DIECIOCHO

Justo después del segundo cambio de guardia, las luces del vestíbulo se apagaron un poco más. Dormir parecía misión imposible: tenía las piernas doloridas del contacto con el cemento, y después de tanto tiempo esposada me daban espasmos en los brazos. Mi estómago era un nudo de hambre, pero finalmente el agotamiento pudo más que la angustia y sucumbí al sueño. Me desperté sobresaltada por un ruido de pasos justo delante de la celda.

Distinguí dos siluetas junto a la puerta. Levanté la mirada, agotada, y me desperté de golpe. Una de las dos siluetas era Drew.

Se me aceleró el corazón, pero me obligué a clavar la mirada en la pared contra la que dormía apoyada Anika, como si lo que sucedía ahí fuera me trajera sin cuidado. Los observé de reojo. Mi hermano estaba cara a cara con el guardián que había entrado con él, un tipo fornido y pecoso, más o menos de la misma edad que Drew. En la celda contigua, Leo se revolvió.

—Sí, tranquilo —le dijo Drew a su compañero, y le puso una mano encima del brazo—. Dame cinco minutos.

El tipo frunció las cejas, pero asintió en silencio y salió. Lo oí alejarse por el pasillo e intercambiar unas palabras con alguien que había allí. Drew se volvió hacia la celda. Yo me levanté y me coloqué ante él. La cabeza me dio vueltas.

Hacía cuatro meses de la última vez que había hablado con Drew en persona, pero, al verlo, casi me pareció que habían pasado cuatro años. Había cumplido los diecinueve a principios de aquel mes, pero la mirada de desconfianza que desprendían sus ojos lo hacía parecer mucho mayor. También estaba más delgado, el jersey le colgaba sobre los hombros estrechos y se le marcaban los pómulos en la cara. Su piel marrón claro había adquirido un tono grisáceo.

—Casi lo logras, Kaelyn —murmuró—. ¡Estabas tan cerca! He hecho todo lo que he podido.

Todas las dudas que pudiera tener sobre sus lealtades se desvanecieron de golpe. Me moría de ganas de abrazarlo a través de los barrotes. Llevaba tanto tiempo separada de mi familia de verdad que me parecía un milagro tenerlo allí, vivo y más o menos coleando.

—¿Nos puedes sacar de aquí? —le pregunté entre dientes.

—No inmediatamente —dijo, acercándose más a los barrotes y sin subir el tono de voz—, pero lo voy a intentar. Será complicado, tengo que resolver varios aspectos logísticos.

—Disponemos de poco tiempo. Las muestras de la vacuna… No sé durante cuánto tiempo se van a conservar frías en el lugar donde las he dejado.

Él asintió en silencio.

—Ya lo había pensado.

—Y Michael… —empecé a decir, pero no encontré las palabras para expresar lo asustada que me sentía debajo de la máscara de estoicismo que intentaba adoptar.

—Tengo que resolver varias cosas —repitió Drew—. No se trata solo de sacaros de la celda, también vais a necesitar un coche y alguna forma de impedir que puedan seguiros de inmediato. Creo que sé cómo lograrlo, pero tengo que planificarlo un poco.

Yo no había pensado en tantos detalles. Si nos conseguía un coche, podíamos volver a la casa, recoger la vacuna y plantarnos en Atlanta en cuestión de horas.

Atlanta, donde seguramente Michael tenía a un ejército de guardianes rodeando el CCE.

—Nuestra radio —comenté—. La gente que nos trajo aquí la cogió. La necesitaremos para hablar con nuestro contacto en el CCE. Iba a contarnos cómo llegar hasta ellos de forma segura, pero no tuvo ocasión de hacerlo.

—Eso no será muy difícil —aseguró Drew, sonriendo de medio lado—. Soy algo así como el especialista en radio. Cuando nos enteramos de que veníais hacia aquí y oímos que llamabais pidiendo apoyo, Michael me dejó acompañarlo justamente porque había demostrado mis capacidades técnicas con la radio. Me habría gustado poder hacer algo para que no se llegara a esta situación.

Se quedó callado y, durante un momento, no pudimos hacer nada más que mirarnos mutuamente. Estaba allí de verdad. Sabía que estaba vivo desde que habíamos hablado por primera vez por radio, pero, hasta aquel momento, no me había convencido de que era real.

