Durante los siglos XVII y XVIII era común ver en las ferias y mercados de Inglaterra presentaciones en las cuales aparecían animales amaestrados como monos saltarines, circos de pulgas, perros danzantes y gatos entre otros muchos animales. Incluso se cuenta que existió un teatro de canarios de gran renombre, pertenecientes a un tal mister Breslaw, quien logró montar un espectáculo en el que los canarios, vestidos con prendas militares, disparaban un cañoncito contra un supuesto desertor y luego enterraban su cadáver silbando cantos fúnebres…
En otras palabras había talento y paciencia para lograr este tipo de hazañas. Otro ejemplo claro de ello fue un zapatero llamado Samuel Bisset, quien tenía un gran espectáculo de animales que incluía un caballo, un perro, dos monos, una tortuga, unos canarios y las grandes estrellas: unos gatos que maullaban opera. Con el tiempo Bisset, en la búsqueda de ampliar su repertorio, se planteó nuevos retos y centro su atención en los cerdos. En Dublín, a principios de 1782, compró por el precio de tres chelines un lechón negro. Se sabe que en los primeros seis o siete meses Bisset no logró progresar demasiado con el amaestramiento. Muchos otros hubieran desistido pero él continuó su lucha otros dieciséis meses más hasta que consideró que estaba listo para su primera presentación. El cerdo pasó a ser la estrella del espectáculo. Podía arrodillarse, inclinarse, deletrear nombres usando letras de cartón, hacer cuentas y señalar personas casadas y solteras entre el público. Con el tiempo, el cerdo se convirtió en una estrella en la región central de Inglaterra. Pero un pequeño olvido en la solicitud de una autorización al mudarse de distrito de residencia desató la furia de los magistrados locales. Como consecuencia, fue golpeado brutalmente y, para colmo, lo amenazaron con el sacrificio del cerdo y su encarcelamiento. Bisset tuvo que guardar reposo durante varios días. El siguiente paso era ya la conquista de Londres pero cuando se encontraba en Chester, Bisset murió. Nunca pudo reponerse de la paliza recibida en Dublín. El conocido como Cerdo Letrado pasó a manos de un tal Nicholson, que también tenía un espectáculo de animales y prosiguió la gira por el centro de Inglaterra, antes de llegar a Londres. En 1785 los periódicos de la capital anunciaron que el profeta porcino figuraba entre las celebridades que acababan de llegar a la ciudad. El Cerdo Letrado causó una gran sensación en Londres. Todos los días enormes multitudes iban a ver su espectáculo. Al poco tiempo, el cerdo se unió a un circo y debido a las generosas reseñas de los periódicos sobre sus actuaciones se creó un conflicto con los acróbatas, quienes llegaron a considerarse degradados al tener que trabajar con un cerdo. La situación fue tal que los acróbatas fueron a ver al director y le pidieron que escogiera entre el cerdo o ellos. De esa forma, el cerdo tuvo ya toda la arena del circo para él solo. A partir de allí comenzaron una serie de giras exitosas por varias ciudades de Inglaterra. Y las celebridades de la época comenzaron a comentar sus actuaciones. Por ejemplo el poeta Robert Southey escribió: «un objeto de admiración de la nación inglesa mayor de la que tuvo sir Isaac Newton». Tiempo después, en el invierno de 1786, el Cerdo Letrado salió de Inglaterra para presentarse ante los franceses. Pese a la competencia de algún que otro cerdo ilustrado francés, nuestro héroe continuó cosechando éxitos. Tanto fue así que el poeta Robert Burns solicitó la presencia del cerdo en una reunión en la cual se iba a comentar la primera edición de sus poemas. Durante su larga y distinguida carrera, los periódicos comentaron que el cerdo ganó mucho más dinero que cualquier actor o actriz de la misma época. En noviembre de 1788, varios artículos publicados en distintos periódicos informaron al público de que su viejo amigo, el Cerdo Letrado, había pasado a mejor vida. Adicionalmente mencionaban que Nicholson había sido encerrado en un manicomio de Edimburgo. Pero otros artículos de octubre de 1789 aclaraban que el cerdo había retornado de una larga gira por Francia. Total que no se sabe cuál fue su verdadero fin.
El detector de mentiras fue inventado hacia 1930 por Leonard Keeler, un inspector de policía de Chicago, inspirándose para ello en un sencillo mecanismo que otro policía norteamericano de una pequeña ciudad del Medio Oeste había inventado a su vez para amedrentar en los interrogatorios a los sospechosos. Este primitivo mecanismo consistía en un cajón coronado por dos bombillas, una verde y otra roja, instalado en su escritorio. A cada respuesta del interrogado, el policía pulsaba un botón disimulado bajo la mesa que hacía encenderse una de las dos luces según la respuesta le pareciese verdadera o falsa. Keeler adaptó esa idea y diseñó un mecanismo que determinase, con el menor margen de error que fuera posible, cuándo un interrogado decía la verdad. El aparato que finalmente patentó combinaba tres instrumentos médicos: un cardiógrafo (que registra las pulsaciones y la presión sanguínea), un pneumógrafo (que registra el ritmo respiratorio) y un galvanómetro (que mide la resistencia eléctrica de la piel). A ello añadió varios sensores, un amplificador y un mecanismo que movía una aguja entintada, mediante el que reproducer gráficamente las diversas variables y permitir así su análisis posterior.
Boris Onischenko, un oficial de Ejército soviético, participó en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976 en la modalidad de pentatlón moderno, un deporte compuesto por cinco disciplinas que incluye la esgrima. Onischenko ideó un sistema que encendía la luz que registra los aciertos en el marcador, incluso cuando había fallado. Mediante un cable dispuesto en su espada y un pulsador colocado en su mano era capaz de registrar un toque a voluntad. Onischenko no era un desconocido, sino un deportista respetado que ya había ganado una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Múnich, cuatro años antes. Pero de poco le valió esa trayectoria, pues tuvo que abandonar los Juegos avergonzado, entre titulares que le llamaban «Boris el Tramposo». Posteriormente se dijo que, como castigo, había sido enviado a unas minas de sal en Siberia, algo probablemente falso.
