VEINTE

Al llegar escoltada por Marissa a las celdas de la prisión, Leo, Justin y Anika ya estaban allí, más o menos en los mismos lugares que antes.

—¿Estáis bien? —les pregunté en cuanto Marissa se hubo marchado, en voz baja—. ¿Qué os han hecho?

—Solo hemos hablado —susurró Leo—. Nos han llevado a una sala con Michael, que nos ha hecho un montón de preguntas, y luego nos han metido en otro cuarto a esperar. —Hizo una pausa—. Básicamente nos ha preguntado cosas sobre ti.

—Pero no le hemos contado nada —añadió Justin, que se volvió hacia la puerta y bajó la voz—. Incluso he conseguido no decirle que se fuera a la mierda. No veas lo que me ha costado.

—Ese tío me da repelús… —murmuró Anika, estremeciéndose—. Se sienta ahí y te mira con esa cara. Parece que le dé lo mismo que le contestes como que no. Es como si, le cuentes lo que le cuentes, él fuera a saber si estás diciendo la verdad o no. Ahora entiendo por qué en Toronto todo el mundo hablaba como si Michael pudiera estar siempre escuchando por encima del hombro.

Michael no podía leer la mente, pero sabía bastantes cosas. Recordé lo que me había dicho en el laboratorio («No existe ningún rompecabezas, tú sabes dónde está todo») y tuve que reprimir un escalofrío.

—¿Y a ti qué te ha pasado, Kae? —preguntó Leo—. Parecía que nos iban a dar a todos el mismo trato, pero, cuando han terminado con Anika, nos han traído a los tres aquí, hace ya un rato.

—Me ha llevado en coche a un laboratorio que ha montado —les conté, y me senté en el suelo—. Para intentar convencerme de que le entregue la vacuna.

No mencioné por qué se había centrado solo en mí: si estaba convencido de que yo tenía toda la información necesaria, significaba que a sus ojos ellos tres eran prescindibles, ¿no? ¿Era así como pensaba vencer mi resistencia, castigando mi silencio con su dolor? Me acerqué las rodillas al pecho y me las abracé con el brazo libre.

—¿Te ha contado qué piensa hacer ahora? —preguntó Anika.

—Solo que volverá mañana —dije—. No sé qué pasará entonces.

Podía cambiar de opinión y presentarse antes, pero dudaba que lo hiciera. Tenía la sensación de que iba a querer ser fiel a su palabra.

Un silencio incómodo se apoderó de todos nosotros. Los guardas del pasillo cambiaron y volvieron a cambiar. Anika los llamó e intentó convencerlos para que nos trajeran más agua, pero, al ver que no le hacían ni caso, volvió a derrumbarse contra la pared.

Supuse que Michael les habría dicho que nos ignoraran, para recordarnos que ahora tenía un control absoluto sobre nosotros, hasta el punto de poder controlar si comíamos o bebíamos. Tenía la sensación de que desde que habíamos comido el desayuno a base de galletas rancias de la mañana había pasado una eternidad. Mis pensamientos volvían una y otra vez a la cocina que había visto en el piso de arriba, y al olor a comida que flotaba en el ambiente. Los retortijones del estómago se convirtieron en un dolor constante. Cada vez que tragaba saliva, me notaba la boca más arenosa.

Nos dormimos todos a ratos, en un momento u otro, agotados tras aquella noche tan tensa e incómoda. En una ocasión, el sonido de unos pasos me despertó de un sueño neblinoso y me levanté precipitadamente. «¡Drew!», pensé, pero era solo otro cambio de guardia.

Las luces bajaron de intensidad. Había caído la noche. Se nos estaba terminando el tiempo.

No podía esperar que Drew volviera tan pronto. Incluso podía pasar que nunca encontrara la forma de sacarnos. ¿Cómo iba a lograr llevarnos de las celdas hasta la verja principal sin que nos interceptara nadie?

Pero si realmente era imposible, ¿qué opciones nos quedaban? Quedarnos allí esperando hasta que…, ¿qué?

A lo mejor, Michael había sido muy listo dejando que tuviera tanto tiempo para pensar.

—Creo que deberíamos hablar sobre nuestras opciones —dije con voz serena.

—¿Qué opciones? —preguntó Justin, disimulando un bostezo.

Anika se volvió para mirarme.

—Las opciones entre las que podemos elegir si nos quedamos aquí encerrados —respondí—. Si no tenemos ocasión de escapar.

