El pintor ateniense de la segunda mitad del siglo V a. C. Zeuxis de Heraclea presumía ante su rival artístico, Parrasio, de acabar de pintar unas uvas tan reales que los pájaros intentaban picotearlas. Parrasio cruzó una apuesta de que era capaz de realizar una pintura más perfecta que aquella. Cuando Zeuxis llegó al estudio de Parrasio, el lienzo objeto de la apuesta estaba tapado por una tela. Zeuxis le pidió que retirara la tela para ver la supuesta maravilla y Parrasio le contestó que acababa de ganar la apuesta, puesto que la tela estaba pintada sobre el lienzo.
En octubre de 1983, la tratante de vinos Maureen Gledhill, de Liverpool, compró una obra abstracta del artista local Ernest Cleverley, escultor que también regentaba una pajarería, por setenta libras esterlinas. Cuando Gledhill entró en la tienda, el escultor estaba discutiendo sobre la pintura con el pintor Brian Burgess y ella creyó que aquel era uno de los cuadros de este. Más tarde descubrió que la bonita y moteada composición no había sido ejecutada por el artista, sino por un pato de nombre Pablo, y de forma involuntaria, a consecuencia de un accidente ocurrido en el taller de Cleverley. A la nueva dueña de la obra no le convenció mucho el tema, pero no consiguió que le devolvieran su dinero. El artista no se arrepentía. «Podría valer una fortuna igualmente. El pato tiene un talento innato», adujo. El destino del cuadro más adelante sería ser vendido para la beneficencia en Canadá como uno de los peores cuadros del mundo.
Betsy, una chimpancé del zoológico de Baltimore, logró vender sesenta y cinco de sus pinturas, pero eso no es nada comparado con las «hazañas» artísticas de Congo (1954-1964), un chimpancé del zoológico de Londres que realizó unas cuatrocientas pinturas, con un estilo que ha sido descrito como «impresionismo abstracto lírico». Si alguno trata de urgir a Congo para que continúe con la pintura después de que la considera terminada, el chimpancé traza líneas en todas direcciones que tachan y destruyen la pintura. A finales de los años cincuenta, hizo numerosas apariciones en el show televisivo británico Zootime, que era presentado en directo desde el zoo de Londres por Desmond Morris. El 20 de junio de 2005 las pinturas de Congo fueron incluidas en una subasta en Bonhams junto a obras de Renoir y Warhol. Se vendieron por más de lo esperado, mientras que los Renoirs y los Warhols no se vendieron. El coleccionista estadounidense Howard Hong compró tres obras de Congo por más de veintiséis mil dólares.
En 1978, el artista escocés William Turnbull (1922) ganó el segundo premio, dotado con tres mil libras esterlinas, por su lienzo pintado totalmente de color blanco en la exposición de arte John Moores en Liverpool. Titulado Untitled n° 9 (‘Sin título n.° 9’), podía colgarse en los dos sentidos, dijo el artista. «En la parte de atrás del cuadro está marcado “parte superior” en los dos extremos porque, básicamente, las dos experiencias son correctas. No está orientado gravitacionalmente», explicó. El primer premio, de seis mil libras se lo llevó una obra igual de esotérica titulada Cuadro en seis fases con triángulo de seda.
Joseph Ramsauer ganó el segundo premio en la exposición de Bellas Artes de Rock Island, Iowa, de 1982. Recibió cuatrocientos dólares por su obra que consistía en un gran esparadrapo pegado con esmero y que enmarcaba una gran hoja de papel blanco. Admitió que su éxito le había sorprendido. A los demás no nos sorprende su sorpresa.
Se cuenta del pintor francés Auguste Renoir (1841-1919) que, de los aproximadamente quinientos cuadros que pintó en su vida, unos dos mil se hallan en colecciones privadas y públicas de Estados Unidos.
Elmyr de Hory (1906-1976), nacido Hoffmann Elemér Dory-Boutin según el registro civil húngaro, o Elmyr von Houry, L. E. Raynal y Louis Cassau según los contratos con galerías de arte, fue un famoso pintor y falsificador húngaro que durante su vida vendió más de mil cuadros falsificados, que luego ganaron fama después de que Clifford Irving le dedicase un libro, y posteriormente apareciese en el documental Fraude (F for Fake) de Orson Welles. No obstante, es posible que realmente él no fuera ningún falsificador, sino un magnífico imitador de estilos de pintores famosos. Elmyr pintaba los cuadros sin firmar y es posible que su marchante pusiera las firmas. Posiblemente, nunca se sabrá si él conocía o no el destino de sus cuadros firmados, aunque siempre afirmó que era inocente.
Elmyr de Hory había nacido en Budapest, hijo de aristócratas de origen judío, y se fue a vivir a París decidido a ser artista. Al llegar la Segunda Guerra Mundial, fue arrestado y conducido a Alemania por su doble condición de judío y homosexual. Allí, durante un interrogatorio, la Gestapo le rompió una pierna, por lo que hubo de ser trasladado a un hospital. Un día dejaron la puerta abierta y se marchó de allí sigilosamente. Poco después llegó a Budapest, donde se quedó hasta el final de la guerra, momento en el cual volvió a París. Allí vivió en la pobreza, hasta que una amiga suya se fijó en uno de sus dibujos, confundiéndolo con un Picasso, y lo compró. Elmyr no sintió ningún remordimiento, ya que en esos momentos necesitaba el dinero. Pronto recorrió Europa, vendiendo sus falsos Picassos mientras se hacía pasar por un burgués que había heredado las obras de su familia, conlo cual obtuvo ganancias suficientes para vivir bien. Recorrió medio mundo y se hizo bastante querido como restaurador artístico en Estados Unidos (aunque pocos sabían de sus dotes como falsificador: Modigliani, Matisse, Renoir habrían encontrado en Elmyr a un discípulo perfecto). En 1951, el alcalde de Nueva Orleans le entregó la llave de la ciudad y le nombró ciudadano honorífico; en 1955, vendió una falsificación de Matisse al prestigioso Fogg Art Museum de la Universidad de Harvard. Posteriormente se trasladó a la isla de Ibiza, donde vivió durante dieciséis años y continuó realizando sus obras, y donde entabló amistad con muchos ibicencos y residentes extranjeros. Finalmente, allí se suicidó el 11 de diciembre de 1976, poco después de recibir la noticia de que iba a ser extraditado para ser juzgado por falsificación y después de despedirse de algunos de sus amigos más íntimos. El misterio de su entierro hizo sospechar a numerosos biógrafos que su muerte fue la última y más grande falsificación de su vida.
Tillamook Tillie Cheddar (1999) es una perrita terrier Jack Russell procedente de Greenwich, Connecticut, considerada el animal pintor vivo más cotizado del mundo, pues ha hecho dieciséis exhibiciones en solitario de sus obras por todos los Estados Unidos, Bélgica, Holanda y las islas Bermudas. Todos sus cuadros se han vendido por encima de los dos mil ciento cincuenta dólares.
Un marchante de obras de arte compró en cierta ocasión un retrato de boda, atribuido al pintor ruso francés Marc Chagall (1887-1985). Observando que faltaba la firma del artista, el marchante le visitó y le pidió que lo firmara. Después de observar durante un rato la obra, Chagall dijo: «Un bonito trabajo. Pero he pintado tanto que apenas me acuerdo de él», y lo firmó. El verdadero autor de la obra había sido el famoso falsificador Lothar Malskat. Sin embargo, descubierto el engaño, el cuadro, por la curiosidad de esta anécdota, fue comprado por un coleccionista a un precio similar al que hubiera alcanzado si se hubiese tratado de un auténtico Chagall.
El científico francés Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794) murió guillotinado durante la Revolución Francesa. Se cuenta que la verdadera razón para ser ejecutado fue el odio personal que le profesaba el líder revolucionario Jean-Paul Marat (1743-1793). Al parecer, el científico había refutado años atrás un nuevo tratado de química que, a su fundado parecer, era simplemente despreciable. El autor de tal tratado no era otro que el propio Marat. Tan pronto como el revolucionario fue tomando poder trató por todos los medios de difamar la figura de Lavoisier, objetivo que al final consiguió plenamente, logrando su ejecución, aunque, eso sí, no antes de que él mismo fuese asesinado. En la vista del juicio en que fue condenado Lavoisier se alegó que un sabio tan distinguido no podía ser guillotinado, a lo que el juez contestó taxativamente: «La República no necesita hombres de ciencia». Según Lagrange, «no les costó más que un momento cortar aquella cabeza, pero quizá se necesiten más de cien años para encontrar otra igual».