El llamado periodísticamente «Maracanazo de la Selección Chilena», «Condorazo» o «Bengalazo» fue un incidente sucedido en 1989 y protagonizado por Roberto Rojas. La selección chilena comenzó en julio de 1989 su torneo de clasificación, con miras a la Copa Mundial de Fútbol de 1990. Para dicho objetivo se encomendó al entrenador Orlando Aravena. Chile logró vencer por 1-3 a Venezuela en Caracas, empatar 1-1 ante Brasil en Santiago y luego vencer por 5-0 a Venezuela. Tal partido fue trasladado por la FIFA a una cancha neutral castigando a Chile por el comportamiento de su hinchada en el empate frente a Brasil, por lo cual debió jugarse en Mendoza (Argentina). Aun así, Chile quedaba junto a Brasil en la cabeza de la clasificación con cinco puntos, aunque la diferencia de goles brasileña le permitía a dicho conjunto clasificarse. Por tal motivo, Chile debía ganar el partido de vuelta, mientras que a Brasil solamente le bastaba empatar para clasificarse. El 3 de septiembre de 1989, la selección de fútbol de Chile se enfrentaba al seleccionado brasileño en el Estadio Maracaná. Cuando Chile iba perdiendo por 1-0, el guardameta Roberto Rojas simuló ser herido por una bengala, motivo por el cual Chile abandonó la cancha argumentando falta de garantías. Más tarde Rojas declararía que se autoinfirió un corte en el rostro para simular un ataque de los hinchas brasileños, todo dentro de un plan orientado a conseguir la programación de un partido definitivo en cancha neutral. Por aquel incidente, Rojas fue marginado a perpetuidad de las canchas de fútbol (aunque en 2000 recibió una amnistía) y Chile fue excluido de jugar las eliminatorias de la Copa Mundial de la FIFA de 1994 por infringir severamente los reglamentos. Además fueron sancionados Sergio Stoppel (entonces presidente de la Federación de Fútbol de Chile), Orlando Aravena (entrenador), Fernando Astengo (defensa, subcapitán del equipo) y Daniel Rodríguez (médico), entre otros.
En 1905 obtuvo el Premio Nobel de la Paz la austríaca Bertha von Suttner (1843-1914), famosa autora de la novela ¡Abajo las armas!, que había sido secretaria particular (y tal vez algo más que eso) de Alfred Nobel hasta su muerte, razón por la cual ella misma ya esperaba el primer premio, concedido en 1901. Sin embargo, tuvo que esperar cinco años hasta que uno de los testigos del testamento de Nobel, y además sobrino suyo, hizo fuertes presiones sobre los jurados noruegos de este premio para que fuera galardonada en correspondencia, según dijo el propio jurado, a su condición de «conductora de los movimientos de la paz».
En otro ejemplo claro de nepotismo, en 1930, se concedió el Premio Nobel de la Paz al sueco Nathan Söderblom (1866-1931), en quien concurrían los méritos de ser, por una parte, arzobispo de Upsala y primado de la Iglesia Luterana sueca y un relativamente destacado pacifista en labores de mediación internacional y, por otra, amigo y confesor personal de Alfred Nobel, a quien acompañó en sus últimos días.
Clever Hans (‘Inteligente Hans’) fue un caballo, famoso en Alemania a principios del siglo XX, propiedad de Wilhelm von Osten, profesor de matemáticas y entrenador hípico aficionado, además de algo místico y adicto a la frenología. Hans «sabía» sumar, restar, multiplicar, dividir, trabajar con fracciones, decir la hora, entender el calendario, diferenciar tonos musicales, leer, deletrear y, en general, entendía el idioma alemán. Si Von Osten preguntaba a Hans, «si el octavo día del mes cae en martes, ¿cuál es la fecha del viernes siguiente?», Hans contestaba dando toques con su pie. Von Osten realizó espectáculos por toda Alemania presentando al caballo y su fama traspasó fronteras y trascendió a otros continentes. Ante las dudas de los científicos sobre la supuesta «inteligencia» del animal, en 1907 se formó una comisión de trece personas, encabezada por el psicólogo Oskar Pfungst, que demostró que el caballo, en realidad, no realizaba esas tareas mentales, sólo notaba la reacción de sus observadores humanos y actuaba en consecuencia. Pfungst descubrió que el caballo respondía directamente a señales involuntarias de lenguaje corporal del entrenador humano, pero que este era completamente inconsciente de que proporcionaba tales señales al caballo. Curiosamente, la anomalía descubierta fue bautizada como «efecto Clever Hans» en psicología cognitiva. Hoy se llama así en ciencia experimental a la posibilidad de que todo experimentador «contamine» involuntariamente los resultados del experimento mediante gestos, tonos de voz, lenguaje corporal, etc. En la foto, vemos al caballo Hans ante la «máquina de escribir».
En 1993, la señorita India Scott de Detroit, Míchigan, estaba saliendo a la vez con Darryl Fletcher y con Brandon Ventimiglia y en 1994 dio a luz a un bebé. Ninguno de los dos hombres sabía de la existencia del otro, y ella le dijo a cada uno de ellos que era el padre del niño. Durante dos años, ella pudo escamotear los derechos de visita del padre, pero en marzo de 1997, cuando anunció que iba a casarse con un tercer hombre y que se iría a vivir a otra ciudad, tanto Darryl como Brandon presentaron sendas demandas de custodia de «su» hijo. Entonces se conocieron los dos hombres. En mayo de 1997 ambos se hicieron pruebas para descubrir la paternidad del niño de una vez por todas con el sorprendente resultado de que ninguno de los dos era el padre.
