y los dientes, los cuales luego renacían bellos y jóvenes al igual que una mariposa. Por supuesto que eran puras patrañas, ya que el pelo y los dientes se perdían a causa del escorbuto y las infecciones para nunca más recuperarse. Increíblemente un número desconocido de voluntarios se ofrecieron a probar el «tratamiento»; los desafortunados que lograron sobrevivir terminaron en un estado patético.
En 1900, debutó en Madrid con gran éxito la torera María Salomé Rodríguez Tripiana, más conocida como «La Reverte». A lo largo de siete años, sus triunfos fueron repitiéndose por toda España, hasta que, en 1908, el Gobierno estimó que era indecente que las mujeres toreasen. Ante el peligro cierto de que prohibiesen sus actuaciones, La Reverte descubrió públicamente su verdadera condición de hombre travestido, quitándose peluca y pechos falsos, y reconociendo que en realidad se llamaba Agustín Rodríguez. Con ello, intentaba continuar su triunfal carrera, pensando que lo importante era su condición torera y no su sexo. Sin embargo, el escándalo del fraude volvió al público en su contra, cerrándosele todas las puertas. Agustín Rodríguez hubo de cortarse la coleta y murió años después en Mallorca, amargado, sin haberse recuperado nunca del escándalo.
El conde de Saint Germain (1696?-1784) fue un enigmático personaje, descrito cómo cortesano, aventurero, inventor, alquimista, pianista, violinista y compositor aficionado, conocido por ser una figura recurrente en varias historias de temática ocultista. Algunas fuentes citan que, en realidad, el famoso sobrenombre francés proviene del latín Sanctus Germanus («Santo Hermano») y, aunque no se sabe ni cuándo ni dónde nació, lo más probable es que fuera el 26 de mayo de 1696 en un castillo de los montes Cárpatos, hijo del último rey transilvano Ferenz II Rakoczy y su primera esposa Teleky.
Lo cierto es que se desconocía su nacionalidad, el origen de su fortuna y si tenía esposa e hijos. Era un hombre muy educado, elegante y noble, que hablaba a la perfección francés, inglés, italiano, chino, árabe y sánscrito. También tenía vastos conocimientos de política, artes, ciencias, poesía, medicina, química, música y pintura. Se cuenta, además, que era ambidextro. No permanecía mucho tiempo en un lugar y viajaba constantemente por toda Europa y, cuando se cansaba de ello, iba al Tíbet, África o Turquía. Las primeras menciones históricas sobre Saint Germain se remontan a 1740, cuando se convirtió en un asistente habitual de los eventos más selectos de Viena. El conde, que entonces tendría unos treinta o cuarenta años, vestía de modo austero, pero llevaba siempre encima una cuantiosa cantidad de diamantes, que utilizaba en vez de dinero. Estando en Austria, parece que Saint Germain fue capaz de sanar contra todo pronóstico al mariscal francés Belle Isle, que había sido herido de gravedad en Alemania. En agradecimiento, el militar se lo llevó a París, donde puso a su disposición un laboratorio muy bien equipado. Fue precisamente en esta ciudad donde empezó a forjarse su leyenda. No obstante, según otras versiones, el conde de Saint Germain apareció en Francia en 1758 procedente de Holanda, Inglaterra y Alemania, países que había estado visitando en misión política. A raíz de alguna anécdota con alguna anciana, comenzó a correr el bulo de que el conde tenía más de cien años, aunque sólo aparentaba unos cuarenta.
El «inmortal» conde de Saint Germain se convirtió de esta forma en toda una leyenda urbana de la época y empezaron a correr todo tipo de rumores sobre él; entre ellos, que había estado presente incluso en las fiestas de las bodas de Caná. Para muchos su aspecto era de permanente y radiante juventud. A finales de 1745 pudo haber sido arrestado en Londres, acusado de apoyar la causa de los Estuardo. Eso parece desprenderse de una carta oficial en la que se relata el arresto de «un hombre extraño que se hace llamar conde de Saint Germain; no dice a nadie quién es ni de dónde viene. Admite que este no es su verdadero nombre. Canta y toca el violín magníficamente; está loco». Tras ser sorprendentemente liberado, volvió a Versalles donde se convirtió en uno de los personajes más próximos a Luis XV y Madame Pompadour, con la que se le llegó a relacionar íntimamente. Estas amistades nada más llegar a Francia provocaron la envidia de los cortesanos y de una parte de la aristocracia, siendo perseguido por detractores como Casanova, el duque de Choiseul y el señor D’Affy. Por esto fue conocido en varias épocas y en distintos lugares pero con el mismo aspecto como marqués de Montferrat, marqués de Aymar, conde de Belmar, de Soltikov, de Wendome, de Monte Cristo y de Saint Germain, caballero de Schoening, monsieur Surmont, Zanonni y príncipe Rakoczy.
En 1760, el rey de Francia le envió a La Haya como representante personal para negociar un préstamo con Austria que ayudara a financiar la guerra contra Inglaterra. Allí, sin embargo, no sólo se enfrentó con su antiguo amigo Casanova, sino que fue acusado por el duque de Choiseul, ministro de Asuntos Exteriores del rey Luis, de conspiración contra Francia, lo que precipitó su huida. Según parece, en Holanda, bajo el nombre de conde de Surmont, amasó una gran fortuna vendiendo ungüentos, pócimas y preparados para combatir cualquier mal, incluso la muerte. Además de tratar el «ennoblecimiento de los metales». Pero aunque las acusaciones de timador y conspirador le perseguirían allá donde fuera (se rumoreó incluso que precipitó las cosas para que el Ejército ruso colocara en el trono a Catalina la Grande), su natural disposición para la diplomacia le granjeó numerosos aliados en toda Europa. Se desenvolvía en altos círculos sociales.
Reaparecería tiempo después en Tournai, Bélgica, adoptando la identidad de marqués de Montferrat. En 1768 se le situó en Rusia, en una conferencia junto a Catalina la Grande, donde fue nombrado consejero del conde Alexéi Orlov, jefe de las fuerzas imperiales rusas. Más tarde fue declarado oficial del Ejército ruso, haciéndose llamar general Welldone. En 1774 se le situó en Núremberg con Carlos Alejandro y con el margrave de Brandeburgo, también con la intención de instalar otro laboratorio, ya como príncipe Rakoczy, aunque también conocido como Saint Germain. De allí partió en 1776 para reaparecer en Leipzig ante el príncipe Federico Augusto de Brunswick como francmasón de cuarto grado. En 1779 se presentó en la que sería una de sus últimas residencias, Eckernförde, en Schleswig, Alemania. Documentos franceses dicen que murió el 27 de febrero de 1784 en el Castillo de Eckernförde, de su último mecenas, el príncipe Carlos de Hesse-Kassel, quien le erigió un monumento con la inscripción «Aquel que se hacía llamar conde de Saint Germain, y del que no hay otras informaciones, ha sido enterrado en esta iglesia». Pero en 1789 reapareció en Francia, donde conoció a la reina María Antonieta y, durante la Revolución de 1789, realizó una importante labor política de liberación, al igual que haría en Rusia durante el reinado de Pedro III y Catalina II.
Por otra parte, fue uno de los principales propulsores del movimiento de los rosacruces e incluso hay quien afirma que era el propio Christian Rosenkreuz, su legendario fundador. También se ha llegado a asegurar que fue el filósofo y científico inglés Francis Bacon y que participó en las investigaciones de genios como Leonardo da Vinci o Galileo Galilei. Cedió los mapas secretos a Colón que le facilitaron la navegación y el posterior descubrimiento de América. Inspiró a Adam Weishaupt en la creación de los Iluminados de Baviera y siguió de cerca sus movimientos al introducirse en la masonería. Saint Germain habría participado en la independencia de las colonias inglesas de Norteamérica, propiciando la fundación de los Estados Unidos.
William Brodie (1741-1788), más comúnmente conocido por su prestigioso título de Deacon Brodie (‘Diácono Brodie’), fue un fabricante de armarios equivalentes a nuestras cajas fuertes actuales, presidente de la Cámara de Comercio de Edimburgo y canciller de la ciudad, que además llevó una vida secreta como ladrón, tanto por lucro como por afán de aventura. Durante el día, Brodie era un respetable hombre de negocios, miembro del Consejo Municipal y director de la Corporación de Artesanos y Masones. Parte de su trabajo como fabricante de armarios consistía en instalar y reparar las cerraduras, así como otros mecanismos de seguridad, tanto en los propios armarios como en las puertas de las casas y negocios. Por la noche, sin embargo, Brodie se convertía en ladrón. Usaba su oficio diurno de cerrajero para obtener información acerca de los mecanismos de seguridad de sus clientes, y copiaba las llaves creando moldes de cera. Como principal artesano de la ciudad, trabajó en las casas de los miembros más ricos de la sociedad de Edimburgo. Utilizaba el dinero robado para mantener su doble vida, incluyendo cinco hijos, dos amantes que no sabían la una de la otra y el juego. Su carrera criminal comenzó oficialmente en 1768, cuando copió las llaves de un banco y robó ochocientas libras. En 1786 reclutó a una pequeña banda de ladrones, formada por Brown, Smith y Ainslie. El suceso que condujo a su detención tuvo lugar a finales de ese mismo 1786, cuando organizó una incursión armada en la oficina de impuestos de los juzgados de Chessel, en el Canongate. El plan de Brodie falló cuando Ainsle fue capturado y aceptó testificar para evitar la deportación, delatando al resto de la banda. Brodie escapó a Holanda con la intención de partir hacia Estados Unidos, pero fue detenido en Ámsterdam y embarcado de vuelta a Edimburgo, para ser juzgado. El juicio comenzó el 27 de agosto de 1788. Al principio no había pruebas que lo inculparan, hasta que el material del delito apareció en su casa: copias de llaves, un disfraz y pistolas. El jurado declaró a Brodie y a su secuaz George Smith, de profesión tendero, culpables. Brodie y Smith fueron colgados el 1 de octubre de 1788 en el Tolbooth, una horca que el propio Brodie había diseñado y fabricado el año anterior. Según la leyenda, Brodie llevaba un collar de acero y un tubo de plata en la garganta para evitar que el ahorcamiento fuera fatal. Se dice que sobornó al verdugo para que lo diera por muerto y planeó todo para que su cuerpo fuera retirado rápidamente, con la esperanza de poder ser revivido más tarde. Si fue así, el plan falló. Brodie fue enterrado en la iglesia parroquial de Buccleuch. No obstante, los rumores de que Brodie había sido visto en Londres dieron mayor publicidad a la leyenda de su supuesta evasión. Al parecer, la dicotomía entre la fachada que Brodie ofrecía al mundo y su verdadera naturaleza inspiraron al escritor Robert Louis Stevenson (1850-1894) su relato El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886).
Nacida en la localidad sueca de Finnerödja, Brita Nilsdotter (1756-1825) contrajo matrimonio en 1785 con Anders Petter Hagber, un soldado de la guardia real. Poco después del matrimonio, él partió a la guerra ruso-sueca (1788-1790). Brita, al no tener noticias de su marido, se travistió de hombre y, adoptando el nombre de Petter Hagber, partió hacia el frente en su busca. En calidad de marine, participó en las batallas de Svensksund y de la bahía de Vyborg, realizando su trabajo como un soldado más. Más tarde, al resultar herida en la batalla de Björkö Sund, y cuando le curaban las heridas, se reveló la verdad acerca de su género. Fue licenciada del Ejército con honor (y con una pensión) y condecorada con la medalla al valor. Al final de su vida, tuvo un funeral militar.
Albert Cashier nació como Jennie Irene Hodgers en 1843. En 1862, disfrazado de hombre, se alistó en el 95.° Regimiento de Infantería de Illinois, con el que libró más de cuarenta batallas bajo las órdenes del célebre Ulysses S. Grant. Fue apresado en una ocasión, pero consiguió liberarse. En 1865, tras la guerra, continuó viviendo como hombre, trabajando como conserje en una iglesia y en un cementerio, y como farolero. Votó como hombre y reclamó una pensión como veterano de guerra. En 1910, fue atropellado por un coche y se fracturó una pierna, momento en el que el médico que le atendió descubrió su secreto, pero accedió a guardar silencio. Un año después se trasladó a un hogar de ancianos, con la mente un tanto deteriorada por la edad, y los asistentes descubrieron su verdadero sexo durante un baño por lo que fue obligada a vestir como mujer hasta su muerte, en 1915, aunque fue enterrada con atuendo militar y en la lápida se inscribieron sus dos nombres.
La primera mujer en circunnavegar la Tierra, Jeanne Baré (o Baret), lo hizo doscientos cuarenta y siete años después del primer hombre (Sebastián Elcano en 1522), en calidad de ayuda de cámara (y de secreta amante) del botánico de la expedición de Louis Antoine de Bougainville, Philibert Commerson. Y lo logró porque estaba disfrazada de hombre, cosa que sólo descubrieron intuitivamente los nativos de Tahití, nada más desembarcar, para sorpresa de todos sus compañeros (menos de Commerson, claro) tras más de un año de viaje.
Stefan Mali («Esteban el Pequeño») fue un impostor que se hizo pasar por el zar Pedro III de Rusia, asesinado en 1762. Cinco años después de su muerte, apareció este personaje en Bocche di Cattaro, Montenegro. Como todos los aventureros, Stefan contaba con buenos recursos personales. Había ejercido la medicina, pero era un oportunista que sabía moverse como pez en el agua en muy variadas circunstancias. Cesare Augusto Levi afirma que «era de buena presencia, bien proporcionado y de nobles ademanes. Era tan elocuente que con simples palabras ejercía un enorme poder no sólo sobre el populacho, sino también sobre las clases más altas… Desde luego debe de haber conocido al verdadero Pedro III, pues imitaba su voz y sus gestos». En aquel tiempo Montenegro estaba gobernado por el vladika Sava, quien, tras haber pasado veinte años dedicado a la vida monástica, resultaba incapaz de gobernar una nación turbulenta siempre hostigada por los turcos. El pueblo exigía un gobernante fuerte y, como estaban descontentos con el que tenían, el reconocimiento de Stefan resultaba de gran importancia. Él les contó una historia maravillosa sobre sus aventuras desde el momento en que se suponía que lo habían matado y, como manifestó su intención de no regresar nunca a Rusia, los montenegrinos estaban encantados de contar con él como nuevo aliado en su lucha por el mantenimiento de la independencia. Tan fuerte era su capacidad de convicción que el patriarca serbio le envió un espléndido caballo como regalo. El vladika accedió a regresar a su retiro espiritual y permitió a Stefan que gobernara en su lugar.
Y lo cierto es que el falso zar gobernó bien. Se dedicó infatigablemente al castigo de los malhechores y pronto en su reino se hizo ejecutar a los acusados de robo. Estableció tribunales de justicia y trató de mejorar la comunicación en su pequeño reino. Mientras tanto, las potencias extranjeras, creyeran o no en su autenticidad, habían decidido mirar para otro lado, y así pensaban continuar mientras bajo su dirección Montenegro no se convirtiera en un peligro para cualquiera de ellas. Rusia había sido la primera potencia en reconocer la existencia del pequeño Estado de Montenegro. A comienzos del siglo XVIII, Pedro el Grande, al percatarse de que los montenegrinos podrían serle útiles contra los turcos, les ofreció su protección. Pero resulta que el impostor realizaba su labor con tal éxito que comenzaron a temer que tratara de extender su dominio hacia las zonas fronterizas. Venecia, que por entonces ocupaba Dalmacia, se alarmó, y Turquía comenzaba a considerar al nuevo gobernante como un agente de Rusia. A la vista de estas nuevas circunstancias, decidieron declararle la guerra. En ese momento, Stefan dio muestras de debilidad, no atreviéndose a enfrentarse al ejército turco que atacó Montenegro. El Gobierno ruso comenzó a darse cuenta de la trascendencia de la situación, y la zarina Catalina envió una carta denunciándolo como impostor. Él admitió la acusación y fue encarcelado. Pero la situación bélica requería un hombre fuerte al frente de los asuntos y la solución estuvo finalmente en manos del príncipe Dolgourouki, representante de Catalina, que, considerando que toda situación excepcional requiere un remedio excepcional, no vio otra salida que reconocer al falso zar como regente. Así pues, Stefan fue restaurado en el poder y gobernó Montenegro hasta 1774, cuando ya se había quedado ciego y se retiró a un monasterio. Allí fue asesinado por su sirviente griego Casamugna, se dijo que por orden del pachá de Scutari, Kara Mahmound. De ese modo, murió igual que el hombre cuya identidad había usurpado.