Al otro lado de la pared de barrotes, Leo bajó la cabeza.

—No sabes hasta cuándo va a durar la vacuna donde la has escondido —dijo con expresión seria. Sabía adónde pretendía llegar yo con aquello.

—Creo que aún puede aguantar algunos días más —aclaré—, pero más allá de eso… no, no lo sé.

—O sea, que podríamos pasar un calvario para salvar una vacuna que se va a echar a perder de todos modos —dijo Anika.

—¿Y qué? —intervino Justin—. Sea como sea, no se la vamos a entregar a estos capullos, ¿no?

—Eso es lo que tenemos que discutir —dije—. ¿No sería preferible que alguien pudiera utilizar la vacuna, si la alternativa es que no pueda utilizarla nadie? —Y más aún si las vidas de las tres personas que me miraban en aquel momento dependían de ello. Prescindible significaba que Michael podía llegar a matarlos para obligarme a hablar. Me llené los pulmones—. Su laboratorio tiene bastante buena pinta. Creo que podrían reproducir la vacuna bastante rápido.

Para mi sorpresa, la primera en protestar fue Anika.

—¿Sabes qué harían con ella? Mantenerla fuera del alcance de todo aquel que no quisiera unirse a ellos, o que no fuera lo bastante listo como para resultarles útil. Como han estado haciendo con todo lo demás. ¡Que ya son lo bastante malos tal como están las cosas!

—¿Dirías lo mismo si entregarles la vacuna fuera la única forma de poder vacunarte? —le pregunté.

—Yo ya rechacé la vacuna en su momento, ¿no? —preguntó Anika—. Antes de la gripe cordial nunca dejé que nadie me chuleara y era mucho más feliz.

—¡Eso! —dijo Justin, que bajó el tono de voz de inmediato—. Si nos rendimos, seguirán mandando ellos y nada mejorará nunca. Gav y Tobias han muerto para que llegáramos hasta aquí. No les podemos fallar. Ni a ellos ni a todos aquellos que no colaboran con los guardianes.

Se me hizo un nudo en la garganta, pero logré decir.

—Pues yo creo que les fallaremos aún más dejando que la vacuna se eche a perder.

—Kaelyn tiene razón —dijo Leo—. No es tan sencillo. Yo no quiero vivir en un mundo donde los guardianes deciden quién tiene acceso a la vacuna y quién no, pero tampoco quiero vivir en un mundo donde manda el virus.

Naturalmente, lo único que cambiaría si lográbamos huir y llevar la vacuna hasta el CCE sería que esa decisión quedaría en manos de otro grupo de gente. Confiaba mucho más en la doctora Guzman que en Michael, pero, si dejábamos la vacuna en sus manos, podíamos estar condenando a Samantha, y a Drew, y a Zack, y a cualquier otra persona que se hubiera visto atrapada en las intrigas de Michael más por necesidad que por codicia o crueldad.

No era fácil tomar una decisión.

—Yo no lo quiero hacer —dije—. No me quiero rendir. No quiero que los guardianes tengan el poder. Pero tampoco quiero ser la responsable de que los demás se queden sin la vacuna, ¿me explico? —Hice una pausa y me froté los ojos agotados—. Tenemos que tomar una decisión ahora.

—Vale —intervino Justin—. Has dicho que la vacuna va a aguantar unos días más. Yo estoy preparado, por mí Michael ya puede ponerse manos a la obra.

Pero es que Michael iba a ponerse manos a la obra, eso era lo que más miedo me daba.

Al otro lado de los barrotes, Leo se me acercó y me dio un apretón en el hombro. Me incliné hacia él, buscando algo de consuelo en el calor de sus dedos. ¿Cómo iba a elegir si las dos opciones de las que disponía me parecían malas?

Leo giró la mano, me puso la palma sobre la mejilla y me la acarició con el pulgar.

—Hemos superado muchas cosas —murmuró—. Y esto no será una excepción.

Entrelacé mis dedos con los suyos. En aquel momento, no me importaba ni lo que podía significar aquel gesto ni cuál era la naturaleza exacta de mis sentimientos. Me moría de ganas de que me abrazara, y aquello era lo más cerca que podía llegar.

—Gracias —susurré.

