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El joven Sean llevaba pantalón corto y chaqueta de colegial. Tenía las rodillas huesudas. Sus dedos tironeaban perezosamente un hilo suelto de la insignia bordada en el bolsillo superior de la chaqueta. El emblema cataba formado por naves espaciales cruzadas, con una divisa latina al pie: PROIECTIO. El joven Sean tenía un proyecto en perspectiva…

Estaba sentado, como acabó por descubrir, en medio de una inmensa malla tridimensional hecha de pupitres vacíos, que se extendía hacia arriba, hacia abajo, en todas direcciones. Notaba la existencia de un suelo, aunque no podía verlo, puesto que descansaban en él sus pies lo mismo que las patas de su pupitre y las de todos los demás pupitres de su propio plano cuasi-infinito. Otros planos inefables se sucedían por arriba y por abajo, casi infinitamente.

De todos aquellos miles de pupitres vacíos, sólo el suyo estaba ocupado. Y por él mismo. (En lo que se ocultaban también una o dos paradojas…)

Se rascó la cabeza. De niño tenía abundantes rizos rojos y muy apretados. Los cabellos aún no se habían alejado como las galaxias en expansión, dejando el espacio vacío.

Pupitres. ¡Qué arcaico! Aunque tuviesen empotrado un teclado alfabético, y un par de auriculares, y una ranura de salida de papel impreso… Arcaicas rodillas huesudas. Arcaicos cabellos. ¡Arcaico muchacho!

Intrigado, se puso en pie. El piso invisible se prolongaba también de pupitre a pupitre, y no sólo debajo de cada uno de éstos. Durante un rato vagabundeó por entre los pupitres vacíos de su plano particular (ya que no había manera de acceder a los demás), y por último se sentó en otro pupitre idéntico. O tal vez fuese el mismo. Imposible saberlo.

Decidió que estaba en un examen, de manera que sacó del soporte el par de auriculares y se lo puso.

Casi enseguida, una voz se puso a hablar, a ritmo de dictado rápido. Automáticamente sus dedos bailaron sobre las teclas empotradas. De la ranura empezó a salir un listado. Se dio cuenta de que era su propia voz la que le dictaba, pero no supo qué decía el texto hasta que se puso a leerlo. Ya que la voz no le narraba la historia, sino que simplemente ponía en funcionamiento su sistema motor, los reflejos le permitían escribir.

Y esto fue lo que leyó (sin dejar de seguir escribiendo automáticamente)…

Primera Epístola:

El Séptimo Sol de un Séptimo Sol

En una cierta nebulosa se halla una hoja de segur formada por seis soles, que empuña un séptimo sol, el más poderoso; y dicho séptimo sol, bien mirado, se resuelve en el sistema de estrellas múltiples más impresionante de todo el espacio conocido. Consiste en un octaedro perfecto hecho de estrellas blancas del tipo O, todas las cuales giran en armonía alrededor de un centro de gravedad común, cuyo centro de gravedad (casi imperceptible en medio de la orgía de luz) es un astro más pequeño, del tipo K, el séptimo. Sólo un planeta es siervo de dicho séptimo sol, y es un planeta como una joya, donde nunca se hace de noche.

(Todo este conjunto de soles pudo haber sido remolcado y puesto en su lugar por alguna raza de grandes antiguos desaparecida mucho tiempo ha, y dedicada a reorganizar el cosmos para que obedeciese a propiedades cristalinas y giroscópicas…)

Allí, en aquel planeta del séptimo sol del séptimo sol, se producen curaciones milagrosas y, a veces, todo lo contrario: dolencias milagrosas. (Como si la gran raza hubiese concentrado la potencia en ese lugar en especial…)

A este mundo (llamado Oro, por su brillo y por su riqueza tanto como por el lugar que ocupa su sol en el centro del poliedro estelar de ocho caras, y siendo dicha figura, como sabéis, la de la estructura cristalina del oro) llegó, procedente de la constelación del Pavo, la nave de los enfermos en hibernación, llevando a bordo varios miles de casos de cáncer, encefalitis, etcétera…

Sean arrancó el papel del listado y detuvo la voz que dictaba. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Que él era el séptimo hijo de un séptimo hijo, excepcionalmente bendecido por la suerte? Aunque irlandés, por supuesto, aquélla era la primera noticia de unos supuestos hermanos.