Gregor MacGregor (1786-1845) fue un soldado escocés, aventurero y colonizador que luchó por la independencia de Sudamérica. También fue uno de los más famosos impostores de todos los tiempos que, a su regreso a Inglaterra en 1820, afirmó ser cacique de Poyais, un hipotético país centroamericano inventado por él mismo. MacGregor se ganó la confianza de inversores y de ansiosos colonos ávidos de ganar libras fácilmente. Para ello creó una completa guía que detallaba la geografía y los abundantes recursos naturales de su isla (ficticia), situada en la costa de Honduras. El impostor no se detuvo ante nada. En septiembre de 1822, en el momento en que el primer grupo de inversores (doscientos cincuenta) partía hacia la isla inventada en la que lo único que encontrarían sería agua de mar, MacGregor tenía casi cerrado el siguiente grupo de colonos, esta vez franceses, a la vez que firmaba un crédito de doscientas mil libras esterlinas con un banco londinense para relanzar la economía de Poyais. Sin ningún tipo de remordimiento ante la muerte de los primeros doscientos colonos, MacGregor siguió con su mentira, redactando una constitución por la que se nombraba a sí mismo jefe de la República de Poyais. Incluso, después de su juicio y condena por fraude, este timador continuó con la venta de tierras inexistentes a la nobleza europea. En 1839, una vez agotada su riqueza, pidió la nacionalidad venezolana, la recuperación de su rango de general y la pensión inmediata. El Gobierno venezolano aprobó sus peticiones y MacGregor partió a Caracas. Allí escribió un folleto autobiográfico y se dedicó al cultivo del gusano de seda. Finalmente murió en esa ciudad el 3 de diciembre de 1845, sin haber sido castigado por sus negocios falsos.
Anna Anderson (¿1896?-1984) fue la más conocida de varias impostoras que afirmaron ser la gran duquesa Anastasia de Rusia. La verdadera Anastasia, la más joven de las hijas de Nicolás II, último zar de la Rusia imperial, y su esposa Alejandra, fue asesinada junto a su familia por los bolcheviques el 17 de julio de 1918, en Ekaterimburgo, pero la localización de su cuerpo se desconocía hasta hace poco. Anderson había sido internada en un hospital psiquiátrico en 1920, después de que intentara suicidarse en Berlín. Al principio fue registrada con el nombre Fräulein Unbekannt (‘señorita desconocida’) debido a que rechazó revelar su identidad. Más tarde usaría el apellido Tschaikovsky y luego el de Anderson. En marzo de 1922, las declaraciones de que era una gran duquesa rusa atrajeron por primera vez la atención pública. La mayor parte de los miembros de la familia de Anastasia y los que la conocían, incluyendo al tutor de la corte Pierre Gilliard, dijeron que era una impostora, pero otros estaban convencidos que era Anastasia. En 1927, una investigación privada financiada por el hermano de la zarina, Ernesto Luis de Hesse-Darmstadt, gran duque de Hesse, la identificó como Franziska Schanzkowska, una obrera polaca con un historial de enfermedades mentales. Tras un pleito legal que se prolongó varias décadas, los tribunales alemanes resolvieron que Anderson no había logrado demostrar que era Anastasia. Sin embargo, su reclamación alcanzó «notoriedad» debido a la amplia cobertura que recibió de los medios de comunicación. Entre 1922 y 1968, vivió en Estados Unidos y Alemania con varios de sus partidarios, además de ingresar ocasionalmente en sanatorios y asilos de ancianos. Emigró a los Estados Unidos en 1968 y poco antes del vencimiento de su visado se casó con Jack Manahan, profesor de historia de Virginia. Tras su muerte en 1984, el cuerpo de Anderson fue incinerado y sus cenizas fueron enterradas en el cementerio del castillo de Seeon, Alemania.
Tras la caída del comunismo, la ubicación de los cuerpos del zar, la zarina y sus cinco hijos fue descubierta y varios laboratorios de diferentes países confirmaron su identidad por pruebas de ADN. Las pruebas realizadas en un mechón y en muestras médicas de sus tejidos, demostraron que el ADN de Anderson no correspondía con los restos de los Románov o de sus parientes vivos. En cambio, su ADN mitocondrial coincidió con el de Karl Maucher, un sobrino nieto de Schanzkowska. Científicos, historiadores y las principales agencias de noticias aceptaron que Anna Anderson era realmente Franziska Schanzkowska. En 2009, los expertos pudieron confirmar, finalmente, que todos los restos habían sido encontrados y que ningún miembro de la familia real escapó a la ejecución de 1918.
El pianista y saxofonista de jazz Billy Tipton (1914-1989) nació como Dorothy Lucille Tipton. En 1933 comenzó su carrera musical en pequeños locales de Oklahoma y no tardó en comprobar que la música de jazz era un campo masculino. Así que comenzó a usar el nombre de su padre, Billy, y en 1940 ya vivía como un hombre por completo. Grabó una serie de discos que se hicieron bastante populares y mantuvo relaciones con otras mujeres en las que consiguió ocultar su sexo. Se casó tres veces y tuvo tres hijos adoptivos, pero nunca tuvo sexo con sus esposas porque decía que tenía una «vieja herida de guerra» que lo había deshabilitado para poder hacerlo. Hasta el momento de su muerte, ni ellas ni sus hijos adoptivos se dieron cuenta de que, en realidad, era mujer haciéndose pasar por hombre.
Uno de los espías más prolíficos del mundo fue un hombre de sólo cincuenta y ocho centímetros de estatura apellidado Richebourg (1768-1858), que pasó sus primeros años trabajando como sirviente para una familia en Orleans; sin embargo, a los veintiún años sería reclutado por una de las facciones de la Revolución francesa con el fin de convertirlo en un pasante de información al exterior. El método utilizado era muy peculiar: Richebourg memorizaba el mensaje y acto seguido era rasurado y vestido como un bebé, siendo cuidadosamente cubierto con una manta. Una vez disfrazado, una anciana lo hacía pasar por la frontera bajo la inocente imagen de una criada paseando al hijo de sus empleadores. Con el tiempo la táctica fue variando y Richebourg a veces era dejado con su carrito al lado de oficiales del Gobierno o guardias, bajo la excusa y solicitud de la anciana de cuidarlo unos momentos mientras se iba a hacer un mandado. En ese lapso, el diminuto espía trataría de captar algo de información de interés entre las charlas de los oficiales. Richebourg murió en París en 1858, a los noventa años.
James Barry (1795-1865) era una mujer norirlandesa, de probable nombre real Miranda Stuart o Margaret Ann Bulkley, cuyo origen se desconoce y de la que sólo se sabe a partir de 1809, cuando ingresa en la Universidad de Edimburgo vestida de varón para estudiar Medicina muchos años antes de que en Inglaterra las universidades aceptaran mujeres. Tras graduarse, el «doctor» James Barry se alistó en el Ejército británico, que le asignó un trabajo en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde atendió a una mujer de parto, practicando la primera cesárea fuera de suelo inglés. Otro de los avances realizados por Barry fue proponer un nuevo sistema de agua para la ciudad con objeto de acabar con las enfermedades provocadas por el agua contaminada de Ciudad del Cabo. El celo médico de Barry le costó muchas enemistades entre las autoridades sanitarias locales cuando denunció la forma inhumana en que eran tratados los enfermos mentales y los leprosos, así como las mujeres enfermas. Este hecho hizo que lo trasladaran continuamente a otras colonias inglesas (India, Malta, Canadá, Isla Mauricio, Mauritania, Trinidad y Tobago, Santa Helena, Jamaica, Corfú, Crimea y Congo), a medida que sus «escándalos» aconsejaban su traslado. Pero el más grande de los escándalos se dio a su muerte el 25 de julio de 1865, cuando, al ser preparado para enterrarle, se descubrió que era una mujer.
En septiembre de 1812, el policía francés François Eugene Vidocq (1775-1857) se encontraba trabajando de incógnito en una misión cuando un grupo de criminales le contrató para matarse a sí mismo. Por entonces, Vidocq tenía un curioso pasado como ladrón, estafador, contrabandista, pendenciero y desertor. Comenzó su «carrera» a la tierna edad de catorce años, cuando huyó de casa de su padre, panadero, tras robarle dos mil francos. Planeaba navegar a América pero perdió todo el dinero y tuvo que unirse al Regimiento de Bourbon al año siguiente. Soldado poco ejemplar, afirmó después que había luchado en quince duelos. Durante la guerra con Austria, accedió al cuerpo de granaderos, infantería de élite en ese momento. En 1792, Vidocq agredió a su oficial superior cuando este rehusó participar en un duelo con él. Golpear a un oficial superior suponía la pena capital, por lo que Vidocq desertó y regresó a Arras, en plena Revolución francesa. Condenado a la guillotina, tras ser ayudado por su familia, logró huir hacia Bélgica, donde comenzó su carrera en el hampa. Convertido ya en un delincuente habitual (de cierto éxito), se fue a París, donde se convirtió en todo un personaje de los bajos fondos y comenzó a hacerse famoso, incluso, entre el público en general, debido a sus múltiples encarcelamientos, de los que siempre conseguía escapar. El pueblo se divertía haciendo apuestas sobre lo que tardaría Vidocq en escaparse de sus cautiverios.
También fue contrabandista. Cuando se rindió para limpiar su nombre, fue arrestado y condenado a ocho años de trabajos forzados. Fue trasladado a una galera, pero escapó otra vez usando un disfraz. En 1798 marchó a los Países Bajos y trabajó en un buque con patente de corso, atacando naves inglesas. En Ostende, fue arrestado otra vez y enviado a Tolón. Logró escapar con ayuda de otro criminal y volvió a Arras donde se mantuvo oculto hasta 1800. En 1801 se convirtió en el amante de la hija de un conde, haciéndose pasar por austriaco. Con ella se trasladó a Ruan, donde estuvo dos años, hasta que las autoridades lo encontraron otra vez. Tuvo que escapar a Boulogne, donde se unió a una tripulación de corsarios y volvió a atacar buques ingleses. Pero un compañero informó a las autoridades en Boulogne y Vidocq fue nuevamente arrestado y trasladado a una prisión en Douai. Allí, el procurador general Ransom convenció a Vidocq para que apelara y solicitase un nuevo juicio. Vidocq estuvo esperando cinco meses, tiempo tras el cual volvió a huir. Vidocq trató de vivir como un comerciante en Faubourg Saint-Denis pero un año después fue nuevamente a prisión. Había intentado trabajar como maestro, pero un trato inadecuado con sus alumnas más adultas provocaría su expulsión del pueblo. En mayo de 1809, con la promesa de amnistía, Vidocq ofreció sus servicios a la policía de París como infiltrado. El inspector Henry le retó a que escapara de la guardia y volviera para probar su sinceridad, como así hizo. Vidocq empezó a trabajar como informador en la cárcel. Después de doce meses, la policía arregló su escape para que pudiera trabajar como informador en la calle. Cada vez que sus compinches comenzaban a sospechar, él cambiaba de identidad y se disfrazaba. Y una vez, como decíamos, fue reclutado para matarse a sí mismo.
Finalmente, Vidocq sugirió la formación de la unidad de policía llamada Brigade de Sûreté, que más tarde se convirtió en la Sûreté Nationale (Seguridad Nacional). Mandaba a una docena de detectives, de los que muchos habían sido antes criminales, como él. En 1817, obtuvo ochocientos once arrestos. Como su renta anual era de cinco mil francos, trabajaba también como investigador privado de forma gratuita. Algunos sectores de la policía no aprobaban sus métodos y empezaron a aflorar rivalidades y enfrentamientos. En 1832 fue forzado a dimitir tras la acusación de haber instigado un crimen, a través de un mediador, para obtener el mérito de resolverlo. Según el libro de Samuel Edwards The Vidocq Dossier, las normas de la policía prohibían emplear a ex convictos. Vidocq abrió entonces una imprenta en la que volvió a emplear a antiguos criminales. El primer libro que intentó publicar fue su autobiografía, cuyos dos primeros volúmenes (los únicos que él autorizó) fueron un gran éxito de ventas.
En 1833 fundó la primera agencia privada de detectives de la que se tiene constancia. Contratando a ex convictos, creó la Oficina de Inteligencia, que contó con la activa oposición de las fuerzas oficiales, que trataron de cerrarla en numerosas ocasiones. En 1842, la policía arrestó a Vidocq como sospechoso de detención ilegal, así como de haber robado los fondos de un caso de malversación que había resuelto. Fue condenado a cinco años de prisión y a una multa de tres mil francos. No obstante, apeló y consiguió ser absuelto.
En sus últimos años, Vidocq escribió varias novelas basándose en sus experiencias en el mundo del crimen. Algunos historiadores creen que su amigo, Honoré de Balzac, le ayudó. A Vidocq se le atribuyen multitud de avances en el campo de la investigación criminal, introduciendo los estudios de balística, el registro y creación de expedientes con las pesquisas de los casos, o la propia criminología. Fue el primero en utilizar moldes para recoger huellas de la escena del crimen. Sus técnicas antropométricas tendrían gran repercusión. Se piensa que Edgar Allan Poe se inspiró en él para crear al detective C. Auguste Dupin, en 1841. También sería la inspiración de Émile Gaboriau a la hora de crear el personaje del detective Monsieur Lecoq, un investigador caracterizado por su constante uso del método científico. Finalmente, también sería el referente de Jacques Collin, personaje recurrente en multitud de novelas de Balzac.
Cuando llamaron a filas en la guerra civil estadounidense al marido de Malinda Blalock (1842-1901), esta se negó a que marchara solo y no dudó en vestirse de hombre y alistarse con el nombre de Samuel Blalock, haciéndose pasar por el hermano mayor de su propio marido. Llegó a convertirse incluso en mejor soldado que su marido y su identidad nunca fue revelada. Sus papeles de registro son unos de los pocos que se conservan de mujeres soldado en la guerra civil. Con el tiempo, la pareja desertó del Ejército.
David Hampton (1964-2003) era un falsificador de obras de arte afroamericano que adquirió popularidad en la década de los ochenta. Como en principio no podía entrar en la lujosa discoteca neoyorquina Studio 54, explicó que era el hijo de Sidney Poitier y enseguida lo dejaron entrar como si fuera un famoso. Así que comenzó a usar la identidad de David Poitier para comer gratis en restaurantes, después convencía a mucha gente para dejarlo vivir con ellos en sus casas o prestarle dinero, como ocurrió con Melanie Griffith, Gary Sinise o Calvin Klein. Les dijo a algunos que era amigo de sus hijos, a otros que había perdido su avión y su equipaje se quedó en él o que se le habían robado. En 1983 Hampton fue arrestado y juzgado por fraudes y fue condenado a pagar cuatro mil cuatrocientos noventa dólares a sus víctimas. Su historia sirvió de inspiración para la obra de teatro Seis grados de separación, posteriormente convertida en película. Murió de complicaciones por el SIDA en 2003.
Sarah Rosetta Wakeman nació en Nueva York en 1843 y luchó en la guerra civil con el nombre de Lyon Wakeman. Antes de la guerra ya descubrió que siendo hombre encontraba más trabajos y ganaba más dinero y con dieciocho años ya trabajaba como controlador de carbón en el puerto. Sus experiencias y peripecias se recogieron en el libro Un soldado poco frecuente: las cartas de Sarah Rosetta Wakeman.
