5

Aria

ARIA despertó en una habitación que no había visto nunca. Torció el gesto, y se apretó las sienes doloridas con los dedos. Una tela pesada crujía sobre sus brazos. Bajó la mirada. Un traje blanco la cubría desde el cuello hasta los pies. Movió los dedos, metidos en unos guantes grandes. ¿De quién era aquella ropa?

Aspiró hondo al reconocer que se trataba de un Medsuit. Lumina le había hablado de ropa terapéutica como aquella. ¿Cómo podía ser que estuviera enferma? El entorno esterilizado de Ensoñación erradicaba las enfermedades. Los ingenieros genéticos, como su madre, los mantenían a todos físicamente bien. Pero ella, en ese momento, no se sentía bien. Despacio, con cuidado, movió la cabeza a izquierda y derecha. Incuso los menores movimientos le causaban dolores intensos.

Se incorporó lentamente, ahogando un grito al sentir un pinchazo agudo en el antebrazo. Un tubo lleno de un líquido claro sobresalía de un parche del traje, a la altura del brazo, y desaparecía en la ancha base de la cama. Le dolía la cabeza, y tenía la lengua pegada al paladar.

Envió un mensaje apresurado.

«Lumina, ha ocurrido algo. No sé qué está pasando. ¿Mamá? ¿Dónde estás?».

Un mostrador de acero recorría la pared lateral de la habitación. Sobre él, una pantalla regresiva, bidimensional, como las de hacía mucho tiempo. Aria veía en ella varias líneas, las constantes vitales que el traje que llevaba puesto le transmitían.

¿Por qué tardaba Lumina tanto tiempo en responder?

«Hora y posición», solicitó a su Smarteye. Pero no obtuvo ni una ni otra. ¿Dónde estaba su Smartscreen?

«Cachemira, Caleb, ¿dónde estáis?».

Aria intentó trasladarse a un Reino de playa. Uno de sus preferidos. Se agarrotó al constatar que, en su mente, aparecían unas imágenes equivocadas. Árboles en llamas. Un humo que se movía como en oleadas. El terror desbocado de Cachemira. Soren encima de ella.

Levantó la mano hasta tocarse el ojo izquierdo, y la retiró al parpadear. Allí no había nada, salvo un globo ocular inservible. Posó la palma de la mano sobre ese ojo desnudo en el momento en que un hombre delgado, con bata de médico, entraba en la sala.

—Hola, Aria. Estás despierta.

—Doctor Ward —dijo ella, momentáneamente aliviada.

Ward era uno de los colegas de su madre, un 5ª Gen de expresión seria y cara cuadrada. No era poco frecuente tener solo un padre o una madre, pero unos años atrás Aria había llegado a preguntarse si Ward sería su padre. Ward y Lumina se parecían: los dos eran reservados y se dedicaban en cuerpo y alma a su trabajo. Pero cuando Aria se lo preguntó, ella le respondió: «Nosotras nos tenemos la una a la otra. Y eso es todo lo que necesitamos».

—Cuidado —le dijo Ward—. Tienes una laceración en la frente que no se te ha curado del todo, pero eso es lo peor. Los análisis han salido negativos en todo lo demás. No hay infección. No hay lesión pulmonar. Unos resultados magníficos, teniendo en cuenta por lo que has pasado.

Aria no retiró la mano. Sabía lo horrible que debía verse.

—¿Dónde está mi Smarteye? No puedo entrar en los Reinos. Estoy aquí colgada. Sin nadie.

Se mordió el labio para no seguir hablando.

—Al parecer, tu Smarteye se perdió en la cúpula de Ag 6. Te he encargado otro. Debería estar listo en cuestión de horas. Entretanto, puedo pedir un aumento en la dosis de sedantes…

—No —respondió ella sin pensarlo—. Nada de sedantes.

Ahora comprendía que tuviera la mente confundida, como si las cosas importantes se hubieran organizado de otro modo, o se hubieran perdido.

—¿Dónde está mi madre?

—Lumina está en Alegría. La comunicación lleva una semana cortada.

Aria lo miró fijamente. En el monitor, un pitido indicó el vuelco que le dio el corazón. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Ella había entrado en Ag 6 por Lumina. Pero ¿cómo era posible que su madre siguiera ilocalizable? Recordaba haber reiniciado el Smarteye y haber visto el archivo con la etiqueta de «Pájaro Cantor».

