CAPÍTULO DÉCIMO
 (Doce) 

… habrá pasado algo de tiempo: por ejemplo, puede quedar algún resto negro de sangre en la tierra, las hierbas holladas cicatrizan, llegó el frío, los árboles empiezan a pelar: él permanecerá oculto entre el reposo del bosque otoñal, cerca del lugar donde hubo las muertes: estará en plena crisis: por el final de Mateo y Asunción, pero sobre todo por haber sido él mismo asesino del marido de Asunción: para un Hermano esto significa interferencia con todas las agravantes, eliminación de Conocimiento, la mayor de las barbaridades: para el Hermano Ons deberá ser la quiebra definitiva, seguro que nadie hizo nunca en el Pueblo algo semejante: ha quedado enfermo de horror, aturdido, estupefacto: pero ahora sale de la estupefacción inicial, comienza a ser capaz de ordenar su pensamiento, capaz de recapacitar, en su mente se perfila una decisión, aunque es preciso sopesarla minuciosamente: ya que se propone desaparecer, suicidarse.

Abres los ojos y ahí está Benilde enlutada, tu abstracción era grande ya que no la oíste entrar, te distraía tu obsesión y también el canto estrepitoso del pájaro.

Qué hay, Benilde.

Ella suspira: Ay Dios; exclama luego: cómo se encuentra.

Muy bien, bárbaro, a poco no la veo más pero aquí me tiene dando guerra.

Ay Dios, exclama otra vez, los disgustos parece que vienen en sartas, todavía me tiemblan las piernas.

Acerca una silla, se sienta.

Todavía me parece verle a usted cuando le trajeron, le estoy viendo, creí que venía cadáver, Dios me perdone, desmadejado, y con aquella palidez, chorreando, muerto viene, me dije.

Y se queda como enajenada, una leve sonrisa en los labios y las manos juntas. Un escaso mechón se le ha escapado del moño y le cuelga en mitad de la frente.

Pues ya ve usted que hubo suerte, porque no crea, yo también me vi en el otro barrio, se conoce que no era mi hora.

Luego le preguntas por su hermana.

Benilde sale del pasmo y suspira, esa pobre sigue llora que llora, y yo le digo ya puedes llorarle, ya, y ya puede llorarle, que no habrá lágrimas bastantes para ese hombre, tan formal, tan cumplidor, él lo daba todo por su familia, desde mozo se le vio la buena pasta, a mí me cortejó primero, sabe usted, pero cuando somos jóvenes, ay, la juventud no sabe lo que tiene, no sabe lo que quiere, además era de menos edad que yo, y total para que se te muera así de cualquier modo, cuando ya tenía los hijos criados y podía disfrutar como el que dice.

Saca el pañuelo y se suena, los tristes ojos se habían empañado, con el pañuelo sale la postal de Julita.

Ya me olvidaba, ya se me olvida todo. Te la alarga.

… «es la última antes de irnos, abuelito, mañana volvemos a casa, cuando vuelves tú, qué tal lo pasas…»

Y le dices: Ya empezará a irse la gente, Benilde, ya pronto desfilarán los veraneantes.

Ella guarda el pañuelo: Pues sí, ya se está terminando la temporada.

Y se quedan ustedes tranquilos, eh Benilde, qué tal aquí durante el invierno.

Pues se lo puede usted figurar, esto en invierno está muerto del todo, hasta otro año aquí quedamos los de siempre, cada vez menos, aquí no hay vida ninguna, no hay gente joven, ya sabe usted.

Tú comentas: Yo también tendré que ir pensando en hacer las maletas.

Ella exclama: Usted qué prisa tiene, usted a reponerse, cómo va a marcharse con lo que ha pasado.

Pero yo tengo trabajo, mujer, no crea que puedo andar mangándola, que no soy ningún rentista.

Ande, ande, y se levanta, ya se irá cuando esté bueno del todo, le estoy preparando un caldo que se va del mundo, ya verá, ya, qué ganas de trabajar ni trabajar, la salud es lo primero.

