Elena había estado aguardando en su árbol.
No era, bien mirado, tan diferente de sus seis meses en el mundo de los espíritus, donde había pasado la mayor parte de su tiempo observando a otras personas, y aguardando, y observándolas un poco más. Aquellos meses le habían enseñado una vigilancia paciente que habría dejado estupefacto a cualquiera que conociese a la antigua y desenfrenada Elena.
Desde luego, la antigua Elena desenfrenada seguía también dentro de ella, y de vez en cuando se rebelaba. Por lo que podía ver de momento, nada sucedía en la oscura casa de huéspedes. Únicamente la luna parecía moverse, ascendiendo sigilosamente por el cielo.
«Damon dijo que esta criatura llamada Shinichi tenía una fijación con las 4.44 de la mañana o de la tarde», pensó. A lo mejor aquella Magia Negra funcionaba según un horario diferente al de cualquier otra de la que ella hubiese oído hablar.
En cualquier caso, era por Stefan. Y en seguida supo que aguardaría allí durante días, si era necesario. Por supuesto podía esperar hasta el alba, cuando ningún operador de Magia Negra que se respetase a sí mismo pensaría en iniciar una ceremonia.
Y, al final, aquello que esperaba fue a detenerse justo bajo sus pies.
Primero llegaron las figuras, surgiendo con pasos reposados del Bosque Viejo y dirigiéndose hacia los senderos de grava de la casa de huéspedes. No le fue difícil identificarlos, incluso de lejos. Uno era Damon, que tenía un aire de —je ne sais quoi en torno a él que Elena no podía pasar por alto ni a medio kilómetro; y también estaba su aura, que era un muy buen facsímil de su antigua aura: aquella ilegible, infranqueable esfera de piedra negra. Un imitación pero que muy buena, de hecho. En realidad, era casi exactamente como la que…
Fue entonces, comprendió Elena más tarde, cuando notó su primera sensación de desasosiego.
Pero en aquel preciso instante estaba tan absorta en el momento que apartó el perturbador pensamiento. El que tenía el aura de un gris oscuro con destellos carmesí debía de ser Shinichi, imaginó. Y la que tenía la misma aura que las chicas poseídas, de una especie de color fangoso con pinceladas naranja, debía de ser su hermana gemela Misao.
Sólo que aquellos dos, Shinichi y Misao, iban cogidos de la mano, incluso se acurrucaban el uno contra el otro de vez en cuando, tal y como Elena pudo ver cuando llegaron más cerca de la casa de huéspedes. Desde luego no actuaban como ningún hermano y hermana que Elena hubiese visto.
Por otra parte, Damon transportaba sobre el hombro a una chica casi desnuda por completo, y Elena no podía imaginar quién podría ser.
«Paciencia —pensó para sí—. Paciencia.» Los principales actores estaban allí por fin, tal y como Damon había prometido que sería. Y los actores menores…
En primer lugar, siguiendo a Damon y a su grupo, había tres muchachitas. Reconoció a Tami Bryce al instante por su aura, pero a las otras dos no las conocía. Brincaron, saltaron y retozaron fuera del bosque y en dirección a la casa de huéspedes, donde Damon les dijo algo y ellas dieron la vuelta para sentarse en el huerto de la señora Flowers, casi directamente debajo de Elena. Una mirada a las auras de las chicas desconocidas fue suficiente para identificarlas como mascotas de Misao.
Luego, ascendiendo por el camino de acceso, apareció un coche muy familiar; pertenecía a la madre de Caroline. Caroline bajó de él y fue acompañada hasta la casa de huéspedes por Damon, que había hecho algo —a Elena se le había pasado por alto— con su carga.
Elena se alegró al ver luces encendiéndose a medida que Damon y sus tres invitados ascendían por la casa de huéspedes, iluminando el camino a su paso. Salieron al exterior en la parte más alta, colocándose en fila en la plataforma de observación, mirando abajo.
Damon chasqueó los dedos, y las luces del patio trasero se encendieron como si se tratara de la señal para un espectáculo.