—No puede ser. Mi madre me envió un mensaje.

Ward arqueó mucho las cejas.

—¿En serio? ¿Y cómo sabes que era suyo?

—El título era «Pájaro Cantor». Y así solo me llama Lumina.

—¿Y viste el mensaje?

—No, no tuve ocasión. ¿Dónde está Cachemira?

Ward aspiró hondo antes de hablar.

—Aria, siento tener que decirte esto. Solo tú y Soren habéis sobrevivido. Sé que Cachemira y tú estabais bastante unidas.

Aria se agarró con fuerza a los bordes de la cama.

—¿Qué está diciendo? —oyó que preguntaba—. ¿Está diciendo que Cachemira está muerta?

No era posible. Nadie moría a los diecisiete años. La gente vivía más de un siglo.

El monitor volvió a emitir un pitido. En esta ocasión más fuerte, más persistente.

Ward seguía hablando.

—Abandonasteis la zona segura… con los Smarteyes desinstalados… cuando respondimos…

Pero ella solo oía el bip-bip-bip…

Ward retrocedió y se fijó en el monitor. En el gráfico que mostraba, en sus líneas ascendentes, en sus cifras crecientes, en la sensación de derrumbe que se dibujaba en su pecho.

—Lo siento, Aria —dijo.

El Medsuit se tensó, arrugándose a la altura de las extremidades. Sintió algo frío en el brazo. Bajó la mirada. Un líquido azul recorría el tubo y desaparecía en el interior del traje terapéutico. En su interior. A través del Smarteye había ordenado que se le administraran más sedantes. Ward se acercó más a ella.

—Échate hacia atrás ahora, si no quieres caerte.

Aria habría querido pedirle que no se acercara más, pero sentía los labios entumecidos, y la lengua se había convertido en un extraño peso muerto en la boca. La habitación parecía alargarse, y el pitido del monitor se ralentizaba por momentos. Aria cayó hacia atrás, y aterrizó en el colchón con un golpe seco.

El doctor Ward apareció sobre ella con gesto impaciente.

—Lo siento —volvió a decirle—. Es lo mejor para ti en este momento.

Y después salió de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.

Aria intentó moverse. Sentía que las extremidades le pesaban y se sentían atraídas, como por un imán, hacia abajo. Tuvo que concentrarse al máximo para llevarse la mano a la cara. Se asustó, pues no reconocía los guantes que cubrían los dedos, ni el vacío que palpaba alrededor del ojo.

Dejó caer la mano, incapaz de seguir controlándola. El brazo se descolgó sobre el borde de la cama. Aún lo veía, pero no podía hacer nada para que volviera a su posición anterior.

Cerró los ojos. ¿Le había ocurrido algo a Lumina? ¿O era a Cachemira? La mente se le había llenado de unas vibraciones parecidas a las de un diapasón que reverberara dentro de su cráneo. Pronto no tendría la menor idea de qué era lo que la había entristecido.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando regresó el doctor Ward. Sin su Smarteye, Aria sentía que no sabía nada.

—Lo siento, pero he tenido que sedarte. —Hizo una pausa, esperando a que ella dijera algo, pero ella mantenía la vista fija en las luces del techo, que dibujaban motas negras en su visión—. Ya están listos para iniciar la investigación.

Una investigación. ¿Ahora resultaba que era delincuente? Se le aflojó el Medsuit. Ward dio un paso al frente y carraspeó. Aria torció el gesto al notar que le quitaba la aguja del brazo. El dolor podía soportarlo, pero no el roce de aquellas manos. Se incorporó tan pronto como él se hubo retirado, la mente turbia, mareada.

—Sígueme —le dijo Ward—. Los Cónsules están preparados.

—¿Los Cónsules?

Eran las personas más influyentes de Ensoñación, y gobernaban todos los aspectos de la vida en la Cápsula.

—¿Asiste también el Cónsul Hess? ¿El padre de Soren?

El doctor Ward asintió.

—De los cinco, él es el más implicado. Ocupa el cargo de Director de Seguridad.

—¡No puedo verlo! Fue culpa de Soren. El incendio lo provocó él.

—¡Cállate, Aria! ¡Por favor, no digas nada más!

Permanecieron unos instantes mirándose. Aria tragó saliva y notó la garganta reseca.

—No puedo contarles la verdad, ¿verdad?

—Mentir no te servirá de nada —respondió Ward—. Tienen métodos para obtener la verdad.

