38

Bonnie sabía que iba a morir.

Había tenido una clara premonición de ello justo antes de que aquellas cosas —aquellos árboles que se movían como humanos, con sus rostros horrendos y sus brazos gruesos y nudosos— hubiesen rodeado al pequeño grupo de humanos en el Bosque Viejo. Había oído el aullido del negro perro espectral, se había girado, y justo entonces había distinguido fugazmente a uno de ellos que desaparecía bajo el resplandor de su linterna. Había un largo historial de perros en la familia de Bonnie: cuando uno de ellos aullaba, no tardaba en producirse una muerte.

Había adivinado que sería la suya.

Pero no había dicho nada, ni siquiera cuando la doctora Alpert había dicho:

—¿Qué ha sido eso, en el nombre del Cielo?

Bonnie trataba de ser valiente. Meredith y Matt eran valientes. Era algo inherente en ellos, una aptitud para seguir adelante cuando cualquier persona cuerda saldría huyendo y se escondería. Ambos anteponían el bien del grupo al suyo propio. Y desde luego la doctora Alpert era valiente, por no mencionar fuerte, y la señora Flowers parecía haber decidido que los adolescentes le habían sido encomendados especialmente para que cuidara de ellos.

Bonnie había querido demostrar que también ella podía ser valiente. Trataba de mantener la cabeza erguida y de estar atenta a los sonidos provenientes de los arbustos, a la vez que escuchaba simultáneamente con sus sentidos psíquicos en busca de cualquier señal de Elena. Era difícil hacer juegos malabares con ambos. Había una barbaridad de ruido en el mundo real; toda clase de risitas quedas y susurros procedentes de los matorrales que no debían estar allí. Pero de Elena no se oía nada, ni siquiera cuando Bonnie gritó su nombre una y otra vez: «¡Elena, Elena, Elena!».

«Vuelve a ser humana —había comprendido con tristeza Bonnie, finalmente—. No puede oírme o establecer contacto. De todos nosotros, ella es la única que no escapó de milagro.»

Y fue entonces cuando el primero de los Hombres Árbol surgió frente al grupo de buscadores. Como algo salido de una pesadilla de un cuento infantil, era un árbol y luego —repentinamente— era un ser, un gigante parecido a un árbol que de improviso se movió con rapidez hacia ellos, las ramas superiores agrupándose para convertirse en largos brazos, y entonces todo el mundo empezó a chillar e intentó escapar de él.

Bonnie jamás olvidaría el modo en que Matt y Meredith habían intentado ayudarla a huir entonces.

El Hombre Árbol no era veloz. Pero cuando se volvieron y trataron de huir de él descubrieron que había otro detrás de ellos. Y había otro más a la derecha y otro a la izquierda. Estaban rodeados.

Y a continuación, igual que ganado, como esclavos, aquellos seres los capturaron. Cualquiera de ellos que intentara resistirse a los árboles recibía bofetones y cachetes de ramas duras y llenas de afiladas espinas, y luego, con una rama flexible alrededor del cuello, los llevaban a rastras.

Los habían cogido; pero no los habían matado. En su lugar los conducían a alguna parte. No era difícil imaginar el motivo; de hecho, Bonnie podía imaginar toda una cantidad de razones diferentes. Era simplemente una cuestión de escoger cuál era la más aterradora.

Al final, tras lo que parecieron horas de andar a la fuerza, Bonnie empezó a reconocer cosas. Volvían a estar de regreso a la casa de huéspedes. O más bien, iban de regreso a la auténtica casa de huéspedes por primera vez. El coche de Caroline estaba fuera. La casa volvía a estar iluminada de arriba abajo, pero había ventanas oscuras aquí y allí.

Y sus captores los esperaban.

Y ahora, tras el estallido de llanto y súplicas, intentaba ser valiente una vez más.

Cuando el chico con el cabello raro había dicho que ella sería la primera, había comprendido exactamente qué quería decir y cómo iba a morir; y de improviso ya no era nada valiente… en su interior. Pero había decidido no volver a chillar.

Apenas veía la plataforma y las figuras siniestras que lo ocupaban, pero Damon había reído cuando los Hombres Árbol habían empezado a quitarle la ropa. En aquellos momentos, reía mientras Meredith sostenía las podadoras de jardín. Ella no volvería a suplicarle, no cuando no serviría de nada de todos modos.

Y ahora estaba tumbada sobre la espalda, con los brazos y las piernas atados de tal modo que estaba indefensa, vestida con tiras de tela y harapos. Quería que la mataran a ella primero, así no tendría que contemplar cómo Meredith se cortaba la lengua a pedazos.

Justo cuando sentía un último grito de furia brotando de su interior como una serpiente trepando por un poste, había visto a Elena muy por encima de ella en un pino blanco.

—Alas del Viento —musitó Elena mientras el suelo corría a su encuentro, muy de prisa.

Las alas se desplegaron al instante desde algún lugar dentro de Elena. No eran reales, tenían una envergadura de doce metros y estaban hechas de finísima gasa dorada; su color fluctuaba desde el más intenso ámbar del Báltico en la espalda al etéreo citrino claro en las puntas. Estaban casi inmóviles, subiendo y bajando de un modo apenas perceptible, pero la sostuvieron en alto, mientras el viento pasaba raudo bajo ellas, y la condujeron exactamente a donde necesitaba ir.