Pero Elena no vio a los actores… a las víctimas de la ceremonia que estaba a punto de empezar, hasta ese mismo momento. Les estaban haciendo doblar la esquina más alejada de la casa de huéspedes. Pudo verlos a todos: Matt, Meredith, Bonnie, la señora Flowers y, curiosamente, la anciana doctora Alpert. Lo que Elena no comprendió fue por qué no peleaban con más intensidad; Bonnie desde luego hacía suficiente ruido por todos ellos, pero actuaban como si los estuviesen empujando al frente en contra de su voluntad.
Fue entonces cuando vio la imponente oscuridad que se alzaba tras ellos. Enormes sombras oscuras, sin facciones que ella pudiese identificar.
Fue en ese momento cuando Elena advirtió, incluso por encima de los chillidos de Bonnie, que si se mantenía inmóvil interiormente y se concentraba con suficiente intensidad, podía oír lo que decían quienes estaban en el mirador. Y la voz aguda de Misao se abrió paso por encima del resto.
—¡Vaya, qué suerte! Hemos conseguido tenerlos a todos de vuelta —chirrió, y besó la mejilla de su hermano, a pesar de la breve mirada de fastidio de éste.
—Pues claro que lo hemos conseguido. Ya te lo dije —empezaba a decir él, cuando Misao volvió a lanzar un gritito.
—Pero ¿por cuál de ellos empezamos?
Besó a su hermano y él le acarició los cabellos, transigiendo.
—Tú eliges al primero —dijo él.
—Eres un cielo —lo arrulló ella con todo descaro.
«Estos dos —pensó Elena— son todo un encanto. Gemelos, ¿eh?»
—Esa pequeña tan ruidosa —dijo Shinichi con firmeza, señalando a Bonnie—. —¡Urusei, mocosa! ¡Cállate! —añadió mientras a Bonnie la empujaban o transportaban al frente las sombras.
Elena pudo verla con más claridad entonces.
Y pudo oír las súplicas desgarradoras de Bonnie a Damon para que no les hiciera aquello a… los otros.
—No suplico por mí —gritó, mientras la arrastraban hacia la luz—. Pero la doctora Alpert es una buena mujer; no tiene nada que ver con esto. Ni tampoco la señora Flowers. Y Meredith y Matt ya han sufrido demasiado. ¡Por favor!
Se oyó un irregular coro de sonidos cuando aparentemente los demás intentaron pelear y fueron sometidos. Pero la voz de Matt se alzó por encima de todo ello.
—¡Tú tócala, Salvatore, y será mejor que te asegures bien de matarme también a mí!
La cabeza de Elena efectuó un brusco movimiento cuando oyó la voz de Matt sonando tan fuerte y bien. Lo había encontrado por fin, pero no se le ocurría un modo de salvarlo.
—Y luego tenemos que decidir qué hacer con ellos para empezar —dijo Misao, aplaudiendo como una niña feliz en su fiesta de cumpleaños.
—Elige al que quieras. —Shinichi acarició el pelo de su hermana y le susurró al oído.
Misao se dio la vuelta y le besó en la boca. No apresuradamente, además.
—¿Qué de… qué es lo que sucede? —inquirió Caroline.
Ella no había sido nunca una chica tímida, desde luego que no, se dijo Elena. Ahora se había adelantado para aferrarse a la mano libre de Shinichi.
Durante justo un instante, Elena pensó que él la arrojaría fuera de la plataforma y se quedaría mirando cómo se precipitaba al suelo. Entonces él volvió la cabeza, y Misao y él se miraron fijamente.
Luego él rió.
—Lo siento, lo siento, es tan duro cuando se es el alma de la fiesta —dijo—. Bueno, ¿qué te parece, Carolyn…, Caroline?
Caroline le miraba sorprendida.
—¿Por qué te está sujetando ella de ese modo?
