Una prisión, con juncos mugrientos en el suelo y barrotes entre ella y el dormido Stefan.
¡Entre ella y Stefan!
Era realmente él. Elena no sabía cómo podía saberlo. Era indudable que ellos podían distorsionar y cambiar las percepciones de uno allí. Pero justo en aquel momento, quizá porque nadie había estado esperando que fuese a pasar por la mazmorra, nadie estaba preparado con nada para hacerla dudar de sus sentidos.
Era Stefan. Estaba más delgado que antes, y tenía los pómulos muy marcados. Estaba hermoso. Y su mente daba la sensación de estar como debía estar, justo la mezcla exacta de honor y amor y oscuridad y luz y esperanza y lúgubre comprensión del mundo en el que vivía.
—¡Stefan! ¡Abrázame!
Él despertó y se incorporó a medias.
—Como mínimo deja que duerma. ¡Y entretanto vete y ponte otra cara, zorra!
—¡Stefan! ¡Ese vocabulario!
Vio cómo los músculos de los hombros de Stefan se quedaban paralizados.
—¿Qué… has… dicho?
—Stefan…, soy realmente yo. No te culpo por maldecir. Yo maldigo todo este sitio y a los dos que te metieron aquí…
—Tres —dijo él en tono cansino, e inclinó la cabeza—. Lo sabrías si fueses real. Ve y que te informen sobre mi traidor hermano y sus amigos que se acercan a hurtadillas a las personas con coronas kekkai…
Elena no podía aguardar para discutir sobre Damon en aquellos momentos.
—¿No me mirarás, al menos?
Vio cómo se volvía lentamente, cómo la miraba lentamente, luego le vio saltar de un jergón hecho con heno de aspecto asqueroso, y cómo la miraba fijamente como si ella fuese un ángel descendido del cielo.
Luego le dio la espalda y se tapó las orejas con las manos.
—No hay ningún trato —dijo categórico—. Ni siquiera me los menciones. Vete. Has mejorado pero todavía eres un sueño.
—¡Stefan!
—¡Te he dicho que te vayas!
Se estaba malgastando tiempo. Y aquello era demasiado cruel, después de por todo lo que ella había pasado para encontrarlo.
—La primera vez que me viste fue fuera del despacho del director el día en que trajiste los documentos a la escuela e influiste a la secretaria. No necesitabas mirarme para saber qué aspecto tenía yo. Te conté en una ocasión que me sentía como una asesina porque dije: «Papá, mira», y señalé… algo en el exterior… justo antes del accidente de coche que mató a mis padres. Jamás he conseguido recordar qué era aquello. La primera palabra que aprendí cuando regresé de la otra vida fue «Stefan». Una vez me miraste en el retrovisor del coche y dijiste que yo era tu alma…
—¿No puedes dejar de torturarme ni una hora? Elena… la auténtica Elena… sería demasiado lista para arriesgar la vida viniendo aquí.
—¿Dónde es «aquí»? —dijo Elena abruptamente, asustada—. Necesito saberlo si es que tengo que sacarte.
Poco a poco, Stefan se destapó las orejas. Aún más despacio, volvió a girarse.
—¿Elena? —dijo, como un muchacho moribundo que ha visto a un fantasma benévolo en su lecho—. No eres real. No puedes estar aquí.
—No creo que esté. Shinichi creó una casa mágica y te lleva a donde quieras ir si dices el nombre del lugar y abres la puerta con esta llave. Dije: «Algún lugar donde pueda ver, oír y tocar a Stefan». Pero —bajó los ojos— tú dices que no puedo estar aquí. A lo mejor es todo una ilusión de todos modos.
—¡Shhh!
Stefan aferraba ahora los barrotes de su celda.
—¿Es aquí donde has estado? ¿Es esto el —Shi no Shi?
El lanzó una risita… forzada.
—No es exactamente lo que ninguno de nosotros esperaba, ¿verdad? Y sin embargo, no mintieron en nada de lo que dijeron, Elena. ¡Elena! Dije «Elena». ¡Elena, realmente estás aquí!