De los treinta y dos atletas que tomaron la salida en el maratón de los Juegos Olímpicos de 1904, celebrados en la ciudad estadounidense de Saint Louis, Misuri, sólo catorce llegaron a la meta. El primero en cruzarla, tras tres horas y trece minutos, fue el norteamericano Fred Lorz, que inmediatamente fue proclamado vencedor. Ya había sido fotografiado con Alice Roosevelt, la hija del presidente de los Estados Unidos que le acababa de imponer la corona de laurel en reconocimiento a su victoria, y estaba a punto de recibir la medalla de oro, cuando se supo que había cubierto dieciocho de los algo más de cuarenta y dos kilómetros de la prueba a bordo de un coche conducido por su entrenador. La aclamación de la muchedumbre se tornó rápidamente en abucheos. Lorz, a la desesperada, intentó explicar que sólo se trataba de una broma, algo que nadie creyó. Recibió una sanción de por vida, que más tarde, gracias a su arrepentimiento, le fue levantada. Como nota anecdótica, cabe resaltar que al año siguiente (1905), Fred Lorz ganó la maratón de Boston, esta vez sin trampa alguna. En su lugar, fue proclamado vencedor de la prueba olímpica su compatriota Thomas Hicks [recuadro inferior], quien, por lo demás, según se supo tiempo después, diez kilómetros antes de la meta había ingerido una buena dosis de estimulantes (sobre todo, sulfato de estricnina), pero como en aquellos tiempos eso no era ilegal, su victoria sí fue legal. Pero es que aquella carrera de maratón olímpica de 1904 fue realmente extraña. Entre los participantes estuvo un cartero cubano, Félix Carvajal, que llegó a Saint Louis haciendo autostop tras perder todo su dinero en Nueva Orleans jugando a los dados. Se presentó en la salida con zapatos de calle y pantalones largos. Este mismo corredor se paró a charlar con los espectadores a mitad de carrera, se desvió del trazado de la carrera al perderse en un manzanal y, pese a todo, acabó cuarto. Otro competidor fue mordido por dos perros en un maizal. Algo parecido, o aún peor, a lo de Lorz ocurrió durante los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, cuando el estudiante alemán Norbert Sudhaus se incorporó subrepticiamente a la carrera de maratón al final del todo, más o menos a un solo kilómetro del final y, en un sprintdesesperado y sorprendente, superó fácilmente a los atletas cansados, llegó primero y fue el centro de atención al convertirse en campeón olímpico. Sin embargo, su engaño duró unos pocos minutos, pues enseguida los jueces se dieron cuenta de lo que había pasado. Pese a ser un impostor, su broma hizo que el verdadero ganador final, el americano Frank Shorter, entrara en el recinto entre enormes abucheos de los espectadores, compatriotas del atleta aparentemente descalificado. Y es que no hay nada mejor que utilizar el metro de la ciudad para ganar tranquila y cómodamente una carrera de maratón y además batir el récord de la prueba. Eso es lo que hizo la atleta estadounidense de origen cubano Rosie Ruiz en dicha disciplina en la ciudad de Boston en 1980. Naturalmente fue descubierta.
En 2001, Cathy McGowan, de 26 años, ganó un concurso en un programa de radio por contestar correctamente a una pregunta. Pero lo que, en principio, parecía una gran alegría se trocó pronto en un enorme chasco. No le quedó más remedio que demandar a la emisora de radio porque, cuando fue a recoger el premio, el prometido Renault Clío se había convertido, y eso pretendían entregarle para su indignado estupor, en un coche de juguete, una miniatura a escala.
En 2001, un sitio de internet muy popular en San Francisco incluyó en su foro de contactos perdidos el texto de una mujer que quería encontrarse con un hombre al que veía de lunes a viernes en una determinada parada del autobús con un bolso gris. Lo describía como un tipo fabuloso (gorgeous guy). Ese fue el apodo que empezó a repetirse porque pronto el foro se vio inundado por otros mensajes de mujeres interesadas en un hombre tan atractivo. Se empezó a discutir online si el chico estaría casado o soltero, si sería heterosexual o gay… El asunto se convirtió en el cotilleo más popular del momento. Por fin un periódico logró identificarlo como Dan Baca, un ingeniero de veinticinco años, que, a esas alturas, ya no aguantaba la presión. Contó que habían empezado a pasarle cosas raras en la parada del bus: gente que lo señalaba, mujeres que se acercaban a hablarle y que le decían cosas cada vez más francas. Había llegado a encontrarse con una pequeña multitud al bajar del autobús y, aunque intentó cambiar de parada, terminaron descubriéndolo. Finalmente, alguien le explicó el asunto del sitio de internet. Mandó su propio mensaje para pedir que acabaran con el acoso, que quería volver a su vida normal: «Por favor, dejen de llamarme gorgeous guy por la calle y de sacarme fotos. Esto no es divertido, tiene que terminar», reclamó. Pero fue peor. Más y más medios lo buscaron: salieron notas en todas partes, desde la CNN a USA Today. Todo siguió así hasta que, de pronto, un día alguien detectó la farsa y lo puso en evidencia: él mismo había mandado casi todos los mensajes. Dan terminó haciendo un patético reconocimiento de su vanidad y dijo que también había inventado los masivos acosos. «Sólo quería divertirme, pero la cosa creció demasiado», se defendió. Su bochorno sólo fue igualado por el de los medios, que no habían contrastado absolutamente nada.
España protagonizó uno de los engaños olímpicos más vergonzosos de la historia. El equipo de baloncesto paralímpico (en la categoría de discapacitados mentales) ganó el oro en los Juegos Paralímpicos de Sidney 2000, pero diez de sus doce jugadores no sufrían deficiencia alguna. Carlos Ribagorda, uno de los jugadores y periodista, relató luego toda la farsa, acusando a los responsables de seleccionar deliberadamente a los jugadores y de que ni él ni los demás pasaron controles psicológicos. Hubo que devolver las medallas y rodaron cabezas.
