El emperador romano Tiberio Claudio Druso Nerón (10 a. C.-54) fue elevado al trono el año 41, a los cincuenta y un años, con el nombre de Claudio I, justo en el mismo momento en que fue hallado escondido tras unos cortinajes desde donde había asistido, aterrado, al asesinato del anterior emperador y sobrino suyo Calígula. A juzgar por el testimonio de algunos de sus contemporáneos, Claudio era extremadamente feo, jorobado, tartamudo y cojo (su propio nombre, claudius, significa ‘cojo’). Sin embargo, como sus dotes de gobierno demostraron, estaba muy lejos de ser un incapaz, fama que le ha perseguido en los anales históricos y que, al parecer, él mismo se labró para autoprotegerse. Durante su imperio, terminó con las intrigas, dictó una amnistía general, protegió a desposeídos, viudas y huérfanos, disciplinó el comercio, mejoró la seguridad ciudadana y la administración, consiguió grandes victorias militares y algunas importantes conquistas (por ejemplo, Tracia, Armenia y Mauritania), bajó y racionalizó los impuestos y ordenó muchas y grandes obras públicas, además de demostrar su valía como escritor y como historiador. Y todo ello sin enturbiar su fama de deficiente mental y depravado, pero defraudando profundamente a los soldados que le hicieron emperador con la esperanza de que fuera fácilmente manipulable.

La primera faraona de Egipto fue Hatshepsut, que comenzó su reinado en 1502 a. C. Para no trastornar los convencionalismos, se hizo representar en bustos y esfinges con vestimenta masculina y barba y sin senos.

A principios del siglo XVIII, Inglaterra era un lugar bastante llamativo. El rey y su corte hablaban aún en francés y cientos de charlatanes recorrían sus caminos vendiendo infinidad de panaceas y difundiendo todo tipo de leyendas extravagantes. En ese contexto, Mary Toft (c. 1701-1763), una chica corriente de Godalming, Surrey, tuvo su primer parto en septiembre de 1726, en el que nacieron varios conejos. Como suena. Ante el horrorizado clamor de su familia, el cirujano John Howard se dirigió a la casa de los Toft e increíblemente ayudó a parir un total de nueve gazapos. Para aumentar el horror, todos nacieron muertos y mutilados. El suceso tuvo tanta popularidad que el mismo rey Jorge I envió a su consejero médico, Nathaniel Saint André, a revisarlo. Al reunirse este con Mary ella confesó haber tenido un fuerte antojo de carne de conejo durante su embarazo, por lo que pasó varios días persiguiendo conejos sin éxito. Asombrados, decidieron llevarla a Londres para poder estudiarla en detalle. Todo el mundo creería la historia de Mary y tal sería el furor popular, que miles de personas se reunirían en torno a la casa donde se hospedaba la joven. Sir Richard Manningham, quien sospechaba el engaño, sugirió delante de Mary abrirla en dos y analizar su útero. Al escuchar eso, Mary confesó entre lágrimas que ella misma se había introducido trozos de conejo para ganar fama y recibir una pensión del rey. Aunque Mary volvió a su casa y continuó con una vida normal, Howard y Saint André quedaron tan humillados por haber creído completamente la historia que sus carreras quedaron arruinadas. A raíz de este suceso, el pintor satírico y crítico social William Hogarth fue especialmente crítico con la profesión médica, como se aprecia en este grabado.

De aquel embaucador sólo sabemos que se hacía llamar Moisés y que, respaldado por un cómputo talmúdico que preveía la llegada del Mesías entre los años 440 y 471 de nuestra Era, recorrió por aquellas fechas la isla de Creta convenciendo a los demás judíos de que él era el ansiado Ungido. Les aseguró que pronto terminarían la opresión, el exilio y el cautiverio y muchos le creyeron a pies juntillas y se prepararon para el viaje, vendiendo todas sus propiedades. Cuando llegó el día de la «liberación», los judíos cretenses siguieron a Moisés hasta una atalaya sobre el mar Mediterráneo. Les dijo que sólo tenían que arrojarse al mar y que sus aguas se abrirían ante ellos, para que pudieran regresar a su Tierra Prometida. Muchos obedecieron y se lanzaron a un mar que no se abrió (ni el más ligero amago). Una gran cantidad de aquellos judíos se ahogaron; otros fueron rescatados por marineros y pescadores. Sin embargo, a Moisés no se le encontró por ningún lado. El supuesto Mesías había desaparecido.

Se llama cañón cuáquero a la pieza de artillería simulada hecha de un tronco, habitualmente pintada de negro y que se utiliza para confundir al enemigo simulando la posesión de una mayor fuerza artillera de la que realmente se tiene. El nombre deriva irónicamente de la religión cuáquera, que tiene como uno de sus principios fundamentales oponerse a todo tipo de violencia. Este tipo de cañones simulados se utilizaron masivamente por primera vez en la guerra civil de los Estados Unidos por el Ejército confederado para engañar a las tropas federales. Los cañones cuáqueros fueron una táctica militar común practicada por P. G. T. Beauregard, y se sabe que fueron utilizados en el sitio de Petersburg, en la primera batalla de Bull Run y en la batalla de Corinth. En la Segunda Guerra Mundial, los bombarderos estadounidenses que participaron en el bombardeo de Japón a cargo de James H. Doolittle, estaban «armados» con palos de escoba pintados en lugar de ametralladoras con el fin de reducir el peso global del avión. En el Punto Du Hoc el día D (6 de junio de 1944), el Ejército alemán hizo uso de sus propios cañones cuáqueros para engañar a los exploradores aliados enviados para destruir la artillería francesa que los alemanes habían acumulado en ese punto. Los cañones auténticos habían sido trasladados hacia el interior, aunque fueron posteriormente encontrados y destruidos por los aliados. En la guerra del golfo de 1991, el líder iraquí Saddam Hussein utilizó también piezas de artillería y tanques de plástico para confundir los ataques aéreos de la coalición de las Naciones Unidas.