Elena no estaba dispuesta a malgastar más tiempo. Dio los pocos pasos a través de paja húmeda y quebradiza y criaturas que correteaban que la separaban de Stefan.
Entonces ladeó el rostro hacia arriba, aferrando barrotes con cada mano, y cerró los ojos.
«Le tocaré. Lo haré, lo haré. Yo soy real, él es real… ¡le tocaré!»
Stefan se inclinó hacia abajo —para seguirle la corriente, pensó ella— y entonces unos labios cálidos tocaron los suyos.
Elena pasó los brazos a través de los barrotes porque a ambos se les doblaban las piernas: a Stefan, por el asombro de que ella pudiese tocarle, y a Elena, de alivio y sollozante júbilo.
Pero… no había tiempo.
—Stefan, toma mi sangre ahora… ¡tómala!
Buscó desesperadamente algo con lo que hacerse un corte. Stefan podría necesitar su energía, y no le importaba lo que Damon hubiese tomado de ella, ella siempre tendría suficiente para Stefan. Aunque la matase, tendría suficiente. Se alegró, ahora, de que en la tumba, Damon la hubiese convencido para que tomara de la suya.
—Tranquila. Tranquila, amor. Si lo dices en serio, puedo morderte la muñeca, pero…
—¡Hazlo ahora! —ordenó Elena Gilbert, la princesa de Fell's Church.
Incluso había conseguido la energía para alzarse de su posición arrodillada. Stefan le dedicó una mirada medio culpable.
—¡AHORA! —insistió ella.
Stefan le mordió la muñeca.
Fue una sensación extraña. Dolió un poco más que cuando le perforaba un lado del cuello como tenía por costumbre. Pero había buenas venas en esa zona, ella lo sabía; confiaba en Stefan para que localizara la más grande para que aquello tardara el menor tiempo posible. Su urgencia se había convertido en la de él.
Pero cuando él intentó retirarse, ella sujetó un puñado de sus oscuros cabellos ondulados y dijo:
—Más, Stefan. Lo necesitas…, me doy cuenta, y no tenemos tiempo para discutir.
La voz de la autoridad. Meredith le había dicho una vez que ella la tenía, que ella podía liderar ejércitos. Bueno, podría necesitar liderar ejércitos para entrar en aquel lugar a salvarlo.
«Conseguiré un ejército en alguna parte», pensó de un modo confuso.
La horrible ansia febril de sangre que había padecido Stefan —era evidente que no lo habían alimentado desde la última vez que ella le había visto— se iba extinguiendo para convertirse en la absorción normal de sangre que ella conocía. La mente del muchacho se fusionó con la suya. «Cuando dices que conseguirás un ejército, te creo. Pero es imposible. Nadie ha regresado jamás.»
«Bueno, pues tú lo harás. Yo te voy a llevar de vuelta.»
«Elena. Elena…»
«Bebe —dijo ella, sintiéndose como una madre—, bebe todo lo que puedas sin que te siente mal.»
«Pero ¿cómo…? No me has contado cómo has llegado aquí. ¿Es ésa la verdad?»
«La verdad. Yo siempre digo la verdad. Pero, Stefan, ¿cómo te saco de aquí?»
«Shinichi y Misao… ¿los conoces?»
«Bastante.»
«Cada uno tiene medio anillo. Una vez unidos se convierten en una llave. Cada mitad tiene la forma de un zorro que corre. Pero ¿quién sabe dónde pueden haber escondido los pedazos? Y como dije, sólo para entrar en este lugar hace falta un ejército…»
«Encontraré las piezas del anillo en forma de zorro. Las juntaré. Conseguiré un ejército. Te sacaré.»
«Elena, no puedo seguir bebiendo. Te desplomarás.»
«No te preocupes por mí. Por favor, sigue.»
«Apenas puedo creer que seas tú…»
—¡Nada de besarme! ¡Toma mi sangre!