No a Bonnie. Eso era lo que todos ellos esperarían. Desde la altura a la que estaba, era posible que pudiera agarrar a Bonnie y liberarla, pero no tenía ni idea de cómo cortar las ligaduras de la joven o de si podría volver a emprender el vuelo.

En lugar de eso, Elena viró bruscamente en dirección a la plataforma en el último momento, cogió las tijeras de podar de la mano alzada de Meredith y luego atrapó un puñado de largo y sedoso cabello negro y escarlata. Misao lanzó un chillido. Y entonces…

Entonces fue cuando Elena realmente necesitó algo de fe. Hasta el momento sólo había estado planeando, en realidad, no volando. Pero ahora necesitaba elevarse; necesitaba que las alas funcionaran… y una vez más, aunque no había tiempo, estaba con Stefan, y sentía…

… la primera vez que le había besado. Otras chicas habrían esperado que fuese al revés, hubieran dejado que el chico tomara la iniciativa, pero ella no. Además, al principio Stefan había pensado que besar era seducir a la presa…

… la primera vez que él la había besado, comprendiendo que no era una relación depredadora…

Y ahora ella necesitaba realmente volar…

«Sé que puedo…»

Pero Misao era muy pesada; y a Elena le fallaba la memoria.

Las grandes alas doradas temblaron y se quedaron inmóviles. Shinichi intentaba trepar por una enredadera para llegar hasta ella, y Damon sujetaba a Meredith para que no se moviese.

Y, demasiado tarde, Elena comprendió que no iba a funcionar.

Estaba sola, y no podía pelear de aquel modo. No contra tantos.

Estaba sola, y un dolor que la hacía querer chillar desaforadamente le alanceaba la espalda. Misao estaba consiguiendo de algún modo volverse más pesada, y dentro de otro minuto sería demasiado pesada para que las alas temblorosas de Elena aguantaran.

Estaba sola y, como el resto de los humanos, iba a morir…

Y entonces, a través del terrible dolor que estaba provocando que le apareciese un fino sudor por todo el cuerpo, oyó la voz de Stefan.

—¡Elena! ¡Déjate ir! ¡Cae y yo te atraparé!

Qué extraño, pensó Elena, como en un sueño. El amor que él sentía y el pánico le habían distorsionado la voz en cierto modo… haciendo que sonara diferente. Haciéndole sonar casi como…

—¡Elena! ¡Estoy contigo!

… como Damon.

Arrancada violentamente de su sueño, Elena miró a sus pies. Y allí estaba Damon, colocado de modo protector ante Meredith, con la vista alzada hacia ella y con los brazos extendidos.

Estaba con ella.

—¡Meredith —siguió él—, muchacha, éste no es momento para caminar dormida! ¡Tu amiga te necesita! ¡Elena te necesita!

Lentamente, estúpidamente, Meredith volvió el rostro hacia arriba. Y Elena vio cómo éste recuperaba la vida y la vivacidad a medida que los ojos se concentraban en las grandes alas doradas.

—¡Elena! —gritó—. ¡Estoy contigo! ¡Elena!

¿Cómo había sabido que debía decir eso? La respuesta era que se trataba de Meredith, y Meredith siempre sabía qué debía decir.

Y en aquellos momentos el grito lo recogía otra voz: la de Matt.

—¡Elena! —gritó en una especie de aclamación—. ¡Estoy contigo, Elena!

Y la voz profunda de la doctora Alpert:

—¡Elena! ¡Estoy contigo, Elena!

Y la de la señora Flowers, sorprendentemente fuerte:

—¡Elena! ¡Estoy contigo, Elena!

E incluso la pobre Bonnie:

—¡Elena! ¡Estamos contigo, Elena!

Mientras, en lo más profundo de su corazón, oyó al auténtico Stefan susurrar:

—Estoy contigo, mi ángel.

No dejó caer a Misao. Fue como si las grandes alas doradas hubiesen atrapado una corriente ascendente; de hecho, casi la alzaron directamente hacia arriba, fuera de control; pero de algún modo consiguió mantenerse estable. Seguía mirando abajo y vio cómo las lágrimas se derramaban de sus ojos y caían en dirección a los brazos extendidos de Damon. Elena no sabía por qué lloraba, pero en parte era por haber dudado de él.

Porque Damon no sólo estaba de su lado. A menos que estuviese equivocada, estaba dispuesto a morir por ella… estaba tentando a la muerte por ella. Lo vio arrojarse sobre las plantas trepadoras y enredaderas que se retorcían, todas ellas intentando alcanzar a Meredith o a Elena.

Había necesitado sólo un instante para hacerse con Misao, pero Shinichi saltaba ya en dirección a Elena, bajo la forma de un zorro, con los labios tensados hacia atrás, dispuesto a desgarrarle la garganta. Aquéllos no eran zorros corrientes. Shinichi era casi tan grande como un lobo —como mínimo, del tamaño de un perro grande— y tan sanguinario como un glotón.

Entretanto, todo el mirador se vio inundado por una confusión de enredaderas, plantas trepadoras y zarcillos fibrosos, que alzaban a Shinichi. Elena no sabía en qué dirección moverse para esquivarlo. Necesitaba tiempo, y necesitaba un espacio libre para poder salir disparada de allí.

Todo lo que Caroline hacía era chillar.

