20

Había dos Evas para un Adán: la una totalmente negra, la otra blanca y dorada. Sean localizó primero a Muthoni, que estaba descansando con Jerónimo a orillas del estanque de la fuente de porcelana. Más allá se abría una sabana africana que llegaba hasta una cordillera fragosa de cimas alineadas como una hilera de abrigos, chaquetas y americanas de piedra. Sólo una jirafa blanca, con una cabeza como dibujada, recorría aquella sabana, o quizás a lo lejos también un elefante.

Luego fue Denise quien se acercó al lago, tras salir de entre los naranjos.

—He hablado con el Dios. Quiere algo, pero no puede decirnos lo que es. Primero debo saberlo yo.

El Diablo se había tragado a Sean (y lo había digerido) tan pronto como él sugirió que, en realidad, era el Diablo quien adoraba al Hombre. Y Dios, según había dicho él mismo, era el Hijo del Hombre. ¿Sería entonces una deidad esquizofrénicamente entrampada por aquella banda de neosimios cosmonautas?

—¿… cuyo Führer psíquico fue Heinrich Strauss?

—¡Hum! Pero yo fui el capitán —observó Jerónimo, picado. Por lo visto su reciente seguridad empezaba a evaporarse—. Nunca le conocí en persona a Strauss. Yo era el capitán duro y severo. ¡O, al menos, solía serlo! ¿Cómo iba a ser él nuestro…, hum…, líder? ¿En qué aspecto?

—Entendía los secretos de la psiquis. Impuso su visión cuando Dios os exploró a todos. Me refiero al Dios primitivo, antes de que descendiera en un Hijo, un pájaro Espíritu Santo y un Diablo y qué sé yo cuántas cosas. Y se olvidó de Quién era al principio.

—¿Ese Dios que me ha postergado siempre, por instigación de Strauss, manteniéndome confinado en un encierro psíquico? —dijo Jerónimo al tiempo que escupía una pepita de naranja—. ¿También entiendes de esos secretos, Sean? Tú eres el comecocos de la Tierra, ¿crees que Dios desea que le comas el coco a Él?

Sean rió sin ganas.

—No será necesario. Está en todas partes, dondequiera que vamos. Sólo que no es Su cerebro, sino el nuestro. Este mundo es una proyección de la psiquis de todos nosotros, pero la clase de proyección viene conformada por la visión de un hombre en particular. Además, Jerónimo, yo no soy un comecocos. La psiquiatría reconstructiva asistida por máquinas dejó de utilizarse años antes de vuestra partida. Yo soy un «endopsico», si te importa la jerga. El terreno inconsciente, los arquetipos heredados. Un neojunguiano. Con la posibilidad de las colonias interestelares, esa escuela adquirió dimensiones totalmente nuevas. ¿Cómo se llevará la herencia ancestral con unas circunstancias insólitas? ¡Pues, a primera vista, muy bien en este pequeño mundo! El único problema es que lo heredado no se ha combinado con ningún medio ambiente nuevo, sino que se ha proyectado a sí mismo y se ha convertido en el medio ambiente, al punto de excluir el pensamiento consciente neocortical en no pocas personas. Tenemos toda la parafernalia de la reintegración psíquica trabajando como agente exterior, a escala mundial, pero… ¿fue Dios quien lo dispuso así voluntariamente…, o porque no tenía otra elección?

—Dios eligió lo que debía crear para nosotros.

—¿De veras? ¿O fuimos nosotros quienes le elegimos a Él?

—Yo no veo que el Jardín sea tan inconsciente. Cierto que la gente ha olvidado cosas…, como quiénes fueron en otro tiempo…, y que llevan ahora una vida basada en esa pintura, que está llena de simbolismo, ¿no? Pero son símbolos basados en la alquimia…, y la alquimia es la ciencia de la transformación de los hombres en seres perfectos, superconscientes. Este mundo tal vez sea un laboratorio, pero está todo a la vista. Muchas personas son conscientes de ello en el fondo de su mente… ¡Cuando no en primer plano de su mente! Dios es el espíritu transformador. ¿Acaso piensas que la gente no colabora, incluso en el Infierno? ¡Y cómo ansían hacerlo! ¡Y cómo lo haría yo, si sólo consiguiera olvidar lo que nos trajo aquí y quién fui yo…, con sólo que lograse librarme de ello!

Sean no había visto nunca a Jerónimo en un estado así, de apasionada frustración.

