Peregrino
LOS ojos de Perry se mantenían fijos en Aria, que se había acurrucado tras una hilera de cajones en la penumbra, abajo. Le costaba respirar. No quería parpadear siquiera. ¿Qué había hecho? La había dejado ir sola. Sabía que ella estaba esperando el momento adecuado para moverse, pero pasaban los segundos, y él apenas lograba reprimir el impulso de bajar corriendo y plantarse a su lado.
Los Guardianes se retiraron al centro de rescate. Con la llegada de la noche, la intensidad de su trabajo había disminuido. Perry se inquietó al ver que se apagaban las luces del perímetro, y que solo quedaba un sendero iluminado que conducía al centro de rescate. No había contado con ello, pero ahora veía que aquello los beneficiaría. Finalmente, cuando todo estaba tranquilo, Aria se puso en pie y, a oscuras, corrió hacia el camión negro.
A Perry se le revolvieron las tripas cuando la vio subirse al remolque descubierto. Desde donde se encontraba veía con claridad el amasijo de miembros. Como mínimo debía de haber doce cadáveres. La vio rebuscar entre los cuerpos, en busca de su madre. Mientras la observaba sentía que le temblaban las piernas, y que se le formaba un nudo en la garganta. ¿Qué era eso? ¿Pensaba encontrar así a su madre? ¿Un cuerpo sin vida arrojado al frío de la noche?
Maldijo a la parte de su ser que quería que la encontrara muerta. Era la única posibilidad de que Aria regresara con él. Pero ¿entonces, qué? ¿Acaso no era eso lo que había deseado? ¿Que ella regresara a su casa, para que él pudiera volver con los Mareas?
No podía soportar estar ahí de pie sin hacer nada. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cómo se sentía ella? Llevaba días detectando hasta el más mínimo cambio en su estado de ánimo, y ahora no sabía nada.
Aria arrojó algo por el borde del remolque. Un traje voluminoso como el que llevaban los Guardianes. Unas botas. Un casco. Después bajó al suelo de un salto y se ocultó detrás del camión. Dejó de verla entonces, pero sabía que estaba desnudándose en aquel espacio reducido, que se estaba vistiendo con ropa de residente. Y sabía lo que eso significaba: que no había encontrado a su madre.
Aria, en efecto, apareció bajo el camión vestida de residente. Se puso el casco y avanzó a oscuras, manteniéndose lo más cerca posible de la unidad de rescate. Perry se movió para poder seguir viendo. Allí, en ese momento, solo había dos hombres plantados frente a la rampa de entrada. Sabía que aquella era la mejor ocasión que se les presentaría nunca, y ella también lo sabía.
Arrastrándose, se acercó todavía más. Al llegar a unos pocos pasos de la rampa se volvió hacia la colina y le hizo una seña para indicarle que estaba lista.
Ahora le tocaba a él. Perry encajó la flecha en el arco, y con brazos firmes y seguros apuntó alto, hacia el foco que iluminaba la entrada. No iba a fallar. Esa vez no.
Disparó.