Loquela palmeó contenta e hizo gestos hacia los bien dotados matorrales, señalando con el dedo a todas partes. Dimple, Dapple y Dawdle acudieron a recoger frutos para la fiesta.
Tania se sentó pesadamente en el suelo, cruzando las piernas. Sudaba dentro de su traje y pronto empezó a rebullir como si estuvieran comiéndosela los gusanos. Loquela tendió la mano para invitar a Paavo, y éste se agachó con rapidez, en la postura del esquiador dispuesto a salir disparado para bajar por una ladera demasiado frecuentada, describiendo curvas para evitar los obstáculos (por lo general, otras personas); y luego, se acuclilló en posición defecatoria, de puntillas, y se rascó la cabeza varias veces.
Austin se encogió de hombros y también optó por sentarse en el suelo, pero muy rígido y con los brazos cruzados. Sean y el resto de la tripulación se tumbaron, procurando acomodar el cuerpo a los huecos y salientes de aquel gran colchón de muelles que era el prado.
La fiesta u orgía empezó con bastante decoro, mediante una degustación de frutos y más frutos. Durante el breve momento de sobriedad inicial, Muthoni observó que por lógica, los colonos debían de ser forzosamente vegetarianos, si era cierto lo que había dicho Jerónimo sobre la evolución de los peces y demás animales. ¡Difícilmente se habría podido freír una trucha para desayunar, o asar una pierna de venado para la cena! En realidad, el Jardín parecía ignorar el fuego.
Pero ¿una dieta exclusiva de frutos? La especialista en dietética no acababa de entenderlo. Jerónimo se limitó sonreír, lamió un racimo de uvas, de aspecto aterciopelado por el polvo, hasta dejarlas brillantes, y se lo ofreció a ella.
Y mientras iban probando un fruto tras otro, se dieron cuenta de que cada uno tenía un sabor originalísimo y distinto (y, por eso mismo, satisfactorio), aunque acabasen de probar, momentos antes, la carne de otro idéntico a aquél.
¿Tal vez contenían alguna enzima de acción neurológica antihábito, además de proporciones equilibradas de vitaminas y proteínas?, preguntó Muthoni en voz alta.
Al pasar revista a sus propias reacciones, Sean observó que cada variedad de fruto se distinguía por una fuerte componente psicológica. En cierto modo, las cerezas agilizaban la mente (era una cereza lo que Muthoni mordisqueaba en aquellos instantes), mientras que la granada dejaba un sabor de reverencia, de temor sagrado… Decidió que aquello era una juerga mental, además de un relleno para el estómago y un tónico para los nervios.
Fue Denise quien, después de morder también una cereza, reparó en la ausencia de insectos molestos…, y eso en un día de calor, mientras ellos tenían las manos, las barbillas y los pechos empapados de jugos que empezaban a solidificarse…
Además de los tres escuderos, Dimple, Dapple y Dawdle, se habían unido a la fiesta otras dos mujeres: la una, de cabello negro ala de cuervo, canturreaba en voz baja entre un bocado y otro; la otra, una pelirroja cubierta de pecas y con cara de muchacho travieso, venía con una fresa tan grande como una pelota de baloncesto. Con su delgado índice, la abrió y enseguida la hizo tajadas largas y tiernas, de rosado color. Ni la pelirroja ni los escuderos prestaron la menor atención a las huellas de la Tierra, ni formularon ninguna pregunta sobre la astronave, aunque no dejaban de dirigirle ojeadas de curiosidad. Era como si no escucharan, o como si hubieran optado por olvidar enseguida lo oído…, lo mismo que los tres escuderos habían olvidado voluntariamente sus propios nombres. (Mientras tanto, la morena cantaba para sí una sencilla cantinela sin palabras, como si quisiera templar la voz lo mejor posible antes de servirse de ella para pronunciar una palabra.) Pero durante el ágape, fue moviendo el trasero sobre la hierba, cada vez más cerca de Paavo, hasta que estuvo casi pegado a él y se puso a toquetear la tela del traje, como si éste fuese de cota de malla y cada eslabón un pequeño candado que fuese necesario abrir con los dedos, con extrema suavidad.