Y entonces Elena vio su oportunidad. Una abertura en las enredaderas a la que se arrojó, sabiendo en su subconsciente que se estaba arrojando también por encima de la barandilla, a la vez que, de algún modo, seguía sujetando los cabellos de Misao. De hecho, debió de ser una experiencia sumamente dolorosa para la kitsune mientras se balanceaba de un lado a otro como un péndulo por debajo de Elena.

La única ojeada que Elena consiguió echar por encima del hombro le permitió ver a Damon moviéndose más rápido que nada que Elena hubiese visto jamás. Llevaba a Meredith en brazos y la introducía a toda prisa por una abertura que conducía a la puerta de la cúpula. En cuanto la joven entró en ella, apareció abajo en el suelo en un santiamén y corrió en dirección al altar donde yacía Bonnie, aunque fue a chocar con uno de los Hombres Árbol. Por un instante, mientras Damon le echaba un vistazo a Elena, las miradas de ambos se encontraron y algo eléctrico pasó entre ellos. Aquella mirada hizo que un hormigueo recorriera a Elena de pies a cabeza.

Luego ella volvió a enfocar la mirada: Caroline volvía a chillar; Misao estaba usando su látigo para agarrarse a la pierna de Elena y llamaba a los Hombres Árbol para que la propulsaran hacia arriba. Elena necesitaba volar más alto. No tenía ni idea de cómo estaba controlando las delicadas alas doradas, pero nada parecía enredarlas; y obedecían su menor deseo como si siempre las hubiese tenido. El gran truco era no pensar en cómo llegar a alguna parte, sino en imaginar simplemente que se estaba allí.

Por otro lado, los Hombres Árbol estaban creciendo. Era como una pesadilla infantil sobre gigantes, y al principio hizo que a Elena le pareciese que era ella la que se encogía. Pero las espantosas criaturas sobrepasaban ya la casa, y sus ramas superiores parecidas a serpientes le azotaron las piernas a la vez que Misao la atacaba con el látigo. Los téjanos de Elena estaban ya hechos jirones. Contuvo un grito de dolor.

«Tengo que volar más alto.

«Puedo hacerlo.»

«Voy a salvaros a todos.»

«Creo.»

Más veloz que un colibrí cuando desciende en picado, empezó a ascender como una exhalación a través del límpido aire otra vez, sujetando aún a Misao por la larga melena negra y roja. Y Misao chillaba, dando gritos de los que se hacía eco Shinichi al mismo tiempo que peleaba con Damon.

Y entonces, justo tal y como Damon y ella habían planeado, justo como Damon y ella habían esperado que fuera a suceder, Misao adoptó su auténtica forma y Elena se encontró sujetando por el pescuezo a una raposa enorme y pesada que se revolvía.

Hubo un momento difícil mientras Elena conseguía mantener el equilibrio. Tenía que recordar que había más peso atrás, ya que Misao tenía seis colas y era más pesada allí donde un zorro auténtico sería más ligero.

Para entonces ella ya había descendido de vuelta sobre su percha en el árbol, y se quedó allí, pudiendo ahora bajar la vista hacia la escena que se desarrollaba abajo, ya que los Hombres Árbol eran demasiado lentos y se quedaron atrás. El plan había salido a la perfección, salvo que Damon, precisamente él, había olvidado su papel. Lejos de haberse refugiado en la posesión, había engañado a Shinichi y a Misao maravillosamente… y también a Elena. Ahora, según el plan de ambos, él debería estarse ocupando de cualquier espectador inocente, dejando que Elena atrajera a Shinichi.

En lugar de ello, algo dentro de él parecía haber estallado; y se dedicaba a golpear metódicamente la cabeza en forma humana de Shinichi contra la casa, gritando:

—¡Maldito… seas! ¿Dónde… está… mi… hermano?

—Po… podría matarte… ahora mismo… —le gritó a su vez Shinichi, pero le faltaba el aire.

Damon no le estaba resultando un adversario fácil.

—¡Hazlo! —replicó al instante Damon—. ¡Y entonces ella —lo dijo señalando a Elena, que seguía sobre la rama— le cortará el cuello a tu hermana!

El desprecio de Shinichi fue mordaz.

—Esperas que crea que una chica con un aura como ésa matará…

Llega un momento en que uno tiene que mostrarse firme. Y para Elena, que ardía de desafío y gloria, aquél era el momento. Inspiró profundamente, rogó el perdón del universo, y se inclinó abajo, colocando en posición las tijeras de podar. Luego apretó con todas sus fuerzas.

Y una cola de raposa de punta roja cayó retorciéndose al suelo, mientras Misao lanzaba alaridos de dolor y rabia. La cola se contorsionó mientras caía, y quedó tendida en medio del claro agitándose como una serpiente que no está vencida del todo aún. Luego se tornó transparente y se desvaneció.

Fue entonces cuando Shinichi chilló de verdad.

—¿Sabes lo que has hecho, bruja ignorante? ¡Haré que todo este lugar os caiga encima! ¡Os haré pedazos!

—Sí, claro que lo harás. Pero primero —Damon pronunció cada palabra con deliberación— tienes que vencerme a mí.

Elena apenas captó lo que decían. No había sido fácil para ella apretar aquellas tijeras de podar. Había necesitado pensar en Meredith con las tijeras en sus propias manos, y en Bonnie tendida en el altar, y en Matt, un poco antes, retorciéndose en el suelo. Y en la señora Flowers, y en las tres niñas desorientadas, y en Isobel y —mucho— en Stefan.