En la historia de las maratones hay al menos otros dos atletas que pasarán a la historia por haber pasado la línea de meta en primera posición sin haber corrido los más de cuarenta y dos kilómetros de la misma. En la Maratón de Boston de 1980 la «atleta» estadounidense de origen cubano Rosie Ruiz, hasta ese momento totalmente desconocida, «surgió de la nada» en la última milla y ganó la carrera femenina. Curiosamente, Ruiz no aparece en ninguna de las fotografías de la carrera. Alguien dijo, al finalizar la carrera, que habían visto atacar a la «maratoniana» durante la última media milla. Ruiz terminó la maratón en un tiempo récord de dos horas treinta y un minutos, pero hizo sospechar a los jueces, que notaron que Ruiz no parecía estar fatigada y casi no había sudado al cruzar la línea final. Tampoco era capaz de recordar los detalles de su ruta. Pronto surgieron informes declarando que, previamente, Ruiz había hecho trampa al terminar la Maratón de Nueva York sin aparecer en ninguno de los vídeos de la carrera. Un fotógrafo asegura también haber hablado con ella en el metro. Se cree que Ruiz utilizó el metro para llegar a la línea final de la Maratón de Boston. Eventualmente sería descalificada de ambas carreras. Hasta el día de hoy, Ruiz niega haber hecho trampa y los jueces no han probado su trampa en forma concluyente aún. Ruiz recibió libertad condicional en 1982 por cometer robos y fraudes en la compañía en la que trabajaba, y luego fue arrestada durante veintitrés días por intentar vender cocaína a agentes de incógnito en Miami.
El segundo caso, más recientemente, fue en 1991, cuando se descalificó al ganador del Maratón de Bruselas Abbes Tehami después de haber sido probado que su entrenador había comenzado la carrera por él, y él sólo la había acabado. En un evidente error de coordinación, el entrenador corrió con bigote, mientras que el atleta no.
En la Segunda Guerra Mundial, el dentista estadounidense Jack Mallory fue obligado a curar el dolor de muelas del general japonés Hideki Tojo, prisionero de guerra tras la ocupación norteamericana de Japón. Durante la intervención, el dentista militar grabó en los dientes del nipón este mensaje: «Recuerda Pearl Harbor». Mallory escribió la frase en código morse y en un espacio de ciento once milímetros de ancho por cincuenta y dos de alto.
«Me gustaría decir que mi nombre es Benjamin Sinclair Johnson Junior y que este récord mundial durará cincuenta años, tal vez cien». Estas fueron las palabras del corredor canadiense de origen jamaicano Ben Johnson tras batir por cuatro centésimas de segundo el récord mundial dejándolo en 9,79 segundos durante la final olímpica de los Juegos de Seúl en 1988. El mundo quedó maravillado ante una hazaña de tal grandeza que le convertía en el rey indiscutible de los 100 metros lisos. Sin embargo, unas horas después, su triunfo se convertiría en uno de los mayores escándalos olímpicos. En el centro de control de dopaje olímpico, a menos de un kilómetro de donde Johnson había recibido su medalla de oro, el doctor Park Jong Sei encontró que una de las muestras de orina tomadas de los cuatro primeros contenía estanozolol, un peligroso esteroide. La muestra correspondía a Johnson, que inmediatamente fue descalificado. Su eliminación otorgó la medalla de oro a su gran rival, el estadounidense Carl Lewis. Johnson volvió a participar en los siguientes Juegos Olímpicos, en Barcelona 1992, tras una sanción de dos años, pero un nuevo positivo en 1993 pondría final definitivo a su carrera.
En las biografías del célebre músico Glenn Miller siempre se habla de una muerte misteriosa, diciéndose que viajaba a bordo de un avión que desapareció sin dejar rastros, y en esto se han confabulado no sólo sus familiares, sino también la élite militar de su época, para tapar el hecho verdadero de su fallecimiento en brazos de una prostituta en un lupanar de París. Glenn Miller fue un músico genial, y su carisma no iba a ser menguado por el hecho de saberse la verdad. Lamentablemente la historia está plagada de mentiras de este tipo urdidas por quienes creen hacer un bien con ellas, cuando no ocultan verdaderos fines espurios, por supuesto.
En el otoño de 1806, en la ciudad inglesa de Leeds, la tabernera Mary Bateman afirmó que una de sus gallinas había puesto varios huevos con la inscripción «Cristo viene». Acto seguido, dicha señora aclaró que la gallina pondría catorce huevos de tal estilo y cuando los hubiera puesto todos, el mundo sería pasto de las llamas. Dijo también que había cierta esperanza de arreglo y que quien deseara saber más debería pagarle un penique. Todos sus conocidos lo abonaron. Entonces declaró que cuando la gallina hubiera puesto el decimocuarto huevo todas las personas que llevaran una etiqueta con las siglas «J. C». entrarían en el cielo. Dicha etiqueta costaba un chelín, con lo cual el lucro se había de multiplicar considerablemente. La clientela se fue haciendo mayor a medida que la gallina iba poniendo huevos y la gente acudía a la taberna para comprar los tarjetones. Las autoridades enviaron unos observadores el día que la gallina debía poner el último huevo y estos sorprendieron a la mujer en el momento en que estaba forzando a la gallina para meterle dentro un huevo. Bateman fue condenada y ahorcada.
Hacia 1970, el fútbol español comenzó a llenarse de jugadores sudamericanos con pasaporte español gracias a ser descendientes directos de un nacional, lo que se llamó entonces genéricamente «oriundos». Junto a algunos auténticos, llegaron otros que decían que sus antepasados eran «de Celta de Vigo», como aseguró ante los periodistas el argentino Miguel Ángel Adorno. Se dio el caso de que tres jugadores con distinto apellido eran falsos hijos de un mismo padre, un pobre emigrante que por cuatro dólares reconoció a cualquiera como hijo suyo. Uno de los casos más graciosos fue el del argentino Aguirre Suárez. El por entonces entrenador del Granada, Bernardino Pérez, lo recogió en el aeropuerto y durante todo el trayecto le fue instruyendo sobre sus orígenes: «Tu padre es de Pamplona». Se lo repitió cien veces y se lo hizo repetir a él para comprobar que lo había memorizado. Llegó el momento de la conferencia de prensa de presentación del nuevo jugador y, de pronto, un periodista le dijo: «Así que su padre es navarro». «De navarro, nada; de Pamplona», contestó convencido Aguirre Suárez.