La llamada «Donación de Constantino» es un decreto imperial apócrifo atribuido al emperador romano Constantino I (272-337) y según el cual, al tiempo que se reconocía al papa Silvestre I como soberano, se le donaba la ciudad de Roma, las provincias de Italia y todo el resto del Imperio romano de Occidente. La autenticidad del documento fue puesta en duda ya durante la Edad Media. Pero fue el humanista Lorenzo Valla quien en 1440 pudo demostrar definitivamente que se trataba de un fraude de la curia romana: mediante el análisis lingüístico del texto demostró que no podía estar fechado alrededor del año 300. El largo proceso de acercamiento entre el pontificado y el reino franco que comenzó durante el papado de Gregorio Magno (590-604) alcanzó uno de sus puntos culminantes en la unción real con la que en el año 752 Esteban II instauró al mayordomo palatino Pipino el Breve como rey de los francos y patricius romanorum, dando por extinguida la dinastía merovingia. Así, el papa se arrogaba la capacidad de traspasar la dignidad real de una dinastía a otra y, a la vez, como contrapartida, concedía al rey de los francos la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. De hecho, Pipino cruzó los Alpes en dos ocasiones para reconquistar vastas regiones de la península italiana de manos de los longobardos, que luego donó a san Pedro, el «Príncipe de los Apóstoles». Así se constituyeron en pleno siglo VIII los Estados pontificios y el papa se convirtió en monarca temporal. Cuando fue necesario justificar de iure tal dominio (de facto, los pontífices ejercían ya una indefinida jurisdicción gubernativa desde las invasiones bárbaras), se recurrió al viejo método medieval de «inventar» un documento antiguo que validase la situación presente. Así nació el documento que ha pasado a la historia como la Donatio Constantini.

Durante la guerra de Independencia, que comenzó en 1808, los franceses dominaron gran parte de la península. Cuando en 1812 las cosas comenzaron a cambiar, José Bonaparte, su ejército, colaboradores y «serviles» se vieron obligados a dejar Madrid huyendo. Según parece, en esta huida se llevaron todo lo que pudieron. Para hacernos una idea del expolio, sólo hay que indicar el número de vehículos que se usaron para transportar el botín: veinticinco mil. Con este número de vehículos, parece claro que se llevaron camino de Francia algo más que obras de arte y joyas. En el cuadro, José I Bonaparte ataviado por sus ropas de gala y con muchas de las joyas que, en su propia huida, robaría de España.

En el culto cristiano, en el que se han venerado reliquias de mártires al menos desde el siglo II, estas consisten habitualmente en restos momificados de los cuerpos de los santos o de objetos relacionados con la vida de Jesús y sus discípulos. El comercio abusivo que produjo la traída de aluvión de reliquias más o menos dudosas de Oriente Próximo durante las Cruzadas y el desarrollo de cultos supersticiosos acerca de ellas llevó a dudar con fundamento sobre su autenticidad y su valor. Sin embargo, su veneración fue defendida con éxito por el teólogo Tomás de Aquino (1225-1274), que sostuvo que los cuerpos de los santos son morada del Espíritu Santo. La opinión y la práctica fueron confirmadas por el concilio de Trento (1545-1563), que salió al paso del rechazo de los reformistas protestantes.

Por ejemplo, al final de la Primera Cruzada, un peregrino llamado Pedro Bartolomé, comentó que había tenido una revelación y que se debía excavar en la iglesia de San Pedro en Antioquía. Casualmente, encontraron allí una lanza y, por supuesto, no tardaron en determinar que era, ni más ni menos, que la Lanza Sagrada que el soldado romano Longinos había clavado en el costado de Cristo durante la Crucifixión. Ni más ni menos.

Tras muchos vaivenes, se guardó en la catedral de Núremberg. Un estudio reciente sin embargo afirma que se trata de una punta de lanza del siglo IV con un clavo de la época de Jesús. En un período en el que las reliquias marcaban ya el camino de los peregrinos y, por tanto, eran vitales para las ciudades, aquello era una suerte para Antioquía. Por supuesto, Jerusalén no podía ser menos y, el 5 de agosto de 1099, se anunció que se había encontrado la Vera Cruz. Sólo habían pasado tres semanas desde la conquista de Jerusalén por los Cruzados. Y esto sólo fue el comienzo de la carrera por las reliquias.

Nacido en Hispania, san Lorenzo (210-258) fue diácono de la Iglesia de Roma. A consecuencia de una disputa con el prefecto de Roma acerca de las riquezas de la Iglesia y de su iniciativa de distribuirlas entre los pobres, fue condenado a morir asado sobre una parrilla. Corría el año 258, cuando Lorenzo fue sometido a esta tortura y, obviamente, murió. Pero la leyenda hace de él un mártir un tanto peculiar pues, cuando llevaba un buen rato sobre el fuego, pidió que le dieran ya la vuelta, porque por ese lado ya estaba cocinado. Pese a haber sido abrasado, hay muchas iglesias de todo el mundo, sobre todo de Italia, que aseguran poseer reliquias suyas y de su martirio. Por ejemplo: varios dedos, un brazo, un trozo de mandíbula, un pie, varias costillas, un omóplato e, incluso, la propia parrilla de su martirio; y (el colmo) una iglesia italiana guarda supuesta grasa del santo.

