Leo y Justin subieron por las escaleras tras de mí. Justin me apartó, entró en el dormitorio y giró sobre los talones para inspeccionar el mobiliario, como si fuera a encontrar a Tobias escondido en alguna parte.
—Pero ¿qué coño…? —dijo—. ¿Tanto dárselas de maduro y de responsable, y el tío va y se larga?
—Creo que se trata de otra cosa —lo corté. Recordé la conversación que habíamos tenido hacía unas horas y sentí un escalofrío—. Le preocupaba empeorar y contagiarnos antes de que llegáramos al CCE. Lo ha hecho por nosotros.
—Ah —dijo Justin, y el rubor de la cara le apareció de golpe.
—Seguramente no habrá llegado muy lejos aún —señaló Leo—. Conociéndolo, no creo que nos dejara sin alguien montando guardia durante mucho tiempo.
Por eso había puesto la alarma, para que no estuviéramos durmiendo horas y horas sin nadie protegiéndonos.
—Vamos —dije yo, y eché a correr escaleras abajo—. Tenemos que encontrarlo, antes de que…
Antes de que cometiera una estupidez todavía peor. Oh, no. Pensé en los objetos que habíamos encontrado encima del mármol. Lo había dejado todo, menos el frasco de sedantes. A lo mejor creía que alejarse de nosotros no sería suficiente; a lo mejor quería «eliminar» el problema por completo, como la mujer del desván.
Llegué corriendo a la puerta trasera de la casa. Sobre la nieve, un rastro de pisadas atravesaba el patio, bajaba por la colina y se perdía en el bosque; eran las marcas que habíamos dejado al llegar desde la casa donde habíamos aparcado el cuatro por cuatro. No habría sabido decir si había también un rastro de pisadas más recientes. Comprendí que Tobias utilizaría sus habilidades militares con nosotros.
—¡Que alguien vaya a comprobar si se ha marchado por la puerta delantera! —grité por encima del hombro.
—No lo parece —respondió Leo, que llegó corriendo a través de la cocina, con la linterna que había dejado Tobias en la mano.
Anika se había quedado dudando junto al mármol, delante de la pistola. El recuerdo de los disparos y el sonido de cuerpos que caían al suelo todavía retumbaba en mi interior, pero alguien tenía que cogerla. Y yo aún tenía el presentimiento de que, llegado el momento y si se le presentaba la ocasión, Anika se salvaría a sí misma a costa del resto de nosotros.
Volví a entrar, cogí la pistola y me la guardé en el bolsillo de la chaqueta. Ella se volvió hacia mí, su expresión oculta detrás de la bufanda. Salimos todos al jardín trasero y Leo iluminó la nieve con la linterna.
—¡Tob…! —empezó a gritar Justin, pero yo lo mandé callar con un gesto.
—¡Silencio! —le indiqué, sin levantar la voz—. No quiere que lo encontremos. Si sabe que lo estamos buscando, todavía se largará más deprisa.
Me dirigí hacia los árboles. Desde luego, Tobías ya debía de saber que saldríamos tras él en cuanto nos diéramos cuenta de que había desaparecido.
¿O no? ¿Era posible que creyera que nos alegraríamos de librarnos de él? A juzgar por su forma de hablar sobre el peligro que suponía para todos nosotros, para Justin y Anika… De pronto, comprendí que debería haberme esforzado más para hacerle entender lo mucho que significaba para mí lograr llevarlo hasta Atlanta y ayudarlo a derrotar el virus. De haber sabido que no íbamos a renunciar a él, a lo mejor no habría hecho aquello.
Nos adentramos en la densa oscuridad que se extendía bajo las ramas de las encinas y los pinos. El rastro de pisadas se perdía hacia la izquierda, y no se veían rastros nuevos que surgieran de estos. Eché a andar más rápido, mi aliento formaba nubes de vapor. El aire de la noche me pellizcaba las mejillas; se me había olvidado la bufanda.
Leo barrió el bosque con la linterna y yo seguí el rastro del haz de luz. La superficie de la nieve entre los árboles estaba lisa e intacta, a excepción de pequeñas pisadas de conejo y de algún pequeño hoyo aquí y allá, provocado por la caída de una rama. Bajamos por la pendiente hasta el pie de la colina.
Yo llevaba los puños cerrados dentro de los bolsillos. Tenía que haber alguna forma de localizar a Tobias. No pensaba dejar que se sacrificara cuando aún teníamos opciones de salvarlo.
Estaba intentando decidir qué hacer cuando alguien contuvo el aliento a mis espaldas. Anika se había quedado petrificada, señalando algo entre los árboles.
