Su manga estaba destrozada, pensó Ria, mirando fijamente sin entender a sus pies. ¿Dónde estaban sus zapatos? Perdidos en algún lugar del callejón donde ese bastardo había tratado de violarla como «desembolso inicial» por el dinero de protección que su familia se negaba a pagar.
Algo revoloteó sobre sus hombros y fue remetido alrededor de ella, tibio y grueso.
Una manta. La agarró con fuerza, luego respingó cuando las palmas manchadas de sangre hicieron contacto con la lana. Se abrieron en un acto reflejo. Suelta, la manta comenzó a deslizarse al suelo de la gran furgoneta de los paramédicos.
—Te tengo —siguiendo la voz profunda, ella parpadeó ante una cara que no conocía. El cambiante que había lanzado a su agresor contra la pared era un tipo rubio y de ojos azules, recordándole al pequeño cocker de su hermano menor, Ken.
Este hombre… estaba tallado del material más duro, la mandíbula ensombrecida, los ojos del rico tono de un whisky añejo, su cabello espeso y oscuro, cientos de matices de castaño y dorado entremezclados.
—Vamos, cariño, háblame.
Ella tragó, trató de encontrar las palabras pero perdieron el rumbo en el caos de su cerebro, dejándola muda. Su mente se llenó con el terror del momento que había pasado en el callejón a sólo unos minutos de la casa familiar, en una de las calles que rodeaban el bullicioso Chinatown. Todo había cambiado en escasos segundos. Un momento estaba sonriendo y al siguiente la excitación por terminar sus clases nocturnas había cedido al dolor y al shock cuando él golpeó y la manoseó…
Una suave explosión de mandarín, tan inesperada, tan bienvenida que se abrió camino entre la neblina de dolor y temor. Alzó la mirada otra vez, asombrada. Este hombre, este extraño, hablaba con ella en el idioma de su abuela, preguntándole si estaba bien. Asintió y encontró las palabras para decir:
—Hablo inglés.
Rara vez tenía que decir eso. A diferencia de su madre medio-caucásica, Ria había heredado poco de su abuela a excepción de los huesos. El pelo era liso, pero de un oscuro castaño en vez de negro azabache. Los ojos eran ligeramente almendrados, pero sólo si alguien miraba de verdad. Había obtenido la mayor parte de sus rasgos de su padre, americano al cien por cien, cabello castaño y ojos marrones.
—¿Cómo te llamas, preciosa? —una mano le acunó la mejilla.
Ella se estremeció, pero esta mano, aunque grande, era amable. Y paciente. Se relajó con el calor después de unos minutos, tranquilizada por los callos que hablaban de un hombre acostumbrado a trabajar con las manos.
—Ria. ¿Quién es usted?
—Emmett —dijo, su voz no contenía nada de risa—. Y estoy aquí para encargarme de ti.
Ria frunció las cejas, mientras la verdadera Ria luchaba por salir de la niebla de la conmoción.
—¿Quién es usted para encargarse de mí?
—Soy grande, soy fuerte y estoy condenadamente cabreado porque alguien se haya atrevido a tocar a una mujer en mi vigilancia.
Ella parpadeó.
—¿Su vigilancia?
—Dorian es parte de mi equipo —dijo, señalando con la cabeza al hombre rubio que había convertido a su agresor en un saco de huesos rotos—. Ojalá no hubiera hecho un trabajo tan bueno, me habría gustado golpear al pedazo de mierda yo mismo.
Ria no estaba acostumbrada a la violencia, pero supo sin ninguna duda que este hombre era un cambiante, que podría convertirse en leopardo con un solo pensamiento y que el leopardo no tenía problemas con la clase más brutal de justicia.
Cuando le miró a los ojos, vio rabia… y los parpadeos de algo que no era exactamente humano.
—Él ya no puede hacerme daño —de algún modo, se encontró tratando de consolarlo.
—Pero lo hizo —una declaración implacable—. Y voy a husmear el nido de donde salió esta pequeña víbora sin importar nada.
Ella miró al cuerpo inconsciente del agresor. Apenas estaba vivo. Pero no hablaría durante un tiempo.
—¿No trabajaba solo?
—Las indicaciones son que está con una nueva banda —Emmett le metió la manta suavemente alrededor de los pies cuando se aflojó—. Los DarkRiver han trabajado mucho para limpiar la ciudad de esta clase de escoria, pero a veces, resurgen.