Aria no daba crédito a lo que oía.

—Ven. Si nos retrasamos más te condenarán nada más que por haberles hecho esperar.

• • •

El doctor Ward la llevaba por un amplio pasillo curvado, que le impedía ver qué había delante. El Medsuit la obligaba a caminar con los brazos y las piernas ligeramente separadas. Si a eso sumaba la rigidez de los músculos, se sentía como una zombi siguiendo al colega de su madre.

Se fijó en que había grietas y manchas de óxido en las paredes. Ensoñación llevaba en pie casi trescientos años, pero ella, hasta ese momento, no había apreciado señales de deterioro. Había pasado toda su vida en el Panóptico, la vasta e inmaculada cúpula central. Casi todo tenía lugar allí, en cuarenta niveles que alojaban las áreas residenciales, escolares, de reposo y avituallamiento, todas ellas organizadas alrededor de un atrio. Aria jamás había visto una sola grieta en el Panóptico, aunque lo cierto era que nunca se había molestado demasiado en buscarlas.

El diseño del lugar era deliberadamente anodino y reiterativo para promover al máximo el uso de los Reinos. En la realidad todo era poco estridente y se mantenía en tonos grises, que era el color con el que vestían todos. Ahora, mientras seguía al doctor Ward, no podía dejar de pensar qué otras partes de la Cápsula se estarían deteriorando.

Ward se detuvo frente a una puerta sin placa ni identificación.

—Nos vemos luego.

Sonó a pregunta.

Aria no vio a los cinco Cónsules de Ensoñación al entrar en la sala. Así era como se presentaban siempre en público, hablando desde un antiguo Senado virtual. A la mesa solo había sentado un hombre.

El padre de Soren. El Cónsul Hess.

—Toma asiento, Aria —dijo Hess señalándole la silla metálica que tenía delante.

Ella obedeció y se cubrió el ojo desnudo con un mechón de pelo. La habitación era una caja metálica de paredes marcadas por hendiduras. Olía mucho a lejía.

—Un momento —dijo el Cónsul Hess sin dejar de observarla.

Aria se cruzó de brazos para disimular el temblor que se había apoderado de sus manos. Probablemente él estaría repasando los informes sobre el incendio en su Smarteye, o tal vez hablando con algún experto sobre el procedimiento a seguir.

El padre de Soren era un Gen 12, y hacía tiempo que había iniciado el segundo siglo de su vida. Se suponía que Soren y él se parecían, pues eran corpulentos y de rasgos similares. Pero su similitud no era evidente. Los tratamientos anti-edad mantenían la piel del Cónsul Hess tan fina y suave como la de un recién nacido, mientras que el bronceado de Soren le hacía parecer mayor. Pero como a todos los que tenían más de cien años, a Hess la edad se le notaba en los ojos, hundidos y apagados como huesos de oliva.

Aria se fijó en la silla dispuesta junto a la suya. Se suponía que no debía estar vacía. Debería haberla ocupado su madre, en lugar de encontrarse a centenares de kilómetros de allí. Aria siempre había intentado entender la dedicación de Lumina por su trabajo. No era fácil, sabiendo de él tan poco como sabía.

—Es información reservada —le decía cada vez que ella le preguntaba—. Todo lo que te puedo contar sobre él, tú ya lo sabes. Tiene que ver con el campo de la genética. Es un trabajo importante, aunque no tan importante como tú.

¿Cómo iba a poder creerla ahora? ¿Dónde estaba su madre cuando Aria la necesitaba?

La atención del Cónsul Hess se centró en ella con la insistencia de un foco. Todavía no había dicho gran cosa, pero ella sabía que la estaba estudiando. Daba golpecitos con las uñas en la mesa de acero.

—Empecemos —ordenó al fin.

—¿No deberían estar presentes todos los Cónsules?

—Los Cónsules Royce, Medlen y Tarquin están ocupados en cuestiones de protocolo. Visionarán nuestra conversación más tarde. El Cónsul Young sí se encuentra con nosotros.

Aria se fijó en el Smarteye de su interlocutor, cada vez más consciente de la gran ausencia dibujada en el lado izquierdo de su propio rostro.

—Conmigo no está.

—Sí, es cierto. Has pasado por toda una peripecia, ¿verdad? Me temo que mi hijo comparte cierta responsabilidad en lo sucedido. Soren es un quebrantaleyes congénito. Un rasgo difícil, a su edad. Pero algún día resultará bastante útil.

