30

Matt había desistido de buscar pistas. Por lo que podía ver, algo había provocado que Elena pasara por alto completamente la casa y el granero de los Dunstan, saltando sin parar hasta llegar a un lecho aplastado y desgarrado de plantas trepadoras. Éstas colgaban inertes de los dedos de Matt, pero le recordaban, inquietantemente, la sensación de los tentáculos del bicho alrededor de su cuello.

Y a partir de allí no había la menor señal de movimiento humano. Era como si un OVNI la hubiese teletransportado.

Ahora, de hacer incursiones en todas direcciones hasta que hubo perdido la parcela de enredaderas, estaba extraviado en las profundidades del bosque. Si quería, podía fantasear con que toda clase de ruidos sonaban a su alrededor. Si quería, podía imaginar que la luz de la linterna ya no era tan brillante como había sido, que tenía un nauseabundo matiz amarillento…

Todo aquel tiempo, mientras buscaba, se había mantenido tan silencioso como le era posible, comprendiendo que podría estar intentando acercarse a hurtadillas a algo que no quería que se le acercaran sigilosamente por detrás. Pero en aquellos momentos, en algún lugar en su interior, algo estaba hinchándose y su capacidad para detenerlo se debilitaba por segundos.

Cuando brotó fuera de él le sobresaltó tanto como hubiera sobresaltado a cualquiera.

—¡ Eleeeeeeeeeeeenaaaa!

Desde los tiempos en que había sido un niño, a Matt le habían enseñado a rezar cada noche. Él no sabía gran cosa más sobre su credo religioso, pero sí que tenía un profundo y sincero sentimiento de que había Alguien o Algo allí fuera que cuidaba de la gente. Que en algún lugar y de algún modo todo tenía sentido, y que existían motivos para todo.

Aquella creencia había sido sometida duramente a prueba durante el año anterior.

Pero el regreso de Elena de entre los muertos había barrido todas sus dudas. Había parecido demostrar todo en lo que siempre había querido creer.

«¿No nos la devolverías durante sólo unos pocos días, y luego te la volverías a llevar? —se preguntó, y la pregunta era realmente una forma de orar—. Tú no lo harías, ¿verdad?»

Porque la idea de un mundo sin Elena, sin su chispa, su gran fuerza de voluntad; su modo de meterse en alocadas aventuras —y luego salir de ellas de un modo aún más alocado—, bueno, era perder demasiado. El mundo volvería a estar pintado de grises insulsos y marrones oscuros sin ella. No habría rojos de coche de bomberos, ni destellos de verde loro, ni cerúleos, ni color narciso, ni tonos plata mercurio… y no habría dorado. No habría salpicaduras de oro en ojos de un eterno azul lapislázuli.

—¡Eleeeeeeenaaaa! ¡Maldita sea, respóndeme! ¡Soy Matt, Elena! ¡Eleeeeee…!

Se interrumpió con cierta brusquedad y escuchó. Por un momento el corazón le dio un brinco y todo su cuerpo se sobresaltó. Pero entonces descifró las palabras que podía oír.

—¿Eleeeeeenaaa? ¿Maaaatt? ¿Dónde estáis?

—¿Bonnie? ¡Bonnie! ¡Estoy aquí! —Alzó la linterna directamente al cielo, girándola lentamente en un círculo—. ¿Puedes verme?

—¿Puedes tú vernos?

Matt giró en redondo despacio. ¡Y… sí… se veían los haces de una linterna, dos linternas, tres!

El corazón le dio un brinco al ver tres linternas.

—Voy de camino hacia vosotras —gritó, y unió la acción a la palabra.

Hacía tiempo que el sigilo había quedado atrás. Chocaba contra todo, arrancaba zarcillos que intentaban agarrarle los tobillos, pero no dejaba de gritar:

—¡Quedaos donde estáis! ¡Voy hacia vosotras!

Y entonces los haces de las linternas quedaron justo frente a él, cegándolo, y sin saber cómo, tenía a Bonnie en los brazos, y Bonnie lloraba. Eso al menos proporcionó a la situación una cierta normalidad. Bonnie lloraba contra su pecho y él miraba a Meredith, que sonreía ansiosamente, y a… ¿la señora Flowers? Tenía que serlo, llevaba aquel sombrero de jardinera con las flores artificiales en él, así como lo que parecían unos siete u ocho jerséis de lana.

—¿Señora Flowers? —dijo, cuando su boca recuperó finalmente la conexión con el cerebro—. Pero… ¿dónde está Elena?

