Aria
CUANDO regresó a El Ombligo con Perry solo faltaban cuarenta y siete minutos para que finalizara la cuenta atrás. Rugido se encontraba ante el panel de control, con Castaño. Sí, sabía que hablaban en voz baja, y que Perry caminaba de un lado a otro tras el sofá. Pero ella no lograba apartar los ojos de los números de la pantalla.
«Mamá —suplicó en silencio—. Que estés ahí. Por favor, que estés ahí. Te necesito. Perry y yo te necesitamos».
Había imaginado que, cuando el marcador llegara a cero, sonaría una fanfarria, una alarma, algún sonido. Pero no se oyó nada.
—Aquí aparecen dos archivos —anunció Castaño—. Ambos almacenados localmente en el Smarteye.
Castaño los subió a la pantalla. En uno figuraba la fecha y la duración. En el recuadro se leía «21 minutos» de grabación. El otro estaba etiquetado como «Pájaro Cantor».
Aria no recordaba que Perry se hubiera unido a ella en el sofá, ni que le hubiera cogido la mano. No entendía que no se hubiera dado cuenta de algo así. Ahora que sí se había percatado de ello, sentía que él era lo único que le impedía levantarse del sofá.
Decidieron revisar los archivos antes de intentar establecer contacto con Lumina. Aria pidió ver primero la grabación. Se trataba del archivo que necesitaban los dos. Era la moneda de cambio para recuperar a Garra. Y la prueba que lavaría su imagen. Se armó de valor, dispuesta a revivir la escena con Soren, el incendio. Los sonidos de Cachemira al morir. No podía creer que, de hecho, deseara que la grabación estuviera ahí.
En la pantalla apareció un bosque calcinado. La voz temerosa de Cachemira resonó en la sala. Imágenes que Aria había visto con sus propios ojos ahora las emitía una pantalla. Sus pies borrosos debajo. La mano de Cachemira asomando intermitente, unida a la suya. Imágenes temblorosas de fuego y humo y árboles. Cuando llegó el fragmento en que Soren agarraba la pierna de Cachemira, Perry le habló al oído.
—No tienes por qué verlo todo.
Ella lo miró aturdida, como si acabara de salir de un trance. Faltaban seis minutos para el final, pero ya conocía el desenlace.
—Es suficiente.
La pantalla regresó al negro, y se hizo el silencio. Ya tenían la grabación. Aquello debería haberle sabido a victoria, pero lo que sentía eran ganas de llorar. Todavía le parecía oír el eco de la voz de Cachemira.
—Necesito ver el otro archivo —dijo.
Castaño seleccionó «Pájaro Cantor». El rostro de Lumina ocupó la mayor parte de la pantalla. Sus hombros iban de un extremo al otro de la pared. Castaño redujo la imagen a la mitad, pero aun así su tamaño seguía siendo superior al natural.
—Esta es mi madre —se oyó decir a sí misma.
Lumina sonreía a la cámara. Una sonrisa fugaz, nerviosa. Llevaba el pelo oscuro recogido, retirado del rostro, como siempre. Tras ella se alineaban estantes llenos de cajas con etiquetas. Se encontraba en una especie de cuarto de suministros.
—Se me hace raro hablar con una cámara como si fueras tú. Pero sé que eres tú, Aria. Sé que verás esto, y lo escucharás.
Hablaba en voz alta, que resonaba en toda la sala. Se incorporaba un poco y se alisaba el cuello de la bata gris de médico.
—Por aquí tenemos problemas. Alegría ha sufrido graves daños durante una tormenta de éter. Los cónsules estiman que el cuarenta por ciento de la Cápsula ha resultado contaminada, pero los generadores siguen fallando, y la cifra parece aumentar por momentos. La Junta de Gobierno Central ha prometido enviar ayuda. Estamos esperándola. No nos rendimos. Y tú tampoco deberías rendirte.
»Quise decírtelo cuando ocurrió, pero la Junta interrumpió las comunicaciones con las demás Cápsulas. No quieren que cunda el pánico. Pero yo he encontrado un modo, o eso espero, de hacerte llegar este mensaje. Sé que debes estar preocupada.
Aria estaba en vilo. Lumina se incorporaba en su asiento. Sus manos quedaban fuera de plano, pero ella sabía que las tendría entrelazadas en el regazo.
—Aria, tengo que decirte otra cosa. Algo que tú llevas mucho tiempo queriendo saber. Es sobre mi trabajo. —Dirigió otra sonrisa fugaz a la cámara—. Te alegrará oírlo.
