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No existían direcciones en el Infierno…

Un grupo de músicos rascaba, soplaba y golpeaba sus instrumentos en el desierto ardiente, al otro lado del erial de hielo, adonde llegaban sus sonidos discordantes. Uno de los intérpretes estaba crucificado sobre las cuerdas de un arpa gigantesca. Otro estaba echado sobre un organillo y daba vueltas al manubrio. Un tercero tocaba el timbal con la cabeza…

—¡Oh, no!

Denise volvió hacia Jerónimo con ademán acusador, pero él se limitó a reír.

—No hay direcciones en el Infierno, te lo dije, Athlon.

—¡Anduvimos en línea recta! —protestó Muthoni—. He venido guiándome por las estrellas, que no mienten, esto es un planeta y tiene una superficie, y un norte y un sur. ¡Debemos estar en otra parte! ¿Cuántos lugares diferentes pueden ser el mismo lugar?

Sean dio un paso adelante, del hielo al fuego, y experimentó el instante de bendito alivio seguido de un dolor distinto.

—No son las mismas personas. Ése no es el mismo lugar —dijo lentamente.

—¡Mira ese tipo que gatea con la partitura grabada en el culo! ¡Mira esa vieja cara de sapo, la del director! ¡Y los huesos del caballo! ¡Hemos descrito un gran círculo!

Sean meneó la cabeza.

—Es la misma escena, pero no el mismo lugar.

Al otro lado, los músicos pasaron por una de las fases de integración momentánea. La melodía era de Richard Strauss. Los huesos del caballo se pusieron en pie y bailaron; las vísceras ocuparon sus lugares en el costillar. Aparecieron los tendones, y las venas y arterías crecieron como parras del desierto bajo tu lluvia.

—¡Antes Parsifal…, y ahora Strauss! ¿Por qué no tocan música medieval? —protestó Denise—. ¿No está ahí el quid de la cuestión? ¿Por qué no tocan lo que les corresponde?

—Un punto para el equipo visitante —rió Jerónimo, aunque al parecer él tampoco lo sabía.

Luego la música retornó a la discordancia y el caballo se desintegró en un nuevo montón de huesos.

—Mirad —señaló Sean—. La que toca el tambor con la cabeza es una mujer, y el crucificado no es rubio sino moreno. Son otras personas. ¡Deben existir zonas en el Infierno donde se repite la misma escena! ¡Como si repitieran los mismos hechos ad nauseam! ¿Tan empobrecido está el Infierno, Jerónimo? ¿O sería la pobreza una de las cualidades esenciales? Uno puede andar cuanto quiera, pero siempre acabará saliendo a la misma escena en otro lugar.

—En realidad, una pintura es poca cosa para envolver con olla todo un planeta. —Se encogió de hombros el aludido—. Os dije que había no pocas Cabalgatas en el Jardín, por acá y por allá. Y bastante espacio vacío.

Sean tenía una espina de pescado clavada entre los dientes, pero el frío le insensibilizaba las encías y no se había dado cuenta. Ahora, con el calor, sintió la inflamación. Contrariado, se sacó la espina y la escupió. El escupitajo se evaporó con un silbido tan pronto como tocó el suelo.

—¿Actúa Dios constreñido por Knossos? ¿Acaso no puede imaginar sino lo que hay en la mente de Knossos? ¡Es increíble! ¿Estaría empobrecido Él mismo? Se entiende que es el Creador de este condenado mundo. Pero ¿qué ha creado Él en realidad?

—Bastante —dijo Jerónimo, escandalizado—. ¡Mucho! La tierra, el aire, las plantas, las torres de transmutación, los organismos.

—Pero le falta inspiración —meneó la cabeza Sean—. Supongo que un ser superior será una especie de Dios no omnipotente. Él no fue quien creó el universo. Sólo es parte de él, lo mismo que lo somos nosotros, y aunque Él sea una parte muy poco habitual.

—Si fuéramos todos dioses divinos y nos llamáremos a sentarnos juntos a una mesa, ¿quién nos serviría la comida? —dijo Jerónimo en tono declamatorio—. Nosotros le alimentamos a Él, para que piense. Él lo digiere. ¡Ah!, pero Él es un Dios. Un Dios a quien podemos conocer…, y no una abstracción que está en todas partes y no está en ninguna. ¿Por que no habría de ser el universo quien diese lugar a un Dios…, y no al revés? Ciertamente, Él tiene poder para crear, mantener su creación y levantarnos de entre los muertos. Te aconsejo que lo creas.

—Pero ¿qué diablos es Él?

—¿Diablos? ¡Ah! Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve aquí, pero… creo que eso sí puedo mostrártelo. —Y agregó con una sonrisa torcida—: No todo se repite aquí. Hay algunas cosas que son únicas en su especie.

Dejando a los músicos con sus ejercicios frustrantes, el grupo continuó hacia el interior, si es que alejarse del hielo podía considerarse viajar hacia el «interior»…

Pues sí, lo era. El Infierno no tenía direcciones, ya que la misma escena podía repetirse en cierto número de lugares, pero mientras recorrían la tierra ardiente dejando atrás las torres en llamas y las ruinas donde unos pequeños ejércitos de ignorantes luchaban en medio de la noche (intentando, quizá, llegar a ser menos ignorantes por el procedimiento de apurar la ignorancia hasta el fondo), Sean advirtió una… tendencia, una pendiente. No era cosa del terreno, vino de sus propios pasos, de la manera de poner un pie delante del otro. Le parecía caminar siempre cuesta abajo, aun cuando los ojos le decían que no era así. Algo los atraía «cuesta abajo» como partículas de polvo atraídas hacia el sumidero de un mundo invisible.

