32

—¿Quién es? —decía una voz desde la oscuridad del bosque—. ¿Quién está ahí?

Bonnie rara vez le había estado tan agradecida a nadie como lo estaba a Matt por mantenerla agarrada entonces. Necesitaba el contacto con gente. Si al menos pudiese enterrarse lo bastante profundamente en otras personas, estaría a salvo de algún modo. Consiguió a duras penas no chillar cuando la luz cada vez más débil de la linterna se balanceó sobre una escena surrealista.

—¡Isobel!

Sí, realmente era Isobel, que no estaba en absoluto en el hospital de Ridgemont, sino allí en el Bosque Viejo. Permanecía quieta, como acorralada, casi desnuda salvo por la sangre y el barro. Justo allí, con aquel trasfondo, parecía a la vez un animal perseguido y una especie de diosa del bosque, una diosa de la venganza, y de las criaturas que se cazan, capaz de castigar a cualquier ser que se interpusiera en su camino. Estaba sin resuello, respirando con dificultad, con espuma brotándole de la boca, pero no estaba agotada. Sólo había que verle los ojos, que brillaban rojos, para darse cuenta.

Detrás de ella, pisando ramas y dejando escapar algún que otro gruñido o palabrota, había otras dos figuras, una alta y delgada pero bulbosa en lo alto, y una más baja y corpulenta. Parecían gnomos intentando seguir a una ninfa del bosque.

—¡Doctora Alpert! —Meredith pareció apenas capaz de dar a la voz su acostumbrado tono mesurado.

Al mismo tiempo, Bonnie vio que las perforaciones de Isobel estaban mucho peor. La muchacha había perdido la mayoría de las tachuelas, aros y agujas, pero brotaba sangre y pus de los agujeros donde habían estado.

—No la asustéis —susurró la voz de Jim saliendo de las sombras—. Llevamos siguiéndola desde que tuvimos que detenernos.

Bonnie pudo sentir cómo Matt, que había inspirado aire para gritar, reprimía el grito con un esfuerzo. También pudo ver el motivo de que Jim pareciera tener un torso tan abultado. El joven transportaba a Obaasan al estilo japonés, sobre la espalda, con los brazos de la anciana rodeándole el cuello. Como una mochila, pensó Bonnie.

—¿Qué les ha sucedido? —musitó Meredith—. Pensábamos que habían ido al hospital.

—No sabemos cómo, un árbol cayó atravesado en la carretera mientras os dejábamos a vosotras, y no pudimos rodearlo para llegar al hospital, ni a ninguna otra parte. No sólo eso, sino que era un árbol con un nido de avispones o algo parecido en su interior. Isobel despertó de golpe —la doctora chasqueó los dedos—, y cuando oyó los avispones gateó fuera y huyó de ellos. Corrimos tras ella. No me importa decir que habría hecho lo mismo si hubiese estado sola.

—¿Vio alguien los avispones? —preguntó Matt, al cabo de un instante.

—No, acababa de oscurecer. Pero los oímos, ya lo creo. La cosa más extraña que he oído nunca. Sonaba como un avispón de más de un palmo —dijo Jim.

Meredith oprimía el brazo de Bonnie desde el otro lado. Si para mantenerla callada o para animarla a hablar, Bonnie no tenía ni idea. Y ¿qué podía decir?: «¿Los árboles caídos aquí sólo permanecen caídos hasta que la policía toma la decisión de buscarlos?», «¿Ah, y tened cuidado con las horrorosas procesiones de insectos largos como un brazo?», «Y a propósito, probablemente hay uno dentro de Isobel en estos momentos». Eso realmente haría que a Jim le diese un ataque.

—Si supiera el camino de vuelta a la casa de huéspedes, dejaría a estos tres allí —decía en aquel momento la señora Flowers—. No tienen nada que ver con esto.

Para sorpresa de Bonnie, la doctora Alpert no se ofendió ante la declaración de que ella «no tenía nada que ver». Ni tampoco preguntó qué hacía la señora Flowers con las dos adolescentes allí fuera en el Bosque Viejo a aquellas horas. Lo que dijo fue aún más asombroso.

—Vimos las luces cuando vosotros empezasteis a gritar. Está justo ahí atrás.