Pero al derramar por primera vez en su vida la sangre de otro con sus propias manos, sintió una repentina y extraña sensación de responsabilidad… de un nuevo deber de rendir cuentas. Como si un viento helado hubiese echado hacia atrás su pelo repentinamente y le hubiese dicho a su rostro helado y jadeante: «Jamás sin un motivo. Jamás si no es necesario. Jamás a menos que no exista otra solución».

Elena sintió que crecía algo en su interior, de golpe. Con demasiada rapidez para poder decir adiós a la infancia, se había convertido en una guerrera.

—Todos vosotros pensabais que no podría pelear —gritó al grupo allí reunido—. Os equivocasteis. Pensabais que carecía de poder. También os equivocasteis en eso. Y usaré hasta la última gota en esta lucha, porque vosotros, gemelos, sois unos auténticos monstruos. No, sois… abominaciones. Y si muero descansaré junto a Honoria Fell, y velaré por Fell's Church otra vez.

«Fell's Church se pudrirá y desaparecerá infestada de gusanos», dijo una voz cerca de su oreja, y era un voz profunda de bajo, en nada parecida a los agudos chillidos de Misao. Elena supo ya mientras giraba la cabeza que era el pino blanco. Una dura rama escamosa, cargada con aquellas agujas dentadas cubiertas de pegajosa resina, chocó contra su estómago, haciéndole perder el equilibrio… y haciendo que abriera involuntariamente las manos. Misao se apresuró a escapar, y fue a esconderse en el interior de aquellas ramas parecidas a las de un árbol de Navidad.

—Los… árboles… malos… van… al… Infierno —exclamó Elena, arrojando todo su peso en la tarea de hundir las tijeras de podar que sostenía en la base de la rama que había intentado aplastarla.

Esta intentó zafarse, y ella retorció las tijeras en la herida corteza oscura, y se sintió aliviada cuando un gran trozo se desprendió, dejando sólo un largo hilillo de resina como señal de donde había estado.

A continuación buscó a Misao con la mirada. A la raposa no le resultaba tan fácil como habría pensado moverse por un árbol. Elena contempló el racimo de colas. Por extraño que pareciera, no había muñón, ni sangre, ni señal alguna de que la zorra hubiese sido herida.

¿Era por eso por lo que no se convertía en humana? ¿Por la pérdida de una cola? Incluso aunque estuviese desnuda cuando volviera a adoptar forma humana —como contaban algunas historias sobre hombres lobo—, habría estado en mejores condiciones de descender.

Porque Misao parecía finalmente haber escogido el método lento pero seguro para bajar: dejar que una rama tras otra sujetaran su cuerpo de zorro y lo pasaran a la siguiente. Lo que significaba que estaba sólo a unos tres metros por debajo de Elena.

Y todo lo que Elena tenía que hacer era descender deslizándose por encima de las agujas y luego —mediante las alas u otro medio— detenerse. Si creía en sus alas. Si el árbol no la arrojaba fuera de él.

—Eres demasiado lenta —gritó Elena.

Luego inició el descenso, planeando, para cubrir la distancia —que no era mucha si se calculaba según la longitud del cuerpo humano— que la separaba de su objetivo.

Hasta que vio a Bonnie.

El cuerpo menudo de la muchacha seguía tendido sobre el altar, pálido y con aspecto aterido. Pero en aquellos momentos cuatro de los horrendos Hombres Árbol la sujetaban de manos y pies. Tiraban ya tan fuerte que estaba alzada en el aire.

Bonnie estaba despierta. Aunque no gritaba. No emitía ni un solo ruido que pudiera atraer la atención hacia ella; y Elena comprendió con una oleada de amor, horror y desesperación que ése era el motivo por el que no había armado todo un alboroto antes. Quería que los actores principales allí presentes libraran su batalla sin la molestia de tener que rescatarla.

Los Hombres Árbol se inclinaron hacia atrás.

El rostro de Bonnie se contorsionó de dolor.

Elena tenía que alcanzar a Misao. Necesitaba la doble llave de zorro para liberar a Stefan, y las únicas personas que podían decirle dónde estaba ésta eran Misao y Shinichi. Alzó los ojos hacia la oscuridad y advirtió que parecía un poco menos oscura que la última vez: el cielo era de un oscuro gris arremolinado en lugar de un negro opaco; pero no había ayuda allí. Miró hacia abajo. Misao iba un poco más rápida en su huida. Si Elena la dejaba escapar… Stefan era su amor. Pero Bonnie, Bonnie era su amiga… desde la infancia…

Y entonces vio el plan B.

Damon peleaba con Shinichi… o lo intentaba.

Pero Shinichi estaba siempre un centímetro más allá del puño de Damon. Los puños de Shinichi, por otra parte, siempre alcanzaban totalmente sus objetivos, y en aquellos momentos el rostro de Damon era una máscara sanguinolenta.

—¡Usa madera! —le indicaba Misao con un chillido, sin la actitud infantil anterior—. Vosotros, los hombres, sois unos idiotas, ¡sólo pensáis en los puños!

Shinichi arrancó una columna de soporte del mirador con una sola mano, mostrando su auténtica fuerza. Damon sonrió beatíficamente. Iba, Elena lo sabía, a disfrutar con aquello, incluso aunque significara una innumerable cantidad de pequeñas heridas ocasionadas por esquirlas de madera.