—Quietos —dijo Sean, mientras se volvía para contemplar el camino por donde habían venido.

Se divisaba perfectamente la extensión de tierra roja, bajo las ruinas, las escaramuzas ocasionales; nada de lodo aquello quedaba cuesta arriba, y sin embargo…

Volvió sobre sus pasos.

—¡Eh! Nuestro camino es por ahí —le advirtió Muthoni.

—Por allí o por allá, creo que ahora sólo hay un camino. Es una variación nueva sobre el tema de la no dirección. ¿No os dais cuenta? Esperad un instante. No tardaré.

Jerónimo le contemplaba con los ojos brillantes. La actitud de Sean parecía divertirle.

—Tiene razón. ¡Es agudo ese muchacho!

Sean descubrió que le resultaba imposible el seguir una línea recta. Podía ver perfectamente adonde iba, pero sus pies no hacían caso de lo que le decían sus ojos. Andando como cangrejos, se desviaban a un lado de la recta propuesta. Se orientó de nuevo y echó a andar otra vez. Y nuevamente se halló fuera del rumbo. Siguió andando, ahora con los ojos cerrados, y no se detuvo hasta que tropezó con Denise, que se había apartado una tracción de segundo demasiado tarde. Había dado una vuelta completa.

Cayó en brazos de ella, tambaleándose y riendo, y movido por su propio impulso le dio un beso.

—Inténtalo tú misma, chérie. Estamos en el interior de un horizonte que no podemos ver. ¡Pero nuestros cuerpos le obedecen! O quizá nuestras mentes; imagino que será un horizonte psíquico. Lo cual significa que estamos en buen camino para salir ¿no es cierto, Jerónimo?

Todos miraron al interpelado, que asintió con la cabeza.

—Estamos a punto de caer en el desagüe del Infierno. ¡Confiemos en que no esté atascado! Es posible que en la mente de Dios, el Infierno y el Jardín tengan la forma de una botella de Klein…

—El desagüe no está atascado. Pero tiene un filtro. Ya sabéis quién es —dijo Jerónimo guiñando el ojo.

—El único y verdadero Diablo, ¿no es cierto? ¿La prolongación de Dios en el Infierno? Obligado a ser su ayudante ¿no? Para el resto de las diabluras, nosotros solos nos bastamos.

—Por lo general, nadie logra encontrar este lugar sino al cabo de mucho tiempo. Es condenadamente difícil —asintió Jerónimo—. Aunque, naturalmente, todos acaban por encontrarlo, cada uno a su manera. Podemos considerarnos privilegiados.

—¿Privilegiados… por ir al encuentro del Demonio? ¿Qué clase de demonio? —exclamó Denise, y cuando cayó en la cuenta, agregó—: ¡Ah, no!

—El Diablo del Bosco —dijo Sean—. El devorador de almas, azul, con cabeza de pájaro, sobre su excusado en forma de trono. Si el Dios se mantiene fiel al cuadro, así habrá de ser.

—Ya lo decía yo —asintió Jerónimo.

—Mirad allá, al horizonte. ¿No veis?

Forzaron la vista. Sin embargo, ni Denise ni Muthoni lograron distinguir otra cosa sino una vaga cúpula blanca que se destacaba sobre el horizonte.

En cambio Sean sí veía con bastante claridad lo que era. Las tinieblas del Infierno. ¿Hervirían principalmente para forzar una evolución de la vista… y de la visión interior? ¿No decía un antiguo aforismo: Nihil erat in intelectu quod non prius in sensu. Nada puede existir en el intelecto si antes no ha existido para los sentidos? Allí, el medio sensible (la oscuridad visible, el calor insoportable, incesante) anitaba los sentidos de uno a paradojas. ¿A fin de que el intelecto, que no admite las paradojas, pueda concebir la paradoja de un Dios?

Una estrella fugaz cruzó el cielo, como para recordarle brevemente a Sean la existencia del espacio, de un sistema solar extraño donde ellos, objetivamente, eran… objetos de las manipulaciones de un Dios desconocido. Pero, qué familiar (aunque grotesco) era el escenario que había esculpido Él para ellos…

Muthoni se frotó las manos.

—Conque, de ahora en adelante, ¿siempre cuesta abajo, eh? Supongo que habremos acabado pronto. Sólo nos queda despachar con el Diablo… —añadió, mientras intentaba ver en la oscuridad.

—¡Lo que me faltaba! ¡Una animadora! —se lamentó Jerónimo.

—¡Bien! No ha sido tan abominable, si prescindimos de la locura, del frío y del calor…

Jerónimo se frotó el vientre y parecía a punto de claudicar de nuevo.

—Eso es lo que me preocupa. El recorrido de energía mínima; la complacencia es el presagio de la caída.

—¡Al Infierno con eso! —dijo Sean saliendo de su ensimismamiento—. Vamos cuesta abajo porque no hay otro camino, Acabo de demostrarlo.

¡Gueule du Diable! —se estremeció Denise—. Por el gaznate del Diablo abajo.

Mientras continuaban por la llanura temblorosa y desierta hacia el resplandor blanco que se alzaba en el horizonte, Jerónimo arrojaba miradas furtivas a su alrededor.

Pero aún así, la llegada de los demonios le pilló casi de sorpresa.