El más salvaje, heterodoxo y a la vez pintoresco jurista del Salvaje Oeste fue el «juez» Phantly Roy Bean (1825-1903). Regente de un saloon en el remoto villorrio tejano de Langtry, Bean fue un juez de paz que dictaba veredictos desde una mezcla de juzgado-bar, situado en un páramo desolado del desierto de Chihuahua, donde vendía cerveza durante los recesos (que procuraba que fuesen bastantes). Un juez que se inventaba sobre la marcha la jurisprudencia y los propios códigos, que imponía multas caprichosamente y que generalmente se quedaba el dinero para sí. Este corpulento cantinero afrontaba sus decisiones judiciales entre partida y partida de póquer. De escasísima formación, legal y general, leía con gran dificultad, aunque, eso sí, con una voz muy grave, que imprimía cierta autoridad a sus dictámenes, por lo demás bastante arbitrarios y poco fundados, por no decir caprichosos y absurdos. Los que él juzgaba culpables no tenían derecho a apelar, porque, como declaraba con sinceridad el rótulo de la fachada de su tribunal-bar, Bean era literalmente «la Ley al oeste del Pecos», el río que corría a treinta kilómetros de su bastión jurídico.
Bean había nacido en el condado de Mason, Kentucky, alrededor de 1825, aunque algunos documentos sugieren que fue en 1823. A los quince años, como tantos otros de los grandes protagonistas del Oeste, se fue de casa buscando aventuras en la Frontera de la mano de sus dos hermanos mayores, Sam y Joshua. Con el primero viajó en ferrocarril por lo que más tarde sería Nuevo México, después cruzaron el río Grande y establecieron una oficina de correos en Chihuahua, México. Tras asesinar a un lugareño borracho que le amenazaba con un cuchillo, Roy marchó a California, donde permaneció con su otro hermano, Joshua, que llegaría a ser el alcalde de San Diego y que, por entonces, era propietario de un saloon, The Headquarters, donde Roy fue camarero. Se cuenta que durante su estancia en California mató a un funcionario mexicano en una disputa por una chica. En represalia, unos amigos del difunto le ahorcaron, pero, antes de morir, fue descolgado por una damisela disconforme con su muerte. A partir de entonces, debido a las secuelas del parcial ahorcamiento, Bean fue incapaz para siempre de girar la cabeza. Eso, al menos, contó él.
Lo único seguro es que el 24 de febrero de 1852 fue arrestado en California tras herir en un duelo a un hombre llamado Collins. Se fugó de la cárcel el 17 de abril y, al ser asesinado su hermano unos meses más tarde por un rival en un triángulo amoroso, Roy volvió a Nuevo México, esta vez a la localidad de Mesilla. En ella, su otro hermano, Sam, había sido nombrado sheriff y era dueño de otro saloon. Roy atendió el local durante varios años e incrementó sus ingresos mediante el contrabando de armas mexicanas destinadas al Ejército de la Unión durante la guerra de Secesión. Además dirigió una guerrilla, a la que llamó The Free Rovers (‘Los Trotamundos Libres’), dedicada a robar a los terratenientes para entregar sus botines, teóricamente, a la causa sudista.
El 28 de octubre de 1866, se estableció en San Antonio y se casó con una mujer mexicana, María Anastasia Virginia Chávez, con la que tuvo cinco hijos y a la que acabaría abandonando. Durante la década de 1870, Roy mantuvo a su familia vendiendo de puerta en puerta leña y leche aguada, además de desempeñar una multitud de oficios diversos y de emprender numerosos negocios, a cual más ruinoso. Sus dudosos métodos empresariales le llevaban de continuo a los juzgados, donde se iría impregnando de unas nociones jurídicas que le ayudarían mucho en el futuro.
En 1882, la línea de ferrocarril de Galveston-Harrisburg-San Antonio contrataba personal para sus obras de enlace entre San Antonio y El Paso. Abandonando su matrimonio y sus negocios siempre al borde de la ley, Roy marchó a Vinegaroon, una ciudad-dormitorio del trayecto, para trabajar una vez más de camarero sirviendo whisky a los obreros del ferrocarril. Cuando finalizaron las obras, Bean se instaló por las inmediaciones abriendo una cantina aislada en un árido chaparral. Por entonces, su edad y su aspecto barbado y digno, así como su hablar sentencioso, hicieron que la gente comenzara a recurrir espontáneamente a él para que mediara en cualquier pleito. El hecho de que el tribunal más cercano estuviera a más de cuatrocientos kilómetros hizo que la autoridad de Bean se fuera asentando paulatinamente, hasta el punto de que hasta los rangers le llevaban sus detenidos y aceptaban sus fallos, que normalmente lo eran en el pleno sentido de la palabra.
Las autoridades del condado, ansiosas de establecer algún tipo de defensa de las leyes locales, lo nombraron juez de paz del condado de Pecos. Roy se mudó a otra aldea situada más al norte, sobre un peñasco sobre el río Grande, llamada Langtry en honor de George Langtry, jefe de ferrocarril que había conseguido que las vías de la Southern Pacific llegaran hasta allí. Sucedía que el nombre también se correspondía con el de una bella actriz británica, Lillie Langtry, sobre la que Roy había leído y de la que había quedado prendado. Roy construyó un modesto saloon, que también le servía de vivienda y juzgado, al que llamó Jersey Lily (nombre artístico de la actriz). Colgó un cartel desvencijado de miss Langtry detrás de la barra y, en la fachada, dos letreros en los que se leía «Cerveza helada» y «La Ley al Oeste del Pecos». Allí, comenzó a despachar indistintamente licor y justicia, amenizando las veladas con mil y una historias inventadas, como la de que era él quien había puesto nombre a la ciudad en homenaje a la actriz. Posesionado de su papel de juez de paz, Bean se proveyó de un grueso cuaderno en el que empezó a redactar sus «leyes», alternándolas con anotaciones sobre sus partidas de póquer. Fue elegido por primera vez en 1884 y reelegido muchas veces; de hecho, afrontó elecciones a juez de paz cada dos años y ganó siempre, excepto en 1886 y 1896. En 1898, para asegurarse la elección, permaneció a la puerta del centro de votación con una escopeta cargada, haciendo un «sondeo informal» previo.
Administraba la justicia desde el porche del saloon. Se sentaba sobre un barril de cerveza y así hacía comparecer a las partes. Los juicios se abrían y se cerraban haciendo copiosas consumiciones en la barra del bar y su actitud hacia los procesados dependía mucho del gasto que ellos y sus acompañantes hicieran en su establecimiento. El escaso equipamiento de su «juzgado» consistía en un revólver, el referido libro de leyes y un oso vivo como mascota, probablemente inofensivo, pues, al parecer, al plantígrado también le encantaba la cerveza. Sus métodos para impartir justicia eran arbitrarios y cómicos e inspiraron muchas anécdotas e historias extravagantes. Se cuenta que una vez encontró muerto a un hombre que llevaba una pistola y cuarenta dólares en el bolsillo… y decidió requisarle el arma e imponerle al cadáver una multa de cuarenta dólares por llevar un arma oculta. Su saloon estaba situado cerca del ferrocarril, donde los trenes paraban diez minutos para repostar, tiempo que los viajeros aprovechaban para hacer lo mismo, atraídos por el cartel de «cerveza fría». Un día, apremiado por la marcha del tren, un viajero pagó su cerveza de treinta centavos con un billete de veinte dólares. Viendo que no le devolvían el cambio, se impacientó y tachó a Bean de ladrón. El tabernero se revistió rápidamente de su judicatura e igualó las cuentas imponiéndole al «insolente» una multa de 19,70 dólares por insultos a la autoridad. Este, como todo los demás importes de las multas que imponía, iba a parar a su bolsillo. Un día, un alto cargo que le visitó le pidió explicaciones por tal proceder y Bean le respondió: «Es que mi tribunal se autofinancia». También hubo de responder a un juez federal que le recordó que no estaba facultado para sancionar divorcios; Bean, sin perder la compostura, le respondió: «Bueno, yo los casé, así que me figuro que tengo el derecho de rectificar mis errores». Sabía tan poco de Derecho que siempre pensó que el habeas corpus era una blasfemia; una blasfemia, claro está, sancionable. Al celebrar ceremonias de boda, siempre terminaba diciendo «Y que Dios se apiade de vuestra alma». Uno de sus fallos más extravagantes ocurrió en septiembre de 1870, cuando un irlandés fue acusado de asesinar a un obrero chino. Los amigos del acusado amenazaron con destruir el Jersey Lily si lo declaraba culpable. Iniciada la sesión, Bean comenzó a pasar las páginas de su personal libro de leyes buscando y rebuscando un precedente legal aplicable al caso. Por fin, mientras se hacía con su rifle, proclamó: «Caballeros, la ley es muy explícita por lo que se refiere al asesinato de vuestros compañeros, pero aquí no se dice nada sobre el asesinato de un chino. Caso cerrado».
En 1896, ampliando sus actividades, Bean organizó un combate valedero por el campeonato mundial de boxeo entre Bob Fitzsimmons y Peter Maher, que se celebró en una isla del río Grande ya que el boxeo era ilegal en Texas. Las crónicas deportivas que siguieron difundieron la fama de Bean por todo Estados Unidos. Por lo que respecta a Lillie Langtry, su gran obsesión, el juez Bean nunca llegó a conocerla, aunque él afirmaba lo contrario. Nadie podía mencionar su nombre en su bar sin verse obligado, a punta de escopeta si era necesario, a pagar una ronda y brindar por ella. Bean escribió a la actriz en muchas ocasiones y, de hecho, recibió alguna respuesta. Incluso, aprovechando una tournée que la actriz inglesa realizaba por Estados Unidos, Bean se desplazó a la ciudad de San Antonio para asistir a una de sus actuaciones, vestido para la ocasión con sus mejores galas. Pero, acabada la función, no tuvo agallas para visitarla en su camerino. Por desgracia para él, miss Langtry no visitó la ciudad hasta diez meses después de la muerte del juez. Bean murió pacíficamente en su cama tras una borrachera el 16 de marzo de 1903. A veces la leyenda se confunde y le retrata como un justiciero sin piedad, aplicándole el calificativo de «el Juez de la Horca». Pero este título correspondió en realidad al juez (este sí formal) Isaac Parker, quien entre 1875 y 1896 sentenció a la horca a ciento sesenta personas (ciento cincuenta y seis hombres y cuatro mujeres). Roy Bean, aunque amenazó con ahorcar a cientos, no parece que llegara a ajusticiar a nadie. En realidad, él prefería multarlos.
Hijo de un carnicero, de débil carácter e inteligencia titubeante, Arthur Orton (1834-1898) conoció en su infancia la miseria de los barrios bajos de Londres y sintió la llamada de la mar, por lo que huyó de su hogar, se enroló en un barco cualquiera y «despertó» en el puerto de Valparaíso, donde desertó y se cambió el nombre por el de Tom Castro, con el que reapareció en 1861 en Australia con ese mismo nombre. En Sidney conoció a Bogle, un sirviente negro. En abril de 1854, Orton naufragó en aguas del Atlántico, cuando viajaba a bordo del vapor Mermaid procedente de Río de Janeiro y con rumbo a Liverpool. Entre los que perecieron estaba el militar inglés Roger Charles Tichborne. Pese a que finalmente se le dio por muerto, lady Tichborne, la madre de Roger, se negó a creer en la muerte de su hijo y publicó avisos en los diferentes periódicos de más circulación prometiendo una recompensa a quien le diese noticia del paradero de su hijo. Bogle leyó uno de esos avisos e ideó un plan. Este consistía en que Orton se hiciera pasar por el hijo de lady Tichborne. El 16 de enero de 1867, Roger Charles Tichborne anunció su llegada al hotel en que se iba a producir el ansiado reencuentro con su madre y, por supuesto, cuando esta llegó, lo reconoció (y, en eso, una madre no se equivoca nunca). La familia, reunida de nuevo, vivió feliz unos pocos años. Pero lady Tichborne murió en 1870 e inmediatamente sus parientes denunciaron a Arthur por impostor (aquel fofo imbécil no podía ser nunca Roger Charles, un petimetre inglés educado en los mejores colegios franceses, adujeron). El 27 de febrero de 1874, Arthur Orton fue condenado a catorce años de trabajos forzados. En la cárcel fue querido y, gracias a su buen comportamiento, le redujeron la condena a cuatro años. Cuando la cumplió, se dedicó a recorrer Inglaterra proclamando su inocencia hasta su muerte.
Durante muchos años, todo el mundo en California conoció como conductor de diligencias malhablado, jugador, eterno mascador de tabaco y tuerto a Charley Parkhurst (1812-1879). Sin embargo, cuando murió en diciembre de 1879, todos se llevaron la sorpresa de que no era, ni mucho menos, lo que ellos habían creído. Era una mujer. Nacida en New Hampshire como Charlotte Darkey Parkhurst, se crió en un orfanato del que se fugó vestida de chico. El disfraz funcionó tan bien que nunca más se lo quitó. Primero encontró trabajo en una caballeriza de Worchester, Massachusetts. Hacia 1849, se dejó convencer por unos amigos y se marchó a California, donde comenzó a trabajar como conductor de diligencias, ganándose una gran reputación como uno de los mejores de la Costa Oeste, a pesar de que, al poco de llegar, perdió un ojo a causa de una coz de un caballo. Durante las dos décadas siguientes, condujo diligencias para varias líneas, incluyendo la Wells Fargo en su trayecto entre Santa Cruz y San José. Siempre llevaba guantes, fuera invierno o verano, para ocultar la delatora pequeñez de sus manos, y pantalones amplios, para tapar su figura femenina. También llevó siempre un parche en el ojo inútil, lo que le daba un aspecto duro, muy apropiado para su profesión. En 1868, se registró para votar y ejerció su derecho, por lo que puede decirse que fue la primera mujer que votó en California, aunque fuera travestida. Al dejar la conducción, trabajó como aserrador, cowboy y criador de pollos, antes de retirarse a una vida tranquila en Watsonville, California. Tras morir de cáncer, el San Francisco Morning Call dijo de ella: «La más diestra y famosa de los conductores californianos. Fue un honor ocupar el asiento libre del pescante cuando la valerosa Charley Parkhurst llevaba las riendas».
El estadounidense de origen irlandés y autodidacta Francis Tumblety (c. 1833-1903) ganó una pequeña fortuna haciéndose pasar por curandero indio en Estados Unidos y Canadá. Su familia (sus padres y sus diez hermanos y hermanas) emigró a Rochester, Nueva York, al poco de nacer él. A los diecisiete años, comenzó a trabajar vendiendo libros, posiblemente pornográficos, a lo largo del canal Erie, entre Rochester y Buffalo. Ese mismo año se fue de casa y no volvió en diez años. Se inició en la medicina probablemente en Detroit y afirmó ser un «gran médico», aunque comúnmente fuera visto como un mero charlatán. Vendía medicinas patentadas por él mismo, tales como las píldoras de raíz india del Dr. Morse, y se empezó a ganar una reputación por su excéntrica ropa, que con frecuencia era de carácter militar. Tras la muerte de uno de sus pacientes en Boston, se vio obligado a escapar de la justicia. En 1865, fue detenido por complicidad en el asesinato de Abraham Lincoln, pero fue liberado sin cargos después de pasar tres semanas en la cárcel. Tumblety parecía complacido con el rechazo de todas las mujeres, pero se reservaba un odio especial hacia las prostitutas, culpando de su misoginia a un matrimonio fracasado con una de ellas. En cierta ocasión, viviendo en Washington, mostró a sus invitados una colección de órganos reproductores femeninos guardados en frascos de formol, y se enorgulleció de que procedieran de «todo tipo de mujeres».