«Elena, de verdad, estoy lleno. Lleno hasta los topes.»
«¿Y mañana?»
—Seguiré estando lleno hasta los topes. —Stefan se apartó, colocando un pulgar sobre los lugares donde había perforado las venas—. De veras, no puedo, amor.
—¿Y pasado mañana?
—Me las arreglaré.
—Lo harás… porque traje esto. Abrázame, Stefan —dijo, varios decibelios más bajo—. Abrázame a través de los barrotes.
Él lo hizo, con expresión perpleja, y ella le siseó al oído:
—Actúa como si me amases. Acaríciame el cabello. Di cosas bonitas.
—Elena, mi delicioso tesoro…
Él seguía estando lo bastante cerca mentalmente como para decirle telepáticamente: «¿Actúa como si me amases?». Pero mientras sus manos acariciaban, oprimían y despeinaban sus cabellos, las manos de Elena estaban ocupadas. Transfería de debajo de sus ropas a debajo de las de Stefan un frasco lleno de vino Magia Negra.
—Pero ¿de dónde lo has sacado? —susurró Stefan, atónito.
—La casa mágica tiene de todo. He estado aguardando mi oportunidad para dártelo si lo necesitabas.
—Elena…
—¿Qué?
Stefan parecía estar peleando con algo. Por fin, con los ojos puestos en el suelo, susurró:
—No sirve de nada. No puedo arriesgarme a que acabes muerta por algo que es imposible. Olvídame.
—Acerca la cara a los barrotes.
Él la miró, pero no hizo ninguna pregunta, obedeciendo.
Ella lo abofeteó.
No fue un bofetón muy fuerte… aunque a Elena le dolió la mano por haber chocado con el hierro de ambos lados.
—Ahora, ¡avergüénzate! —dijo.
Y antes de que él pudiera decir nada más.
—¡Escucha!
Era el ladrar de perros de caza… lejos, pero acercándose.
—Es a ti a quien buscan —dijo Stefan, repentinamente frenético—. ¡Tienes que irte!
Ella se limitó a mirarle fijamente.
—Te amo, Stefan.
—Te amo, Elena. Para siempre.
—Yo… oh, lo siento.
No podía irse; eso era lo que le sucedía. Igual que Caroline charlaba y charlaba y no era capaz de abandonar nunca el apartamento de Stefan, ella podía permanecer allí y hablar sobre ello, pero no podía hacerlo.
—¡Elena! Tienes que hacerlo. No quiero que veas lo que hacen…
—¡Los mataré!
—Tú no eres una asesina. Tú no eres una guerrera Elena…, y no deberías ver esto. Por favor. ¿Recuerdas que una vez me preguntaste si me gustaría ver cuántas veces podías hacerme decir «por favor»? Bueno, cada uno cuenta por mil ahora. Por favor. ¿Por mí? ¿Te irás?
—Un beso más… —El corazón le latía como un pájaro frenético en su interior.
—¡Por favor!
Cegada por las lágrimas, Elena se dio la vuelta y agarró la puerta de la celda.
—¡Cualquier lugar fuera de la ceremonia donde nadie me verá! —jadeó y abrió de un tirón la puerta del corredor y pasó al otro lado.
Al menos había visto a Stefan, pero durante cuánto tiempo eso impediría que su corazón volviera a hacerse pedazos…
—Dios mío, estoy cayendo…
… no lo sabía.
Elena comprendió que estaba fuera de la casa de huéspedes y cayendo en picado rápidamente desde al menos a unos veinticinco metros de altura. Su primera y aterrorizada conclusión fue que iba a morir, y entonces su instinto se puso en marcha y alargó brazos y manos y pateó con piernas y pies y consiguió detener la caída tras seis metros de agónico descenso.
«He perdido mis alas de volar para siempre, ¿verdad?», pensó, concentrándose en un único punto entre los omóplatos. Sabía exactamente dónde deberían estar… pero nada sucedió.
