Al parecer, de acuerdo con el Nuevo Testamento (especialmente Mateo 16:28), el fin del mundo ocurriría antes de la muerte del último de los apóstoles. En el año 960, el erudito Bernardo de Turingia causó una gran alarma en toda Europa tras anunciar que, según sus cálculos, al mundo sólo le quedaban treinta y dos años más antes de su fin. Afortunadamente para él, Bernardo murió antes de que ese apocalipsis tuviera lugar. Los textos apócrifos de la Biblia dicen que el Juicio Final (y, en consecuencia, el fin del mundo, al menos tal y como lo conocemos) tendría lugar mil años después del nacimiento de Jesucristo. Cuando ese día llegó (aunque con menor pánico del que se suele narrar), se produjo un cierto grado de preocupación. Se ha dicho que muchas tierras se dejaron sin arar (total, para qué). Significativamente, el papa Silvestre II y el emperador Otón III suspendieron sus notables diferencias políticas ante la inminencia de la fecha. No obstante, muchos historiadores modernos sostienen que ciertos antiguos colegas suyos, como Voltaire y Gibbon, se habrían encargado de nutrir esta leyenda del año 1000 para acentuar la naturaleza crédula del cristianismo medieval. Pasada la fecha sin novedad, algunos teóricos se apresuraron a explicar que, en realidad, el cálculo se había hecho mal, pues los mil años habrían de pasar desde la fecha de la muerte de Cristo y no desde su nacimiento. Por tanto, el fin del mundo ocurriría en el año 1033. Pero en esa fecha tampoco hubo grandes novedades. En 1179, un astrólogo conocido como Juan de Toledo puso en circulación panfletos que señalaban el fin del mundo para cuando todos los planetas conocidos se reunieran en la constelación de Libra. Tal circunstancia se daría el 23 de septiembre de 1186 a las cuatro y cuarto de la tarde del 3 de octubre según el nuevo calendario. En Constantinopla, el emperador bizantino mandó emparedar sus ventanas para esa fecha, mientras que en Inglaterra, el arzobispo de Canterbury llamó a un día de recogimiento. Aunque el alineamiento de los planetas se produjo, el fin del mundo, como es evidente, no. Tiempo después, Joaquín de Flore dio a conocer otro bien asentado cálculo según el cual la fecha final quedó señalada para el año 1260. Ni que decir tiene que no acertó.
En julio de 1523, adivinos y astrólogos londinenses profetizaron que un diluvio destruiría la ciudad de Londres el 1 de febrero de 1524. Esta predicción provocó la huida de más de veinte mil londinenses al llegar esa fecha. Otros, como el prior del Convento de San Bartolomé, decidieron hacer frente a la lluvia torrencial, construyéndose un refugio en una colina y acaparando alimentos para el sustento de sus monjes durante dos meses. Johannes Stoeffler (1452-1531), astrólogo alemán de la Universidad de Tubinga, vaticinó un nuevo Diluvio Universal para el 20 de febrero de 1524. Sorprendentemente el día previsto se desató una gran tormenta en el valle del Rin, que provocó multitud de víctimas, además de los consiguientes daños materiales. Rehecho del semifracaso, Stoeffler volvió a hacer una predicción, vaticinando el fin del mundo para el año 1528, pero esta vez no tuvo tanta suerte y nada ocurrió, perdiendo toda la poca credibilidad que le quedaba.
Pero la londinense y la de Stoeffler no fueron las únicas predicciones para 1524. El astrólogo Nicolás Peranzonus de Monte Santa María se basó en la nueva conjunción de todos los planetas en Piscis (un signo de agua) ese mismo año de 1524 para reafirmar el vaticinio de un gran diluvio. En justa respuesta a tanta previsión catastrofista concentrada en 1524, en Alemania, la gente comenzó a construir desenfrenadamente todo tipo de barcos y arcas. En algunos puestos europeos, el pueblo se refugió masivamente en cualquier bote que flotase y echó el ancla e, incluso, el conde de Iggleheim construyó un arca de tres pisos. Cuando el diluvio prometido se quedó sólo en lluvia, la multitud, enfurecida por el engaño, lapidó al infortunado astrólogo.
En 1532, un obispo de Viena, Frederick Nausea, insistió en que se avecinaba un gran desastre cuando ató cabos entre varios extraños sucesos. Fue informado de que se habían visto cruces sangrientas en coincidencia con la aparición de un cometa, que había caído pan negro y que se habían intuido tres soles y un flameante castillo en el cielo. La historia de una niña romana de ocho años de cuyo pecho manó abundante agua tibia, convenció finalmente al erudito de que el mundo llegaba a su fin y así lo hizo saber. Pero el mundo no se dio por aludido. Un año después, en 1533, el anabaptista Melchor Hoffmann anunció en la ciudad francesa de Estrasburgo (en la que él veía la Nueva Jerusalén) que el mundo se consumiría en llamas. Estaba convencido de que en su Nueva Jerusalén exactamente ciento cuarenta y cuatro mil personas sobrevivirían a la devastación causada por el aliento flamígero de Enoch y Elías que devastaría el resto del mundo. Luego llegó y pasó el momento del gran cataclismo anunciado y un nuevo profeta llamado Matthysz recogió la antorcha flamígera y pospuso la fecha a febrero de 1534. Pero nada. Idéntico resultado para el matemático y erudito bíblico Michael Stiftel de la localidad de Lochau, ahora en Alemania, que calculó una nueva fecha tras su estudio del Libro de las Revelaciones: las 8 de la mañana del 3 de octubre de 1533. Sus ingratos convecinos, en vez de agradecerle no haber sido destruidos, le premiaron con la flagelación pública y su expulsión de la vida eclesiástica. Por su parte, en la ciudad francesa de Dijon, una serie de profecías del astrólogo Pierre Turrel, publicadas póstumamente, señalaban, según sus distintos intérpretes, las muy diferentes fechas de 1537, 1544, 1801 y 1814. En ninguna de ellas ocurrió nada reseñable a este respecto.
En 1572, la coincidencia de un eclipse solar total y varias novas fue motivo suficiente para que varios profetas británicos anunciaran el fin del mundo. En 1584, el astrólogo Cipriano Leowitz predijo el final del mundo para ese mismo año…, aunque, luego, se autocorrigió y señaló la nueva fecha de 1614. Por esas mismas fechas, se dijo que el sabio Johann Müller (1436-1476), más conocido como Regiomontano, había dejado predicho que el fin del mundo ocurriría en 1588. Ya en el siglo XVII, el rabino Sabbatai Zevi, de Esmirna, interpretó la cábala y predijo la llegada del Mesías para 1648. Visto su poco éxito, pero aún apoyado por muchos seguidores, en 1665 se corrigió y señaló 1666. Convencidos por Zevi, ciudadanos de Esmirna abandonaron sus trabajos y prepararon su regreso a Jerusalén. Sin embargo, convencido por un oportuno paso por la cárcel del sultán, Zevi decidió convertirse al Islam y se desdijo sin mayor rubor de sus profecías rabínicas. En 1578, basándose en nuevos acontecimientos astronómicos, el físico alsaciano Helisaeus Roeslin había predicho que el mundo acabaría entre llamas en 1654. En plena expansión de una Peste Negra, el cuáquero Solomon Eccles atemorizó a los londinenses al anunciar que la peste era sólo el comienzo del fin. Fue arrestado y encarcelado en cuanto la plaga comenzó a remitir. El cardenal Nicolás de Cusa, sin apoyo vaticano, declaró que el fin del mundo llegaría en 1704. Mientras tanto, Jacques Bernoulli, el patriarca del clan de matemáticos suizos de ese mismo apellido, predijo la vuelta del cometa de 1680 y la rendición final de cuentas del planeta en tal circunstancia. Pero ni una cosa ni otra tuvieron lugar.
David Allen Bawden es un ciudadano estadounidense que fue electo papa Michael I por un cónclave de sólo seis personas, todos ellos católicos sedevacantistas (es decir, que creen que silla pontifical de Roma está vacante) residentes en la localidad de Delia, Kansas, que argumentaron que las elecciones de los últimos seis papas (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI) son inválidas porque todos ellos eran modernizadores. Los sedevacantistas arguyen que si el colegio de cardenales no elige a un papa válido, los católicos comunes pueden hacerlo bajo el principio de epikeia (‘equidad’). Actuando bajo esta premisa, en 1990 David Bawden fue electo papa por seis personas (incluyéndose a sí mismo y a sus parientes).
Nuevas y sucesivas previsiones señalarían sin descanso nuevas fechas posteriores para el fin del mundo (a la vista está que erróneamente). Entre otras, cabe citar las protagonizadas por el matemático y teólogo inglés William Whiston (1667-1752) para el 13 de octubre de 1736. Una multitud de embarcaciones atestadas de gente se agolpó en el Támesis, pero nada sucedió. El místico teólogo y espiritista Emanuel Swedenborg, según él, tras una serie de consultas con ángeles, marcó 1757 como la fecha final. William Bell lo predijo para el 5 de abril de 1761, al interpretar como signos los dos pequeños terremotos que se sucedieron en Londres en febrero y marzo de aquel mismo año. De todos modos, el revuelo que organizaron sus vaticinios fue de gran repercusión entre sus contemporáneos. La líder sectaria inglesa Joanna Southcott (1750-1814) adujo haber sido embarazada por el Nuevo Mesías, del que sólo aclaró que su nombre era Shiloh. Pero su embarazo acabó en nada, así como su vaticinio del fin del mundo. De todos modos, legó una caja de notas místicas que sólo podrían ser leídas a su muerte en presencia de veinticuatro obispos. Como nunca se logró reunir a tal elenco, su legado no fue abierto (al menos, públicamente).
En 1806, una ola de superstición popular creyó ver el advenimiento del fin del mundo ante el rumor de que una gallina de la ciudad inglesa de Leeds había puesto un huevo en el que se leía la inscripción «Llega Jesucristo». Poco después, el autoproclamado profeta John Turner, de Bradford, lo predijo para el 14 de octubre de 1820. Nada. Años después, el famoso astrólogo John Dee lo pronosticó para el 17 de marzo de 1842. El año siguiente, William Miller, un agricultor ateo de Nueva Inglaterra súbitamente convertido, fundó una pujante secta y convenció a sus seguidores de que el Juicio Final se produciría el 23 de abril de 1843, conclusión a la que había llegado tras un atento análisis de los Libros de Daniel y del Apocalipsis. Cuando llegó el Día del Juicio, sus seguidores se reunieron en las cumbres de las colonias y en los cementerios, y aguardaron. Muchos habían quemado sus bienes o los habían regalado. Ante su fracaso, Miller volvió a señalar las fechas del 7 de julio de 1843, el 21 de marzo de 1844 y el 22 de octubre de 1844. Cuando Jesús no apareció, los seguidores de Miller experimentaron lo que se conoce como «El gran chasco». Miles de seguidores abandonaron el movimiento. Un remanente concluyó, después de examinar nuevamente las escrituras, que Jesús no aparecería en esa fecha, sino que el juicio investigador comenzaría en el cielo ese día. En realidad, estas falsas profecías de Miller no pretendían otra cosa, como se demostró después, que fomentar el fraudulento negocio del propio profeta, que se enriqueció vendiendo lo que llamó «ropajes de ascensión». Pese a sus continuos fracasos como profeta, Miller jugó un rol muy importante en lo que los historiadores llamaron el Segundo Despertar religioso. El «Movimiento Millerita» tuvo una influencia significativa en puntos de vista sobre profecías bíblicas, incluso en lo que posteriormente sería la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Por su parte, Jonas Wendell, que experimentó períodos de debilidad de su fe después de 1844, luego de estudiar la cronología bíblica llegó a la conclusión de que la Segunda Venida de Jesucristo sería en 1868, y en 1870 publicó un folleto concluyendo que habría de ser en 1873. Para 1874, lo fijó Charles Taze Russell, fundador de la Sociedad Watch Tower, antecedente de los Testigos de Jehová.
Pero las profecías modernas sobre el fin del mundo no acabaron ahí, ni mucho menos. En 1881, expertos egiptólogos lo pronosticaron para ese mismo año, midiendo las proporciones de la pirámide de Kéops. Años después, la secta rusa de los Hermanos y Hermanas de la Muerte Roja lanzó su pronóstico para el 13 de noviembre de 1900, provocando el suicidio masivo de muchos de sus adeptos. Lee T. Spangler, un comerciante neoyorquino señaló el mes de octubre de 1908 como el último del mundo. Poco después, en California, una joven llamada Margaret Rowan afirmó que el arcángel Gabriel se le había aparecido para decirle que el 13 de febrero de 1925 sería el último día de la Humanidad. Días después de esa fecha, se especuló sobre si el arcángel Gabriel el día de su aparición estaba de broma o si por el contrario la muchacha mentía. Un pintor de brocha gorda de Nueva York, llamado Robert Reidt, hizo publicar grandes anuncios en los periódicos de Nueva York invitando a los fieles a unirse a él en lo alto de un monte a la hora del Juicio. El grupo que así se formó, vestidos todos sus componentes con ropajes blancos, esperó y, a medianoche, todo el mundo alzó los brazos gritando: «¡Gabriel, Gabriel, Gabriel!». Al ver que nada sucedía, Reidt echó la culpa del fracaso a los destellos de las lámparas de los reporteros gráficos que habían acudido al lugar para registrar el acontecimiento. En realidad, primero adujo que Margaret Rowan vivía en California y había hecho la predicción según los husos horarios de la franja del Pacífico, por lo que los neoyorquinos deberían esperar tres horas más. A las tres de la madrugada seguían sin noticias de Gabriel y entonces fue cuando culpó a los fotógrafos. Reidt volvió a predecir la Segunda Venida, en segunda convocatoria, para 1932, y esta vez enfocó el problema al modo clásico: interpretación de la Biblia. Eso sí, lo que no cambiaron fueron los resultados, aunque no hay constancia de que, esta vez, responsabilizara a los fotógrafos.