Una antigua raza sobrehumana ya extinguida…

Un planeta llamado Oro (¿Dios?), construido por ellos…, remolcado hasta ponerlo en posición…

Una nave estelar en hibernación, cargada de almas enfermas…

¿Y procedente del Pavo (¿Paavo?)?

Claves…, acrósticos…, ¡absurdos!

Arrojó el papel al suelo invisible, y allí se quedó.

La voz te hablaba otra vez, y automáticamente se puso a escribir:

Segunda Epístola:

«¡Magnifiquemos al Señor!»

—¿Por qué hemos de magnificar al Señor? —se preguntó cierto día Herr Professor Heinrich Strauss, y enseguida se puso a tallar y a pulir la lente mas grande que se haya visto nunca en el mundo, y el armazón para sustentarla.

—¡O bien el Señor está muy lejos, o debe de ser muy pequeño…, minúsculo, en realidad!

Luego lo pensó mejor y convirtió su aparato óptico en un telemicroscopio: un instrumento que combinaba en uno solo las funciones opuestas del telescopio y del microscopio. Podía observar aquellos fenómenos que son tan grandes y tan próximos que nadie repara en ellos (como todo el ancho mundo, que su máquina reducía al tamaño de un granito de arena), así como los que son tan lejanos que se sitúan en la curva de los mismos confines del cosmos, directamente detrás de la cubeta del observador.

Un día, mientras contemplaba su propio occipucio a través de varios miles de millones de años-luz de distancia, gracias a la curvatura del cosmos (utilizaba luz de taquiones), Herr Professor observó una diminuta figura que bailaba y agitaba los brazos para llamar su atención. Aumentando la magnificación un par de divisiones de la escala logarítmica, tuvo la satisfacción de comprender que aquél a quien observaba debía ser sin duda el Dios a quien andaba buscando…

¿Herr Heinrich Strauss? Existía, en efecto, un microtelescopio…, o un telemicroscopio…, en algún lugar. Pero ¿dónde?

¿Estaré dentro de él en este momento?

Sean arrancó la tira de papel, la convirtió en una pelota y la arrojó un par de pupitres más adelante.

Su propia voz le habló de nuevo, y sus dedos se apresuraron a seguir el ritmo.

Tercera Epístola:

El Salvador de las gallinas

En mi juventud trabé conocimientos con una última ramificación de esa visión medieval del mundo, bajo la forma de la historia siguiente. Por aquel entonces teníamos una cocinera oriunda de la parte sueva de la Selva Negra, en quien recaía el cometido de ejecutar a las víctimas del corral destinadas a la cocina. Criábamos gallinas enanas, de una raza cuyos gallos son famosos por su combatividad y malicia singulares. Uno de éstos superaba a todos los demás en fiereza, y mi madre dispuso que la cocinera despachara al malhechor, con destino al puchero del domingo. Por casualidad, yo entraba justo en el instante en que traía el bicho decapitado y le decía a mi madre: «Con todo lo malo que era, murió como un cristiano. Cuando iba a cortarle la cabeza, gritaba: “¡Perdón! ¡Perdón!” Así que se habrá ido al cielo». Mi madre se enfadó mucho y contestó: «¡Qué tontería! Al cielo sólo van las personas». «Eso no es verdad —replicó la cocinera—. Los animales también tienen alma, y hay un cielo especial para todos, los perros, los gatos y los caballos, porque cuando el Salvador del hombre descendió a la tierra, el salvador de las gallinas también vivió entre las gallinas…».