Precisamente cien años después de su muerte, se erigió en París una estatua de Lavoisier, que realmente fue muy admirada. Sin embargo, un día alguien reparó en un pequeño detalle: la escultura no se parecía en nada al verdadero Lavoisier. Se interrogó al escultor, que acabó confesando la verdad: había aprovechado el duplicado de una cabeza del matemático y filósofo Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), curiosamente nacido y fallecido en las mismas fechas que Lavoisier, con la esperanza de que nadie lo advirtiese, o de que, si alguien lo hacía, no le importara. Acertó en esto último, pues dicha estatua fraudulenta permaneció cincuenta años más en el mismo lugar, hasta que las necesidades de metal de la Segunda Guerra Mundial hicieron que una mañana la retirasen para fundirla y reutilizar su materia prima.
Los elefantes del santuario de Maesa, en el poblado tailandés de Chiang Mai, pintaron los cuadros titulados, por sus cuidadores, Cold Wind (‘Viento frío’), Swirling Mist (‘Remolinos de nebrina’) y Charming Lanna (‘La preciosa Lanna’), que fueron adquiridos en conjunto por el empresario local Panit Warin a un precio de treinta y nueve mil dólares, el 19 de febrero de 2005.
Según cuenta su discípulo y biógrafo Ascanio Condivi, después de contemplar una de las esculturas de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) que representaba un Cupido durmiente, Lorenzo di Pierfrancesco de Médicis le comentó al artista: «Si consiguierais darle un aspecto tal que pareciera haber estado enterrada mucho tiempo, yo podría enviarla a Roma, donde la tomarían por antigua y podrías venderla mucho mejor». Según Condivi, Miguel Ángel accedió a hacer la prueba. Envejeció la escultura y la envió a Roma para venderla como una pieza clásica. En la ciudad vaticana, un anticuario llamado Baldassare del Milanese vendió la obra como procedente de un descubrimiento arqueológico al cardenal Rafaele Riario, que pagó doscientos ducados, de los cuales sólo treinta llegaron a Miguel Ángel, a causa de que el anticuario le hizo una rebaja en la comisión porque sí detectó el fraude. A su vez, Miguel Ángel se dio cuenta de que había sido descubierto y no se quejó de aquellos bajos emolumentos. Tras un tiempo, también el propio cardenal se enteró de la verdadera procedencia de su Cupido. El eclesiástico envió a uno de sus ayudantes a visitar a Miguel Ángel a Florencia para hablar sobre el tema. El mensaje para Miguel Ángel era el siguiente: si un artista tan genial como para ser capaz de imitar así a los clásicos deseaba viajar hasta Roma y trabajar allí, el cardenal lo acogería en su palacio. Y así fue como Miguel Ángel tomó el camino del sur y viajó a la ciudad vaticana, donde comenzaría su impresionante carrera con la eterna Piedad.
En diciembre de 1982, la casa de subastas Sotheby’s vendió esta obra sin título del artista norteamericano Edwin Parker «Cy» Twombly, Jr. (1928) por cincuenta mil libras esterlinas. La obra consistía en seis líneas de garabatos enlazados sobre un lienzo en blanco de 1,5 x 2 metros. Un comentarista dijo que el mérito de la obra era «su particular fluidez». El comprador permaneció en el anonimato.
En 1967, en la isla de Rodas, en Grecia, un escultor llamado Armand LaMontagne creó una silla al estilo del siglo XVIII, Brewster, y la envejeció químicamente. Luego, se la regaló a un amigo para que la tuviera en el porche de su casa de campo. El cebo funcionó a la perfección, y pronto un cazador de antigüedades la adquirió. A las semanas les llegó la noticia de que el museo Henry Ford en Dearborn, Michigan, la había comprado por nueve mil quinientos dólares. El museo, incluso, puso una foto de la silla en la portada de su catálogo. LaMontagne anunció que era un fraude y evidentemente nadie le pudo acusar de nada, pues ni él ni su amigo habían vendido una antigüedad, sino una silla: fueron los expertos quienes la convirtieron en antigüedad.
El compositor y artista plástico francés Yves Klein (1928-1962) compuso una Sinfonía Monótona, que consiste en un simple acorde mantenido constante durante veinte minutos. La obra de su colega estadounidense John Cage (1912-1992) titulada Paisaje Imaginario n.° 4 (1953) suena necesariamente distinta en cada interpretación. Es imposible que suene igual salvo que se trate de una grabación, pues esta obra está compuesta para doce receptores de radio sintonizados al azar.
Piero Manzoni (1933-1963) fue un artista italiano célebre por su arte conceptual irónico, en el que experimentó con múltiples pigmentos y materiales. En cierta ocasión usó pintura fosforescente y clorato cobáltico para que los colores cambiaran continuamente. Aunque también tenía ideas más extravagantes, como hacer esculturas de algodón blanco, fibra de vidrio y piel de conejo. En 1958 creó las llamadas «esculturas neumáticas», cuarenta y cinco membranas usadas como válvulas. El comprador también podía llevarse el aire de Manzoni dentro de una de ellas. Intentó asimismo crear una especie de «animal mecánico» a modo de escultura dinámica usando energía solar como fuente de energía. En 1960, Manzoni marcó su huella dactilar en varios huevos duros y los consideró obras de arte, aunque dejaba al espectador comerse la exhibición entera en setenta minutos. También vendía fotocopias de sus huellas dactilares. Designó a varias personas «obras de arte andantes», entre ellas Umberto Eco. En mayo de 1961, puso excrementos suyos, a razón de unos treinta gramos por lata, en noventa latas de metal de cinco centímetros de alto y seis y medio de diámetro, y las etiquetó con las palabras «mierda de artista» en idiomas italiano, francés, inglés y alemán (Merda d’artista, Merde d’artiste, Artist’s shit y Künstlerscheisse). Vendió cada lata al peso según la cotización del oro del día (el primer precio fue de treinta y dos dólares). Aunque algunas latas explosionaron al poco tiempo debido a la expansión de los gases, otras se conservan hoy en museos de todo el mundo, como el Museu d’Art Contemporani de Barcelona, el centro Georges Pompidou de París, la Tate Gallery y el MOMA de Nueva York. En 2007 se llegó a subastar una lata por ciento veinticuatro mil dólares.
David Manning era un crítico de cine ficticio, creado por un ejecutivo de marketing de Sony Corporation hacia julio de 2000 para dar reseñas positivas de los estrenos de Columbia Pictures, subsidiaria de Sony. Varias de ellas (como A Knight’s Tale y la comedia The Animal, de Rob Schneider) recibieron críticas muy positivas. A menudo firmaba como Dave Manning y aseguraba falsamente que escribía en el diario The Ridgefield Press. El reportero John Horn de Newsweek reveló la verdad sobre Manning en junio de 2001. El artículo apareció más o menos al mismo tiempo que un anuncio según el cual Sony había utilizado empleados que aparentaban ser aficionados en comerciales de televisión para elogiar la película The Patriot, de Mel Gibson. Estas ocurrencias, una tras otra, dieron lugar a una fuerte controversia sobre la ética en las prácticas de comercialización de películas. El 3 de agosto de 2005, Sony llegó a un acuerdo extrajudicial y consintió reembolsar cinco dólares a cualquier persona que hubiera visto las películas El hombre sin sombra (Hollow Man), Estoy hecho un animal (The Animal), El patriota (The Patriot), Destino de caballero (A Knight’s Tale) o Límite vertical (Vertical limit) en salas de cine estadounidenses entre el 3 de agosto de 2000 y el 31 de octubre de 2001.
Sumideros es el título bastante fiel de una escultura que, como se ve, reproduce fielmente el tragadero de un fregadero, obra del estadounidense Robert Gober (1954), que fue vendida por cincuenta y cinco mil dólares en 1995. Gober dijo que su obra representaba «una ventana a otro mundo».
