21

Como cangrejos se arrastraron por la pendiente abajo, descolgándose paso a paso dentro de la estrecha grieta. Sean percibía el latido de su corazón emparedado entre las paredes de roca. ¿O tal vez fuese el pulso del «bulto» que decía Denise, procedente de honduras aún mayores?

La fisura, siempre descendente, se acodaba en un momento dado debajo de la catedral. La claridad fosforescente permitía distinguir el camino.

Justo cuando parecía que los muros, cada vez más próximos, les obligarían a cesar su exploración, el pasillo en zig-zag desembocó en una cripta subterránea, larga y de techo muy alto, bañada en la misma fosforescencia espectral. Hacia el fondo de la misma, un grueso pilar de piedra se hundía en el suelo; era la base de la aguja que se proyectaba hacia el exterior de la catedral, y estaba recorrido por unos canales o nervaduras que la hacían asemejarse a un gran órgano, o también a un haz petrificado de fibras nerviosas huecas, de tamaño descomunal.

En la base de tal órgano arborescente, un estanque circular cuya superficie, ligeramente aceitosa, enrasaba exactamente con el suelo de la cripta, de manera que parecía formar parte del mismo y que la diferencia soto fuese de consistencia. Como un cristalino, un ojo plano y gelatinoso puesto en una cuenca del piso, y cuyo nervio óptico fuese el tronco en forma de órgano.

Siempre la necesidad de buscar formas biológicas en todas partes, pensó Sean, mientras se esforzaba por ver lo que era aquello en realidad.

Si lo uno era un cristalino, y lo otro el nervio óptico, ¿dónde estaría el cerebro? ¿Arriba, en la oquedad de la catedral, en aquel cráneo vacío? ¿O más arriba, en el aire, el cielo, o todo el planeta? ¿En el Dios corpóreo, y el Diablo corpóreo, y en todas las criaturas? ¿En Knossos? Lo de allí sólo era un punto de enfoque, simplemente… un punto focal. ¡Ah! ¡Todo estaba vuelto de dentro afuera! Pero así debía suceder necesariamente, puesto que se trataba de una proyección…

¿El «bulto» de Denise? No existían palabras para describir aquel «estanque».

Se dieron cuenta de que habían enlazado las manos para mantener la cadena humana frente a la súbita enormidad de la cripta, después de la estrechez del paso en la roca. Libres de aquella camisa de fuerza, respiraban hondo. Como niños, o como un trío de amantes, se acercaron a la orilla del estanque.

Contemplaron aquellas profundidades insondables… o lo que tal vez no era más que un simple charco, pues no resultaba fácil decirlo, bajo el débil resplandor engañoso que se reflejaba y quebraba en aquella gelatina. Motas, chispas y figuras de luz nadaban de un lado a otro, burbujas e irisaciones amarillas, verdes y anaranjadas.

Sean se arrodilló y puso la mano libre sobre la superficie, pero ésta no se dejó penetrar. Su palma resbaló sobre la membrana viscosa y estuvo a punto de caer, pero Muthoni te retuvo. Pese a su fantasmal estructura interna, el estanque era de una pieza: total, entera, dentro de su película monomolecular.

—Es una cama de agua —decidió Denise—. ¿Nos metemos en ella? ¿Hacemos el amor? ¿Concebimos el ser perfecto?

Sean meneó la cabeza.

—No. Es una lente, un ojo. Pero ¿qué es lo que ve?

Muthoni soltó la mano de Denise y, arrodillándose a su vez, clavó el índice en la superficie. Ésta se deformó bajo la yema del dedo pero no cedió.

—Es de una sola pieza —susurró ella—. Es una célula única. Mirad, éstas son las partículas lisosomáticas, allá las enzimas. Y aquí las mitocondrias, los elementos de energía. Un lago de citoplasma viscoso. Ribosomas proteínicos. Vesículas. Cuerpos de Golgi. Y fijaos, allá en el centro: ahí está el núcleo, con los cromosomas y los nucléolos.

—No, es una pupila —la contradijo Sean, y se puso a hacer gestos con ambas manos, como si dibujara—. Lo de alrededor es el iris, y el humor vítreo. Y esos tubos que van hacia arriba son una especie de nervio óptico, un telescopio en el que se refleja el mundo.