Justo entonces, un trío de monos irrumpió de entre los matorrales, con cabriolas y saltos, para acercarse a los festejantes. Entre palmadas de alegría, los habitantes del Jardín arrojaron pedazos de fruta a los simiescos acróbatas que, sin embargo, no repararon en ellos. Había malicia en sus ojos. Tan pronto como se vieron lo bastante próximos, y actuando simultáneamente, cada mono agarró uno de los trajes espaciales que se habían quitado Sean, Muthoni y Denise, y salieron a toda prisa arrastrando por entre los matorrales sus plateados trofeos, como otros tantos pendones.
Paavo se puso en pie, al tiempo que se le escapaba un aullido.
—¡Eh! —le llamó Sean—. No importa. Tenemos a bordo los de reserva.
—¿Cómo que no importa?
Paavo se lanzó en pos de los simios ladrones y se perdió por entre los arbustos, rodeado de gran estrépito. Sin perdida de tiempo, la pelirroja se incorporó con agilidad y echó a correr tras él.
—Me parece que estaban demostrando algo —dijo Denise sin prestar atención a lo que decía.
Jugueteaba con un rizo de su propio pelo que caía entre sus pechos, lo paseaba alrededor de los pezones, como diciéndose que a partir de ahora ésa sería vestidura suficiente para ella. Austin apartó los ojos con premura y con rapidez transformó la instintiva reacción en un detenido examen de la rampa de acceso, por si algún animal estuviese saqueando furtivamente la bodega. Pero no ocurría nada por el estilo.
La mujer de pelo negro cuya voz era una canción acudió en ayuda de Denise y le arregló el cabello dándole las más variadas caídas, por la espalda, sobre los hombros, por entre los pechos; las manos exploradoras se hallaron pronto secundadas por las de Dimple, el jinete de venados, y luego por las de Dapple. Por un momento, Denise se puso en tensión, pero luego se relajó, cerró los ojos y empezó a acariciar con sus manos las caras y los cuerpos de sus compañeros como una niña jugando a la gallinita ciega, e hizo descubrimientos a medida que iba siendo descubierta.
Jerónimo le guiñó un ojo a Muthoni mientras Loquela iniciaba una investigación más detenida, con los labios y con la lengua de su piel de «negreza». Él acariciaba a Loquela como si con esto fuese a generar una corriente que, por vía directa, atraería a Muthoni hacia él. Ella, insegura, se arrimaba a Sean, cuyos ojos extremadamente abiertos no se apartaban de Denise, mientras ésta sucumbía al asalto combinado de tantas manos y bocas. El brazo de Sean recorrió la cintura y los muslos de Muthoni.
—Afrodisíaco —murmuró ella mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja—. Creo que han sido las grosellas. ¡Qué dulce! Contenta la tripa y contenta el cuerpo. Y, ¿por qué no?
Su mirada se dirigió hacia el regazo de Sean, que presentaba una erección indisimulable, lo mismo que los demás hombres; seguramente que Austin no era una excepción, sólo que éste se hallaba impedido por su traje de astronauta y se limitaba a rebullir con incomodidad. De pronto, Tania se puso en pie de un salto y huyó hacia la rampa de acceso, hasta perderse en el interior de la nave. Muthoni consintió que Loquela la sentara sobre el regazo de Sean…
Las cigarras chirriaron, enloquecidas. De súbito, Sean se vio ocupado, no sólo con Muthoni, sino también con Loquela y… ¿No sería aquélla la mano de Jerónimo? Denise emitió un débil sollozo salido no se sabía de dónde.
Con el rabillo del ojo. Sean divisó un par de sapos que saltaban por ahí; aquel par de escarcelas escocesas o cachesexes semovientes croaban y crujían como un piso viejo de madera.
—Nuestros jugos sexuales les atraen —murmuró Loquela, mientras le lamía la oreja, ya muy desgastada en aquella coyuntura desde su primera utilización como tambor de resonancia para urracas; luego siguió arrullándole—. A lo mejor a los sapos, les obsesiona el amor físico aunque entre tú y yo, Sean, eso sea una manera de hablar, ¿verdad? Si algún día concebimos niños de verdad, serán ranas y no sapos las que canten el himno de nuestras nupcias. Los rosarios de freza que dejan en el agua representan el esperma creador. Cuac, cuac —remedó los ojos saltones, y el torpe andar de los batracios.
Los contendientes se separaron al cabo de un rato y quedaron sentados sobre la hierba, sonriéndose mutuamente.