El Necronomicón es un libro mágico ficticio, ideado por el escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), uno de los maestros de la literatura de terror y ciencia ficción, en cuyos relatos publicados entre 1920 y 1930 bajo el título genérico de Los mitos de Cthulhu, era constantemente nombrado. Según Lovecraft, el Necronomicón es un libro de saberes arcanos y magia ritual cuya lectura provoca la locura y la muerte, que narra la historia de los dioses malignos que aparecen en las obras de Lovecraft. En el libro se pueden hallar fórmulas olvidadas que permiten contactar con unas entidades sobrenaturales de un inmenso poder. En 1927, Lovecraft escribió una breve nota sobre la autoría del Necronomícon y la historia de sus traducciones, que fue publicada en 1938, tras su muerte, como Una historia del Necronomicón. Según ella, el libro fue escrito con el título de Kitah Al-Azif (en árabe, ‘el rumor de los insectos por la noche’) alrededor del año 738 por el poeta árabe Abdul Al-Hazred, de Saná (Yemen). Se dice que Al-Hazred murió a plena luz del día devorado por una bestia invisible delante de numerosos testigos, o que fue arrastrado por un remolino hacia el cielo. Lovecraft abunda en datos para hacer verosímil la existencia del libro. Por ejemplo cita a Ibn Khallikan, un erudito que existió realmente. También cuenta que hacia el año 950 fue traducido al griego por Theodorus Philetas y adoptó el actual título en esa lengua, Necronomicón. En 1228 es traducido del griego al latín (el original árabe se había perdido) por Olaus Wormius, y en 1440 se publica una edición alemana. Por fin, en 1600 se tienen noticias de una traducción española a partir del texto latino. Tuvo una rápida difusión entre los filósofos y hombres de ciencia de la Baja Edad Media. Sin embargo, los horrendos sucesos que se producían en torno al libro hicieron que la Iglesia católica lo condenara en el año 1050. La historia inventada por Lovecraft resultó tan convincente para el público, que durante años los libreros de todo el mundo recibieron gran cantidad de peticiones del libro. Aún hoy en día podemos ver algunos blogs dedicados a lo oscuro hablar del Necronomicón como si hubiese existido realmente. Una vez un estudiante gastó la broma de incluir su ficha en el registro de la Biblioteca General de la Universidad de California, en la sección BL 430, dedicada a las religiones primitivas. Así el Necronomicón fue pedido insistentemente (incluso por profesores). Se dice que Jorge Luis Borges también creó una ficha sobre el mismo en la Biblioteca Nacional de Argentina, así como que en el catálogo de la Biblioteca de Santander (España) aparecía también una versión latina del libro.
En 1995, la galería de arte Serpentine de Londres dio cobijo a la exposición The Maybe(‘El Quizás’) de las artistas británicas Cornelia Parker (1956) y Tilda Swinton (1960), que, como se ve, consistía en Tilda durmiendo sobre un colchón situado sobre un estante encerrado en una vitrina en el centro de una habitación durante ocho horas al día.
En la Baja Edad Media Europea, alrededor del año 1371, apareció el primer manuscrito de un libro de viajes en el que se describía, en primera persona, el viaje de un caballero inglés que en 1322 había viajado a Tierra Santa, Asia Menor y Central, India, China, las islas del océano Índico, el norte de África, Libia y Etiopía. El libro se titulaba Los viajes de sir John Mandeville y, enmarcando todo en una aventura caballeresca, contenía perfectas referencias históricas, descripciones e indicaciones exactas de áreas geográficas y de ciudades como Constantinopla, Jerusalén, la fabulosa Quinsay, Nankín o Cambalic (la actual Pekín), a la vez que relataba fábulas, leyendas e historias fantásticas de seres extraños que habitaban en aquellas tierras lejanas. Por ejemplo, aseguraba haberse cruzado con peculiares seres como los panoti, que tenían unas orejas tan grandes que les servían de abrigo; los scípodos, con un único y grandísimo pie, o los atomi, habitantes de la isla de Picán, que carecían de boca y vivían del olor de las manzanas. También hablaba de un pueblo del tamaño de los pigmeos y cuyas bocas eran tan pequeñas que tenían que chupar todos los alimentos a través de cañas, de seres con ojos en los hombros, de salvajes con cuernos y pezuñas, de habitantes con cuerpos humanos y cabezas de perros, de plantas cuyos frutos eran corderos… El de Mandeville fue, sin duda, uno de los libros más populares de la Europa de los siglos XIV, XV y XVI, por encima incluso de su casi coetáneo y predecesor Libro de las Maravillas de Marco Polo. La conservación, aún hoy, de más de trescientos manuscritos y cerca de treinta y cinco incunables confirma su extraordinaria difusión. La obra, escrita en francés, se tradujo a las principales lenguas europeas. Algunos de sus notables lectores fueron Leonardo da Vinci, Tomás Moro, Walter Raleigh o Cristóbal Colón, quien practicaba anotaciones al margen del ejemplar que conservaba en su biblioteca. Pero lo más sorprendente es que se leyó como testimonio «veraz» de lo que ocurría en los confines más lejanos de Europa, convenciendo a millones de lectores de la autenticidad de su viaje y sus «descubrimientos». Hasta el siglo XVII, cuando el escritor Thomas Browne declaró que John Mandeville fue «el mayor mentiroso de todos los tiempos», el libro no cayó en el descrédito, considerándose a Mandeville, desde entonces, como un gran farsante y su supuesto viaje como una farsa. En definitiva, no pasaba de ser la gran obra de un gran erudito y divulgador literario que jamás se movió de su casa. Pero, ¿de quién exactamente?
El verdadero autor de los viajes de Mandeville sigue siendo desconocido. Muchos eruditos llegaron a la conclusión de que John Mandeville nunca existió y sólo es el seudónimo de un autor que nunca quiso dar su nombre. En lo que sí parecen coincidir los estudiosos es en que, fuera quien fuera el autor, se trató de un personaje de gran altura intelectual, que supo satisfacer perfectamente la atracción medieval hacia los viajes, las leyendas fantásticas y el mundo exótico y desconocido.
La artista británica de origen turco Tracey Emin (1963) creó una obra de arte titulada My Bed(‘Mi cama’) que consistía en su propia cama deshecha, completa con sus sábanas sucias, una botella de vodka vacía, ropa interior con manchas de sangre, condones y pañuelos usados. Fue vendida por doscientos veinticinco mil dólares.
Etienne-Léon (1786-1864), barón de Lamothe-Langon, fue un prolífico descubridor y editor de valiosos documentos, que a la postre resultaron absolutamente falsos. Se inició en las letras con una novela de terror gótico. En 1829 publicó la Historia de la Inquisicion en Francia, presuntamente con base en los documentos hallados en los archivos eclesiásticos de la ciudad de Toulouse, gracias a un permiso especial que le otorgara el obispo Hyacinthe Sermet. En la actualidad, se considera como una gran falsificación histórica. Las historias dramáticas y escalofriantes de aquella Histoire fueron incorporadas como fuente primaria en muchos otros textos, principalmente en el Quellen und Untersuchungen zur Geschichte des Hexenwahns und der Hexenverfolgung im Mittelalter (‘Fuentes y estudios sobre la historia de la creencia en y la caza de brujas en la Edad Media’), de Joseph Hansen, que a su vez se convirtió en fuente de muchas otras obras. Finalmente, la obra de Lamonthe-Langan se convirtió en la única o la principal fuente para una parte sustancial de las creencias populares e históricas sobre la Inquisición, la brujería, la tortura y la jurisprudencia en la Edad Media. A comienzos de la década de 1970, los historiadores Norman Cohn y Richard Kieckhefer descubrieron independientemente que la Histoire era una invención: el archivo de Lamothe-Langan no existía, el autor, aun en el caso de la existencia del archivo, no hubiera tenido los conocimientos paleográficos para leer textos de esa época, varios acontecimientos mayores que describe podrían no haber ocurrido y su libro está lleno de anacronismos. Pero lo curioso es que la aceptación general de su Historia llevó a Lamothe-Langan a falsificar varias autobiografías de figuras históricas francesas, como las Memorias de la condesa Du Barry, con detalles de toda su carrera como favoríta de Luís XV o Noches con el príncipe Cambaceres, segundo cónsul, archicanciller del imperio.
