El estómago se le llenó de calor, se expandió por los miembros y amenazó con subirle a la cara.
—Entonces no me trates con condescendencia —enderezando la espalda contra el impacto, se encontró con esos magníficos ojos —. Mi decisión era sensata. Había mucha gente alrededor, dirigiéndose a los restaurantes o volviendo a casa desde el trabajo. Esa excusa de ser humano me agarró cuando se despejó el tráfico a pie.
—Significa que tuvo que haberte seguido, esperando una oportunidad —Emmett miró fijamente al oscuro agujero del callejón, con ojos entrecerrados.
Ella se preguntó si había oído sus dos primeras frases.
—Eso es lo que pensé. Siempre soy cuidadosa cuando bajo del tren aéreo, pero es difícil captar ese tipo de asuntos cuando tantas personas se bajan en las estaciones.
Anoche, la masa de humanidad se había diseminado tan pronto como golpearon el suelo, pero había habido tanta multitud en su misma dirección que no había prestado atención a nadie en particular.
—Hasta que neutralicemos a los Crew —murmuró Emmett, todavía mirando al callejón—, no vayas a ningún sitio sola.
Ella abrió la boca.
—¿Qué?
—Hasta la muerte —dijo, dándose la vuelta para mirarla—, ese es su lema. Siguen a los suyos hasta la muerte. Irán tras de ti una y otra vez. Es un asunto de «honor» —Casi escupió en la calle—. ¿Qué clase de condenado honor es herir a una mujer?
La convicción impávida de sus palabras alcanzó directamente su caliente centro femenino. Pero…
—No puedo sentarme en casa. Tengo que empezar a hacer entrevistas de trabajo. —El trabajo era su billete a la libertad, una libertad que había trabajado duro para ganar—. Y llevo a mi abuela a sus citas…
—¿Quién ha dicho que te sientes en casa? —una mirada intensa.
Ria no reaccionaba bien a ninguna clase de intimidación.
—Bien, si no puedo ir a ningún sitio sola y no voy a poner a mi abuela en peligro, luego ¿qué más se supone que voy a hacer, contratar un guardaespaldas? —en el minuto, el segundo, que su padre se enterara de esto, lo utilizaría como excusa para evitar que encontrara un trabajo.
Simon y Alex Wembley adoraban a su única hija. La adoraban tanto que no podían soportar que el mundo le pusiera una simple magulladura en su alma. Como consecuencia, había crecido protegida y mimada. Si no hubiera sido por su abuela, podría haberse convertido en una mocosa mimada. En vez de eso, había crecido querida por el amor de sus padres… mientras comprendía la tristeza que yacía detrás de su fervor protector. Por eso no había ido a la universidad como Ken, no había podido poner tanta preocupación en sus corazones. Pero no podía vivir en un capullo para siempre, ni por su madre ni su padre. Nunca iría con ella, de hecho, la destruiría.
Sin embargo, sus padres todavía no habían resuelto eso. En las mentes de Simon y Alex, el matrimonio con Tom proporcionaría la última protección, como la esposa de un Clark, se esperaría que no hiciera nada más arduo que tener buen aspecto y quizá arreglar unas pocas flores.
—¿Emmett? —incitó cuando él permaneció silencioso.
—Te protegeré.
El corazón hacía un ruido sordo.
—¿Cuánto tiempo?
—Lo que dure.
Ella casi dio un paso atrás ante el puro poder salvaje de él.
—No puedes estar conmigo todos los días, las veinticuatro horas. Aunque no diré que no a una escolta desde el tren aéreo nocturno —era independiente, no estúpida.
—Los Crew son conocidos por secuestrar a gente en la calle a pleno día —la piel se le tenso sobre los pómulos—. Intimidan a cualquier testigo para que calle, así que sus víctimas parecen desaparecer en el aire.
La necesidad de libertad tropezó con la lógica de lo que decía.
—¿Qué hay de mi familia?
—Ya hemos situado soldados del clan en la tienda de tu madre y alrededor de tu casa. El modus operandi de los Crew es golpear a las mujeres de la familia, así que tu madre, tu cuñada y tu abuela son las que corren más riesgo.
—Amber está embarazada de más de ocho meses —empezó Ria.
—¿De verdad? —una sonrisa burlona—. Pensé que parecía un poco diferente.
Ria sintió que el rubor le manchaba los pómulos.
—Ella no ha estado saliendo mucho de todos modos, si le contamos algo sobre las tácticas de los Crew, probablemente aceptará quedarse dentro.
—Definitivamente haría nuestro trabajo más fácil. ¿Tu madre?
—De ninguna manera. Irá a trabajar, se niega a rendirse a la intimidación.
—No puedo decir que sea una sorpresa —sacudió la cabeza—. Ni siquiera voy a preguntar por tu abuela. Asegúrate sólo de que sabe que alguien será su sombra cada vez que salga sola.
—Conociéndola, conseguirá que la lleven de compras.
Los ojos de Emmett brillaron.
—¿Y tú?