Tumblety visitó Inglaterra en muchas ocasiones. Durante uno de esos viajes conoció al escritor victoriano Hall Caine, con el que se sugirió que mantuvo una relación amorosa. Los autores Stewart Evans y Paul Gainey dejaron caer en su libro Jack el Destripador: el primer asesino en serie americano que Tumblety vivía en Whitechapel, Londres, coincidiendo con los infames asesinatos ocurridos en este mismo barrio en 1888 atribuidos a Jack el Destripador, por lo que no se le podía descartar como posible sospechoso. La policía londinense le arrestó el 7 de noviembre de 1888 acusado de «indecencia», al parecer por el ejercicio de la homosexualidad, que era ilegal en aquel momento. En espera de juicio, y en libertad bajo fianza de trescientas libras (entonces, una fuerte cantidad), huyó a Francia el 20 de noviembre utilizando un nombre falso, Frank Townsend. El 24 de noviembre salió de Europa en dirección a los Estados Unidos. Ya famoso en este país por sus anteriores cargos criminales, su arresto fue publicado en The New York Times por tener alguna posible conexión con los asesinatos del Destripador. Los periódicos estadounidenses informaron de que Scotland Yard intentó extraditarlo, pero la información no fue confirmada por la prensa o la policía británicas. Sin embargo, el inspector inglés Walter Andrews viajó a Estados Unidos, quizá en parte para rastrear a Tumblety. La policía neoyorquina, que lo tenía bajo vigilancia, dijo: «No hay ninguna prueba de su complicidad en los asesinatos de Whitechapel, y el delito por el que se encuentra bajo fianza en Londres no permite la extradición».
Tumblety publicó un panfleto autolaudatorio titulado Boceto de la vida del excéntrico y más famoso médico del mundo, en el que rebatía los rumores difamatorios de la prensa, pero omitiendo toda mención de los cargos penales y las detenciones. Lloviendo sobre mojado, fue mencionado como sospechoso de los crímenes de Whitechapel por el ex inspector jefe de policía John George Littlechild, de la policía metropolitana, en una carta al periodista y escritor George R. Sims, del 23 de septiembre de 1913. Littlechild sospechó de Tumblety por su misoginia extrema y sus antecedentes penales. Sin embargo, sus rasgos físicos han permitido casi descartarle del todo como el posible asesino destripador.
La canadiense Cassie Chadwick, nacida como Elizabeth Bigley (1857-1907) fue arrestada a los veintidós años en Woodstock, Ontario, por falsificación, pero la dejaron en libertad tras declararla loca. En 1882 se caso con Wallace Springsteen, quien la abandonó a los once días de la boda cuando se enteró de su pasado. Después, en 1897, se casó con un tal doctor Chadwick, y empezó en ese momento su fraude más exitoso, pues a partir de ese momento sostuvo allá donde la escucharan que era hija ilegítima del multimillonario Andrew Carnegie, llegando a falsificar un cheque por valor de dos millones de dólares con la firma de Carnegie. La «información» sobre su supuesto origen se filtró a los mercados financieros y los bancos empezaron a ofrecerle sus servicios. Los siguientes ocho años utilizó esta supuesta identidad para obtener entre diez y veinte millones de dólares. Cuando se le preguntó a Carnegie sobre ella, este dijo que ni siquiera la conocía y todo se vino abajo. La arrestaron y el juicio fue todo un circo mediático. Cassie murió en la cárcel.
El francés Christophe Rocancourt (1967) es un impostor y timador que engañó a buena parte de la alta sociedad haciéndose pasar por miembro francés de la familia Rockefeller. En realidad, su madre era prostituta y su padre, alcohólico, y fue a vivir a un orfanato a los cinco años. Huyó de él destino a París. De fiesta en fiesta de la jet, consiguió gran cantidad de préstamos y favores, así como falsificar el título de una mansión que no le pertenecía y venderla por un millón y medio de dólares. Más tarde, se estableció en Estados Unidos, donde personificaba, según la ocasión, a un productor de cine, un campeón de boxeo o un inversor. Hacía creer a todos que su madre era Sophia Loren y que tenía por «tíos» a Oscar de la Renta y Dino de Laurentiis. Se casó con la modelo de Playboy Pía Reyes, con la que tuvo un hijo, al que llamaron Zeus. Asimismo, vivió durante algún tiempo en casa del actor Mickey Rourke. En Canadá, en marzo de 2002, Rocancourt publicó su autobiografía, en la cual ridiculizaba a sus víctimas. Dada su confesión pública, fue extraditado a Nueva York, donde se declaró culpable de tres de los once cargos que se le atribuían. Se ha calculado que amasó una fortuna de unos cuarenta millones de dólares en su carrera delictiva.
El artista circense alemán Otto Witte (1872-1958) mantuvo hasta su muerte que en un momento de su vida se las arregló para ser coronado rey de Albania durante cinco días, en los que gozó de un harén y declaró la guerra a Montenegro. Según su propio relato, a principios de 1913 viajó a través de los Balcanes con un pequeño circo. Albania acababa de proclamar su independencia del Imperio otomano y algunos albaneses musulmanes veían al príncipe Halim Eddine, pariente del sultán turco, como su futuro gobernante. Uno de los compañeros del circo observó que Otto tenía un notable parecido con el príncipe Halim e, inmediatamente, un ingenioso plan se formó en la cabeza de Otto. Un par de telegramas, supuestamente procedentes de Constantinopla, llegaron al comandante de las fuerzas turcas en Albania. Ambos llevaban la misma noticia: «El príncipe Halim Eddine llegará a Albania (a Durazzo) y asumirá el mando de todas las tropas allí estacionadas». El recibimiento fue espectacular; ataviado con un traje militar de fantasía, lo primero que Otto/Halim hizo fue ordenar a sus adeptos que reunieran al ejército para una campaña de invasión y conquista de Montenegro. Con ello logró el entusiasmo y apoyo de los ciudadanos y del ejército, que rápidamente manifestaron su intención de proclamarle rey de Albania. Otto fue coronado rey el 13 de agosto de 1913, con el nombre de Otto I de Albania. Durante los cinco días siguientes gozó de un harén y de todos los lujos imaginables. Pero comenzaron a llegar auténticos telegramas desde Constantinopla, que descubrieron el engaño. Witte logró escapar del palacio con la ayuda del harén y pudo regresar a Alemania. Después de la Primera Guerra Mundial, Otto Witte fundó un partido político y se presentó como candidato a la presidencia de Alemania, pero se retiró, según dijo, para no perjudicar a Paul von Hindenburg. Witte consiguió un documento oficial de identidad, expedido por la policía de Berlín, donde constaban como profesiones: «artista de circo» y «una vez rey de Albania», que enseñaba a todos los que se reunían casi a diario en su remolque para escuchar su historia. Finalmente, se negó a aceptar cualquier carta de correo que no fuera debidamente dirigida a «Otto I, ex rey de Albania», y esa misma frase estampó en sus tarjetas de visita. Buena parte de su historia nunca ha podido ser contrastada y guarda un sospechoso gran parecido con el argumento de la novela de aventuras El prisionero de Zenda (1894).
En 1914, Harry Crawford se casó con la viuda Annie Birkett. Tres años después, esta desapareció poco después de anunciar a un pariente que había descubierto algo sorprendente sobre Harry. La explicación que dio el marido a esta ausencia fue que su esposa se había fugado con un fontanero y esto pareció convencer a gran parte del entorno de la mujer. Sin embargo, unos años después, el más joven de los hijos de Annie Birkett contó a la policía que su padrastro había intentado atentar contra su vida. Para empeorar las cosas, un cuerpo carbonizado fue identificado tardíamente como el de la esposa desaparecida, lo que envió a Harry Crawford a prisión. Allí se descubrió que Crawford era, en realidad, la mujer Eugenia Falleni, que se había estado haciendo pasar por hombre desde 1899. Costó mucho convencer a la segunda esposa de Harry Crawford que su marido era en realidad una mujer.
Dorothy Lawrence (1896-1964) fue una periodista inglesa que soñaba con ser reportera de guerra y con diecinueve años adoptó la identidad de Dennis Smith, haciéndose pasar por soldado en la Primera Guerra Mundial. Consiguió un uniforme, disfrazó su aspecto femenino y gracias a documentos de identidad falsos, tras varias peripecias, logró formar parte del regimiento de Leicester. Tras sólo diez días de servicio, viendo que mantener su sexo en secreto era tarea casi imposible, confesó su historia a sus superiores que, al punto, la pusieron bajo arresto. Fue acusada de espionaje y declarada prisionera de guerra. A los militares les preocupaba que la historia saliera a la luz y que otras mujeres no decidiesen seguir el mismo camino que Dorothy y la obligaron a firmar una declaración jurada para que jamás contara su historia. Tuvo que esperar a que finalizara la guerra para escribirla, pero el Gobierno la censuró y no salió a la luz hasta muchos años después. Dorothy murió en 1964 en un asilo con graves problemas mentales.
A principios del decenio de 1920, cuando Grecia se hallaba sumida en la turbulencia, el abogado y procurador español Eugenio Lascorz y Labastida (1886-1962) anunció que era descendiente de la noble familia bizantina Láscaris, cuyo apellido supuestamente se había «hispanizado» como Lascorz, y dirigió un manifiesto al pueblo griego. Posteriormente, asumió el título de duque de Atenas, otorgó a sus hijos otros títulos vinculados con la historia bizantina o griega y se proclamó gran maestre de las órdenes de san Constantino el Grande, santa Elena Emperatriz y san Eugenio de Trebisonda. Además confirió diversas dignidades nobiliarias a algunos de sus partidarios y allegados, como el genealogista Norberto de Castro, a quien concedió en 1952 el título de marqués de Barzala en Comagena y que publicó una elogiosa biografía suya en 1959, con el título de Eugenio II, un príncipe de Bizancio. Las afirmaciones del pretendiente fueron desmentidas en 1954 en la revista española Hidalguía por el genealogista José María Palacio y Palacio.
Hannah Snell fue un personaje de lo más peculiar. Nacida en 1723 en Worcester, Inglaterra, en 1744 se casó con James Summs, con quien tuvo una hija, que murió al año de nacer. Abandonada por su marido, vistió las ropas masculinas de su cuñado, James Gray, adoptó su nombre y comenzó a buscar a Summs (más tarde supo que había sido ejecutado por asesinato). Viajó a Portsmouth y se unió a la Marina real, y fue enviada al combate en dos ocasiones, durante las cuales fue herida once veces en las piernas y una en la ingle. No se sabe cómo ocultó su sexo cuando le curaron su herida en la ingle. En 1750, su unidad regresó a Inglaterra y ella reveló su verdadero sexo a sus compañeros. Contó su historia a los periódicos y solicitó una pensión militar que le fue concedida. Su servicio militar fue reconocido oficialmente y finalmente abrió un bar llamado La Guerrera. Con el tiempo, se volvió a casar y tuvo dos hijos. Hannah murió en 1792.
De creer ciertos relatos, el escocés Arthur Ferguson o Furguson (1883-1938) fue un timador extraordinario, especialista en la venta del patrimonio nacional inglés, entre cuyos méritos destaca el haber vendido en seis frenéticas semanas de 1925 ni más ni menos que el palacio de Buckingham (consiguiendo dos mil libras de señal), el Big Ben (mil libras de señal) y la columna de Nelson en Trafalgar Square (por otras seis mil libras). Sus compradores eran casi siempre turistas estadounidenses. Una vez subastado todo el patrimonio inglés, Ferguson se lanzó al mercado estadounidense y allí se mudó y vivió de estafas menores hasta que reapareció en Washington en 1925, año en que un ranchero millonario de Texas llegó a las puertas de la Casa Blanca con un camión de mudanzas, ya que un par de días antes había alquilado por noventa y nueve años la residencia presidencial a un alto funcionario del Gobierno por cien mil dólares anuales, el primer año pagable a la firma del contrato. La policía logró detener a Ferguson gracias a la foto que le hizo un turista australiano con el que posó estrechándose la mano ante la propiedad que le acababa de vender: la Estatua de la Libertad, con un primer pago de cien mil dólares. Fue condenado a cinco años de prisión por delito de estafa, una pena pequeña comparada con la fortuna que había hecho. En 1930 salió en libertad y se mudó a Los Ángeles, California, donde vivió tranquilo y sin apuros económicos por cortesía de sus ex clientes, hasta que murió de causas naturales en 1938.
Más seguro es el caso de George C. Parker (1870-1936), uno de los más audaces timadores de la historia estadounidense, que se ganaba principalmente la vida vendiendo diferentes monumentos neoyorquinos a los turistas. Su objeto de venta preferido era el puente de Brooklyn, que durante años vendió casi dos veces por semana, con el engatusador argumento de que quien lo comprase se forraría sólo con controlar el acceso rodado. Más de una vez la policía tuvo que convencer a algún ingenuo de que, por mucho que creyera que aquel puente era suyo, no podía instalar barreras de peaje. Parker también vendió otras veces otras grandes atracciones turísticas de Nueva York como el Madison Square Garden, el Museo Metropolitano de Arte, la tumba de Grant y la Estatua de la Libertad. Parker se servía de muy diferentes métodos para hacer sus ventas, con una gran capacidad de improvisación y de adaptación a las circunstancias. Cuando vendió la tumba de Grant, por ejemplo, se hizo pasar por el nieto del general. Incluso montó una falsa oficina para facilitar sus sablazos inmobiliarios y solía manejar todo tipo de documentos falsificados que demostraban su legitimidad para llevar adelante la transacción. Parker fue condenado tres veces por fraude, la última, el 17 de diciembre de 1928, a perpetuidad en la cárcel de Sing Sing. Pasó los últimos ocho años de su vida encerrado entre barrotes, y fue muy popular entre los guardias y los presos, a quienes les gustaba oír los relatos de sus timos.
William McCloundy (1859/60-?), también conocido como I.O.U. O’Brien, fue otro timador estadounidense de comienzos de siglo XX que cumplió una condena de año y medio en Sing Sing por vender el puente de Brooklyn a un turista en 1901.
El militar español Manuel Fernández Martín (1914-1967) no tenía ningún título pero ejercía como si los tuviera. Y así, sin título alguno, llego a ser ponente fiscal cuando la legislación franquista exigía ser abogado para tal puesto. Como ponente fiscal participó en alrededor de cuatro mil sentencias, de las que un 25% fueron de muerte. En la guerra se hizo pasar por médico y, como alférez médico, participó en operaciones durante los seis meses que ejerció como tal hasta que, en 1937, pasó al Cuerpo Jurídico Militar, puesto que ejerció sin ser abogado. Pero donde «mintió» más fue como ponente en consejos de guerra, en los que asesoraba al juez (que no tenía por qué tener conocimientos legales) sin conocimiento y con costumbres que mostraban la gravedad de su mentira. Un ejemplo de ello era cómo atendía en sus oficinas a las mujeres de los acusados, a las que recibía con bromitas como: «La viuda del acusado, que pase». Su mentira no fue descubierta hasta 1964 cuando gestores de la Universidad de Sevilla certificaron que era cierto que había estudiado allí pero que sólo había aprobado tres asignaturas del primer curso de Derecho. Dos años después, se le condenó a un año y seis meses, con el atenuante de «que no pretendió causar daños de tanta gravedad». Murió poco después sin estar en ningún momento de acuerdo con la sentencia, que nunca llegó a entender. Más tarde se supo cómo había conseguido el título de abogado: solicitando por carta al presidente del Colegio de Abogados de Cáceres un certificado que le acreditase como «una persona de conducta intachable y afecto al régimen». A este certificado le añadió «y está matriculado en este colegio de abogados». Con este documento consiguió el ascenso, y cuando alguien le pedía su expediente académico se excusaba diciendo que se lo habían quemado durante la guerra.