Un rumor mecánico llegó hasta mis oídos. Era un motor. Leo apagó la linterna sin mediar palabra.
Se me secó la boca de golpe. Di unos pasos hacia la linde del bosque. Desde allí podía ver los jardines de las casas y, más allá, la carretera.
Aparecieron dos luces débiles. Se trataba de un todoterreno con los faros de posición encendidos, avanzando lentamente por la nieve.
—¿Los guardianes? —preguntó Justin.
—No lo sé —murmuré.
Era posible que hubiera otro grupo de supervivientes viajando por la misma carretera que habíamos tomado nosotros, ¿no? Vimos cómo el coche dejaba atrás la casa donde nos habíamos instalado y también las dos siguientes, pero al llegar a la cuarta aminoró la marcha. Tras una breve pausa se adentró en el caminito de acceso, hacia el lugar donde habíamos aparcado nuestro cuatro por cuatro.
Fuera quien fuera quien iba en el todoterreno, era evidente que seguía nuestro rastro. Podían ser los guardianes, o tal vez otros asaltantes interesados en robar un coche nuevo y las provisiones que contenía. En cualquier caso, su aparición era una mala noticia.
Me vino a la memoria la neverita que había dejado en un rincón de la tienda, en la casa que no vigilaba nadie, y me invadió una oleada de pánico. No veía el todoterreno, pero oí claramente los portazos. En cuanto nuestros perseguidores se dieran cuenta de que la casa ante la que habíamos aparcado estaba vacía, tal vez empezaran a examinar las demás.
—¡Tenemos que regresar! —susurré—. ¡Rápido pero sin hacer ruido!
Retrocedimos apresuradamente por el mismo camino por el que habíamos llegado hasta allí. Sin la luz de la linterna era mucho más difícil evitar las ramitas que crujían bajo nuestros pies y los matorrales que nos raspaban la ropa. Era como si cada sonido tuviera eco. Cuando llegamos donde empezaba el jardín trasero de la casa victoriana, noté que tenía la piel cubierta de sudor.
El brillo de la luna, en cuarto creciente, nos mostraba el camino a través del jardín. Eché un vistazo a nuestras espaldas, hacia el lugar donde se había detenido el todoterreno. Desde que habían salido del coche, nuestros perseguidores no habían hecho ningún ruido, de modo que no tenía ni idea de dónde podían estar. Si estaban mirando en la dirección correcta, y a pesar de la distancia, era posible que lograran distinguir nuestras siluetas saliendo del bosque.
—A correr —dije—. Bordearemos la colina por el extremo más alejado y luego subiremos por detrás. Así será más difícil que nos vean.
Los tres asintieron con la cabeza y yo salí corriendo del bosque. Atravesé el claro que se abría entre el bosque y la colina con el corazón en un puño. Llegué enseguida al otro lado, lejos de la vista de cualquiera que se encontrara más al sur. Al llegar a lo alto de la colina, eché a correr hacia la puerta trasera. Ya dentro, encontré la neverita donde la había dejado. Solté un suspiro de alivio, la cogí por el asa y subí a la segunda planta. Me metí en el pequeño dormitorio que daba al sur y miré por la ventana.
Los del todoterreno estaban dentro de la casa ante la que estaban los dos coches aparcados. A través de las ventanas oscuras se veían destellos de luz, seguramente de linternas. Los demás se reunieron a mi alrededor.
—¿Tú crees que nos habrán visto? —preguntó Justin.
—Dudo que, si nos hubieran visto, estuvieran inspeccionando aquella casa —reflexioné.
—Tienen que ser los guardianes —afirmó Anika, inquieta—. ¿Quién más se dedicaría a circular por estas carreteras secundarias de noche, persiguiendo rodadas de coche? Estamos jodidos.
—No, no lo estamos —repuse—. Solo tenemos que… decidir qué hacemos.
—Van a descubrir nuestras pisadas —dijo Leo—. En cuanto vean que no estamos en esa casa, regresarán al cuatro por cuatro para averiguar adónde hemos ido y seguirán nuestros pasos hasta aquí. Pero eso formaba parte del plan, ¿no?
—Pues sí.
Cerré los ojos e intenté apartar los pensamientos confusos de mi cabeza. Tobias nos había explicado la estrategia paso a paso. Si nuestros perseguidores nos seguían el rastro a través del bosque, podríamos huir por la parte de delante de la casa sin que nos vieran, volver al coche y largarnos.
—De momento, esperaremos a que se dirijan hacia el bosque —dije—. Entonces saldremos por la carretera, subiremos al cuatro por cuatro y nos iremos de aquí. Yo monto guardia, mientras tanto recoged todas las cosas de la planta baja, ¿vale?