Genpetses una falsa exposición artística mixta a cargo del artista canadiense Adam Brandejs que diseñó las figuras, la forma de exposición y el sitio de internet en un proyecto mostrado en diferentes galerías de arte de Canadá y varios países europeos. Las criaturas son muñecos automatizados hechos de látex y plástico, con un circuito electrónico que simula una lenta respiración. De aspecto parecen pequeños humanoides sin pelo y fueron diseñados para ser presentados como criaturas vivas, pero en estado de hibernación y genéticamente creadas para ser compradas como mascotas. Por internet circula como si de verdad fueran mascotas creadas por ingeniería genética.
Flavio Lucio Dextro (?-444) es un autor latino hijo de san Paciano y natural de Barcelona al que se atribuye un Chronicon Omnimodae Historiae, famoso entre todos los libros perdidos, prohibidos y condenados, donde se encontraba, al parecer, la relación completa de todos los monarcas que hubo en España que dieron pobladores a Irlanda, Escocia, Inglaterra y América, los mismos que enviaron colonias a Asia y poseyeron parte de África, proporcionando también reyes a celtas y troyanos. Este hipotético (y fabuloso) libro desapareció misteriosamente, siendo sustituido por un más conveniente Historia falsa que, desde entonces, se tuvo por la auténtica historia de Dextro, quien fue víctima así de una famosa falsificación literaria. Todo parece indicar que el responsable de esta falsificación fue el jesuita Jerónimo Román de la Higuera (1563-1611), quien imprimió como veraces y auténticos unos cronicones plagados de anacronismos, falsedades y supercherías que, en realidad, era un centón de textos entresacados de obras falsamente atribuidas no sólo a Flavio Lucio Dextro, sino también a Marcos Máximo y a Luitprando de Toledo. Las noticias hagiográficas propaladas en estos cronicones halagaban el espíritu patriotero y la credulidad popular y por eso muchos las divulgaron con entusiasmo, entre ellos Francisco de Vivar (?-1636) y Tomás Tamayo de Vargas (1589?-1641); algunos incluso aumentaron sus patrañas con nuevos «hallazgos», como Julián Pérez, Lorenzo Ramírez del Prado y, sobre todo, Juan Tamayo de Salazar (?-1662). No faltó una tenaz oposición por parte de eruditos como Juan Bautista Pérez (?-1597), José Pellicer de Ossau (1602-1679) y Nicolás Antonio (1617-1684).
En octubre de 1980, el comité cultural de Dublin Corporation’s votó, con ocho votos a favor y cinco en contra, comprar por veintiuna mil libras esterlinas un lienzo aparentemente en blanco de una artista estadounidense. La artista, Agnes Martin (1912-2004) [en la foto ante una de sus luminosas obras],dijo que la obra estaba realizada con «materiales transparentes», consignados como grafito, yeso y acrílico. Un concejal que estaba en contra de la adquisición adujo que comprarlo sería lo mismo que «ir a un restaurante, pedir la cena y que le trajeran a uno un plato vacío».
Durante el mes de abril de 1983, la revista alemana Stern publicó extractos de unos documentos que supuestamente eran Los Diarios de Hitler y que habían adquirido por diez millones de marcos alemanes. Los supuestos diarios cubrían un período comprendido entre 1932 y 1945, e incluían dos «entregas especiales» sobre el vuelo de Rudolf Hess a Reino Unido. El periodista Gerd Heidemann adujo haber recibido los escritos desde Alemania Oriental, por intermediación del doctor Fischer, quien supuestamente había conseguido pasarlos a través de la frontera. Los diarios, según el relato de los estafadores, eran parte de una colección de documentos recuperados de entre los restos de un accidente aéreo ocurrido en Börnersdorf, cerca de Dresde, en abril de 1945. Periódicos como el Stern, el Newsweek y The Sunday Times se frotaban las manos en abril de 1983: casi cuarenta años después del suicidio de Hitler unos documentos descubiertos en un avión alemán en 1945 darían la vuelta a la historia de la campaña nacionalsocialista que arrasó Europa. Su poseedor, Konrad Kujau, que se autopresentaba como el único alemán que tenía una carta de Hitler dirigida a él mismo en la que el führer le daba plenos poderes para publicar los diarios que escribió durante la guerra, cobró entre 1980 y 1983 cerca de tres millones de libras esterlinas por «desprenderse» de los diarios de Hitler. Una vez en su poder, el periodista Gerd Heidemann envió los documentos a varios expertos en historia de la Segunda Guerra Mundial para que corroborasen su autenticidad. Entre ellos, Hugh Trevor-Roper, Eberhard Jäckel y Gerhard Weinberg, quienes en una rueda de prensa celebrada el 25 de abril de 1983 confirmaron su autenticidad. Pese a que los diarios no habían sido aún sometidos a un análisis científico, Trevor-Roper llegó a afirmar: «Ahora puedo decir con satisfacción que estos documentos son auténticos; que la historia sobre su paradero desde 1945 es cierta, y que la forma en la que hoy se narran los hábitos de escritura y la personalidad de Hitler, e incluso quizás algunos de sus actos públicos, deben ser, en consecuencia, revisados». En aquel momento, Trevor-Roper era uno de los directores de Times Newspapers, y pese a que negó cualquier actuación deshonesta, hubo quien le acusó de entrar en un claro conflicto de intereses, pues The Sunday Times, periódico para el que habitualmente realizaba colaboraciones, ya había pagado una enorme suma por los derechos para publicar los diarios en Reino Unido.
Sin embargo, dos semanas después de la autentificación, el examen forense reveló que los diarios habían sido impresos sobre papel moderno y utilizando tinta moderna. Además, poseían gran cantidad de datos históricos inexactos, entre los que destacaba el monograma de la primera página, donde se leía «FH», en lugar de «AH» (Adolf Hitler), pues en los antiguos caracteres alemanes, tales letras resultaban similares. Finalmente, el contenido del libro resultó ser una copia de unos discursos de Hitler, al que se habían añadido comentarios personales. La investigación concluyó que Los Diarios de Hitler eran un grotesco y superficial fraude. En mayo de 1983, las autoridades de la República Federal Alemana detuvieron en la frontera austriaca a Konrad Kujau, un antiguo limpiaventanas, estudiante de arte y dueño de una tienda de parafernalia nazi en Stuttgart, acusado de fraude y falsificación. Además de los cuarenta y dos meses de prisión que se le impusieron (como al periodista Heidemann), el escándalo supuso la dimisión de Peter Koch y Felix Schmidt, dos editores del Stern. Los enemigos del Sunday Times ridiculizaron a voluntad al periódico, y la reputación como historiador de Trevor-Roper quedó seriamente dañada. Tras su salida de la cárcel, en 1988, Kujau se presentó a alcalde de Stuttgart, aunque no salió elegido. El resto de su vida lo consagró a realizar exposiciones de sus plagios de Monet, Klimt y del propio Hitler. Murió en Stuttgart, de un cáncer, en el año 2000.
El rostro del David(1504) de Miguel Ángel (1475-1564) está hecho de acuerdo a los cánones y parece perfecto, pero aun así al confaloniero florentino Piero Soderini (1450-1513), el cliente, le parecía un poco narigudo. Así se lo hizo saber a Buonarroti, que decidió no discutirlo y tomarse la crítica con humor. Simulando que observaba la figura, que mide más de cuatro metros (lo que matizaba el puntilloso comentario de Soderini), se guardó disimuladamente un poco de polvo de mármol en la mano y subió por los andamios hasta la cabeza de la figura. Una vez allí, simuló dar unos golpes con el cincel en la nariz de David y dejó caer el polvo. Seguramente Sonderini se iría más que contento: había hecho una hábil apreciación a un artista de la talla de Miguel Ángel Buonarroti y este no sólo había estado de acuerdo, sino que además había corregido el fallo inmediatamente.