»Debo empezar con los Reinos. La Junta los creó para proporcionarnos la ilusión de espacio cuando nos vimos obligados a enclaustrarnos en las Cápsulas durante la Unidad. Se suponía que debían ser solo copias del mundo que dejábamos atrás, como sabes, pero sus posibilidades resultaron ser demasiado fascinantes. De modo que nos dimos a nosotros mismos la capacidad de volar. De viajar de una montaña nevada a una playa solo con pensarlo. ¿Y por qué sentir dolor cuando no era necesario? ¿Por qué sentir un miedo real cuando no había peligro de sufrir daños? Así pues, incrementamos lo que consideramos bueno, y suprimimos lo malo. Así son los Reinos tal como tú los conoces. «Mejores que la realidad», tal como dicen.
Lumina permanecía unos instantes mirando fijamente a la cámara, sin hablar. Después se echaba hacia delante, y presionaba algo que quedaba fuera de plano. En un recuadro abierto sobre su hombro izquierdo aparecía entonces una imagen coloreada del cerebro humano.
—El área central, en azul, es la más antigua del cerebro, Aria. Se denomina «sistema límbico». Controla muchos de nuestros procesos más básicos. Nuestro impulso de aparearnos. Nuestra comprensión del estrés y el miedo, así como nuestras reacciones ante ellos. Nuestra capacidad para la toma de decisiones rápidas. Nos referimos a ellas como a «decisiones viscerales», aunque, de hecho, esos reflejos nacen de ahí. Dicho en pocas palabras, es nuestra mente animal. Tras generaciones en los Reinos, la utilidad de esa parte del cerebro ha disminuido enormemente. ¿Qué crees tú, hija, que sucede con algo que deja de usarse durante mucho tiempo?
Aria no pudo reprimir un sollozo. Porque así era su madre. Así era como le enseñaba las cosas, formulando preguntas. Dejando que fuera ella la que formara sus propias respuestas.
—Que se pierde —respondió ella.
Lumina asintió, como si la hubiera oído.
—Degenera. Y eso tiene consecuencias catastróficas cuando debemos confiar en nuestro instinto. El placer y el dolor se confunden. El miedo puede convertirse en algo emocionante. Más que evitar el estrés, lo perseguimos, e incluso nos recreamos en él. La voluntad de dar vida se convierte en la necesidad de quitarla. El resultado es el derrumbe de la razón y la cognición. En resumen, el resultado es un brote psicótico.
Lumina hacía una pausa.
—Llevo toda la vida estudiando este trastorno. El Síndrome Límbico Degenerativo. Cuando inicié mi trabajo, hace dos décadas, los incidentes causados por el SLD eran aislados, y menores. Nadie creía que pudieran constituir una amenaza real. Pero en los últimos tres años, las tormentas de éter se han intensificado a un ritmo alarmante. Causan destrucción en nuestras Cápsulas e interrumpen nuestra conexión con los Reinos. Los generadores fallan. Fallan los repuestos… Nos enfrentamos a situaciones difíciles que somos incapaces de resolver. Existen Cápsulas enteras que han sucumbido al SLD. Creo que podrás imaginar, Aria, la anarquía de seis mil personas atrapadas, afectadas por ese síndrome. En este mismo momento yo lo vivo a mi alrededor.
Apartó la vista de la cámara, ocultando el rostro.
—Vas a odiarme por lo que diré a continuación, pero no sé si volveremos a vernos. Y ya no puedo seguir ocultándote este conocimiento. Por la naturaleza de mi trabajo, me he visto obligada a recurrir a forasteros en busca de soluciones genéticas. Ellos carecen de nuestras respuestas peligrosas al estrés y al miedo. De hecho, lo que he observado en ellos es el efecto contrario. La Junta pone los medios para traérnoslos a nuestras instalaciones. Así fue como conocí a tu padre. Ahora trabajo con niños forasteros. Después de lo ocurrido, me resulta más fácil.
Aria sentía un peso cada vez mayor en el pecho. El dolor era insoportable.
Aquello no podía estar pasando.
Ella no podía ser una forastera.
No podía ser cierto.
Lumina se incorporaba y se llevaba los dedos a los labios, como si no diera crédito a lo que ella misma acababa de decir. Después volvía a bajar las manos. Cuando volvió a hablar, lo hizo atropelladamente, en tono emocionado.
—Yo nunca te he considerado inferior en ningún aspecto. La mitad forastera que hay en ti es la que más amo. Es tu tenacidad. Tu curiosidad sobre mi investigación, sobre los Reinos. Sé que tu fuego proviene de esa parte de ti.
—Tendrás mil preguntas que hacerme, estoy segura. Si no te he contado nada, ha sido para protegerte. —Se detuvo, y dirigió a la cámara una sonrisa triste—. Y siempre es mejor cuando uno descubre las respuestas por sí mismo, ¿verdad?