Luego, con cuidado, se acercó centímetro a centímetro al tronco, deteniéndose sólo para trasladar a una ramita más alta a un ciempiés que compartía la rama con ella. Y se las arregló para encontrar una especie de lugar donde se pudo sentar tras deslizarse con sumo cuidado y luego presionar hacia atrás. Era una rama excesivamente alta para su gusto personal.
En todo caso, descubrió que podía mirar abajo y ver la plataforma de observación con bastante claridad, y que cuanto más miraba a cualquier cosa concreta más nítida era su visión. Visión de vampiro ampliada, pensó. Aquello le indicó que estaba Cambiando. O si no era eso… Sí, de algún modo allí el cielo se estaba iluminando más.
Lo que le mostró fue una casa de huéspedes oscura y vacía, lo que era inquietante debido a lo que había dicho el padre de Caroline sobre «la reunión» y lo que ella había averiguado telepáticamente de Damon sobre los planes de Shinichi para aquella noche del Apogeo de la Luna. ¿Podría no ser ésa la auténtica casa de huéspedes, sino otra trampa?
—¡Lo conseguimos! —gritó Bonnie mientras se aproximaban a la casa.
Sabía que su voz estaba excitada, estaba sobreexcitada, pero de algún modo la visión de la casa de huéspedes brillantemente iluminada, como un árbol de Navidad con una estrella en lo alto, la reconfortaba, incluso aunque sabía que todo aquello estaba mal. Sentía que podría llorar de alivio.
—Sí, lo hicimos —dijo la voz profunda de la doctora Alpert—. Todos nosotros. Isobel es quien necesita más cuidados y con la mayor rapidez. Theophilia, prepara tus curalotodos, y que alguna otra persona coja a Isobel y le dé un baño.
—Yo lo haré —dijo Bonnie temblorosa, tras una breve vacilación—. ¿Va a permanecer tranquila como está ahora, verdad? ¿Verdad?
—Yo iré con Isobel —dijo Matt—. Bonnie, tú ve con la señora Flowers y ayúdala. Y antes de que entremos, quiero dejar una cosa clara: nadie va a ninguna parte solo. Todos nos moveremos en grupos de dos o tres.
Su voz tenía el timbre de la autoridad.
—Tiene sentido —indicó tajante Meredith y fue a colocarse junto a la doctora—. Será mejor que tengas cuidado, Matt; Isobel es la más peligrosa.
Fue entonces cuando las agudas vocecillas empezaron a oírse fuera de la casa. Parecían dos o tres niñas cantando:
Isa-chan, Isa-chan,
su té bebió
y a su abuela se comió.
—¿Tami? ¿Tami Bryce? —inquirió Meredith, abriendo la puerta a la vez que la cancioncilla volvía a empezar.
Corrió hacia adelante como una exhalación, luego agarró a la doctora de la mano y la arrastró con ella a la vez que volvía a salir disparada al frente.
Y sí, Bonnie descubrió tres figuras menudas, una en pijama y dos en camisón, y eran Tami Bryce, Kristin Duncan y Ava Zarinski. Ava tenía unos once años, se dijo Bonnie, y no vivía cerca de ninguna de las otras dos. Las tres rieron tontamente. Luego empezaron a cantar otra vez y Matt fue tras Kristin.
—¡Ayudadme! —chilló Bonnie.
De improviso intentaba sujetar a un potro salvaje que se encorvaba y pateaba y asestaba golpes en todas direcciones. Isobel parecía haberse vuelto loca, y enloquecía más cada vez que se repetía la cancioncilla.
—Ya la tengo —dijo Matt, cerniéndose sobre ella con un abrazo de oso, pero ni siquiera ellos dos podían mantener quieta a Isobel.
—Voy a darle otro sedante —dijo la doctora Alpert, y Bonnie vio cómo Matt y Meredith intercambiaban miradas… miradas de sospecha.
—No… no, deje que la señora Flowers le prepare algo —intervino Bonnie con desesperación, pero la aguja hipodérmica estaba ya junto al brazo de Isobel.