—En el—Shi no Shi, a las hermanas se les tiene un gran cariño —respondió Shinichi—. Y… bueno, no la he visto en mucho tiempo. Nos estamos volviendo a conocer. —Pero el beso que plantó en la palma de Misao no era precisamente fraternal—. Adelante —añadió rápidamente en dirección a Caroline—. ¡Tú eliges el primer acto del Festival del Apogeo de la Luna! ¿Qué debemos hacer con ella?
Caroline empezó a imitar a Misao, besando la mejilla y la oreja de Shinichi.
—Soy nueva aquí —dijo coquetamente—. No sé realmente qué quieres que elija.
—Estúpida Caroline. Naturalmente, cómo… —Shinichi se vio repentinamente silenciado por un enorme abrazo y un beso de su hermana.
Caroline, que evidentemente había deseado que le concedieran la deferencia de efectuar la elección, incluso aunque no comprendiera de qué iba aquello, repuso de mal humor:
—Bueno, si no me lo dices, no puedo elegir. Y de todos modos, ¿dónde está Elena? ¡No la veo por ninguna parte!
Parecía estar a punto de continuar cuando Damon se deslizó hasta ella y le susurró al oído. Entonces la muchacha volvió a sonreír, y ambos miraron a los pinos que rodeaban la casa de huéspedes.
Fue entonces cuando Elena tuvo su segunda sensación de desasosiego. Pero Misao hablaba ya y eso requería toda la atención de Elena.
—¡Qué suerte! Entonces elegiré yo.
Misao se inclinó, echando un vistazo por encima del borde del tejado a los humanos de abajo, con sus ojos oscuros muy abiertos, evaluando las posibilidades en lo que parecía un claro estéril. Mostró tanta delicadeza, tanta gracia cuando se puso en pie para dar vueltas y pensar; tenía una tez tan clara, y el pelo era tan satinado y oscuro que ni siquiera Elena pudo apartar los ojos de ella.
Entonces el rostro de Misao se iluminó y ésta dijo:
—Tendedla sobre el altar. ¿Has traído a algunos de tus híbridos?
Lo último no fue tanto una pregunta como una exclamación entusiasmada.
—¿Mis experimentos? Desde luego, cariño. Ya te lo dije —respondió Shinichi y añadió, con la vista fija en el bosque—: ¡Dos de vosotros… esto, hombres… y Leales Amigos! —Y chasqueó los dedos.
Hubo varios minutos de confusión durante los cuales los humanos que rodeaban a Bonnie fueron golpeados, pateados, arrojados al suelo, pisoteados y aplastados mientras luchaban con las sombras. Y entonces las cosas que habían avanzado arrastrando los pies antes se adelantaron sosteniendo a Bonnie entre ellos, colgando fláccidamente de cada uno por un delgado brazo.
Los híbridos tenían algo de hombres y algo de árboles sin hojas. Si de verdad los habían creado, daba la impresión de que los habían creado específicamente para ser grotescos y asimétricos. Uno tenía un brazo izquierdo torcido y nudoso que le llegaba casi hasta los pies, y un brazo derecho que era grueso y lleno de bultos, y que sólo le llegaba hasta la cintura.
Eran horrendos. La piel era similar a la piel de aspecto quitinoso de los insectos, pero con muchas más protuberancias, con agujeros de nudos y excrecencias y todo el aspecto exterior de corteza en las ramas. Tenían un aspecto tosco e inacabado en algunos lugares.
Resultaban aterradores. El modo en que sus extremidades estaban retorcidas; el modo en que andaban, arrastrando los pies desgarbadamente al frente como simios, el modo en que los cuerpos finalizaban en lo alto con caricaturas de rostros humanos con aspecto de árboles, coronados por una maraña de ramas más delgadas que sobresalían en curiosos ángulos; estaban pensados para tener el aspecto de criaturas de pesadilla.
Y estaban desnudos. No llevaban ninguna ropa que ocultara las horrendas deformidades de sus cuerpos.
Y entonces Elena supo realmente lo que significaba el terror, cuando los dos desaliñados —malachs transportaron a la fláccida Bonnie a una especie de tocón de árbol toscamente tallado como un altar, la depositaron sobre él y empezaron a arrancarle las numerosas capas de ropa, torpemente, tirando de ellas con dedos que eran como ramitas que se partían con pequeños chasquidos a la vez que la ropa se desgarraba. No parecía importarles que sus dedos se partieran… siempre y cuando llevaran a cabo su tarea.