Nos quedamos sentados en aquella posición durante mucho rato. Me adormilé con su respiración sobre la piel, hasta que una pesadilla plagada de cuchillos y sangre, con una cara que iba cambiando alternativamente entre la de Nathan y la de Michael, me despertó, con los nervios de punta. Los temblores me duraron hasta mucho después que lograra enfocar el cuarto a mi alrededor. Entonces solté la mano de Leo y me levanté para estirar las piernas.

—Jolín —dijo Anika, dirigiéndose hacia la puerta, con una voz ronca que no me pareció que fuera fingida—. Solo queremos un poco de agua. ¿Por favor?

No vi a los guardas, pero el murmullo de sus voces me indicó que seguían allí. Nadie respondió a sus súplicas. Volví a sentarme en el suelo.

Justo cuando mis nervios empezaban ya a calmarse, se oyeron de nuevo pasos en el pasillo.

—Toca cambio de guardia —dijo el recién llegado.

Nada más oír la voz, levanté la cabeza: era Drew.

—¿Dónde está tu colega? —preguntó uno de los guardas.

—Me ha dicho que antes de bajar quería ir a buscar no sé qué del dormitorio —respondió Drew—. Si queréis, lo podemos esperar, pero creo que no me pasará nada porque esté un rato aquí a solas.

—Vale, le daremos un minuto.

Me quedé muy quieta, aguzando el oído para intentar oír lo que pasaba, por encima del latido de mi corazón. Los segundos fueron pasando hasta que el guarda que ya había hablado antes dijo:

—A la mierda, este es el trabajo más aburrido del mundo: sobrevivirás a solas. —Se oyó un ruido metálico cuando le entregó las llaves—. Pero si el tío que tenía que acompañarte no se presenta, llama a alguien, ¿estamos? Tienes un walkie, ¿no?

—Sí, claro —respondió Drew.

Los otros guardas se marcharon. La puerta del fondo del pasillo se abrió y se cerró con un chirrido. Volví a levantarme y me acerqué a la entrada del cuarto; al ver mi reacción, los demás se pusieron en pie. Drew esperó unos segundos y entonces asomó por la puerta.

—Vale —dijo, manoseando torpemente las llaves—. No disponemos de mucho tiempo.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunté en cuanto abrió la celda y se acercó para quitarnos las esposas—. ¿Adónde vamos a ir cuando salgamos de aquí?

—Subiremos por las escaleras de la izquierda, saldremos por la puerta y rodearemos este edificio por la izquierda hasta llegar al aparcamiento —dijo—. Tenéis que ser tan rápidos y silenciosos como podáis. Creo que podré distraer a los que vigilan las puertas, pero, como alguien os vea, tendremos problemas. He logrado rescatar vuestra radio y un poco de comida, y lo he metido todo en el coche más rápido del que disponemos.

Después de quitarme las esposas, me dio una llave de coche con un llavero metálico.

—Nathan se va a cabrear mucho.

Me vino a la cabeza la imagen del descapotable rojo. No era el vehículo más discreto del mundo, pero por la noche eso no importaba, y la verdad era que tenía un motor que no estaba pero que nada mal.

—¡Genial! —dijo Justin—. Así aprenderá a no meterse con nosotros.

Me metí la llave en el bolsillo.

—¿Cómo las has conseguido?

—Se supone que los coches son compartidos —dijo Drew mientras soltaba a Anika, y acto seguido entró en la celda de los chicos—. Michael nos obliga a todos a dejar todas las llaves en un mueble del vestíbulo. Nathan nos advirtió de que como alguien tocara «su» coche iba a cortarlo en pedazos, pero sé que no vais a dejar que os pillen —explicó Drew, y se le levantó la comisura de los labios con una media sonrisa.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer? —preguntó Leo—. ¿Ser más rápidos que todos los demás?

Pero Drew negó con la cabeza.

—No, he llenado los depósitos del resto de coches con agua. Eso tendría que bastar para que los motores se calaran, inmediatamente o cuando ya estén en la carretera. Solo tenéis que correr más que ellos hasta entonces.

Me dio un escalofrío.

—Pero van a saber que nos has ayudado, ¿no? Olvídate de Nathan: ¿qué te va a hacer Michael cuando se entere? Tienes que venir con nosotros.

—No me pasará nada —dijo Drew—. Creo que he logrado disimularlo todo de tal forma que parezca culpa de otra persona. Todo excepto esto —añadió, y dio unos golpecitos en la puerta de la celda—. Voy a necesitar un poco de ayuda: tienen que creer que he cometido un error.