Habías olvidado otra vez y recuperabas la responsabilidad laboral pero qué diablos, tiene razón Benilde, y casi te ríes, la salud es lo principal, la convalencia es sagrada.

Benilde se ha ido y te vuelves, cierras los ojos, gozas con todo el cuerpo del tibio regazo del lecho.

… para desaparecer como pretende son necesarias meditaciones y análisis extremadamente meticulosos: porque al fin y al cabo, desaparecerá para siempre como Hermano Ons y reconvertirá toda su estructura física en la de un hombre auténtico, un hombre de carne y de sangre: ése es el peregrino sistema que elige para destruirse; es en efecto una especie de suicidio, aunque esta idea concreta de suicidio no concuerda con lo que primeramente imaginara y Julia apoyaba: que, fascinado por la insoslayable cercanía de la raza humana, culminaría su aventura transformándose en un hombre, pero engalanando el asunto con ornatos de solemnidad humanista y existencial, especie de rito zaratustra al revés y en ningún caso acabamiento, autodestrucción, necrofilia: pero cómo pensar que alguien eligiese la temporalidad efímera frente a la temporalidad infinita y esto pudiese colar como gesto positivo e inteligente: un suicidio con todas las de la ley: o a lo mejor sí concuerda, porque sea cual sea el motivo, y acaso convenga no hacer hincapié en el aspecto maníaco depresivo, el hecho es que va a transformarse en un hombre y no sólo en su apariencia externa, al explicar esto hay que ser muy exacto, que quede bien claro, porque cuando fue perro sólo lo era para los demás, en realidad seguía conservando su estructura física original, genuina, en cambio ahora va a remodelar esa estructura, a utilizar su sustancia para hacer un hombre tan vulnerable y frágil como cualquier otro: en realidad podría justificarse la decisión por la poderosa influencia de los acontecimientos, esto no ofrece duda, ha quedado patente y remachada su náusea y su alteración cuando los sentimientos humanos se salían de madre, así el amor como el odio, sin embargo, por qué hacerle adoptar aquella resolución, por qué no terminar de un modo más ambiguo y abierto apartándolo definitivamente del humano trajín e imaginándolo inmóvil en larguísimo sueño esperando el rescate de los Hermanos: y sin embargo, no, algo cardinal hubo de quebrarse sin remedio en él, algo tan principal que ningún aislamiento y ningún sueño podrían devolverle la serenidad de su transcurrir sobrehumano: debe suponerse que el ritmo a que se ajustaba su existencia ha sido roto, que se ha visto encadenado, aherrojado a la percepción del tiempo humano: que con arreglo a la sustancia vertiginosamente perecedera del tiempo humano ahora siente como os mismos hombres la miseria de estar solo y lejos: tiene que haber llegado incluso a replantearse toda su interpretación del universo, y cuando imagine a los Hermanos en su Ronda llegará a juzgar absurda la incesante vigilancia, absurda esa Máquina que no puede siquiera simular el poderío avasallador de la realidad: está realmente en crisis, su transformación significará decididamente un suicidio porque será pasar de una conciencia casi intemporal a una conciencia pasajera, mortal en corto plazo: y la profundidad de la crisis es todavía más manifiesta si se piensa en el modo irracional de suicidarse, ya que lo racional sería desaparecer sin más historias, estallar como un sol o emplear la energía de cualquier otro modo: incorporarse, ya de hacerlo, a cualquier forma de vida no inteligente, puesto que en el nuevo mundo de ideas que sin duda lleva consigo la crisis de sus creencias estaría también la de que los seres, cuando carecen de la conciencia de existir, tienen un sentido inmediato: el de reproducir sin más, en la ignorancia del proceso, los esquemas con que la vida se organiza y permanece: así una espiga, semejante a la que engendra cada uno de sus granos, y el pájaro y el insecto que los devoran, semejantes a sus propios descendientes, están armoniosamente incorporados a la ebullición de la materia ciega, para ellos el tiempo no existe, están en el ciclo de la vida repitiéndolo y el ciclo, siendo perecedero, no tiene sin embargo principio ni fin: ignorantes de su papel, las espigas y los pájaros y los insectos tienen un destino mejor que los seres inteligentes, ya que la conciencia del existir individual, el conocer que la conciencia termina y desaparece, hace que pierda todo sentido la presencia de ella bajo el sol inconsciente, entre los animales y las piedras inconscientes; pero mejor soslayar toda esta doctrina, introduciría factores inéditos en la personalidad del Hermano Ons a unas alturas del relato verdaderamente improcedentes, además sería difícil de realizar, quedaría pretencioso lo más seguro, así que mejor no meterse en figuras porque, además, lo cierto es que puesto a elegir entre ser hombre o pájaro la cosa no ofrece duda, por muchos filosofemas con que se intentase aliñar, y no digamos nada de ser un insecto.