Ria conocía a los DarkRiver. ¿Quién no? El clan de leopardos, con base en el bosque de Yosemite, había reclamado San Francisco como parte de su territorio cuando Ria era niña, ningún otro cambiante depredador podía entrar en la ciudad sin su permiso.
Pero en los años pasados, habían ido más lejos y comenzado a aniquilar a depredadores humanos también.
—Puedo decirle poco sobre él —dijo, su voz ganaba fuerza como una ola de ira—. Vino a la tienda de mi madre, dejó un número de cuenta donde se suponía que tenía que enviar el dinero para «protección». Pensamos que era otro maleante.
—Mañana me darás el número. En este momento, necesitas que te vean.
Deslizando un brazo musculoso bajo sus piernas, curvó el otro alrededor de su espalda, justo por debajo de los hombros, y la levantó antes de que ella supiera lo que estaba sucediendo.
Dio un grito asustado.
—No te dejaré caer —un murmullo calmante mientras la metía en la furgoneta—. Sólo te aparto del viento.
Ella debería haber protestado, pero estaba cansada y dolorida, y él era tan cálido.
Descansó la cabeza contra su corazón y cuando se sentó con ella en brazos, respiró hondo. Su cuerpo suspiró. Olía bien. Todo calor, masculino y real, su aftershave era algo limpio y fresco. Aunque claramente necesitaba afeitarse más de una vez al día.
La mandíbula raspaba contra su pelo cuando la acomodó más firmemente sobre el regazo. No es que le importara, pensó, cerrando los ojos.
Emmett pasó la mano sobre el cabello que le caía sobre los brazos. Era una cosita diminuta y ahora mismo, estaba al límite de sus fuerzas. Enfurecido ante el pensamiento de que alguien se hubiera atrevido a hacerle daño, la sostuvo con gentileza hasta que la sintió comenzar a relajarse. Cuando suspiró y se acurrucó más cerca, el leopardo en él dio un gruñido complacido, justo cuando Dorian miró dentro de la furgoneta.
El soldado rubio cabeceó hacia Ria.
—¿Está bien?
—¿Dónde coño están los paramédicos? —gruñó Emmett.
—Con el pedazo de mierda —Dorian se encogió de hombros—. Debería haberle matado.
La parte fiera de Emmett quería decirle al hombre que saliera y acabara el trabajo, pero se forzó a pensar más allá de la necesidad del leopardo de destrozar y desgarrar.
—Necesitamos cualquier información que pueda darnos sobre los Crew así que esperemos que pueda hablar más tarde.
—Ahora es cuando un psi sería útil —murmuró Dorian, refiriéndose a la raza psíquica que era la tercera parte del triunvirato que formaba su mundo—. Uno de los telépatas podría arrancar la información de la cabeza del bastardo.
—Vosotros, tíos, sois horripilantes —dijo una voz femenina soñolienta.
Emmett bajó la mirada para encontrar los ojos de Ria cerrados.
—Sí, lo somos —pero tuvo la sensación de que ya estaba dormida, sus pestañas eran como oscuras medialunas contra una piel tan cremosa que quería saborearla. Volviendo su atención a Dorian por pura fuerza de voluntad, dijo—: ¿Encontraste algún contacto de emergencia en su cartera? —había dejado que el joven soldado se hiciera cargo mientras él cuidaba de Ria.
—Sí, sus padres están de camino —la sonrisa de Dorian fue afilada—. Su padre sonaba como si tuviera ganas de pelea, así que quizá no deberías mirarla así.
—Ocúpate de tus jodidos asuntos —estrechó su agarre.
Levantando las manos, Dorian retrocedió, riéndose.
—Oye, es tu funeral.
—Ve y trae un paramédico aquí.
—Creo que ha llegado Tammy, puede coser a tu chica.
La sanadora de los DarkRiver entró en la furgoneta en cuanto Dorian acabó de hablar.
—Déjame echarle un vistazo —dijo con voz suave, poniendo su equipo en el suelo.
Ria abrió los ojos de golpe ante el primer toque de la mujer. Emmett le pasó la mano por la espalda para tranquilizarla.
—Ria, esta es Tamsyn, nuestra sanadora. Puedes confiar en ella —para deleite de su leopardo, sintió que su cuerpo se relajaba casi inmediatamente.
