43

Aria

ARIA levantó las rodillas. Había despertado hacía horas en una cámara diminuta, con mal sabor de boca. En la esquina seguía el guante abandonado. Había visto pasar del rojo al óxido las manchas de sangre de los dedos.

Le dolía el ojo. Se habían llevado el Smarteye mientras estaba inconsciente.

A Aria no le importaba.

La pared que se alzaba frente a ella contaba con una cortina negra tan ancha como el propio habitáculo. Aria esperaba que se abriera. Sabía a quién se encontraría cuando sucediera. Pero no tenía miedo.

Había sobrevivido al mundo exterior. Había sobrevivido al éter, a los caníbales y a los lobos. Había aprendido a querer, y a despedirse. Pasara lo que pasara a partir de ahora, también lo superaría.

Un ligero chasquido rasgó el silencio de la habitación. Junto a la cortina empezó a oírse el leve zumbido de unos altavoces. Aria se puso en pie al instante, y al hacerlo echó de menos el peso del puñal de Garra. La cortina se abrió, y quedó a la vista una habitación separada de la suya por un cristal grueso. Dos hombres la miraban desde el otro lado.

—Hola, Aria —dijo el Cónsul Hess entrecerrando los ojos, medio sonriente, una versión fantasmagórica, más vieja, de Soren—. No imaginas lo sorprendido que estoy de verte. —Estaba sentado a una silla muy pequeña para su tamaño. Ward permanecía en pie, silencioso y serio, a su lado, con el ceño fruncido.

—Siento tu pérdida —declaró el Cónsul.

En sus palabras no había el menor atisbo de compasión. En cualquier caso, ella no lo creería nunca. La había dejado a la intemperie para que muriera.

—Hemos visionado el mensaje de tu madre titulado «Pájaro Cantor» —prosiguió. Sostenía su Smarteye en la palma de la mano—. ¿Sabes que yo ignoraba tu especialísima composición genética cuando te dejé en el exterior? Lumina nos lo mantuvo en secreto a todos.

Aria lo miró fijamente a través del cristal. Ahora lo comprendía todo. La veían como a una Salvaje portadora de enfermedades. No querían respirar el mismo aire que ella respiraba.

—Ya tenéis el Smarteye —dijo—. ¿Qué queréis de mí?

Hess sonrió.

—Ahora llegaremos a eso. Tú ya sabes lo que ha ocurrido aquí, en Alegría, ¿verdad? Lo viste en el archivo de tu madre. —Hizo una pausa—. Tú misma viviste un anticipo en Ag 6.

Aria pensó que no iba a sacar nada de mentir.

—Una tormenta de éter, y el SLD —dijo.

—Exacto. Un ataque dual. Primero externo. La tormenta debilita la Cápsula. Después, interno, cuando la enfermedad se manifiesta. Tu madre fue de las primeras en estudiar el SLD. Trabajaba para encontrar una cura, junto con otros científicos. Pero, como verás por lo que ha ocurrido aquí, carecemos de respuestas. Y es posible que el tiempo se agote antes de que las obtengamos.

Hess miró a Ward para indicarle que interviniera. El doctor empezó a hablar al momento. Había más pasión en su voz que en la de Hess.

—Las tormentas de éter descargan con una intensidad que no se conocía desde la Unidad. Alegría no es la única Cápsula que ha caído. Si estas tempestades siguen produciéndose, todas las Cápsulas desaparecerán. Ensoñación desaparecerá, Aria. Nuestra única esperanza de sobrevivir es escapar al éter.

Aria estuvo a punto de echarse a reír.

—No hay esperanza. No hay escapatoria. El éter está en todas partes.

—Los forasteros hablan de un lugar libre de él.

Aria sintió que se agarrotaba. ¿Ward había oído hablar del Azul Perpetuo? ¿Cómo podía saber algo así? Pero, por otra parte, era normal que lo supiera. Se dedicaba a estudiar a forasteros, como hacía su madre. Como había hecho su madre.

—Son solo rumores —dijo. Pero, mientras pronunciaba aquellas palabras, pensaba que podían ser ciertos. ¿Acaso el rumor sobre Alegría no se había confirmado?

Hess la observaba con atención.

—O sea, que has oído hablar de ello.

—Sí.

—Pues hacia allí te dirigirás. —Se le cerró el estómago al darse cuenta de lo que pretendía.

—¿Quiere que salga a buscarlo? —Negó con la cabeza—. Yo no pienso hacer nada por usted.

—Aquí han muerto seis mil personas —intervino Ward, apremiante—. Seis mil. Entre ellas tu madre. Tienes que comprenderlo. Es tu única salida.

La tristeza se apoderó de ella, oprimiéndola. Pensó en los cadáveres del camión negro, en la gente de las camillas de la sala de diagnóstico. Ruina y Eco habían muerto por el SLD. Y Cachemira. ¿Caleb y sus amigos podían ser los siguientes?

El corazón la latía con fuerza ante la mera idea de regresar al exterior. ¿Era la posibilidad de ver a Perry la que le aceleraba el pulso? ¿O tal vez sentía que su deber era proseguir con la búsqueda iniciada por su madre? No. No podía permitir que las Cápsulas se desmoronaran.

—No puedes regresar a Ensoñación —dijo Hess—. Has visto demasiado.

Aria lo miró, desafiante.

—¿Qué va a hacer si no acepto? ¿Matarme? Eso ya lo ha intentado. Tendrá que esmerarse más.

Hess la estudió durante unos instantes.

—Ya me parecía que dirías algo así. Pero creo que he encontrado otra manera de convencerte.

Sobre el cristal parpadeó un rectángulo azul. En una pantalla pequeña apareció Perry, flotando entre los dos. Se hallaba en la habitación de los barcos pintados y los halcones. La sala en la que se había encontrado con Garra en los Reinos.

«Aria… ¿qué está ocurriendo? —decía, desesperado—. Aria, ¿por qué no me conoce? Garra…».

La imagen parpadeó y pasó a otra de Perry abrazando a Garra.

«Te quiero, Garra —decía—. Te quiero».

Y la imagen quedaba congelada.

Por un momento, el eco de su voz reverberó en la pequeña cámara. Después Aria se acercó al cristal y lo golpeó con la mano.

—¡No se atreva a tocarlos!

Hess se sobresaltó al ver su reacción. Pero al momento esbozó una sonrisa satisfecha.

—Si me traes información sobre el Azul Perpetuo, no tendré que hacerlo.

Aria posó la mano sobre la imagen de Perry, añorándolo. Añorando al Perry real. Su mirada se trasladó a Garra. No lo había conocido en persona, pero no importaba. Formaba parte de Perry. Y ella haría lo que fuera para protegerlo.

Miró a Hess.

—No le daré nada si les hace daño.

Hess volvió a sonreír.

—Bien —dijo—. Creo que nos entendemos.

La puerta se abrió, y el Cónsul desapareció tras ella.

Ward lo siguió, pero vaciló antes de salir.

—Aria, tu madre sí nos dejó una respuesta al irse. Te dejó a ti.

• • •

Era de noche cuando se montó en un deslizador, escoltada por seis Guardianes. Llevaba puesta su ropa —la que había dejado tras el camión negro, y que había recuperado—, y un Smarteye nuevo metido en el macuto.

En el interior de la cabina, la luz era tenue. Se abrochó los cinturones. Los Guardianes la miraban a través de sus visores con una mezcla de temor y repulsión.

Aria les sostuvo la mirada y les indicó en qué punto exacto de la Tienda de la Muerte debían dejarla.