Abres los ojos, miras la hora, por qué esta obsesión, te preguntas, ojalá pudieses dormir o pensar con la misma placidez en otra cosa, la manía de la novela es una rutina en que tu pensamiento se distrae de las preocupaciones reales y además no se distrae tampoco del todo, porque las preocupaciones persisten por debajo de la fabulación.

Y total son escasamente cincuenta páginas, se te ocurre con una decepción bastante superflua, ya que nunca debiste pensar y nunca pensaste que fuesen más, pero habías evitado considerar detenidamente la escasez del material, si bien puede y debe entenderse que se trata de un borrador más o menos aproximativo, que con tiempo y silla aumentaría sus carnes.

Y te levantas para coger los folios y traértelos a la cama, setenta y tantos folios, un relato algo extenso, eso es todo, no hay que darle vueltas, tal como está el argumento no vas a poder hincharlo demasiado, de modo que desde el punto de vista de la longitud va a quedar una cosa que ni fu ni fa, impublicable autónomamente.

Pero prestas atención a las pisadas en la escalera porque Benilde ha gritado: Don Andrés, tiene visita, ahí le van a ver. Y colocas la carpeta en la mesilla, te tumbas, te tapas, te pones de lado y miras la puerta que alguien golpea suavemente.

Es Teresa, que dice: Se puede.

Adelante, contestas, y entran los dos. Y al verles te incorporas.

Teresa se acerca, besa tus mejillas. Hola, Andrés. Y Armando estrecha tu mano.

Tú les dices: Sentaos, que hay sillas.

Armando acerca una, pero Teresa se sienta en la cama. Y os quedáis en silencio los tres hasta que Teresa dice: Venimos a despedirnos.

Cuándo os vais, preguntas.

Armando contesta: Queríamos salir mañana a primera hora, es una paliza.

Teresa añade: Y a ver qué tal seguías, ya nos dijo esa señora que mucho mejor.

Tú dices: Gracias a vosotros, tú qué tal, y señalas su brazo vendado.

Unos raspones sólo, dice ella, son muy aparatosas las vendas, pero nada.

Le dices a Armando: Qué te voy a decir, si no es por ti no estaría aquí ahora.

Armando se explica con su voz calmosa: Se me ocurrió bajar por casualidad, estaba harto de trabajar, harto de papeles, tenías que haber oído los gritos de ella, eché a correr y en realidad gracias al salvavidas del merendero, lo agarré y subí por las rocas aunque tú ya estabas prácticamente fuera, no creas, si llegas a quedar dentro no hay quien te saque.

Tiene un moratón en la frente y lo señalas: Te hiciste eso.

Ni me enteré, algún cabezazo.

Tú comentas jocosamente: El ahogado era yo y ni una señal. Y luego: me tenéis que perdonar.

Pero ellos no te miran. Añades: Dejadme vuestra dirección, hay papel y bolígrafo en la mesa.

Teresa escribe.

Tú cuándo te vas, pregunta él.

Tú dices: No lo sé, pero pronto.

El señala la carpeta y dice: La novela.

Tú respondes: Es solamente un borrador ahora que lo pienso, la base del trabajo y nada más, qué difícil escribir, verdad.

El asiente.

Y tu tesis, qué tal, le preguntas.