Y a continuación empezaron a usar pedazos de tela desgarrada, aún más torpemente, para atar a Bonnie, con los brazos y piernas extendidos, a cuatro postes nudosos desprendidos de sus propios cuerpos y clavados en el suelo alrededor del tronco con cuatro poderosos golpes del que tenía el brazo grueso.
Entretanto, de algún lugar aún más al interior de las sombras, un tercer hombre árbol avanzó penosamente. Y Elena vio que aquél era, innegablemente, inconfundiblemente, del sexo masculino.
Por un momento a Elena le preocupó que Damon pudiera perder el control, revolverse y atacar a los dos seres zorro, revelando entonces su auténtica lealtad. Pero los sentimientos de éste hacia Bonnie evidentemente habían cambiado desde que la había salvado en casa de Caroline. Parecía totalmente relajado junto a Shinichi y Misao, recostado en el asiento y sonriendo, incluso diciendo alguna cosa que les hizo reír.
Repentinamente, algo dentro de Elena pareció desplomarse. No era una sensación de desasosiego. Era terror en toda la extensión de la palabra. Damon jamás había parecido tan natural, tan en sintonía, tan feliz con nadie como lo estaba allí con Shinichi y Misao. Intentó convencerse de que no era posible que ellos lo hubiesen cambiado. No podían haberlo poseído otra vez con tanta rapidez, no sin que ella, Elena, lo supiera…
«Pero cuando le mostraste la verdad, se sintió despreciable», le susurró el corazón. Desesperadamente despreciable… despreciablemente desesperado. Podría haber buscado la posesión igual que un alcohólico desafiante alarga la mano hacia la botella, ansiando sólo el olvido. Si conocía a Damon, éste había invitado voluntariamente a la oscuridad a volver a entrar en él.
Era incapaz de soportar estar bajo la luz, pensó.
«Y por lo tanto, ahora, es capaz de reírse incluso del sufrimiento de Bonnie.»
Y ¿dónde la dejaba a ella eso? ¿Con Damon desertando al otro bando, ya no un aliado, sino un enemigo? Elena empezó a temblar de cólera y odio… sí, y también de miedo, mientras consideraba su situación.
¿Totalmente sola para luchar contra tres de los adversarios más poderosos que podía imaginar y su ejército de asesinos deformes y desalmados? ¿Por no mencionar a Caroline, la animadora del resentimiento?
Como para corroborar sus temores, como para mostrarle lo escasas que eran sus posibilidades realmente, el árbol al que se aferraba pareció soltarla de improviso, y por un momento Elena pensó que caería, dando vueltas sobre sí misma y gritando, hasta alcanzar el suelo. Los puntos de apoyo de manos y pies parecieron desaparecer todos de golpe, sólo se salvó mediante un frenético —y doloroso— gateo por entre dentadas agujas de pino hasta ascender a la oscura corteza llena de surcos.
«Ahora eres una chica humana, querida —parecía estarle diciendo el fuerte olor a resina—. Y estás metida hasta el cuello en los poderes de los no muertos y de la hechicería. ¿Por qué luchar contra ello? Ya has perdido antes de haber empezado. Ríndete ahora y no te dolerá tanto.»
Si una persona le hubiese estado diciendo aquello, intentando obligarla a hacerle caso, las palabras podrían haber desatado alguna especie de desafío en el pedernal que era el carácter de Elena. Pero en su lugar aquello era simplemente un sentimiento que la embargó, una aura de fatalidad, la convicción de lo desesperada que era su causa, y de lo inadecuado de sus armas, que parecieron asentarse sobre ella con la misma suavidad y de un modo tan ineludible como una niebla.
Apoyó la cabeza, que parecía a punto de estallarle, contra el tronco del árbol. Jamás se había sentido tan débil, tan indefensa… o tan sola, al menos desde que había sido un vampiro recién despertado. Quería a Stefan allí. Pero Stefan no había conseguido vencer a aquellos tres, y debido a eso ella quizá no volvería a verle.