Que el 6 de junio de 1944 el grueso de las tropas alemanas se encontrara defendiendo un desértico paso de Calais en vez de la playa de Normandía es considerado el error militar más grave que cometieron los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el caso es que no fue un error, o al menos fue un error inducido. Garbo, un agente doble de la Abwehr, fue el principal causante de aquel desencuentro táctico. El espía español Juan Pujol (1912-1988), o Garbo, había luchado en el bando nacional en la Guerra Civil española, pero él no comulgaba ni con el nacionalcatolicismo español ni con el comunismo internacional ni con el nacionalsocialismo emergente en Europa. Así que, terminada la guerra, ofreció sus servicios como agente secreto a los alemanes, pues sólo una victoria aliada podía garantizar la restauración de la democracia en España. Al mismo tiempo trató de ponerse en contacto con el MI5 y, a pesar de las reticencias inglesas, fue trasladado a Londres, desde donde trabajó como agente doble. Allí creó su pintoresco grupo de informadores: un piloto borracho de la RAF, un lingüista que odiaba el comunismo, un excéntrico correo portugués… Todos eran personajes salidos de la imaginación de Garbo. El procedimiento de Juan Pujol para ganarse la confianza de los alemanes era sencillo: él mandaba por correo los próximos movimientos de las tropas aliadas y los alemanes los recibían uno o dos días más tarde del desembarco o asalto. Otra de sus labores era delatar a agentes dobles de la Alemania nazi, afición que le supuso una buena prima para sus gastos. Pero su golpe maestro fue sin duda la confusión creada el día D. A pesar de todo, el Ejército nazi continuó pagando sus servicios hasta el final de la guerra. Garbo entonces emigró a Venezuela y desapareció durante los siguientes cuarenta años. Murió allí en 1988.
Dimitri II «El Impostor» o «Falso» Demetrio I fue zar de Rusia del 21 de julio de 1605 al 17 de mayo de 1606. Fue el primero de los tres impostores que reclamaron el trono ruso durante el llamado «Período Tumultuoso» reclamando ser el zarevich Dimitri Ivánovich, hijo menor de Iván IV. Supuestamente, el príncipe habría escapado del intento de asesinato en 1591; pero la creencia general es que el verdadero Dimitri fue asesinado en Úglich. El auténtico nombre de este primer «falso» Dimitri (el único de los tres que consiguió subir al trono ruso) era Grigory Otrepyev, que apareció en la historia alrededor del año 1600, cuando impresionó al patriarca Job de Moscú con su sabiduría y seguridad. Sin embargo, el zar Boris ordenó que fuera arrestado, por lo que Dimitri huyó y se refugió en la corte del príncipe Constantino Ostrogsky de Ostrog (moderna Ostroh) y luego entró al servicio de otra familia noble lituana, los príncipes Adam y Michal Wisniowiecki, que lo aceptaron por lo que pretendía ser, ya que esto les daría la oportunidad de involucrarse en los asuntos de Rusia. También había rumores de que Dimitri era un hijo ilegítimo del rey polaco Stefan Batory, quien reinó de 1575 a 1586. Él decía que su madre, la viuda de Iván, había anticipado el intento de asesinato por parte de Godunov y que le entregó a un doctor, que lo escondió en un monasterio. Tras la muerte del doctor, Dimitri fue a Polonia, donde trabajó como maestro por un tiempo y después entró al servicio de los Wisniowiecki. Mucha gente que lo conoció, atestiguó que se parecía al pequeño zarevich Dimitri.
Le creyeran o les conviniera creerle, muchos nobles polacos decidieron apoyarlo en contra de Boris Godunov. En marzo de 1604, Dimitri visitó la corte de Segismundo III Vasa, en Cracovia, que durante un tiempo le facilitó provisiones, pero no le prometió ayuda directa. En 1604, Dimitri se convirtió públicamente al catolicismo para conseguir ayuda de los jesuitas y convenció al nuncio papal Rangoni para que lo apoyase. Durante esa época, conoció a Marina Mniszech, dama de la nobleza polaca, y pidió su mano, prometiendo dar a su familia las provincias de Pskov, Nóvgorod y Smolensk, como pago a su ayuda financiera para recuperar su herencia. Algunos boyardos comenzaron a aceptar también la reclamación de Dimitri, debido a que esto les daba una excusa legítima para no pagar impuestos a Godunov. Con esta conjunción de intereses, Dimitri atrajo a un gran número de partidarios y logró formar un pequeño ejército, además de obtener la ayuda de la Unión Sueca-Polaca-Lituana, que le dio tres mil quinientos soldados. Con todo ello se encaminó hacia Rusia en junio de 1604. Los enemigos de Godunov, incluyendo los cosacos del sur, se le unieron en dos batallas contra el ejército de Godunov. La primera la ganó Dimitri, capturando Chernigov, Putivl, Sebsk y Kursk, pero en la segunda fueron derrotados totalmente y casi se desintegraron.
Pero el 13 de abril de 1605 murió repentinamente el zar Boris Godunov, cundió el caos y muchos soldados comenzaron a pasarse al bando de Dimitri. El 1 de junio llegaron a Moscú los enviados de Dimitri con las cartas que anunciaban y proclamaban su derecho al trono. Un grupo de boyardos encarcelaron en Moscú al nuevo zar Feodor II que, el 15 de junio, fue asesinado. El 20 hizo su entrada triunfal Dimitri el Impostor y el 21 fue coronado zar por un nuevo patriarca elegido por él mismo, el griego Ignacio.
Al principio, el nuevo zar trató de consolidar su poder, visitó la tumba del zar Iván y fue al convento a visitar a la viuda María Nagaya, quien lo aceptó como su hijo. La familia Godunov fue ejecutada, con excepción de la princesa Xenia Godunova, a quien tomó como concubina. A muchas de las familias a quien Godunov exilió se les permitió regresar a Moscú. Planeó introducir una serie de reformas políticas y económicas. Introdujo el día Yuri, en que a los siervos se les permitía cambiarse con otro amo para mejorar sus condiciones. En política exterior, el Falso Dimitri quería una alianza con la mancomunidad polaco-lituana y con el papa romano. Planeaba una guerra contra el Imperio otomano, por lo que ordenó una producción en masa de armas de fuego. El 6 de mayo de 1606 se casó en Moscú con Marina Mniszech, que no renunció a su religión católica, lo que enojó mucho a la Iglesia ortodoxa rusa y a los boyardos, que dejaron de apoyarlo y se pasaron del bando enemigo. Los boyardos, liderados por el príncipe Vasili Shuisky, comenzaron a conspirar en su contra, acusándolo de fomentar el catolicismo romano y la sodomía. Los enemigos de Dimitri ganaron el apoyo popular, especialmente porque el zar estaba custodiado por fuerzas de la mancomunidad polaco-lituana, que abusaban de la población moscovita. La mañana del 17 de mayo de 1606, dos semanas después del matrimonio real, los conspiradores tomaron el Kremlin. Como se ve en el cuadro, Dimitri trató de escapar por una ventana, pero se fracturó una pierna y uno de los conspiradores le disparó, matándolo en el acto. El cuerpo fue exhibido públicamente y luego quemado, y sus cenizas fueron disparadas con cañones en dirección a Polonia. Su reinado duró diez meses.
A principios de 1951, el ciudadano estadounidense Stanley Clifford Weyman (1890-1960) recibió la oferta de incorporarse a la Embajada tailandesa en calidad de agregado de prensa. Preocupado por si aquel empleo podría poner en peligro su ciudadanía norteamericana, Weyman solicitó permiso a la Secretaría de Estado. Casualmente, un funcionario de aquel departamento creyó reconocer aquel nombre y comprobó su historial en los archivos estatales. De sus averiguaciones se pudo descubrir que este personaje, de nombre real Stanley Jacob Weinberg y natural de Brooklyn, Nueva York, y siempre actuando con el mismo alias de Stanley Clifford Weyman, se las había apañado a lo largo de cuarenta años para desempeñar o suplantar los siguientes cargos y honores: cónsul de los Estados Unidos en Marruecos (fue arrestado por ello); adjunto militar de la Embajada de Serbia y, a la vez, teniente de la Marina de los Estados Unidos (también acabó en la cárcel); cónsul general de Rumania (condena de un año en la cárcel); en 1917, teniente de las fuerzas aéreas durante la Primera Guerra Mundial (condenado de nuevo, fue puesto en libertad bajo palabra en 1920); médico en Lima, Perú (fue arrestado por deudas); secretario de Estado de los Estados Unidos; experto de protocolo de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos y, como tal, oficial de enlace de la princesa Fátima de Afganistán durante la visita de esta a los Estados Unidos, a la que consiguió una entrevista con el presidente, a cambio de diez mil dólares «para regalos a los funcionarios del Departamento de Estado»; teniente de navío del cuerpo médico de la Armada norteamericana (dos años de prisión cuando le pillaron); secretario del cirujano vienés Adolf Lorenz, durante la visita de este a Estados Unidos; experto en reforma de prisiones; médico personal de la estrella cinematográfica Pola Negri, durante los funerales de su supuesto prometido, Rodolfo Valentino; comisario de manicomios del estado de Nueva York; abogado; consultor de reclutamiento (es decir, asesor para librarse del servicio militar) durante la Segunda Guerra Mundial, lo que le valió una condena de siete años de cárcel; reportero del Erwin News Service y corresponsal ante las Naciones Unidas del periódico londinense Daily Mirror… Gracias a este último trabajo le surgió la oportunidad de convertirse en agregado de prensa de la Embajada de Tailandia. Tras unos años más oscuros, en 1954 fue de nuevo juzgado por intentar conseguir un crédito de cinco mil dólares para una casa que no existía (fracasó en su intento de convencer al jurado de que estaba enajenado mentalmente. En agosto de 1960, Weyman fue herido de muerte por un disparo accidental cuando intentaba detener un robo en un hotel neoyorquino donde trabajaba de portero de noche.
En varias obras del escritor de novelas de suspense y espionaje John Le Carré (1931), su protagonista Smiley tiene como antagonista a Karla, enigmático jefe del espionaje moscovita que no duda en usar cualquier medio para lograr sus objetivos. Siempre se ha dicho que el modelo real que usó Le Carré para crear a Karla no era otro que Markus Wolf (1923-2006), conocido como «el espía sin rostro» o, más a menudo, «el espía Romeo», por su táctica de infiltrar espías en la República Federal Alemana dedicados a seducir a secretarias de altos cargos del Gobierno. Wolf era un alto funcionario de la República Democrática Alemana, que entre 1953 y 1986 dirigiría los servicios secretos de la RDA (Stasi) en el extranjero. Contribuyó con su apoyo a la perestroika, la caída del muro de Berlín y el fin del régimen comunista en Alemania Oriental, tras lo cual fue condenado por alta traición y soborno. Durante su jefatura, Wolf logró infiltrar a numerosos agentes en la República Federal Alemana, conocidos como espías Romeo por su labor de seducción de secretarias del Gobierno.
Antonio Villas Boas (1934-1992) fue un brasileño que decía haber sido secuestrado por extraterrestres en 1957. Cuando fue víctima de la abducción, Villas Boas era un granjero de veintitrés años, que trabajaba de noche para evitar el calor del día. Según él, el 16 de octubre de 1957, apareció en el cielo una luz roja que se le acercó y pronto se dio cuenta de que era una nave espacial. Según Boas, él se acercó con su tractor; pero este dejó de funcionar, así que siguió caminando hasta que fue raptado por un humanoide de cinco pies de altura, que lo introdujo en su nave. Villas Boas describió a estos seres como parecidos a los humanos, más pequeños y con los ojos azules. Lo encerraron en una habitación y le echaron por encima una especie de gas, y poco después apareció una atractiva mujer de esa raza, con la que mantuvo relaciones sexuales en la habitación. Al salir de la habitación, Villas Boas siguió en la nave algún tiempo más, viajando sin rumbo con los extraterrestres. Boas decía que los seres tenían tecnología más avanzada que la nuestra en la nave y que intentó agarrar una especie de reloj avanzado, pero los seres no le dejaron. Cuando volvió a su casa, Villas Boas se dio cuenta de que sólo habían pasado cuatro horas, pero que le habían parecido dos días. Antonio Villas Boas se casó y tuvo cuatro hijos en los años siguientes. Murió en 1992 y, hasta el último momento, defendió la veracidad de su abducción.
Harold Adrian Russell (1912-1988), mejor conocido como Kim Philby, fue un miembro de alto rango de la inteligencia británica, pese a ser un marxista convencido que servía como agente del NKVD soviético y del sucesor de este, el KGB. En 1936 recibió la orden de cultivar una personalidad profascista. Así, cubrió la Guerra Civil española para el London Times desde la perspectiva del bando nacional e, incluso, fue condecorado por Franco, que según un informe descubierto en 2001 pudo ser uno de sus objetivos, cuando sobrevivió a un ataque cerca de Teruel.
El antiguo periodista de la revista norteamericana The New Republic Stephen Glass (1972), cuya historia se cuenta en la película de 2003 El precio de la verdad, fue despedido por crear artículos falsos, así como por falsear también declaraciones, fuentes y acontecimientos. Glass creció en el suburbio de Highland Park, al norte de Chicago. Estudió en la Universidad de Pensilvania, donde desempeñó el cargo de director ejecutivo del periódico de la Universidad, The Daily Pennsylvanian. Mientras estuvo allí, ganó notoriedad debido a una controversia que incluía el robo de una edición entera del periódico por un grupo de estudiantes descontentos. Tras su licenciatura, fue contratado por The New Republic como asistente de redacción en 1995 y destacó rápidamente. Mientras estuvo empleado a tiempo completo, Glass también escribió ocasionalmente para revistas como Policy Review, George, Rolling Stone y Harper’s Bazaar.
Enseguida, Joe Galli, del Comité Nacional Republicano, y Davide Keene, de la Unión Conservadora Americana, escribieron sendas cartas a The New Republic acusando a Glass de invenciones en «Spring Breakdown», una historia que describía borracheras e inmoralidades en la Conferencia de Acción Política Conservadora de 1997. La organización Educación para la Resistencia contra el Abuso de Drogas acusó a Glass de falsedades en su artículo de marzo de 1997 «Don’t you D.A.R.E.» El Centro para la Ciencia de Interés Público, objetivo del hostil artículo de Glass de diciembre de 1996 «Hazardous to Your Mental Health», dirigió una carta al director e hizo público un comunicado de prensa en el que señalaba tergiversaciones, manipulaciones y posible plagio en el artículo de Glass. Otro artículo de junio de 1997, titulado «Peddling Poppy», acerca de una conferencia en la Universidad Hofstra sobre George H. W. Bush motivó una carta de la universidad al director de The New Republic enumerando los errores de Glass. El propietario de la revista, Martin Peretz, admitió más tarde que su esposa le había dicho que encontraba las historias de Glass tan increíbles que había dejado de leerlas.
Glass fue finalmente desenmascarado. La historia que precipitó su caída apareció en el número del 18 de mayo de 1998. Se llamaba «Hack Heaven» y trataba de un supuesto hacker de quince años presuntamente contratado por una gran compañía para trabajar como consultor de seguridad tras haber entrado en su sistema informático y expuesto sus debilidades. El artículo describía los hechos casi cinematográficamente y narrados en primera persona, lo que implicaba la presencia de Glass en los hechos relatados. Poco después de su publicación, el reportero Adam Penenberg, de Forbes.com, hizo sus propias investigaciones y no encontró prueba alguna de la existencia de la empresa Jukt Micronics o de las personas citadas por Glass. Cuando Penenberg y Forbes hicieron frente a The New Republic con estos datos, Glass alegó que había sido engañado. El director de The New Republic, Charles Lane, sospechó otra cosa. Buscando confirmación de la historia, Lane pidió a Glass que le llevara al hotel Hyatt en Bethesda, Maryland, donde supuestamente el hacker Restil se reunió con los ejecutivos de Jukt Micronics, y a la sala de conferencias, donde tuvo lugar la convención de hackers. Glass describió los detalles de la reunión e insistió en que la historia era cierta, pero Lane descubrió que la sala de conferencias estaba cerrada el día en que Glass decía que la reunión de hackers había tenido lugar. Una investigación interna concluyó que Glass también había creado un sitio web y una dirección de correo electrónico para la inexistente Jukt Micronics con la intención de despistar al departamento de confirmación de datos, a quienes también presentó notas inventadas y tarjetas de visita falsificadas. Posteriormente, la revista determinó que, al menos, veintisiete de las cuarenta y una historias firmadas por Glass contenían material infundado. Algunas, como «Don’t you D.A.R.E.», contenían declaraciones y hechos inventados mezclados con otros reales, mientras que otros, como «Hack Heaven», eran completamente ficticios. Rolling Stone, George y Harper’s también revisaron sus artículos firmados por Glass y en todos hallaron indicios de las mismas malas prácticas periodísticas.