Nuevas profecías se sucedieron en 1931, por la Sociedad Profética de Dallas, y 1936, de nuevo a cargo de algunos piramidólogos. El 30 de octubre de 1937 se desató un brote de histeria colectiva al dar cuenta los científicos del peligroso acercamiento a nuestra órbita del enorme asteroide Hermes. Años antes, en 1889, el «Mayor Profeta de Estados Unidos», John Ballou Newbrough, había dicho que ocurriría en 1947. Inasequibles al desaliento, los piramidólogos prosiguieron por su propia ruta y lanzaron una nueva predicción para 1953. Y la secta canadiense de los Hijos de la Luz señaló el 9 de enero de 1954. El 24 de mayo de 1954, al observarse grietas en el Coliseo romano, los italianos recordaron el viejo aserto latino de que «el mundo permanecerá seguro mientras el Coliseo se mantenga en pie». Hector Cox, uno de los más famosos oradores espontáneos del londinense Hyde Park, pronosticó el fin del mundo para el 28 de junio de 1954. La Comunidad de la Montaña Blanca predijo la explosión accidental de una bomba atómica que acabaría con el mundo el 14 de julio de 1960. En 1962 volvió a surgir una cierta psicosis al darse a conocer la extraordinaria casualidad de la conjunción por primera vez en cuatro siglos de los ocho planetas al entrar en la Casa de Capricornio el 2 de febrero de 1962. Un predicador de Bogotá, Colombia, señaló el 18 de abril de 1965. El líder danés de la secta de los Discípulos de Orthon, Anders Jensen, pronosticó durante una emisión en directo de la televisión estadounidense que el fin del mundo se produciría, sin remisión, el 2 de diciembre de 1967. María Straffler, autonombrada papisa, lo anunció con poco éxito para el 20 de febrero de 1969, trasladando su profecía al 17 de marzo, dando una segunda oportunidad al destino. Por su parte, la visionaria estadounidense Viola Walker señaló el mes de septiembre de 1975, advirtiendo que había recibido ese mensaje directamente de Dios.
Pero las profecías del fin del mundo tampoco acabaron ahí. Por ejemplo, se avisó que ocurrirá en 1998, ya que Jesucristo murió, según algunos, en la semana 1998 de su vida; y un tal Criswell corrigió y señaló 1999, año en que, según él, una perturbación magnética absorbería el oxígeno de la atmósfera terrestre y el planeta se precipitaría hacia el Sol, convirtiéndose en cenizas. Y, según el famoso diseñador de moda Paco Rabanne, de acuerdo a las profecías de Nostradamus, que entre pespunte y pespunte había estudiado a conciencia, el fin del mundo llegaría en el año 2000, siendo una de las señales la destrucción de la ciudad de París al precipitarse un meteorito sobre ella.
De momento, la última gran profecía planteada, para el 21 de diciembre de 2012 se relaciona con el supuesto calendario maya. En un elaborado calendario, los antiguos mayas fijaron el nacimiento de la Tierra un 13 de agosto del 3114 a. C. y pronosticaron que, tras exactamente 5125 años, el planeta sufriría un gran cambio de Era, para unos un verdadero apocalipsis y, para otros, una renovación de la visión humana del planeta. Para los mayas, el fin de los tiempos ocurrirá no por una decisión divina, sino por la relación del propio hombre con su entorno, con la naturaleza. Por nuestra parte, se agradecería que se pusieran de acuerdo, pues tampoco se trata de seguir escribiendo ni este ni ningún otro libro si la historia de la humanidad no da para más…
Desde joven, el fundador religioso Jim Jones (1931-1978) mostró un carisma y una personalidad singulares. Era un ferviente lector de la Biblia, pero también de Lenin y otros autores comunistas. En la década de 1950 fundó la iglesia Templo del Pueblo, una secta a la que rápidamente se unieron todo tipo de personas. En su mayoría, los feligreses eran personas de raza negra, pero muchos de ellos eran parias, trastornados y gente que no había podido encajar en la sociedad. La iglesia de Jones se instaló en principio en Indiana, pero más tarde se trasladó al condado de Mendocino, California. Debido a los problemas con la justicia, que rápidamente comenzaron, Jones propuso trasladar la iglesia a Guyana, en Sudamérica. Su tesis es que muy pronto llegaría una hecatombe nuclear y sólo se podría sobrevivir en un lugar apartado del mundo como aquel.
Una vez en Guyana, Jones y todos sus feligreses se instalaron en una granja de doce kilómetros cuadrados, que Jones había arrendado al Gobierno de ese país. En principio, la vida parecía feliz en Jonestown, que prácticamente se autoabastecía. Los miembros de la iglesia cuidaban de los mayores, los niños y los enfermos. Pero el edén duró poco. La condición para ingresar al culto era darle todas las posesiones materiales a Jones. Una vez que las familias se mudaban, Jones se hacía cargo de sus vidas, sus cuerpos y sus mentes. Los miembros con «problemas» disciplinarios eran encerrados en una caja de madera de 2,5 × 1 metro. Los que eran encontrados huyendo, eran drogados. A los niños no se les permitía ver a sus padres, salvo un rato por la noche, y sólo podían llamar papá a Jones. Los chicos que se portaban mal eran arrojados a un foso, en cuyo fondo había un hombre que los asustaba. Jones tenía una guardia personal, encargada de mantener el orden.
Alertado por algunas denuncias y muchos rumores, el Gobierno estadounidense decidió enviar al senador Leo Ryan y tres periodistas para investigar las terribles denuncias contra Jones. Cuando los visitantes llegaron, Jones no lo pudo tolerar. Sus «soldados» les tendieron una emboscada, cuando escapaban para tomar el vuelo de vuelta a los Estados Unidos, y mataron al senador, a los periodistas y a un miembro de la secta que había escapado. Ese mismo día, 18 de noviembre de 1978, Jones enloqueció. Les dijo a todos que el mundo tal y como lo conocían se había terminado, e invitó a todos sus feligreses, adultos o niños, a que se suicidaran. En definitiva, novecientas personas murieron ese día. Jones había comenzado dándole a todos zumos de frutas con arsénico. A los que no querían tomarlo, se les inyectaba a la fuerza cianuro. Se cree que muchas de las novecientas personas no se suicidaron, sino que fueron asesinadas. Jones terminó con un balazo en la cabeza, balbuceando el nombre de su esposa. Nunca se sabrá si se mató o lo mataron.
El empresario estadounidense Phineas Taylor Barnum (1810-1891), hijo de un tabernero, desempeñó en la primera parte de su vida infinidad de oficios, entre ellos: mozo de labranza, abacero, buhonero, organizador de loterías y periodista, hasta que dio con el filón comercial de contratar y mostrar al público (previo pago) cuantas rarezas fuera capaz de encontrar (o, llegado el caso, fabricar), según sus conocidos lemas: «A la gente le gusta que la engañen» y «cada minuto nace un primo». Nacido en una familia de comerciantes, Barnum descubrió muy joven que el trabajo honesto no era lo suyo, por lo que, tras una estafa con cupones de lotería y un periódico llamado The Herald of Freedom en el que la veracidad de las noticias era nula, terminó pronto en la cárcel. Sin desanimarse, allí aprendió todo tipo de estafas y tretas, por lo que al salir decidió iniciarse como showman.
Barnum, que vivía modestamente en Nueva York con su esposa e hijos, conoció casualmente un día a un tal Bartram, que le contó que acababa de conocer a una anciana negra, Joice Heth, a la que hacían pasar por nodriza del primer presidente de los Estados Unidos, George Washington, quien había nacido en 1732, es decir, más de cien años antes (lo cual hacía que, obviamente, fuese imposible que aún viviese la tal nodriza). Barnum comprendió instantáneamente que en esa historia había un filón comercial y rápidamente partió hacia Filadelfia, donde residía la supuesta nodriza, de quien se contaba que tenía ciento sesenta y un años y a quien se había enseñado a hablar de Washington con la familiaridad propia de quien lo ha amamantado. Tras conocerla, Barnum liquidó su pequeño negocio neoyorquino, reunió mil dólares, abandonó a la familia y comenzó una gira por los Estados Unidos, mostrando públicamente a «la Nodriza de Washington», sin importarle (e, incluso, avivando artificialmente) la polémica que su paso levantaba por todo el país.
El Priorato de Sión es el nombre de una sociedad secreta que, según la creencia de los que apoyan su existencia desde la Antigüedad, sería considerada la más influyente en la historia occidental. Históricamente, esta orden fue fundada en realidad por Pierre Plantard el 20 de julio de 1956 (según consta en el Boletín Oficial de la República Francesa número 167, página 6731), caracterizándose por sus tintes rosacrucianos modernos. No debe confundirse con la Orden de Sión, fundada por los templarios, de la cual el Priorato pretende ser sucesor.
Según la leyenda y los propios estatutos del Priorato, la asociación adoptó ese nombre en referencia a una montaña cercana a la ciudad francesa de Annemasse, llamada Sión. El objetivo de esta logia iniciática era un movimiento vanguardista dedicado a la restauración de la nobleza y la monarquía en Francia, mediante los derechos de realeza de Pierre Plantard, quien los fundamentaba en unos pergaminos que, según sus adeptos, serían los que el padre Bérenger Sauniére había descubierto mientras arreglaba su iglesia. Entre ellos estaban un linaje legendario del Priorato de Sión, supuestamente surgido de los restos de la Orden de Sión, que había sido fundada en Jerusalén durante la Primera Cruzada por Godofredo de Bouillón y que ahora demostraba la supervivencia de la dinastía merovingia de los reyes francos. Para sus partidarios, la Orden de Sión tiene una larga historia que comenzaría con la creación de los Caballeros Templarios y sus frentes militar y financiero. Los adeptos se conjuran para reinstaurar la dinastía merovingia, que gobernó el reino franco del 447 al 751, en los tronos de Europa y Jerusalén, a pesar de no quedar ni un solo descendiente acreditado. La orden protegería a esta dinastía real porque, según la doctrina de la orden, la dinastía merovingia sería la supuesta descendiente directa de Jesús y su supuesta esposa, María Magdalena. Sin embargo, estudios genéticos realizados en 2006 por el programa Buscando la verdad del canal de televisión The History Channel sobre el análisis genético de Aragunde, una de las primeras reinas merovingias, en busca de su posible vínculo con Jesús o María Magdalena, concluyeron que el origen del linaje de la dinastía merovingia era sólo europeo, no relacionado genéticamente con ninguna de las poblaciones de Oriente Medio; lo que descarta la leyenda francesa sobre la supuesta descendencia de los judíos Jesús y María Magdalena. El objetivo último del Priorato sería la fundación de un Santo Imperio Europeo que se convertiría en la siguiente superpotencia y en el promotor de un Nuevo Orden Mundial de paz y prosperidad; la suplantación de la Iglesia Católica Romana por una religión estatal ecuménica y mesiánica gracias a la revelación del Santo Grial y el «Testamento de Judas», que demostraría las causas de los seguidores de Juan el Bautista y sacaría a la luz pública a los descendientes de Jesús y María Magdalena, y la reinstauración del rey ungido del Gran Israel (el descendiente del rey David).
Los historiadores indican que la antigüedad y los escritos sobre este no son verídicos, llegando a la conclusión de que los manuscritos presentados por Pierre Plantard como provenientes del padre Bérenger Sauniére, quien supuestamente como decíamos los habría descubierto mientras arreglaba su iglesia, habrían sido realmente escritos por él mismo y fabricados por su amigo Philippe de Cherisey. Tales documentos falsificados pretendían mostrar la supervivencia de la dinastía merovingia de los reyes francos y así atribuir un linaje real a Plantard. Este manipuló las actividades de Saunière en Rennes para «demostrar» sus reclamaciones respecto al Priorato de Sión. Se calcula que, entre 1961 y 1984, Plantard habría inventado el linaje legendario del Priorato de Sión, supuestamente surgido de los restos de la Orden de Sión. Otra razón para señalar como falsa la antigüedad del Priorato de Sión es el registro del Priorato el 20 de julio de 1956 en el Boletín Oficial de la República Francesa, ya que si presentara la antigüedad pretendida, y con ello un gran poder, no habría tenido necesidad de registrar su orden de nuevo. Para mantener su engaño, Plantard argumentó en 1989 que el Priorato en realidad había sido fundado en 1681 en Rennes-le-Château. Posteriormente, tras verse inmerso en diversos escándalos, en el año 1993 Plantard admitió que había ideado todo. Desde entonces vivió en el anonimato hasta su muerte el 3 de febrero de 2000, en París.
A principios de 1934, el poeta William Butler Yeats se sentía viejo y acabado. Llevaba un año sin escribir y lo achacaba a su impotencia sexual. «Mis versos se vuelven fríos y cerebrales. Todo el deseo y lascivia que hacían surgir mi poesía se diluyen», le confesó a un amigo. Semanas después, el mismo amigo le convenció para que realizase un viaje y se sometiera a una sencilla operación que, según él, le haría rejuvenecer visiblemente y le devolvería la potencia sexual. En abril de 1934, el poeta irlandés William Butler Yeats, flamante premio Nobel de Literatura, es operado de los testículos en un oscuro y secreto quirófano de Londres. Milagrosamente, en septiembre de ese mismo año, Yeats se siente de nuevo como un toro y entra en la etapa más creativa de su vida. «Concédeme el frenesí de un anciano», escribe Yeats a sus sesenta y nueve años. De repente, el sexo se ha convertido para él en una obsesión y se siente con fuerzas para emprender una relación con la actriz Margot Ruddock, cuarenta años más joven que él. Otro premio Nobel, el noruego Knut Hamsun, y hasta el mismísimo Sigmund Freud se someten por esas mismas fechas a la misma operación en el más absoluto de los secretos. Se trata de la llamada Operación Steinach, ideada por el afamado médico vienés Eugen Steinach (1861-1944) y consistente en la ligadura de los conductos deferentes del esperma que busca el aumento de la producción de hormonas sexuales masculinas y su reconducción hacia el flujo sanguíneo. Se trata de una especie de vasectomía que invierte, «teóricamente», el proceso natural de envejecimiento. Como explicaba Steinach, «el corazón se hace más fuerte; la musculatura se refuerza; el andar es firme y erguido; el sueño se restaura».
Arthur Conan Doyle (1859-1930) pasó a la historia por ser el creador del famoso detective Sherlock Holmes, pero también por ser uno de los escritores más crédulos de la historia. A raíz de la muerte de su hijo durante la Primera Guerra Mundial, Conan Doyle se convirtió en un fanático defensor y divulgador del espiritismo, con la esperanza de que algún espiritista le ayudara a ponerse en contacto con el espectro de su difunto hijo. Su inmensa credulidad se demostró en la labor que llevó a cabo como profeta del fin del mundo. En los años veinte, la mujer de Conan Doyle entró en contacto con el espíritu de un árabe llamado Pheneas que le anunció el fin del mundo para 1925. Este espíritu aportó también numeroso detalles de cómo sería este final: Europa central se hundiría bajo terribles terremotos y tormentas, Estados Unidos sufriría una nueva guerra civil, África sería cubierta por un manto de lodo y fango y el Vaticano sería engullido por la Tierra. Conan Doyle puso todo su afán en preparar la mente de los hombres para este nuevo despertar. Los espiritistas británicos, que se habían tomado en serio estos delirios, se aprestaron para la inminente catástrofe. Pero 1925 pasó sin que ocurriera nada de lo profetizado y, el 7 de julio de 1930, Arthur Conan Doyle murió sin ver cumplida ni una sola de sus profecías. Poco tiempo antes había escrito a un amigo preguntándose si él y su mujer habían sido víctimas de una cruel broma del más allá.