—Usted no le va a dar nada —dijo Meredith en tono categórico, abandonando la farsa, y, con una patada propia de una chica del coro, lanzó la hipodérmica por los aires.
—¡Meredith! ¿Qué es lo que te sucede? —exclamó la doctora, retorciéndose la muñeca.
—La cuestión es saber qué le sucede a usted. ¿Quién es usted? ¿Dónde estamos? Esta no puede ser la auténtica casa de huéspedes.
—¡Obaasan! ¡Señora Flowers! ¿No pueden ayudarnos? —jadeó Bonnie, todavía intentando sujetar a Isobel.
—Lo intentaré —dijo la señora Flowers con determinación, marchando hacia ella.
—No, me refiero a la doctora Alpert… y tal vez a Jim. ¿No… conoce ningún hechizo… para hacer que la gente adopte su auténtico aspecto?
—¡Ah! —dijo Obaasan—. Yo puedo ayudar con eso. Sólo déjame bajar, Jim querido. Tendremos a todo el mundo con su aspecto auténtico en un momento.
Jayneela era una estudiante de segundo año de secundaria con grandes y soñadores ojos oscuros que por lo general estaban absortos en libros. Pero en aquellos momentos, al acercarse la medianoche y sin que la abuela hubiese llamado aún, cerró el libro y miró a Ty. Tyrone parecía enorme, feroz y genial en el campo de juego, pero fuera de él era el hermano mayor más simpático, amable y dulce que una chica podía querer.
—¿Crees que la abuela está bien?
—¿Hum?
Tyrone también tenía la nariz metida en un libro, pero era uno de esos libros sobre cómo ayudarte a entrar en la universidad de tus sueños. Como alumno de último año en ciernes, tenía que tomar algunas decisiones muy serias.
—Desde luego que lo está.
—Bueno, voy a ver cómo está la niña, al menos.
—¿Sabes qué, Jay? —Le dio unos golpecitos con un dedo del pie con gesto socarrón—. Te preocupas demasiado.
A los pocos instantes volvía a estar absorto en el capítulo seis, «Cómo sacarle todo el partido a tus servicios a la comunidad». Pero entonces empezaron los gritos en el piso de arriba. Chillidos largos, fuertes y agudos: la voz de su hermana. Soltó el libro y corrió.
—¿Obaasan? —dijo Bonnie.
—Sólo un momento, querida —dijo la abuela Saitou.
Jim la había depositado en el suelo y ahora ella le miraba directamente a la cara: ella mirando arriba, y él mirando abajo. Y allí… pasaba algo muy raro.
Bonnie sintió una oleada de terror puro. ¿Podía haber hecho Jim algo malvado a Obaasan mientras la transportaba? Era una posibilidad. ¿Por qué no había pensado en eso? Y luego estaba la doctora con la jeringuilla, lista para tranquilizar a cualquiera que se pusiese demasiado «histérico». Bonnie miró a Meredith, pero Meredith intentaba ocuparse de dos niñas que se revolvían, y sólo pudo echar una fugaz mirada impotente hacia atrás.
«Muy bien, pues —pensó Bonnie—. Le patearé donde más duele y apartaré a la anciana de él.» Se volvió de nuevo hacia Obaasan y sintió que se quedaba helada.
—Sólo una cosa tengo que hacer…
Había dicho Obaasan. Y lo estaba haciendo. Jim estaba doblado a la altura de la cintura, doblado por la mitad en dirección a Obaasan, que estaba de puntillas. Ambos estaban fundidos en un profundo e íntimo beso.
¡Cielos!
Se habían encontrado con cuatro personas en un bosque… y habían supuesto que dos estaban cuerdas y dos locas. ¿Cómo podían saber cuáles eran las locas? Bueno, si dos de ellas ven cosas que no están allí…
Pero la casa estaba allí; Bonnie podía verla, también. ¿Estaba ella loca?
—¡Meredith, vamos! —chilló.