Eso, muy difícil, muy mal, a ver si este invierno…

Pocas palabras más y ya se despiden, se van; adiós, hijos, murmuras, y de nuevo te tumbas.

Sobre la mesa camilla y al contraluz difuso, en la penumbra acusada de esta hora, la lámpara tiene talante de medusa. El fleco de cristales serían los filamentos. Cierras los ojos y persiste la ilusión visual de la medusa un instante. Comprendes que la muchacha es ya sólo un recuerdo más del tiempo ido. La obsesión literaria acaba por imponerse otra vez.

… de modo que la irrevocable conciencia del tiempo humano será lo que le ha llevado a la definitiva desesperación, a la idea de extinción, de suicidio: en realidad habrá añorado de una manera tremenda el palpitar del pueblo, la cercanía de los suyos, porque ahora sabrá que pertenecer a una comunidad de semejantes es la única medicina contra el vértigo de la soledad, que acaso no sea locura sino la mueca descarnada que descubre el Conocimiento cuando todos los telones han sido descorridos y uno queda cara a cara frente al caos de que es parte: sin duda si ahora estuviese de nuevo con los Hermanos les advertiría de todo esto, les enseñaría la podredumbre en que se han convertido Asunción y Mateo inteligentes y les diría: eso es todo; les diría: Conocer no es en principio motivo de regocijo, en nada se diferencian cuando esa llama se extingue los seres inteligentes de los otros, pero el mayor horror de la naturaleza es que en los seres inteligentes, durante su vida, ha vibrado la imaginación de lo inmortal, de lo infinito, de lo inconmensurable, aunque pensándolo bien la idea de que esa decisión sea suicida sigue sin estar de verdad tan clara…

Y de nuevo grita desde abajo Benilde: Don Andrés, le voy a subir ya la cena.

Que no, mujer, que bajo.

Pero ella: Allá voy, y no se mueva, que me enfado.

Sube y cuando entra (de todos modos te has tenido que levantar para abrir la puerta porque trae las dos manos ocupadas) te hace acostar, coloca la bandeja sobre tus rodillas, se sienta para verte cenar.

Te quemas con el primer sorbo de caldo.

Bien calentito, para que de verdad le entone.

Caldos maravillosos de Doña Balbina, teníais este sabor. Estabas en la cama y eras niño, con anginas acaso, y venía Doña Balbina a arroparte y traerte cuentos, enciclopedias, caldos como éste a media mañana, cuando tu modorra estaba envuelta en una calidez suave.

A que está bueno.

Bueno está, dices, sí que lo está, y soplas, bebes un sorbo de vino.

Vinieron a despedirse sus amigos.

Mueves la cabeza afirmativamente.

Ese chico sería guapo si se quitase esos pelos y esas barbas, porque tiene los ojos muy bonitos, aunque la juventud de hoy ya se sabe.

Ya, dices.

Se hicieron muy amigos, verdad. Si le contase lo que me contaron se iba a morir de risa.

Se sonroja.

Dígamelo, Benilde, cuéntemelo.

Que usted le estaba quitando la novia.

Tú sonríes también, la gente no sabe qué inventar, pues bueno estoy yo para andar de galán, eh Benilde.

Eso sí que no, Don Andrés, usted está hecho un chaval. Pero qué cosas se le ocurren a la gente, madre.

Ya has tomado la tortilla, ya terminas.

Que descanse, Don Andrés, ahí le dejo agua bien fresquita y si quiere le pongo otra manta porque está refrescando.

Qué va, muchas gracias. Hasta mañana.

Cuando se ha ido te levantas y buscas un cigarrillo, lo enciendes, te sabe a gloria, ya la noche se ha extendido sobre los prados, fumas contemplando las luces de las casas desperdigadas en la oscuridad, total qué haces aquí, además ahora ya volverá todo el mundo, ya pasaron los calores, pronto empieza la temporada, puede que se avecinen fechas históricas como dice Gordo; terminaste el cigarrillo y vuelves otra vez a la cama, entras en un sopor gustoso y piensas en tu casa, y ahora, después de tantos días empapado en la idea del plazo fijo, en lugar de seguir recordando tus cosas como envueltas en una sombra que todo lo desvae o imprecisa, imaginas claramente los libros, los cuadros, los cacharros, los discos.