Stanisława Walasiewicz era una atleta polaca que obtuvo el oro en los 100 metros lisos femeninos de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932 y la plata en los de Berlín de 1936, además de ser varias veces plusmarquista mundial de esa misma prueba. En 1980 fue asesinada durante un robo y la autopsia reveló que tenía una constitución genital ambigua y que poseía al mismo tiempo los pares de cromosomas XY y XX. Lo curioso es que Stanisława [a la derecha en la foto],al acabar la prueba de los juegos de 1936, en Berlín, pidió a los jueces que la ganadora, la norteamericana Helen Stephens, se desnudara para demostrar que era una mujer. Lo hizo y lo demostró. En aquellos mismos Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 aún peor fue el caso de Dora Ratjen, una atleta alemana que consiguió el récord mundial en salto de longitud en el Campeonato Europeo de Viena 1938 y dos años antes, en los Juegos Olímpicos de Berlín, se quedó a las puertas de la medalla, pues fue cuarta. La locura nazi, que también alcanzó al deporte, provocó que los dirigentes de la federación alemana de atletismo le obligasen a taparse sus genitales. El timo no se descubrió hasta después de la Segunda Guerra Mundial: Dora era en realidad un camarero de Hamburgo llamado Hermann Ratjen.
Janet Cooke (1964) es una ex periodista de The Washington Post que se vio obligada a devolver su premio Pulitzer tras admitir que se había inventado toda la historia premiada. Cooke narraba la historia de un niño de ocho años que desde hacía tres era adicto a la heroína. El pequeño, al que Janet llamó Jimmy, fue iniciado en el consumo de drogas por el compañero de su madre, al que llamó Ron. El propio hogar de Jimmy era frecuentado por personas que venían a buscar su dosis de heroína, cocaína o marihuana, de modo que el niño convivía con esta situación a diario y la consideraba normal, así que pronto manifestó como única aspiración en su vida convertirse en un próspero traficante de drogas. La periodista no sólo describía con toda suerte de detalles el sórdido ambiente que reinaba en la casa de Jimmy, sino que añadía a su artículo algunas de las supuestas declaraciones de la madre del pequeño, Andrea. La mujer afirmaba que quedó embarazada de Jimmy a consecuencia de una violación y que, destrozada, buscó refugio en las drogas, a través de las cuales había obtenido las únicas satisfacciones de su vida. El artículo concluía con la estremecedora descripción de cómo Ron inyectaba una dosis de heroína en el frágil brazo del pequeño Jimmy, ante la evidente necesidad de este de consumir de nuevo. Cooke combinaba esta historia con las opiniones de médicos y otros estudiosos expertos en el tema del abuso de drogas, o de asistentes sociales que trabajaban con adictos a la heroína en determinados barrios marginales de Washington. El artículo apareció en la primera página de The Washington Post, el 28 de septiembre de 1980, bajo el título «El mundo de Jimmy». Iba acompañado por una impactante ilustración de Michael Gnatek, que podía verse completa en páginas interiores. «El mundo de Jimmy» fue presentado al Pulitzer y obtuvo este prestigioso galardón periodístico en la categoría de reportajes.
Pero los rumores acerca de la veracidad del artículo comenzaron cuando algunos policías de Washington, impresionados por el caso, quisieron ayudar al pequeño y empezaron a buscarle por toda la ciudad, pero este no aparecía. Mientras, Cooke fue ascendida a la sección que cubría noticias metropolitanas. Sin embargo, algunas inexactitudes en su currículum (la joven afirmaba dominar cuatro idiomas y que había estudiado en la Universidad de La Sorbona de París) volvieron a levantar sospechas. Una vez comprobado que los datos de su currículum no eran ciertos, Benjamin Bradlee, uno de los directivos del Post, ordenó que la periodista fuese interrogada para conocer la verdad acerca de la historia de Jimmy y su familia. Tras largas horas de encierro en la redacción, sometida a constantes preguntas para que revelase la identidad de sus fuentes, Cooke reconoció que Jimmy no existía y que no era más que una invención suya. La periodista se vio obligada, en primer lugar, a devolver el Pulitzer que le había sido otorgado y a presentar su dimisión. Después, en una entrevista, trataría de justificar su acción aludiendo a la alta presión a la que se hallaba sometida mientras trabajaba en el Post.
Durante un período de tiempo, circuló por el mundo entero el conocido jugador de ajedrez mecánico conocido como «El Turco», que retaba a cualquiera que quisiera medirse con él. Fue el escritor Edgar Allan Poe (1809-1849) quien desenmascaró el fraude. El artilugio había sido ingeniado y construido por Wolfgang von Kempelen en 1769. Tenía la forma de una cabina de madera de 1,20 metros de largo por 60 centímetros de profundidad y 90 de alto, con un maniquí vestido con túnica y turbante sentado sobre él. La cabina tenía puertas que, una vez abiertas, mostraban un mecanismo de relojería. Kempelen exhibió por primera vez al Turco en 1770, en la corte de la emperatriz austriaca María Teresa, emprendiendo posteriormente una gira de casi dos décadas por toda Europa. Pero Kempelen decidió que el autómata le estaba ocupando demasiado tiempo y lo relegó a un rincón del palacio de Austria, centrándose en otros autómatas. En 1789, Joseph Friedrich zu Racknitz construyó un duplicado y publicó un libro en Dresde donde especulaba sobre su funcionamiento. Tras la muerte de Kempelen (1804), el autómata pasó por muchas manos, acabando en las de Johann Maelzel. El secreto de su funcionamiento fue bien conservado, a pesar de que siempre hubo muchos que pensaban que se trataba de un engaño. En 1809, derrotó a Napoleón Bonaparte en Schönbrunn. Maelzel llevó al autómata a jugar en Francia e Inglaterra y, debido al monto de sus deudas, viajó a los Estados Unidos, donde obtuvo un gran éxito popular. Maelzel decidió después llevarlo a Cuba, como primera parte de su gira sudamericana. Allí, su secretario y confidente, William Schlumberger, murió. Muchos informes indican que posiblemente fuese el hombre que, desde dentro, manejase al maniquí, ya que era un experto maestro de ajedrez. Fuese cierto o no, lo cierto es que pronto el resto del equipo de Maelzel lo abandonó, obligándole a embarcar de nuevo hacia Estados Unidos. En el viaje fue hallado muerto cerca del final de la travesía y su cadáver, cual era la costumbre, fue arrojado al mar. Desde entonces, el Turco dejó de actuar y su nuevo propietario lo vendió a John Mitchell, un doctor en medicina y cirugía que fundó un club con el expreso propósito de hacerse con él. A cambio de un pago, revelaría el secreto del Turco a los socios del club. A pesar de que logró cierto éxito en sus primeras exhibiciones, Mitchell carecía del don para el espectáculo de Maelzel. Finalmente, el Turco fue donado al museo Peale de Filadelfia. En 1854, ochenta y cinco años después de su construcción, fue destruido en un incendio. El hijo de Mitchell, Silas, publicó un libro que explicaba sus secretos. Al menos quince jugadores de ajedrez habían operado al autómata a lo largo de su existencia.