—Te ignoraré —dijo, sintiendo una extraña sensación de excitación en su interior.
Ninguna sonrisa, ninguna insinuación de suavidad en la cara de Emmett.
—Eres libre de intentarlo.
Emmett terminó de arreglar el computronic del coche de su madre y cogió el teléfono móvil para llamarla.
—Me pasaré mañana por la mañana. Fue un cortocircuito, nada grande.
—Gracias, pequeño —su mamá era la única a la que Emmett permitía llamarle «pequeño». La única vez que había intentado preguntarle sobre ello, ella simplemente le había mirado hasta que él suspiró y se rindió.
—¿Ha vuelto ya papá?
—No —le contestó, su voz contenía un tipo raro de claridad—. Está dirigiendo una sesión extra de entrenamiento para algunos de los nuevos soldados. Si las cosas siguen así, creo que estarán a tiempo para cuando tengamos que adoptar una postura contra los psi, debemos estar preparados.
Puesto que su madre era la historiadora del clan, sus palabras llevaban verdadero peso.
—¿Qué ves?
—He estado rastreando las acciones del Consejo de los psi desde que era adolescente —le contestó—, y año tras año, veo más oscuridad arrastrándose en su mundo. Se alejan lentamente más allá del frío, a un lugar que me asusta por la raza psi en su conjunto.
Emmett no sintió compasión por los psi, no dado lo que había visto de sus tácticas, pero su madre siempre había tenido un corazón blando.
—Lucas obviamente te escucha, tengo programadas más sesiones también —para su sorpresa, había heredado la habilidad de su padre con los miembros más jóvenes del clan.
Su madre rió entre dientes.
—He oído que te dio al grupo de diez a catorce años.
—Me enseñan paciencia —fue un comentario impasible.
—Oh, Emmett —otra risa—. ¿Por qué estás soltero? Eres guapísimo, bueno con los niños y adoras a tu madre.
Sonriendo, arregló él código de tiempo en la computadora del tablero de mando.
—No es que seas parcial.
—Soy parcial en lo que se refiere a mi pequeño.
—Hay alguien —se encontró diciendo—, pero es terca.
—Ya me gusta.
Ria trató de ignorar a Emmett como había prometido. Pero ignorar casi un metro noventa de cambiante depredador, especialmente uno tan calladamente peligroso como Emmett, no era tarea fácil. Podía sentir sus ojos sobre ella incluso mientras realizaba su tarea. Podía sentir los ojos sobre ella mientras se quedaba fuera cuando ella entraba en una tienda con su abuela.
—El té llevará algún tiempo —Miaoling le tocó el brazo—. Ve y habla con ese leopardo que te mira como si fueras comida.
El calor le apresuró a sus mejillas.
—No hace eso —aunque ella se había encontrado luchando contra el loco impulso de acariciarlo… sólo para ver qué haría. ¿Le dejaría? El pensamiento hizo que los músculos del estómago se le tensaran.
Miaoling hizo muecas ante la respuesta de Ria.
Ria siguió hablando, sabiendo que protestaba demasiado.
—Él sólo nos está protegiendo porque los Crew suponen una amenaza para el control de la ciudad por parte de los DarkRiver.
—¡Bah! —Miaoling gesticuló con una mano—. Sé cuando un hombre está hambriento. Y si tú usaras tus partes femeninas más a menudo, ¡lo sabrías, también!
Por suerte, el señor Wong apareció en ese instante, ansioso por guiar a Miaoling arriba a su apartamento para su conferencia de té semanal como la llamaban. Los dos eran uña y carne. Ria no tenía ni idea sobre que discutían en esas conferencias, pero su abuela siempre tenía la sonrisa del gato de Cheshire en la cara cuando se marchaba de casa del señor Wong.
Al principio, Ria había pensado que los dos eran… bien… pero su abuela la había puesto en su lugar con una respuesta inesperadamente solemne.
—No, Ri-ri. He amado sólo a un hombre en toda mi vida. Todavía amo al mismo hombre.
La profunda devoción de esa única frase había traído lágrimas a los ojos de Ria. Su abuelo había sido veinte años mayor que su abuela y había dado su último aliento cuando Ria tenía quince años. Su muerte había devastado a Miaoling, pero jamás se había derrumbado donde Ria pudiera verla. En vez de eso, había utilizado el recuerdo de ese amor como escudo.
Miaoling todavía hablaba con su marido como si la pudiera oír. Aunque nunca lo hacía cuando la pragmática Alex estaba cerca, lo hacía abiertamente delante de Ria.
Porque Ria entendía. Sinceramente, cuando estaba con su abuela, a veces pensaba que su abuelo estaba en la habitación con ellas, vigilando a su esposa, quien, como a menudo se había quejado él, siempre le hacía esperar.
«¿Vas a tardar en subir al cielo también, verdad, cariño?»
Palabras que su abuelo había dicho en su lecho de muerte, con la mano envuelta alrededor de la de su esposa.
Miaoling había sonreído y le había besado, tomándole el pelo hasta el final.