Hubo un repentino flaquear en las tres personas que lo observaban, como si hubiesen estado de puntillas esperando noticias, y ahora se hubiesen desplomado desilusionadas.

—No la hemos visto —respondió Meredith sosegadamente—. Eras tú quien estaba con ella.

—Sí, estaba con ella. Pero entonces apareció Damon. Le hizo daño, Meredith… —Sintió cómo los brazos de Bonnie se apretaban sobre él—. La hizo rodar por el suelo como si tuviera un ataque epiléptico. Creo que iba a matarla. Y… me hizo daño a mí. Imagino que perdí el conocimiento. Cuando desperté ella no estaba.

—¿Se la llevó? —preguntó Bonnie con ferocidad.

—Sí, pero… no entiendo lo que sucedió a continuación.

Penosamente, explicó cómo Elena aparentemente había saltado del coche y lo de las huellas que no conducían a ninguna parte.

Bonnie tiritó en sus brazos.

—Y luego sucedió otra cosa muy rara —dijo Matt.

Lentamente, titubeando en ocasiones, hizo todo lo posible por explicar lo de Kristin, y las similitudes con Tami.

—Eso es… muy raro —dijo Bonnie—. Pensaba que tenía una respuesta, pero si Kristin no ha tenido contacto con ninguna de las otras chicas…

—Probablemente pensabas en algo como lo de las brujas de Salem, querida —dijo la señora Flowers.

Matt seguía sin poder acostumbrarse a que la señora Flowers se dirigiera realmente a ellos. La anciana siguió:

—Pero en realidad no sabes con quién ha estado Kristin durante los últimos días. O con quién ha estado Jim, bien mirado. Los chicos tienen mucha libertad en estos tiempos y a esta edad, y él podría ser… ¿cómo lo llaman?… un «portador».

—Además, incluso aunque esto sea posesión, podría ser una clase de posesión totalmente distinta —indicó Meredith—. Kristin vive en el Bosque Viejo. El Bosque Viejo está lleno de estos insectos… estos malach. ¿Quién sabe si sucedió simplemente cuando salió por la puerta de su casa? ¿Quien sabe qué la estaba esperando?

Bonnie temblaba ya en los brazos de Matt. Habían apagado todas las linternas excepto una, para ahorrar energía, pero ello hacía que los alrededores adquirieran un aire fantasmal.

—Pero ¿qué hay de la telepatía? —preguntó Matt a la señora Flowers—. Quiero decir, no creo ni por un instante que brujas auténticas estuviesen atacando a aquellas chicas de Salem. Creo que eran chicas reprimidas que tenían ataques de histeria en masa cuando se juntaban, y de algún modo todo se descontroló. Pero ¿cómo pudo Kristin saberlo para llamarme… para llamarme… por el mismo nombre que había usado Tami?

—A lo mejor estamos totalmente equivocadas —dijo Bonnie, con la voz enterrada en algún lugar del plexo solar de Matt—. A lo mejor no es en absoluto como en Salem, donde la… la histeria se extendió horizontalmente, si comprendéis a lo que me refiero. A lo mejor hay alguien aquí arriba que la está extendiendo en cualquier dirección que desee.

Hubo un breve silencio, y entonces la señora Flowers murmuró:

—«De la boca de los niños y de los que maman…»

—¿Se refiere a que cree que eso es así? Pero entonces ¿quién es el que está arriba de todo? ¿Quién está haciendo todo esto? —inquirió Meredith—. No puede ser Damon, porque Damon ha salvado a Bonnie en dos ocasiones… y a mí en una. —Antes de que nadie pudiese reunir las palabras necesarias para preguntar sobre eso, ella ya seguía diciendo—: Elena estaba muy segura de que algo estaba poseyendo a Damon. Así que ¿quién más queda?

—Alguien con quien no nos hemos encontrado aún —masculló Bonnie ominosamente—. Alguien que no nos va a gustar nada.

Justo en aquel momento sonó el crujido de una rama detrás de ellos. Como una sola persona, como un solo cuerpo, se volvieron para mirar.

—Lo que realmente quiero —le dijo Damon a Elena— es conseguir que entres en calor. Y eso o bien significa cocinarte algo caliente para que te calientes desde dentro o colocarte en la bañera para que te calientes desde el exterior. Y teniendo en cuenta lo que sucedió la última vez…

—No… me siento capaz de comer nada…

—Vamos, es una tradición americana. ¿Sopa de manzana? ¿La tarta casera de pollo de mamá?

Ella rió por lo bajo muy a su pesar, luego hizo una mueca.