—Tonterías. Es una sola célula… muy aumentada. —Muthoni consideró los tubos de órgano que se elevaban por encima de sus cabezas y traspasaban el techo, por el cual indudablemente entraban en la aguja de la catedral—. Este lugar es un gran microscopio, ¡eso es! Éste es el tubo, y el ocular se abre allá arriba, hacia el cielo. Y nosotros estamos en la platina. Es el microscopio de Dios para contemplar una célula a gran tamaño. Pero aumenta esa célula en la realidad y no sólo para nuestros ojos. Célula que es la matriz de todas las criaturas de este mundo, la base, el programa de toda la vida que existe aquí. Una célula terraformada…, basada en los patrones terrestres.

—Así que Dios ni siquiera es un bulto —rió Denise, pero su risa sonó temerosa—. Es un gran protozoo gigante.

Palmeó la membrana.

—Nunca lo hemos hecho sobre una bolsa de ADN.

¿Qué estaría viendo Muthoni en aquel ojo?, se preguntó Sean.

—Es la célula primordial —continuó ella—. Dios se ha convertido en esto. Las demás partes suyas proceden de aquí…, y Él es ahora parte de todo. ¡Maldita sea! ¿Cómo vamos a hablar con una sola célula… aunque, de todos modos, sea una de las nuestras?

—Deberíamos volver atrás y preguntárselo al Dios —sugirió Denise—. Al portavoz. Al Cristo.

Sintió una oleada de amor hacia aquel personaje vestido de rosa.

—¿Qué habrá pasado con la crucifixión? ¿Habrá bastado con una vez para todo el mundo…, para todos los mundos? —se corrigió.

—Éste no es un cristianismo canónico —dijo Sean—. Recuerda eso. Es el evolucionismo gnóstico de los alquimistas. Simbólicamente, Cristo es el hombre perfecto. El alquimista que triunfase, asumiría el lugar de Cristo. La «cristiandad» reemplazaría a la personalidad anterior de ese hombre. Knossos puede haberse convertido en el equivalente de Cristo, puesto que se ha crucificado en piedra a sí miaño en el Infierno. Como veis, en el sistema alquimista el hombre se redime a sí mismo y se convierte en el Cristo, el hombre perfecto. El Dios a quien vimos Denise y yo es el aspecto de «hombre perfecto» de Ello.

—¿Y cómo puede ser perfecto y necesitar nuestra ayuda? —preguntó Muthoni.

—Porque también Él ha caído en el mundo. Aquí sólo es una aproximación: la búsqueda de la perfección, porque no es…, realidad. Como tú dijiste, Denise, no es una evolución darwiniana. No es el universo real. Es una idealización. Pero incluso así, existe tras todo esto una criatura con poderes deiformes. Si Ello no hubiera sido equivalente a un Dios, esto jamás habría podido ocurrir.

—De nuevo en plena paradoja, ¿eh? —De nuevo Muthoni trató de atravesar la membrana—. Y entonces esto, ¿qué es?

—Una lente. El ocular del telescopio mundial. El ojo de Dios.

—¡Bah! Te digo que es una célula. Sobre la platina de un microscopio.

—Es un trampolín de gelatina —rió Denise—. De aquí ha despegado este mundo, y aquí es donde se sueña y se procrea. Seguid hablando de «Él» y de «Ello» hasta poneros morados. Aunque…, si me perdonáis, ¡se os ve bastante morados ya! Es esa vieja fosforescencia.

Hablaba como si estuviese algo bebida, o un poco histérica.

—¿No vais a hacer nada? Este mundo es para divertirse. Es un deporte, es el juego de Él. Así que…, ¡cero a uno contra el bulto!

Antes de que Sean o Muthoni consiguieran detenerla, Denise se había lanzado en plancha.

Una convulsión de luces saltó del estanque cuando ella cayó sobre la superficie con todo su peso: un temblor de tentáculos espectrales, inmateriales, fotónicos, rosados y violetas, anaranjados y verdes.