—Llámame Tammy —sonrió Tamsyn—. Todos lo hacen.
—Te conozco —dijo Ria un instante más tarde—. Compraste un pedazo de jade en la tienda de mi madre.
—¿Alex es tu madre? —Tammy sonrió ante el asentimiento de Ria—. Le dije que necesitaba algo con que amenazar a mi compañero cuando se comporta como si tuviera una piedra bloque por cabeza y dijo, ¿por qué no una roca para una piedra?
—Eso suena más parecido a mi abuela.
Tammy sonrió.
—Todas las mujeres suenan como sus madres después de cierta edad —un guiño.
Ria se encontró sonriendo a pesar de sí misma.
—Entonces estoy condenada —le tendió las manos para que Tammy las limpiara—. Ya no me duelen.
—Humm, deja que las vea. ¿Te caíste sobre las manos? —Tammy limpiaba la tierra y la basura de las heridas mientras hablaba.
Ria asintió y respingó ante la escocedura del antiséptico.
—Sí.
La sanadora miró las palmas ahora limpias.
—Ningún corte necesita puntos —murmuró la hermosa morena.— Déjame mirarte la cara, cariño —las manos fueron increíblemente competentes y cuidadosas, pero toda ella parecía una modelo, con su altura y huesos elegantes.
Ria siempre había querido ser alta. Esa era una de las cosas que no había heredado de su padre. En vez de eso, se había quedado con la altura diminuta de su madre, pero no con el cuerpo naturalmente esbelto de Alex. No, Ria se había quedado con el corto y «curvilíneo».
«Ja, más bien generosamente acolchado». Su madre se comía seis bolas de masa guisada de una sentada y tenía sitio para más. Ria comía tres y engordaba casi dos kilos.
—¿Duermes? —fue un ruido sordo contra la oreja.
Sacudió la cabeza.
—Estoy despierta —más o menos.
—Te saldrán algunos moratones en la cara —le dijo Tamsyn— pero no hay daño permanente.
Le puso algo suave sobre la piel.
—Esto ayudará a evitar los morados.
—Xie xie —le salió automáticamente, una respuesta al toque de esta sanadora.
Tamsyn tenía manos como su abuela. Manos cariñosas. Manos de confianza.
—De nada —pudo oír la sonrisa aunque tenía los ojos cerrados—. Emmett, debes dejarnos solas unos minutos.
Sintió que el gran cuerpo que la rodeaba se tensaba. Forzándose a abrir los párpados, le tocó el pecho, no exactamente segura de donde había encontrado el valor. Los cambiantes leopardos eran mortales cuando se les provocaba. Pero, a pesar del ceño feroz de su cara, ella tenía la sensación de que este gato nunca le haría daño.
—Estaré bien.
—Tammy —discutió Emmett, el ceño más profundo—, está medio dormida.
—Debo hacerle algunas preguntas personales —dijo Tamsyn con voz tranquila y capaz—, para poder ver si necesita alguna otra medicina.
El cerebro borroso de Ria se aclaró.
—No llegó tan lejos. Sólo me golpeó algunas veces.
Un gruñido llenó el aire. Ella se enderezó de golpe, el corazón le latía a cien por hora.
—¿Qué fue eso?
—Emmett.
Parpadeando ante el tono de Tammy, miró al hombre que la sostenía.
—¿Tú?
—Soy un leopardo —dijo, como si se sorprendiera por su sorpresa.
—Olvídalo —contestó Tamsyn, atrapando la mirada de Ria mientras le desinfectaba los rasguños de las rodillas—. ¿Estás segura de lo que sucedió, gatita?Nadie va a juzgarte.
Era imposible no confiar en esta mujer.
—Le tiré mi bolso, le di un rodillazo en las pelotas. Después de eso, estuvo más interesado en pegarme que en… ya sabes.
Tamsyn asintió.
—Bien, entonces. Pero si alguna vez necesitas hablar, llámame —deslizó una tarjeta en el bolso gigante que alguien había recuperado y puesto en la ambulancia mientras Ria no miraba.
—Eso es… —empezó Ria cuando hubo un tumulto fuera.
—¿Dónde está mi hija? ¡Usted! ¿Dónde está ella? Dígamelo en este momento o…
—Mamá —Ria sintió que se le saltaban las lágrimas por primera vez cuando su madre entró en la ambulancia, apartando a Tammy fuera de su camino como si la otra mujer no fuera más fuerte y más alta.
