CAPÍTULO TERCERO

Transgredió la Norma sin violencia. Luego, apenas una leve inquietud ante la desconocida sensación.

Desde Adentro todo había sido distinto: nunca pudo imaginar que el paisaje solitario estuviese envuelto en aquella vibración estridente.

Permaneció inmóvil, atento a la poderosa emanación.

Era sin duda el contacto directo del flujo solar, pero había también una radiación distinta, un efluvio rotundo que se desprendía del propio paisaje.

Su percepción fue adecuándose al estrépito, aprendiendo su cadencia. El resonar alborotado se convertía en rumor armonioso.

Escudriñó despacio el ritmo extraño que nunca le había sido comunicado, escrutó las fuentes múltiples del temblor persistente, comprendió al fin.

Aquella emanación se desprendía de los matorrales absorbiendo la luz, de los insectos organizando infatigables las habitaciones de su especie, de los pequeños mamíferos buscando el alimento.

Aquella pulsación melodiosa que fluía desde todos los rincones era el resonar de la vida. Y él la recibía con delectación.

Ahora, después de sus esfuerzos por volver Adentro, recuerda con amargura esa embriaguez: pues ahora comprende por qué la vieja sabiduría del Pueblo estableció la Norma.

Pero aquella primera salida fue tan gustosa que, cuando volvió entonces Adentro, sentía como un obstáculo Máquina de Ons interponiéndose entre él y Afuera, entre él y el tañido verdadero de la vida.

De modo que volvió a salir: la vez siguiente en un lugar que abundaba en vegetación, atravesado por una gran corriente acuática.

Se escurrió sigiloso entre las ramas de los árboles enormes: recibía goloso el bullicio unánime de unos animales satisfechos.

Pero ya entonces descubrió un tono diferente: aunque casi oculta por la fuerza del sentir común, una aflicción solitaria manifestó agudamente su presencia.

Un animal descendía frenético hasta la enmarañada vegetación, al pie del árbol, donde permanecía un cachorro agarrotado en un sentimiento de terror mientras se aproximaba a él el ansia hambrienta de otro ser.

Aquellas sensaciones nuevas no eran ya placenteras, sino dolorosas. Y a su turbación se unió el desconcierto por la inesperada impresión.

Pero el adulto llegó al suelo, gruñó feroz a la bestia que se acercaba, rescató al cachorro, trepó de nuevo árbol arriba. Y ahora se transmutaba la angustia anterior en una solicitud cálida que se derramaba arrolladora, en un calor que tenía también un signo nuevo.

Y de pronto recordó al Pueblo y al Sueño Anterior, porque la emoción de aquel animal tenía un sabor reconocible que establecía una misteriosa fraternidad entre ellos.

Una tras otra, las nuevas impresiones le hicieron considerar cómo breves salidas Afuera habían sido capaces de enriquecer su experiencia de un modo muy superior al conseguido desde Adentro a lo largo de la Exploración.

Al recordar el énfasis sobre el respeto a la Norma se sentía profundamente desasosegado: ya no se adhería sin titubeos al magisterio de los Hermanos Mayores.

Por eso ahora, cuando el silencio le rodea Adentro como el único abrigo posible, se siente indigno del Pueblo. Será una reflexión provechosa, aunque entonces vivió con exaltación la directa percepción de las cosas.

Aún cuidaba de no acercarse del nuevo modo —infringiendo la Norma— a los seres conscientes, ya que prevalecía en él la prohibición de interferir y temía ser percibido, en caso de que a ellos les fuese posible captar el sentimiento ajeno. Pero una noche se dirigió a un poblado, esperando encontrarles sumidos en la misteriosa inconsciencia de su descanso.

Sin embargo, aquella noche no dormían: al pie de grandes peñascos, alrededor de un leño engalanado, danzaban y cantaban.

Salió sigilosamente de la Máquina y les percibió durante largo tiempo: celebraban el renacimiento de la vegetación, la vuelta del verde, y la unanimidad del sentimiento le llenó de una emoción intensa.

He aquí lo que pensó, lo que sintió: tenía el atisbo inmediato de muchas explicaciones magistrales, de que allí cerca de él, aunque de modo grotesco, la naturaleza manifestaba una incipiente conciencia de sí misma.