—¡Si de veras pudiera convertirme en un hombre nuevo! No en el antiguo, sólo modificado y purificado en una nueva carne. No. He dicho una mentira. No he sido disminuido por ninguna confabulación entre Dios y Knossos. Esa es una idea paranoide. Esa personalidad del gran capitán no fue más que una fachada. ¡Y estoy dispuesto a admitirlo! Desde luego me la impuse yo mismo, pero nunca fui mi verdadero yo. Era mi armadura para viajar por el espacio, y bien que trabajé cada bisagra y cada cierre de la misma —rió Jerónimo con frivolidad—. ¡Milagros! lo admito. Otra capa de la cebolla se frió en el Infierno. ¡Ah!, pero ahora soy el testigo, para siempre. Yo soy el que fue. Se me mantiene aparte.

—Tú estarás consciente de lo que ocurre porque apenas ocurre dentro de ti —replicó Sean, algo cortante—. A lo mejor es necesario que quede alguien como ejemplo de la conciencia ordinaria. Lo que viven todos los demás son, fundamentalmente, procesos inconscientes, y no me convencerás de lo contrario…, digan lo que digan Loquela, el hermafrodita y todos los demás.

—Bien, así ¿tienes también una idea de lo que está pasando? Con eso somos cuatro.

—Siete —replicó Sean—. Tal vez siete. No olvidemos a Faraday y a los otros dos.

—Espero que se encuentren bien, y que no se los haya comido ningún león. Podrían pasarse en el Infierno dando vueltas como una cinta sin fin —comentó Muthoni.

—Todo esto está muy bien para vosotros, los que habláis con Dios —exclamó Jerónimo, cediendo a la autocompasión—. Pero no para mí. Esta vez me faltó un pelo. ¿Sabéis una cosa? No pienso apartarme ni un milímetro de vosotros. Como si estuviera pegado. Ya lo he dicho otras veces: vosotros sois mi suerte.

Caminaban por la sabana, en dirección hacia los montes, cuando saltó de entre la hierba un leopardo y echó a correr hacia ellos.

—¡Oh, no, Dios mío! —exclamó Jerónimo, que se escondió sin vergüenza alguna detrás de Muthoni, como un niño que busca refugio tras las nalgas de su madre.

El leopardo se detuvo y empezó a andar alrededor de ellos, entre gruñidos.

Con un esfuerzo tremendo (o así lo pareció) dominó la agresividad que le empujaba a fruncir el hocico y enseñar los colmillos; en vez de llevar el salto a su conclusión habitual se puso a ronronear estruendosamente, y frotándose como tu gato entre Muthoni y Jerónimo hizo que el ex capitán fuese alejándose. Cuando lo tuvo separado del grupo, el leopardo se alzó sobre las patas traseras, le puso las zarpas sobre los hombros y empezó a empujarle pare separarle todavía más del trío. Tras bailar así, de espaldas con la fiera, durante un rato, Jerónimo perdió el equilibrio y cayó boca arriba. El leopardo se quedó a su lado como un perro guardián, tras haberle olfateado y empujado con el hocico.

—Continuad vuestro camino —lloriqueó Jerónimo—. El Dios no quiere que vaya con vosotros. Os esperaré en el lago. ¡Prometed que regresaréis para buscarme!

—¡Claro que lo haremos! —exclamó Denise.

—Si podemos —añadió Sean en voz baja.

Haciendo acopio de toda su dignidad, Jerónimo se puso en pie y echó a andar hacia el lago con pasos decididos. El leopardo le siguió un rato, y luego se tumbó a dormir en la hierba. Jerónimo continuó su camino y ellos el suyo.

—¿Era Dios quien controlaba ese leopardo? —se preguntó Muthoni—. ¿Qué tendrá en contra de Jerónimo?

—Dondequiera que nos hallemos en este mundo, estamos siempre en el pensamiento de Dios —dijo Denise con cierta solemnidad—. Debe tener otros planes para Jerónimo.

Entonces se oyó una voz en el aire:

En mis pensamientos todo el tiempo

Fue como un eco, salvo que no había ningún lugar donde hubieran podido rebotar los sonidos, y además las palabras no eran exactamente las mismas.

—¿Habéis oído eso? —preguntó ella.

Hacia las colinas, de donde viene la sabiduría

—Eso fue lo que me dijo antes, ¡que fuéramos hacia las colinas! ¡Dios! —gritó Sean.