Salieron de la habitación sin rechistar. Estudié el camino que tomaban aquellas linternas lejanas, mordiéndome el labio.
No era ni mucho menos un plan infalible. ¿Qué pasaría si nuestros perseguidores dejaban a alguien vigilando el todoterreno? Aun en el caso de que no fuera así, en cuanto oyeran el motor saldrían detrás de nosotros.
La última vez que habíamos tenido a los guardianes pisándonos los talones, habíamos logrado escapar solo porque Tobias era un tirador de primera. Pero ahora ya no lo teníamos con nosotros; ni siquiera sabíamos dónde estaba.
A menos que regresara por su propio pie, y pronto, si queríamos huir, íbamos a tener que dejarlo atrás. Maldije entre dientes, asqueada. Él mismo había sugerido aquella estrategia y ahora íbamos a utilizarla para abandonarlo. Si hubiera prestado más atención a su reacción hacía unas horas, si le hubiera dicho algo para evitar que se marchara… Pero ahora era ya demasiado tarde.
Las linternas de nuestros perseguidores llegaron a la parte posterior de la casa y se reflejaron sobre la pintura brillante del todoterreno y del cuatro por cuatro. Me puse tensa. La ventana se empañó con mi aliento. Limpié el vaho y vi cómo las luces bailaban de aquí para allá, por todo el caminito de acceso y hasta el bosque. Estaban siguiendo nuestro rastro, tal como habíamos previsto.
—Vuelve, Tobias —murmuré—. Te necesitamos aquí.
Los haces de luz avanzaban lentamente, barriendo el jardín en todas las direcciones. El suelo del pasillo crujió a mis espaldas.
—Estamos listos —anunció Justin. Le temblaba la voz de nervios, y diría que también de emoción. Perfecto. Siempre y cuando no se le subieran los humos, podíamos contar con él.
—Todavía no es el momento —dije; la luz de las linternas apenas se había adentrado en los árboles.
Justin apareció a mi lado y me tendió algo, un fardo de lana: era la bufanda que me había olvidado durante nuestra huida precipitada.
—He pensado que la querrías —dijo.
—Gracias.
Me sorprendió su amabilidad, e inmediatamente me avergoncé de mi sorpresa. Aunque fuera más joven que el resto de nosotros, ya había demostrado que podía cargar con la parte de responsabilidad que le correspondía. Me enrosqué la bufanda alrededor del cuello y Justin bajó la mirada.
—Entonces, ¿Tobias se ha marchado porque no quería contagiarnos?
—Eso creo —asentí—. Por eso y porque sabía que pronto iba a ser incapaz de controlarse, y le preocupaba que por ello pudiera dificultarnos la llegada a Atlanta. Ya viste lo que nos costó evitar que Gav llamara demasiado la atención cuando… empeoró. Y eso que durante la mayor parte del tiempo ni siquiera estábamos en la carretera.
—Pero nos habríamos apañado de todos modos. Ya sé que me quejé mucho, pero la verdad es que con Gav la cosa tampoco fue tan difícil —aseguró, frotando las botas sobre la alfombra—. Tú crees que… En fin, ya sé que estos últimos días no he sido muy amable con Tobias, ¡pero es que no quería ponerme enfermo! No tengo nada en contra de él, de verdad. Tú crees que a lo mejor es por eso por lo que…
—No lo sé —dije con un nudo en la garganta—. A lo mejor fue por cómo actuamos todos. O a lo mejor no podríamos haber hecho nada por detenerlo.
Solo había intentado protegernos, como siempre. Se había marchado para proteger a un puñado de adolescentes que conocía desde no hacía ni un mes.
—Y ahora está ahí afuera, solo.
—Sí —dije yo.
No dije nada sobre los sedantes que se había llevado. Era posible que, en aquel preciso instante, estuviera en algún lugar del bosque, a menos de un kilómetro de allí, con todo el contenido del frasco en el estómago. Crucé los brazos sobre el pecho y me abracé a mí misma. «Largaos», me dije, con la vista fija en aquellas luces lejanas. «Volved al lugar de donde habéis salido. No nos obliguéis a abandonarlo».
Pero las luces ignoraron mi ruego silencioso. Después de inspeccionar el campo abierto, se adentraron entre los árboles, donde aparecían cada vez con menos frecuencia, hasta que se perdieron del todo de vista. Conté mentalmente los segundos: diez…, veinte…, treinta… Se habían ido. Y eso significaba que tampoco nos verían a nosotros. Era nuestra oportunidad.
Di media vuelta y me tragué las emociones. Había una persona ahí afuera y tres más dentro de la casa que confiaban en mí para que los sacara de allí con vida. Me metí la mano en el bolsillo en el que llevaba el último mensaje de Gav: «Sigue adelante».