Creyó comprender que los hombres celebraban, en la reaparición de un ciclo natural, la manifestación de una fuerza invisible y todopoderosa propiciadora del cielo y del agua, de la hierba y de la tierra, de la espiga y de la nuez.

Pensó que aquello, en su tosquedad, no era sino un bosquejo de otras inquietudes, un anticipo de los temas que inevitablemente debería plantearse la especie alguna vez.

En aquellos ritos impregnados de figuraciones irracionales encontraba un talante que, aunque muy difusamente, se emparentaba con el espíritu de las Grandes Preguntas: Todo Empezó O Es Desde Siempre, De Donde Vino Lo Que Es, Acaso Es Todo Una Burbuja Entre Nada.

Ellos, sumidos en un fervor respetuoso, ajenos todavía al grado en que el Conocimiento se robustece conforme destruye los sencillos y mentirosos mitos consoladores, bailaban en torno al mayo entre cantos agradecidos, convirtiendo al fetiche ya no en la imagen del dios sino en el mismo dios que había vuelto para redimirles del invierno y salvarles del hambre y del frío.

Todo esto pensó y estaba conmovido ante aquella confianza dilapidada, ante los fantasmas omnímodos y paternales urdidos por la razón incipiente.

Estuvo a punto de presentarse ante ellos en la voluntad de hacerles andar mil pasos de una sola vez. Sólo le mantuvo Ajeno la rotundidad ingenua de aquella fe.

Pero aquella emoción no se repitió.

Volvió a acercarse a ellos cuando buscaban alimento enfrascados en una prolija operación que duraba ya varias jornadas.

Bullía en ellos un ansia exacerbada, nada placentera: detrás de los cazadores cansados y trémulos se tensaba el hambre silenciosa de la tribu. Pero las grandes bestias perseguidas conseguían evadirse del acoso.

El acoso prosiguió hasta que la caza entró en la trampa: los cazadores primero y todo el poblado luego cayeron sobre ella.

Así sintió: torbellino demente de regocijo más allá de cualquier excitación; ya no la satisfacción del hambre poderosa, acumulada a lo largo del acecho penoso, sino una pasión nueva y horrenda, que se encendía cada vez más ante los berridos de las bestias acuchilladas, que palpitaba en la fruición con que adultos y cachorros bebían la sangre cálida o embadurnaban con ella sus cuerpos, que restallaba en los escarnios a los animales agonizantes.

Pensó que aquel gozo era impío y aquella impresión agrietó profundamente la experiencia que había creído sólo deleitosa.

Sin llegar al espanto que ahora le mantiene derrotado y maltrecho, entonces sintió introducirse un chirrido disonante en la pretendida armonía de Afuera.

A partir de entonces no volvió a salir hasta el presente Registro.

Hoy divisó una gran humareda sobre un poblado: el fuego se enroscaba en las cabañas y los almacenes.

Una masa gritadora de bípedos corría en confuso trayecto perseguida por otros que les golpeaban, les herían, les arrastraban para arrojarles a las llamas.

Había contemplado muchas escenas semejantes —véase Muestras Registradas— pero esta vez el suceso despertó en él una gran curiosidad por palpar la vibración real, aun suponiendo que la percepción directa de aquella violencia sería muy ingrata.

Cuando estuvo Afuera, se encontró bruscamente envuelto: experimentaba en su propia conciencia el dolor de los golpes, de las cuchilladas, de las llamas: se retorcía bajo el dominio de aquellos afanes mortíferos: le atravesaba el horror solitario de los cachorros, la sanguinaria pasión de los adultos.

Pero prevalecía sobre todo —prevalece— una sensación monstruosa: como si en lugar de una batalla entre formas inferiores estuviese captando al Conocimiento enloquecido destruyéndose a sí mismo —imagen extraña, debe hacerse observar— una intuición que le aniquilaba.

Se fue arrastrando penosamente hasta Máquina de Ons y ya Adentro, aún dolorido y estupefacto, contempla, sin fuerzas para alejarse, las brasas, los cadáveres, las ruinas del poblado, el páramo oscuro.

Silencioso y doliente, pero debe preverse una reacción positiva.

Parece no proceder Recuperación y Salvamento.

Máquina de Ons informará de nuevo al acabar la Ronda.

Fin de Transmisión Excepcional.