Aprovechándose del filón comercial de la supuesta Nodriza de Washington, Barnum puso en marcha un circo, para el que contrató a toda clase de artistas, animales exóticos o extraños, y todo tipo de fenómenos y monstruos (verdaderos y falsos). Cuando su colección de curiosidades adquirió un tamaño considerable, formó con ellos el American Museum y lo abrió comercialmente al público. En él era posible admirar desde una reproducción a escala de las cataratas del Niágara hasta hombres de raza negra pero de color de piel blanco, pasando por la llamada Sirena de las islas Fiyi (el cuerpo disecado de un mono con cola de salmón), el caballo lanudo, el devorador de pollos (un hombre sentado en una silla comiendo pollo frito) y toda clase de fenómenos, y muy especialmente el enano Tom Pouce «Pulgarcito» («El general más bajo del mundo»), verdadera figura estelar del museo, tan famoso que se paseó incluso por Europa en olor de multitudes. Simultáneamente, puso en marcha, junto a su socio James Bailey, el más famoso circo de todos los tiempos: el Barnum & Bailey. En este circo se forjaron grandes estrellas del espectáculo como Jumbo, «El elefante más grande del mundo», o la gigante Anna Swan. Sin embargo, sería su representación de un hipódromo romano lo que más dinero, prensa y controversia traería.
Carlos César Salvador Aranha Castaneda (1925/1935-1998) fue un antropólogo y escritor, autor de una serie de libros que describían su entrenamiento en un tipo particular de chamanismo tradicional mesoamericano, al cual él se refería como una forma muy antigua y olvidada. Dichos libros, y el propio Castaneda, quien en escasas ocasiones hablaba en público acerca de su obra, son objeto de controversia. Sus partidarios afirman que sus libros son veraces en su contenido, o que al menos constituyen obras de valor literario y antropológico. Sus críticos señalan por contra que sus libros son una farsa, trabajos de ficción, y que no son empíricamente verificables como obras de antropología, al contrario de lo que el autor afirmaba. Castaneda aseguraba haberse convertido en un chamán nagual tolteca tras un intenso entrenamiento de modificación de la conciencia y la percepción, que incluía el uso ritual de drogas. Sus libros, mezcla de autobiografía, chamanismo, alucinógenos, rituales toltecas y misticismo, tuvieron un tremendo éxito de ventas. Sus primeras obras están ligadas a la psicodelia y la contracultura de finales de los años sesenta y setenta del siglo XX.
En gran medida porque él lo quiso así con el propósito de «borrar su historia personal», no hay datos uniformes acerca de su vida. Según lo declarado por él mismo, nació el 25 de diciembre de 1935 en Juqueri, São Paulo, Brasil. Su padre, César Miguel Torres, habría sido un orfebre-relojero. En 1948, la familia se trasladó a Lima, donde Carlos se graduó en el Colegio Nacional Guadalupe. Sostuvo que lo enviaron a un internado en Buenos Aires, Argentina, y más tarde a San Francisco, Estados Unidos, a los quince años, donde viviría con su familia adoptiva hasta graduarse en la Hollywood High School. En 1951 emigraría a Los Ángeles, California, donde cursaría estudios de antropología en la universidad UCLA. En 1959 se naturaliza estadounidense y adopta legalmente el apellido materno Castaneda cambiando la «ñ» por una «n» por cuestiones idiomáticas. En 1968 obtuvo el doctorado con una tesis que se convertiría en su primer libro: Las enseñanzas de Don Juan, que le hizo famoso. Sus sucesivas obras contaron sus experiencias con Juan Matus, un indio yaqui depositario de este antiguo conocimiento, del que Castaneda se hizo supuestamente portavoz, un estrecho contacto que se extendió al parecer entre 1960 y 1973. Entre 1955 y 1959 asiste a varios cursos en el City College de Los Ángeles: literatura, periodismo y psicología, actividad esta última en la que se desarrollaría como ayudante, borrando cintas de sesiones terapéuticas.
Sin embargo, según los registros de inmigración estadounidenses, nació en Cajamarca, Perú, el 25 de diciembre de 1925, hijo de un profesor de literatura y sobrino de Osvaldo Aranha, ex presidente de la Asamblea General de la ONU y embajador en Estados Unidos. Estudió escultura en Milán, Italia. Pero también podría ser hijo del dueño de una joyería y crecer en la ciudad andina de Cajamarca, donde habría realizado sus estudios primarios, trasladándose luego a Lima, para completarlos. Más tarde estudiaría pintura y escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Se casó en 1960 en Tlaquiltenango, México, con Margaret Runyan, a quien abandonó en agosto del mismo año por Mary Joan Barker. Ese mismo verano conocería a la persona que cambiaría su vida para siempre: Juan Matus. Castaneda y Margaret Runyan se separarían en 1963, pero se seguirán frecuentando hasta que Margaret deje Los Ángeles en 1966.
Para añadir confusión, la escritora Amy Wallace publicó un libro en el que hablaba de su estrecha relación con Castaneda, al que describió como alguien voluble que tiranizaba a sus acólitas (todas mujeres) por simple capricho, y que además mantenía relaciones sexuales con todas ellas (él estaba vasectomizado). Su círculo más íntimo, según Amy Wallace, estaba formado por Florinda Donner, Patty Partin y Taisha Abelar, entre otras. En declaraciones posteriores, Amy Wallace dice estar convencida de que estas tres mujeres, junto con Talia Bey y Kilie Lundhal, de Cleargreen, pactaron un suicidio colectivo tras la muerte de Carlos. El caso es que no se sabe nada de ellas desde 1998.
La obra de Castaneda despertó desde su publicación una gran polémica: entre otras cosas, se le ha acusado, especialmente desde círculos académicos antropológicos, de haber incluido falsedades intencionadas en sus libros, haciendo pasar por sucesos reales experiencias totalmente inverosímiles, aunque la consideración de realidad que Castaneda emplea en sus obras es de tal naturaleza que bien podría eludir todos estos cuestionamientos. Con todo y en especial, se ha señalado la falta de acuerdo entre los estudios realizados por antropólogos entre los indios yaquis y la doctrina que atribuye al tal don Juan en sus relatos «autobiográficos». No existe ninguna evidencia de que esta haya existido siquiera. Castaneda no permitió a los antropólogos (ni siquiera a sus ex compañeros de la Universidad de California) acceder a sus notas de campo, y tampoco existen fotos o grabaciones. Todo esto resultaría extraño en una verdadera investigación antropológica, cosa que por otro lado no es, ni ha pretendido ser, la obra de Castaneda, pero ha hecho sospechar a muchos que podría tratarse de una mera invención. Por otro lado, tampoco hay constancia documental de que ni Castaneda ni su obra, Don Juan, hayan pasado por alguna universidad. No obstante, tampoco hay que desestimar la importancia de Castaneda para la antropología moderna.
Muchas personas que conocieron personalmente a Castaneda, como Alejandro Jodorowsky y Timothy Leary, no han dado una imagen ciertamente positiva de él, describiéndolo básicamente como un advenedizo. Tanto el propio Carlos como sus seguidores afirman que esa confusión es parte del juego del brujo. Marvin Harris dedicó un capítulo de su Vacas, cerdos, guerras y brujas (1974) a criticar lo que consideraba un trabajo antropológico de poca calidad, que admite sin crítica el punto de vista del sujeto de estudio y no mantiene la objetividad necesaria en un investigador digno de tal nombre. Critica también la ideología de la obra, que vuelve paradójico su éxito entre los rebeldes de la contracultura. De 1976 en adelante se han publicado varios libros que cuestionan el relato de Castaneda, considerándolo una patraña: Richard de Mille afirma, entre otras muchas cosas, que don Juan nunca existió; Jay Courtney Fikes sugiere que don Juan podría haber sido inventado combinando dos o tres auténticos chamanes; para Albert Hofmann, Castaneda «es un excelente escritor y conocedor de las culturas indias, pero todos sus libros, que he leído y aprecio, no se basan en una experiencia directa. Quiero decir que Castaneda no experimentó personalmente los efectos de las drogas a las que se refiere, sino que se funda en lo que cuentan otros. Y un lector experto lo capta. En fin, aun siendo sublime, la suya es una experiencia literaria, no científica». Castaneda solía contraargumentar diciendo que él escribía sobre estados de la mente y perceptivos fuera de las convenciones de la conciencia usual y desde un corpus de conocimiento tradicional que definía como hechicería, si bien no se corresponde a lo que convencionalmente conocemos como tal. Así pues, su trabajo no es de tipo científico o racional y, por tanto, no puede ser encuadrado en la antropología por más que, incidentalmente, tuviera ese origen. Todo ello no impide que pueda ser riguroso, exhaustivo e incluso pragmático en su elaboración.
Rael es el sobrenombre del periodista francés Claude Vorilhon (1946), quien en 1973, según confesión propia, fue contactado por extraterrestres, en el volcán Puy de Lassolas, cerca de Clermont Ferrand, en la Auvernia. Como no podía ser menos, eso cambió su vida y la de cierta gente dispuesta a creer sus fantasías y sus relatos acerca de los elohim o dioses viajeros. Su fantástica revelación fue que los que fueron llamados «dioses» en todos los siglos y culturas son, en realidad, los humanos superdotados de otros planetas. Es la idea central del movimiento raeliano, muy discutido por su capacidad de enganche como secta y sus efectos deletéreos. Los raelianos ponen el acento en la inmortalidad, aunque sea a través de la clonación. Lo curioso es que le hacen caso algunos miles y un escritor de éxito, como Michel Houellebecq, que cree que dentro de poco la gente nacerá en cuerpos perfectos, de dieciocho años. Nada de pañales ni granos. Según Rael, los humanos fueron hechos hace veinticinco mil años por los elohim, pero ahora es él, con su empresa de clonación, el que promete la eternidad.
De todos los cultos estrafalarios habidos y por haber, el culto al mesías eléctrico de John Murray Spear (1804-1887) es el único que en vez de esperar al mesías prefiere construirlo él mismo. Murray Spear comenzó a interesarse por la cultura y la teología desde una temprana edad, razón por la cual, en compañía de su hermano Charles, se preparó durante años para ser ministro de la Iglesia Universal, hoy parte de la Unitaria, y en 1830 fue asignado como ministro a la congregación de Barnstable. Allí pasó poco más de veinte años, en los cuales se interesó en gran medida por los derechos de la mujer y los derechos civiles hasta que, repentinamente, comenzó a recibir «visitas espirituales» de la Asociación de Electrizadores. Siendo estos «electrizadores» espíritus de personalidades de la talla de Thomas Jefferson y Benjamin Franklin. Decidido a cumplir con su rol en la historia, el flamante predicador de lo eléctrico abandonó la iglesia para dedicarse a tiempo completo al espiritualismo y, a la vez, lanzarse a una peregrinación espiritual a pie por todo el noreste de Estados Unidos, intentando así descifrar qué era lo que los electrizadores deseaban. Poco a poco un constantemente creciente culto de fascinados seguidores comenzó a seguir al atormentado Murray Spear, quien se desesperaba cada día más con poder descifrar las visiones. Todos ellos estaban tan fascinados con los relatos sobre la electricidad y los seres mecánicos del futuro a los que, en cada sermón, su líder daba vida en elocuentes y carismáticos relatos, que muchos de ellos llegaban al punto de abandonar a sus familias para lanzarse a una «peregrinación profética» en busca del ser eléctrico (fuera esto lo que fuera). Día tras día el ex pastor comenzaba a comprender más sobre su misión, hasta que, al llegar a Lynn, en Massachusetts, tuvo la revelación definitiva: había de construir un mesías eléctrico a manera de motor al que llamaría adecuadamente New Motor («Nuevo Motor»), capaz de salvar a la humanidad de su destrucción y de iniciar la era de paz del New Motive Power («Nuevo Poder Motriz»).
Decidido a traer al mesías eléctrico a este mundo, Spear se retiró a una choza de madera sita en la cima de la colina High Rock, para así poder dedicarse a tiempo completo a recibir instrucciones y a construir día y noche, cuidadosamente, el mesías. Mientras tanto, sus seguidores lo esperaban pacientemente en la base de la colina, intrigados a más no poder y esperanzados de ver al prometido mesías eléctrico salir triunfante de la choza. Al cabo de un tiempo, y tras emplear gran cantidad de partes de motor, metales e imanes (que sus adeptos le conseguían muchas veces no de manera muy legal) y desarmar una mesa de comedor para utilizar los tablones como base, Murray Spear llamó a una de sus seguidoras, una mujer a la cual había rebautizado Nueva María, cuya misión sería la de realizar un parto ritual para así dar nacimiento al mesías eléctrico.
Tras la construcción y el parto ritual, la feligresía comenzó una gigantesca peregrinación por Estados Unidos, dando sermones sobre el fin del mundo y mostrando en cada pueblo al que llegaban a aquel mesías eléctrico (con todos sus engranajes, ruedas y pistones que se movían constantemente en un frenético baile mecánico mientras producían todo tipo de estridentes sonidos metálicos). No es de extrañar que esto causara gran revuelo e incluso cierta indignación en las poblaciones, en muchas de las cuales, personas de poca fe, pensaban que se les estaba tomando el pelo. El revuelo y la indignación estallaron con virulencia en Randolph, Nueva York, cuando la población, harta de los discursos apocalípticos de Murray Spear y de la extraña máquina que presentaba como nuevo mesías, se armó de antorchas y palos y, durante la noche, linchó a Murray Spear y sus seguidores, además de destruir con saña al mesías eléctrico.