¿Dios como gallina? Clo-clo… ¡Ridículo! Pero la historia que contaba su voz le pareció más conocida en esta ocasión… ¡Ah! ¡Era la que escribió Cari Gustav Jung! En Psicología y Alquimia. Tal vez… En un mundo de transformaciones alquimistas, ¿qué dejaba de ser posible? Incluso un Cristo-gallina. Uno podía convertirse en un ave, en efecto, si no había otra manera de volar… O tener alas que batir, en cualquier caso. (Cerró los ojos y vio una bandada de pájaros diversos que salía a través de un Hauptwerk —un Gran Órgano— creando un arco iris musical en sus tubos…) Si Dios podía ser una gallina, tal vez tenía que serlo alguna vez. Ya que Él no poseía ninguna naturaleza definible, mientras que la naturaleza intentaba definirle a Él…

La transformación de Denise en una bandada de pájaros, ¿sería auténtica y duradera? ¿O se trataba sólo de lo que él vio mientras ella estaba siendo proyectada? En realidad las personas no podían transmutarse en pájaros y en bestias (al menos, no habitualmente), ya que de lo contrario el mundo no estaría tan poblado. Pues, si bien podía considerarse escasamente poblado en un sentido, por otra parte la población era, sin duda, mucho más numerosa que el grupo de colonos y la cantidad de óvulos fecundados que llevaba la Copernicus. Aunque posiblemente los mamíferos y las aves también se transmutaban en humanos… El unicornio y el leopardo, la garza y el alcaudón ciertamente parecían obedecer a propósitos y motivos más amplios que los meramente animales… ¿Porque evolucionaban? ¿Porque personificaban ideas? ¿O porque eran ya actores conscientes y despiertos bajo el disfraz bosquiano? Y en tal caso, ¿quiénes eran?

Sean arrancó el listado de la epístola, pero esta vez se lo guardó en el bolsillo superior de la chaqueta.

¡De nuevo aquella voz!

Cuarta Epístola:

El Dios de la Singularidad

Dios es muy singular porque es Uno, lo mismo que sólo existe un universo en cualquier momento dado. ¿Pero tal vez hay otros universos coexistentes? En cuyo caso, nosotros no habitamos el Universo, y por consiguiente nuestro universo sólo puede englobar una parte de Dios. Siendo así, ¿cómo no pueden distinguirse partes distintas de Él?

¡Lógica de colegial! Sean refunfuñó y arrugó el papel. La voz continuó como si nada, pero ahora lo que decía era ligeramente distinto:

Dios es muy singular en cuanto puede emerger de una singularidad desnuda en el espacio-tiempo. Teniendo en cuenta que cualquier cosa, lo que se dice cualquier cosa, puede emerger de esa manera, entonces Dios también puede emerger de una singularidad desnuda, en un tiempo dado. Supongamos que una singularidad desnuda haya generado a Dios, lo mismo que podría expulsar una lata de guisantes o una mona o un exfarquib (nombre arbitrario de un objeto extraterrestre desconocido para nosotros). Así, tal vez el universo produce a un Dios para sí, de una manera bastante natural, y no lo contrario: que Dios produzca un universo. Si por tanto el universo es más extraño de lo que Dios pueda concebir (aunque sea capaz de concebirle a Él arbitrariamente), entonces es un viejo y extraño do. El Dios necesita un lugar tranquilo para escuchar la música que le creó a Él, lejos del ruido de las demás formas naturales de vida… Pero las formas de vida acaban por venir, quieras que no, y atracan en forma de nave hospital o nave de refugiados, y prevalecen sobre la creatividad de que Él estaba dotado

Sean arrancó de la ranura La Cuarta Epístola, y la hizo trocitos y la lanzó por el aire. Durante un rato los pedazos se adhirieron a su pupitre como tábanos. Pero al fin consiguió librarse de todos ellos. ¿Seré yo el condenado mono estocástico? ¿Condenado a generar cadenas interminables de sentencias absurdas sobre Dios, sólo una de las cuales podría ser realmente cierta? ¿O podrían serlo todas?

—¡Ejem! —gruñó la Voz.

Quinta Epístola:

Los Alienígenas Adorantes

Liliput y Brobdingnag no son en realidad dos países distintos, sino uno y el mismo. En ese país de Lilibrob (llamado a veces de Putingnag), las personas nacen muy pequeñas (aunque plenamente formadas) y luego siguen creciendo durante toda su vida, hasta que alcanzan el tamaño de gigantes. Todos sus órganos aumentan durante ese proceso, sin exceptuar los ojos, los cuales, como consecuencia de ese aumento de tamaño, se hacen cada vez menos capaces de enfocar las cosas con claridad. En el ojo que crece el mundo queda cada vez más desenfocado, aunque la costumbre y la familiarización tienden a paliar lo que ocurre realmente.