Pero es que reliquias hay para todos los gustos… Basta mencionar el Anillo Nupcial de la Virgen María, propiedad de los herederos de un difunto primado de España, arzobispo de Toledo, y que se halla en la provincia de Albacete. Aunque otro anillo idéntico pertenece a los herederos del británico duque de Berry. El Brazo de la Virgen María permanece, junto a su hígado, en las habitaciones de san José de Calasanz, en San Pablo Pantaleone, Roma. El abad de Cleriac y de San Leonardo, en Porto Mauricio, posee una Oreja de san Pedro. También se conservan en El Vaticano unas Sandalias de Jesucristo. Y recuérdese el mítico grial, el Cáliz de la Última Cena, que se venera en la catedral de Valencia, y los, al parecer, también «auténticos» griales de Borionda, Génova, Lucca, un convento de Lyon y la catedral de Reims. Más curiosa aún es la campana de Velilla del Ebro en cuya fundición se utilizó el cobre de una de las treinta monedas que cobró Judas. Leche de la Virgen María se conserva en varios lugares, siendo los más celebres la catedral de Oviedo y el convento de los agustinos de Santa María de Popolo en Roma. También existen Lágrimas de Santa María, veneradas en Vendome. De la Virgen también se conservan el corazón y la lengua, guardados en el relicario de san Pantaleone de Roma; así como un mechón de cabello venerado en Sangüesa, España, junto a otro de la Magdalena. El cabello de Juan, discípulo predilecto de Jesús, cubre extrañamente el cráneo de santa Aguere, en Italia. Más inverosímil si cabe es aún la cola del asno que llevó en sus lomos a Jesús. Para colmo hubo dos: una hoy desaparecida y otra, que se conserva en el Museo de Prehistoria Contemporánea de Roma. Son varios los clavos de la Crucifixión que también se conservan: entre otros muchos, hay tres en Santa Maria Práxedes, dos en San Pietro y uno en Santa Cruz de Jerusalén. También se venera la columna sobre la que cantó el gallo de San Pedro en San Marcelo de Roma, o, por supuesto, la de la Flagelación de Cristo. Aunque la cantidad de dedos venerados es inmensa, es curioso el caso de Juan el Bautista, de quien se conservan, ni más ni menos, 60 dedos. Otra reliquia excepcional es el cuchillo con que se circuncidó a Jesucristo. También hubo en tiempos más de uno, pero hoy sólo se conserva uno en el Museo de Prehistoria Contemporánea de Roma. Puestos a venerar, también se guardan los veintiocho escalones de la casa de Poncio Pilatos por los que subió Jesús, que se hallan en un palacio adyacente al Laterano, Roma. Hay también las reliquias de dos cañas especiales: una, la que sujetaba la esponja mojada en vinagre de la Crucifixión, que está en el Sancta Sanctorum de Roma, y otra, que se conserva en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo. Se veneran también las trece lentejas de la Última Cena en el Sancta Sanctorum y en el Museo de Prehistoria Contemporánea de Roma, conjuntamente con pan sobrante de la misma. Lentejas y pan que reposarían sobre el mantel de la Ultima Cena, que se muestra una vez al año en la iglesia de la ciudad de Coria, España. Y el mantel que reposaría, a su vez, sobre la mesa en la que se realizó la cena, que se venera en una archibasílica romana, aunque, desconcertantemente, hay mesa de la Última Cena en la catedral de Sevilla. También se guarda en la catedral de Valencia la toalla con la que Jesús enjuagó los pies de los apóstoles. Las únicas cartas que escribió María se conservan una en Burdeos y otras en Mesina. Más difícil es la reliquia en forma de barca de piedra sobre la que navegó la Virgen y que se venera en el santuario de Muxía. Se veneran también dos mantos de Jesús, uno en la basílica valenciana y el otro en Santa María de Arriaga, Valladolid. Los pañales de Jesucristo se veneran en San Marcello de Roma. No podía faltar una paja del portal de Belén, venerada en Roma, en Santa María la Mayor, propiedad de los reyes de España. Y, como es bien conocido, no podía faltar tampoco la Sabana Santa… La más nombrada es la de Turín, la otra se venera en Sangüesa y la tercera, aunque sólo del rostro, en la catedral de Oviedo. Al ombligo santo o santo cordón umbilical de Jesucristo se le rinde culto en la iglesia de Santa María de Popolo, Roma, aunque hay otro en San Martino y existió otro en Chalons.

Como el asombro no tiene, tal vez, límites, cabe añadir que se guardan sendas plumas de las alas de los arcángeles Gabriel y Miguel en Liria. También la pluma que utilizó el evangelista Marcos para escribir su evangelio. De entre las innumerables piedras que se conservan, la más destacada es la que recibió en su caída el Santo Prepucio del niño Jesús (del que también se conservan varios ejemplares), que se veneraba en San Giacomo del Burgo en Roma hasta que fue robada. Una de las reliquias más poéticas es la de los rayos de la estrella de los magos del Museo de Prehistoria Contemporánea de Roma.

Volviendo a Cristo, su sangre se venera en Venecia, y hay espinas de su corona en varios lugares: Petilla, dos en Santa Croce de Jerusalén, en Roma, cinco en la catedral de Oviedo y cuatro más en la de Sevilla. Tampoco faltan las raspas de los peces multiplicados por Él. Incluso se conserva como reliquia un estornudo del Espíritu Santo que, encerrado en una botella, se veneraba en la iglesia de san Frontino y hoy se halla en el Sancta Sanctorum en el Vaticano. También existe un suspiro de san José, recogido también en una botella, y depositado por un ángel en una iglesia cercana a Blois, pero que ahora también se conserva en el Sancta Sanctorum del Vaticano. De la Virgen María tenemos también el velo de su cabeza, que se venera en Sangüesa, aunque hay otros dos en San Pietro de Roma y en la catedral de Jaén. Y en Reims se venera la marca que dejó Cristo al sentarse sobre una piedra. También se conserva la huella de sus pies, que se guarda en el museo del Capitolio. Junto a ella está la de la Virgen María en la antigua iglesia de Leixetia. Como reliquia fantasiosa tenemos la del vestido púrpura que por lo visto Herodes regaló a Jesucristo y que se venera en la catedral de Valencia.

Se aplicó el nombre de Protocolos de los Sabios de Sión a un panfleto antisemita supuestamente atribuido a los judíos sionistas, aunque, en realidad, preparado por la policía rusa en 1903, y aparecido por primera vez a la luz pública en Londres en 1919. El texto sería la supuesta transcripción de unas hipotéticas reuniones de los «sabios de Sión», en la que se detallan los planes de una conspiración judía, controlada por la masonería y los movimientos comunistas, extendida por todas las naciones de la Tierra, y que tendría como fin último el hacerse con el poder mundial. Teóricamente, estas reuniones se habrían llevado a cabo en el Primer Congreso Sionista de Basilea (Suiza), del 20 al 31 de agosto de 1897, presidido por Theodor Herzl. Sin embargo, no hay evidencias que lo corroboren. En 1921, Ph. Grave probó que se trataba de una obra que nada tenía que ver con los judíos y que había sido preparada por la policía rusa con el fin de desprestigiarlos ante la opinión pública internacional. Pese a ello, es el libro sagrado del antisemitismo, al demostrar falsamente las ambiciones de poder universal de los judíos.