Fue entonces cuando Elena gritó:

—¡Damon, mira hacia abajo! —Su voz sonó débil por encima de la algarabía de alaridos, sollozos y gritos de furia que sonaban por todas partes—. ¡Mira hacia abajo… a Bonnie!

Nada hasta el momento había sido capaz de romper la concentración de Damon; éste parecía decidido a averiguar dónde retenían a Stefan… o a matar a Shinichi intentándolo.

Ahora, ante la leve sorpresa de Elena, la cabeza de Damon se volvió violentamente al instante. Miró abajo.

—Una jaula —gritó Shinichi—. Construidme una jaula.

Y ramas de árboles se inclinaron al frente desde todos los lados para inmovilizarlos a él y a Damon dentro de su propio pequeño mundo, formando un enrejado para retenerlos.

Los Hombres Árbol se inclinaron aún más hacia atrás. Y muy a su pesar, Bonnie chilló.

—¿Ves? —rió Shinichi—. Cada uno de tus amigos morirá en medio de ese sufrimiento o peor. Uno a uno, ¡acabaremos con vosotros!

Fue entonces cuando Damon realmente enloqueció. Empezó a moverse como el azogue, como llamas saltarinas, como algún animal con reflejos mucho más veloces que los de Shinichi. Tenía ya una espada en la mano, sin duda conjurada mediante la mágica llave de la casa, y la espada se abrió paso con firmeza a través de las ramas al mismo tiempo que éstas se alargaban para atraparlo. Y a continuación voló por los aires, saltando por encima de la barandilla por segunda vez aquella noche.

En esta ocasión, el equilibrio de Damon fue perfecto, y lejos de partirse huesos, efectuó un elegante y felino aterrizaje justo al lado de Bonnie. Y luego la espada centelleó en un arco, barriendo el aire alrededor de Bonnie, y las resistentes puntas con aspecto de dedos de las ramas que la sujetaban quedaron limpiamente cortadas.

Al cabo de un momento, Bonnie era alzada, sostenida por Damon mientras éste saltaba con soltura fuera del tosco altar y desaparecía en las sombras que había cerca de la casa.

Elena soltó el aire que había estado reteniendo y regresó a sus propios asuntos. Pero el corazón le latía con más fuerza y rapidez, con alegría, orgullo y gratitud, mientras resbalaba por las dolorosas agujas de rebordes afilados, y casi pasaba por delante de Misao, que estaba siendo apartada a toda prisa de su camino… aunque no del todo a tiempo.

Consiguió sujetar con firmeza el pescuezo de la zorra. Misao profirió un extraño lamento animal y hundió los dientes en la mano de Elena con tanta fuerza que pareció que éstos fuesen a encontrarse. Elena se mordió el labio hasta que sintió brotar la sangre, intentando no chillar.

«Sé aplastada y muere, y conviértete en marga —dijo el árbol al oído de Elena—. Los de tu especie pueden alimentar a mis hermanos por una vez.» La voz era anciana, maligna y muy, muy aterradora.

Las piernas de Elena reaccionaron sin detenerse a consultar con su mente. Empujaron hacia fuera con energía y a continuación las doradas alas de mariposa volvieron a desplegarse, no aleteando sino ondulando, sosteniendo a Elena estable sobre el altar.

Tiró hacia arriba del hocico de la enfurecida raposa para acercarla —aunque no demasiado— a su cara.

—¿Dónde están los dos trozos de la llave zorro? —exigió—. Dímelo o te quitaré otra cola. Juro que lo haré. No te engañes… no es tan sólo el orgullo lo que pierdes, ¿verdad? Tus colas son tu poder. ¿Qué sentirías no teniendo ninguna?

—Como si fuera humana… aunque no como tú, fenómeno de feria.

Misao volvía a reír de aquel modo que recordaba a un perro jadeante, las orejas de zorro muy pegadas a la cabeza.

—¡Limítate a responder a la pregunta!

—Como si fueses a comprender las respuestas que yo podría darte. Si te dijera que uno está dentro del instrumento del ruiseñor de plata, ¿te daría eso alguna clase de pista?

—¡Podría, si te explicases con un poco más de claridad!

—Si te dijera que uno estaba enterrado en la sala de baile de Blodwedd, ¿serías capaz de encontrarlo?

De nuevo surgió la jadeante mueca burlona mientras la zorra daba pistas que no conducían a ninguna parte… o a todas partes.

—¿Son ésas tus respuestas?

—¡No! —chilló de improviso Misao con voz aguda, y la pateó, moviendo las patas como si fuese un perro que escarbase en la tierra.

Salvo que la tierra era el estómago de Elena, y las patas que escarbaban daban la impresión de que podrían perforarle las entrañas. Notó cómo la camisola se desgarraba.

—Te lo dije; ¡no estoy jugando! —exclamó Elena.

Alzó a la raposa con el brazo izquierdo, incluso a pesar de que le dolía de cansancio, y, con la mano derecha, colocó en posición las tijeras.

—¿Dónde está la primera parte de la llave? —exigió.

—¡Búscala tú misma! Sólo tienes el mundo entero para buscar, en cada matorral.

La zorra se lanzó a por su garganta otra vez, y sus blancos dientes consiguieron dejar su marca en la carne de Elena.