Michael Gambino Pellegrino era un tipo duro que estaba dispuesto a contar los grandes secretos de la Mafia, para lo cual inició contactos para ofrecer el libro The honored society. Era una jugosa historia, sobre todo viniendo del nieto del legendario Carlo Gambino, la inspiración de El Padrino, así que la editorial Simon & Schuster le pagó quinientos mil dólares de anticipo. El libro salió en 2001, publicitado como «la obra del más alto miembro de la Mafia que haya dejado registro de las actividades secretas». Hubo notas en la prensa y en la televisión. Todo iba bien hasta que los verdaderos Gambino pusieron el grito en el cielo: no sabían quién era ese supuesto mafioso y querían demandarle a él y a la editorial. De hecho, existía un Michael Gambino real, nieto de Carlo, pero tenía dieciséis años e iba al colegio en Nueva York. En Simon & Schuster casi se desmayan: iniciaron una investigación y descubrieron que el autor, Michael Pellegrino, tenía antecedentes policiales (había estado preso por estafa), pero no tantos como hubiese querido: ni un solo delito de sangre o violencia. De modo que retiraron el libro de la venta y le demandaron para que devolviera el dinero. Pellegrino se defendió: según su abogado, no había engaño alguno ya que en el contrato firmado no se hacía mención de su biografía. Finalmente las partes llegaron a un acuerdo cuyos términos no se conocieron. Más tarde, Pellegrino relanzó el libro con otra editorial, aunque se aclaró que era todo ficción.
En Guayaquil, Ecuador, la estatua del venerado poeta José Joaquín Olmedo (1780-1847) no es realmente lo que parece. Cuando la ciudad quiso erigirle el monumento a su artístico héroe se descubrió que el precio de una estatua nueva era prohibitivo. Sin embargo, una fundición local les ofreció una ganga: una estatua de segunda mano de lordByron. La compraron, le hicieron algunos retoques en la cara, la erigieron en la plaza de la villa y pusieron el nombre de Olmedo en el pedestal. Ahí está. A ver quién es capaz de notar la diferencia.
Un buen día de 2002, el coleccionista de antigüedades israelí Oded Golan (1951) apareció con una urna de piedra que decía ser el osario donde estuvo enterrado Jacob, hermano de Jesús. Tal afirmación la basaba en una inscripción que había a un lado de la urna en que se leía: «Ya’akov Bar Yoshef Akhui di Yehshúah» (‘Jacob, hijo de José, hermano de Jesús’). En principio, la comunidad científica no cabía en sí de gozo. Si aquello era auténtico, sería el primer resto arqueológico de la familia del Mesías. Se realizaron distintas pruebas a la urna y no había duda de que databa del siglo I, de la zona y la época donde vivió Jesús y, casi con seguridad, que pertenecía a la Tumba de los Diez Osarios, lo que reafirmaba aún más su autenticidad. Salvo algunos científicos escépticos, que siempre los hay, casi todo el mundo dio por bueno el descubrimiento e, incluso, este estuvo expuesto en museos. Así quedó el asunto hasta 2004, cuando de nuevo el nombre de Oded volvió a aparecer junto a otro sensacional descubrimiento: una losa del famoso Templo de Salomón, del que no existe ninguna prueba material desde que Tito lo arrasara en el año 70. La pieza efectivamente era muy antigua, pero algunos errores lingüísticos de la inscripción levantaron muchas sospechas sobre su autenticidad. La piedra se sometió a un escrupuloso examen por parte de geólogos y químicos y se descubrieron en la superficie de ella unos microscópicos fósiles marinos. Se desconoce la ubicación exacta del Templo de Salomón, pero se sabe dónde no pudo estar y esto era en un lugar con costa, así que la piedra era falsa. Los especialistas descubrieron que, para darle aspecto de antigua, había sido recubierta con una patina especial hecha a base de piedra cogida en una zona costera. Este descubrimiento volvió a llamar la atención sobre el osario de Jacob y, al realizarle los mismos análisis, se descubrió que, aunque la urna era auténtica y fue saqueada de la Tumba de los Diez Osarios, la inscripción había sido retocada. La primera parte, lo de «Jacob, hijo de José» era auténtico, pero «hermano de Jesús» fue añadido posteriormente y «barnizado» con esa pátina especial para que pareciera antigua. Oded Golan se encuentra actualmente en una cárcel israelí.
Hijo de un impresor y erudito de la obra de Shakespeare, el joven William Henry Ireland (1777-1835) descubrió a los diecinueve años, en una finca rural inglesa, un extraordinario tesoro formado por: unas cartas de amor dirigidas por Shakespeare a su amante, una nueva versión de El rey Lear (eso sí, eliminando algunas bromas que consideraba de mal gusto), un fragmento de Hamlet (que resultó haberse llamado originalmente Hamblette), varios legajos y otros documentos y, lo que aún era más maravilloso en esa época, dos obras de Shakespeare completas y desconocidas que se habían perdido, Vortigern y Rowena, una historia de amor durante la conquista sajona, y Enrique II, ambas manuscritas por el autor. La mayoría de los eruditos que las examinaron, incluido James Boswell, quedaron extasiados. Vortigern fue representada el 2 de abril de 1796, pero para entonces habían surgido dudas y el público del Teatro Drury Lane gritó, burlándose, hacia el final de la representación. Se dice que el primer actor, John Kemble, sospechó que la obra era apócrifa y quiso convertirse él también en cómplice de la broma, para lo que intentó infructuosamente que la obra fuese estrenada un día antes, el 1.° de abril, cuando en Inglaterra se conmemora el Día de los Inocentes. Se representó aquella única vez y, antes de finalizar el año, Ireland confesó que toda la colección de manuscritos de Shakespeare era una falsificación, compuesta y escrita por él en viejos papeles manchados con tintes claros para simular mayor antigüedad. Ireland no fue castigado (de hecho, es que no fue creído, pues casi todo el mundo le creía incapaz siquiera de intentar falsificar una obra de Shakespeare), pero los críticos recibieron con enojo y desprecio varias novelas que publicó más tarde. El estrambote final a la historia es que, años después, se empezaron a cotizar las falsificaciones de Ireland y él, viendo negocio en el asunto, comenzó a fabricar falsificaciones de sus falsificaciones originales, llegando, por ejemplo, a conocerse hoy hasta siete manuscritos originales de Vortigern.
La famosa novela Ben-Hur (1880), de Lewis Wallace (1827-1905), sirvió de base para uno de los mayores fraudes de los que se tiene noticia en el mundo editorial. El reverendo presbiteriano William D. Mahan (1824-1906) copió literalmente grandes fragmentos de la obra de Wallace e intentó hacerlos pasar por la traducción de un manuscrito original recientemente descubierto sobre la vida de Cristo. Hay que mencionar que muchos lectores ingenuos creyeron históricamente cierto el relato de Wallace, y probablemente también el falsificador, pero este con el agravante de que se saltó una línea del texto y construyó una frase sin sentido alguno. En 1886, Mahan publicó todo el material bajo el título de El volumen Archko, del que, aunque pronto se supo la verdad, se han seguido vendiendo muchos ejemplares, pues mucha gente cree aún que lo que en él se cuenta sobre la vida y personalidad de Jesús es totalmente cierto.
Según el falsificador, la historia arrancó en 1856. Estaba en su casa en Misuri y se desató una tremenda tormenta de nieve. El erudito alemán H. C. Whydaman, que por una de esas casualidades felices de la vida pasaba por allí, acudió a pedir refugio y, como congenió muy bien con el anfitrión, se quedó en la casa de Mahan varios días, durante los cuales le contó que venía del Vaticano, en cuya biblioteca había descubierto un manuscrito que narraba detalles desconocidos de la vida de Jesús (investigaciones posteriores sobre la identidad o estancias en el Vaticano de tal hipotético erudito no dieron resultado alguno, posiblemente porque jamás existió). Mahan aseguró que había pagado al encargado de la biblioteca del Vaticano para conseguir los manuscritos y, una vez traducidos, los publicó bajo el título El volumen Archko (1886). Este texto incluía nada menos que informes de Poncio Pilatos acerca del juicio y la posterior ejecución de Jesús, informes de Caifás al Sanedrín acerca de la resurrección, una conversación de Juan con los pastores de Belén y otra de Gamaliel con José y María.