Perdidos los nervios totalmente, empezó a huir de la casa en dirección al bosque.
Algo procedente del cielo la alzó con la misma facilidad con que un búho atrapa un ratón y la sujetó con implacable mano férrea.
—¿Ibas a alguna parte? —preguntó la voz de Damon por encima de ella mientras planeaba los últimos metros antes de detenerse, con ella perfectamente sujeta bajo un brazo firme.
—¡Damon!
Los ojos de Damon estaban levemente entrecerrados, como ante un chiste que sólo él podía ver.
—Sí, el ser malvado en persona. Dime algo, mi pequeña furia llameante.
Bonnie ya se había agotado intentado conseguir que la soltara. Ni siquiera había tenido éxito en desgarrarle las ropas.
—¿Qué? —soltó ella.
Poseído o no, Damon la había visto por última vez cuando ella lo había Llamado para que la salvara de la demencia de Caroline. Pero según los informes de Matt, Damon le había hecho algo espantoso a Elena.
—¿Por qué a las chicas les encanta convertir a un pecador? ¿Cómo es que uno puede soltarles cualquier rollo si tienen la impresión de que te han reformado?
Bonnie no sabía de qué hablaba, pero podía adivinarlo.
—¿Qué has hecho con Elena? —inquirió con ferocidad.
—Darle lo que quería, eso es todo —respondió Damon; sus negros ojos centelleaban—. ¿Hay algo tan terrible en eso?
Bonnie, asustada por aquel centelleo, ni siquiera intentó volver a huir. Sabía que no serviría de nada. El era más rápido y fuerte, y podía volar. De todos modos, lo había visto en su rostro: una especie de distante falta de compasión. No eran simplemente Damon y Bonnie allí juntos. Eran un depredador y su presa natural.
Y ahora ella estaba de vuelta con Jim y Obaasan; no, con un chico y una chica que no había visto nunca antes. Bonnie llegó a tiempo de presenciar la transformación. Vio cómo el cuerpo de Jim encogía y su pelo se volvía negro, pero eso no era lo único sorprendente. Lo sorprendente era que, alrededor de los bordes, su pelo no era negro sino carmesí. Era como si lo lamieran llamas desde las puntas y luego se desvanecieran en su negrura. Los ojos eran dorados y sonrientes.
Vio cómo el anciano cuerpo de muñeca de Obaasan se volvía más joven, fuerte y alto. Aquella chica era una belleza; Bonnie tuvo que admitirlo. Tenía unos divinos ojos color azabache y un cabello sedoso que le caía casi hasta la cintura. Y el pelo era igual al del chico; sólo que el rojo era aún más intenso, escarlata en lugar de carmesí. Llevaba puesto un escotadísimo —halter negro con encaje que mostraba lo delicadamente moldeado que estaba su torso. Y, por supuesto, pantalones bajos de cuero negro para mostrar lo mismo en la parte inferior. Calzaba unas sandalias de tacón alto de aspecto caro, y las uñas de sus pies estaban pintadas del mismo rojo brillante que las puntas de sus cabellos. En el cinturón, en un círculo sinuoso, llevaba un látigo enroscado que tenía un mango negro cubierto de escamas.
La doctora Alpert dijo lentamente:
—¿Mis nietos…?
—Ellos no tienen nada que ver con esto —dijo el muchacho del extraño pelo con tono seductor, sonriendo—. Mientras se ocupen de sus cosas, no tienes que preocuparte en absoluto por ellos.
—Es suicidio o un intento de suicidio… o algo —le contó Tyrone al operador de la policía, casi llorando—. Creo que era un chico llamado Jim que iba a mi instituto el año pasado. No, esto no tiene que ver con drogas… vine aquí a cuidar de mi hermana pequeña Jayneela. Estaba haciendo de canguro… Oiga, simplemente vengan, ¿quieren? Este tipo se ha comido la mayor parte de los dedos, y cuando yo entraba, dijo: «Siempre te amaré, Elena», y cogió un lápiz y… no, no puedo decir si está vivo o muerto. Pero hay una anciana arriba y estoy seguro de que ella sí que está muerta. Porque no respira.