Durante los primeros quince años, los Protocolos tuvieron escasa influencia. A partir de 1917 vendieron millones de ejemplares en más de veinte idiomas. La mayor parte de los Protocolos fueron plagiados del libro Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu (1864), del autor satírico francés Maurice Joly, quien lanzó un ataque político sobre las ambiciones de Napoleón III utilizando a Maquiavelo como sparring. Joly mismo parece haber tomado préstamo material de una popular novela de Eugène Sue, Los misterios de las personas, en la que los conspiradores fueron jesuitas. Los judíos no aparecen en ninguno de los dos trabajos. Puesto que era ilegal criticar a la monarquía, Joly imprimió el folleto en Bélgica y luego trató de pasarlo de contrabando a Francia. La policía confiscó gran parte de las copias. Joly fue juzgado el 25 de abril de 1865 y condenado a quince meses de prisión.

Luego, los Protocolos pasaron a ser parte de la propaganda nazi para justificar la persecución de los judíos. Se convirtieron en lectura obligatoria para los estudiantes alemanes. El magnate automovilístico estadounidense Henry Ford financió varias ediciones del folleto ruso y contribuyó a su definitiva difusión.

En algunos pueblos del sur de Francia, durante el siglo XVII, se veneraba con respeto el falo del santo provenzal Foutin, al parecer primer obispo de Lyon. Las mujeres acudían a la iglesia para cortar virutas de su desproporcionado órgano viril, con las que hacían pócimas para estimular la concepción. Los sacerdotes, para no echar a perder la reputación del santo, colocaron un palo en las ingles de la estatua que, mediante encubiertos golpes con un mazo de madera desde detrás del altar, iba recuperando las dimensiones perdidas.

Dado que los Reyes Católicos estaban emparentados por lazos de consanguinidad, necesitaban una dispensa papal para poder casarse. Ante tal requisito presentaron en 1469 una supuesta bula firmada por el papa Pío II, pero que, en realidad, era una falsificación, compuesta por el arzobispo de Toledo. Dos años más tarde, una bula (auténtica) de Sixto IV, fechada el 1 de diciembre de 1471, legitimó a ojos de la Iglesia el matrimonio de los reyes.

El marinero sevillano Juan Rodrigo Bermejo, más conocido como Rodrigo de Triana, fue el primer español que avistó tierra americana desde su puesto de vigía de la nave capitana del primer viaje de Colón. Con su legendario grito de «¡Tierra, tierra!» se hizo acreedor del premio prometido por Colón (al parecer, una pensión de diez mil maravedíes) para el primero que viera la costa de lo que él creía Cipango (Japón). Sin embargo, el éxito económico de los primeros viajes de Colón no fue comparable con el geográfico y, a su vuelta a España, no tuvo dinero suficiente para pagar a Rodrigo de Triana lo prometido (o, según otros, simplemente no quiso hacerlo). Se cuenta que Rodrigo, lógicamente irritado y desilusionado, acabó sus días en el norte de África, convertido a la fe islámica.

Al parecer, el primer documental cinematográfico bélico amañado fue la filmación del combate naval de la bahía de Santiago de Cuba del 3 de julio de 1898, «rodado» por Edward H. Amet con ayuda del corresponsal William H. Howard, pero no en el escenario natural, sino en la piscina y el jardín de su casa sirviéndose de modelos en escayola, cartón y corcho. Se confeccionaron muy buenas maquetas basadas en fotografías de los barcos que habían tomado parte en ella, siendo disparados sus cañoncitos con un ingenioso dispositivo eléctrico. Por último, fueron imitadas las olas con un ventilador. Amet hizo pasar la película por «auténtica» y, al dares la circunstancia de que casi toda la batalla se había librado de noche, afirmó con total aplomo que utilizó una película hipersensible a la luz lunar y un teleobjetivo capaz de alcanzar diez kilómetros.

Francisco I de Francia (1494-1547) pagó doce millones de escudos al rey de España Carlos I por el rescate de sus dos hijos, que le habían sustituido a él como rehenes, cuando el monarca galo fue capturado en la batalla de Pavía (1525). Cuatro meses tardó la Real Hacienda española en contar y comprobar todas las monedas que componían el rescate, llegando a rechazar unas cuarenta mil piezas por hallarlas de valor real inferior al que habrían de tener. Y es que en aquellos tiempos los estados europeos estaban inmersos en una espiral de devaluación de sus monedas, en las que poco a poco fue desapareciendo el oro y la plata, sustituidos fraudulentamente por el cobre.

La gestión de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma (1552-1623), como valido del rey español Felipe III, se caracterizó por su notoria inmoralidad y corrupción, protagonizando estafas y toda clase de malversaciones del erario público, subidas de impuestos fraudulentas, nepotismos y ventas de cargos públicos, gracias a todo lo cual amasó una fabulosa riqueza personal. El duque de Lerma tuvo la habilidad financiera de comprar a la baja los inmuebles de media ciudad de Valladolid y luego conseguir que el rey trasladase la corte a esta ciudad castellana, con lo que los nobles tuvieron que recomprar sus antiguas casas a un precio redoblado. En muchas ocasiones, esos mismos nobles, para satisfacer su deuda con el valido le pagaron con sus propiedades en Madrid. Cinco años después, el duque de Lerma convenció al rey de la conveniencia de que la corte regresase a Madrid, con lo que, de paso, reprodujo su pelotazo inmobiliario, pero al revés. Pingüe (y corrupto) negocio. Cuando sus turbios negocios levantaron un clamor en su contra, se las apañó para cargar, de momento, el mochuelo en la persona de su secretario, Rodrigo de Calderón (por lo demás, tan inocente como él), que fue juzgado y ejecutado públicamente.