Mahan reconocería poco después habérselo inventado todo y adujo en su defensa que el fin último era hacer el bien. Sus superiores no lo entendieron así y le suspendieron de su ministerio durante un año por falsedad y plagio de los pasajes de Ben-Hur, aparte de hacerle prometer que retiraría el libro de la circulación. Mahan aseguró que así lo haría, pero como se estaba vendiendo demasiado bien, decidió retrasar la ejecución de la sentencia: la última edición es de 1976, y figuran como traductores McIntosk y Twyman, dos personajes ficticios inventados por Mahan. El editor presenta el libro así: «El volumen Archko es un libro de lectura obligada para aquellos que buscan a Cristo. ¿Alguna vez deseó saber qué pensaban sus padres antes de que él comenzara su ministerio? ¿Y sus vecinos? ¿Cómo justificó Herodes la matanza de los niños frente a sus superiores? ¿Y por qué dimitió Caifás tras la Crucifixión? Este libro contiene cartas y documentos escritos por personas que vivieron cuando Jesús vivió. En él usted descubrirá a Cristo a través de los ojos de los romanos y los judíos del siglo I». Aún hoy muchas personas siguen comprándolo convencidas de que lo que se cuenta en él es verdad.
En 1495, el dramaturgo inglés Robert Greene acusó a William Shakespeare de plagio en una carta escrita en su lecho de muerte y remitida a sus colegas Christopher Marlowe y Thomas Lodge. En ella se podía leer: «Shakespeare es un advenedizo, un grajo que se adorna con nuestras plumas, con un corazón de tigre envuelto en piel de cómico». El aludido, al ser interrogado, se defendió argumentando: «He rescatado las ideas interesantes de unas obras bastante mediocres y las he mejorado».
Según parece comprobado, el escritor alemán Bertolt Brecht (1898-1956) plagió (o «reelaboró») en su obra La ópera de cuatro cuartos (o de tres peniques o de la perra gorda, que por los tres títulos es conocida en castellano) el libreto que escribiera John Gay (1685-1732) doscientos años antes bajo el título La ópera del mendigo. Además, en la misma obra, intercaló también versiones casi idénticas de baladas escritas por François Villon (1431 -1463).
Según se cuenta en el libro El lector de Pablo Neruda, de Arturo Marcelo Pascual, el poema XVI de Veinte poemas de amor y una canción desesperada creó polémica por su parecido con un pasaje de El jardinero, obra de Rabindranath Tagore. El texto del poeta indio comenzaba con el verso: «Tú eres la nube del crepúsculo que flota en el cielo de mis sueños», que Neruda transformó así: «En mi cielo al crepúsculo eres como una nube». Además todo el poema es una paráfrasis o interpretación libre del modelo original. Neruda quiso incluir una nota explicativa en la primera edición del libro, que ya estaba en la imprenta, pero un amigo, Joaquín Cifuentes, le disuadió, diciendo que la acusación de plagio aumentaría las ventas. En la siguiente edición, el poema XVI apareció con la advertencia: «Paráfrasis a R. Tagore».
En 1760, apareció en la ciudad escocesa de Edimburgo un libro anónimo titulado Fragmentos de poesía antigua recopilados en la Tierras Altas de Escocia, traducidos de la lengua gaélica,que contenía dieciséis breves poemas en prosa atribuidos a un legendario guerrero, bardo y poeta del siglo III, de nombre Ossián. El libro obtuvo un extraordinario éxito, no sólo en Escocia e Inglaterra, sino en toda la Europa romántica de la época. El recopilador y traductor de aquellos poemas resultó ser un por entonces joven profesor y sacerdote escocés, James Macpherson (1736-1796), quien, en 1761, recibió una subvención de cien libras esterlinas para marchar a las Tierras Altas escocesas en busca de posibles nuevos fragmentos de la obra de Ossián. Macpherson encontró algo más que fragmentos: halló un poema épico sobre el héroe Fingal y más poemas inéditos, que publicó en el volumen El bardo céltico olvidado. Pronto la obra de Ossián fue traducida a muchas lenguas europeas y pronto surgieron imitadores, discípulos, comentaristas y hasta estudiosos de la obra de aquel bardo escocés de catorce siglos atrás. Los poemas alcanzaron un gran éxito internacional y su supuesto autor fue equiparado a Homero. Macpherson murió en 1796 sin haber mostrado a nadie los supuestos manuscritos originales que había traducido y, entonces, se pudo comprobar la sospecha que había ido tomando cuerpo de que la obra del tal Ossián, que tanto había influido en la intelectualidad europea, no había existido nunca, salvo en la imaginación de Macpherson, quien no habría hecho otra cosa que recoger antiguos relatos de la tradición oral escocesa y narrarlos al estilo prerromántico de la época. No obstante, muchos opinan que la cuestión de la autenticidad no debería ocultar el mérito artístico y el significado cultural de los poemas. En la ilustración la obra El sueño de Ossián (1813), del pintor francés Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867).
The Monkees fue una banda de rock estadounidense originaria de la ciudad de Los Ángeles creada originalmente para protagonizar una comedia de situación televisiva del mismo nombre en la cadena NBC. Sus cuatro componentes fueron seleccionados entre más de quinientos jóvenes por el productor Don Kirshner. La serie derrochaba un sentido del humor irreverente, muy similar (más bien copiado) al de ¡Qué noche la de aquel día!,la primera película protagonizada por The Beatles. Sólo dos de los muchachos eran músicos (Michael Nesmith y Peter Tork) y los otros dos aprendieron a tocar sobre la marcha, aunque en sus primeros discos la música era compuesta e interpretada por los mejores músicos y compositores estadounidenses como Carole King, Neil Sedaka, Neil Diamond y Tommy Boyce y Bobby Hart, por lo que los éxitos se sucedieron entre 1966 y 1968. Pero a partir del disco Headquarters se consideró que ellos ya tenían la capacidad de tocar los instrumentos y así lo hicieron, aunque desgraciadamente para ellos fueron desplazados del número 1 después de sólo una semana, al salir al mercado el disco de The Beatles Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. The Monkees hicieron junto a Jack Nicholson la película Head, que fue un desastre, su programa fue cancelado y, al poco tiempo, la banda se deshizo.
En la edición de 1708 de su almanaque Merlinus Liberatus, el antiguo zapatero y luego astrólogo John Partridge (1644-1714) se refirió sarcástocamente a la Iglesia de Inglaterra como «la Iglesia infalible», lo que atrajo la atención del supuesto clérigo Isaac Bickerstaff, quien publicó sus propias Predicciones para el año 1708, en las que hacía una inusualmente precisa predicción: Partridge «morirá incontrovertiblemente el 29 de marzo próximo, hacia las 11 de la noche, de un ataque de fiebre». Partridge respondió con una carta asegurando que ese Isaac Bickerstaff no era más que un astrólogo de poca monta deseoso de fama. El 30 de marzo, Bickerstaff publicó un panfleto en el que reclamaba que su profecía se había cumplido y que Partridge herto aproximadamente a la horaabía mu pronosticada por él mismo. En su lecho mortuorio había confesado que era un charlatán. Sin embargo, Partridge, aún francamente vivo, protestó aduciendo que la información era total y radicalmente falsa. Pero Bickerstaff, junto a otros amigos, siguió insistiendo en que Partridge había muerto y que el hombre que aducía ser Partridge era un impostor. Partridge vivió otros siete años más, gran parte de los cuales los pasó tratando de demostrar su existencia y de descubrir la verdadera identidad de Bickerstaff. Pero fue inútil: el nombre de John Partridge fue retirado del registro oficial, con lo que oficialmente se le consideraba como muerto, y todo el mundo creyó que realmente había muerto, incluyendo a muchos fans que se agruparon a la puerta de su casa para una vigilia, y hasta enterradores que se acercaron para hacerse cargo de las pompas fúnebres del famoso astrólogo. A partir de ese momento, su carrera cayó en picado, y tuvo que dejar de publicar su almanaque por la caída de las ventas. Sus detractores, muchos debido a su poca popularidad entre seguidores de la Iglesia, aquellos cuya muerte había predicho, antiwhigs (miembros del Partido Liberal inglés) y aquellos que pensaban que la astrología era toda mentira, continuaron con el bulo por venganza. Por su parte, Bickerstaff, que no era otro que el escritor y pastor Jonathan Swift, el autor que luego escribiría Los viajes de Gulliver, dejó de publicar en 1709, año en que hizo pública Una reivindicación de Isaac Bickerstaff, en la que daba nuevas pruebas para demostrar que Partridge realmente había muerto. Entre ellas, que era «imposible que ningún hombre vivo pudiera haber escrito tanta bazofia». Partridge murió cinco años después sin llegar a conocer la verdadera identidad de su enemigo.