Elena forzó aquel brazo para sujetar a Misao en una posición más alta.

—¡Te lo advertí, así que no digas que no lo hice o que tienes algún motivo para quejarte!

Volvió a accionar las tijeras.

Misao soltó un chillido agudo que casi se perdió en la conmoción general. Elena, más y más cansada, dijo:

—Eres una auténtica mentirosa, ¿verdad? Mira abajo si quieres. No he cortado nada. Tan sólo has oído el chasquido de las tijeras y has chillado.

Misao estuvo muy cerca de asestarle un zarpazo a Elena en un ojo. Ah, bueno. Ahora, para Elena, aquello no implicaba ya cuestiones morales o éticas. No estaba causando dolor, tan sólo restaba poder. Las tijeras empezaron a chasquear y chasquear, y Misao chilló y la maldijo, pero debajo de ellas los Hombres Árbol se encogían.

—¿Dónde está la primera parte de la llave?

—Suéltame y te lo diré.

De pronto la voz de Misao era menos chillona.

—¿Eres capaz de hacerlo por tu honor?

—Por mi honor y por mi palabra como kitsune. ¡Por favor! ¡No puedes dejar a un zorro sin su cola real! El resto no me han dolido. Son sólo insignias. Pero mi cola real está en el centro, tiene la punta blanca, y si me cortas ahí, verás sangre y quedará un muñón.

Misao parecía totalmente acobardada, totalmente lista para cooperar.

Elena sabía juzgar a la gente y tenía intuición, y tanto la mente como el corazón le decían que no confiara en aquella criatura. Pero quería con tanto ahínco creer, esperar…

Efectuando un lento descenso curvo de modo que la raposa estuviese cerca del suelo —se negó a ceder a la tentación de soltarla desde doce metros de altura—, Elena dijo:

—Bien. Por tu honor, ¿cuáles son las respuestas?

Seis Hombres Árbol cobraron vida a su alrededor y se abalanzaron sobre ella, con ávidas ramas codiciosas en forma de dedos.

Pero no cogieron totalmente por sorpresa a Elena. Esta no había soltado a Misao; solamente había aflojado la mano. Ahora volvió a cerrarla con fuerza.

Una oleada de energía le dio nuevas fuerzas de modo que se alzó veloz y pasó rauda junto al mirador, donde permanecían un Shinichi furioso y una Caroline llorosa. Entonces Elena se encontró con los ojos de Damon, que estaban llenos de ardiente y fiero orgullo por ella, y se sintió inundada por una pasión ardiente y feroz.

—No soy un ángel —anunció a cualquiera del grupo que aún no hubiese conseguido comprenderlo del todo—. No soy un ángel y no soy un espíritu. Soy Elena Gilbert y he estado en el Otro Lado. Y ahora mismo estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario, ¡incluso patear algún trasero!

Sonó un clamor abajo que en un principio no pudo identificar. Luego comprendió que eran los demás… Sus amigos. La señora Flowers y la doctora Alpert, Matt e incluso la salvaje Isobel. Lanzaban aclamaciones… y resultaban visibles porque de improviso el patio trasero estaba iluminado por la luz del día.

«¿Lo estoy haciendo yo?», se preguntó Elena, y comprendió que de algún modo así era. Estaba iluminando el claro en el que estaba la casa de la señora Flowers, a la vez que dejaba el bosque que lo rodeaba sumido en la oscuridad.

«A lo mejor puedo extenderlo —pensó—. Hacer que el Bosque Viejo sea algo más joven y menos maligno.»

De haber tenido más experiencia, jamás lo habría intentado. Pero allí y entonces sintió que podía asumir cualquier reto. Rápidamente, miró a su alrededor en las cuatro direcciones que ocupaba el Bosque Viejo, y gritó: «¡Alas de Purificación!», y contempló cómo las enormes y escarchadas alas iridiscentes de mariposa se extendían a lo alto y a lo ancho, y luego más a lo ancho, y a continuación un poco más.

Fue consciente del silencio, de estar tan embelesada en lo que hacía que ni siquiera los forcejeos de Misao le importaban.

Era un silencio que le recordaba algo: a todos los sones musicales más hermosos juntándose en un único y poderoso acorde.

Y entonces el Poder salió despedido de ella; no un poder destructivo como el que Damon había enviado muchas veces, sino un poder de renovación, primaveral, de amor, juventud y purificación. Y contempló cómo la luz se extendía más y más lejos, y los árboles se volvían más pequeños y más familiares, con más claros entre matorrales. Espinos y enredaderas colgantes desaparecieron. Sobre el suelo, desperdigándose como un círculo que se expandía, brotaron flores de todos los colores, dulces violetas en macizos aquí y montículos de zanahorias silvestres allí, y rosas silvestres trepando por todas partes. Era tan hermoso que le hizo sentir un dolor en el pecho.

Misao siseó. El trance de Elena quedó roto por fin, y ésta miró a su alrededor encontrándose con que los espantosos y desgarbados Hombres Árbol habían desaparecido bajo la luz del sol y que en su lugar había una amplia parcela de acederas salpicada de árboles fosilizados en formas curiosas. Algunos parecían casi humanos. Por un momento, Elena contempló la escena, perpleja, y entonces reparó en otra diferencia. Todos los auténticos humanos se habían ido.

—¡Jamás debería haberte traído aquí!

Y ésa, ante la sorpresa de Elena, era la voz de Misao, que le hablaba a su hermano.