—Drew —dije—, vendrás con nosotros, ¿verdad? Si logramos llegar al CCE, allí estaremos seguros.

Él dudó un instante y se volvió hacia la puerta y hacia aquel chico pecoso, que acababa de contarle un chiste al otro guardia, que se reía. La expresión de mi hermano me resultaba de lo más familiar, pero, aun así, tardé un momento en recordar dónde la había visto antes. En la cara de Justin y en la de Tobias, cuando miraban a Anika.

Y en la de Leo, a veces, cuando me miraba a mí.

—Oh —dije.

Drew se ruborizó.

—Zack es buen chaval —dijo—. No estaría con los guardianes si Michael no hubiera «reclutado» a su madre, que es doctora. Pidió que lo trasladaran aquí para que pudiéramos estar juntos. Incluso ha mentido por mí, para que pudiera bajar a veros.

—¿Sabe de qué estamos hablando?

—No.

—O sea, que los eliges a ellos —dije, intentando conservar la calma—. ¿Te quedarás con Michael y los guardianes en lugar de venir conmigo? Ya no los necesitas, Drew. En cuanto el CCE empiece a producir la nueva vacuna, el poder que aún tenga Michael importará bien poco.

Casi podía entender que Drew se hubiera unido a ellos, para sobrevivir y mantenerse al corriente de lo que sucedía, pero ¿cómo podía preferir quedarse con ellos?

—No se va a rendir tan fácilmente —dijo él—. ¿Y si volvéis a necesitar mi ayuda? No puedo dejar tirado a Zack, Kae. No sé si habría llegado hasta aquí sin alguien que me hiciera sentir como me hace sentir él.

Eso no se lo podía discutir. Todavía recordaba con dolorosa claridad cómo una mirada cariñosa de Gav había tenido el poder de animarme después de un día horrible.

—Vale —dije—. Me… Me alegro de que hayas encontrado a alguien.

Ese alguien en cuestión asomó por la puerta, enarcando las cejas. Drew levantó un dedo y Zack volvió a marcharse.

—Me tengo que ir —dijo Drew—. Pero quiero que sepas que mi prioridad sigue siendo velar porque tú y la vacuna de papá estéis a salvo. Por eso le he mentido a Zack, aunque creo que él lo entendería. Y por eso voy a hacer todo lo posible para sacaros de aquí y que podáis volver a la carretera. Te lo prometo.

—Gracias… Te he echado de menos —añadí antes siquiera de darme cuenta de lo que iba a decir.

—Yo también. —Drew metió las manos entre los barrotes y me estrujó la mano—. Papá estaría orgulloso de ti, ya lo sabes.

Apenas había empezado a apartarse de los barrotes cuando oímos el eco de unos pasos en el pasillo. Drew se puso tenso y se acercó hacia la puerta con paso presuroso. Ya casi había llegado cuando tuvo que hacerse a un lado para dejar pasar a la última persona a la que deseaba ver en aquellos momentos.

Nathan se detuvo en seco y se apartó un mechón de pelo negro. Se nos quedó mirando, primero a Drew y luego a nosotros. Yo retrocedí y crucé los brazos sobre le pecho, como si Drew hubiera estado hostigándome en lugar de alentándome. No me costó nada fingir, la penetrante mirada de Nathan había empezado ya a hacerme sentir incómoda.

En la celda contigua Leo se incorporó, y me pregunté hasta qué punto había podido seguir mi conversación con Drew.

—Lo que faltaba —dijo, y su voz rebotó dentro de la pequeña sala. Anika se despertó de golpe, y Justin levantó la cabeza y se frotó los ojos. Pero Nathan se volvió hacia Drew—. ¿Se puede saber qué haces tú aquí?

Drew se encogió de hombros.

—Se me ha ocurrido una idea para hacerlos cantar, pero no ha funcionado —dijo, y nos dirigió una mirada de rabia fingida.

—No me digas —replicó Nathan.

Reculé y me oculté entre las sombras de la celda, con la esperanza de que la falta de luz le impidiera percatarse del parecido razonable que había entre Drew y yo. No éramos gemelos, ni mucho menos, pero, puestos uno al lado del otro, a lo mejor se notaba.

Sin embargo, por suerte pareció que Nathan tenía otras cosas en la cabeza.

—¿Qué pretendías, impresionar al jefe o quedarte con la vacuna? —preguntó—. No sé cuál de las dos opciones me parece más estúpida.