Lumina se echaba hacia delante, dispuesta a poner fin a la grabación. Su expresión de dolor ocupaba toda la pantalla. Pero entonces vacilaba y se echaba hacia atrás. Movía, nerviosa, los hombros menudos, agitaba todo el cuerpo, como si no pudiera contenerse. Al verla en ese estado, Aria no pudo reprimir las lágrimas.
—Hazme un favor, Pájaro Cantor. Canta el aria para mí. Tú ya sabes cuál. La cantas tan bien… Esté donde esté, sabes que la oiré. Adiós, Aria. Te quiero.
Y la pantalla se oscurecía.
Aria no tenía brazos ni piernas.
No tenía corazón.
No tenía pensamientos.
Perry apareció junto a ella, los ojos iluminados por la rabia y el dolor. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Qué había dicho Lumina? ¿Estudiaba a niños forasteros?
¿Como Garra?
Levantó a peso la mesa de centro, volcando el jarrón de rosas. Soltando un grito gutural, la lanzó contra la pantalla. El florero cayó a los pies de Aria y se partió en dos. A continuación la pantalla estalló en mil pedazos.
Mucho después de abandonar El Ombligo, seguían cayendo al suelo fragmentos de cristal.
• • •
Ya en la sala de arriba, Aria vio tres veces más el mensaje de su madre. Castaño estaba a su lado, y de vez en cuando le daba unas palmaditas en la rodilla y pronunciaba palabras de consuelo.
Ella mantenía la vista en el pañuelo que sostenía. Le dolía el corazón, como si se le estuviera desgarrando por dentro. Y el dolor parecía aumentar.
—Sucedió en Ag 6 —le explicó a Castaño—. Fue eso. Fue un SLD. —Aria recordaba los ojos fijos, muy abiertos, de Soren al contemplar el fuego. La determinación de Ruina y de Eco. El hecho de que incluso Cachemira temiera que los árboles fueran a caer sobre ella—. La única diferencia es que aquella noche nosotros nos desconectamos a propósito.
Aria cerró los ojos y apretó mucho los párpados para ahuyentar la imagen del caos que se había apoderado de Ag 6. El tumulto de la Cápsula en la que se encontraba su madre. Los miles de Sorens provocando incendios y quitándose sus Smarteyes. ¿Qué probabilidades de sobrevivir tenía Lumina, entre las tormentas de éter y los SLD?
Castaño la miraba con gesto compasivo. Parecía fatigado. Estaba despeinado y tenía la camisa arrugada y húmeda, porque la había abrazado y la había dejado llorar en su hombro.
—Tu madre conocía este trastorno. Te envió este mensaje. Seguro que estaba preparada para algo así.
—Tienes razón. Ella siempre estaba preparada.
—Aria, ahora podemos probar el Smarteye. Si estás preparada, podemos intentar acceder a los Reinos. Tal vez logremos establecer contacto con Lumina.
Ella asintió sin vacilar, pero sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más. Quería ver a su madre. Sabía que estaba viva, pero ¿qué le diría? Lumina le había ocultado tantas cosas… Le había impedido conocerse a sí misma.
Una mitad de sí misma era forastera.
«La mitad».
Y así se sentía. Como si acabara de desaparecerle una mitad.
Castaño le acercó el Smarteye. Aria se lo colocó con dedos temblorosos.
—¿Y si no hay nada? ¿Y si no logro contactar con ella?
—Puedes quedarte aquí tanto tiempo como quieras.
Lo dijo sincera, automáticamente. Aria se fijó en su rostro redondo, lleno de bondad.
—Gracias —dijo, pero no pudo formular la siguiente pregunta que le vino a la mente.
«¿Y si descubro que se llevó a Garra?».
Tenía que saberlo. Aria se colocó el Smarteye sobre el ojo izquierdo. El dispositivo se pegó mucho a su piel, y lo sintió incómodo. Vio los dos archivos locales en la pantalla. La grabación de Soren. El mensaje de su madre.
Recorrió la secuencia de instrucciones mentales que conducían a los Reinos, mientras Castaño lo monitorizaba todo en el panel que sostenía sobre las piernas.
La frase «¡Bienvenida a los Reinos!» apareció, con letras intermitentes, en su pantalla ocular, seguida de aquel «¡Mejores que la realidad!».
Tras unos momentos vio otro mensaje.
«Acceso denegado».
Se quitó el Smarteye al momento, pues no quería ver aquellas palabras.
—Castaño, no ha funcionado. No voy a volver a casa. Perry no va a recuperar a Garra.
Él le apretó la mano con fuerza.
—Todavía no hemos llegado al final del camino. No ha funcionado contigo, pero se me ha ocurrido otra cosa.