Ahora, mientras Ria miraba a Miaoling subir al primer piso de la tienda, sintió que se le contraía el corazón.
—¿Abuela?
—¿Sí? —Miaoling la miró por encima del hombro, los ojos cálidos, llenos de un silencioso ánimo.
—¿Cuánto tiempo estarás?
—Quizás tres horas. Hoy también tenemos almuerzo.
—Entonces quizá vaya a dar un paseo.
Su abuela sonrió y continuó su camino.
Saliendo fuera de la tienda del señor Wong, Ria encontró a Emmett a su izquierda, escudriñando la calle.
—¿Tienes a alguien que pueda quedarse aquí con mi abuela? —preguntó.
—Ella ya está dentro —dijo Emmett—. El señor Wong planea decir a tu abuela que es su nueva ayudante.
—¿La hermosa morena que atiende en la tienda? —abrió los ojos de par en par— No parece lo bastante peligrosa para aplastar una mosca.
—No sólo puede aplastar moscas, puede matar a la mayoría de los hombres con un solo golpe.
Ria sintió una repentina sensación de ineptitud.
—Ojalá pudiera hacer eso.
—Si hablas en serio —dijo, mirándola de arriba abajo de un modo que era claramente profesional—, te puedo enseñar la suficiente defensa personal para que jamás te sientas indefensa otra vez. Estás en forma y te mueves bien. Deberías captarlo rápidamente.
Sobresaltada, le miró.
—¿Harías eso? —unos pocos zarcillos tentativos de esperanza se envolvieron alrededor de su corazón, había comenzado a creer que Emmett era tan asfixiantemente protector como su padre, pero esto sostenía otra cosa.
—¿Cuánto tenemos ahora?
—Tres horas.
Se enderezó de la pared.
—Podemos practicar en un pequeño gimnasio que los miembros del clan usan cuando no pueden salir de la ciudad para una buena carrera. Necesitarás equipo de entrenamiento.
Ria pensó en ello.
—Compraré algo. Hay una tienda dos manzanas más allá —así, nadie de su familia sabría nada sobre el entrenamiento. No es que sus objeciones la fueran a detener, pero no tenía tiempo para discutir.
Emmett deslizó la mano por el brazo de Ria, colocándola como debía estar y se preguntó, por centésima vez, por qué se torturaba de ese modo. Incluso con los pantalones anchos y la camiseta que se había puesto, la mujer que tenía la espalda contra su pecho provocaba llamas en su cuerpo. Pero el pequeño visón no parecía inclinado a jugar, había estado muy ocupada desde que llegaron al gimnasio. El leopardo no estaba complacido. Tampoco el hombre. Pero de ninguna manera iba a imponerse sobre Ria y hacerla sentir incómoda. No después de lo que esa condenado basura especial de los Crew le había hecho.
—Aquí —la soltó—. Perfecto. Ahora patea.
Ria levantó la pierna en una patada rápida y fuerte. No fue elegante ni poética.
Fue dura, violenta y sucia. A Emmett no le importaba la belleza. Le preocupaba asegurarse de que ella pudiera protegerse.
—Quiero que practiques durante diez minutos mientras voy a hacer unas llamadas.
Dándole un asentimiento, Ria comenzó a realizar la rutina de principiante que él había ideado. Ella aprendió con mucha rapidez, pero como humana, su fuerza era mucho menor que la de un cambiante. Añade a eso que era pequeña y femenina, así que la próxima vez que trabajaran planeaba enseñarle a luchar utilizando cualquier cosa a su disposición, como había utilizado su bolso hacía dos noches. Eso es, a menos que tuviera la opción de darse la vuelta y huir. Un combate físico nunca sería la opción más inteligente para ella.
Caminando la corta distancia desde donde ella movía ese dulce cuerpecito con una determinación concentrada, sacó el teléfono y llamó a su Alfa, Lucas.
—¿Fuiste capaz de rastrear la fuente de esas llamadas al teléfono móvil de Amber?
Ria le había contado lo de esas llamadas esta mañana.
—Desechable —la ira de Lucas era clara—. Pero tenemos a otro de los bastardos. Tomó la mala decisión de intentar sacudir a una pareja mientras Clay patrullaba.
El leopardo de Emmett sonrió, sus dientes afilados como cuchillas.
—¿Está muerto?
Clay no veía razón para mantener a los alimañas con vida.
—Clay pensó que podríamos querer interrogarlo así que sólo le rompió unas costillas. El hombre se niega a hablar, pero he tenido a Clay rondándole en forma de leopardo, se romperá cuando esos dientes se le acerquen demasiado.
—¿Qué te dice tu instinto, de poca monta o pez gordo?
—De muy poca monta. No es probable que sepa nada importante —Lucas suspiro de frustración—. Quédate con la chica. Harán algo para llegar donde ella, porque cuanto más tiempo permanezca viva, más apoyo pierde Vincent.
Emmett dibujó la forma de Ria con la mirada mientras practicaba su rutina. La curva de su trasero tenía la forma perfecta para encajar en sus manos.
—No la voy a perder de vista.