Bonnie notó cómo los músculos de Matt se tensaban contra ella.

—Gracias a Dios —dijo, y luego, lentamente—. Pero eso no es posible. Dejé la casa de los Dunstan unos diez minutos antes de que nos encontráramos, y eso está justo al otro lado del Bosque Viejo desde la casa de huéspedes. Se necesitarían al menos cuarenta y cinco minutos para recorrer esa distancia.

—Bueno, posible o no, vimos la casa de huéspedes, Theophilia. Todas las luces estaban encendidas, de arriba abajo. Era imposible confundirse. ¿Estás seguro de que no has calculado mal el tiempo? —añadió, dirigiéndose a Matt.

«La señora Flowers se llama Theophilia», pensó Bonnie, y tuvo que refrenar el impulso de lanzar una risita divertida. La tensión la estaba afectando.

Pero justo mientras lo estaba pensando, Meredith le dio otro codazo.

A veces creía que ella, Elena, y Meredith tenían una especie de telepatía entre ellas. Tal vez no era auténtica telepatía, pero a veces una simple mirada, un simple vistazo, podía decir más que páginas y páginas de argumentaciones. Y a veces —no siempre, pero a veces— Matt o Stefan parecían formar parte de ello. No es que fuese una auténtica telepatía, con voces tan claras en la mente como lo serían en el oído, pero a veces los chicos parecían estar… en el canal de las chicas.

Porque Bonnie sabía exactamente lo que aquel codazo significaba. Significaba que Meredith había apagado la lámpara de la habitación de Stefan en la parte alta de la casa, y que la señora Flowers había apagado las luces de la planta baja cuando salieron. De modo que si bien Bonnie tenía una vívida imagen de la casa de huéspedes con las luces encendidas, aquella imagen no podía pertenecer a la realidad, no en aquellos momentos.

«Alguien está intentando jugar con nosotros», significaba el codazo de Meredith. Y Matt se encontraba en la misma longitud de onda, aunque fuese por un motivo distinto. Se inclinó levemente atrás hacia Meredith, con Bonnie entre ellos.

—Pero quizá deberíamos dirigirnos de vuelta a casa de los Dunstan —dijo Bonnie con su voz más infantil y conmovedora—. Ellos son personas normales. Podrían protegernos.

—La casa de huéspedes está justo al otro lado de esa elevación —dijo la doctora Alpert con firmeza—. Y realmente agradecería tu consejo sobre cómo frenar un poco las infecciones de Isobel —añadió en dirección a la señora Flowers.

La señora Flowers se puso a balbucear. No había otra palabra para ello.

—Vaya, válgame Dios, es todo un cumplido. Lo primero sería quitar con agua la tierra de las heridas inmediatamente.

Era algo tan obvio y tan impropio de la señora Flowers que Matt oprimió a Bonnie con fuerza justo a la vez que Meredith se inclinaba sobre ella. «¡Viva! —pensó Bonnie—. ¡Nuestra telepatía funciona! Así que es la doctora Alpert la que es peligrosa, la mentirosa.»

—Decidido, entonces. Vamos a la casa de huéspedes —dijo Meredith con calma—. Y Bonnie, no te preocupes. Cuidaremos de ti.

—Ya lo creo que lo haremos —indicó Matt, dándole un último y fuerte apretón.

Significaba «lo entiendo. Sé quién no está de nuestro lado». Y en voz alta, añadió, con una fingida voz severa:

—De nada sirve ir a casa de los Dunstan de todos modos. Ya les he hablado a la señora Flowers y a las chicas de esto, pero tienen una hija que actúa como Isobel.

—¿Se hace perforaciones? —inquirió la doctora Alpert, que parecía sobresaltada y horrorizada ante la idea.

—No. Pero actúa de un modo de lo más raro. Pero no es un buen sitio.

Apretón.

«Lo entendí hace rato —pensó Bonnie con fastidio—. Se supone que ahora debo callarme.»

—Indicadnos el camino, por favor —murmuró la señora Flowers, pareciendo más agitada que nunca—. De vuelta a la casa de huéspedes.