Cuando, a pesar de todo, fue destituido y sustituido por su hijo, Cristóbal de Sandoval y Rojas (?-1624), duque de Uceda (que tampoco fue, en su breve dominio, un dechado de moralidad), consiguió ser nombrado cardenal por el papa Pablo V (1552-1621), evitando con ello ser procesado. Sin embargo, lo sería años después, en tiempos de la privanza del conde-duque de Olivares, ya con Felipe IV en el trono. Sandoval fue condenado a pagar al fisco setenta y dos mil ducados anuales, más los atrasos de veinte años (los que duró su gobierno), por las rentas y caudales adquiridos durante su ministerio.

En septiembre de 1735, el infante de España, Luis Antonio de Borbón (1727-1785), hijo de Felipe V, fue nombrado arzobispo de Toledo y primado de las Españas, a los ocho años de edad. Tres meses después, el papa Clemente XII le nombró cardenal de Santa Maria della Scala. Sin embargo, a los veintisiete años renunció a estas dignidades por no ser sacerdote ni tener vocación para serlo (pero sí para casarse). Abandonada tan brillante carrera eclesiástica, pasó a dedicarse a una vida itinerante, volcada en la música y el estudio de la naturaleza.

Aún más extremo es el caso del duque de York y Albany (1763-1827), hijo segundo de Jorge III de Inglaterra, que fue elegido obispo de Osnabrück, gracias a la influencia de su padre, que era elector de Hannover, a la increíble precoz edad de ciento noventa y seis días, el 27 de febrero de 1764. Renunció a dicho cargo treinta y nueve años después.

En el corto período de seis años, el valido de Carlos IV, Manuel Godoy (1767-1851), por intercesión de la reina consorte María Luisa de Parma (1751-1819), con quien protagonizó una larga y apasionada relación amorosa, obtuvo los siguientes empleos, honores, títulos y prebendas: Secretario de la reina; Gentilhombre de Cámara; regidor perpetuo de Madrid, Santiago, Cádiz, Málaga y Écija; consejero de Estado; Superintendente General de Correos y Caminos; primer Secretario de Estado y del Despacho; Inspector y Sargento Mayor del Real Cuerpo de Guardias de Corps; Capitán General de los Reales Ejércitos; Almirante de España e Indias (con tratamiento de Alteza); caballero comendador de la Orden de Santiago; caballero de la gran cruz de la Orden de Cristo y de la religión de San Juan; caballero de la gran cruz de la Orden de Carlos III; caballero de la Orden del Toisón de Oro; Grande de España de primera clase; señor del Soto de Roma y del Estado de Albalá; duque de Alcudia, de Sueca y de Evoramonte, y príncipe de la Paz y de Basano.

Resulta extraño conocer la existencia de un ejército integrado por artistas, diseñadores de moda, actores, meteorólogos, pintores y técnicos de sonido. En el Ejército estadounidense de la Segunda Guerra Mundial este conglomerado de especialistas fue conocido como Ejército Fantasma (23.rd Headquarters Special Troops), y su existencia fue mantenida en secreto hasta 1996. Entre las misiones de aquel Ejército Fantasma se incluían el montaje de verdaderos espectáculos de simulación de guerra (utilizando camiones, baterías y tanques de pega y camuflando los verdaderos), la emisión de señales de radio y sonido falsas y la operación hasta en veinte campos de batalla cerca de las líneas enemigas de forma totalmente engañosa. Los soldados del Ejército Fantasma habían sido reclutados en escuelas de arte, agencias de publicidad y centros creativos. Por ejemplo, en las fotografías se ve un tanque inflable de los utilizados durante la operación Viersen, en marzo de 1945, con los que se imitaron los movimientos de dos divisiones del Ejército, simulando el cruce del Rin, cerca de Dusseldorf. La simulación no se limitaba a tanques y camiones, sino también a aviones utilizados para montar falsos aeródromos.

A. o

A.o La censura de imágenes fue habitual en la antigua Unión Soviética desde que Stalin se hiciera con el poder en el Partido Comunista y, ya convertido en el líder soviético, iniciara una serie de purgas que eliminaron a muchos de sus enemigos y atemorizaron al resto. El Gobierno soviético intentaría incluso borrar de la historia cualquier rastro de los considerados ahora enemigos de la revolución. En ese intento, destruiría muchas fotos y alteraría bastante más para borrar muchas de las figuras purgadas. Por ejemplo, en estas dos fotos se aprecia cómo hicieron desaparecer al comisario de Aguas Nikolai Yékov (de la foto, pues de la faz de la tierra ya lo habían conseguido tiempo antes).o

B. o

B.o En este par de fotos el desaparecido es el caído en desgracia en los últimos tiempos del nazismo, el otrora todopoderoso ministro de Propaganda Joseph Goebbels.o

C. o

C.o En estas dos fotos manipuladas por intereses políticos, se ve como a los gerifaltes fascistas italianos no les pareció bien que alguien tuviera que sujetar el caballo de Mussolini. A un Duce no se le resisten ni los caballos.o

D. o

D.o En estas famosas fotos del encuentro entre Franco y Hitler en la estación de Hendaya, lo manipulado es la imagen poco fotogénica del Caudillo, que no salía bien parado de su comparación con el führer.o

Cuando el magnate periodístico estadounidense William Randolph Hearst (1863-1951) decidió «patrocinar» la guerra de Cuba contra los españoles, envió al artista Frederic Remington para hacer unos dibujos de la campaña. El acorazado americano Maine acababa de ser hundido en el puerto de La Habana y se esperaba una declaración inmediata de guerra. Pero como la guerra no acababa de estallar, el dibujante envió un cable al empresario, preguntando si debía regresar. Hearst le respondió: «Por favor, continúe en su puesto. Si usted me proporciona los dibujos, yo le suministro la guerra». Hearst, como se ve en la foto, hizo explosionar el Maine para culpar a los españoles y dar inicio a la guerra.

El aeropuerto de Burbank en Estados Unidos, se complementó a partir de 1940 con la fábrica de aviones de la compañía Lockheed Aircraft. Durante la guerra, la fábrica y el aeropuerto se convirtieron lógicamente en un potencial blanco enemigo, por lo que se decidió camuflar toda el área, cubriéndola con lonas que simulaban campos sembrados y granjas. Fue una de las más impresionantes maniobras de camuflaje bélico de la Segunda Guerra Mundial.