Qué placenteramente escucharías ahora una buena pieza retrepado en tu sillón. Y todas estas consideraciones te hacen pensar en la gente, cómo estarán los niños de Julita, Andresín habrá crecido mucho, seguro.

Pero al cabo los pensamientos encaminan nuevamente el rumbo hacia el último capítulo.

… sabiendo que va a desaparecer y cómo y cuándo, interpretará de modo diferente la temperatura, el viento, el inicio del sueño invernal en la fronda, los colores secos del matorral ribereño; pero mejor no detenerse en asuntos de ese tipo, sino determinar cómo va a ser el proceso de transformación: ésta puede transcurrir, transcurrirá, mientras el invierno lo cubre todo con su oscura melancolía: habrá que determinar también que la reestructuración de su energía debe convertirle meticulosamente en el amasijo de órganos de un ser humano común y normal, del ser humano que sería resultado de la larga cadena de combinaciones genéticas que es cualquier ser humano: también habrá que determinar su sexo: masculino parece lo mejor, porque seguro que se ha dado cuenta de que, después de todo, un varón tiene más oportunidades, más defensa, es más rentable como el que dice: y grado de crecimiento: porque un recién nacido estaría inerme frente a cualquier contingencia adversa, y sin embargo un muchacho demasiado mayor, y no digamos un hombre hecho y derecho, tendría que tener experiencias vividas, lo que supondría introducir elementos fraudulentos: Julia insinuaba que podría ser un muchacho como de diez o doce años, y justificar su falta de conocimiento y recuerdos con una amnesia, por ejemplo, esto sí que parecía folletinesco, ella se enfurruñó y dijo haz lo que te dé la gana; pero nada de eso, un chaval pequeño, un niño lo suficientemente mayor como para poder desplazarse solo, y sin embargo lo suficientemente pequeño como para no saber nada de nada, no saber ni siquiera hablar y que ello no sea patológico; por supuesto no un niño lobo, un chavalín como de dos o tres años, en todo caso el ser sustituto del Hermano Ons jamás tendrá noticia ni barrunto alguno de su fantástico origen: de modo que puede ser un niño de esa edad que debe empezar a aprenderlo todo: en cuanto a la transmutación maravillosa, deberá tener lugar en un paraje que, aunque aislado, esté sin embargo cercano al pueblo: para que el niño pueda ser rápidamente descubierto por algún vecino: no vaya a ser que después de todo se lo coma cualquier alimaña, recién salido del cascarón como quien dice: nada mejor que inventarse alguna gruta en la ladera, por ejemplo próxima al río, a lo mejor cerca de la casa del padre de Asunción: en tal gruta se introducirá el Hermano Ons una vez adoptada definitivamente su resolución: una oquedad defendida de modo natural de los bichos montunos, rodeada por ejemplo de grandes peñascos, y que sin embargo permita al infante abandonarla en su momento sin complejos esfuerzos, alguna pared de mantillo y hierba por fuera, ya se vería, el caso es que sea un útero telúrico: alfombrado acaso de hojas secas y arropado por la tibieza de la tierra, oliendo a tierra: juntaría un poco la condición de tumba postrera y de seno materno: allí el Hermano Ons comenzaría su metamorfosis misteriosa, y cuando la transformación esté concluida, por qué no en primavera, saldrá de la oquedad, ya para siempre consumido en él todo residuo que pudiera señalar lo que la sustancia que le generó era cuando el propio planeta Tierra no existía: y se integrará a la especie humana para seguir urdiendo la trama disparatada, para pasar como un soplo: llegarán alguna vez los Hermanos y no podrán encontrarle: pero aunque nunca lo sabrán, puede que haya en el mundo muchos descendientes suyos: será un pensamiento risueño en el que casi adivina el tropel innumerable de Asunciones y Mateos amándose y asesinándose, cocinando, transformando la tierra en herramientas, escribiendo, pescando, bebiendo un vaso de vino al atardecer.