Y dejaron que la doctora y Jim encabezaran la marcha. Bonnie mantuvo una farfullada queja por si acaso alguien escuchaba. Y ella, Matt y Meredith mantuvieron los ojos puestos en la doctora y Jim.

—De acuerdo —le dijo Elena a Damon—, estoy emperifollada como alguien que estuviese en la cubierta de un transatlántico, estoy tensa como una guitarra con las cuerdas demasiado tirantes y estoy harta de todo este retraso. Así queee… ¿cuál es la verdad y toda la verdad y nada más que la verdad?

Sacudió la cabeza. El tiempo había hecho cabriolas y se había estirado para ella. Damon contestó:

—En cierto modo, estamos dentro de una diminuta esfera de nieve que creé para mí. Eso significa que ellos no nos verán ni oirán durante unos pocos minutos. Ahora es el momento de hablar en serio.

—Pues será mejor que hablemos de prisa.

Le sonrió, alentadora.

Ella intentaba ayudarle. Sabía que él lo necesitaba. Él quería contarle la verdad, pero aquello iba tan en contra de su naturaleza que era como pedir a un caballo endemoniadamente salvaje que te permitiera montarlo, dominarlo.

—Hay más problemas —consiguió decir Damon con voz ronca, y ella supo que él le había leído los pensamientos—. Ellos… ellos intentaron hacer imposible que te hablara sobre esto. Lo hicieron al estilo de los viejos cuentos de hadas: creando gran cantidad de condiciones. No te lo podía contar dentro de una casa, ni te lo podía contar en el exterior. Bueno, una plataforma de observación no es dentro, pero tampoco puedes decir que sea fuera. No podía decírtelo ni a la luz del sol ni a la luz de la luna. Bueno, el sol se ha puesto, y la luna no saldrá hasta dentro de otros treinta minutos, y yo digo que esa condición se ha cumplido. Y no te lo podía contar mientras estuvieses vestida o desnuda.

Elena se echó automáticamente una mirada, alarmada, pero nada había cambiado por lo que ella podía ver.

—E imagino que esa condición se ha cumplido, también, porque incluso aunque me juró que me estaba dejando salir de una de sus pequeñas esferas de nieve, no lo hizo. Estamos en una casa que no es una casa… es un pensamiento en la mente de alguien. Tú llevas ropas que no son ropas reales… son fragmentos de la imaginación.

Elena volvió a abrir la boca, pero él posó dos dedos sobre sus labios y dijo:

—Aguarda. Sólo déjame seguir mientras todavía puedo. En serio que pensé que las condiciones no iban a acabar nunca. Está obsesionado con la literatura infantil, y con la antigua poesía inglesa. No sé por qué, porque él procede del otro extremo del mundo, de Japón. Ése es Shinichi. Y tiene una hermana gemela… Misao.

Damon dejó de respirar pesadamente después de eso, y Elena imaginó que debía de haber habido condiciones internas para evitar que él se lo contase.

—Le gusta que traduzcas su nombre como «la muerte primero», o «número uno en cuestiones de muerte». Los dos son como adolescentes, en realidad, con sus códigos y sus juegos, y sin embargo tienen miles de años.

—¿Miles? —le aguijoneó Elena con suavidad cuando Damon dejó que su voz se detuviera, mostrándose exhausto pero decidido.

—Odio pensar cuántos miles de años llevan esos dos causando daño. Misao es la culpable de lo que les pasa a las chicas de la ciudad. Se adueña de ellas con sus malachs y luego hace que las obliguen a actuar así. ¿Recuerdas tu historia americana? ¿Las brujas de Salem? Fue cosa de Misao, o de alguien como ella. Y ha sucedido cientos de veces antes. Podrías echar un vistazo a lo de las monjas ursulinas cuando salgas de esto. Eran un convento tranquilo que se convirtió en un grupo de exhibicionistas y peor… algunas se volvieron locas, y algunas que intentaron ayudarlas acabaron poseídas.

—¿Exhibicionistas? ¿Como Tamra? Pero si ella no es más que una niña…

—Misao no es más que una niña, mentalmente.

—¿Y dónde entra Caroline?