El detonante de la rebelión de los Bóxers (revuelta xenófoba desatada en China en la primavera de 1900, cuyo episodio más famoso, el asalto a las legaciones extranjeras de Pekín, se vivió entre el 22 de junio y el 15 de agosto) fue la noticia, llegada desde Estados Unidos, de que una firma neoyorquina había enviado a Pekín una comisión de expertos para estudiar la demolición de la Gran Muralla, como símbolo de la apertura china al comercio y el intercambio con el mundo. La noticia, que causó un gran rechazo nacionalista en toda China, no era más que una patraña inventada por cuatro periodistas (Al Stevens, Jack Tournay, John Lewis y Hal Wilshire), representantes de los cuatros principales diarios de la ciudad de Denver que, enviados por sus respectivos jefes a realizar un reportaje sobre hoteles y estaciones de ferrocarriles, acordaron inventarse la exclusiva de la estancia de los miembros de la comisión de estudio en Denver, rumbo a la costa oeste, donde se embarcarían hacia China. Al día siguiente, los cuatro diarios publicaron a toda portada la falsa exclusiva de los planes para el derribo de la Gran Muralla y esta noticia, a través de las agencias, se distribuyó por todo el mundo, contribuyendo a exacerbar los ánimos de los ultranacionalistas chinos. La rebelión causaría más de cien mil muertos y, como se ve en la foto, una terrible ola de represión en todo el país.

Se cuenta que en 1787 el general ruso Grigori Alexandrovich Potemkin (1739-1791), a la sazón gobernador de Crimea y el resto de las provincias meridionales de la Gran Rusia, con motivo de una visita de la zarina Catalina II a la región, mandó remozar urgentemente todas las calles y los parajes que iba a recorrer la comitiva real. Para ello, dispuso no sólo el adecentamiento de fachadas y caminos, sino incluso la construcción de una serie de aldeas fantasmas, del más próspero aspecto que fuera posible improvisar, en cuyas falsas calles obligó a que se agolpara el pueblo, vestido con sus mejores galas y que, a golpes de órdenes militares, vitorease a la soberana a su paso con el mayor fervor. Estas poblaciones, compuestas únicamente por fachadas falsas (sin casas detrás), cumplieron su cometido, y la zarina comprobó con su mayor agrado la prosperidad económica y el altísimo grado de adhesión con la Corona de las gentes de esta región recién incorporada a su imperio. Desde entonces, se acuñó la expresión las «Aldeas de Potemkin» para designar cualquier maniobra política que trata de ocultar o disfrazar la realidad social a ojos de los dirigentes y, por ende, el exceso de sometimiento de las autoridades locales a los poderes centrales.

En octubre de 1938, el periódico nacionalsocialista Völkischer Beobachter publicó esta imagen, poco después de la ocupación nazi de los Sudetes, explicando que «retrataba las intensas emociones de alegría de los habitantes de aquella región cuando los soldados de Hitler cruzaron la frontera en Asch y recorrieron las calles de la ciudad de Cheb». Por otro lado, los Archivos Nacionales norteamericanos muestran la misma fotografía con el siguiente comentario cuando fue publicada (posiblemente en la revista Time Magazine): «La tragedia de esta mujer de los Sudetes, incapaz de ocultar su miseria al tiempo que obedientemente saluda al triunfante Hitler, es la tragedia de millones en el silencio que han sido “ganados” para el hitlerismo con el uso de la fuerza implacable». Dos interpretaciones muy diferentes para una fotografía que fue manipulada y utilizada como propaganda por ambos bandos y de la que, al final, se desconocen las verdaderas circunstancias que la rodearon.

En 1852, Melchor Ordóñez, ministro de la Gobernación español, deseoso de celebrar a bombo y platillo el cumpleaños de la reina, Isabel II, decidió que había llegado el momento de inaugurar el Hospital de Nuestra Señora del Carmen. Esto no tendría nada de particular si no fuera porque dicho hospital no era más que un proyecto sobre el papel y no se había comenzado a construir. El ministro escogió el local de un asilo para niños que estaba en funcionamiento, sacó de allí a los niños, hizo limpiar y fregar todo, colocó camas, mesas, sillas, plantas… y, como toque final, ordenó que se personaran allí varias hermanas de la Caridad. Con todo el decorado, literalmente hablando, finalizado, la reina acudió al lugar y, por lo que cuentan, quedó muy complacida de la visita y el político aquel se colgó una medalla.

La subida del precio del pan provocó en 1789 una sublevación popular en París. Seis mil mujeres armadas con cuchillos y hoces marcharon en señal de protesta hacia el palacio de Versalles, dirigidas por la famosa cortesana Theroigne de Mericourt (1762-1817), más conocida como Lambertine. Lo curioso del caso es que, en realidad, las mujeres presentes en la revuelta no llegaban al centenar y el resto eran hombres disfrazados con ropas femeninas.

En 1808, en la guerra de Independencia, tuvo lugar una batalla entre las tropas españolas y francesas en la localidad de Bruc, en la provincia de Barcelona. Este hecho histórico tiene asociada una leyenda, que hace referencia al conocido como «Tambor de Bruc», que no era más que un niño que, gracias a los redobles de su tambor, batió en retirada al poderoso Ejército napoleónico. Según se cuenta, Isidro Llusá era un pastorcillo que, al no ser más que un niño, no podía formar parte del Ejército y luchar contra el invasor francés. Pero esto no le impidió coger su tambor y tocarlo fuerte por entre las montañas de Montserrat para animar a los españoles en la lucha, de tal forma que el eco provocado por las montañas hacía retumbar el sonido y lo multiplicaba por mil. Los franceses pensaron que aquel infernal ruido era producido por muchos tambores y dedujeron que se enfrentarían a un ejército enorme, decidiendo huir y no plantear batalla. En el lugar en el que ocurrió el hecho (legendario o no) hay un monumento y una inscripción: «Viajero, para aquí, que el francés también paró; y el que por todo pasó no pudo pasar de aquí».