Aria no dijo nada hasta que supo que podría hacerlo sin que le temblara la voz.

—¿Ha hablado con él?

—Solo en los Reinos —respondió el Cónsul Hess—. Pasará tiempo hasta que pueda volver a hablar en voz alta. Le están cultivando huesos nuevos para la mandíbula. Y gran parte de la piel del rostro tendrá que ser regenerada. Nunca recuperará del todo su aspecto anterior, pero ha sobrevivido. Ha tenido suerte… aunque no tanta como tú.

Aria clavó la vista en la mesa. Había una raya larga y profunda en su superficie. No quería imaginarse a Soren con cicatrices. No quería imaginarlo en absoluto.

—Hace más de un siglo que Ensoñación no sufría una brecha en su seguridad. Es absurdo y a la vez impresionante que un grupo de Gen 2 haya logrado lo que las tormentas de éter y los Salvajes no han conseguido en tanto tiempo. —Hizo una pausa—. ¿Eres consciente de lo cerca que estuvisteis de destruir toda la Cápsula?

Ella asintió sin levantar la vista. Desde el principio había sabido lo peligroso que era encender fuego, pero había permanecido allí sentada, mirando sin hacer nada. Tendría que haber actuado antes. Tal vez habría podido salvarle la vida a Cachemira si Soren no le hubiera inspirado tanto temor.

Las lágrimas le nublaron la visión.

Cachemira estaba muerta.

¿Cómo era posible algo así?

—Con las cámaras de Ag 6 estropeadas y vuestros Smarteyes desactivados, nos encontramos en una situación algo primitiva. Solo disponemos de vuestra descripción de los hechos para saber qué fue lo que ocurrió esa noche. —Se echó hacia delante, y al hacerlo las patas de la silla se deslizaron sobre el suelo emitiendo un leve chirrido—. Necesito que me cuentes qué fue lo que ocurrió exactamente en la cúpula.

Ella alzó la vista y escrutó sus ojos fríos en busca de alguna pista. ¿Habían encontrado su Smarteye? ¿Sabía Hess algo de la grabación?

—¿Qué le ha contado Soren? —preguntó.

El Cónsul Hess esbozó una sonrisita.

—Eso es confidencial, como también lo será tu testimonio. No se divulgará nada hasta que la investigación haya concluido. Cuando quieras.

Resiguió la raya de la mesa con un dedo cubierto por el guante. ¿Cómo podía contarle al Cónsul Hess que su hijo se había convertido en un monstruo? Necesitaba su Smarteye. Sin él, creerían cualquier cosa que Soren les vendiera. Soren mismo lo había dicho en la cúpula agrícola.

—Cuanto antes lo aclaremos, antes podrás irte —insistió Hess—. Necesitas tiempo para vivir el duelo, como todos nosotros. Hemos suspendido las actividades escolares y todo el trabajo no esencial hasta la semana próxima para permitir que se inicie la curación. Y me han informado de que tu amigo Caleb le está organizando un homenaje a Cachemira. —Hizo una pausa—. Además, supongo que estarás impaciente por ver a tu madre.

Aria se agarrotó y alzó la vista.

—¿Mi madre? Ward me ha dicho que la comunicación seguía interrumpida.

Hess agitó la mano, despectivo.

—Ward no pertenece a mi equipo. Lumina está bastante preocupada por ti. He dispuesto que puedas verla tan pronto como terminemos.

Las lágrimas volvieron a inundar los ojos de Aria, y resbalaron por sus pestañas. Ahora estaba segura. Lumina estaba bien. Seguramente habría tratado de ponerse en contacto con ella mientras estaba en Ag 6, y le habría dejado un mensaje cuando ella no estaba disponible.

—¿Cuándo ha hablado con ella? ¿Por qué se interrumpió la comunicación durante tanto tiempo?

—Aria, aquí las preguntas no las formulas tú. Dame tu versión. Desde el principio.

Le contó lo de la desconexión de los Smarteyes, primero despacio, pero después ganando confianza al describir la partida de Pelota Podrida y el incendio. Las palabras que pronunciaba la acercaban más al momento de reencontrarse con Lumina. Cuando llegó al momento en que los chicos habían empezado a perseguirlas a Cachemira y a ella, se le quebró la voz.

—Cuando él… cuando Soren… me arrancó el Smarteye, supongo que perdí el conocimiento. Después de eso ya no recuerdo nada.