—En cualquier situación como ésta, tiene que existir un instigador… alguien que esté dispuesto a hacer tratos con el diablo… o con un demonio, en realidad… para conseguir sus propios fines. Ahí es donde entra Caroline. Aunque a cambio de toda una ciudad, deben de estarle dando algo realmente importante.

—¿Toda una ciudad? ¿Van a apoderarse de Fell's Church…?

Damon desvió la mirada. La verdad era que iban a destruir Fell's Church, pero de nada servía decir eso. Tenía las manos débilmente entrelazadas alrededor de las rodillas mientras permanecía sentado en una vieja y desvencijada silla de madera en la plataforma.

—Antes de que podamos hacer nada para ayudar a nadie, tenemos que salir de aquí. Salir del mundo de Shinichi. Esto es importante. Yo puedo… impedirle durante cortos períodos que nos observe; pero entonces acabo cansado y necesito sangre. Necesito más de la que tú puedes regenerar, Elena. —Alzó los ojos hacia ella—. Ha puesto juntos a la Bella y a la Bestia y dejará que nosotros decidamos quién triunfa.

—Si te refieres a quién mata a quién, le aguarda una larga espera por mi parte.

—Eso es lo que piensas ahora. Pero ésta es una trampa construida de un modo especial. No hay nada aquí excepto el Bosque Viejo tal y como era cuando empezamos a conducir por él. También carece de cualquier otra morada humana. La única casa es ésta, las únicas criaturas realmente vivas somos nosotros dos. Querrás verme muerto muy pronto.

—Damon, no comprendo. ¿Qué es lo que quieren? Incluso a pesar de lo que Stefan dijo sobre todas las líneas de energía que cruzan por debajo de Fell's Church y lo de que crean un faro…

—Fue la luz de tu faro lo que los atrajo, Elena. Son curiosos, como crios, y tengo la sensación de que podrían haber tenido ya problemas donde sea que realmente vivan. Es posible que estuviesen aquí contemplando el final de la batalla, observando cómo renacías.

—¿Y por eso quieren… destruirnos? ¿Para divertirse? ¿Para apoderarse de la ciudad y convertirnos en títeres?

—Las tres cosas, durante un tiempo. Podrían dedicarse a divertirse mientras alguna otra persona aboga en su favor en una corte suprema en otra dimensión. Y sí, la diversión, para ellos, significa poner patas arriba una ciudad. Aunque creo que Shinichi tiene intención de incumplir el trato que hizo conmigo por algo que quiere más que la ciudad, así que pueden acabar peleando entre ellos.

—¿Qué trato hizo contigo, Damon?

—Tú. Stefan te tenía. Yo te quería. Él te quiere.

A pesar de ella, Elena sintió frío acumulándose en su estómago, sintió el lejano temblor que se inició allí y se abrió paso al exterior.

—¿Y el trato original era?

Él apartó la mirada.

—Ésa es la parte mala.

—Damon, ¿qué has hecho? —chilló ella, casi aullándole—¿Cuál fue el trato? —Todo su cuerpo temblaba.

—Hice un trato con un demonio y, sí, sabía lo que él era cuando lo hice. Fue la noche después de que a tus amigos los atacaran los árboles…, después de que Stefan me echara de su habitación. Eso y… bueno, yo estaba enojado, pero él tomó mi enfado y lo amplificó. Me estaba usando, controlándome; me doy cuenta ahora. Fue entonces cuando empezó con los acuerdos y las condiciones.

—Damon… —empezó a decir Elena con voz temblorosa, pero él siguió adelante, hablando rápidamente como si tuviese que acabar con ello, darlo por concluido antes de que perdiera el valor.

—El acuerdo final fue que él me ayudaría a quitar a Stefan de en medio de modo que yo pudiese tenerte, mientras que él conseguía a Caroline y al resto de la ciudad para compartirlas con su hermana. De esa forma, superaba el trato de Caroline.

Elena le abofeteó. No estaba segura de cómo se las arregló, totalmente envuelta como estaba, para conseguir liberar una mano y efectuar aquel velocísimo movimiento, pero lo hizo. Y luego aguardó, contemplando una gota de sangre que le colgaba a Damon del labio, a que él se desquitara o a reunir la energía necesaria para intentar matarlo.