Como su nombre indica, el circo de pulgas es un espectáculo circense protagonizado por pulgas, aunque muchos circos de pulgas no contienen insecto alguno y su atractivo procede de la habilidad del artista y de que varios dispositivos eléctricos, magnéticos y mecánicos logren convencer a la audiencia de su existencia. Antiguamente, estos espectáculos gozaban de una gran popularidad y el multitudinario público solía contemplar las proezas de las diminutas artistas mediante lentes de aumento. Hasta hace aproximadamente tres o cuatro décadas, era habitual ver en las ferias pulgas amaestradas que tiraban de carritos o disparaban cañones. La clave para lograrlo era mucha paciencia y que las pulgas olvidaran desplazarse a saltitos. Acabada la función, el domador las colocaba en sus brazos para que le hincasen el diente y repusiesen fuerzas.
En agosto de 2008, el mundo se enteró de que la ciencia finalmente había encontrado al famoso animal legendario Bigfoot o ‘Pie Grande’. Lo encontraron muerto, pero en excelentes condiciones. Así lo anunciaron en una conferencia de prensa en la localidad californiana de Palo Alto el criptozoólogo aficionado Tom Biscardi (1948) y dos cazadores: Rick Dyer y Whitton Mateo. Un posterior examen cuidadoso reveló que «el cadáver de Pie Grande» era sólo un traje de gorila de goma. Sin embargo, el engaño fue un éxito, al causar el revuelo buscado en los medios de comunicación.
John Henry Pepper (1821-1900) fue un químico analítico que, en 1852, llegó a director del Real Instituto Politécnico de Londres. Pero en la Inglaterra victoriana, igualmente fascinada por el espiritismo que por la ciencia, Pepper fue también conocido como el creador del llamado «Espectáculo de los Fantasmas». Este número deleitó a sus auditorios, al presentar una serie de imágenes fantasmales, en conjunción en el escenario con personajes de carne y hueso. El «fantasma» era en realidad un actor que se encontraba bajo el escenario. Desde su oculta posición, un proyeccionista le iluminaba, reflejando su imagen a través de un espejo en una gran lámina de cristal, también fuera del campo visual de los espectadores. Lo que aparecía en el escenario eran etéreas apariciones que parecían amenazar tanto a los actores como al público. Famoso como preeminente organizador de espectáculos científicos, tanto en Australia, Canadá y Estados Unidos, como su Gran Bretaña natal, Pepper nunca dijo que sus fantasmas fueran otra cosa que ilusiones, algo en claro contraste con la práctica común y fraudulenta en la época de presentar a los fantasmas como entes que podían ser convocados por aquellos que sabían cómo llamarlos.
La creencia en las sirenas se remonta a los babilonios, pero la primera sirena «manufacturada» o «sireno» no apareció hasta el siglo XVI. Estos sirenos ya se vendían antiguamente en Asia a los marineros como souvenirs. Eran siempre animales compuestos: normalmente se fabricaban a partir del tronco de un mono, al que le cosían la parte inferior de un pez. La más famosa de ellas fue la llamada Sirena de Fiji.
Una noche de 1842, atracó en el bullicioso puerto de Nueva York un vapor procedente de mares lejanos. De él descendería un caballero inglés llamado Dr. J. Griffin, de gran cultura y modales dignos de un noble de alta cuna, a lo que se añadían unas magnificas credenciales como miembro de un tal British Lyceum of Natural History (inexistente, por cierto). La diferencia entre el doctor Griffin y los demás pasajeros es que este, en su equipaje, cargaba con un monumental «descubrimiento de la ciencia», nada más y nada menos que una sirena. Supuestamente capturada en las islas Fiji, la sirena se convertiría en el anhelo de todos los periodistas neoyorquinos que, por docenas, se agolpaban en busca de una fotografía o, al menos, unas declaraciones del prestigioso doctor inglés. Por supuesto, a este furor ayudó que Griffin enviara unos meses antes cartas sobre el descubrimiento de un magnífico ser mitológico. Ante la unánime exigencia de mostrar a la sirena, Griffin sólo ponía negativas, pero tras la presión, la prensa lograría por fin que la mostrara siquiera brevemente…, quedando absolutamente convencidos de la magnificencia del hallazgo. Acto seguido, el cómplice de Griffin, el empresario de espectáculos Phineas T. Barnum ofreció a todos los periódicos un grabado de la sirena con la excusa de que él ya no lo necesitaba más. «Curiosamente», el grabado reflejaba la imagen de una hermosa joven con cola de pez. Esto, y el que todos los editores pensaran que tenían la exclusiva, bastó para que el 17 de julio todos los periódicos de Nueva York mostraran la imagen de la hermosa dama, creando en el público un furor y un deseo impresionantes por presenciar tal maravilla. Literalmente, todo Nueva York hablaría de la sirena durante semanas, lo que provocaría que, el primer día que se exhibió, como era de esperar, hubiera una gigantesca cola de personas dispuestas a pagar una entrada para ver a ese magnífico ser. Sin embargo, a los espectadores les aguardaba una sorpresa: la sirena no era una bella mujer sino un horrible ser, con una de las expresiones de dolor más horripilantes jamás vistas. Ninguno de los miles de espectadores se daría cuenta de que, en realidad, era un burdo montaje. El animal, de aspecto disecado, medía unos noventa centímetros de longitud y tenía una apariencia repugnante. Había sido fabricado en 1822 uniendo la mitad superior de un mono, probablemente un orangután, a los dos tercios inferiores de un salmón. No obstante, Barnum la convirtió en la mayor atracción de su Gran Museo Americano de Nueva York. Posteriormente sería expuesta en el Museo Peabody. La sirena de Fiji fue muy popular y dio origen a decenas de imitaciones. En la actualidad, aunque considerablemente deteriorada, se encuentra en el Barnum Museum de Bridgeport, Connecticut.