Pero no hubo respuesta; aquellas palabras se las había llevado un soplo de la brisa.

—¡Este mundo es como una inmensa grabación! Estamos registrados, y Él puede reproducirnos, en cuerpo y alma, desde el Infierno hasta el Edén. Somos parte de Él, lo mismo que todo lo demás. Todo está relacionado: las personas, los pájaros, los peces… Todos se ven atraídos hacia una especie de sumidero protoplasmático y psíquico. Nosotros aún no nos hemos disuelto en él.

—¿Y Jerónimo?

—A fin de cuentas, Jerónimo cree en Dios.

—¿Y nosotros no? —suspiró Denise.

—Existe… pero ¿qué es?

—Un bulto —dijo Denise—. Eso es lo que vamos a encontrar en las colinas. Un bulto alienígena que da existencia a las cosas que sueña y devora la existencia en sus sueños. Encontraremos un algo que estaba agazapado ahí desde hacía eones, pero que no podía cambiar nada ni crear nada porque carecía de un modelo. Hasta que llegaron los humanos. Entonces hizo para ellos un mundo lleno de alquimia, a la manera de Knossos. Lleno de sabiduría gnóstica, con un Diablo y un Dios. Porque las personas no saben arreglárselas sin Dios. El «temor» es parte de nuestra programación, ¿no es cierto, Sean?, desde el primer estampido del trueno. Y si hay, como la hay, una Creación sobrehumana, tiene que haber un Creador o todo el asunto dejaría de ser lógico. Pero en realidad no existe nada más que un bulto.

A Sean le picaba la cabeza y se la rascó.

—Si la gente no puede arreglárselas sin un Dios, y si el capitán Van der Veld, tal como fue, era su propio Dios para sí mismo…, aunque falso…, entonces necesita que Dios exista realmente fuera de él mismo, ¿no? Pues ya está. Aunque Dios le ponga a prueba como a Abraham, exigiéndole sacrificios… y todo por la fe. Sería fatal para él…

—… Si se descubriera un mero bulto. Y si lo descubriéramos, ¿qué le contaremos a Jerónimo? Le daremos una palmadita en la espalda y le diremos que, naturalmente, Dios existe. Aunque sólo sea un bulto.

—Vamos a averiguarlo.

Una colina en forma de chaquetón azul se reveló pronto como una coraza metálica de piedra lisa. Era la meta más obvia adonde dirigirse. Desde el cuello abierto que era la cima, se alzaba a gran altura una aguja de mármol con una coronación en forma de bote de pimienta. El botón inferior de piedra estaba desabrochado (un pedrusco azul yacía a un lado), dejando una abertura que se adentraba en el estómago hueco de la montaña…

El interior de la colina hueca era una nave catedralicia de fría roca azul. Gruesas columnas se elevaban desde el suelo hasta la bóveda. Tratábase de una construcción, y al misma tiempo de una gruta natural, las dos cosas a la vez, sin que fuese posible distinguir la una de la otra. La luz matutina entraba por la abertura en la parte superior de la bóveda, de donde salía la aguja de piedra, como secoya gigantesca fosilizada. Aunque procuraban hablar en voz baja, la nave se llenó de un reflujo de voces, de un coro de murmullos ocultos.

Al fondo de la nave uno hubiera esperado ver el altar del Dios desconocido. Y, en efecto, algo había allí: una roca, un pedrusco. Avanzaron poco a poco hacia él, cruzando la nave. Las leves pisadas de sus pies desnudos resonaron en lo alto como aletazos.

Aquella catedral estaba vacía, ¿en espera de qué? ¿De fieles? ¡No era probable! Ya que, fuera, todos «adoraban» desde luego al Dios, siendo quienes eran, mediante su afán de magnetizados.

Sean sintió un escalofrío. Estar allí era como volver a la hibernación. Era como si le hubiesen reducido a un tamaño microscópico y le hubieran olvidado en algún compartimiento frigorífico propiedad de un coloso ausente. Fuera quedaba el mundo…, que tampoco era un mundo «real», sino el mundo onírico del coloso, inconscientemente proyectado en la realidad. Pero el gigante estaba escondido. Aquello eran mitos, por debajo del nivel de la proyección. Casi, pero no del todo. ¿Podía existir algún nivel todavía más bajo? Una cripta en donde se agazapaba el todopoderoso bulto predicho por Denise, dedicado a proyectar el mundo, y el Dios, y el Diablo, incapaz de decirles quién era pero, ¿tal vez deseoso de que lo adivinasen?