—Mi pequeña —Alex la tocó por todas partes, besándole la frente con un tierno calor maternal—. Ese pedazo de mierda.
—¡Mamá! —su madre nunca juraba. Cuando la abuela de Ria se sentía malvada, llamaba a Alex «culo tieso» para verla estallar, su abuela era dinamita.
—¡Usted! —Alex clavó su penetrante mirada sobre Emmett—. ¿Por qué tiene a mi hija en sus brazos?
Esos brazos la abrazaron más estrechamente.
—La estoy cuidando.
Alex resopló de furia.
—No la cuidó muy bien, ¿verdad? Fue atacada aquí mismo, casi en la calle principal.
—Mamá —dijo Ria, intentando parar la diatriba, cuando Emmett asintió con calma y dijo:
—La culpa fue mía. Lo arreglaré.
—No fue tu culpa —dijo Ria, pero nadie la escuchaba.
—Bien —Alex se volvió hacia Ria—. Tu abuela te espera.
—¿Cómo lograste hacer que esperara en casa?
—La dije que desearías tu té especial de jazmín cuando volvieras.
Emmett había crecido en un clan fuerte y vibrante. Se había figurado que podría manejar a la familia de Ria. Eso fue antes de conocer a su abuela. Metro y medio de nada más que pura furia y una rabia tan fuertemente contenida que era impresionante por su control. Ria iba primero, por supuesto. Emmett habría permitido que Ria fuera primero, desde luego. Emmett no habría permitido nada menos, incluso si su abuela no le hubiera ordenado que llevara a Ria, quien protestaba que «puedo andar, por amor de Dios», a lo que parecía el dormitorio de la abuela, para que pudiera lavarse y cambiarse. Tan pronto como completó esa tarea, fue desterrado a la cocina para esperar.
El padre de Ria estaba todavía en el sitio, mientras evitaban que le diera a su agresor casi muerto otra paliza. También el hermano mayor de Ria. Lo cual lo dejaba en la cocina con la madre de Ria y su cuñada. Alex y Amber parecían hermanas. La madre de Ria era una mujer bonita, pequeña y elegante. Amber estaba cortada por el mismo molde, incluso tan embarazada como estaba ahora, sus rasgos eran delicados, sus brazos delgados y frágiles.
Emmett permaneció muy tranquilo en la silla donde le habían ordenado que se sentara. Tenía miedo de romperlas si las tocaba accidentalmente. Ahora Ria, era a Ria a quien quería manejar.
—¡Beba! —algo golpeó delante de él.
Bajó la mirada al charco de té de jazmín alrededor de la pequeña taza y decidió no mencionar el genio de Alex.
—Gracias.
—¿Cree que no lo veo? —le pinchó en el hombro—. Usted, ¿el modo en que mira a mi pequeña?
Nadie se atrevía a atacar a Emmett. Él no era uno de los leopardos más volátiles de los DarkRiver, pero era muy peligroso cuando estaba irritado. Y todos sus aprendices adorarían verlo ahora, sin atreverse a mover un dedo por temor a magullar a Alex.
—¿Cómo la miro?
Alex entrecerró los ojos.
—Como un gato grande a su comida —cerró las manos como si tuviera garras e hizo gestos como si empujara a otros aparte—. Así.
—¿Tiene un problema con eso?
—Tengo un problema con cada hombre que quiere salir con mi hija —con eso, Alex se dio la vuelta y caminó al mostrador—. Y su padre, él tiene dos veces el problema.
Emmett se preguntó si Alex esperaba que se asustara por eso.
—Crecí en un clan —estaba acostumbrado a la curiosidad de los compañeros del clan, a los padres gruñones y a las madres ferozmente protectoras.
Amber sonrió cuando Alex bufó y se dio la vuelta.
—Tienen problemas con las mujeres también —dijo en un susurro burlón—. Cuando comencé a salir con Jet, Alex me dijo que si le rompía el corazón, me golpearía con un rodillo.
Alex ondeó la mismísima herramienta en dirección de Amber.
—No lo olvides.
Riendo, Amber abrazó a Alex.
—Ria está bien, mamá. Se recuperará, mejor de lo que tú o yo haríamos.
Ahí fue cuando los parientes masculinos de Ria regresaron. La primera pregunta del padre fue:
—¿Quién demonios es él?