Marlo Morgan (1937) es una escritora y médico orientalista estadounidense. Como escritora, es conocida por su polémico libro Mutant Message Down Under (1991), publicado en castellano con el título de Voces del desierto. Marlo Morgan nació en Iowa. Estudió en la St. Agnes High School, en el Barstow Community College de la Universidad de Misuri, y en el Cleveland Chiropractic College, donde se doctoró en bioquímica y en medicina oriental. Se trasladó a Kansas City, Misuri, donde contrajo matrimonio y tuvo dos hijos. Tras veinticinco años de matrimonio, se divorció, abandonó la carrera médica y se hizo escritora a tiempo completo. Su primera novela, Mutant Message Down Under, publicada como una historia verdadera, obtuvo un enorme éxito en numerosos países salvo en Australia. Tras unas ventas iniciales de doscientos cincuenta mil ejemplares, vendió los derechos a Harper Collins Publishers en 1994 por 1,7 millones de dólares. La novela narra el supuesto viaje iniciático de la autora a través de Australia en compañía de un grupo de aborígenes australianos (experiencia tradicional conocida como walkabout), que pretenden enviar un mensaje a los occidentales a través de ella, con el objetivo de que no destruyan el planeta y modifiquen su artificial modo de vida, alejado de la espiritualidad y la naturaleza. Durante su iniciación, Morgan afirma ser testigo de curaciones rituales mediante el canto y la música, y atribuye a los nativos australianos elementos culturales de los indios norteamericanos. Tras haber comprado United Artists los derechos cinematográficos, las protestas de los aborígenes australianos (que habían comenzado nada más publicarse la primera edición de la novela) se acentuaron, hasta el punto de que ocho ancianos aborígenes viajaron en 1996 a Estados Unidos para paralizar el rodaje del film, lo cual consiguieron. En una reunión con los representantes australianos, Morgan admitió que la novela era un trabajo de ficción, pese a lo cual luego escribió una continuación titulada The Last Farewell, según ella, a petición de sus amigos australianos. No hay pruebas de eso, pero sí de que sigue la indignación de los aborígenes australianos por el distorsionado retrato que hace de su cultura.
El Santo Prepucio es una de las muchas reliquias presuntamente asociadas con Jesús. En varios momentos de la historia diferentes iglesias de Europa han asegurado tenerlo en su poder, en ocasiones simultáneamente. De hecho, se han contabilizado hasta catorce Santos Prepucios de Jesucristo en todo el orbe cristiano. Hoy sólo se veneran los de Amberes, Colcata, Santiago de Compostela y Hildesheim.
John T. Draper, también conocido como Captain Crunch, es una leyenda de la cultura hacker. En 1970, un amigo ciego, Joe Engressia (mejor conocido como Joybubbles), le contó que un pequeño silbato de juguete distribuido como parte de una promoción del cereal para desayunos infantiles Captain Crunch podía ser modificado taponando con pegamento uno de sus agujeros para emitir un tono a dos mil seiscientos hercios, casualmente la misma frecuencia que usaba la compañía telefónica AT&T en las conexiones telefónicas de larga distancia para indicar que la llamada había terminado. Con ello, la compañía telefónica dejaba de tarifar la llamada, aunque Draper o cualquiera que lo imitara continuara hablando por tiempo indefinido. Luego de estudiar dicha curiosa propiedad, Draper construyó la primera «caja azul» o bluebox, un dispositivo algo más complejo que el silbato de juguete que permitía hacer muchas más «cosas» en las líneas telefónicas. Aunque el sistema telefónico fue pronto modificado de manera que las señales fueran transmitidas a través de un sistema separado, el silbato que le dio el sobrenombre a Draper se ha convertido en un objeto de colección y su descubridor en un héroe. Draper fue arrestado en 1972, acusado de fraude contra las compañías telefónicas. A mediados de los setenta, Draper conoció y les enseñó sus técnicas a Steve Jobs y Steve Wozniak, enseguida fundadores de Apple Computer, pero que, por algún tiempo, se dedicaron a construir y vender cajas azules. De hecho, Draper fue durante una corta temporada empleado legal de Apple, creando un módem para la Apple II que nunca se comercializó, en parte debido a que Draper fue nuevamente arrestado en 1977. En prisión diseñó EasyWriter, el primer procesador de texto para el ordenador Apple II. Aunque no se sabe a ciencia cierta dónde vive ni a qué se dedica, parece ser que Draper trabaja actualmente escribiendo software de seguridad informática.
