CAPÍTULO SEGUNDO

(Podría ser Introducción o Capítulo Primero. Entonces, el actual Cap. 1.º vendría a continuación.)

Su nombre es Ons. Inmediatamente alrededor, la Máquina. Afuera, la Gran Soledad.

Encerrado en la Máquina, recorre el sector lentamente, aplicado a una vigilancia minuciosa, cuidadoso de que todos los datos queden registrados.

Ha empezado a conocer empíricamente la peripecia de la vida desde que brota: el magisterio de los Hermanos es ahora verificado a la vista de una circunstancia objetiva y ajena.

Pero a veces se suscitan en su reflexión inesperados vértigos.

A veces parece que únicamente la Máquina existe como realidad distinta de Él Solo.

A veces parece que Afuera hay solamente la inmensa nada engañosa que se disfraza de espacio, de astros, de formas vivas.

Porque no es fácil la Exploración: la Gran Soledad llega a percibirse físicamente: la Gran Soledad es el desamparo total, es el desarraigo infinito.

(Primero era la larga infancia en que no existía conciencia del Cada Uno.

Entonces eran un solo cuerpo y un solo sentimiento y los aprendizajes iniciales iban realizándose en el plácido ensueño compartido.

Al cabo llegaba el primer lapso de la individualización: pausadamente se iba desgajando a cada Hermano de entre la densa palpitación infantil, se le traía despacio a la conciencia de sí mismo.

Era una operación rodeada de cautelas para evitar que la Segregación doliese como un desgarro.

Después de la Segregación, los Hermanos Mayores empezaban a nutrir la conciencia separada: información, reflexiones, la Norma.

Hasta estimar que había llegado el momento del Nombre.

Y entonces era el Nombre, el Cada Uno, el Solo.

Luego era el aprendizaje de la Exploración y de las Pautas.

Luego eran la Máquina y las estrellas.)

A menudo imagina el final de la Exploración.

Cuando el plazo de la Exploración haya concluido, volverá a integrarse en el existir colectivo del Pueblo.

El fin de la Exploración significará la Madurez. Y será también el fin de la Gran Soledad.

Entonces se cobijará de nuevo en el seno común de los Hermanos.

Pero ya no como embrión infantil, sino como uno de los Hermanos Mayores Que Procrean, Que Enseñan, Que Deciden.

Mientras tanto, transcurre la Exploración.

La rutina minuciosa mantiene el equilibrio de su serenidad en el solitario periplo.

De algún modo, la costumbre de la Máquina tiene un sentido de compañía.

Entre los soles, de un astro a otro, cruza el espacio dilatado, ajusta su actividad a las Pautas y su conducta a la Norma.

Por encima de cualquier curiosidad oscura la Norma le acoraza contra las inseguridades y las dudas.

Y reflexiona y aprende.

Así, varios millones de años.

De pronto, la Máquina detectó una forma de vida que inicia la Conciencia.

El hermano Ons ha observado ya la vida en muchas figuras pero no contempló nunca el Conocimiento cuando despierta.

Escruta absorto los ajetreos de la especie.

Se interna en sus poblados, sobrevuela sus sueños. Aunque para la comprensión de los seres observados, él y su Máquina serían apenas una tenue humareda dentro de una leve burbuja, mantiene todas las precauciones derivadas de la Norma.

Su investigación es lenta y exhaustiva.

Asiste desde la penumbra de las cavernas profundas a las nupcias, a los banquetes, a los enterramientos, a las pantomimas que consagran los hechos significativos, a los ritos con que los cachorros se convierten en cazadores.

A veces, una súbita intuición de su acecho hace florecer el espeluzno en un horrorizado visionario; dará origen a relatos extraños: los oyentes desorbitados sus ojos junto al fuego mientras el gemido de los vientos largos atraviesa los bosques desnudos.

La contemplación del adverso acontecer de la especie, hecho de fríos y hambrunas, le hace incidir en una de las pautas de reflexión previstas por los Maestros.

El Hermano Ons compara esta existencia incierta y primitiva con la vida del Pueblo.

Los Maestros aseguraban que los orígenes de toda vida son semejantes: que en el hondón de un pasado que ya no existía ni en el último vestigio del recuerdo, el Pueblo atravesó sin duda etapas similares a ésta.