En cuanto a Denise…, reventó, se fracturó, se multiplicó. Primero se convirtió en un centenar de imágenes interpenetradas de sí misma: una imagen holográfica sólida dividida en cien fragmentos, cada uno de los cuales contenía la misma información total, pero con menos definición y menos exactitud. Durante una fracción de segundo fue legión. Luego, de súbito, en vez del centenar de facsímiles de ella misma en conflicto, se arremolinó una bandada de pájaros, que se elevó con rapidez, como aspirada por una corriente de aire, y desapareció por las aberturas de los múltiples tubos del órgano-obelisco, perdiéndose de vista al instante.

La superficie de la lente estaba intacta. Sean comprendió que aquella lente holográfica viva y sensible era lo que proyectaba la realidad actual de aquel mundo. Cabía en ella toda la superficie del planeta en forma codificada indescifrablemente. Temblaba todavía un poco, pero se aquietó enseguida.

Muthoni estaba boquiabierta:

—¡Ha desaparecido! ¡Se ha hecho trizas! De la misma manera que se hizo trizas Ello, partiéndose en un millón de seres inferiores. ¿Qué hacemos ahora?

—¡Te digo que está todo en el Bosco, en el esquema! Los pájaros de la vida que salen a través de los agujeros del obelisco, a su tiempo retornarán andando a la cueva-cáscara de huevo. Será reintegrada a sí misma. Es preciso.

—¿A tiempo para participar en el milenio? ¿Tendrá que evolucionar otra vez hasta convertirse en Denise? Pero ¿es que no te importa nada, hombre?

—Se habrá desbandado por toda la tierra, y estará en todas partes al mismo tiempo. El sueño de una ecologista… Esa fue la tentación que le propuse.

—¡Quiero que vuelva Denise! ¡Devuélvenosla, Dios! —gritó Muthoni, despertando los ecos de la cripta.

—A lo mejor Él quiere devolverse a Sí mismo, quienquiera que sea. Entiendo a qué viene esa proyección: su objeto es la reintegración. De la psiquis, de la nuestra…, y de la Suya. Ambas están engranadas. Y el método consiste en una especie de proyección holográfica, pero de realidades sólidas y no sólo de imágenes que se pueden atravesar con la mano. De símbolos en existencia. ¡Pero qué poder…, cuánta energía debe hacer falta para eso! ¿De dónde procederá? Eso no lo entiendo, pero sí entiendo el proceso psicológico de la proiectio. Sin que sepamos cómo, extrañamente, la proiectio, la proyección de lo inconsciente sobre el mundo exterior, ha encontrado una manera de realizarse físicamente. ¿Sabes una cosa? Voy a intentar un trato. No, no exactamente un trato. Voy a hacer un regalo de sabiduría. Intentaré…

—Si tuviera un bisturí, iba a enterarse esa célula —amenazó Muthoni, furiosa.

—¿Y qué? ¡Plaf! ¿Y deshinchar el mundo como un globo? ¿Hacer desaparecer la proyección? ¿Qué conseguirías con eso? Tal vez una roca desnuda, estéril, ¡todos muertos! Lo más probable sería que estropearas Su ojo, de manera que lo vería todo distorsionado hasta que lograse repararse a sí mismo. Y eso traería incontables desgracias al Jardín. Dolencias. Fealdad. Guerras. El Infierno lo invadiría todo.

—¡Pero la ha convertido en una bandada de pájaros!

—Hermosos pájaros…

—¡Pájaros estúpidos, que no hablan!

—Pero cantan. Celebrarán su propia existencia. Y acabarán reintegrándose en Denise. Ha sido sólo una demostración…, de Su propia situación.

—¡Pájaros, en efecto! Realmente estás deseando convertirte en un segundo Knossos, ¿verdad? Pero, Sean, ¡no olvides que somos expedicionarios de la Tierra! ¡Del espacio solar! ¿Lo recuerdas? Esto es una colonia humana, no una especie de laboratorio psiquiátrico para diversión tuya. Aquí se han invertido muchos recursos y muchas esperanzas humanas.