Nadie acudía a reverenciar ni a enfrentarse con una masa informe, cuando Dios en persona andaba por el mundo. Por eso la catedral permanecía desierta.

—Detrás del altar —murmuró Sean—. Es posible que exista una cripta debajo de todo esto: el corazón del mundo. Desea que lo descubramos pero no puede expresarse. Todo está ya expresado ahí fuera, sacado de nosotros y moldeado según nosotros.

Aquella caverna catedralicia era quizá la primera proyección, la primera burbuja de materia metamorfoseada insuflada por Ello en el vacío exento de aire que originariamente había rodeado aquel planeta: un punto de reunión donde Ello habría podido acomodarse con la gente de la Copernicus; solo que, a medida que ésta se acercaba a aquel sistema solar, el contenido de sus mentes se especificó cada vez más y el Dios quedó prisionero. O no: se generó con tal Dios, como un Dios de una especie particular…

Llegaron hasta lo que Sean se había empeñado en considerar un altar. Era una gran excrescencia porosa de piedra pómez: una esponja de piedra, un tumor rocoso vomitado por la garganta de la estrecha caverna o túnel que se abría en el suelo detrás de aquélla, descendiendo en pendiente de unos cuarenta grados. Las paredes del túnel tenían un brillo fosforescente, y se iban juntando a medida que descendían, como si el túnel permaneciese abierto sólo mediante un esfuerzo, mediante una compresión sobre las rocas que tendían a reunirse y cancelar aquel defecto en el suelo de la catedral, por lo demás impecable.

—El camino es estrecho —observó Sean.

—¿Adónde? —preguntó Muthoni.

—¿A la verdad? ¿A lo que Dios es? ¿A lo que ha olvidado que es?

—¿Y qué, si lo encontramos? ¿Será el milenio, ya mismo?

Sean abrió las manos, notándose un aire vagamente episcopal, y eludió la pregunta.

—¿Qué puede pasar dentro de ochocientos años o así? Quiero decir, ¿va a subsumirse todo este mundo en el bulto que dice Denise? ¿En una meta-entidad? ¡Ah! ¡Eso es lo que Dios querría que, creyerais! —bromeó Muthoni, aunque con algo de rabia—. Él no piensa que esto pueda funcionar sin un poco más de orientación psicológica que la que asimiló el viejo Knossos.

—No la toméis conmigo ahora —dijo Sean chasqueando los dedos con impaciencia—. Lo siento. La culpa es del Diablo que ha sembrado las semillas de la duda. El Diablo no cree en la Obra.

—Parece que no, ¿verdad? De otro modo, ¿de qué serviría el tener un Diablo?

—El Diablo es un racionalista —dijo Denise, no muy segura, mientras se mordía el labio—. Todo este asunto de la evolución acelerada…, como un escalafón por el que todos quieren subir, incluso los peces… Bien, es divertido, pero no racional. No es eso la evolución darviniana. Es el sueño de una evolución. El que todos tenemos arraigado dentro de nosotros. A mí me ocurre, lo sé. Y aunque sea tan antiecológico, porque todos necesitamos esos nichos y esas criaturas tan soberbiamente adaptadas a ellos. Pero el sueño secreto sigue ahí, el sueño de que todo ha de tener una finalidad.

Hizo ademán de espantar una mosca que se había posado en su seno, y sonrió con una mueca.

—Aquí no hay bichos, ¿verdad? El nicho de los insectos está vacío, Es un mundo no darwiniano. Así es como tiene que ser estando un Dios a cargo de todo.

—Tampoco el Bosco sabía nada de la evolución ni de su finalidad —dijo Muthoni—. ¿Por qué ha de preocuparse de los peces? ¿Qué pintan ellos aquí?

—Algo sabía de la Gran Cadena de los seres. Es eso, más la idea de «progresión» peculiar de los alquimistas, lo que impulsa la versión de la evolución que se da en este mundo…

—Y eso te seduce. ¡Lo mismo que a Sean! Sí, Sean. Dime a quién persigues y, con el tiempo, te diré a quién te pareces. Disculpa esta pequeña exhibición de profundidad psicológica.

—¿Quieres decir que me he puesto en el papel de un segundo Knossos? ¿O que me ponen en ese papel?

Muthoni se encogió de hombros y se puso a mirar al fondo de la grieta.