Las Hadas de Cottingley son una serie de cinco fotografías tomadas por Elsie Wright (1901-1988) y Frances Griffith (1907-1986), dos jóvenes primas que vivían en la localidad inglesa de Cottingley, cerca de Bradford, en que se las veía a ambas con supuestas hadas. En 1917, cuando se tomaron las dos primeras fotos, Elsie contaba con dieciséis años y Frances con diez. En 1981, las dos mujeres admitieron haber falsificado todas las fotografías excepto una, pero insistieron en que realmente habían visto a las hadas. Elsie era una consumada artista que pintaba paisajes y retratos, principalmente a la acuarela, entró en la Escuela de Arte de Bradford a los trece años y trabajó en un laboratorio fotográfico (donde componía fotos de soldados caídos en batalla con otras fotografías de sus seres queridos) y en una fábrica de tarjetas de felicitación durante la Primera Guerra Mundial. Ambas tomaron la cámara de su padre e hicieron fotos en el arroyo que corría detrás de la casa familiar. Al revelarlas, el padre vio hadas en las fotografías y las consideró falsas. Cuando vio la segunda fotografía, prohibió a Elsie usar la cámara de nuevo. En cambio, su madre estaba convencida de su autenticidad. Algunos fotógrafos de la época examinaron las fotos y las declararon verdaderas, pero los laboratorios Kodak se negaron a autentificarlas, alegando que había muchas maneras de falsificarlas. El asunto se hizo público por primera vez en el verano de 1919, cuando la madre, interesada en el ocultismo, comentó públicamente que su hija y su sobrina habían tomado fotografías de hadas. El asunto llegó a oídos del líder teosofista Edward Gardner a principios de 1920. El escritor Arthur Conan Doyle, un prominente espiritualista, se puso en contacto con Gardner y este le prestó copias de las imágenes para un artículo sobre hadas que estaba preparando, pero antes Conan Doyle se las enseñó a sirOliver Lodge, un investigador psíquico pionero, quien las consideró falsas. No obstante, Lodge se las enseñó a su vez a un clarividente para que hiciera impresiones psicométricas. Las fotografías de las hadas de Cottingley provocaron acalorados debates. Para sir Arthur Conan Doyle fueron la prueba tan esperada de la existencia de espíritus, pero para mucha gente eran sólo unas audaces falsificaciones. En las vacaciones de verano de 1920, Frances Griffith viajó en tren desde Scarborough, adonde se había ido a vivir con sus padres tras la Primera Guerra Mundial, hasta Cottingley. Su tía Polly le había escrito para decirle que Edward Gardner viajaría hasta allí desde Londres con cámaras nuevas, para que las primas pudieran tener otra oportunidad de tomar más fotografías de hadas y añadirlas a las dos que tomaron en 1917. Edward Gardner trajo con él dos cámaras y dos docenas de placas fotográficas secretamente marcadas. Describió el encuentro con las chicas en su libro Hadas, un libro sobre hadas reales publicado en 1945: «Me marché a Cottingley de nuevo, llevando conmigo dos cámaras y placas desde Londres, y me reuní con la familia y les expliqué a las chicas el mecanismo simple de las cámaras, dándole una a cada una». Conan Doyle vio el incidente de las hadas de Cottingley como un (quizás literalmente) regalo de los dioses, pavimentando el camino de verdades más profundas que se convertirían gradualmente en aceptables en un mundo materialista. Usó las tres nuevas fotografías para ilustrar un segundo artículo para el Strand Magazine en 1921, que sirvió de base a su posterior libro La llegada de las Hadas (1922). Las reacciones a las nuevas fotografías de las hadas fueron, al igual que antes, variadas. Las críticas más comunes fueron que las hadas eran sospechosamente parecidas a las que tradicionalmente aparecían en los cuentos de niños y que tenían peinados muy a la moda. También se apuntó que las fotografías estaban especialmente bien definidas, como si algún experto fotógrafo las hubiera mejorado. Sin embargo, algunas figuras públicas fueron simpatizantes. La quinta y última de las fotografías de las hadas se considera a menudo la más sorprendente, pues muestra a un hada volando. En agosto de 1921, se hizo una última expedición a Cottingley. Esta vez se trajo al clarividente Geoffrey Hodson para verificar cualquier avistamiento de hadas. Tanto Elsie como Frances estuvieron de acuerdo en que le siguieron la corriente a Hodson hasta extremos a veces ridículos. En 1981, en una entrevista realizada por Joe Cooper para la revista The Unexplained, las primas declararon que las fotografías eran falsas; habían sujetado recortes con alfileres de sombrero. Frances, sin embargo, siguió manteniendo hasta su muerte en julio de 1986 que habían visto hadas y que la quinta fotografía, que mostraba a las hadas tomando el sol, era verdadera.
El 15 de octubre del 2009, el mundo se estremeció con la noticia del niño de seis años, residente en Falcon, Colorado, que viajaba involuntariamente a bordo de un globo de fabricación casera y sin control. Sus padres denunciaron su desaparición cuando el chaval se introdujo en un globo aerostático que su hermano dejó suelto involuntariamente. El objeto iba destinado a las estrafalarias investigaciones científicas del padre sobre tornados, huracanes y demás fenómenos meteorológicos. De fabricación casera, lo guardaba en el jardín de su casa para su posterior uso. La vida del niño se encontraba seriamente amenazada, ya que, en cualquier momento, el globo podría romperse. Las televisiones de medio mundo retransmitieron la persecución del objeto hasta que, desinflado, aterrizó. Inmediatamente, sus rescatadores se apresuraron a sacar al chaval, pero no lo encontraron dentro de la canasta. Surgieron informaciones de que podía haber caído de la cesta durante el vuelo. Sin embargo, pronto quedó claro que el niño estaba vivo y lejos de allí. La policía descubrió al pequeño escondido en el desván de su casa. Final feliz de no ser porque el propio niño desveló ante las cámaras de CNN que todo había sido un montaje. Anteriormente, la familia ya había participado en un reality show y querían llegar a ser famosos otra vez. El progenitor confesó que «todo lo había montado para ganar dinero y construir un búnker que los protegería del fin del mundo». Como resultado, se abrió una causa penal contra los padres.