Y cuando abres los ojos hay una luz pálida en la alcoba: ha salido la luna y las cortinas descorridas dejan penetrar su fulgor sin tamices.

Sigue bruñida la plata infantil, pasan los años, pero no se han vuelto mustias las mágicas sugerencias del claror lunar.

Pacíficamente piensas: Puede que me quede tiempo suficiente para darle un buen repaso.

Un buen repaso y hacer algo que sea una novela y no un relato larguirucho.

Acaso convendría entonces salirse de este marco argumental tan concreto: por ejemplo, no individualizar en exceso los protagonistas humanos, y que no transcurra en un lapso tan breve.

Acaso el perro podría ser un poco el tótem o la mascota de un linaje, de un pueblo. Sería el mismo perro aunque los hombres, pensarían que eran sucesivos descendientes.

Y transcurrirían miles de años, desde la caverna hasta el tiempo de coincidir con Asunción y con Mateo, allá en los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Esto dejarlo igual, porque justifica el tono rural y un poco amarillento de esa parte.

Y comprendes que es realmente necesario este replanteamiento, un nuevo esquema, un ciclo temporal suficientemente largo, bastantes generaciones humanas, que pasen más cosas, que haya más aventuras, más melodrama, más participación colectiva.

Pero que quede una novela de verdad, con cogollo.

Claro que tampoco un ladrillo como esos que están terminando con los lectores. Aunque a buenas horas, a la vejez viruelas.

Y comprendes que va a ser trabajoso, pero no hay más remedio, hay que rehacerlo todo, darle otra envergadura.

Un tono como de historia milenaria.

La última parte podría montarse sobre lo que ya está escrito, todo se pone oscuro otra vez porque sin duda se atravesó una nube, si lo que el médico te dijo es cierto te queda con seguridad todo el invierno, y bien organizado el tiempo cunde. Además, te encuentras físicamente perfecto.

Sin duda, potenciando lo demás, el propósito de transformación, el desenlace, tendrá mucha más fuerza y se podrá elaborar a un nivel verdaderamente de ensoñación, sin necesidad de cientifismo alguno.

Quedará más claro que el Hermano Ons deberá reproducir en sí mismo todos los escalones de la historia que arranca de los bípedos peludos, y aún antes.

Con el material que hay queda una médula muy aprovechable. Y, sobre todo, lo que has pensado sobre el asunto, que ha sido tiempo y tiempo de darle vueltas en el magín. Porque el culo estaba bien para los escritores del diecinueve, pero con vistas a la novela del futuro se deberá usar sobre todo la cabeza.

En todo caso tendrás que imaginar, inventar, investigar miles de abuelos y abuelas soñados uno a uno, desmenuzados uno a uno en el camino de la herencia hipotética, hasta encontrar el esquema del último heredero, con todas las posibilidades y cualidades de un hombre individual.

Lástima no tener mucho tiempo por delante, porque podría quedar una historia interesante, con sus visos mágicos y todo.

Aunque es muy arriesgado mezclar lo fabuloso y lo real. La realidad debe estar siempre al quite.

Si me voy el viernes, el lunes puedo estar dándole ya. Y así sin parar, hasta cuando sea.

Después de toda esa imaginería de ancestros construirá un cachorro del hombre que va a ser, estructura precaria de huesos y músculos, pelos, uñas, dientes.

Un cachorro que, ignorante del mundo que le rodea, saldrá un día a la luz del sol.

Y puede que alguien lo recoja, pero también puede que se lo coma un lobo, que el asunto quede abierto, que termine ahí la novela.

Quedan cuatro meses hasta fin de año y luego quién sabe.

Estará ya en las pasiones de la especie humana, será uno de ellos.

Mañana llamo al Gordo y se lo digo.

Hay que dejar la novela mucho mejor. Por lo menos, poder decir ahí queda eso.

(Madrid, primavera de 1973 a primavera de 1976 y agosto de 1987).