Un día, en plena Revolución francesa, mientras la monarquía se derrumbaba, Catherine Théot (1716-1794), una mujer pobre e iletrada recibió la iluminación; ella era, ni más ni menos, la Madre de Dios. Reuniendo a su alrededor a un grupúsculo de parisienses, rompió con la Iglesia católica y empezó a anunciar su «Nuevo Reino» (expresión no muy afortunada). Lo sorprendente es que la nueva diosa apoyaba con firmeza la causa de Robespierre, el cual sin duda estaría deseoso de prescindir de la engorrosa amistad de un mesías tan extravagante, pues sus enemigos políticos no desperdiciaban ninguna ocasión de comprometerle. Muy pronto empezó a circular la calumnia: Robespierre era un discípulo secreto de Catherine. Y aún peor: la secta tramaba un auténtico complot místico para derrocar la República. La diosa, arrestada por los revolucionarios, fue efectivamente salvada del cadalso por Robespierre, pero fallecería en 1794 en la prisión de Plessis, no sin antes profetizar, en los días previos, un acontecimiento espantoso para el día de su muerte. Y la visión se cumplió: en el preciso momento en que la anciana sucumbía, el polvorín de Grenelle saltaba por los aires. Sus adeptos sacaron la conclusión lógica: ese solo hecho reafirmaba que Catherine era realmente la Madre de Dios y que, en consecuencia, pronto resucitará. Aún se espera esto…
El vidente estadounidense Edgar Cayce (1877-1945), «el Profeta Durmiente», fue uno de los psíquicos más célebres de su época, pues se supone que poseía facultades de clarividencia y percepción extrasensorial, aunque nunca fueron demostradas con rigor científico. Entraba en estado de trance hipnótico durante sus llamadas «lecturas» (readings) y respondía a las preguntas que se le dirigieran. Fue un gran investigador de la reencarnación por medio de «regresiones» a vidas pasadas. Mucha gente lo visitaba para buscar ayuda a sus males y dolencias. Cayce consideraba más importante su dedicación al trabajo social (la mayoría de sus «lecturas» las realizó para personas que estaban enfermas) o la teología cristiana (fue toda su vida miembro de la iglesia protestante Discípulos del Cristo). Se ganaba la vida con su trabajo fotográfico, pero recibía también modestas donaciones que lo ayudaban, ya que no cobraba nada por sus tratamientos y consultas. Sus procedimientos eran múltiples: medicinas, masajes, hidroterapia, ejercicios, hierbas y remedios naturales. Veía las causas de la enfermedad que, a veces, se remontaban a reencarnaciones distantes y enseñaba cómo contrarrestar los karmas pendientes. Según el escritor francés Louis Pauwels, que narra la historia de este personaje en su libro El retorno de los brujos (1960), Cayce era un hombre muy sencillo, sin apenas formación cultural, que cuando dormía era capaz de recetar la solución médica de cualquier enfermedad, desde que a la edad de cinco años cayera en coma a causa de un pelotazo del que parecía que no sobreviviría, siendo víctima de una enfermedad incurable que no quiso revelar a nadie.
El 31 de marzo de 1848 en Hydesville, un pueblecito cercano a la ciudad de Rochester, al norte del estado de Nueva York, en la apartada granja de la familia Fox, se comenzaron a escuchar misteriosos golpes provenientes del cuarto donde dormían el matrimonio y sus dos hijas menores, Katie (de once años) y Maggie (de nueve). El sonido parecía «responder» a preguntas previas de las niñas del tipo «¿cuántos años tengo?». Esa noche, fue la madre quien preguntó: «¿Eres un espíritu? Si lo eres, da dos golpes», y se oyeron dos golpes secos y claros, que interpretaron como un sí: acababa de nacer la comunicación con los muertos. Aquel espíritu sonoro dijo llamarse Charles Brian Rosma y haber sido, en vida, buhonero y padre de cinco hijos. Al parecer, un vecino malvado le había asesinado y enterrado en el sótano de la casa. La familia contó a sus vecinos lo que pasaba, y el hogar de los Fox se llenó inmediatamente de gente que, siempre en presencia de Kate y Maggie, interrogaba al fantasma según un simple código: tres golpes significaban «sí»; uno, «no». Los diálogos ganaron en contenido cuando David, uno de los dos hermanos mayores de las niñas, que ya no vivía en el domicilio paterno, ideó un nuevo método de comunicación: recitaba el alfabeto y pedía al espíritu de turno que señalara con un golpe la letra apropiada, con lo que los espectros podían transmitir palabras y frases. Así fue como indicaron a Kate y Maggie que debían compartir su don y actuar como mediadoras entre vivos y muertos. En cuanto supo del revuelo montado, Leah, la hermana mayor de las niñas, de treinta y cinco años y que vivía en Rochester, se las llevó a su casa (curiosamente, el espíritu se fue con ellas) y empezó a organizar sesiones espiritistas abiertas al público, previo pago. Se celebraban en una habitación mal iluminada y el repertorio fantasmal incluía ya movimientos de la mesa alrededor de la que se sentaban los asistentes, materializaciones de objetos, apariciones de manos blancas. La recaudación oscilaba entre los cien y ciento ochenta dólares por noche. Las niñas tenían tanto tirón que se alquiló el salón de actos más grande de la ciudad, con capacidad para cuatrocientas personas, para tres sesiones de espiritismo en noviembre de 1849: la entrada costaba veinticinco centavos y el lleno fue total los tres días.
Los creyentes crecían rápidamente y uno de ellos acabó de impulsar la carrera de Kate, Maggie y Leah. Horace Greeley dirigía el diario New York Tribune, el más influyente de Estados Unidos entre 1840 y 1870, y era uno de los periodistas más respetados del país cuando, en la primavera de 1850, invitó a las hermanas a trasladarse a Nueva York. Se instalaron en un hotel y por sus sesiones pasó lo más granado de la sociedad: novelistas, historiadores, jueces, físicos, senadores… Frente a quienes sospechaban que en el espiritismo había gato encerrado, Greeley confiaba en la «total integridad y buena fe» de las hermanas.
Las hermanas Fox hicieron escuela y, a mediados de la década de 1850, había ya cuarenta mil médiums en Estados Unidos. Satisfacían las necesidades de millones de creyentes a quienes, como Greeley, no cabía en la cabeza que todo fuera un engaño. Era lo que pensaba, sin embargo, el médico E. P. Langworthy, quien denunció en 1850 que los ruidos procedían de los pies de las niñas o de objetos con los que estas estaban en contacto. A la misma conclusión llegó el reverendo John Austin, para quien los golpes eran crujidos de las articulaciones de los dedos de los pies de las pequeñas. Tres médicos de la Universidad de Buffalo, Austin Flint, Charles A. Lee y C. B. Coventry, coincidieron en el diagnóstico en febrero de 1851, tras ver a las niñas en acción y someterlas a una prueba controlada para que no pudieran hacer ningún ruido. Y una comisión de expertos de la Universidad de Harvard y otra de la de Pensilvania también apuntaron, en 1857 y 1884, al origen podal de los ruidos. La bomba estalló en la Academia de Música de Nueva York el 21 de octubre de 1888. «Estoy aquí esta noche, como una de las fundadoras del espiritismo, para denunciarlo como un fraude de principio a fin, como la más enfermiza de las supersticiones y la blasfemia más malvada que ha conocido el mundo», confesó Maggie Fox ante un repleto auditorio, antes de hacer una demostración pública de sus trucos. Los mensajes de las almas no eran otra cosa que chasquidos de huesos. «Queríamos aterrorizar a nuestra querida madre, que era una mujer muy buena y muy impresionable». Profundamente ofendidos, los espiritistas orquestaron toda una campaña contra ellas y no se detuvieron hasta conseguir su retractación.
Sin embargo, la confesión de su engaño no desalentó a los fieles del espiritismo, que en 1897 eran ya ocho millones en Estados Unidos. Un fenómeno que ha pervivido y hoy «es» del todo creíble para muchos millones de personas.
Entre los alumnos del estafador, matón y delincuente Soapy Smith en Skagway, Alaska, estuvo Claude Alexander Conlin (1878-1954), un joven que perdió todos sus pocos centavos jugando al trile con su maestro. Apiadado de su corta edad, Soapy le devolvió su dinero y le dio acomodo en su banda, poniéndole a cargo de las prostitutas. Durante su breve estancia en la banda, Conlin aprendió mucho de lo necesario para hacerse él también un consumado timador. Según algunos, fue precisamente él quien disparo el tiro que acabó con la vida de su mentor, al parecer por una venganza personal relacionada con las amenazas de Soapy hacia un amigo suyo. Ya lejos de la influencia de este, Conlin se convirtió en una estrella del teatro de variedades con el nombre artístico de «Alexander el Hombre que Sabe», un adivinador psíquico que obtuvo enormes éxitos de taquilla y logró amasar una gran fortuna. De él se dijo: «Fuera del escenario, es un charlatán encantador y carismático con un insaciable apetito sexual, que le da un poder sobre las mujeres similar al de Svengali. También es un conocido extorsionador, contrabandista y asesino, a la vez temido y odiado por todos con los que se cruza». Respecto a su posible «apetito sexual» baste recordar que se casó once veces.
El físico italiano Alessandro Volta (1745-1827) inventó la pila eléctrica en 1800. Con un apilamiento de discos de cinc y cobre separados por discos de cartón humedecidos con un electrolito y unidos en sus extremos por un circuito exterior, Volta logró, por primera vez, producir corriente eléctrica continua a voluntad. Uniendo a este invento los experimentos del siglo pasado de los franceses Cisterna y Dufay, mantenedor de los jardines reales de Versalles en la corte de Luis XV, y del reverendo Jean-Antoine Nollet relativos al cuerpo humano como conductor eléctrico y añadiendo una pizca de picardía y cierto grado de verborrea, hubo gente que se supo ganar la vida. «¡Una moneda y sienta la electricidad!», gritaban los charlatanes en ferias y lugares donde pudiesen captar «clientes». Con una pila de bajo voltaje y la ayuda de su locuacidad, los curiosos eran atraídos y, tras pagar una moneda, eran invitados a coger con las manos cada uno de los dos polos de la pila: su cuerpo sentía «la emoción de la electricidad».
El israelí Uri Geller (1946) es un personaje televisivo conocido que se autoaplicó poderes psíquicos. Comenzó su carrera como mago en clubes nocturnos israelíes hasta ganar cierta fama por afirmar que tenía habilidades paranormales como telequinesia, telepatía y rabdomancia, además de poder doblar objetos metálicos y parar relojes, o hacerlos funcionar más deprisa, a distancia, sin aplicar aparentemente fuerza física alguna sobre ellos. Dando supuestas muestras de estos poderes, comenzó a pasearse por las televisiones de todo el mundo, levantando, eso sí, mucha polémica sus actuaciones y su propia figura.
Judío israelí de padres húngaros, según su propio relato se dio cuenta por primera vez de sus habilidades cuando tenía cuatro años en el jardín de una familia árabe, al lado de su casa, cuando fue golpeado por una luz desde el cielo que le tiró al césped, tras lo cual corrió a decírselo a su madre. Poco después, mientras tomaba sopa, su cuchara se dobló y se rompió. Vivió en Chipre desde los once a los diecisiete años. Luego sirvió como paracaidista en el Ejército israelí, y fue herido en acción durante la guerra de los Seis Días (1967). Trabajó como modelo fotográfico en 1968 y 1969, cuando comenzó a actuar para públicos reducidos como mago, aunque pronto se hizo famoso en todo Israel. En el apogeo de su carrera, en los años setenta, actuó en televisiones de todo el mundo. La parte principal de su actuación era la de «doblar cucharillas». Para ello, utilizaba distintas técnicas mostradas anteriormente por diversos ilusionistas.
Geller se retiró parcialmente de la vida pública en los años ochenta, dedicándose, según él, al rentable negocio de encontrar aguas subterráneas, petróleo, oro y minerales. Paralelamente escribió dieciséis libros, tanto de ficción como de otros géneros literarios. Ahora vive en Berkshire, Inglaterra, en una finca aledaña al río Támesis. Sigue apareciendo en público de vez en cuando, está implicado en diversos proyectos de arte y diseño y escribe artículos para periódicos, revistas e internet. En 2002 fue nombrado copresidente honorario del club de fútbol Exeter City, aunque posteriormente cortó relaciones con el mismo. Es vegano y habla cinco idiomas: inglés, hebreo, húngaro, alemán y griego.
El famoso escéptico canadiense James Randi (1928) ha trabajado como mago profesional y escapista desde los años cincuenta y se dio a conocer internacionalmente en los setenta cuando retó públicamente a Uri Geller, al que acusó de no ser más que un charlatán que usaba trucos ya muy conocidos entre los magos para hacerlos pasar como poderes paranormales e insistió en su reto en el libro La magia de Uri Geller. Este le respondió con varias demandas judiciales y su rivalidad continúa desde entonces. Randi insistió escribiendo otros libros en los que atacaba las creencias populares en lo paranormal. También ha denunciado fraudes con los que algunos charlatanes obtenían ganancias ilícitas. Desde 1996, Randi apoya la investigación de lo paranormal e intenta examinar los hechos en condiciones de experimentación controladas, ofreciendo un premio de un millón de dólares a cualquiera que pueda superar esas pruebas con el fin de demostrar cualquier tipo de poder sobrenatural bajo criterios científicos. Nadie ha superado las pruebas preliminares, que han sido acordadas previamente por ambas partes para cada afirmación paranormal específica.
El médico adventista estadounidense John Harvey Kellogg (1852-1943) dirigió el Battle Creek Sanitarium, en Battle Creek, Michigan, de acuerdo a estrictos métodos holísticos, haciendo particular énfasis en la nutrición, el ejercicio físico y el uso terapéutico de enemas. Kellogg fue un firme partidario del vegetarianismo y es especialmente famoso por el invento de los cereales para el desayuno corn flakes. El 22 de febrero de 1879 se casó en Nueva York con Ella Ervilla Eaton (1853-1920), pero, según el propio Kellogg, el matrimonio nunca llegó a consumarse debido a una abstinencia libremente elegida conforme a sus principios. De hecho, la pareja vivió en casas separadas. No tuvieron hijos biológicos, pero criaron a más de cuarenta, adoptando legalmente a siete antes del fallecimiento de Ella en 1920. Kellogg adquirió fama mientras trabajaba en el sanatorio de Battle Creek, que dirigía siguiendo los preceptos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Kellogg creía en los beneficios de la dieta vegetariana y del ejercicio, así como que la mayoría de las enfermedades pueden ser mitigadas mediante un cambio en la flora intestinal: las bacterias de los intestinos pueden favorecer u obstaculizar el funcionamiento del cuerpo. Una dieta pobre favorece la aparición de bacterias dañinas que pueden infectar otros tejidos del cuerpo. La dieta de cada individuo altera la flora intestinal; si se sigue una dieta vegetariana equilibrada y rica en alimentos laxantes, con mucha fibra y bajos en proteínas, dicha alteración será para mejor. Este cambio en la flora se puede acelerar mediante enemas que contengan bacterias beneficiosas, o siguiendo regímenes de comidas específicas diseñados para sanar una determinada dolencia. A tal fin, Kellogg se aseguraba de que los intestinos de todos y cada uno de sus pacientes fueran convenientemente irrigados con agua, tanto por arriba como por abajo. Su artilugio predilecto era una máquina para aplicar enemas, capaz de inyectar unos cincuenta y siete litros de agua en los infortunados intestinos de un paciente en cuestión de segundos. A la inserción de cada enema de agua, seguía la ingesta de algo más de medio litro de yogur; la mitad ingerida de forma normal, la otra mitad administrada por vía rectal, «plantando de este modo los microbios protectores en el sitio en el que son más necesarios y pueden prestar un servicio más efectivo». El yogur servía para renovar la flora intestinal, dando lugar a lo que Kellogg aseguraba que era un intestino «relimpio».