Tony «Iron Eyes» Cody (1904-1999) fue un actor estadounidense de sangre indígena famoso por interpretar obviamente papeles de indio en más de doscientas películas de Hollywood. Pese a todo, al final de su vida se hizo pública su ascendencia italiana, de Sicilia.
Enric Marco Batlle (1921) comenzó a ser famoso durante la Transición como sindicalista. Luego enfocó su actividad hacia el movimiento educativo (como dirigente de asociaciones de padres de alumnos). En 2000 inició una intensa actividad como supuesto testigo de los campos nazis, hasta que en 2005 se supo que en realidad no había conocido tales campos. La actividad pública conocida de Marco empezó en la época de la transición a la democracia, cuando se hacía llamar Enrique Marcos. Con tal nombre, militó en la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y llegó a ser secretario general de la Federación catalana (1977) y secretario general de la Confederación (abril de 1978 hasta el V Congreso, diciembre de 1979). La CNT había tenido hasta la Guerra Civil una enorme importancia y tras la muerte de Franco existían notables expectativas sobre ella, pero su renacimiento en España y a pleno día tuvo lugar en medio de fuertes convulsiones y enfrentamientos entre grupos muy dispares. Marco no resultó reelegido en el V Congreso y se alineó con quienes impugnaron los resultados. Por ello, fue expulsado de la CNT en abril de 1980.
Tras su etapa de cargos de responsabilidad en la CNT, pasó a desarrollar una intensa actividad en el movimiento asociativo de padres de alumnos. En 1998, era vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Cataluña (FAPAC). Aunque sus afirmaciones sobre un pretendido paso por los campos nazis se remontan al menos a 1976, lo cierto es que Marco no se aproximó hasta muchos años después (2000) a las asociaciones relacionadas con la deportación a dichos campos. Cuando lo hizo quedaban muy pocos ex deportados en vida y Marco, en el espacio de unos meses, se convirtió en secretario y luego en presidente de la Asociación Amical de Mauthausen y otros campos, con sede en Barcelona. En el período que sigue, Marco se hizo pasar por un deportado al campo nazi de Flossenbürg (Baviera). Dio un gran número de charlas, principalmente en centros de enseñanza, sobre su pretendida vivencia como superviviente de los campos nazis. Apareció en un buen número de programas de televisión presentando un pretendido testimonio sobre su participación en la Guerra Civil española, el exilio republicano, la resistencia antinazi, la Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración nazis. Representó a las víctimas españolas de aquellos campos en numerosas conmemoraciones. Además de como testigo, se definía como historiador y es cierto que había cursado estudios de historia en la Universidad Autónoma de Barcelona. A principios de 2005 había tomado la palabra en el Parlamento español en el curso de una conmemoración del Holocausto y los crímenes contra la humanidad, con un discurso de tintes emotivos y dramáticos. Además, estaba prevista su participación destacada en las conmemoraciones de la liberación del campo de concentración austriaco de Mauthausen-Gusen en el mes de mayo de ese año. Marco hubiera hablado ante representantes de los supervivientes ex deportados de toda Europa y en presencia del presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, y del canciller de Austria.
Pero, en abril de 2005, un informe del historiador Benito Bermejo estableció que los relatos de Marco eran extremadamente inconsistentes y demostró que Marco había estado en la Alemania nazi como trabajador voluntario (de acuerdo con el tratado Franco-Hitler de agosto de 1941) y no deportado por su lucha en la resistencia francesa (como él pretendía). El final de la impostura se precipitó cuando, apenas cuarenta y ocho horas antes de las conmemoraciones de Mauthausen (8 de mayo de 2005), Marco se vio obligado a renunciar participar en ellas y regresó a España por (así se dijo entonces) sentirse indispuesto. El asunto apareció por primera vez en los medios de comunicación cuando el 10 de mayo de 2005 Marco convocó una rueda de prensa y allí reconoció abiertamente que los relatos de su supuesta deportación no eran ciertos. También se vio forzado a dimitir de la presidencia (asumida tres años antes) de la Amical. En medio de la indignación, se contempló la posibilidad de retirar a Marco la Cruz de Sant Jordi (máxima distinción civil de Cataluña); finalmente, Marco la devolvió y el Gobierno catalán «aceptó la devolución» Después de 2005, tras haber reconocido la falsedad de sus relatos como deportado, Marco no ha rehuido a los medios y sus apariciones no han sido escasas. Aunque reconoce que tal vez fue un error presentarse como lo que no fue, insiste en que sus intenciones eran buenas y en que lo hizo por ser más eficaz a la hora de transmitir los mensajes que él pretendía difundir. En 2009 protagonizó el documental Ich bin Enric Marco, que seguía su visita al campo de concentración de Flossenbürg y a los lugares de Alemania en los que realmente estuvo. Marco también sigue afirmando haber sido un activista del movimiento libertario contra Franco y haber permanecido en la clandestinidad desde que regresó a España hasta el final del franquismo. Pero hoy su pretendido pasado de militante antifranquista está todavía más cuestionado.
Loretta Janeta Velásquez fue una mujer nacida en Cuba que se hizo pasar por soldado de la Confederación durante la guerra civil estadounidense. Se alistó en la Armada de la Confederación en 1861, sin que su esposo, también soldado, lo supiera. Luchó en Bull Run, Ball’s Bluff y Fort Donelson. Sin embargo, su sexo fue descubierto en Nueva Orleans y fue dada de baja. No se desanimó, volvió a alistarse y peleó en Shiloh, hasta que nuevamente fue descubierta. Luego se convirtió en espía y trabajó bajo la apariencia tanto de hombre como de mujer. Su esposo murió durante la guerra. Volvió a contraer nupcias tres veces más.
De niña Teena Brandon (1972-1993) era considerada un marimacho y todo el mundo la llamaba Brandon. Tras sufrir abusos sexuales por parte de un familiar, se mudó a Richardson County, Nebraska, donde comenzó una nueva vida como hombre. Hizo migas con dos ex convictos, John Lotter y Marvin «Tom» Nissen y comenzó una relación con Lana Tisdel, sin que nadie sospechara su verdadera condición. Tras falsificar algunos cheques, Brandon fue encarcelado. Cuando Lana fue a rescatarlo, se enteró de que era una mujer, pues se encontraba en la sección femenina de la cárcel. A sus amigos Lotter y Marvin no les sentó muy bien que Brandon se hiciera pasar por hombre y, tras violarla y maltratarla, la mataron de un disparo. Lotter fue condenado a muerte y Nissen a cadena perpetua. La historia de Brandon Teena se convirtió en el guión de la película Boys don’t cry (1999), ganadora de un Oscar.
Mary Read nació a finales del siglo XVII en Londres en unas circunstancias que la obligaron a hacerse pasar por hombre, aunque no es bien conocida la causa. Cuando se vio obligada a trabajar, acabó haciéndolo en un barco mercante y, finalmente, se alistó en la Armada, donde se enamoró de un compañero con el que acabó casándose y estableciendo su casa en tierra. Una vez muerto su marido, volvió a embarcarse, pero el barco en que viajaba fue apresado por el pirata Jack Rackham, por lo que Mary pasó a formar parte de la tripulación de dicho barco. Ahí se volvió a enamorar y se casó. En 1720, el barco pirata fue capturado por el gobernador de Jamaica, y todos sus tripulantes fueron sentenciados a muerte y ahorcados acusados de piratería. Todos menos dos; las dos mujeres de la tripulación: Mary Read y Anne Bonny, que lograron retrasar su ejecución alegando que estaban embarazadas, estado que nunca se llegó a demostrar. De lo ocurrido con Anne se perdió la pista, aunque se especula con una posible liberación, pero de Mary Read se sabe que murió el año siguiente a su apresamiento a causa de unas fiebres cuando aún se encontraba en prisión.
Maria Teresinha Gomes (1933-2007), conocida también como General Tito, fue una mujer portuguesa, nacida en Funchal, en la isla de Madeira, que saltó a la fama en su país por haber simulado ser un hombre durante dieciocho años, período durante el cual se hizo pasar por general del ejército, abogado, agente de la CIA y funcionario de la Embajada estadounidense, hasta que fue descubierta en 1992, juzgada y condenada por usurpación de identidad y estafa. En 1949, a los dieciséis años, se fugó de casa para instalarse en el continente, según algunas fuentes, por un desengaño amoroso, y su familia la dio por muerta. En el carnaval de 1974 se compró un traje de general del ejército en el barrio lisboeta del Rossio, al que añadió unas insignias de latón, y adoptó la identidad de Tito Aníbal da Paixão Gomes (el nombre procedía de un hermano muerto siendo un bebé, antes de que ella naciera). Esa misma noche conocería a Joaquina Costa, enfermera, con quien viviría, al parecer simulando ser un matrimonio normal, durante quince años, si bien durmiendo en habitaciones separadas. Su modo de ganarse la vida era pedir prestado dinero para luego, según afirmaba, invertirlo en el extranjero y devolverlo con intereses. Para ello utilizaba su falsa identidad y sus maneras educadas y cultas. En 1993 fue descubierta y juzgada por un tribunal de Lisboa, que la condenó a una pena de tres años de prisión por estafa y usurpación de identidad, pena que nunca llegó a cumplir. El juicio, al que la acusada acudió vestida de hombre, tuvo una extensa repercusión mediática en la sociedad portuguesa de los años noventa. Durante el proceso, su compañera Joaquina Costa, quien se alegró de la condena, declaró que no supo del verdadero sexo de Teresinha hasta el final de sus quince años de convivencia, e incluso los abogados del proceso siguieron llamándole por su nombre ficticio, así como los testigos, que se referían a ella como «señor general» y «hombre bueno». Tras el escándalo mediático, Teresinha Gomes se retiró a vivir a Carambancha de Cima, una aldea aislada del norte del Tajo, donde pasó los últimos quince años de su vida con Maria Augusta, la sobrina de Joaquina Costa. El 1 de julio de 2007, el cadáver de Teresinha Gomes fue descubierto en avanzado estado de descomposición en su casa de Carambancha, cuyas ventanas había sellado con chapas de zinc para no ser vista. La policía portuguesa descartó que la muerte hubiera sido violenta.
La aparición de Mary Baker (1791-1864), la princesa de Caraboo, ocurrió el 3 de abril de aquel 1817 en la pequeña villa de Almondsbury (Bristol). Ataviada con un turbante y extrañas vestiduras, y hablando un idioma incomprensible, apareció en el pueblo una joven totalmente exhausta. El pueblo la contempló con sorpresa y le ofrecieron comida y cobijo. La extranjera sólo aceptó una taza de té que, antes de beber, bendijo con una larga oración y raros aspavientos. Según pasaban los días, la historia de aquella bella mujer de modales aristocráticos y extravagantes se fue haciendo célebre por toda Inglaterra.
En este punto entró en escena un personaje fundamental, el pescador portugués Manuel Eynesso. Se presentó en el pueblo alegando un vasto conocimiento de lenguas y, efectivamente, afirmó entender el idioma de la desconocida. Se trataba de la princesa de Caraboo, de la isla polinesia de Javasu, y había sido capturada por unos piratas, pero había logrado escapar del barco en el que estaba retenida, lanzándose al mar a la altura del canal de Bristol. Nadie ha logrado desvelar si existía una relación entre ellos o si fue una colaboración espontánea, pero a la Baker le vino fenomenal que el pescador le echara un cable. Tan creíble resultó la versión, que muchos periódicos se hicieron eco de la historia y allí estaba la flamante princesa de Caraboo instalada en las portadas, con amplios reportajes interiores sobre sus llamativas costumbres: utilizaba arco y flecha, nadaba desnuda y oraba a su dios que se llamaba Allah Tallah.
Pero esa notoriedad se convertiría justamente en su primera metedura de pata: al poco, algunos vecinos de su Gloucestershire natal alertaron a las autoridades de la verdadera personalidad de la impostora (la hija del zapatero que la había «encontrado»). Gracias a la descripción de un periódico que detallaba una cicatriz especial en su espalda, fue identificada por un antiguo conocido. Entonces, enfrentada a él, confesó totalmente, emigró a Norteamérica y desapareció para siempre de la luz pública.
María Pía de Sajonia-Coburgo Braganza de Laredo (1907-1995), también conocida por el seudónimo literario de Hilda de Toledano, afirmaba que era la hija bastarda del penúltimo rey de Portugal, Carlos I, con la brasileña María Amélia Laredó e Murça. Pretendiente a los títulos de princesa real de Portugal y duquesa de Braganza, reivindicó el trono portugués y la jefatura de la casa real desde la muerte del último rey, Manuel II, en 1932 hasta su abdicación en 1987 a favor de Rosario Poidimani, supuestamente su hijo adoptado. Ambos fueron acusados de usurpadores y la casa de Braganza no los reconoce ni como parientes ni como herederos de derechos dinásticos, que recayeron en Duarte Nuño de Braganza. Las pretensiones de María Pía fueron rechazadas por el tribunal supremo de justicia de Lisboa el 14 de abril de 1983, y su derecho a heredar las propiedades de la Fundación de la Casa de Braganza y la Fundación D. Manuel II (de las cuales es presidente el duque de Braganza) fue rechazada. A su vez, la casa de Braganza afirma que María Pía ha presentado tres copias diferentes de su supuesta partida de bautismo, que los registros de la parroquia en cuestión fueron destruidos durante la Guerra Civil española y que el título de conde de Monteverde, que figura como el del padrino, no existe. Como se ha dicho ya, Rosario Poidimani (Siracusa, 1941) es, supuestamente, hijo adoptado de María Pía y, como tal, pretendiente al trono portugués por la abdicación de su supuesta madre adoptiva. Al igual que a su madre adoptiva, la familia de Braganza no lo reconoce. En julio de 2006, el Gobierno portugués dio voto de confianza a Duarte Pío de Braganza y actuó legalmente contra Rosario Poidimani para salvaguardar los intereses portugueses en el extranjero, ya que este concedía condecoraciones honoríficas de la casa real portuguesa, vendiéndolas a altos precios. La policía italiana le detuvo por ese motivo en marzo de 2007, junto con su «ministro de Asuntos Exteriores» y otras seis personas, incautándose de setecientos doce pasaportes diplomáticos falsos, seiscientas tarjetas de identidad y ciento treinta y cinco placas del cuerpo diplomático. Rosario Poidimani también reclama ser descendiente del emperador Luis III del Sacro Imperio.
En el extraño escenario del Fórum Social Asiático de 2003, pudieron verse las evoluciones de un imitador del dirigente comunista ruso Vladimir Ilich Uliánov «Lenin». Para que el suceso fuera aún más raro, hay que consignar que el imitador de Lenin era de nacionalidad india.