—Aunque no lo creas, estoy haciendo mi trabajo, Muthoni. Y soy el único, dicho sea con el debido respeto, aunque naturalmente no puedo hablar por Austin, ni por Tania, ni por Paavo. Pero dudo de que estén adelantando mucho. Tengo el propósito de encararme con Él, o con Ello, a través de la proyección, ¡ya que el «Dios» al que conocimos también era proyectado! Y no olvidemos que aquí no existiría ninguna colonia, a no ser gracias a esa proyección. El que nos parezca magnífica, mágica o maligna es otro asunto.

—Yo no diría que este espectáculo demencial sea una colonia. ¿Acaso Denise hará también su trabajo cuando anide por todas partes, o se ponga a piar en los matorrales, o ponga un huevo? Mira, Sean, casi sería mejor que no existiera colonia alguna, en vez de ese jardín de infancia de no sé qué entidad sobrehumana que juega con las personas como si fueran muñecos de niños. ¡O los muñecos del Herr Professor!

—¿Que casi sería mejor? Un algo siempre es mejor que la nada, niña.

—¿En tu informe para la Tierra, te atreverías a decir que esto es un éxito?

—¡Pero sí lo es!… A su manera.

—Entonces, ¿por qué desconectó Papaíto la Schiaparelli?

—A lo mejor es porque se siente inexorablemente atraído hacia la vida y hacia los sueños de ésta. Lo cual podría afectar también a la Tierra. Así que decidió alzar un cordón sanitaire alrededor de Sí mismo. Lo que tú dices, Muthoni, es confuso. Hemos de trabajar pasando por la proyección. Toda la vida de este mundo, y el paisaje, son una especie de proyección holográfica… y nuestra psiquis encaja en ella como un holograma colectivo. Por eso podemos morir y volver a nacer en otra parte, y atravesar mutaciones, y cambiar de color y todo eso, él es la luz láser que dice «hágase la luz» sobre todo esto. Esta es la forma en que asume Su entidad: el poder proyectar las ideas en la existencia. En cuanto a lo que pueda ser Su naturaleza propia…, bien, aunque no sé por qué, me parece que necesito verlo bajo Su luz, con Su misma longitud de onda. He de ver la luz misma, no lo que ella alumbra, no el holograma a escala mundial que proyecta.

Una idea súbita golpeó la mente de Muthoni.

—¡Figúrate! ¡Si nosotros tuviéramos un proyector capaz de envolver con una realidad terrestre sólida cualquiera de esas bolas de lodo que dan tumbos por el espacio, podríamos ir a todas partes y asentarnos en cualquier parte! ¿Es eso lo que estás pensando? ¿Que podríamos utilizarle a Él como máquina terraformante para otras colonias nuevas…, si aprendemos a controlar la proyección, tal como Knossos sabe enfocarla? Entonces todo esto no habría sido, en modo alguno, un desastre. ¡Qué maravilloso secreto llevaríamos a la Tierra!

—Depende de los flujos de la imaginación colectiva.

—Bonito trabajo para un endopsico, ¿eh? ¿Encargarse de vigilar la psiquis colectiva? ¿Sintonizar las proyecciones? ¡Dar forma a todo un mundo! Supongo que eso necesitaría algún tipo de simbiosis con el «Dios» o entidad proyectara. Aun así…, ¿crees que es eso lo que Él teme? ¿Por eso desconectó la Schiaparelli? ¿O sería por voluntad de Knossos…, deseoso de quedarse con el secreto para sí solo?

—Te adelantas demasiado. El empuje de la evolución pondría fin a la proyección, en un sentido psicológico, puesto que todo el mundo se daría cuenta de que lo que ocurre en el exterior está ocurriendo interiormente en realidad. En eso consiste «La Obra», en reunificar lo que ha descendido, o ha sido proyectado. Simbólicamente, debe ocurrir cuando todos los pájaros regresen juntos al poniente del mundo.

—Denise…

—No, no los pájaros de Denise. Me refiero a todos esos pájaros que, por una parte, son aves, pero por otra también son ideas: sabiduría oscurecida, el cuervo; resolución espiritual, el gallo. Y así sucesivamente. Entonces terminaría todo.

—¿Quieres decir que no podemos utilizar ese poder? ¿Que una vez supiéramos cómo hacerlo, seríamos como dioses? ¿Sin un mundo material? Como dijo Jerónimo, ¿verdad? «Si todos fuésemos dioses divinos y nos sentáramos juntos a la mesa, ¿quién nos serviría de comer? En tal caso, ¿qué sustancia podría ser la nuestra?».