Algo nuevo sucedía en el tejado, como advirtió fatigada. Damon miraba abajo a Bonnie, que seguía colocada sobre el altar, y tenía una expresión malhumorada. El rostro blanco de Bonnie miraba el cielo nocturno con determinación, como si rehusara seguir llorando o suplicando.
—Pero… ¿son todos los —hors d'oeuvres tan previsibles? —preguntó Damon, pareciendo genuinamente aburrido.
«Bastardo, serías capaz de dar la espalda a tu mejor amigo sólo por diversión —pensó Elena—. Bueno, pues te vas a enterar.» Pero sabía que la verdad era que sin él, ni siquiera podía montar el plan A, y mucho menos pelear contra aquellos kitsune, aquellos seres zorro.
—Me contaste que en el —Shi no Shi, vería números de genuina originalidad —seguía diciendo Damon—. Doncellas hipnotizadas para herirse ellas mismas…
Elena hizo caso omiso de lo que decía y concentró toda su energía en el dolor sordo que sentía en el centro del pecho. Le parecía que le estuvieran extrayendo sangre de sus capilares más diminutos, desde las zonas más recónditas del cuerpo, y reuniéndola en su centro.
La mente humana es infinita, pensó. Es tan extraña y tan infinita como el universo. Y el alma humana…
Las tres poseídas más jóvenes empezaron a danzar alrededor de Bonnie, cantando en voces aniñadas falsamente melodiosas:
¡Vas a morir aquí!
Cuando mueres aquí, ahí fuera
te arrojan a la cara tierra.
«Encantador», pensó Elena. Luego volvió a prestar atención a la escena que se desarrollaba en el tejado. Lo que vio la sobresaltó. Meredith estaba arriba en la plataforma, moviéndose como si estuviese bajo el agua: en estado hipnótico. Elena se había perdido cómo había llegado su amiga allí; ¿había sido mediante alguna clase de magia? Misao estaba frente a Meredith, riendo tontamente. Damon reía también, pero con burlona incredulidad.
—Y esperas que si le doy a esta chica unas tijeras… —dijo—, ella realmente se cortará su propia…
—Inténtalo y compruébalo por ti mismo —le interrumpió Shinichi, efectuando uno de sus lánguidos ademanes.
El kitsune estaba apoyado en la cúpula que había en el centro del mirador, intentando todavía aparecer más repantigado que Damon.
—¿No has visto a nuestra ganadora, Isobel? Tú la has transportado todo el camino hasta aquí… ¿intentó hablar en algún momento?
Damon extendió una mano.
—Tijeras —dijo, y un primoroso par de tijeras para uñas descansó en su palma.
Parecía que, mientras Damon tuviese la llave mágica de Shinichi, el campo mágico que tenían alrededor seguiría obedeciéndole incluso en el mundo real. Lanzó una carcajada.
—No, tijeras para adultos, para jardinería. La lengua está hecha de fuertes músculos, no de papel.
Lo que sostuvo en la mano entonces fueron unas grandes tijeras de podar; definitivamente, nada que estuviese pensado para un niño. Las sopesó, calculando su peso. Y luego, ante la total conmoción de Elena, miró directamente hacia donde estaba ella en su refugio de la copa del árbol, sin que necesitase buscarla allí… y guiñó un ojo.
Elena sólo pudo devolverle una mirada llena de horror.
«Lo sabía —pensó—. Él ha sabido dónde estaba yo todo el tiempo.»
Era eso lo que le había estado susurrando a Caroline.
No había funcionado; las Alas de Redención no habían funcionado, se dijo Elena, y le dio la impresión de que caía y de que caería eternamente. «Debería haber comprendido que no serviría. No importa lo que se le hace, Damon será siempre Damon. Y ahora me está ofreciendo una elección: ver a mis dos mejores amigas torturadas y asesinadas, o salir y poner fin a este horror aceptando sus condiciones.»¿Qué podía hacer ella?