En realidad, no tenía otra opción.
—Nos vamos —dije.
Leo y Anika nos estaban esperando junto a la puerta. Sin decir nada, nos dieron un par de bolsas a Justin y a mí. Leo me dio un apretón en el hombro y torció la boca con expresión afligida. Y acto seguido echamos a correr a través del aire gélido.
—Iremos más rápido por las rodadas de los coches, donde la nieve está aplastada —dijo Leo en voz baja cuando llegamos a la carretera.
Nuestras botas crujían sobre las rodadas heladas. Eché un vistazo a la carretera y a la silueta negra de los árboles mientras descendíamos por la colina. Nuestros perseguidores seguían perdidos en las profundidades del bosque, tanto que aún no lograba distinguir sus luces. ¿Seguirían avanzando con tanto tiento, o ahora que estaban seguros de haber encontrado nuestro rastro iban a acelerar el paso?
Empezaban a dolerme los dedos de sujetar el asa de la neverita. Pasamos junto a la casa que había al pie de la colina y también junto a la casa vecina. Cuando finalmente apareció la cuarta casa, bajo la débil luz de la luna, apresuré el paso, y si no eché a correr fue tan solo porque no me atrevía. Los demás me seguían de cerca.
Ya en el caminito de acceso, me quité el guante y metí la mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar las llaves del coche. Mis dedos se toparon con la pistola de Tobias. Reduje el paso y estiré un brazo para detener a los demás.
Si había alguien vigilando el todoterreno, teníamos que estar preparados.
Saqué la pistola y puse el dedo índice en el gatillo. Era un arma demasiado pesada y grande para mi mano. A mi lado, Leo desenfundó la pistola que les habíamos confiscado a los primeros guardianes a los que nos habíamos enfrentado, aquella gente a la que Justin y Tobias habían disparado con el arma que yo llevaba ahora en la mano.
Mientras avanzábamos por el camino de acceso, el corazón me latía con fuerza. Nunca antes había disparado con una pistola, pero, si al final la cosa era o ellos o nosotros, estaba bastante segura de que iba a ser capaz.
Antes de doblar la esquina de la casa, nos quedamos un momento dudando y nos asomamos para echar un vistazo: no había nadie esperando ante la puerta trasera, ni tampoco junto a los vehículos.
Metimos nuestras pertenencias en el cuatro por cuatro. Ocupé rápidamente el asiento del conductor y Leo se sentó en el del acompañante, con el mapa ya en las manos. Justin subió en la parte de atrás, pero Anika volvió la cabeza y se quedó mirando el todoterreno. Se acercó al vehículo y tiró de las manecillas de las puertas, pero no se abrieron.
—¡Vamos, date prisa! —la conminó Justin.
—Van a venir corriendo en cuanto oigan que ponemos en marcha el motor, ¿no? —murmuró Anika.
—Sí —dije—. Esto todavía no ha terminado.
Ella metió una mano debajo del abrigo y sonrió de medio lado.
—En ese caso, vamos a ganar un poco de tiempo.
Sacó un cuchillo de cazador largo y afilado; debía de haberlo cogido la noche anterior del cobertizo. Hundió la hoja del cuchillo en una de las ruedas y, mientras esta empezaba a soltar aire, repitió la maniobra con las otras tres. Noté cómo también a mí se me dibujaba una sonrisa en los labios: de repente, la huida no me parecía ni mucho menos tan imposible.
—A ver cómo nos pillan ahora —soltó Anika.
—Qué gran idea —dije yo—. Y ahora larguémonos de aquí.
—¡Cojonudo! —le susurró Justin cuando Anika se sentó junto a él.
—Llámalo restitución —dijo ella.
Metí la llave en el contacto.
—¿Seguimos el mismo patrón? —preguntó Leo—. ¿Giramos en cada cruce?
—¿Sabes qué? —dije yo—. Primero busquemos una carretera recta y larguémonos de aquí tan rápido como podamos. Ya nos preocuparemos por confundir nuestro rastro cuando hayamos puesto tierra de por medio.
No pude evitar echar última mirada hacia el bosque, como si esperara ver a Tobias corriendo hacia nosotros a través del jardín, pero allí no había nadie. Apreté los dientes y arranqué.
El sonido del motor retumbó en la oscuridad. Giré el volante, di marcha atrás, maniobré y avancé a toda velocidad por el camino de acceso. Oí algo a lo lejos, un grito, tal vez. Al momento nos alejábamos volando por la carretera. Atrás quedaban nuestros enemigos. Y también Tobias.