En su sanatorio también se emplearon curas basadas en baños de agua fría con radio o en el uso de una silla vibratoria de su invención. Kellogg estaba en contra del uso de la cirugía para curar enfermedades, tanto intestinales como de otros tipos. En los casos en que sus tratamientos no surtían el efecto deseado, le echaba la culpa a la masturbación secreta del paciente. Y es que fue un entusiasta activista contra la masturbación, llegando a recomendar métodos bastante extremos. En su obra Tratamiento contra el autoabuso y sus efectos escribió: «El remedio contra la masturbación que resulta casi infalible en niños pequeños es la circuncisión. La operación debe ser llevada a cabo por un cirujano sin administrar anestesia alguna, pues el breve instante de dolor durante la operación tendrá un efecto saludable en la mente del individuo, tanto más si se asocia con la idea de castigo. En las mujeres, el autor ha descubierto que la aplicación de fenol puro en el clítoris supone un método excelente de calmar una excitación anormal». Convencido de que el onanismo era un pecado sensual de la carne, una forma de autoabuso y un hábito obsesivo común en adolescentes varones y otras personas, Kellogg abogaba firmemente por dejar al descubierto el glande, muy sensible y sometido a roces durante la masturbación. Además, la eliminación del prepucio reduciría en el sujeto los placeres sensoriales derivados del hábito masturbatorio. Reduciendo el placer sensorial, se conseguiría también reducir la rebeldía de los jóvenes ante las normas del adventismo. También aseguró que la masturbación era la principal causante del acné, entre otras muchas cosas, incluyendo la atrofia de los testículos.
Junto a su hermano, Will Keith Kellogg, fundó hacia 1897 la compañía Sanitas Food Company para producir cereales integrales. Por aquel entonces, el desayuno tradicional de la gente pudiente constaba de huevos y carne. Los pobres comían avena cocida, gachas y otros cereales hervidos. John y Will terminaron discutiendo sobre si debían o no añadir azúcar a los cereales, por lo que en 1906 Will creó su propia compañía, la Battle Creek Toasted Corn Flake Company, que al final se convertiría en la Kellogg’s. Por su parte, John formó la Battle Creek Food Company para fabricar y vender productos derivados de la soja. Los hermanos no volvieron a hablarse jamás.
El médico y astrólogo judeofrancés Michel de NôtreDame (1503-1566), más conocido por su seudónimo de Nostradamus, ganó fama al aplicar casi por primera vez en la historia medidas profilácticas e higienistas contra las epidemias, principalmente la peste negra, que asolaban su país. Posteriormente, se hizo famoso fuera del ambiente científico por sus populares predicciones, recogidas en el libro Las profecías o Centurias, escrito en verso con un lenguaje cabalístico, que se publicó por primera vez en 1555, aunque poco después se editara una versión aumentada y dedicada especialmente al rey.
Años después, en 1568, tratando de aprovecharse de la fama del padre, su hijo, también llamado Michel de NôtreDame, pero más conocido como Nostradamus «El Joven», publicó un almanaque de predicciones para ese año, que sin alcanzar plenamente el éxito, tampoco le desacreditó. En 1574, habiendo pronosticado al caballero D’Espinay-Saint-Luc que la villa de Pouzin, en Vivarais, sitiada a la sazón por tropas reales, sería destruida por un incendio, Nostradamus «El Joven» ideó provocarlo él mismo para que se cumpliese su predicción. D’Espinay-Saint-Luc le descubrió in fraganti e, indignado, lo mató, pisoteándolo con su caballo.
El Palmar de Troya es una pedanía de la localidad sevillana de Utrera conocida sobre todo por el templo de la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, escisión herética de la Iglesia católica, y que acabó siendo la Iglesia cristiana palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz o Iglesia católica palmariana. Fue fundada por Manuel Alonso y por el sevillano Clemente Domínguez (1946-2005), autoproclamado papa (el «papa Clemente») en 1978 con el nombre de Gregorio XVII, nombre de notable significado para el catolicismo más tradicionalista, ya que según la rumorología vaticana lo habría adoptado el arzobispo de Génova y cardenal Giuseppe Siri, de fuertes tendencias anticomunistas, que habría sido elegido papa en los cónclaves de 1958 y 1963, y que habría sido privado del cargo en circunstancias irregulares y bajo amenaza de represalias a los católicos en los países del bloque soviético. Los papas del Palmar son considerados por la Iglesia católica como antipapas. Otros consideran a esta organización como una secta. Durante la década de los noventa, Clemente fue acusado de abusos sexuales a algunos de los sacerdotes y monjas de su orden. En 1997, admitió tales abusos y pidió perdón por ellos. Domínguez había declarado tener visiones místicas, sufrir estigmas y recibir mensajes del Cielo durante años en el Palmar de Troya, Utrera. Con posterioridad, durante un viaje en automóvil por la autopista Bilbao-Behobia, el 29 de mayo de 1976, sufrió un grave accidente que le hizo perder la vista. Meses antes, el 11 de enero de 1976, fue ordenado obispo, de modo válido pero ilícito, según el Derecho Canónico, por el arzobispo vietnamita Ngo Dinh Thuc Pierre Martin. En 1978 afirmó haber tenido una visión sobrenatural que le ordenó autoproclamarse papa, a la muerte de Pablo VI, cosa que haría en agosto de 1978, en Bogotá, Colombia. La visión condenó la «herejía» del modernismo (que a su vez había condenado Pío X) y el comunismo, como ideologías que el Concilio Vaticano II habría aceptado, lo que le sitúa intelectualmente cercano al sedevacantismo y al conclavismo. Tras su autonombramiento, fue excomulgado, pero ese mismo año santificó a personajes del más fuerte tradicionalismo (José María Escrivá de Balaguer, Francisco Franco, José Antonio Primo de Rivera, Don Pelayo y Cristóbal Colón). Tiempo después llegaría a excomulgar a Juan Pablo II y al rey de España Juan Carlos I. Falleció con cincuenta y ocho años, durando su «papado» casi exactamente el tiempo que el de Juan Pablo II, que murió apenas once días después. Según sus seguidores, Domínguez estaba destinado a ser el último papa y a ser crucificado y morir en Jerusalén, para regresar luego a la Tierra bajo el nombre de Pedro II. Sin embargo, tal nombre fue tomado por su sucesor, Manuel Alonso Corral, otro de los fundadores, quien junto al colegio de cardenales de la Iglesia católica palmariana, le canonizó como «Santo Papa Gregorio XVII, el muy grande».
El primer encuentro cara a cara entre un humano y un extraterrestre se produjo en 1952. No ocurrió en Washington, Moscú, Londres o París, sino en el desierto de California. El interlocutor terráqueo tampoco fue un alto mandatario; ni siquiera el entonces secretario general de la ONU, el noruego Trygve Lie: se llamaba George Adamski y trabajaba en las inmediaciones del observatorio astronómico de monte Palomar. Nacido en Polonia en 1891, había emigrado a Estados Unidos de niño y dedicó los últimos trece años de su vida a difundir el mensaje de los visitantes de otros mundos por América, Europa y Oceanía. «Fue a las 12.30 horas del jueves 20 de noviembre de 1952 cuando establecí contacto en persona con un hombre de otro mundo. Había venido a la Tierra en una nave espacial, un platillo volante», explica Adamski en su libro Flying saucers have landed (‘Los platillos volantes han aterrizad’, 1953). Había ido al desierto con otras seis personas, ansiosas todas de encontrarse con los extraterrestres. El grupo vio «una gigantesca nave plateada con forma de puro, sin alas ni apéndices de ningún tipo». Se movía en silencio y, cuando salió de ella un disco volante, el elegido se separó de sus acompañantes con la esperanza de hablar con la tripulación de la pequeña nave e incluso hacer un viaje en ella. El platillo que aterrizó en el desierto estaba pilotado por Orthon, un venusiano rubio y de excelente facha que impresionó al hombre. «Me sentía como un niño en presencia de alguien poseedor de una gran sabiduría y mucho amor». Mediante gestos y telepatía, el visitante, que venía en son de paz, le informó de la creciente preocupación en el vecindario cósmico por la radiación producida por nuestras pruebas nucleares. Adamski quiso hacerle una foto; pero Orthon se negó, aunque le dejó fotografiar el disco volante. Por desgracia, a pesar de llevar encima dos cámaras de fotos y durar la conversación una hora, todas las pruebas de la histórica entrevista se reducen a una imagen borrosa en la cual, tras una colina, asoma una mancha: parte de «la pequeña nave de Venus».
Este encuentro fue sólo el primero de los que mantuvo Adamski con seres de otros planetas. Con el tiempo, el hombre hizo realidad sus sueños y viajó por el espacio a bordo de platillos volantes. En la cara oculta de la Luna, vio ríos y florecientes ciudades pobladas por paisanos de Orthon, además de por marcianos y saturnianos. El Sistema Solar en pleno estaba preocupado por el futuro de la humanidad y, consciente de la trascendencia de su misión, Adamski se dedicó a partir de entonces a escribir libros sobre sus experiencias y viajar por el mundo dando conferencias y concediendo entrevistas. Hizo una gira por Nueva Zelanda, tuvo una audiencia privada con la reina Juliana de Holanda y decía haber mantenido otra con Juan XXIII. Adamski murió de un ataque cardiaco en 1965. Desde entonces, las sondas automáticas han fotografiado al detalle la cara oculta de la Luna sin ver nada de lo dicho por el «contactado». Tampoco han encontrado rastro de civilización alguna en Venus, Marte y Saturno, ni en ningún otro lugar del Sistema Solar.
«Era hombre de exiguos logros académicos, pero compensaba tal deficiencia con una excelente imaginación, una agradable personalidad y una provisión aparentemente inagotable de desfachatez», escribió el periodista Frank Edwards en su libro Platillos volantes, aquí y ahora (1967). Al «profesor» Adamski, como firmaba sus cartas, hay que reconocerle el mérito de haber sido el primero en aprovecharse de los extraterrestres para escapar de una vida gris. En su caso, un puesto de hamburguesas de la carretera del observatorio de monte Palomar. Había intentado sin éxito dejar los fogones en 1949, publicando una novela de ciencia ficción titulada Pioneers of space. An imaginary trip to the Moon, Venus and Mars (‘Pioneros del espacio. Un viaje imaginario a la Luna, Venus y Marte’), pero el fracaso se convirtió en oportunidad y Adamski el contactado nació cuando una escritora le animó a presentar la ficción como si fuera una experiencia real e ilustrarla con fotos de platillos volantes. Los dos libros posteriores en los que contó sus aventuras fueron sendos éxitos y convencieron a miles de personas de las visitas de seres de otros mundos. Pero algunos fueron más allá. Frank Edwards identificó, por ejemplo, el modelo al que correspondía el platillo en el que Adamski había hecho su primer viaje a Venus. «Tras ocho años de pacientes investigaciones —recordó en 1967—, llegué, finalmente, a la conclusión de que su “nave espacial” era en realidad el extremo superior de una aspiradora fabricada en 1937. Y dudo que se pueda viajar a través del espacio montado en una aspiradora». Además, aunque la entrevista con Juliana de Holanda sí se produjo (y le costó a la reina sus críticas), la de Juan XXIII es tan histórica como la de Orthon. Cuentan sus seguidores que la audiencia de Adamski con el Pontífice se celebró el 31 de mayo de 1963. Aquel día, el contactado visitaba el Vaticano con dos admiradoras cuando se separó de ellas para volver una hora después. Al regresar, les dijo que había estado con el papa y les enseñó como prueba una medalla con la efigie de Juan XXIII, como las que podían comprarse en los alrededores de la basílica de San Pedro. Las mujeres creyeron que un papa agonizante (murió tres días después) no tenía nada mejor que hacer que charlar con un vendedor de hamburguesas que decía viajar a otros planetas y a quien, además, el venusiano Orthon no había contado nada nuevo en 1952 en el desierto de California: un año antes, otro extraterrestre bien parecido, Klaatu, había descendido con su platillo volante en Washington en la película Ultimátum a la Tierra para convencer a las grandes potencias de que dejaran de hacer pruebas nucleares.
En 1917, un extraño inventor llamado John Andrews entretuvo a la Armada estadounidense con un polvo verde que, al ser mezclado con agua, creaba un potente combustible apto para cualquier motor de gasolina. La Armada, por supuesto, sospechó y no hizo caso del prodigio. No se supo nada más del tal Andrews hasta 1935, año en que volvió a presentar su polvo en la Oficina de Estándares. Dos años después fue asesinado y su polvo verde y sus papeles fueron robados de su casa en Pensilvania. En 1973, otro inventor, Guido Franch, de Chicago, creó algo parecido, pero, convencido de la bondad de su invento, antepuso sus exigencias: doscientos cincuenta mil dólares por adelantado, diez millones ingresados en su cuenta que pasarían a ser suyos en el momento en que se revelara el secreto y un centavo por cada galón de combustible que se obtuviera. Interrogado sobre algunos detalles, Franch reconoció no ser el creador de la sustancia y afirmó que se la había entregado la viuda de un químico alemán llamado, por casualidad, Kraft (‘fuerza, poder’). Cuando le hablaron de su malogrado predecesor, John Andrews, negó conocerlo, pero creía muy posible que Kraft le hubiese facilitado en persona su fórmula. Cuando la lluvia de preguntas se intensificó, Franch comenzó a decir que el producto procedía en realidad de las Águilas Negras, un grupo de extraterrestres oriundos de Neptuno.