En 1814, unos años después del caso catalán, una fragata británica atacó la ciudad de Scituate, en Massachusetts. Comenzó el combate alcanzando con sus disparos a algunos barcos fondeados en la bahía. En la ciudad se improvisó un pequeño ejército de voluntarios para plantar cara a los ingleses. Se organizaron turnos de vigilancia en el faro del lugar, para avisar en caso de un nuevo ataque. Pasaron unas cuantas semanas sin novedades y las guardias se fueron relajando. Pero en septiembre, tres meses después de aquel primer ataque, la fragata británica regresó. La hija del farero detectó el ataque e iluminó el barco atacante y vio que de él bajaban unos soldados a un bote y se disponían a abordar y robar alguno de los barcos anclados en la bahía. No había mucho tiempo ni recursos, así que la muchacha, Rebecca Bates, tomó una flauta y un tambor que había en el faro, escondió a su hermana pequeña tras una duna de la playa y comenzó a tocar y a cantar la canción patriótica «Yankee Doodle». Los ingleses, al oír aquello, pensaron que había soldados enemigos de camino dispuestos a combatir y abortaron el ataque. Desde entonces, las hermanas Rebecca y Abigail Bates son conocidas en el mundo como «El ejército americano de dos personas».

Lee Harvey Oswald fue la persona acusada de asesinar al presidente estadounidense John F. Kennedy. Esta foto acusatoria, para muchos investigadores, está trucada, habiéndose añadido la cabeza de Oswald al resto de la fotografía para involucrarle en el magnicidio. En ella, el supuesto Oswald sujeta en una mano el rifle Mannlicher-Carcano con el que se afirma que se mató a Kennedy y, en la otra, periódicos izquierdistas. La foto está tomada en el jardín trasero de la casa de Oswald. En la película de Oliver Stone JFK, se dramatiza el (hipotético) proceso de falsificación de esta fotografía, con primeros planos del (supuesto) trucaje y con Oswald exclamando que la foto está trucada al ser interrogado tras el magnicidio.

Cuando el explorador noruego Roald Amundsen zarpó de su país en junio de 1910, en lo que fue anunciado como otro viaje al Ártico, nadie sabía que realmente pensaba virar al sur y navegar hacia el océano Antártico, en un intento de llegar al Polo Sur antes que el capitán inglés Robert Scott. Finalmente, Amundsen, se adelantó a Scott en treinta y cuatro días, llegando el 14 de diciembre de 1911.

Un grupo insurgente iraquí, autodenominado La Brigada Al Muyaidín, publicó esta foto en el año 2005 de un hombre que, según aseguraban, era el soldado norteamericano John Adams. Este grupo exigía la liberación de un grupo de prisioneros para no decapitar al supuesto soldado. Las peticiones del grupo llegaron a la prensa y poco después un ejecutivo de una empresa de juguetes identificó al supuesto «secuestrado» como uno de sus juguetes llamado «comando especial Cody».

Al final de la Segunda Guerra Mundial, las tropas aliadas debían entrar por mar en Francia si querían abrir exitosamente un frente occidental. Sin embargo, todas las posibles vías de desembarco masivo, es decir las que poseían accesos a rutas que permitiesen la entrada de tanques, camiones y vehículos de apoyo, estaban muy fortificadas por los alemanes. El punto de entrada fue elegido tras mucho debate en el mando aliado: sería Normandía. Esta operación, ejecutada exitosamente el famoso Día D, sería la histórica «Operación Overload». No obstante, existía un gran problema previo. Normandía era uno de los lugares más y mejor fortificados del mundo. Si se deseaba penetrar por allí, había que distraer la atención alemana para que su alto mando no enviara refuerzos y tropas extras. Para eso se puso en marcha la llamada «Operación Fortitude». Así no sólo se reduciría la cantidad de bajas, sino que también se eliminaría la posibilidad de un contraataque terrestre. El plan tenía dos vertientes: había que hacer creer al eje que los aliados invadirían Noruega y que el intento de invasión de Europa continental se llevaría a cabo por el paso de Calais. No sólo el plan fue todo un éxito, limitando ampliamente la capacidad del eje de reforzar Normandía rápidamente tras el desembarco, sino que, además, significó un gravísimo golpe a la moral y la confianza del mando central alemán, lo que, a su vez, limitaría el ritmo con que la inteligencia alemana catalogaba y difundía información estratégica a sus generales. De hecho, y por más curioso que parezca, la Operación Fortitude creó el ejército inexistente que más daño hizo a su enemigo.

Meses antes del inicio de la Primera Guerra del Golfo en 1991, una muchacha iraquí de quince años llamada Nayirah aseguró haber visto a soldados iraquíes entrar en el hospital Al-Adan de Kuwait y sacar a los bebés de las incubadoras para dejarlos morir en el suelo. Esta historia (entre otras de similar tono) sirvió para que el Pentágono se ganara a la opinión pública estadounidense. Sin embargo, más de un año después, se supo que Nayirah era, en realidad, la hija del embajador kuwaití en Estados Unidos y nunca se pudo demostrar que su relato tuviese algo de verídico.

Sarah Palin se convirtió en el arma secreta del candidato conservador John McCain para intentar el asalto a la Casa Blanca durante las elecciones de 2008. Su potencial y atractivo político la hacían un arma muy prometedora hasta que algunos renuncios la colocaron en fuera de juego político. Por ejemplo la supuesta llamada de Sarkozy que dos bromistas canadienses de la región de Québec lograron simular y que la candidata utilizó después públicamente para reafirmar sus apoyos internacionales. Los jóvenes emitieron la conversación y dejaron en ridículo a la candidata a convertirse en vicepresidenta del país más importante del mundo. A raíz de este incidente y de algunas otras meteduras de pata, la prensa e internet se cebaron con Palin mostrando material auténtico o, si no, falsificando fotos como las de arriba.

El fotomontaje superior muestra claramente las posibilidades de manipulación que encierra una fotografía, en principio, muy clara, en manos de personas expertas en estos manejos. Nótese lo que cambia la interpretación de la escena según se varían los encuadres de izquierda y derecha.