—Sigue hablando. Empezamos a desenredar la madeja. ¡Recuerda que esta cripta es también, probablemente parte de la proyección! Lo seguro es que nosotros mismos nos proyectamos en la lente.

—¡Denise lo hizo por completo, literalmente!

—Tú ves aquí abajo un microscopio con una célula aumentada de vida terrestre. Yo veo…, estaba equivocado con lo del telescopio…, un proyector. Y lo que hagamos con él determina lo que él haga con nosotros. Lo que hizo Denise… Bien, ella siempre vivió absorbida por la ecología, casi místicamente, en su corazón; ahora la ecología la ha absorbido a ella. Como dijiste, se proyectó a sí misma en ella.

En Mis pensamientos todo el tiempo

La voz sonó más débil, bastante más lejana, a pesar de que ellos estaban más cerca del centro de las cosas, junto a la lente.

—Nos escucha —susurró Muthoni.

—Por supuesto, estamos en sus pensamientos. Hemos muerto y renacimos. Él nos proyecta. Hasta después de nuestra muerte no podíamos verdaderamente ser parte de la proyección, ¿no? Éramos unos simples forasteros. En realidad, no podíamos participar. Pero ahora sí. ¿Sabes una cosa? En cierta ocasión Denise me contó que allá por el siglo veinte circulaba una teoría metacientífica según la cual el universo entero era una especie de proyección holográfica de los pensamientos de un Dios. Cuando se divide un holograma en partes cada vez más pequeñas, la imagen no deja de existir, pero pierde definición. Quizá sea por eso que, cuando subdividimos el universo en partes cada vez más pequeñas, las partículas elementales se vuelven indeterminadas. El universo tal vez lo sueña un Dios y lo proyecta en la existencia. O se sueña a sí mismo. Si esto es así, ¿cabe pensar que el ser superior de este mundo bosquiano hubiese evolucionado en Su conciencia para percibir esto como la realidad? ¿Podría ser que estuviese explorando cómo es la existencia? ¿Sería Él un reflejo de algo que proyecta el universo…, pero dentro del universo? Tal vez Él era como un santo ermitaño, en una meditación de largos eones, hasta que aparecieron nuestros colonos con su dotación de símbolos a cuestas, y su hierofante secreto, Heinrich Strauss, emboscado entre ellos como una bomba de relojería…, y Él tuvo que dar vida a todos, un paisaje, un mundo…, puesto que sabía cómo hacerlo…, y ése fue el material psíquico que esperaba ser proyectado. ¡Lo cual habría sido para Él como una broma pesada a escala cósmica! En vez de absorbernos de buenas a primeras en el esquema, nos ha dejado llegar tan lejos porque tiene una esperanza.

—¡Sin duda no estaría esperando que le utilizásemos a modo de máquina terraformante!

—Voy a tratar de darle una cosa: la conciencia de lo que ocurre en la proyección. Tal como yo lo veo. Mi conciencia de ello. Proyectaré eso en Él, y luego ya veremos. ¿Quieres acompañarme, Muthoni?

Ella miró a su alrededor.

—¿Adónde?

—Al ojo de Dios. Al interior de esa lente. Como dos nitros de autoconciencia.

—¿Meternos en esa célula? ¡Estás loco! ¡Saldrás rebotado en forma de enjambre de abejas, o bandada de mariposas, o algo por el estilo!

—Lo que hay en este ojo no es humor acuoso, sino el aqua riostra. Aquí está: el sueño de los alquimistas.

Aventuró un pie sobre la membrana; saltar en plancha como Denise no iba con su estilo. La lente soportó el peso, aunque hundiéndose un poco bajo el mismo. Luego Sean cargó con todo su peso, haciendo aspas con los brazos en busca del equilibrio. Primero se tambaleó hacia un lado y luego hacia el otro; de pronto, los pies patinaron y se fueron en sentidos opuestos. Cuando cayó de cabeza en la lente, apenas tuvo tiempo para darse cuenta de la poca dignidad de su postura.

La luz le fustigó en los ojos.