La espiritista londinense Florence Cook (1848-?) fue una médium a la que el investigador William Crookes hizo famosa cuando en 1863 publicó un estudio acerca de la supuesta materialización del ectoplasma de una mujer fallecida llamada Katie King. Entre 1871 y 1874, Crookes estudió aquella curiosa materialización, que surgía a instancias de Florence. Durante tres años se llevaron a cabo sesiones de materialización en condiciones de laboratorio. Según afirmaba el espíritu, era hija de Juan King, otro espíritu que presidía muchas sesiones por aquellos días. En un principio, el espíritu de Katie King se materializaba parcialmente, pero con el tiempo fue tomando consistencia y haciéndose más real, hasta que llegó un momento en el que se materializó por completo, tomando aspecto de persona viva de blancos ropajes. La aparición andaba y hablaba con libertad, incluso Crookes pudo fotografiarla al menos en cuarenta y cuatro ocasiones. Un día, Katie se despidió: había cumplido su misión de demostrar a todos la existencia del mundo espiritual y había llegado el momento de elevarse a un grado superior. Lo cierto es que Katie King no era más que una burda farsa, ya que tanto ella como Florence eran muy parecidas y no hay fotos fiables de ambas juntas [la que aquí se reproduce es una de las mejores].
En la última etapa de su vida, el científico español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) se interesó sobre el misterio del más allá, y estaba fascinado por los sueños y la psicología profunda. Todas las mañanas, apuntaba los sueños que había tenido la noche anterior y llegó a pagar a una médium zaragozana para llevar a cabo algunos experimentos de espiritismo. La mujer, que afirmaba estar inspirada por el arcángel san Gabriel, contestaba las preguntas a través del espíritu de una hermana suya, monja, muerta hacía tiempo. Cajal descubrió el engaño. La fantasmal figura no era otra que la de la misma médium, que se disfrazaba y producía una deformación del rostro utilizando trozos de goma que se metía en las fosas nasales y la boca.
En un oscuro y sombrío día de 1952, Morey Bernstein (1923-1995) hipnotizó a Virginia Tighe, que comenzó a hablar con acento irlandés y afirmó ser Bridey Murphy, una mujer irlandesa del siglo XIX, natural de Cork. A partir de entonces la hipnosis se repitió a menudo y, en este estado, Virginia/Bridey cantó piezas irlandesas y contó historias irlandesas, siempre en su papel de Bridey Murphy. El libro de Bernstein, La búsqueda de Bridey Murphy, se convirtió en un best seller. Las sesiones hipnóticas fueron grabadas y traducidas a más de una docena de idiomas, y en todas partes se vendió muy bien. El auge del interés por la reencarnación en las publicaciones estadounidenses había comenzado. Los periódicos enviaron reporteros a Irlanda a investigar. ¿Hubo una pelirroja llamada Bridey Murphy, que vivió en Irlanda durante el siglo XIX? Nadie lo sabía, pero un periódico, el Chicago American, encontró a una en Chicago en el siglo XX. Bridey Murphey Corkell vivía en la casa de enfrente de donde Virginia Tighe había crecido. Lo que Virginia recordaba mientras estaba hipnotizada no eran recuerdos de una vida pasada, sino recuerdos de su infancia. Mucha gente se impresionó bastante con el detalle de los recuerdos hipnóticos de Tighe, pero esas descripciones no eran evidencia suficiente de regresión a vidas pasadas, reencarnación o canalización. Fueron sólo evidencia de una intensa imaginación, un recuerdo confuso, un fraude o una combinación de todo ello.
El suizo Henri Louis Grin (1847-1921) mostró desde bien temprano unas enormes ganas de protagonismo. Trató de ser famoso desde los diecisiete años, cuando dejó su casa familiar para dedicarse a la aventura. Después de innumerables trabajos, harto curiosos (lacayo, mayordomo, doctor, fotógrafo de espíritus, inventor, «esposo», dios en una tribu polinesia…), pero infructuosos, decidió dar el salto a Australia. Allí cambio de nombre y comenzó a utilizar el seudónimo de Louis de Rougemont para publicar sus aventuras en el diario británico The Wide World Magazine. En 1898 convenció al mundo de que tras haber naufragado en las costas de Australia, había participado en festines de caníbales, se había construido una casa con conchas perlíferas, había mandado mensajes en seis lenguas utilizando pelícanos, había cabalgado sobre tortugas de doscientos setenta kilos de peso y se había curado de una fiebre durmiendo dentro de un búfalo muerto, pero no podía decir dónde había ocurrido exactamente eso porque había firmado un acuerdo de confidencialidad con los propietarios de unas minas de oro de la zona. Las sociedades científicas, asombradas ante todo aquello, invitaron a Rougemont a pronunciar conferencias sobre su aventura antropológica. Este aprovechó el tirón de la fama y publicó un libro que causó sensación bajo el título Treinta años entre los caníbales de Australia. Pero aquello no duró siempre y su farsa fue descubierta. En septiembre de 1898, el Daily Chronicle anunció que un tal F. W. Solomon le había reconocido y lo había identificado como Louis Grin. Este contraatacó escribiendo una carta al director de aquel periódico firmada por Grin y en la que se consternaba de que alguien pudiera confundirlo con Louis de Rougemont.
No obstante, el ser descubierto no fue impedimento alguno para seguir con su «trabajo». Simplemente cambió de continente y viajó hacia Sudáfrica, donde siguió con sus conferencias. Eso sí, ahora se anunciaba, de un modo más sincero, aunque igual de atractivo, como «el mayor mentiroso del mundo». En julio de 1906, Rougemont reapareció en el Hipódromo de Londres para demostrar con éxito [como se comprueba en la foto] que sí era capaz de cabalgar tortugas (algo siempre puesto como ejemplo de que todo lo que contaba era mentira). Murió en la extrema pobreza en Londres el 9 de junio de 1921.
El escritor suizo en lengua alemana Erich Anton Paul von Däniken (1935) es conocido por haber difundido la teoría de que la Tierra pudo ser visitada por extraterrestres en el pasado. Es un escritor prolífico y muy exitoso: se le estiman unas ventas de más de sesenta y tres millones de ejemplares de sus veintiséis libros, traducidos a treinta y dos idiomas. Populariza sus teorías a través de sus numerosos libros, vídeos y programas de televisión. Su influencia se ha dejado sentir también en el campo de la ciencia ficción y en el movimiento New Age.
Las obras de Von Däniken han recibido un gran número de críticas desde algunos sectores de la ciencia y la arqueología, al presentar como misterios atribuibles a visitantes extraterrestres numerosos vestigios arqueológicos de todo el mundo, lo que ha llevado a catalogar sus investigaciones como seudociencia o seudohistoria. Básicamente, von Däniken da explicaciones inusuales a determinadas características de piezas arqueológicas, cuyo origen, según él, no estaría suficientemente documentado por la arqueología académica. Dichas explicaciones se basan en premisas no demostradas por la ciencia, como es la existencia de vida extraterrestre inteligente que pudiera en algún momento del pasado haber viajado por el espacio hasta nuestro planeta. Por esta razón no se le considera un científico. Un ejemplo típico serían unas figuras sudamericanas preincaicas de tres mil años de antigüedad, grabadas en oro, que representan lo que para los científicos sería arte plástico inspirado en formas de insectos. Sin embargo, para Von Däniken estos «insectos» poseerían lo que él ve como sillas de pilotos y estabilizadores verticales y horizontales, con lo cual le parece más lógico deducir que se trataría no de insectos, sino de aviones similares a los modernos, que los antiguos artistas debieron de conocer a través de su interacción con una cultura tecnológicamente mucho más avanzada de origen presumiblemente alienígena. Debido a su teoría, en 1991 se le otorgó el premio Ig Nobel de literatura por su libro ¿Carros de los dioses?, en el que explicaba que la civilización ha sido influida por «astronautas antiguos». En mayo de 2003 abrió en Suiza un parque temático basado en sus teorías sobre los «dioses astronautas», que ha sido catalogado por científicos como Antoine Wasserfallen, de la Academia Suiza de Ciencias Técnicas, como «un Chernóbil cultural» y que acabó cerrando por falta de visitantes.
Gérard Anaclet Vincent Encausse (1865-1916), más conocido como Papus, fue un médico francés nacido en La Coruña, gran divulgador del ocultismo y fundador de la moderna Orden Martinista. Desde joven pasaba gran parte de su tiempo en la Bibliothèque Nationale estudiando cábala, tarot, magia y alquimia, y muy especialmente las obras de Eliphas Lévi. Se inscribió en la Sociedad Teosófica francesa poco después de que esta fuera fundada por Madame Blavatsky en 1884-1885, pero se dio de baja enseguida porque no le gustaba el énfasis que la sociedad ponía en el ocultismo oriental. En 1888, cofundó su propio grupo, la Orden cabalística de la Rosacruz. Ese mismo año, él y su amigo Lucien Chamuel fundaron la Librarie du Merveilleux y la revista mensual L’Initiation, que se publicó hasta 1914. Papus también fue miembro, entre otras sociedades esotéricas, de la Fraternidad Hermética de la Luz, de la Orden Hermética del Alba Dorada de París y de la Memphis-Mizraím, y también escribió muchos libros sobre ocultismo. Fue discípulo espiritual del sanador espiritualista francés Anthelme Nizier Philippe, más conocido como Maître Philippe de Lyon. A pesar de su profunda implicación con el ocultismo, Papus logró encontrar tiempo para seguir estudios académicos más convencionales en la Universidad de París, donde se doctoró en Medicina en 1894 con una tesis sobre anatomía filosófica. Abrió una próspera clínica en la rue Rodin. También visitó Rusia tres veces (1901, 1905 y 1906) para servir al zar Nicolás II y a la zarina Alejandra como médico y como consejero ocultista. En octubre de 1905, invocó supuestamente al espíritu de Alejandro III, padre del zar, quien profetizó que su hijo hallaría su caída en manos de los revolucionarios. Seguidores de Papus sostienen que informó al zar de que mediante la magia podía evitar esa profecía tanto tiempo como él mismo siguiera vivo: Nicolás permaneció en el trono de Rusia hasta ciento cuarenta y un días después de que Papus falleciera. No obstante su influencia, Papus les advirtió sobre su excesiva dependencia de Rasputín. Al estallar la Primera Guerra Mundial, Papus se alistó en el cuerpo médico del ejército. Mientras trabajaba en un hospital militar, contrajo la tuberculosis y murió el 25 de octubre de 1916, a los cincuenta y un años.
Pese a su profundo estudio y respeto por la cábala judía, Papus fue un reconocido antisemita (hasta el punto de que, falsamente, se le ha llegado a ver como el autor en la sombra del libelo antihebraico Los protocolos de los sabios de Sión). Una teoría que trata de explicar esta contradicción expone que, como cristiano, deseaba apropiarse de la cábala para sus propios fines espirituales y, para facilitar esto, fomentaba un clima de miedo y paranoia que esperaba que fructificase con la expulsión de los judíos de Europa.
Hercólubus es un planeta imaginario inventado (con nula credibilidad científica) por el gnóstico y falsario colombiano Joaquín Amortegui Valbuena (1926, más conocido como V. M. Rabolú) en su libro Hercólubus, o planeta rojo, que estaría ubicado en un supuesto sistema solar llamado Tylo que estaría acercándose a la Tierra y que se profetiza que producirá la hecatombe apocalíptica del fin de los tiempos. Rabolú cita datos pretendidamente astronómicos que considera de relevancia para poder tener en cuenta la supuesta amenaza. Entre estos estaría su tamaño, seis veces mayor que Júpiter, por lo que su gigantesco campo gravitatorio produciría por sí solo una gran catástrofe. Rabolú afirmó que Hercólubus se encuentra aproximadamente a quinientas unidades astronómicas de la Tierra y que cuando esta catástrofe se produzca se ubicará a sólo cuatro.
Además mencionó que en 1999 ya se observaría el planeta como una gran estrella al amanecer. Su libro despertó curiosidad en más de un seguidor de la New Age; sin embargo, carece de la menor base científica. Rabolú, seguidor de la doctrina gnóstica pregonada por el ya fallecido Samael Aun Weor (Víctor Gómez Rodríguez), sostiene que el objetivo de la aproximación del supuesto Hercólubus es la purificación del aura terrestre. Según él, Hercólubus habría pasado por la Tierra hace 13 000 años terminando con la antigua Atlántida. Muchos seguidores de la filosofía gnóstica y defensores de Rabolú sostienen que Hercólubus es el conocido planeta extrasolar WASP-5b que orbita la estrella WASP-5, en la Constelación del Fénix. Pero la distancia estimada entre la Tierra y dicha constelación es de novecientos sesenta y siete años-luz, muy distinta a la pretendida para Hercólubus.
Jacques Benveniste (1935-2004) nació en París en una familia acomodada y fue piloto de carreras hasta que se vio forzado a retirarse tras sufrir una lesión de espalda y se orientó hacia la medicina. Después de graduarse en la Universidad de París, se dio cuenta de que su lesión de espalda le hacía difícil encorvarse sobre sus pacientes y se volcó en la investigación inmunológica. Entre 1965 y 1969, trabajó en el Instituto Francés para la Investigación del Cáncer, y después, hasta 1972, en la Scripps Clinic and Research Foundation de California. Ganó cierto prestigio como miembro del equipo que aisló una hormona de la sangre llamada «factor de activación de plaquetas». De vuelta a Francia, se le nombró director de inmunología del laboratorio del INSERM en París, desde donde patentó un test de alergias llamado «test de degranulación de basófilos», una prueba ya conocida pero a la que él le dio salida comercial. La mayoría de los expertos afirman que el test no tiene utilidad alguna. Benveniste publicó doscientos treinta artículos científicos, muchos de ellos en revistas de prestigio y, poco a poco, fue reforzando su autoestima hasta compararse (públicamente) con Galileo y autoproclamar su repetida candidatura al Premio Nobel. Tras siete años sin trabajo estable, Benveniste fundó en 1997 la compañía DigiBio, financiada por sus simpatizantes y por el mayor fabricante de remedios homeopáticos de Francia, y dedicada casi en exclusiva a comercializar sus ideas.