—¿Quién diablos eres tú? —decía Matt, contemplando al extraño muchacho con aire beligerante.
—Soy el…
—… ¿y qué diablos estás haciendo aquí?
—Soy el diablo Shinichi —dijo el muchacho en una voz mucho más alta, pareciendo molesto por haber sido interrumpido.
Cuando Matt se limitó a mirarle fijamente, añadió con voz irritada.
—Soy el kitsune… el hombre zorro, podrías decir… que ha estado enredando en vuestra ciudad, idiota. He recorrido medio mundo para hacerlo, y yo pensaría que al menos habrías oído hablar de mí a estas alturas. Y ésta es mi encantadora hermana, Misao. Somos gemelos.
—Como si sois trillizos. Elena dijo que alguien además de Damon estaba detrás de esto. Y lo mismo hizo Stefan antes de que… eh, ¿qué le habéis hecho a Stefan? ¿Qué le habéis hecho a Elena?
Mientras los dos varones se encaraban con expresión furiosa como dos gatos con los pelos del lomo erizados —de un modo muy literal en el caso de Shinichi, ya que tenía los cabellos casi de punta—, Meredith atraía la atención de Bonnie, la doctora Alpert y señora Flowers con la mirada. Luego dirigió una veloz mirada a Matt y se tocó ligeramente el pecho. Ella era la única lo bastante fuerte para ocuparse de él, aunque la doctora Alpert le dedicó un veloz movimiento de cabeza que indicaba que ayudaría.
Y entonces, mientras los chicos se sobreexcitaban hasta el punto de empezar a chillarse, Misao reía tontamente mirando el suelo, y Damon permanecía recostado contra una puerta con los ojos cerrados, ellas se movieron. Sin la menor señal para que aunaran sus esfuerzos, corrieron, instintivamente, como un único grupo. Meredith y la doctora Alpert agarraron a Matt desde ambos lados y sencillamente lo alzaron del suelo, justo cuando Isobel, de un modo del todo inesperado, saltaba sobre Shinichi con un alarido gutural. No habían esperado nada de ella, pero resultaba muy conveniente, pensó Bonnie mientras pasaba volando por encima de obstáculos que ni siquiera veía. Matt seguía chillando e intentando correr en dirección contraria y descargar alguna primitiva frustración sobre Shinichi, pero no conseguía liberarse para hacerlo.
Bonnie apenas podía creerlo cuando consiguieron volver a introducirse en el bosque. Incluso la señora Flowers había conseguido mantener el ritmo del resto, y la mayoría de ellos todavía tenían sus linternas.
Era un milagro. Incluso habían escapado de Damon. La cuestión ahora era no hacer ningún ruido e intentar cruzar el Bosque Viejo sin perturbar nada. A lo mejor podrían encontrar el camino de vuelta a la auténtica casa de huéspedes, decidieron. Entonces podrían pensar en cómo salvar a Elena de Damon y sus dos amigos. Incluso Matt tuvo que admitir finalmente que era improbable que fuesen capaces de vencer a las tres criaturas sobrenaturales usando la fuerza.
Bonnie sólo deseaba que hubiesen podido llevarse a Isobel con ellos.
—Bueno, tenemos que ir a la auténtica casa de huéspedes de todos modos —dijo Damon, cuando Misao consiguió por fin sojuzgar a Isobel y dejarla semiinconsciente—. Ahí es donde estará Caroline.
Misao dejó de mirar furibunda a Isobel y pareció sobresaltarse ligeramente.
—¿Caroline? ¿Para qué queremos a Caroline?
—Forma parte de la diversión, ¿no es cierto? —respondió Damon con su voz más encantadora e insinuante.
Shinichi abandonó al instante su expresión de mártir y sonrió.