—¡Qué extraño! Es como una especie de pesadilla.

—¿El canal natal al revés? Bien, ya hemos renacido dos veces, y no hay dos sin tres.

—Creo que preferiré quedarme aquí. Al menos por ahora llevo mi color auténtico. Me pertenezco a mí misma. El Edén es un bonito lugar. Es como estar en casa, aunque las jirafas las pinte un mal dibujante.

—Y yo soy la Primavera —sonrió Denise.

—Mirad —susurró Sean, pero pese a ello la catedral amplificaba sus palabras—. Estoy muy a favor de… no, ¡a favor no! Mejor dicho, estoy fascinado por lo que veo que ocurre aquí, toda esa proyección de los procesos inconscientes a través de símbolos vivientes. Así pues, ¿es esto lo que ocurre cuando la humanidad aterriza en la esfera de una superinteligencia ajena? ¿Se fuerzan los arquetipos ancestrales hasta el punto de romperse? No, lo que ocurre es que ellos se las arreglan para sujetar esa inteligencia, pero ¿cómo? ¿Acaso el Dios evolucionó a partir de una fase preconsciente como todos nosotros? ¿O evolucionó hasta llegar tan lejos de los estadios primitivos que éstos le atraparon otra vez, al venir en dirección imprevista? ¿Qué es este mundo, un acto de compasión, un juego o una ardua necesidad? ¿Realmente dispone sólo de un milenio para completar la obra…, o es eso, una vez más, una proyección de las obsesiones religiosas de Knossos? Tendré que concentrarme en eso. Tan pronto como dejásemos de preocuparnos por estas cuestiones, Dios nos procesaría. Nos absorbería en el esquema. Estoy seguro. Para prototipo de la conciencia ordinaria, ya tiene a Jerónimo. No nos necesita a los demás para eso. Todavía somos una curiosidad para Él. Por ahora. Le podemos decir a Él algo objetivo sobre la fase a que ha llegado su Obra… No, maldita sea: le podemos decir a Ello. Quiere que lo hagamos. Mientras nos necesite, estamos relativamente inmunes al mesmerismo… excepto… —dijo mirando de reojo a Denise—, excepto en la medida en que podamos mesmerizarnos nosotros mismos. Encantarnos a nosotros mismos. Y me incluyo también en esa advertencia.

Muthoni volvió a mirar al fondo del túnel.

—Bien, se supone que yo soy una doctora…, pero aquí todos somos inmortales, al menos durante los próximos ochocientos años. ¿O para siempre? Así que estoy de más. Supongo que ya lo sabía cuando rabiaba en el Infierno. Ahora me veo en el seguro de paro de Dios.

—Sí, tómalo de esa manera. Es el seguro de paro de Él…, o de Ello. Tienes como paciente a un extraterrestre sobrehumano que está, digamos, empachado… de nosotros. Y los síntomas se manifiestan en todo este mundo. Y tú, Denise, ¿no te gustaría saber cómo prueba eso de dirigir toda una ecología con sólo proponérselo?

Aunque aquélla era la trampa reservada especialmente para seducirla a ella…, no podía dejar de evocarla, aunque momentos antes la había puesto en guardia. Estaba seguro de que los tres debían bajar juntos por el túnel.

—Imagino una ecología maravillosa, jardines en todas partes, y personas conscientes de los procesos mágicos en curso. Pero debe terminar alguna vez, ¿no? Es preciso que el paciente se cure.

—Reintegración, ése es el nombre de la jugada. ¿Y qué viene después de la reintegración?

—¿Crees que podría ser el paraíso…, para siempre? ¿Un paraíso terrenal, mantenido por el sobrehumano y los humanos, conjuntamente?

—Nunca lo descubriremos si no nos movemos de aquí.

Muthoni lanzó al aire una moneda imaginaria. Y como que era imaginaria, había tomado ya su decisión.

—¿A qué esperamos? ¡Vamos allá!

Denise se volvió para contemplar la catedral desierta, y se pasó la lengua por los labios.

—Nunca he visto un bulto así. Supongo que habrá que ir a verlo. Y no me gusta quedarme sola. ¡Recuerdo cierto unicornio que…!

—Esa fue tu imagen, Denise: el bulto. No le obligues a serlo. No le obligues a nada. Deja que Él, o Ello, nos demuestre lo que es.

Y empezaron a bajar por la grieta, en fila india.