Desde 1988, Benveniste estuvo en el centro de una gran controversia internacional, cuando publicó un artículo en la prestigiosa revista científica Nature en el que exponía una serie de experimentos sobre degranulación de basófilos disparada por anticuerpos del grupo de la inmunoglobulina E muy diluidos. Estos hallazgos parecían apoyar las tesis homeopáticas. Los biólogos estaban desconcertados por los resultados de Benveniste porque en sus altas diluciones no quedaba ninguna molécula de los anticuerpos originales, pero Benveniste atajó afirmando que la configuración de las moléculas en el agua se mantenía activa biológicamente. Un periodista resumió esta idea acuñando la expresión «memoria del agua». En los años noventa, Benveniste llegó a afirmar que esa «memoria» podía ser digitalizada, transmitida y reintroducida en otra muestra de agua, de forma que contendría las mismas cualidades que la primera. Como condición previa a su publicación, la revista Nature pidió que los resultados se replicaran en laboratorios independientes. Finalmente, este nuevo controvertido artículo fue firmado conjuntamente por cuatro laboratorios de Canadá, Italia, Israel y Francia. Tras la publicación se hizo un seguimiento de la investigación por un grupo que incluía a John Maddox, físico y director de la revista Nature, James Randi, ilusionista y escéptico, y Walter Stewart, experto en fraudes que recientemente había levantado sospechas sobre el trabajo del premio Nobel David Baltimore. Con la colaboración del propio equipo de Benveniste, este grupo no pudo replicar los resultados originales, y posteriores investigaciones no confirmaron los hallazgos del científico. Este se negó a retractarse de su artículo y explicó en varias cartas a Nature que el protocolo usado en esas investigaciones no era idéntico al suyo. Sin embargo, su reputación quedó dañada y, al retirarle sus fuentes de financiación, él comenzó a autofinanciarse.
James Alan Hydrick (1959) es un artista estadounidense que se autodenomina psíquico y que afirma ser capaz de realizar actos de telequinesia, tales como reclinar un lápiz en el borde de una mesa. En diciembre de 1980, participó con gran éxito de audiencia en un programa de televisión estadounidense muy popular (That’s Incredible!), en el que, como demostración de sus «poderes» telequinésicos, realizó el truco del lápiz giratorio, pero con la boca bloqueada por la mano de un invitado escéptico, para evitar que soplase (o que volviese a soplar, pues dicho invitado le había oído hacerlo). Al parecer, tras situar el lápiz de forma muy inestable, bastó con los movimientos de sus manos para «moverlo» a distancia. También pasó una página de una guía telefónica sin tocarla. El «cazafraudes» James Randi desmontó el truco del lápiz en el programa televisivo That’s My Line, y en el siguiente episodio, aparecieron Randi y Hydrick. Cuando Randi le puso como control unas pequeñas piezas estiradas de polietileno en la mesa rodeando la guía telefónica (para demostrar que Hydrick realmente pasaba las páginas soplando), repentinamente los «poderes» del autodenominado psíquico fallaron. Hydrick trató de justificarse explicando que cuando la espuma se calentó por las luces del escenario desarrolló cargas electrostáticas que, sumadas al peso de la página, requerían más fuerza de la que él era capaz de generar para pasar la página. Randi y los jueces declararon que esa teoría no tenía ninguna base científica. Tras pasar Hydrick una hora y media mirando fijamente las páginas (el espectáculo fue luego editado para ajustar su duración a los parámetros de interés televisivo) sin obtener resultado alguno, y clamando indignado que sus poderes eran reales, finalmente admitió ser incapaz de terminar el desafío. A principios de los años ochenta, formó a su alrededor un grupo de adeptos que pusieron en marcha una especie de culto personal en Salt Lake City, Utah. Afirmó ser capaz de usar la telequinesia para pasar las páginas de libros y girar lápices sin tocarlos, entre otras «hazañas». También puso una academia de artes marciales y afirmó que podía inculcar el don de la telequinesia a los jóvenes mediante entrenamientos especiales.
Se llama comúnmente «tercer ojo» o ajna a un hipotético órgano sutil y místico, correspondiente a uno de los chakras tántricos, situado entre las dos cejas, que da el sentido de la eternidad y permite ver todo desde un «tercer» punto de vista que completa el prisma y posibilita la visión interior o intuición de las cosas. Suele ser representado por la piedra que luce Siva en su frente. Modernamente esta expresión fue popularizada en Occidente por el título de la principal obra del charlatán esotérico británico T. Lobsang Rampa, publicada en 1955. El libro reclama ser la auténtica autobiografía de la educación de Rampa en un monasterio tibetano e incluye la descripción de una intervención similar a la trepanación en que se le otorga la clarividencia mediante la apertura del tercer ojo.
Posteriormente a que el libro se convirtiera en best seller, el explorador y tibetólogo Heinrich Harrer contrató a un detective privado para investigar a fondo al autor. Los resultados de la investigación fueron publicados en febrero de 1958 en el Daily Mail: el autor resultó ser Cyril Henry Hoskin (1910-1981), originario de Plympton, Devon, hijo de un fontanero, y que nunca había estado en Tíbet ni cerca. Tras admitir ser el autor, se cambió legalmente el nombre por el de Carl Kuon Suo en 1948.
Enfrentado a los repetidos ataques de la prensa británica, que le llamaba farsante y charlatán, Rampa se fue a vivir primero a Irlanda, luego a Montevideo, Uruguay, y finalmente a Canadá a finales de los años sesenta, donde se nacionalizó en 1973. Lobsang Rampa, a quien vemos en la ilustración de la portada de su libro Viviendo con el lama (1964), afirma que esta obra le fue dictada por su gato.
En 1851, el francés Jacques Toussaint Benoit hizo pública sin rubor alguno su teoría de que los caracoles eran capaces de comunicarse a distancia por medio de la telepatía. Para demostrarlo inventó un aparato, al que llamó brújula pasilalinicosimpática o telégrafo de caracoles, compuesto por dos cajas con veinticuatro casillas, cada una forrada de zinc y con un paño empapado en una solución de sulfato de cobre, y con una letra del alfabeto. Se colocaba un caracol en cada casilla. La idea era sencilla, dos personas, cada una con su caja, pulsaban sobre un caracol y en la caja de la otra persona, estuviera a la distancia que estuviera, el caracol situado en la misma letra estiraría sus cuernos, demostrando con ello que había recibido el mensaje. Evidentemente, las pruebas fueron un rotundo fracaso y resultó también ser un fraude, pero tuvo sus seguidores.
En la historia de la medicina los charlatanes han sido casi infinitos. Baste mencionar al alemán Theodor Myersbach (1730-1798), conocido como «el profeta de la orina», que elaboraba toda la historia médica del paciente examinando únicamente su orina. John Moore, «el médico de los gusanos», que atribuía todas las enfermedades a la acción patógena de unos gusanos malignos que entraban en el cuerpo humano. También fueron famosos el doctor Smith, más conocido como «el charlatán bailador», con toda su parafernalia circense, o el prusiano Gustavus Katterfelto (1743-1799), «el curandero de la gripe», que se ayudaba de gatos parlantes y microscopios solares.
La ciudad de San Diego atravesaba hacia 1915 la peor sequía de su historia. En su desesperación, las autoridades de la ciudad decidieron recurrir a los servicios de Charles Hatfield, un curioso personaje que se autodenominaba «pluvicultor» y que popularmente era conocido como «fabricante de lluvias». Hatfield gozaba de cierta celebridad por los resultados que decía obtener con su «acelerador de humedad», un producto químico de su invención con una fórmula que guardaba celosamente en secreto. El primer éxito documentado de Hatfield se remontaba a 1904. Un grupo de agricultores de Los Ángeles leyó los anuncios que Hatfield publicaba en los diarios de la región y le ofreció cien dólares si conseguía hacer llover en sus campos. En el mes de abril, Charles Hatfield y su hermano Paul treparon al monte Lowe, donde prepararon su producto especial en un par de toneles y lo dejaron evaporarse. Parece que finalmente llovió (no se sabe si por su acción o por simple efecto del clima) y su labor fue recompensada.
Antes de presentarse en San Diego, su trabajo más resonante había sucedido en 1906 en Alaska, donde se comprometió a hacer llover por la suma de diez mil dólares. Luego de construir una torre de setenta metros de altura, colocó en su cima un depósito lleno de su acelerador de humedad y se dispuso a esperar la lluvia. A pesar de que se formaron espesas nubes durante varios días, la lluvia no se presentó. Tras un mes, la ciudad canceló el contrato con Hatfield y sólo le pagó mil cien dólares en concepto de gastos de desplazamiento. Poco tiempo después trascendió que los hechiceros de una tribu india local habían saboteado los esfuerzos de Hatfield para hacer llover y que los mismos indios ofrecieron traer la lluvia a un precio mucho menor.
Precedido por varias actuaciones de efectividad dudosa como las mencionadas, Hatfield llegó a San Diego, cuando la ansiedad popular arreciaba. Se organizaron colectas y campañas para obtener donaciones que permitieran pagar los diez mil dólares exigidos por Hatfield, luego de una ardua negociación con las autoridades locales. Una vez cerrado el trato, Hatfield y su hermano construyeron una torre para que su reactivo milagroso estuviera lo más cerca posible de las nubes. Tal como hicieron en Alaska, colocaron sobre la torre su acelerador de humedad y esperaron pacientemente que lloviera sobre la ciudad. Pocos días después, comenzó a llover. Esta vez el problema no fue la escasez, sino el exceso. La cantidad de lluvia caída fue descomunal: la ciudad de San Diego se inundó por completo. Los ríos aumentaron su caudal hasta salirse del cauce y provocar inundaciones. Varios puentes fueron arrollados y miles de hectáreas terminaron anegadas. Lo peor sucedió cuando dos represas de la región rebalsaron y una tercera reventó por exceso de agua, lo que causó decenas de muertos y cuantiosos daños materiales.
Cuando Hatfield quiso cobrar la suma pactada, el Gobierno de la ciudad se negó a pagarle y le exigió una compensación millonaria por los daños causados por el temporal. Hatfield afirmó que la ciudad no estaba preparada para semejante caudal de agua y que ello no era su culpa; él se había comprometido a hacer llover y había cumplido con su palabra. Así que la causa fue a parar a los tribunales, en donde un juez decretó que la lluvia había sido «un acto de Dios» por lo que Hatfield no era el responsable de la tragedia de la inundación de San Diego. Sin embargo, continuó insistiendo en cobrar su trabajo durante muchos años después, sin conseguirlo.
Michael A. B. Stivers, director del Centro Profesional de Hipnosis de la ciudad de Largo, en el estado de Florida, se ha especializado en hipnotizar a sus pacientes para aumentar la talla de sus bustos. Al parecer, logra ese objetivo con una efectividad del 75%.
El chileno Miguel Ángel Poblete (1966-2008), también conocido como el Vidente de Villa Alemana o Peña Blanca, y luego, tras su cambio de sexo, como Karole Romanoff, fue popular a partir de 1983 y hasta 1988 por mantener un supuesto contacto con la Virgen María en el cerro El Membrillar (luego conocido como Montecarmelo) de Peña Blanca. Estas apariciones convocaron a miles de personas que acudieron a presenciar los hechos (se dijo que finalmente acudían más de cien mil personas en cada reunión). Durante sus éxtasis místicos, Miguel Ángel, por entonces de dieciséis años, lloraba sangre y hablaba en una lengua supuestamente divina. Además, recibía mensajes provenientes de la Virgen, principalmente consejos a sus fieles y reflexiones sobre la situación política del país. Posteriormente se demostró que todo había sido un fraude maquinado por los servicios de inteligencia del régimen militar del general Pinochet, como distracción en un tiempo en que la sociedad chilena pasaba por una fuerte crisis económica. Según se supo después, los agentes del servicio de inteligencia militar chileno (la terriblemente famosa CNI) se habrían encargado de quemar petróleo con sus aviones para formar figuras en el cielo, que luego se le atribuyeron a la Virgen. Tras este período de fama, Miguel Ángel se cambió de sexo en 2002, pasando a llamarse Karole Romanoff (a la vez que se proclamaba descendiente de los zares rusos), llevó una existencia errática y pasó a formar parte de la cultura popular chilena. Durante sus últimos años, Miguel Ángel mantuvo una congregación religiosa llamada «Los apóstoles de los últimos tiempos», principalmente activa en Villa Alemana. Durante las sesiones caía en trance y hablaba en «lengua», a la vez que sus fieles, cerca de cien a doscientas personas, transcribían sus mensajes supuestamente inspirados por la Virgen María. Pese a todo, la imagen de Miguel Ángel Poblete o Karole Romanoff se ha convertido en un icono de la cultura popular chilena.
Lafayette Ronald Hubbard (1911-1986), más conocido como L. Ron Hubbard, fue un prolífico y controvertido escritor estadounidense fundador de la dianética y la cienciología. Además de libros sobre autoayuda, escribió ficción en diversos géneros, textos para hombres de negocios, ensayos y poesía. Su tercera y última esposa, con la que permaneció casado hasta morir, la también ciencióloga Mary Sue Whipp se casó con él en 1952 y tuvieron cuatro hijos Diana, Quentin, Suzette y Arthur. Su hijo Quentin era homosexual y, debido a que Hubbard era profundamente homófobo y la Cienciología considera la homosexualidad como una abominación, se suicidó en 1976. Hubbard ingresó en el Ejército de Estados Unidos en 1941 y salió en 1943. Obtuvo rango de teniente y comandó un cazasubmarinos USS PC-815 con el cual atacó lo que pensó eran submarinos enemigos cerca de la costa de Oregón, aunque luego resultó que no había nada. También fue sancionado por invadir territorio mexicano para realizar prácticas de tiro.
Hubbard escribió entre 1933 y 1938 ciento treinta y ocho cuentos y novelas de diversos géneros incluyendo ciencia ficción, horror, western, fantasía y aventura. La mayoría fueron publicados en revistas pulp y muchos de ellas recibieron excelentes críticas literarias. Fue casualmente en una de estas revistas pulp de ciencia ficción Astounding Science Fiction, donde Hubbard publicó por primera vez un artículo sobre dianética después de haber intentado, fallidamente, que las revistas científicas, médicas y de psicología de las asociaciones profesionales se lo publicaran. Diferentes compañeros de Hubbard que también eran escritores de ciencia ficción fueron críticos de la dianética, entre ellos Isaac Asimov y Jack Williamson quien la calificó de «revisión lunática de la psicología freudiana». La mayoría de sus trabajos a partir de entonces serían de ficción relacionada con la dianética y la cienciología.
En agosto de 1946 Hubbard conoció al ingeniero de la NASA y ocultista Jack Parsons, discípulo del satanista británico Aleister Crowley, con quien trabó una gran amistad. Hubbard estaba fascinado con la doctrina mágica de Crowley, aunque de este se sabe que hacía comentarios despectivos de Hubbard. En todo caso, por órdenes de Crowley, Hubbard y Parsons practicaron rituales de magia sexual. Eventualmente Hubbard se hizo amante de la entonces novia de Parsons y junto a ella huyó a Miami con una alta suma de dinero de Parsons, quien denunció a Hubbard por robo, aunque el caso se resolvió extrajudicialmente cuando Parsons aceptó un pagaré.