—Lo has estropeado todo por culpa de esa chica. ¡Shinichi no baka!

—¡Idiota, tú! —le gritó Shinichi a Misao—. ¡Onore! Estás reaccionando tal y como ellos quieren…

—¿Qué otra cosa se supone que debo hacer?

—Te oí dándole pistas a la chica —gruñó Shinichi—. Harías cualquier cosa por mantener tu aspecto, egoísta…

—¿Tú me dices eso? ¿Tú, que no has perdido ni una sola cola?

—Porque soy más veloz…

—¡Eso es mentira y lo sabes! —le interrumpió Misao—. ¡Retíralo!

—¡Eres demasiado débil para pelear! ¡Deberías haber huido hace tiempo! No me vengas llorando.

—¡No te atrevas a hablarme de ese modo! Y Misao se liberó de un brinco de la mano de Elena y atacó a Shinichi. El había estado equivocado. Era una buena guerrera. En un segundo se convirtieron en un núcleo de destrucción, rodando una y otra vez por el suelo mientras peleaban cambiando de forma todo el tiempo. Pelaje negro y escarlata voló por los aires. De la bola de cuerpos que rodaban llegaron fragmentos de conversación.

—… aun así no encontrarán las llaves…

—… no las dos, al menos…

—… incluso si lo hicieran…

—… ¿qué importaría?

—… todavía tienen que encontrar al chico…

—… yo creo que sería de lo más deportivo dejarles intentarlo…

La horrible risita aguda de Misao.

—Y ver qué encuentran…

—… ¡en el Shi no Shi!

Repentinamente, la pelea finalizó y ambos adquirieron forma humana. Estaban maltrechos, pero Elena decidió que no había nada más que ella pudiese hacer si decidían volver a pelear. En su lugar, Shinichi dijo:

—Voy a romper la esfera. Aquí —giró hacia Damon y cerró los ojos— es donde está tu precioso hermano. Lo estoy colocando en tu mente… si eres capaz de descifrar el mapa. Y una vez que llegues allí, morirás. No digas que no te lo advertí. A Elena le dedicó una reverencia y dijo: —Yo también lamento que vayas a morir. Pero te he conmemorado mediante una oda:

Rosa silvestre y lila,

bálsamo de abeja y margarita,

de Elena la sonrisa

el invierno expulsa.

Campánula y violeta,

dedalera y lirio,

mira por dónde pisa

y luego mira cómo la hierba se inclina.

Por donde sus pies pasan,

flores blancas la hierba apartan…

—Preferiría escuchar una explicación sin tapujos de dónde están las llaves —dijo Elena a Shinichi, sabiendo que tras aquella canción no le sacaría nada más a Misao—. Francamente, estoy más que harta de vuestras sandeces.

Advirtió que una vez más todo el mundo la miraba fijamente y pudo percibir el motivo. Percibió la diferencia en su voz, en su postura, en la estructura de su lenguaje. Pero principalmente, en su interior, lo que percibió fue libertad.

—Os concederemos esto —dijo Shinichi—. No los moveremos de sitio. Encontradlos a partir de las pistas… o por otros medios, si podéis.

Guiñó un ojo a Elena y se dio la vuelta… para encontrarse con una pálida y temblorosa Némesis.

Caroline. Fuese lo que fuese lo que había estado haciendo durante los últimos minutos, lo que sí que había hecho era llorar, y frotarse los ojos y retorcerse las manos… o eso adivinó Elena por la distribución de su maquillaje.

—¿También tú? —le dijo ella a Shinichi—. ¿También tú?

Shinichi le dedicó su indolente sonrisa.

—¿Y puede saberse qué he hecho?

Hizo un gesto displicente con la mano, indicando a Caroline que no le diera la lata.

—¿También te has prendado de ella? Componiéndole canciones… dándole pistas para encontrar a Stefan…

—No son pistas muy buenas —repuso Shinichi consolador, y volvió a sonreír.

Caroline intentó pegarle, pero él le atrapó el puño.

—¿Y crees que ahora os vais a ir?

La voz de la muchacha tenía el tono de un grito; no tan agudo como el alarido de Misao, que era capaz de quebrar el cristal, pero con un temible vibrato.

—Sé que nos vamos. —Echó una ojeada a la hosca Misao—. Tras una pequeña cuestión de negocios más. Pero no contigo.

Elena se puso en tensión, pero Caroline volvía a intentar atacar a Shinichi.

—¿Después de lo que me dijiste? ¿Después de todo lo que dijiste?

Shinichi la miró de pies a cabeza, dando la impresión de verla realmente por primera vez. También pareció genuinamente perplejo.

—¿Te dije? —preguntó—. ¿Hemos hablado antes de esta noche?

Sonó una aguda risita divertida y todo el mundo volvió la cabeza. Misao estaba allí de pie, riendo tontamente, con las manos sobre la boca.

—Usé tu imagen —le dijo a su hermano, con los ojos fijos en el suelo como si confesase un pecadillo—. Y tu voz. En el espejo, cuando le daba órdenes. Estaba despechada debido a algún tipo que la había plantado. Le dije que me había enamorado de ella y que me vengaría sobre sus enemigos… tan sólo si hacía unas cositas para mí.

—Como propagar los malachs entre jovencitas —dijo Damon en tono sombrío.

Misao volvió a reír tontamente.