La estadounidense Kimberly Bergalis (1968-1991) declaró haber sido infectada con el virus del sida por el doctor David Acer, un dentista homosexual enfermo. Kimberly declaró que era virgen y que nunca se había inyectado drogas ni había recibido ninguna transfusión de sangre. Bergalis declaró insistentemente que la única ocasión en que pudo haber estado expuesta al virus fue con su dentista, que era VIH positivo, con ocasión de una extracción dental ocurrida en diciembre de 1987. A su dentista, el doctor David Acer, que falleció en septiembre de 1990, le habían diagnosticado el sida tres meses antes de la intervención. El tiempo entre la intervención dental y el desarrollo del sida, veinticuatro meses, fue realmente corto. En este sentido, sólo un 1% de los homosexuales y bisexuales infectados y un 5% de los infectados por medio de transfusión sanguínea desarrollan la enfermedad antes de los dos años siguientes a la infección. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades concluyeron que Bergalis, al igual que otros cinco pacientes no identificados, contrajeron la misma cepa del virus que poseía el doctor Acer. Las pruebas de ADN realizadas mostraron que había una alta correlación entre la cepa que tenía la señorita Bergalis y los otros cinco pacientes y la originaria del doctor Acer. En una última revisión sobre las pruebas se reforzó el vínculo de su infección con la de Acer. Durante los últimos meses de su vida, Bergalis fue citada por varios políticos conservadores y periodistas como ejemplo de «víctima inocente» de la infección por VIH, de la cual fue responsable el CDC y la industria farmacéutica al ser, estos últimos, extremadamente cuidadosos con los activistas antisida y la comunidad homosexual, debido a las críticas que pudiesen derivarse de la afirmación de que el doctor Acer era «un homosexual declarado». Bergalis colaboró muy activamente con los congresistas conservadores para aprobar una legislación que restringiese las actividades de todas las personas infectadas. Poco antes de su muerte en 1991, a pesar de su maltrecha salud, declaró ante el Congreso estadounidense en apoyo de un proyecto de ley que obligase a la realización de pruebas de VIH a los trabajadores de los centros sanitarios, pero la propuesta legislativa finalmente no fue aceptada.
Casi inmediatamente después de su muerte, salieron a la luz nuevas informaciones sobre su conducta sexual y surgieron dudas sobre si efectivamente el doctor Acer había tenido algo que ver con su infección. La sospecha fue creciendo sobre la veracidad de sus manifestaciones en relación a que ella nunca había tenido un contacto sexual. El libro The gravest show on Earth: America in the age of AIDS (‘El espectáculo más grave del mundo: Estados Unidos en la era del SIDA’), escrito por Elinor Burkett, demostró que las primeras dudas acerca de la veracidad de la infección «virginal» de Bergalis habían surgido en una reunión de los CDC en febrero de 1992: un examen ginecológico había determinado que Bergalis tenía lesiones vaginales, que se consideraron resultado de una enfermedad de transmisión sexual. Además la entrada vaginal de Bergalis estaba abierta y su himen era irregular a ambos lados, lo que es coherente con las relaciones sexuales vaginales. El examen halló lesiones en la vulva y una biopsia estableció que tenía el virus del papiloma humano. En junio de 1994, el programa televisivo 60 Minutes informó de que Kimberly Bergalis había sido tratada de verrugas genitales, una enfermedad de transmisión sexual. Finalmente, tres años después de su muerte, apareció una grabación de vídeo en que Bergalis admitía haber tenido relaciones sexuales con dos hombres diferentes.
En el año 2000, el estudiante argentino de Ingeniería electrónica de veintidós años, Marcos Castagno (1978), le contó a su director que había ganado el premio al «Estudiante del Siglo» que la Fundación Motorola otorga cada año, por haber inventado una cafetera que funcionaba mediante la voz. Su director, a su vez, dio la noticia al rector, que se emocionó y, sin perder tiempo, se lo contó a un diputado. La mentira fue extendiéndose hasta que llegó a oídos del gobernador provincial, José Manuel de la Sota. La fama del muchacho creció como la espuma y su historia se publicó en los periódicos más importantes, relatando que la cafetera también hablaba y contaba con un sistema computarizado con planos de la ciudad y recorridos de los transportes para guiar al usuario hacia su destino. Tras haberse hecho famoso, fue enviado a Japón para exponer su invento, pero el estudiante, nada tonto, aseguró que lo habían asaltado y que le robaron la cafetera. Este incidente generó varias dudas y, tras una investigación, se descubrió el engaño. Finalmente Marcos confesó y no quiso jamás hablar más del asunto.
Un mañana como cualquier otra de 1906, un alemán llamado Wilhelm Voigt se levantó con la intención de cambiar su gris forma de vida… Buscando aventura y lucro se dirigió a una tienda de pertrechos militares y, tras un intenso regateó con el vendedor, logró obtener un uniforme de capitán del Ejército prusiano. En otro negocio conseguiría las botas. Acto seguido, y con un porte señorial y un caminar tan altivo que inhibía hasta al más valiente, aparecería en las barracas de Köpenick y ordenaría a un sargento y cuatro granaderos que le acompañasen. Estos, al ver a tan imponente capitán, que por cierto nunca antes habían visto, no cuestionarían ni por un momento la orden y lo seguirían marcialmente. Ignorantes del bizarro evento que ocurriría a continuación, los soldados se sorprenderían cada vez más al darse cuenta de que su viaje tenía como meta las oficinas del Gobierno de la ciudad.
Una vez allí, el «capitán» les ordenó que arrestasen a Rosenkranz, el secretario del gobernador, y a Georg Langerhans, el gobernador, bajo los cargos de corrupción y desfalco del tesoro público. Los hombres, perplejos por semejante orden, pero temerosos de tan rígido capitán, procedieron a maniatar a los «culpables» de tan grave crimen. Mientras, Voigt tomó como «prueba» cuatro mil marcos y setenta peniques. Tras el arresto, ordenó a dos de «sus» hombres que permanecieran de guardia en las oficinas y al sargento y los otros dos granaderos que llevaran a los «culpables» a Berlín para su interrogatorio. Sin perder tiempo, el «capitán» se dirigió a la estación de trenes y desapareció. Pasarían unos meses y sería encarcelado en uno de los muchos burdeles que visitaba. Todo indicaba que recibiría la pena máxima por su crimen, sin embargo, su «hazaña» le valió la admiración del pueblo, que no dejaba de burlarse de las fuerzas del orden a causa de lo sucedido. Semanas antes de su condena, los disturbios fueron tales que el mismo káiser Guillermo II vetó la condena de cuatro años que le había sido impuesta y le otorgó el perdón. Voigt ni siquiera tuvo que devolver el dinero y quedó con tan buena fama que hasta erigieron una estatua en su honor. Un admirador pudiente, que lo veía como un «tesoro nacional», le concedió una pensión generosa. Voigt recorrió América con un número de cabaret basado en su experiencia y la historia se convirtió en obra de teatro y en película.
Joshua Abraham Norton (h. 1819-1880), también conocido como «Su Majestad el emperador Norton I», era un ciudadano célebre de San Francisco que en 1859 se autoproclamó «emperador de los Estados Unidos y protector de México». Aunque no consiguió el reconocimiento diplomático internacional, Norton I contó siempre con la simpatía y el cariño de sus súbditos más cercanos. Se le cree nacido en Inglaterra, tal vez en Londres, aunque las fechas varían entre 1814 y 1819, siendo más probable esta última. De hecho, se sabe muy poco de su vida hasta que en 1849 llegó a San Francisco en plena Fiebre del Oro, dispuesto a hacer fortuna no con la minería, sino comerciando.
Tras criarse en tierras sudafricanas, Joshua emigró a San Francisco en 1849 después de recibir un obsequio de cuarenta mil dólares de su padre (posiblemente, su herencia). Durante un tiempo le fue bien y llegó a acumular bastante dinero, principalmente mediante la venta de suministros mineros y la inversión en bienes inmuebles. Pero se hizo demasiado ambicioso y, al ver que todas las importaciones de China se prohibieron temporalmente debido a la hambruna que asolaba a aquel país, decidió especular acaparando todos los cargamentos de arroz que llegaran a California. El precio subió de cuatro a treinta y seis centavos, pero él siguió negándose a vender. De repente llegó toda una flota del Perú cargada con cien toneladas de arroz y los precios se derrumbaron. De la noche a la mañana, Norton se había arruinado.
Después de sostener un largo e infructuoso litigio con sus socios entre 1853 y 1857, se declaró en bancarrota y decidió dejar la ciudad por un tiempo. Fuera porque estaba predestinado a ello o bien a causa de aquellos contratiempos, lo cierto es que, tras perder su estabilidad económica, Norton comenzó a perder su estabilidad mental, a comportarse de modo excéntrico y a mostrar delirios de grandeza. Nueve meses después, de regreso de su autoimpuesto exilio, reapareció en las calles de San Francisco completamente trastornado. Un día, ni corto ni perezoso, vistiendo solemnemente un uniforme de gala completo de la Armada y tocado con un sombrero de piel de castor, Norton se encaminó a las oficinas del San Francisco Bulletin y exigió que, con carácter inmediato, se publicara en primera plana la siguiente proclama: «Por expresa petición e insistente y perentoria voluntad de una gran mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos, yo, Joshua Norton, antes de la bahía de Algoa, en el cabo de Buena Esperanza, y ahora, por los pasados nueve años y diez meses, de San Francisco, California, me declaro y proclamo emperador de estos Estados Unidos. En virtud de la autoridad de tal modo investida en mí, por este medio, ordeno y conmino a los representantes de los diferentes Estados de la Unión a constituirse en asamblea en la Sala de Conciertos de esta ciudad, el día primero del mes de febrero próximo. Allí y entonces se discutirán las alteraciones a realizar en las leyes existentes de la Unión que puedan aminorar los males bajo los cuales este país está funcionando y quebrando la confianza que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e integridad. Norton I, emperador de los Estados Unidos, 17 de septiembre de 1859».
Al ser informado de lo que ocurría, el propio director del periódico bajó a ver de qué se trataba y se encontró con un extraño personaje vestido con un harapiento uniforme de comandante de marina. El editor, divertido, decidió publicar el edicto al día siguiente. Comenzaba así, el 17 de septiembre de 1859, el reinado de Norton I, primer y único emperador de los Estados Unidos. Movidos seguramente por el mismo afán de diversión que motivó al director del periódico, los ciudadanos de San Francisco decidieron espontáneamente seguirle el juego a su nuevo emperador. Una semana más tarde, un segundo decreto hacía saber que, a causa de la corrupción que se había detectado en las altas esferas, el emperador tenía a bien destituir al presidente de los Estados Unidos y disolver con carácter inmediato el Congreso federal. A partir de ese momento gobernaría el emperador en persona. Como no hay dos sin tres, poco después, un tercer decreto hacia saber que, siendo los mexicanos incapaces de gobernarse por sí solos, el Emperador asumía desde aquel mismo momento el papel de «protector de México».
A lo largo de los años, Norton I lanzó muchas proclamas más, que fueron desde lo ridículo (establecer una multa de veinticinco dólares a quienquiera que, tras haber sido advertido, se refiriese a la ciudad imperial de San Francisco con el nombre de «Frisco») a lo visionario (se ordenaba la construcción de un puente colgante que uniese Oakland y San Francisco sin interrumpir la navegación en la bahía, más o menos en el lugar ocupado hoy por el Golden Gate), pasando por lo divertido o curioso (disolver los partidos Republicano y Demócrata). Entre otras varias cuestiones, Norton I, en distintos momentos de su imperio, exhortó a las Iglesias católica romana y protestante para que le coronasen emperador en sendas ceremonias oficiales; propuso al mundo la creación de una Liga de Naciones; emitió bonos imperiales, pagaderos a un interés del 7%, y prohibió cualquier enfrentamiento entre ciudadanos por cuestiones religiosas o raciales.
Norton I situó su corte imperial en un gris edificio de apartamentos de alquiler, que decoró a conveniencia con retratos de Napoleón y de la reina Victoria de Inglaterra (con quien, se dice, mantuvo correspondencia) colgados de las paredes. Por las tardes se paseaba por las calles de sus dominios, flanqueado a modo de escolta por sus dos perros mestizos llamados Lazarus y Bummer, y correspondiendo con toda solemnidad a las reverencias (sin duda, menos solemnes) de sus súbditos, mientras inspeccionaba, por ejemplo, el sistema de alcantarillas o comprobaba el cumplimiento de los horarios de los autobuses, en su afán de comprobar la buena marcha de su imperio. Dada su voluntad de reinar con total ecuanimidad, cada domingo iba a una iglesia diferente, a fin de evitar celos entre las diversas sectas. Si bien sus decretos y proclamas rara vez eran tomados en serio y Norton siguió llevando una vida sencilla, sin boato alguno dada la precariedad de las arcas imperiales, y aunque no tenía poder político y su influencia se extendía sólo a aquellos que le rodearan en cada momento, durante el resto de su vida comió siempre en los mejores restaurantes a cuenta de la casa, e incluso tenía un asiento reservado en los teatros de la ciudad.
Como Norton I no tenía fortuna personal, vivía de la caridad de sus súbditos. Enfundado en su impresionante uniforme de gala, regalo de unos oficiales destinados en el presidio de San Francisco, tenía garantizada la entrada a prácticamente cualquier establecimiento de la ciudad, comercios que después se apresuraban a colocar en lugar bien visible una placa de bronce declarándose «aprobados por su Alteza Imperial Norton I», lo cual, curiosamente, solía conllevar una importante mejora en su éxito comercial. A tal punto llegó el asunto (o la farsa) que en ocasiones se vendieron y compraron placas falsificadas.
Aunque por lo general era magnánimo, Norton I tomó por supuesto algunas dolorosas medidas para hacer del suyo un país mejor, tales como abolir la compañía ferroviaria Central Pacific por haber tenido la desfachatez de no invitarle a comer gratis en uno de sus vagones… Por suerte, la compañía rectificó, proporcionándole un pase vitalicio y disculpándose públicamente. Todos los periódicos del área de la bahía de San Francisco competían por tener el honor de publicar sus proclamas y en más de una ocasión alguno llegó a publicar un falso edicto para aumentar las ventas, práctica que, por supuesto, el emperador condenó públicamente. Imbuido de su dignidad, Norton I llegó a emitir su propia moneda, con valores nominales de quince centavos, y cinco y diez dólares, que eran aceptadas sin rechistar. Aunque no siempre.
Cierto día intentó cambiar cien de sus dólares en el First National Bank. Al negársele la operación, el emperador se indignó y nada más volver a su corte, emitió otra proclama contra la entidad bancaria. Por lo general, el Ayuntamiento de la ciudad validaba aquellos billetes e incluso accedía a cambiarlos por su valor nominal en auténticos dólares. Hoy en día, estos billetes son una rareza evaluada en miles de dólares en las casas de subastas. Cuando su uniforme de gala estuvo deslucido y harapiento, Norton I dictó una nueva proclama imperial: «Sabed que yo, Norton I, tengo varias quejas contra mis vasallos, considerando que mi imperial guardarropa constituye una desgracia nacional». Al día siguiente el Ayuntamiento aprobó una subvención para equiparlo de nuevo, esta vez de general. Como muestra de agradecimiento, Norton I otorgó títulos de nobleza a diversos miembros del consistorio. Tal vez para que eso no volviera a ocurrir, Norton implantó un sistema de impuestos: veinticinco a cincuenta centavos semanales los tenderos, y tres dólares semanales los bancos. San Francisco se rió…, pero la mayoría pagó.
En términos generales, sus decretos eran recibidos con alborozo por todos sus súbditos. Sobre todo aquellos en que, al comprobar las penurias de su pueblo, se decidía a bajar los impuestos, o aquellos otros en que nombraba «rey por un día» a cualquier persona a la que él en persona hubiera visto realizando una buena acción (por ejemplo, ayudar a cruzar una calle a un anciano). Durante un tiempo, Norton I acarició la posibilidad de casarse con alguna plebeya hasta que, según se dijo, posó sus ojos en la reina Victoria de Inglaterra. En 1863, falleció Lazarus en un accidente, atropellado por un vehículo perteneciente al Departamento de Bomberos de San Francisco, dando lugar a un período de luto público. Cuando Bummer murió en 1865, el escritor Mark Twain escribió un epitafio, en el que expresaba su opinión de que el noble animal había muerto «con muchísimos años y muchísimo honor, enfermedades y pulgas».