Tras fundar una nueva religión llamada cienciología, de controvertido credo, que aseguraba que un tirano galáctico gobernante de la Confederación Galáctica, con sede en la estrella Markab, llamado Xenu, había aprisionado a disidentes en la Tierra hace millones de años, cuyos espíritus (llamados thetan) eventualmente se encarnaron en los humanos primitivos y asegurando que, mediante sus costosos tratamientos terapéuticos, la mente humana podía liberarse de los «engramas» extraterrestres y alcanzar un estado de pureza, diferentes gobiernos del mundo anglosajón comenzaron a investigar a la Iglesia de la Cienciología, acusada de ser una secta.
Hubbard emigró a Rodesia en 1966 según sus críticos para evadir la justicia. En aquel país africano invirtió grandes cantidades de dinero, pero luego fue invitado a dejar el país. Posteriormente, Hubbard fundó una orden dentro de la Iglesia llamada Sea Org u Organización Marítima, que administraba la cienciología, mientras vivía en un barco llamado Apolo en aguas griegas. Según sus detractores, Hubbard era atendido por muchachas adolescentes como esclavas y, además, algunos castigos a los miembros de la tripulación (incluyendo niños) era ser encadenados, vendados y encerrados en los calabozos del barco. Por presión de las embajadas de Estados Unidos, Australia y Reino Unido, el Gobierno de Grecia expulsó a los cienciólogos de sus aguas. El FBI asaltó el Apolo y presentó cargos contra la jerarquía de la cienciología por evasión fiscal, mientras que el Gobierno de Francia condenaba a Hubbard a cuatro de años de cárcel por fraude.
Hubbard murió el 24 de enero de 1986 en Creston, California, dejando una herencia de seiscientos millones de dólares. El examen toxicológico de la autopsia demostró un alto consumo de drogas y alcohol. Los cienciólogos quemaron su cuerpo y aseguraron que él se había desencarnado a propósito y ahora vivía en una lejana galaxia. En la foto le vemos manejando su electrómetro para medir el sufrimiento de las plantas (sic).
Natalya «Natasha» Nikolayevna Demkina (1987) es una joven de Saransk, Rusia, que afirma ser la primera persona en el mundo que posee una visión especial que le permite observar el interior de los cuerpos humanos y «ver» los órganos y tejidos. En 2004, apareció en programas de televisión en Reino Unido, Estados Unidos y Japón, generando una fuerte controversia entre detractores y partidarios, pero sin que nadie hasta el momento haya sido capaz de llegar a una conclusión definitiva sobre sus «poderes».
Heinrich «Heinz» Kurschildgen, conocido como el fabricante de oro de Hilden, fue un charlatán que engañó a mucha gente en la Alemania de antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo al líder nazi Heinrich Himmler, al hacerlos creer que era capaz de fabricar materias primas tan valiosas como el oro, el radio o el petróleo a partir de otros materiales menos valiosos. Heinz Kurschildgen era un antiguo obrero de una fábrica de tintes que, fascinado por la química, montó un humilde laboratorio y, poco después, abordó a un profesor universitario de Colonia contándole que había descubierto unos rayos que convertían en radiactiva cualquier materia sobre la que impactasen. Al parecer, el profesor le creyó en una cierta medida y el inventor amplió sus pretensiones hasta proclamar que con su invento podía desintegrar el átomo y fabricar oro o cualquier otro elemento que se le pidiera. Llegó tan lejos que fue detenido y juzgado por fraude en 1922, aunque fue absuelto al serle diagnosticada una esquizofrenia que le impedía, teóricamente, ser responsable de sus actos. Se le dejó en libertad con la condición de que dejase de acosar a los verdaderos investigadores con sus máquinas y procedimientos para fabricar oro. Sin desobedecer esa restricción judicial, Kurschildgen pasó a proclamar que era capaz de sintetizar radio, un escaso, caro y estratégico elemento radiactivo. Fue capaz de «demostrar» su transmutación de óxido de uranio en radio a físicos de la universidad de Colonia, pero se negó a explicar su procedimiento. Cuando los periódicos se hicieron eco de sus afirmaciones, el Physikalisch-Technische Reichsanstalt tomó cartas en el asunto y pudo demostrar que todo era un fraude urdido por Kurschildgen, que se retiró de la circulación durante un tiempo. En 1929, reapareció con su vieja oferta de fabricación de oro, en un momento en que la república se ahogaba ante su incapacidad de hacer frente a las deudas de guerra. Incapaz de conseguir respaldo público, Kurschildgen sí que consiguió apoyo financiero privado, como el de un hombre de negocios de Colonia que le adelantó cien mil marcos y el de un inversor estadounidense, de apellido Harris, que le ofreció un millón de marcos. En 1930, quince de sus clientes estafados presentaron cargos criminales contra él. Fue juzgado y esta vez sí que se le encontró penalmente responsable (aunque, según la sentencia, «no muy inteligente») y fue condenado a dieciocho meses de prisión. De nuevo en libertad, poco después logró captar la atención de algunos líderes nazis a los que ofreció poder fabricar petróleo a partir del agua. Sin embargo, el interés inicial fue decayendo, a medida que a los nazis les llegaban informes de que Kurschildgen era «propenso» a los experimentos fantasiosos. Cuando finalmente los científicos del régimen pudieron probar que todo era un fraude, el engaño de Kurschildgen y la excesiva credulidad de algunos líderes nazis, especialmente de Himmler, se convirtieron en un importante factor en las intrigas del partido. Para ocultar sus errores, Himmler ordenó su internamiento en un campo de concentración en 1936 y logró que fuera condenado a tres años. Puesto en libertad en 1938 por buena conducta, Himmler volvió a ordenar su internamiento, aunque Kurschildgen consiguió mover algunos hilos y que el jefe de la Gestapo, Heydrich, le liberase definitivamente. Tras el final de la guerra, Kurschildgen intentó infructuosamente ser reconocido como una víctima más de la persecución nazi.
El pintor holandés Pieter van der Hurk (1911-1988), más conocido como Peter Hurkos, se autoproclamó clarividente a consecuencia, adujo, de una traumática caída desde una escalera que le dejó en coma durante tres días. Según afirmaba, al despertar, había adquirido unos insólitos dones de percepción extrasensorial: cualquier objeto que rozara su piel, en especial sus manos, provocaría en su mente, según sus palabras, imágenes de su propietario y su origen y, algunas veces, de su futuro. Según él, y sus creyentes, gracias a este don habría ayudado a la policía holandesa y norteamericana varias veces, obteniendo éxitos en no pocos casos. Sin embargo, tales afirmaciones fueron desmentidas por la propia policía. En 1960, tras haber dictado una conferencia en el MIT ante un grupo de científicos, se ofreció a participar en cualquier experimento científico en cualquier circunstancia que tratara de poner a prueba sus poderes. Así se hizo y las pruebas fueron negativas.
En sus actuaciones como «animador psíquico», Hurkos empleó aparentemente sus poderes psíquicos en averiguar los detalles de la vida privada de su público (de pago). Una vez más, James Randi analizó su forma de actuar y reveló sus viejos trucos: Hurkos comenzaba por lanzar globos sonda sobre el pasado del espectador, del tipo «a usted le preocupa una operación quirúrgica…». Si la persona lo negaba, Hurkos matizaba para cubrirse con la frase «hace mucho tiempo». Y ¿quién no puede recordar alguna operación propia o de un familiar que marcó un importante momento en la vida personal?
Hurkos y sus seguidores también sostuvieron que era un gran detective psíquico. En 1969, se llegó a decir que había aportado la solución a veintisiete casos de homicidio en diecisiete países. Sin embargo, muchos de los detectives que llevaron esos supuestos casos negaron tal colaboración y sostuvieron que lo único que hacía era recopilar información de los medios de comunicación. A pesar de todas estas refutaciones, Hurkos siguió siendo famoso. Publicó tres libros: Psique, El mundo psíquico de Peter Hurkos y Tengo muchas vidas, mientras que su caso ha sido analizado en más de setenta y cinco obras. Apareció en varias películas interpretándose a sí mismo y su vida inspiró a Stephen King la novela The Dead Zone («La zona muerta»). En el momento de su muerte, Hurkos residía en Studio City, Los Ángeles, California. Irónicamente, no pudo predecir con exactitud la fecha de su propia muerte, que señaló para el 17 de noviembre de 1961, cuando, en realidad, ocurrió el 1 de junio de 1988 en el Cedars-Sinai Hospital de West Hollywood.
Mitsuo Matayoshi (1944) es un político japonés líder del Partido de la Comunidad Económica Mundial. Se llama a sí mismo Jesús Matayoshi o El Dios Único Mitsuo Matayoshi Jesucristo. Matayoshi fue educado como predicador protestante y, gracias a sus estudios religiosos, desarrolló un concepto particular del cristianismo con una fuerte influencia escatológica. En 1997, fundó el Partido de la Comunidad Económica Mundial, basado en su propia convicción de que él es Cristo y Dios, y cuya ideología mezcla lo religioso (una especie de escatología cristiana, al modo de La ciudad de Dios de san Agustín) y el conservadurismo político y moral de corte neocon. Según su programa, hará el Juicio Final como Cristo, pero la forma de llevarlo a cabo se adecuará al sistema político vigente y a su legitimidad. Su primer paso como Salvador será ser elegido primer ministro de Japón; después, reformará la sociedad japonesa y, luego, las Naciones Unidas le ofrecerán el cargo de secretario general. Entonces, reinará sobre el mundo entero con dos autoridades legítimas: la religiosa y la política. El sistema económico mundial se reformará para fomentar la autosuficiencia económica de cada nación, basada principalmente en la agricultura. Desde su punto de vista, el sistema económico actual, fundado en el comercio internacional, acentúa la desigualdad económica y política. Matayoshi no permitirá que ninguna nación emplace su ejército fuera de sus fronteras. Tras el Juicio, arrojará al Fuego a quienes corrompen el mundo.
Matayoshi se ha presentado en numerosas elecciones, pero aún no ha conseguido victoria alguna. Ha logrado, sin embargo, cierta notoriedad debido a sus excéntricas campañas en las que insta a sus oponentes políticos a hacerse el harakiri. Al igual que la mayoría de políticos japoneses, Matayoshi hace campaña desde un monovolumen equipado con enormes altavoces, pero, a diferencia de otros, pronuncia sus eslóganes de campaña con una voz inspirada en el estilo del teatro kabuki.
Reinhold Voll (1909-1989) fue un médico alemán inventor de la llamada «electroacupuntura de Voll (EAV), un controvertido método de diagnóstico y tratamiento, enmarcado en las medicinas alternativas. En 1935, a los veintiséis años, después de abandonar sus estudios de Arquitectura, comenzó sus estudios de Medicina hasta graduarse. Su primer interés en medicina fueron las enfermedades tropicales, la medicina deportiva y la salud en general. Más tarde, se centró en la acupuntura y la medicina tradicional china. Se trasladó a Plochingen, donde trabajó como médico hasta su muerte. En 1958, desarrolló la EAV, en sus propias palabras un procedimiento de diagnóstico en el que se mide la conductividad eléctrica en puntos específicos de la superficie de la piel, justamente los puntos de aplicación de las agujas de acupuntura. Para él, la medición de la resistencia eléctrica cutánea se puede utilizar para diagnosticar enfermedades y proporciona información sobre la compatibilidad de las medicinas o su aplicabilidad. Afirmaba que la resistencia eléctrica en la piel se reduce en las enfermedades agudas, mientras que se eleva en las crónicas. El dispositivo de EAV genera una corriente eléctrica débil para aumentar la acción de la aguja de acupuntura. Mientras el paciente mantiene el electrodo negativo en la mano, el médico le toca el cuerpo con el electrodo positivo. En colaboración con las empresas farmacéuticas Staufen Pharma y Wala, desarrolló las pruebas NosodenTests de drogas y sustancias que se utilizan en dilución homeopática. Junto con el técnico mecánico Fritz Werner, desarrolló un dispositivo para la medición de la resistencia eléctrica en la piel. Introdujo en el mercado muchos dispositivos de EAV. Sin embargo, en la medicina científica no se utilizan los métodos y dispositivos de Voll por la sencilla razón de que todas las pruebas de su eficacia fallaron. Se pudo comprobar también la falta de la relación entre las enfermedades y las diferencias en la resistencia eléctrica de la piel. En realidad, los carísimos equipos alemanes de Voll no son más que galvanómetros ordinarios que miden la resistencia eléctrica en la piel del paciente, sin más. Los autores estimaron que en el Reino Unido se estaban utilizando más de quinientos dispositivos de Voll para evaluar la sensibilidad a alergenos potenciales. Tratando de evaluar su eficacia, en 2001 varios investigadores británicos realizaron un estudio doble ciego, en el que compararon un dispositivo Vegatest con los estudios convencionales de alergia con pinchazos en la piel en treinta voluntarios, la mitad de los cuales tenían alergia a la caspa de gato y a los ácaros del polvo doméstico. Tres operadores probaron seis puntos en cada participante en tres sesiones separadas. Fueron un total de cincuenta y cuatro pruebas por participante. Los investigadores concluyeron que la prueba con Vegatest no se relaciona con las pruebas cutáneas y que, por tanto, no debe utilizarse para diagnosticar alergias.
Durante varios meses a partir de noviembre de 2000, algunos foros de internet empezaron a recoger la sorprendente historia de John Titor, que afirmaba ser un militar que había viajado en el tiempo desde 2036. Sus argumentos eran tan consistentes, incluso en el modo de describir los principios técnicos y el funcionamiento de la máquina del tiempo, que su relato fue dado por cierto. Entre otras predicciones, Titor llegó a afirmar que, hacia 2005, se iniciaría una guerra civil en Estados Unidos y que tendría lugar un conflicto a gran escala diez años después. Describió un futuro cambiado drásticamente en el que Estados Unidos se había dividido en cinco regiones más pequeñas, el medio ambiente y las infraestructuras habían sido devastados por un ataque nuclear y la mayoría de las demás potencias mundiales habían sido destruidas. Todo ello, sin embargo, no es más que un engaño bien elaborado. Esta historia ha sido contada en numerosos sitios web, en un libro y en una obra de teatro. Según el físico Robert Brown, de la Universidad Duke, sus conceptos científicos resultan imposibles y su historia está entresacada de la novela Alas, Babylon.