Ante aquellos seres de fragilísima consistencia, el Hermano Ons se encuentra sopesando dubitativo aquella aseveración magistral: si ellos tienen algún futuro en las estrellas, el camino se adivina larguísimo y aleatorio.

Observa ese efímero soporte físico que obliga a la especie a la continua reproducción para sobrevivir como tal.

Cataloga las experiencias: por ricas o intensas, muchas desaparecen con sus protagonistas individuales: solamente logran incorporarse a la experiencia general algunos artificios, que se mantienen penosamente a través de algunas generaciones sucesivas. Muchos se pierden otra vez.

Analiza el modo de renovación energética: permanente necesidad que apenas tolera el transcurso de instantes sin alimento, un alimento de azarosa consecución en la que se vuelcan casi todas las preocupaciones y los esfuerzos.

Ante la vida exuberante del astro, el Hermano Ons añoró vivamente la serenidad de la Morada, donde toda estridencia es imposible.

Esas selvas atravesadas por corrientes caudalosas, bullentes de toda clase de bestias, despertaron en él el deseo de retornar.

Ahí, entre el paisaje diverso, desborda la vida su derroche; organiza la supervivencia bajo formas incomprensibles, sin atisbo alguno de razón, en la elemental deglución del momento, en la pura inconsciencia del brevísimo acaecer.

Y contemplando la multitud de formas de vida hostiles y todas indiferentes al destino de la especie que despierta, el Hermano Ons siente un incierto desasosiego frente a las instrucciones de los Maestros.

No obstante, de acuerdo con las enseñanzas, los orígenes del Pueblo fueron semejantes a éstos.

Acaso también en un mundo donde la vida competía feroz bajo cientos de formas, sometido a brutales inclemencias climáticas, a la propia endeblez del sostén telúrico, capaz de las más imprevisibles variaciones.

El Pueblo entonces era también quizá una tropa peluda y los Hermanos bestias gruñidoras cuya mezquina estructura física estaba constituida principalmente por el aparato alimentario y el reproductor.

También existía acaso esta rudimentaria separación sexual, con el penoso albur de cada procreación, y también la dispersión en grupúsculos enemistados, primitivas organizaciones fluctuantes entre el expolio y la indefensión.

Pero junto a aquella inquietud se encendía en las reflexiones del Hermano Ons una imprecisa fascinación.

Sin que él mismo lo racionalizase, iba perfilándose en su mente una desconcertante forma de curiosidad.

Los Maestros habían hecho la exégesis de la Norma hasta convertirla en una presencia inevitable y familiar dentro de Cada Uno.

Aunque la Exploración pretende, precisamente, el contacto con la vida anárquica, azarosa, demente, y la búsqueda de los seres que caminan hacia el raciocinio, ese contacto nunca podrá tener lugar de modo directo.

La Exploración requiere verificar los datos reales, pero la captación más inmediata de los datos está encomendada a la Máquina.

La Máquina es para Cada Uno lo que la Morada para el Pueblo.

Pertenecía ya a los Mitos el momento en que los Hermanos se habían desprendido de su propio astro progenitor, capaz como éste de todo accidente, para aposentarse en la Morada, creación del Pueblo, vehículo y habitáculo pero también envoltura irrenunciable del pensamiento.

La Máquina no puede pensar sola, ni tampoco integrarse en una voluntad común, pero la Máquina es el Ojo y el Oído y el Escudo.

De ahí la Norma. Insistentemente glosada, justificada, desarrollada.

La Norma que era ante todo prohibición de separarse de la Máquina.

La Norma que significaba también prohibición de inmiscuirse en los aconteceres de los mundos explorados.

Había una casuística que aparecía automáticamente en la memoria, tanto se había reiterado el repertorio.

En ella se desmenuzaban meticulosamente todos los comportamientos posibles en torno a la relación entre Cada Uno y la Máquina, entre ambos y los fenómenos cósmicos no vivos, entre ambos y las formas de vida.

En todo caso, la letanía de cuestiones era respondida con un Nunca lo harán que prohibía todo acercamiento, toda interferencia, toda aparición.

Al Hermano Ons se le ocurre que no le fueron aclarados los motivos de esa actitud expectante pero ajena que comporta la sumisión a la Norma.

Pero evita reflexionar sobre ello y su pensamiento lucha contra los miedos imprecisos, las tentaciones imprecisas, y se aferra intensamente a la fe en el magisterio de los Hermanos Mayores Que Procrean, Que Enseñan, Que Deciden.