En este momento regresó Paavo de entre los matorrales.
Venía solo, con las manos vacías, y desnudo, pues había perdido también su propio traje.
—¡Malditos monos! ¡Maldita pícara! —aulló al tiempo que echaba a correr, desnudo, hacia la rampa de acceso a la nave, sin dedicar apenas una ojeada a los festejantes, excesivamente preocupado por su propia negligencia.
Muthoni soltó una carcajada. Desde el interior de la nave la indignada Tania sermoneó en ruso al finlandés, y no dejó de hablar hasta verle otra vez decentemente envuelto de gris plateado…
Austin Faraday parecía aún más distante y ajeno a los acontecimientos, un capitán absconditus. Jerónimo le con templó con expresión comprensiva. No era tanto que se hubiese desterrado la disciplina, sino que ya no había contexto para la autoridad de Austin. Aquel mundo tenía su propio capitán, en el Edén, y éste había desconectado la astronave y dispuesto la sedición. Jerónimo se encogió de hombros y sonrió con disimulo. No valía la pena discutir con este capitán. Ya aprenderían, ya aprenderían.
Jerónimo suspiró.
Sean le dio una ligera palmada en el brazo, arrugando los ojos con burla.
—No será la tristeza post-coitum, ¿verdad?
—¡Por supuesto! Eso no existe en este Jardín…, aunque el Infierno sea bien triste, ¡podéis creerme! No, es sólo que recordaba… lo que le preocupaba a Austin. La melancolía de los recuerdos de un viejo. No logro olvidar mis orígenes, ¿comprendes?, y por eso no acabo de llegar a ninguna parte… —La nube pasó y Jerónimo agregó con una mueca—: ¡De todas maneras, acabamos de pasar un buen rato de olvido!
—He decidido —dijo Austin cuando Tania y Paavo se hubieron reunido con ellos.
Hecho este magno pronunciamiento se quedó allí de pie, en jarras, y sin decir nada más durante un buen rato.
Paavo estaba enfurruñado. Le parecía que debía haber disfrutado más libremente y más a sus anchas con la pelirroja en los matorrales…, pero uno no podía, en un mundo no humano…, aunque fuesen humanos los que andaban alegremente desnudos por ahí, por lo que estaba enfadado con ellos y consigo mismo, y le hubiera gustado dar marcha atrás en el tiempo, pero el tiempo ya había pasado y el instante se había marchitado. Y le parecía increíble que Sean y las dos mujeres se hubieran dedicado a gozar despreocupadamente (según Tania, que se había negado a seguir mirando), mientras él se encaminaba a cumplir con su deber, jugándose la piel por recuperar los trajes. ¿Cómo no habían acudido a ver qué había sido de él, en vista de que tardaba tanto? Eso fue precisamente lo que no le permitió relajarse y abandonarse. Así que se creía engañado, y con razón, y con más motivo porque sin duda la pelirroja estaba conchabada con el mono que se había acercado sigilosamente y le había robado el traje a él. Sin duda, en aquellos momentos estaría encaramada a un árbol, burlándose y cometiendo bestialismo con el mono. Ahora que, si él conseguía localizar ese árbol, por ejemplo mañana, cuando él estuviera otra vez dispuesto, ya se encargaría de enseñarle la lección pendiente.
—He decidido que salga cuanto antes un grupo de tres exploradores. El Capitán Van der Veld puede servirles de guía.
Austin se dirigía a Sean, Denise y Muthoni como si la composición del grupo de exploradores fuese una cuestión solventada de antemano…, y no por decisión suya, sino de aquel planeta, decisión a la que él procuraba poner su sello con la mayor dignidad posible.
—Tratarán de encontrar a ese hombre llamado Knossos y establecer contacto con el Dios o entidad sobrehumana que lo domina todo aquí. Os recomiendo que os dirijáis en primer lugar hacia esas extrañas torres de piedra que tienen unas «antenas». Los que queden atrás efectuarán exploraciones locales para recabar datos…
Austin estaba decidido a no convertirse en otro Van der Veld dimitido y errante.
Por su parte, Tania y Paavo se pegaban a la falda de la Schiaparelli como si la astronave los hubiese amamantado y todavía no estuvieran destetados. Aunque Paavo no dejaba de frotarse las manos ante la perspectiva de realizar ciertas exploraciones muy locales…