Así fue cómo los jóvenes gemelos idénticos llamados Antes y Después (nombre debido a que el nacimiento de uno de ellos precedió en escasos minutos al del otro) captaron la llegada de los Alienígenas de una manera mucho más exacta, aunque necesariamente más infantil que sus mayores.

En consecuencia, comprendieron que se debía rendir adoración a los Alienígenas visitantes. No comerciar. Ni darles la bienvenida. Ni rechazarlos. Ni interrogarlos. Ni copular con ellos. Pero sí adorarlos. Tal era el modo de relación más correcto entre seres mutuamente extraños. De hecho, la galaxia habitada era en realidad una inmensa iglesia, cuyos fieles se adoraban mutuamente: tal como la jirafa adoraría al elefante a título de prodigio, de epifanía de la rareza y la otredad, si tuviese inteligencia suficiente para ello.

Los adultos enormes de Lilibrob (o Putingnag) no podían captar esa rareza, puesto que veían muy mal. A ellos los Alienígenas les perecían criaturas bastante normales y familiares.

Como cabía suponer, los Alienígenas se marcharon muy pronto de Lilibrob, seguidos únicamente por las oraciones de los gemelos Antes y Después.

Sin embargo, y a medida que Antes y Después se hacían mayores y aumentaban de tamaño (y sus ojos crecían como consecuencia de ese mismo proceso), poco a poco fueron olvidando lo que habían visto. La dificultad fue que Después lo olvidaba algunos minutos más tarde que Antes, lo cual condujo a una discordia irreconciliable entre los gemelos, discordia que ellos justificaban como una cuestión de prioridad en cuanto al derecho de primogenitura…

—¡Dios mío! —gimió Sean, al tiempo que dejaba caer el papel—. Voy cada vez peor. Estoy regresando. Evoluciono hacia atrás.

Desesperado, abandonó su pupitre y echó a andar por el piano infinito de incontables pupitres vacíos. Todos vacíos. ¡Excepto uno! Sobre ese uno se veía un libro encuadernado en cuero natural y con cantos dorados.

Se acercó, no sin precauciones.

El título grabado en la cubierta decía: MANUAL DE PROYECCIÓN.

Lo abrió y leyó la página titular.

UNIDAD DE PROYECCIÓN MUNDIAL

MANUAL DE MANEJO

Departamento de Arquitectónica

Cúmulo de Bellastrella

1.500.000 B. C.

¿B. C? ¿Before Christ (antes de Cristo)? ¿O Cúmulo de Bellastrella?

Hojeó el libro, pero estaba impreso en una escritura indescifrable. No borrosa ni evasiva como suele ocurrir en los sueños; sencillamente, carecía de puntos de referencia para entenderla.

¿Para qué, entonces, una página titular en su idioma? ¿Para que él supiera, al menos, lo que estaba mirando?

¿Alguna raza sobrehumana había construido máquinas capaces de transformar la energía en objetos salidos, materiales, a escala planetaria, de mantener medios ambientes enteros proyectados para sus constructores, grandes holografías materiales codificadas según los pensamientos de los constructores…?

¿Habría recalado alguna de las máquinas vivientes en la superficie estéril de 4H97801, sin dueños que pudieran animarla? ¿O tal vez sus constructores habían muerto, o mutado en algo diferente? Era posible incluso que hubieran sido reabsorbidos, en virtud de algún reflujo voluntario o involuntario, en la propia máquina de proyección. En la lente.

¡Aquélla había sido la intuición de Muthoni! ¡La idea de usar a Dios como aparato terraformante! A pesar de todo, podía ser verdad. «En mis pensamientos todo el tiempo…». Tal vez aquel pensamiento les había sido sugerido. Y ahora emergía, una vez más, si bien la versión paródica, en aquel espacio interior de…, la lente, la retícula de la gran raza…

¿Y qué significaba en realidad lo de Arquitectónica? ¿Una combinación entre arquitectura y tectónica: reconstruir la corteza de un planeta con un nuevo paisaje? Sí, la arquitectura se insinuaba en la reorganización de todo un medio ambiente. Pero significaba también, sin duda, la ordenación sistemática del conocimiento. ¿De manera que, al disponer los conocimientos propios en tal y tal orden, uno alcanzaba el poder necesario para transformar un mundo…, de modo que el mismo reflejaría aquellos conocimientos?