Una de las falsificadoras de moneda con más recursos fue la estadounidense Mary Butterworth (1686-1775), que produjo en masa, en su cocina, nueve clases de billetes de banco y los distribuyó a través de su bien organizada pandilla, principalmente gente respetable de su comunidad de Rehoboth, Massachusetts, que incluía al juez del condado y al secretario del ayuntamiento. Después de que Mary Butterworth y algunos de sus compinches fueron arrestados en 1723, su culpabilidad resultó evidente, pero, no obstante, todos fueron absueltos. La razón fue que había inventado una manera de falsificar sin placas de cobre, de modo que la corte no encontró pruebas tangibles de la falsificación.
Milli Vanilli fue un dúo compuesto por Fabrice «Fab» Morvan (1966) y Rob Pilatus (1965-1998) que se formó en Alemania a mediados de los años ochenta. En principio, ambos integrantes eran bailarines acompañantes de Sabrina Salerno. El productor Frank Farian se fijó en ellos y lanzó con enorme éxito su carrera como grupo musical. En 1990 se les concedió el Premio Grammy al artista revelación. Sin embargo, ese mismo año durante un concierto en «vivo» de la cadena MTV, celebrado en el parque de atracciones Lake Compounce, de Bristol, Connecticut, mientras supuestamente cantaban el tema «Girl You Know is True», la cinta se estropeó, dando lugar a uno de los momentos más vergonzosos de la música pop moderna. Poco después, en noviembre de ese mismo año, el productor e inventor del grupo, Frank Farian, admitió que, en realidad, Fab y Rob no eran los que cantaban: se limitaban a ofrecer su imagen en la cubierta de los discos y en los escenarios, pero su música estaba pregrabada en sus vídeos musicales y sus conciertos. Tras haber conquistado a medio mundo con su música, devolvieron el Grammy conseguido y el dúo no pudo seguir con su música con el mismo nombre. En 1991, el mismo productor quiso relanzar a los cantantes que realmente cantaban las canciones del grupo, con el nombre de The Real Milli Vanilli, pero el intento fue un fracaso. En 1993, la pareja original volvió a probar suerte, esta vez interpretando por sí mismos sus canciones, como Rob & Fab, pero el éxito no les acompañó. En 1998, Rob Pilatus murió de sobredosis en un hotel de Fráncfort.
Poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, aparecieron en el mercado varias telas con la firma del pintor holandés Jan Vermeer (1632-1675), incluida La cena de Emaús,obra inspirada en la homónima de Caravaggio, que un museo de Róterdam adquirió por doscientos setenta mil dólares. Su supuesto descubridor fue Hans van Meergeren (1884-1947), un mediocre pintor que se autoconsideraba subestimado. Durante la guerra, la fama de las nuevas obras de Vermeer que iban apareciendo se expandió por toda Europa. El líder nazi Hermann Goering compró una por ochocientos cincuenta mil dólares, que envió inmediatamente a Berlín. Acabada la guerra, el cuadro fue devuelto a Holanda y, tras investigar su origen, Meergeren fue encarcelado acusado de vender un Vermeer a los enemigos alemanes. Acuciado por la circunstancia Meergeren confesó que ese cuadro, al igual que otros muchos, eran falsificaciones suyas. Pero los expertos, llamados a declarar en el juicio en calidad de peritos, siguieron afirmando que aquellos cuadros eran verdaderos. Finalmente, para probar que él había sido efectivamente el autor, a Meergeren sólo le quedó pedir la venia al tribunal y pintar ante testigos un nuevo Vermeer. Entre julio y diciembre de 1945, en presencia de reporteros y testigos, Meergeren pintó su última falsificación: Jesús entre los doctores [en la foto], también llamado El joven Cristo en el templo. Esta falsificación se vendió posteriormente en tres mil florines (alrededor de siete mil dólares actuales). Hoy la pintura cuelga en una iglesia de Johannesburgo. Condenado a un año de prisión, Meergeren falleció antes de cumplir esa breve condena de un ataque cardiaco.
Florence Foster Jenkins (1868-1944) fue una excéntrica soprano estadounidense que se hizo famosa por su completa falta de talento musical. Florence recibió lecciones de música en su niñez y pronto expresó su deseo de viajar al extranjero para continuar tales estudios. Aun siendo de familia acomodada, su padre rehusó pagarle el billete, así que se fugó a Filadelfia con Frank Thornton Jenkins, un médico que más tarde se convertiría en su marido y del que se divorciaría en 1902. Tras su llegada a Filadelfia, empezó a ganarse la vida como maestra y pianista. Tras la muerte de su padre en 1909, Jenkins heredó una fortuna, lo que le permitió sufragarse su carrera musical. Entró a formar parte de la vida musical de Filadelfia y más tarde de la de Nueva York, donde fundó y financió The Verdi Club, tomó lecciones de canto y empezó a dar recitales a partir de 1912. Oyendo sus grabaciones se entienden sus dificultades: tenía muy poco oído o ritmo y a duras penas era capaz de sostener una nota. Aun así se hizo tremendamente famosa, pues, al parecer, el público la adoraba por la diversión que proveía. Mas, a pesar de su patente falta de habilidad, Jenkins estaba firmemente convencida de su grandeza. Sintiéndose una diva, disculpaba las risas del público durante sus actuaciones como procedentes de rivales consumidos por la envidia. Para completar el cuadro, Florence solía vestir elaborados disfraces que diseñaba ella misma, algunas veces con alas y espumillón y otras, por ejemplo para interpretar «Clavelitos» (su canción favorita), arrojando flores al público mientras ondeaba con escasa gracia un abanico y lucía flores (excesivas) en su cabello. En 1943, sufrió un accidente de taxi tras el cual descubrió que podía conseguir «un fa más alto que nunca», por lo que, en lugar de una demanda, envió una caja de caros puros al conductor. Con el tiempo, a pesar de la petición pública de más apariciones, la septuagenaria Florence restringió sus actuaciones, redujo los auditorios y se concentró en su recital anual en el Ritz-Carlton de Nueva York, para el que ella misma repartía las entradas. Pero con setenta y seis años, cedió finalmente a los deseos de sus admiradores y actuó en el Carnegie Hall el 25 de octubre de 1944. Las entradas se agotaron con semanas de antelación. Jenkins murió un mes después. Consciente pese a todo de sus críticas, una vez Florence se defendió: «La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté».
La Thai Elephant Orchestra es un conjunto musical compuesto por unos dieciséis elefantes con sede en la ciudad de Lampang, al norte de Tailandia. Los elefantes interpretan música (principalmente improvisaciones) mediante instrumentos musicales de tamaño descomunal especialmente diseñados para ellos. La orquesta fue creada y es dirigida por el conservacionista de elefantes Richard Lair, del Thai Elephant Conservation Center, y por el compositor e intérprete estadounidense Dave Soldier. Ya han grabado tres cedés.