Ya había soltado a los chicos. Entonces retrocedió unos pasos y abrió los brazos.

—Pégame un puñetazo, Leo.

—¿Cómo? —preguntó este, con los ojos como platos.

—Tienen que creer que he plantado cara —le explicó Drew—. Si no, será demasiado evidente que os he ayudado. Un par de guantazos bastarán.

Al ver que Leo dudaba, Justin lo apartó y se colocó ante Drew.

—Ya lo haré yo —dijo abruptamente—. ¿Te doy en la cara, donde puedan verlo?

Drew asintió en silencio y se le tensó todo el cuerpo, preparado para el golpe. Aparté la mirada cuando Justin levantó el puño y me encogí al oír el crujir de los nudillos contra la piel. Drew se tambaleó un poco y se agarró a un barrote para recuperar el equilibrio.

—Muy bien —dijo con voz algo ronca—. Otra vez. ¿Qué te parece aquí? —preguntó, señalándose la barbilla.

Luego se sentó en el suelo y escupió sangre sobre el suelo de cemento.

—Perfecto —concluyó—. Andando. Voy a conseguiros algo de tiempo.

—Drew… —empecé a decir yo, pero, en cuanto iba a acercarme a él, me detuvo con un gesto de la mano.

—Marchaos.

Si solo hubiera estado arriesgando mi vida, a lo mejor habría perdido un segundo para abrazarlo; pero también se trataba de los demás. Así pues, me dirigí rápidamente hacia la puerta, seguida de Leo, Justin y Anika, y enfilé el pasillo. Aunque ya no veíamos a Drew, oí el crujir de su walkie-talkie y cómo, impostando una voz mucho más grave que la suya, decía:

—Creo que he visto a alguien corriendo junto a la verja sur. ¡Sí, ahí están! ¿Alguien puede mandar refuerzos? Se dirigen hacia el este…

Subimos por las escaleras y nos detuvimos un instante en el pasillo de la planta de arriba, pero la luz allí era muy tenue y, además, no vi a nadie patrullando. Corrimos hacia la salida más próxima. Si el plan de Drew no había funcionado y había guardianes al otro lado de la puerta, dudaba mucho que pudiéramos correr más que ellos. Justin todavía iba cojo.

Pero todo parecía ir según el plan previsto. Salimos en medio de la noche. En algún lugar, al otro lado del edificio contiguo, vimos luces y oímos a alguien que gritaba. No me paré a escuchar. Doblamos la esquina y nos dirigimos hacia el aparcamiento. Justin empezó a quedarse rezagado, cojeando por culpa de la pierna herida, y Anika ralentizó el paso para esperarlo. Yo también aflojé el paso lo suficiente como para no perderlos por completo.

En uno de los postes de la reja metálica que rodeaba el aparcamiento brillaba una tenue farola. Atisbé el destello carmesí del descapotable de Nathan, con la capota bajada, aparcado en el centro de la segunda fila. Les hice un gesto a los demás y me dirigí hacia allí.

—¡Eh! —gritó una voz, tan cerca que me subió el estómago hasta la garganta—. ¡Deteneos ahora mismo! ¡Un paso más y estáis muertos!

Como si no fuéramos a estarlo si nos deteníamos. Eché a correr y los demás me siguieron. Nuestras botas resonaron sobre el pavimento, pero es que ya no tenía ningún sentido no hacer ruido. Teníamos el descapotable a cuatro pasos.

Me saqué la llave del coche del bolsillo, con dedos temblorosos. Aún lo podíamos conseguir.

Un disparo seco resonó en el aire y Anika soltó un jadeo de sorpresa. Me volví y la vi junto a Justin, que avanzaba dando bandazos, intentando no quedar descolgado, con una mueca de dolor. Anika también se había girado. En aquel momento, vi cómo daba un respingo y se abalanzaba sobre Justin.

—¡No!

El grito escapó de mi garganta antes de que tuviera tiempo de entender lo que estaba sucediendo. Me pasó por la mente la idea de que nos estaba traicionando a todos, que iba a utilizar a Justin para salvarse. Pero en el preciso instante en que chocó contra él y lo derribó, se oyó otro disparo.

Justin cayó entre dos coches. Anika dio un bandazo y se desplomó hacia delante. Ni siquiera levantó los brazos para amortiguar la caída. Su cabeza golpeó contra el asfalto con un crujido espeluznante y se le sacudió todo el cuerpo por el impacto. Entonces se quedó inmóvil.