—No importa —dijo Drew—. Como ya te he dicho, no ha funcionado.

—No me extraña —replicó Nathan—. Hablando no les vamos a sacar nada. A lo mejor Michael es demasiado bonachón para darse cuenta, pero necesitaremos hacerles unos cuantos tajos para lograr que se abran un poco, por decirlo de algún modo.

Se acercó a las celdas con una sonrisa tan malévola que se me erizó el vello de los brazos. Cerré la boca, consciente de que una protesta no serviría más que para alentarlo. Por desgracia, no todos habíamos desarrollado el mismo instinto de autopreservación.

—Pues a mí me dispararon y no me vine abajo —dijo Justin, que se levantó ayudándose con la puerta de la celda.

—Ya oíste a Michael —le dijo Drew a Nathan con voz tensa—. Nada de torturas. Por lo menos de momento. ¿Quieres contravenir sus órdenes y dices que yo hago cosas estúpidas?

—Si le traigo la vacuna, lo último que le va a preocupar a Michael es cómo la he conseguido —aseguró Nathan, que dio una palmada—. Creo que empezaré por ese —dijo, señalando a Justin—. Será divertido. ¿Dónde están las llaves?

—Las tengo yo.

El guarda que había estado hablando con Zack entró en la sala, con los brazos fornidos cruzados sobre el pecho. Zack estaba tras él. El tipo, algo mayor, no hizo ningún esfuerzo por ocultar su gesto de desaprobación.

—Y solo obedezco órdenes de Michael.

—¿A ti te parece que las órdenes son buenas? —se burló Nathan—. Estamos mimando a esta chusma. Sabes perfectamente que bastaría una buena paliza para que lo contaran todo. Presta atención.

Sin más aviso, dio un paso hacia un lado y agarró la muñeca de Justin a través de los barrotes. Él intentó zafarse, pero no fue lo bastante rápido. Con un repentino gesto de muñeca, Nathan giró el brazo de Justin y le dobló el codo al revés, con tal brusquedad que Justin soltó un grito de dolor ahogado. Me abalancé hacia ellos, instintivamente, como si pudiera hacer algo para ayudarlo a través de la pared de barrotes que nos separaba. Me aferré a los barrotes y me preparé para oír cómo le partía el hueso.

—¡Suéltalo! —gritó el guarda.

Al ver que Nathan no obedecía el guarda levantó el brazo y le pegó un puñetazo en la cara. Nathan se tambaleó contra la puerta de la celda y soltó a Justin para llevarse la mano al pómulo herido. Justin retrocedió, tambaleándose, lívido y con los dientes apretados. Entonces se abalanzó sobre Nathan. Al mismo tiempo, este se apartó de la celda dando bandazos, se revolvió y sacó una navaja automática del bolsillo de la americana.

—Podría matarte ahora mismo —le gruñó Nathan al guarda. En aquel preciso instante, la rabia que vi en sus ojos me hizo pensar en el oso que había perseguido a Leo y al niño, y supe que sería capaz de hacerlo. Sin embargo, cuando Zack y Drew se colocaron junto al guarda, la furia de sus ojos se convirtió en desdén. Nathan volvió a guardar la hoja de la navaja—. Vas a lamentar lo que has hecho —dijo, y se giró hacia nosotros—. Volveré, con el permiso de Michael o con las llaves. O sea, que id pensando si no preferís soltar lo que sabéis sin tener que pasar antes por el dolor.

Le dirigió una última mirada fulminante al guarda y salió.

El guarda tenía el ceño fruncido.

—Qué ganas tengo de que un día se pase de la raya y Michael le descerraje un tiro entre ceja y ceja, como a los últimos que se creyeron más listos de lo que eran —murmuró en cuanto supo que Nathan ya no lo podía oír—. No os penséis que os he protegido porque me caigáis bien —añadió dirigiéndose a nosotros—. Si Michael da el visto bueno, Nate puede hacer lo que le plazca con vosotros.

Volvió a salir al pasillo y Zack lo siguió. Drew dudó un instante y pareció como si fuera a decir algo reconfortante, aunque yo estaba segura de que no había nada que pudiera hacernos sentir mejor. Me dirigió un gesto con la cabeza y los cuatro volvimos a quedarnos a solas en aquella celda oscura.