Al estallar la guerra civil en 1861, el emperador siguió el curso de la contienda con «honda preocupación». Convocó a San Francisco a los presidentes Lincoln y Jefferson Davis, para mediar entre ellos. Viendo que no comparecían y que ni siquiera le contestaban, ordenó un alto el fuego hasta que él «tomara su imperial decisión». En otra ocasión anterior, ya había tratado de que el presidente de los Estados Unidos Andrew Jackson fuera arrestado y condenado a limpiarle las botas. Y, años después, mediante otro decreto, despidió al presidente Lincoln. Pero Norton, pese a su emisión de moneda, como fue un gobernante justo y honesto, no se enriqueció gracias a su posición. De hecho, en 1867, el oficial de policía Armand Barbier, un novato con exceso de celo, le arrestó por vagabundo. La ciudadanía se indignó. Y mucho. No se tranquilizó hasta que el jefe de policía, Patrick Crowley, le liberó y una delegación de concejales le visitó y le pidió reiteradamente disculpas. Magnánimo, Norton I otorgó el perdón real tanto al agente que lo detuvo como al resto del Departamento de Policía y consideró el asunto un desgraciado incidente.
El 8 de enero de 1880, Norton I, emperador de los Estados Unidos y protector de México, murió de un ataque de apoplejía mientras se dirigía a dar una charla en la Academia de Ciencias Naturales. Varios policías le trasladaron rápidamente al hospital de la ciudad, pero murió en el trayecto. Al día siguiente, el San Francisco Chronicle publicó la noticia en primera página con el titular: «Le Roi est morte». En el texto de la necrológica se leía: «Sobre el sucio pavimento, en la oscuridad de la noche lluviosa, Norton I, emperador de los Estados Unidos de América y protector de México por la Gracia de Dios, encontró ayer la cristiana muerte». En otra necrológica se decía: «El emperador Norton no mató a nadie, no robó a nadie, no se apoderó de la patria de nadie. De la mayoría de sus colegas no se puede decir lo mismo». A su entierro asistieron más de treinta mil personas, lo que hizo que el cortejo se extendiera más de tres kilómetros. Fue enterrado en el cementerio masónico, pero en 1934 fue llevado, a expensas de la ciudadanía, al cementerio Woodlawn, bajo una lápida con el epitafio: «EMPERADOR DE LOS ESTADOS UNIDOS Y PROTECTOR DE MÉXICO». Al día siguiente de su funeral, el 11 de enero de 1880, hubo un eclipse total de sol. Norton I había gobernado sabia aunque inútilmente su imperio durante veintiún años, en los que no abandonó nunca San Francisco, donde se convirtió en una atracción turística más. Y su recuerdo perduró, pues, en 1980, la ciudad de San Francisco conmemoró el centenario de la muerte de su único monarca con diversas ceremonias oficiales.
Tania Head es el nombre falso que adoptó la barcelonesa Alicia Esteve (1973) después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando relató que se encontraba en el piso 78 de la torre sur del World Trade Center en el momento de la explosión. El engaño duró hasta el 27 de septiembre de 2007, cuando The New York Times lo destapó. Luego, el diario español La Vanguardia descubrió su verdadera identidad, así como sus heridas, que, según las declaraciones de sus amigas, ya tenía antes del trágico accidente, lo que choca frontalmente con la explicación que mantuvo ella durante seis años. Las dramáticas vivencias de aquel fatídico día, así como las numerosas intervenciones en los medios de comunicación, la llevaron a ser presidenta de la Asociación de Supervivientes, que cofundó con Gerry Bogacz, hasta la última semana de septiembre de 2007, cuando se descubrió el engaño. La cadena televisiva española Cuatro emitió un documental sobre la historia de Tania Head llamado 11-S, Me lo inventé todo. Tania decía que estaba en las torres gemelas en el momento del impacto (falso), que era hija de diplomáticos (falso), que trabajaba en las oficinas que Merrill Lynch tenía en la torre sur (desmentido por la empresa), que ese día pensaba casarse con su novio, que murió en la torre norte (desmentido por la familia del supuesto novio, que nunca había oído hablar de Tania), que el famoso «hombre del pañuelo rojo» (que salvó la vida a dieciocho personas antes de morir) le apagó las llamas del hombro y le salvó la vida (falso), que fue tratada en un hospital (no dijo cuál), que había estudiado en las universidades de Stanford y Harvard (desmentido), que un hombre, antes de morir, le dio su anillo de casado para que se lo entregara a su mujer, que su brazo quedó mal tras el accidente de las torres (desmentido por sus conocidos), etcétera.
El alemán Andreas Grassl (1984), el llamado por los medios de comunicación «Hombre del Piano», fue hallado el 7 de abril de 2005 deambulando con la ropa empapada por las calles de la localidad de Sheerness, condado de Kent, Inglaterra. La noticia se mantuvo durante cuatro meses en los titulares de periódicos de todo el mundo porque supuestamente el desorientado sufría un trastorno que le impedía hablar y recordar quién era, lo que impedía que fuera reconocido y que se conocieran sus datos. Lo único que se supo durante un tiempo fue que tocaba muy bien el piano y que eso justamente era lo único que quería hacer. Ya se sabe que ninguna de esas cosas era cierta y que, en su vida, Grassl no fue un gran músico como se creía, pero que, como soñaba con ser famoso, intentó varias veces acceder a programas televisivos y escribió muchas cartas a gente conocida en busca de consejos para alcanzar fama y renombre, a lo que finalmente llegó por un camino un poco sinuoso. Los médicos que durante cuatro meses le atendieron opinaron que sufría de estrés postraumático, o incluso que era autista; después se enteraron de que había trabajado con pacientes psiquiátricos y, al parecer, era bueno fingiendo síntomas.
En su barrio de Chicago, Wayne Gacy era considerado por casi todos un buen tipo, incluso «un vecino modelo»: atento, amable, siempre dispuesto a colaborar de forma desinteresada en cualquier mejora de la comunidad. Todo un ejemplo de ciudadano, a no ser, claro está, por el detalle de las decenas de cadáveres que aparecieron, como el que no quiere la cosa, bajo su casa…
Casado, con dos hijos y homosexual reprimido, a los veintiséis años intentó abusar de un jovencito al que maniató. Todavía inexperto en esto de los asesinatos, el jovencito se escapó, lo denunció a la policía y el bueno de Wayne fue a parar a la cárcel. Condenado a diez años de prisión, dada su buena conducta, consiguió que a los dieciocho meses lo dejaran en libertad.
Tras salir de prisión el 18 de junio de 1970, se reintegró en su tranquila vida anterior, levantó un negocio próspero que daba trabajo, pero sólo a los jovencitos del barrio. Daba fiestas en su jardín multitudinarias a las que acudían las almas más piadosas de los alrededores, gente de las asociaciones en las que Gacy trabajaba, como Defensa Civil de Chicago o los Jaycees, una especie de cámara de comercio para la juventud, y si todo esto es poco, se enfundaba su disfraz de Pogo, un payaso más terrorífico que divertido, y acudía en sus ratos libres a entretener a los niños de los hospitales y orfanatos cercanos. Sin duda, un buen disfraz: ¿Quién iba a pensar que tras aquel payaso se escondía un violador, asesino y maníaco? En 1972 se casó de nuevo con Carole Hoff, divorciada y con dos hijas, que pese a conocer el motivo por el que Gacy había sido encarcelado, no le dio más importancia creyendo que fue algo pasajero y que aquel buen hombre no volvería a cometer el mismo delito. Grave error de Carole, por supuesto, pues ese mismo año, Gacy cometería su primer asesinato: encontró con un cuchillo en la mano a un joven con el que se había acostado en su propia casa por la mañana, según relató Gacy, que creyó que el joven quería robarle, entablaron una lucha y Gacy lo mató… Tras varios intentos fallidos, en 1974 creó la empresa de construcción Painting, Decorating & Maintenance Contractors, Inc. De nuevo, la particularidad de la empresa es que toda la plantilla eran jovencitos apuestos. Muchos de ellos se convertirían en sus víctimas y acabarían a un par de palmos bajo el suelo del sótano de su casa.
John Wayne Gacy no era ningún portento de la belleza, era un tipo más bien gordo y bajo, afable y, eso sí, con pinta de muy buena persona. Cuando no se hallaba ocupado en abusar y hacer desaparecer a alguno de sus trabajadores, salía de «caza». Acudía a lugares de ambiente, donde seleccionaba a sus víctimas. Los llevaba a su casa, los maniataba, les torturaba, sodomizaba y, al final, estrangulaba. Pero el problema es que su sótano ya estaba repleto de cadáveres. Buscar un hueco libre para enterrarlos llegó a convertirse en todo un problema, de modo que comenzó a arrojar cadáveres al cercano río Des Plaines. Ciertamente, a Gacy tampoco parecía preocuparle demasiado la discreción y nunca fue un lince ocultando pruebas. Los rumores y los dedos acusadores no tardaron en señalarle cuando comenzó a llevar a casa a sus víctimas a plena luz del día, y más cuando un buen número de sus empleados desaparecieron sin dejar rastro.
El 11 de diciembre de 1978, la desaparición de Robert Piest, su última víctima, fue la que puso a la policía sobre su pista. La madre de Piest, cuando denunció su desaparición, dijo que el chico había ido a un aparcamiento a verse con un contratista para un empleo de verano. Piest trabajaba en un drugstore y allí informaron a la policía de que Gacy había estado en la tienda realizando un presupuesto de reformas. Tirando del hilo poco a poco, todo condujo a Wayne Gacy.
En su casa encontraron treinta y tres cuerpos y todo un catálogo de efectos personales para identificarlos. El payaso asesino había conservado trofeos de casi todas sus víctimas, aunque ni siquiera recordaba el nombre de la mayoría. En su desfachatez, incluso llegó a vender el coche de uno de sus asesinados a un empleado. Nunca se ha sabido a ciencia cierta a cuántas personas mató. Algunos jóvenes tuvieron la suerte de escapar de la casa de Gacy, quizás porque colaboraron voluntariamente en el encuentro sexual, quizás porque Gacy no tenía ese día en concreto ganas de matar, incluso uno de ellos, con el que sí que lo intentó, escapó y lo denunció a principios de 1978. Wayne Gacy fue un psicópata sin ningún tipo de remordimientos, frío y despiadado y con una gran capacidad de convicción para hacer creer a todo el mundo lo que quería. Su doble vida acabó el 9 de mayo de 1994, cuando recibió una inyección letal, sin el más mínimo atisbo de arrepentimiento. Sus últimas palabras fueron: «Besadme el culo».
En Estados Unidos, los concursos de imitadores del músico de rock prematuramente desaparecido Elvis Presley proliferaron muchísimo. En la foto, los nueve finalistas de un concurso más celebrado en Las Vegas.
En el concurso de belleza anual de Loy Krathong, Bangkok, de noviembre de 2000, la ganadora fue Kesaraporn Duangsawan, que recibió gustosa el premio. No obstante, la policía recibió quejas de las demás participantes y comprobó que estas tenían razón. La ganadora había engañado a los jueces, pero no a sus compañeras de certamen: era en realidad un hombre. Una vez descubierto no le quedó más remedio que devolver el premio, pero solicitó quedarse como recuerdo con la banda de «miss».
El 15 de octubre de 1917, cuando los encarnizados combates de la Primera Guerra Mundial alcanzaban su clímax, la famosa bailarina Mata-Hari, acusada de espionaje a favor de Alemania, fue ejecutada por las autoridades militares francesas. Mata-Hari ordenó que le fuera hecho un traje especial para la ocasión de ser ejecutada por un pelotón francés y también se puso un par de guantes blancos nuevos. En ese instante nació el mito y el enigma de Mata-Hari: ¿era verdaderamente una agente secreta esta seductora de la que la alta sociedad parisina de principios de siglo se había encaprichado? Durante una recepción organizada el 13 de marzo de 1905 en el museo Guimet, donde se exhiben famosas colecciones de arte asiático, el «todo París» conoció a Mata-Hari. Esa tarde, para gran complacencia del público que venía a descubrir el arte de la misteriosa India, la bailarina ejecutó unas danzas sagradas aprendidas en los templos hindúes vestida sólo con algunos velos transparentes que dejaban entrever su piel cobriza. Los asistentes quedaron fascinados. Desde entonces, se pudo encontrar a la extraña bailarina en todos los sitios de moda y en los mejores salones, donde no se cansaba de contar su infancia en Java y su iniciación al culto brahmánico. Muy pronto, su fama se extendió por todas las capitales europeas. Seductora, aunque también fantasiosa, Mata-Hari sabía cómo ilusionar a las personas. Sin embargo, pronto se descubrió que conocía mal los ritos y danzas hindúes y que mentía.
La joven de tez mate y ojos almendrados se llamaba en realidad Margaretha Zelle y había nacido en 1876 en Leeuwarden, pequeña ciudad del norte de los Países Bajos. A los diecinueve años, se casó impulsivamente con el capitán MacLeod, oficial de las tropas coloniales, quien la llevó a Java, donde sedujo fácilmente a la sociedad colonial, un poco esnob. La artista se convirtió enseguida en una cortesana sagaz, que recorrió Europa siguiendo sus aventuras galantes, en las más altas esferas de la política, la diplomacia, las finanzas o el ejército. Nadie encontró objeciones a esta vida agitada ni a sus relaciones cosmopolitas mientras reinó la paz. Pero el comienzo de la Primera Guerra Mundial lo cambió todo. Los viajes incesantes y las amistades de Mata-Hari se volvieron sospechosos a ojos de las autoridades francesas. Parecía inquietante su evidente íntima amistad con dignatarios y oficiales alemanes, así como ver que a la vez busca la compañía de diplomáticos y oficiales franceses, ingleses o rusos y que, a menudo, se encuentra en lugares cruciales para el desarrollo de la guerra.
En un momento en que se combate encarnizadamente en todos los frentes, la obsesión por la traición y el espionaje se exacerba. Los servicios secretos franceses e ingleses sospechan que Mata-Hari trabaja para Alemania. En agosto de 1916, el famoso Deuxième Bureau, la división francesa de contraespionaje, decide ponerla a prueba, confiándole una misión en Holanda. Por un conjunto de circunstancias, no puede llegar a ese país y se dirige a España, centro del espionaje y el contraespionaje internacional, donde, por propia iniciativa, intima con el agregado militar alemán, capitán Von Kalle. Obtiene de él información sobre las maniobras alemanas, que transmite al servicio secreto francés; pero este sigue sospechando de ella, pensando que es una agente doble que trata de hacerles creer que apoya la causa francesa. Este temor se ve confirmado al interceptar mensajes codificados, enviados por Von Kalle al Estado Mayor alemán, en los que se informa de las misiones y de los movimientos del agente alemán H 21, que coinciden exactamente con los desplazamientos de Mata-Hari. De ahí en adelante, el agente H 21 y Mata-Hari son una sola persona para la policía francesa y la bailarina es detenida cuando regresa a París, tras su misión, el 13 de febrero de 1917.
Por entonces, la guerra está estancada y cundía el desánimo. En el frente, los soldados mueren a miles en las trincheras y en las lastimosas ofensivas. Pronto, los motines estallan en las tropas beligerantes. En la retaguardia, las privaciones son cada vez peor aceptadas por la población. En el lado francés, se teme que Rusia, sumida en la revolución, abandone la lucha. Se espera, por otra parte, el apoyo de Estados Unidos, que entra en guerra en abril de 1917. Ha llegado la hora de reunir las fuerzas y tratar con la mayor severidad a los amotinados, a los derrotistas y, sobre todo, a los traidores.
Al principio, Mata-Hari niega toda actividad en favor de Alemania y pretende haber hecho contacto con el enemigo con el único fin de entregar información a Francia. Después, termina por reconocer que su juego era más complejo y que, atraída por el afán de lucro, se dedicaba efectivamente a entregar información a los alemanes desde el comienzo de la guerra, aunque afirma haberse burlado de ellos, transmitiéndoles sólo información sin valor. A pesar de todo, el consejo de guerra que juzga el caso la encuentra culpable, ya que considera que los mensajes interceptados y las grandes sumas que Alemania le ha entregado son pruebas abrumadoras. Mata-Hari es condenada a muerte y fusilada el 15 de octubre de 1917.