—Esa chica… es la que has estado usando como portadora, ¿verdad? —Miró pícaramente a su hermana, cuya sonrisa pareció levemente forzada.
—Sí, pero…
—Cuantos más, mejor —dijo Damon, más alegre por momentos.
No pareció advertir la sonrisa de complicidad que Shinichi le lanzó a su hermana a sus espaldas.
—No te enfurruñes, cariño —dijo Shinichi a su hermana, haciéndole cosquillas bajo la barbilla mientras sus ojos dorados centelleaban—. Jamás he puesto los ojos en la chica. Pero por supuesto, si Damon dice que será divertido, lo será. —Su sonrisita se convirtió en una completa sonrisa de regodeo.
—¿Y no existe en absoluto la menor posibilidad de que ninguno de ellos consiga escapar? —inquirió Damon, casi distraídamente, con la mirada fija en la oscuridad del Bosque Viejo.
—Por favor, yo sé lo que me hago —le espetó el kitsune—. Tú eres un condenado… un vampiro, ¿verdad? No tendrías que andar por el bosque.
—Es mi territorio, junto con el cementerio… —empezó a decir Damon con suavidad, pero Shinichi estaba decidido a acabar el primero en esta ocasión.
—Yo soy el que vive en el bosque —declaró—. Controlo los arbustos, los árboles… y he traído a unos cuantos de mis pequeños experimentos conmigo. Todos los veréis muy pronto. Así que, para responder a tu pregunta, no, ni uno solo de ellos va a escapar.
—Eso es todo lo que había preguntado —dijo Damon, todavía con suavidad, pero trabando la mirada con los ojos dorados durante otro largo instante.
Luego se encogió de hombros y le dio la espalda, observando la luna que podía verse entre nubes arremolinadas en el horizonte.
—Aún faltan horas para la ceremonia —comentó Shinichi, detrás de él—. Difícilmente vamos a llegar tarde.
—Será mejor que no —murmuró Damon—. Caroline puede llevar a cabo una imitación terriblemente buena de una taladrante chica histérica cuando la gente se retrasa.
En realidad, la luna estaba muy alta en el cielo cuando Caroline condujo el coche de su madre hasta el porche de la casa de huéspedes. Vestía un traje de noche que parecía como si se lo hubiesen pintado encima, con sus tonos favoritos de bronce y verde. Shinichi miró a Misao, que rió tontamente tapándose la boca y contempló el suelo.
Damon acompañó a Caroline en su ascensión por los escalones del porche hasta la puerta principal.
—Por aquí están los asientos buenos.
Hubo algo de desconcierto mientras se distribuía a los asistentes. Damon les habló alegremente a Kristin, a Tami y a Ava:
—El gallinero para vosotras tres, me temo. Eso significa que os sentáis en el suelo. Pero si sois buenas, os dejaré venir a sentaros arriba con nosotros la próxima vez.
Los demás lo siguieron con más o menos quejas, pero fue Caroline la que se mostró enojada, diciendo:
—¿Para qué queremos ir dentro? Pensaba que se suponía que ellos estarían fuera.
—Son los asientos más cercanos los que no son peligrosos —se limitó a decir Damon—. Podemos obtener mejor visión desde ahí arriba. Es el palco real, vamos.
Los gemelos y la humana lo siguieron, encendiendo las luces de la oscura casa a lo largo de todo el trayecto hasta la plataforma de observación.
—Y ahora, ¿dónde están ellos? —preguntó Caroline, mirando abajo con atención.
—Llegarán en cualquier momento —respondió Shinichi, con una mirada que era de perplejidad y reprobación a la vez.
La mirada decía: «¿Quién se cree esta chica que es?».
—¿Y Elena? ¿Estará aquí también?
Shinichi no respondió, y Misao se limitó a reír divertida. Pero Damon acercó los labios al oído de Caroline y susurró.
Tras eso, los ojos de Caroline brillaron verdes como los de un gato. Y la sonrisa de sus labios fue la de un gato que acaba de posar la pata sobre el canario.