Él había dispuesto las piezas de ajedrez de un modo genial, se dijo. Los peones en dos niveles diferentes, de modo que incluso si Elena podía de algún modo descender para intentar salvar a Bonnie, Meredith moriría. Bonnie estaba atada a cuatro postes resistentes y custodiada por Hombres Árbol. Meredith estaba más cerca, arriba en el tejado, pero para liberarla Elena tendría que llegar hasta ella y luego pasar a través de Misao, Shinichi, Caroline y el mismo Damon.
Y Elena tenía que elegir. O bien salir ahora, o bien verse empujada por el suplicio de una de las dos personas que eran casi parte de ella.
Le pareció captar una tenue traza de telepatía, mientras Damon permanecía allí parado sonriendo, que decía: «Ésta es la mejor noche de mi vida».
«Siempre podrías limitarte a saltar —volvió a decirle el hipnótico susurro aniquilador que era como una neblina a su alrededor—. Pon fin al callejón sin salida en el que estás. Pon fin a tu sufrimiento. Pon fin a todo el dolor… así de sencillo.»
—Ahora es mi turno —decía en aquel momento Caroline, abriéndose paso por entre los gemelos para colocarse ella misma ante Meredith—. Se suponía que debía ser yo la primera en elegir. Así que es mi turno.
Misao reía histéricamente, pero Meredith se adelantaba ya, todavía en trance.
—Bueno, haz lo que quieras —dijo Damon.
Pero no se movió; todavía miraba de un modo curioso, mientras Caroline le decía a Meredith:
—Siempre has tenido una lengua viperina. ¿Por qué no la conviertes en bífida para nosotros… aquí mismo, ahora mismo? Antes de que te la cortes en pedazos.
Meredith alargó la mano sin una palabra, como un autómata.
Todavía con los ojos puestos en Damon, Elena tomó aire lentamente. Su pecho parecía sufrir espasmos como le había sucedido cuando aquellas ventosas se habían enrollado a ella y le habían cortado la respiración. Pero ni siquiera aquellas sensaciones en su propio cuerpo podían detenerla.
«¿Cómo podría yo elegir? —pensó—. Bonnie y Meredith… las quiero a las dos.»
«Y no hay nada más que pueda hacerse —comprendió, como atontada, perdiendo la sensibilidad de manos y labios—. Ni siquiera estoy segura de que Damon pueda salvarlas a las dos, aunque acepte… someterme a él. Estos otros: Shinichi, Misao, incluso Caroline, quieren ver sangre. Y Shinichi no sólo controla árboles, sino casi todo lo que hay en el Bosque Viejo, incluidos esos monstruosos Hombres Árbol. Quizá esta vez Damon ha sido demasiado ambicioso, ha asumido más de lo que puede manejar. Me quería a mí; pero fue demasiado lejos para obtenerme. No veo ninguna salida.»
Y entonces la vio. De repente todo encajó y estaba genialmente claro.
Lo supo.
Elena bajó la mirada hacia Bonnie, casi en estado de —shock. Bonnie la miraba a ella, a su vez. Pero no había expectativa de rescate en el pequeño rostro triangular. Bonnie ya había aceptado su destino: agonía y muerte.
«No», pensó Elena, sin saber si Bonnie podía oírla.
«Cree», pensó, dirigiendo el pensamiento hacia Bonnie.
«No ciegamente, jamás ciegamente. Pero cree en lo que tu mente te dice que es la verdad, y en lo que tu corazón te dice que es el camino correcto. Yo jamás te dejaría morir… ni tampoco a Meredith.»
«Yo creo», pensó Elena, y el alma se le estremeció con la fuerza de tal pensamiento. Sintió una repentina oleada en su interior, y supo que era el momento de avanzar. Una palabra resonaba en su mente mientras se ponía en pie y soltaba sus asideros en el tronco del árbol. Y oyó una y otra vez aquella única palabra mientras se arrojaba de cabeza desde su puesto, a dieciocho metros de altura, en el árbol.
«Cree.»