En las elecciones celebradas en Albania en 1982, los candidatos comunistas (los únicos que se presentaban) obtuvieron el 99,999938% de los votos emitidos, al romper la unanimidad uno de los 1 627 968 electores, que votó en blanco. Esa tasa de unanimidad se vio superada en las elecciones generales celebradas en Corea del Norte en octubre de 1962, en las que votó el 100% del electorado y en las que el Partido Obrero de Corea obtuvo el 100% de los votos. El que fuera presidente de Costa de Marfil entre 1960 y 1993, Félix Houphouët-Boigny, ganó las seis elecciones en las que compitió con un promedio del 99,7% de las papeletas a su favor. Pero siempre hay un no va más… En las elecciones presidenciales de Liberia de 1928 el presidente Charles D. B. King (1875-1961) fue reelegido por una mayoría de 234 000 votos sobre su oponente. Lo sorprendente y escandaloso del caso es que se ha calculado que el electorado con derecho a voto no llegaba por entonces a los 160 000 votantes.

La imagen corresponde al descubrimiento del mayor tesoro nazi por parte de las tropas aliadas, que se produjo en una mina de potasio cercana al poblado de Merkers, al sudoeste de Berlín. Este tesoro se hallaba a ochocientos metros de profundidad, perfectamente camuflado para no ser encontrado jamás. La mina, conocida como Kaiseroda, tiene cincuenta kilómetros de túneles con cinco entradas, y fue descubierta en 1945, cuando soldados norteamericanos que controlaban el poblado de Merkers oyeron hablar del lugar secreto y de lo que guardaba. Dos días después, dos oficiales del Ejército acudieron al lugar y, mediante un ascensor de setecientos metros de recorrido, llegaron hasta el corazón de la mina. Allí se toparon con el tesoro más grande de la historia hasta el momento: repartidos por los túneles, cuevas y recovecos, hallaron, entre otras cosas, mil millones de marcos guardados en quinientas cincuenta bolsas (en la imagen), ocho mil quinientos veintisiete lingotes de oro, monedas de oro francesas, suizas y estadounidenses, maletas con diamantes, perlas y piedras preciosas robadas a las víctimas de los campos de concentración, incluyendo algunos sacos de coronas dentales de oro… Este enorme tesoro suponía, según los cálculos, más del 90% de las reservas del régimen caído, y había sido escondido por orden del doctor Fung, entonces presidente del Reichsbank. Se calcula que su traslado en tren requirió al menos trece vagones. Además del dinero y el oro, el lugar resultó ser uno de los más grandes depósitos de obras de arte confiscadas por los nazis, incluyendo pinturas de quince museos alemanes e importantes libros. Los bienes y obras de arte rescatados fueron cuidadosamente transportados en más de diez camiones a la sede del Reichsbank en Fráncfort, para su posterior clasificación y restitución.

Si se trata de elegir al mejor golfista de la historia, se podría decir que el jugador que mejor tarjeta de resultados ha presentado nunca es el presidente de la República Popular Democrática de Corea desde 1994, Kim JongIl (1942), ya que consiguió nada más y nada menos que un 38 bajo el par del campo, con la increíble cifra de once hoyos terminados en un solo golpe. Toda una hazaña deportiva. Muchísimo más si se tiene en cuenta que era la primera vez que jugaba al golf. Es lo que tienen los dictadores. Fue con ocasión de la inauguración del primer campo de golf de Corea del Norte, en la ciudad de Pyongyang. El alto mandatario decidió ser el primero en jugar en él para celebrarlo. Sin embargo, este récord mundial, corroborado por los diecisiete guardaespaldas que fueron testigos oculares de lo sucedido y juraron y perjuraron que aquello era cierto, nunca fue registrado en el Libro Guinness pese a que los medios estatales de Corea del Norte coronaran a Kim JongIl como el mejor golfista de la historia. Después de aquel día, Kim decidió retirarse del golf para siempre, pero, eso sí, por la puerta grande.

Entre 1940 y 1944 los nazis robaron cientos de miles de obras de arte durante la ocupación de Europa. Se ha podido documentar que en esos cuatro años, sólo de Francia salieron con destino a Alemania por lo menos veintinueve convoyes cargados con doscientas tres colecciones privadas, en las que además de cien mil obras de arte (muchas de ellas piezas maestras) había quinientos mil muebles y un millón de libros. El saqueo y expolio sistemático de obras de arte tenía como principal objetivo saciar la ególatra personalidad de Hitler con la construcción de un museo (Führer Museum) en su ciudad natal, la austriaca Linz, que guardaría tesoros sacados del Louvre, los Uffizi, los museos polacos y otros. Pero del saqueo no sólo se aprovecharon Hitler y sus mariscales, sino también un amplio círculo de personas relacionadas con el mundo del arte que se enriquecerían con el tráfico posterior de las obras de arte robadas por los nazis, de forma que muchas de ellas fueron a parar a colecciones privadas y a pinacotecas de todo el mundo, dispersándose y, en no pocos casos, desapareciendo de la circulación. Buena parte de la pintura moderna (Picasso, Braque, Kandinsky, Munch, Léger, etc.) era despreciada por los nazis; por ello, obras robadas de estos artistas se canjeaban por otras de pintores clásicos: por ejemplo, diez Picassos valían un Van Dyck. Esto permitió que algunos marchantes se hicieran con obras de artistas modernos a un precio ridículo. Algunas de las obras robadas pudieron ser recuperadas al final de la guerra, pero muchas aún no han sido devueltas a sus legítimos dueños.

La afición de Franco a la caza es de sobra conocida por todos. De hecho, esta afición le robaba más tiempo del que debía, según parece. Muchos meses reducía en exceso sus días de trabajo al preferir cazar. En esta famosa foto se ve a Franco rodeado de las cuatro mil seiscientas una perdices que él solo, según su camarilla, fue capaz de abatir durante una sola cacería celebrada en octubre de 1959 en Santa Cruz de Mudela. Esta foto, tomada por Eduardo Matos Cuesta, fue secuestrada en su momento.