La fuerza que respaldaba al Dios ¿habría sido «construida» por los alienígenas? ¿De algún lugar llamado Bellastrella? ¿O el Dios habría emergido espontáneamente, tal como afirmaba la Cuarta Epístola?

Ello había tratado de comunicar con él por medio de extrañas parábolas, cuya misma extravagancia indicaba o bien que eran puramente absurdas, o bien que constituían metáforas sobre el verdadero estado de la cuestión.

Vio con sorpresa que ya no era un colegial de pantalón corto y americana de uniforme. Se había tornado adulto, y ya no iba demudo, sino vestido. Ahora ocultaba conocimientos dentro de sí; vestía el mismo tipo de túnica que usaba Knossos, pero de color gris plata idéntico al de los trajes de astronauta de la Schiaparelli. Le picaba la cabeza. Se rascó…, y sus dedos se enredaron en cabellos. Espesos, con rizos muy apretados. Se arrancó un cabello: era ondulado y de color rojo cobrizo.

¿Era posible que los alienígenas de Bellastrella se hubiesen convertido en seres perfectos? ¿Estaban realmente allí, para dar la bienvenida a la llegada de la Copernicus…, a través del Dios que (quizás) habían creado para sí mismos? Bienvenida porque representaba algo dinámico, un nuevo comienzo…, ya que la perfección significa la inmovilización del mundo, como una mosca en un pedazo de ámbar.

¿Así que los seres humanos trajeron la salvación? Por tanto, era cierto que el Diablo (y el Dios) adoraban a los humanos recién llegados, ¡exactamente como sugería la Quinta Epístola! Mientras que, al mismo tiempo y según la Tercera Epístola, los humanos no dejaban de estar todavía al nivel de las gallinas, y la deidad barbuda y vestida de rosa que moraba en el Edén no era más que un salvador de gallinas, algo extrañado ante esta circunscripción de su papel; acontecimiento por otra parte bienvenido para los alienígenas de Bellastrella como escapatoria frente al Dios que habían generado, como huida de la perfección estática al dinamismo, a la actividad y a la sucesión de acontecimientos.

—¡Naturalmente! —exclamó frente a la retícula desierta—. Vosotros ya no estáis aquí, ¡oh, perfectos! Andáis todos por el Jardín o por el Edén, vistiendo unos cuerpos. En el Infierno quizá no, ¿verdad? Eso quedó para los robots. Es un lugar humano. ¡Vosotros sois el resto de la población! ¡Vosotros sois los peces y las aves, los tritones, los tiburones alados, el león y el unicornio! ¡Y tal vez seáis algunos de los humanos! ¡Estáis gozando de nosotros, disfrutando con nuestra psiquis extraña y complicada, con nuestra lucha por evolucionar!

—¿Estáis ahí? ¿Estáis ahí? —desafió.

Descargó un puñetazo sobre el pupitre más próximo, con tanta fuerza que las patas se doblaron. El pupitre se hundió con suavidad en el suelo y sólo quedó una leve marca allí donde había estado.

La onda de choque se propagaba. Como fichas de dominó o castillos de naipes, todos los demás pupitres empozaron a arrugarse y convertirse en meros puntos de referencia sobre el plano. Y a medida que iba perdiendo los pupitres que contenía, el plano mismo (y los de encima, y los de debajo) empezaba a deformarse poco a poco. Los planos se plegaban alrededor de él en una cierta forma hiperdimensional…, que tal vez fuese la representación geométrica de algún arcano Número de la Realidad.

Había lanzado una acusación y un desafío. El colapso de la retícula parecía ser la única respuesta. Pero justamente cuando la hiperestructura se plegaba alrededor de él y deformaba el espacio ocupado por su propio cuerpo reformado de adulto (de una manera indolora, aunque desconcertante, su propia altura, su longitud y su anchura desaparecían en aquel mismo proceso) habló una voz, que por esta vez no era la suya propia e interior.