Un famoso ejemplo de falsificación de moneda masiva es la llamada «Crisis de los billetes del Banco de Portugal» de 1925, ocurrida cuando los impresores de papel moneda británicos Waterlow and Sons imprimieron billetes del Banco de Portugal por un monto equivalente al 0,88% del Producto Interior Bruto portugués, con números de serie idénticos a billetes existentes, obedeciendo a un fraude perpetrado por Alves dos Reis. Artur Virgílio Alves dos Reis (1898-1955) fue con certeza el mayor estafador de la historia portuguesa y posiblemente uno de los del mundo. Hijo de una familia modesta (el padre tenía problemas financieros y acabó siendo declarado insolvente), Alves dos Reis comenzó los estudios de Ingeniería, pero tuvo que abandonarlos para casarse con Maria Luísa Jacobetti de Azevedo, en el mismo año que el negocio de su padre quebró. En 1916, emigró a Angola, colonia portuguesa, para intentar hacer fortuna y para huir de las humillaciones a las que le sometía su familia política por la diferencia de clase social. Para ir a Angola contratado como funcionario en las obras públicas de la colonia, se hizo pasar por ingeniero, tras falsificar un diploma de una escuela politécnica de Ingeniería de la Universidad de Oxford que ni siquiera existía: la Polytechnic School of Engineering. Enseguida se hizo rico al adquirir, mediante un cheque sin fondos, la mayor parte de las acciones de la compañía ferroviaria Transafrican Railways of Angola. Con su nueva situación financiera, regresó a Lisboa en 1922. Se compró un automóvil estadounidense e intentó hacerse con el control de la renqueante empresa Ambaca. Primero falsificó cheques por más de cien mil dólares, compró la empresa y cubrió los cheques con las reservas de la compañía, a la vez que intentaba repetir la práctica y hacerse con el control de la Angola Mining Company. Pero esta vez no lo consiguió y fue arrestado en 1924 por malversación, aunque fue puesto en libertad a los cincuenta y cuatro días por un defecto de forma. Esos cincuenta y cuatro días los aprovechó para preparar su siguiente «golpe»: formalizar un contrato de impresión de billetes en nombre del Banco de Portugal con el impresor inglés Waterlow & Sons Limited, al que convenció, previa petición de máxima discreción, asegurando que esa emisión de papel moneda estaba destinada a la expansión económica de la colonia de Angola. El impresor inglés realizó doscientos mil billetes de quinientos escudos (lo que arrojaba una cifra de cien millones de escudos, que más o menos igualaba el número de billetes en circulación), con una imagen de Vasco da Gama y la fecha del 17 de noviembre de 1922. Aunque Reis sólo se reservó el 25% de las ganancias, se hizo inmensamente rico y, en junio de 1925, fundó el Banco de Angola y de la Metrópolis, además de invertir ingentes cantidades en Bolsa, comprarse un palacio en Lisboa, tres granjas, una flotilla de taxis y gastar una enorme cantidad de dinero en joyas y vestidos caros para su mujer y para las mujeres y amantes de sus socios. Sus problemas comenzaron cuando intentó hacerse con el control del propio Banco de Portugal mediante la compra de participaciones, lo que hizo que fuera investigado, entre otras instancias, por el periódico O Século. Hay que recordar que su dinero no era técnicamente falso, pero los números de serie de los billetes sí que estaban repetidos y por ahí se vino abajo todo su montaje. El 6 de diciembre de 1925, Reis y muchos de sus socios fueron arrestados, mientras que sus bienes y propiedades eran confiscados. Reis sólo tenía veintiocho años. Gracias a maniobras de dilación del propio Reis, su juicio tardó cinco años, pero al final se abrió en mayo de 1930. Reis fue condenado a veinte años de prisión. Fue puesto en libertad en 1945 y se le ofreció un puesto de trabajo en la banca, que rechazó. Aunque fue arrestado en otra ocasión por fraude, no fue juzgado y murió, en la más absoluta indigencia, en 1955.
En 1926 saltó a la luz un escándalo de falsificación de moneda de gran magnitud en Hungría, cuando varias personas fueron arrestadas en los Países Bajos mientras intentaban movilizar diez millones de francos en billetes falsos de mil francos producidos en Hungría. Después de tres años, esta operación de falsificación a escala industrial promovida por el Estado finalmente quebró. La investigación coordinada por la Liga de las Naciones descubrió que los motivos que tenía Hungría eran vengar las pérdidas territoriales que había sufrido como consecuencia de la Primera Guerra Mundial (de los cuales echaba la culpa a Georges Clemenceau) y utilizar las ganancias del negocio de la falsificación para potenciar una ideología militarista y revisionista de sus fronteras. Alemania y Austria tuvieron un rol activo en esta conspiración, que requirió del uso de maquinaria especial. Sin embargo la calidad de los billetes falsos era pobre, ya que Francia utilizaba un tipo de papel especial que importaba de sus colonias.
Entre los muchos planes que los dirigentes del Tercer Reich alemán trazaron durante la Segunda Guerra Mundial para derrotar a las potencias aliadas estuvo la denominada en clave Operación Bernhard, que consistía en la falsificación del equivalente en billetes a ciento cincuenta millones de libras esterlinas, que se encargó a un equipo formado por los más hábiles falsificadores del mundo, dirigidos por un ruso conocido con el alias de Vladimir Dogránov. Estos billetes buscarían colapsar la economía británica. Alemania estaba sintiendo los efectos del enorme gasto que significaba la guerra en el frente del este y en África; por tanto, las divisas fuertes que se obtendrían con la venta de moneda falsa fortalecerían su economía, matando así dos pájaros de un solo tiro. Uno de los planes originales era lanzar los billetes desde un avión, presumiendo que la mayoría de las personas que se los encontrasen se quedarían con los billetes y muy pocos los entregarían a las autoridades. Finalmente, eso fue descartado, porque a largo plazo les permitiría a los británicos controlar la situación y no involucraba al mercado financiero internacional. Así que los primeros «paquetes» de billetes falsos fueron repartidos entre las embajadas y consulados alemanes en Turquía, España, Suecia y Suiza, y fueron introducidos con amplio éxito en las economías locales.
Sin embargo, pasados varios meses, se descubrió casualmente el plan en marcha. Un banco turco pagó a un comerciante unas sesenta mil libras esterlinas (falsas) que él mismo, sin saberlo, introdujo a través de un banco suizo hasta llegar al Banco de Inglaterra, donde por casualidad fue descubierta la falsificación. Detectada la enorme estafa, el Gobierno británico optó por hacerse el desentendido y permitir que el Banco de Inglaterra aceptara los billetes falsos como legítimos y que también pagara con ellos en los mercados internacionales con objeto de salvaguardar la economía británica. Así, las libras esterlinas falsas circularon por todo el mundo junto a las verdaderas y Churchill mantuvo el asunto como secreto de Estado.
Avanzada la guerra y ante el acercamiento del frente de batalla, la fábrica de billetes falsos de Sachsenhausen original fue transferida a Schlier-Redl-Zipf, en Austria, cerca del campo de concentración de Mauthausen-Gusen. Más tarde, a principios de 1945, sería trasladada de nuevo a Ebensee, donde al llegar las fuerzas estadounidenses, el 5 de mayo de 1945, los prisioneros, incluyendo los falsificadores, fueron liberados. Se dice, sin que hasta hoy se hayan encontrado pruebas contundentes (tal vez están celosamente guardadas), que los billetes falsificados que no habían sido puestos en circulación, fueron llevados en cajas a los lagos Toplitz, cerca a Ebensee, y Traunsee, cerca de Linz, y hundidos en sus aguas. Pero lo que se menciona menos es que muchos billetes falsos continuaron circulando en Inglaterra durante años.
Los papalagies el título de un libro escrito por Erich Scheurmann (1878-1957) y publicado en 1920. Se trata supuestamente de una colección de discursos que el jefe samoano Tuiavii de la isla de Tiavea dirige a sus conciudadanos, en los que describe un supuesto viaje por Europa en el período justamente anterior a la Primera Guerra Mundial. Scheurmann habría sido testigo de tales discursos y los habría traducido al alemán. En ellos, el jefe samoano interpreta la cultura occidental (la de los papalagis u ‘hombres blancos’, en lengua samoana) desde la perspectiva de un nativo, criticando la deshumanización y el materialismo de la sociedad europea, y describiendo con ingenuidad objetos tales como el dinero o el teléfono. Tuavii previene a los samoanos de que no se dejen contaminar por el influjo de la cultura europea. Cada uno de los once discursos describe, con mucho humor ácido, un aspecto de la cultura occidental (la medida del tiempo, la vivienda, la vestimenta…). No hay pruebas de que tales discursos hayan sido nunca pronunciados y su autor parece haber sido el propio Scheurmann (quien sí viajó a Samoa), aunque las continuas ediciones modernas (que suelen presentarse con las ilustraciones tradicionales de Joost Swarte) no suelen aclarar ese aspecto, presentando la obra como un hecho cierto.