—Y un chico o dos. Sé lo que se siente teniendo a esos malachs dentro de uno. No duele nada. Tan sólo están… allí.

—¿Te ha obligado alguna vez uno de ellos a hacer algo que no querías hacer? —inquirió Elena, que sentía cómo sus ojos azules llameaban—, ¿Crees que eso te dolería, Misao?

—¿No eras tú? —Caroline seguía mirando a Shinichi; era evidente que no conseguía seguir el ritmo del guión—. ¿No eras tú?

El suspiró, sonriendo levemente.

—No era yo. Los cabellos rubios son mi perdición, lo siento. Dorados… o rojo intenso sobre negro —añadió apresuradamente, echando un vistazo a su hermana.

—Así que todo era una mentira —dijo Caroline, y por un momento, la desesperación cobró en su rostro más intensidad que la cólera, y la tristeza las superó a ambas—. No eres más que otro admirador de Elena.

—Mira —intervino Elena sin rodeos—. No le quiero. Le odio. El único chico que me importa es Stefan.

—Ah, él es el único chico, ¿verdad? —preguntó Damon, echándole una ojeada a Matt, que había llevado arriba a Bonnie junto a ellos mientras tenía lugar la pelea entre los zorros.

La señora Flowers y la doctora Alpert los habían seguido.

—Ya sabes a lo que me refiero —dijo Elena a Damon.

Damon se encogió de hombros.

—Muchas doncellas rubias del rudo alabardero acaban siendo la esposa. —Entonces sacudió la cabeza—. ¿Por qué estoy soltando este tipo de porquería?

Su compacto cuerpo pareció alzarse muy por encima de Shinichi.

—Es un simple efecto residual… de haber estado poseído… ya sabes. —Shinichi sacudió las manos, con los ojos fijos aún en Elena—. Mis pautas de pensamiento…

Parecía prepararse para otra pelea, pero entonces Damon se limitó a sonreír y dijo, con ojos entrecerrados:

—Así que dejaste que Misao hiciese lo que quisiera con la ciudad mientras tú ibas tras Elena y tras de mí.

—Y…

—Memo —dijo Damon a toda prisa y automáticamente.

—Yo iba a decir Stefan —indicó Elena—. No, yo diría que Matt fue la víctima de una de las pequeñas conspiraciones de Misao y Caroline antes de que él y yo tropezásemos contigo cuando estabas completamente poseído.

—Y ahora creéis que os podéis marchar así como así —dijo Caroline, con una voz temblorosa y amenazadora.

—Claro que nos vamos —repuso Shinichi con frialdad.

—Caroline, aguarda —dijo Elena—. Puedo ayudarte… con las Alas de Purificación. Estás siendo controlada por un malach.

¡No necesito tu ayuda! ¡Necesito un esposo!

Se produjo un silencio total en el tejado. Ni siquiera Matt se atrevió a meter baza en aquello.

—O al menos un prometido —masculló Caroline, con una mano sobre el vientre—. Mi familia lo aceptaría.

—Lo solucionaremos —dijo Elena con suavidad… Luego añadió con firmeza—: Caroline, créeme.

—No creería en ti ni que…

La respuesta de Caroline fue una obscenidad. Luego escupió en dirección a Elena. Y a continuación se quedó callada, por voluntad propia o porque el malach que llevaba dentro así lo quiso.

—De vuelta a lo que estábamos hablando —dijo Shinichi—. Veamos, nuestro precio por servir las pistas y la ubicación es un pequeño bloque de memoria. Digamos… desde el momento en que vi a Damon por vez primera hasta ahora. Extraído de la mente de Damon. —Sonrió aviesamente.

—¡No puedes hacer eso! —Elena sintió que la recorría el pánico, empezando en el corazón y volando hacia los extremos más alejados de cada extremidad—. Ahora él es diferente: ha recordado cosas… está cambiado. Si te llevas su memoria…

—Desparecerán a su vez todos los dulces cambios —le indicó Shinichi—. ¿Preferirías que me llevase tu memoria?

—¡Sí!

—Pero tú has sido la única en oír las pistas sobre la llave. Y en cualquier caso no quiero ver cosas desde tus ojos. Quiero verte a ti… a través de sus ojos.

A aquellas alturas, Elena estaba lista para iniciar otra pelea por sí sola. Pero Damon le dijo, distanciándose ya:

—Adelante, coge lo que quieras. Pero si no desapareces de esta ciudad justo después, te arrancaré la cabeza con estas tijeras de podar.

—De acuerdo.

—No, Damon…

—¿Quieres recuperar a Stefan?

—¡No a ese precio!

—Es una lástima —intervino Shinichi—. No hay otro trato.

—¡Damon! ¡Por favor… piensa en ello!

—Lo he pensado. Es culpa mía que los malachs se hayan propagado tanto. Es culpa mía por no investigar lo que sucedía con Caroline. No me importaba lo que les sucediera a los humanos siempre y cuando los recién llegados se mantuviesen alejados de mí. Pero puedo arreglar algunas de las cosas que te hice encontrando a Stefan. —Se volvió hacia ella, con la antigua sonrisa que venía a decir «al diablo con todo» en los labios—. Al fin y al cabo, cuidar de mi hermano es mi tarea.

—Damon… escúchame.

Pero Damon miraba a Shinichi.

—De acuerdo —dijo—. Has conseguido un trato.