El Cónsul Hess apoyó los brazos en la mesa.

—¿Y por qué habría hecho Soren algo así?

—No lo sé. Pregúnteselo usted.

La mirada distante de Hess se clavó en la suya. ¿Le transmitían las preguntas los demás Cónsules?

—Él me ha contado que lo de llegar hasta allí fue idea tuya. Que buscabas información sobre tu madre.

—¡La idea fue suya, no mía! —El dolor de cabeza regresó, y no pudo evitar una mueca de disgusto. Los sedantes. El malestar físico. La tristeza. No sabía cuál de las tres cosas le dolía más—. Soren quería vivir una aventura de verdad. Fue hasta allí dispuesto a encender una hoguera. Yo me apunté solo porque creía que sabría decirme algo sobre Alegría.

—¿Y cómo llegaron a encontrarte en la cámara de aire exterior?

—¿Me encontraron allí? No lo sé. Ya se lo he dicho. Me desmayé.

—¿Había alguien más contigo?

—¿Alguien más? —repitió ella—. ¿Quién más podría haber habido en una cúpula externa? Aria se puso rígida cuando una imagen borrosa apareció en su mente. ¿Aquello había ocurrido realmente? —Había… había un forastero.

—Un forastero —repitió Hess sin alterarse—. ¿Y cómo crees tú que un forastero logró entrar en Ag 6 la misma noche que vosotros, a la hora exacta en que Soren desactivó el sistema?

—¿Me está acusando de permitir la entrada en Ensoñación de un Salvaje?

—Yo me limito a formular preguntas. ¿Por qué fuiste tú la única a la que pusieron a salvo llevándote a la cámara de aire? ¿Por qué no fuiste atacada?

—¡Me atacó su hijo!

—Cálmate, Aria. Estas preguntas son rutinarias, no es mi intención que te disgustes. Tenemos que recabar hechos.

Ella se fijó en el Smarteye de Hess, e imaginó que en realidad estaba hablando con el Cónsul Young.

—Pues si quiere recabar hechos —dijo con voz firme— recupere mi Smarteye. Y verá lo que sucedió.

El Cónsul Hess, sorprendido, abrió mucho los ojos, pero al instante recobró la compostura. De modo que sí realizaste una grabación. No es poca proeza, con un ojo desactivado. Eres una chica lista. Lo mismo que tu madre. —Hess dio varios golpecitos a la mesa con los dedos—. Ya han empezado a buscar tu Ojo. Lo encontraremos. ¿Qué recogiste en tu grabación?

—Lo que acabo de decirle. Su hijo volviéndose loco.

Hess se apoyó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.

—Esto me coloca en una posición difícil, ¿verdad? Pero no dudes que se hará justicia. Mi responsabilidad, por encima de cualquier otra consideración, es mantener la seguridad de la Cápsula. Gracias, Aria, has sido de gran ayuda. ¿Crees que estás en disposición de soportar varias horas de viaje? Tu madre está impaciente por verte.

—¿De verdad me está proponiendo que me desplace hasta Alegría?

—Exacto. Tengo un vehículo esperando. Lumina ha insistido en que quería verte en carne y hueso para asegurarse de que estabas recibiendo el tratamiento adecuado. Puede ser bastante persuasiva, ¿verdad?

Aria asintió, sonriendo para sus adentros. No le costaba imaginar la discusión que habrían mantenido. Lumina tenía la paciencia propia de un científico. No paraba hasta obtener el resultado que esperaba.

—Estoy bien. Puedo ir.

En realidad no lo estaba ni remotamente, pero fingiría estarlo si de ese modo lograba reunirse con Lumina.

—Bien. —El Cónsul Hess se puso en pie. Dos hombres uniformados con los trajes azules de Guardianes de Ensoñación entraron en la sala, ocupándola casi por completo con su imponente tamaño. La miraron a la cara, fijándose en el vacío dejado por el Smarteye. Aria decidió que no tenía sentido seguir cubriéndose el ojo desnudo. Se levantó ella también, haciendo esfuerzos por sobreponerse al dolor que sentía en todos los músculos y las articulaciones.

—Cuidadla bien —ordenó el Cónsul Hess a los Guardianes—. Y tú, ponte buena, Aria.

—Gracias, Cónsul Hess.

Él sonrió.

—No me las des. Es lo menos que puedo hacer, después de todo lo que has vivido.