—Es tarta de manzana y la sopa casera de pollo de mamá. Pero no lo has hecho tan mal, para ser la primera vez.

—¿Bien? Prometo no mezclar las manzanas y el pollo.

—Podría probar un poco de sopa —dijo lentamente Elena—. Y, ah, Damon, estoy sedienta… de agua. Por favor.

—Lo sé, pero beberás demasiado, te provocará dolor. Haré sopa.

—Son esas latas pequeñas con envoltorio de papel rojo. Tiras de la lengüeta superior… —Elena se detuvo mientras él giraba hacia la puerta.

Damon sabía que la joven tenía serias dudas sobre todo, pero también sabía que si le llevaba cualquier cosa pasablemente bebible ella la bebería. La sed te hacía eso.

Él era la prueba no viviente de ello.

Cuando cruzaba la puerta hubo un repentino y horrendo ruido, como un par de cuchillos de cocina entrechocando. Casi le rebanó el… el trasero de arriba abajo a juzgar por cómo sonó.

—¡Damon! —Oyó chillar débilmente a una voz a través de la puerta—. Damon, ¿estás bien? ¡Damon! ¡Respóndeme!

En lugar de hacerlo, él se dio la vuelta, estudió la puerta, que parecía perfectamente normal, y la abrió. Cualquiera que lo observara abrirla se habría extrañado porque colocó una llave en la puerta, que no estaba cerrada con llave, dijo «la habitación de Elena» y luego hizo girar la llave y abrió la puerta.

Cuando estuvo dentro, echó a correr.

Elena yacía en el suelo en una maraña imposible de sábanas y mantas. Intentaba incorporarse, pero tenía el rostro blanco azulado de dolor.

—¿Qué te ha empujado fuera de la cama? —preguntó él.

Mataría a Shinichi muy lentamente.

—Nada, oí un ruido terrible justo al cerrarse la puerta. Intenté llegar hasta ti, pero…

Damon la miró atónito. «Intenté llegar hasta ti, pero…» ¿Aquella criatura lastimada, dolorida y agotada había intentado rescatarlo? ¿Lo había intentado con tanto ahínco que se había caído de la cama?

—Lo siento —dijo ella, con lágrimas en los ojos—. No consigo acostumbrarme a la gravedad. ¿Estás herido?

—No tanto como tú —dijo él, manteniendo a propósito la voz áspera, los ojos apartados—. Hice una estupidez, al abandonar la habitación, y la casa… me lo recordó.

—;De qué hablas? —preguntó la cariacontecida Elena, envuelta en sábanas.

—Esta llave. —Damon la alzó para que la viera.

Era dorada y se podía llevar puesta como un anillo, pero dos alas se desplegaban y la convertían en una llave bellísima.

—¿Qué le pasa?

—Es el modo en que la usé. Esta llave tiene el poder del kitsune en su interior, y abrirá cualquier cosa y te llevará a cualquier parte, pero el modo en que funciona es que tú la colocas en la cerradura, dices adónde quieres ir, y luego giras la llave. Olvidé hacerlo al dejar tu habitación.

Elena pareció desconcertada.

—Pero ¿y si la puerta no tiene una cerradura? La mayoría de dormitorios no tienen cerraduras.

—Esta llave funciona en cualquier puerta. Podrías decir que crea su propia cerradura. Es un tesoro kitsune que le saqué a Shinichi cuando estaba tan furioso porque tú estabas herida. Querrá recuperarla pronto. —Los ojos de Damon se entrecerraron y sonrió levemente—. Me pregunto cuál de nosotros acabará conservándola. Reparé en que hay otra en la cocina… una de repuesto, claro.

—Damon, todo esto sobre llaves mágicas es interesante, pero si pudieses ayudarme a levantar del suelo…

Él se mostró consternado al instante. Luego vino la cuestión de si volver a colocarla en la cama o no.

—Tomaré el baño —dijo Elena con un hilillo de voz.

Se desabrochó la parte superior de los vaqueros e intentó quitárselos.

—¡Aguarda un minuto! Podrías desmayarte y ahogarte. Túmbate y prometo que te lavaré, si estás dispuesta a intentar comer algo.

Tenía nuevas reservas respecto a la casa.

—Ahora desvístete sobre la cama y cúbrete con la sábana. Doy unos masajes de escándalo —añadió, dándole la espalda.

—Oye, no tienes por qué no mirar. Es algo que no he comprendido desde que… regresé —dijo Elena—. Los tabús del recato. No veo por qué nadie tendría que avergonzarse de su propio cuerpo. —Aquello llegó hasta Damon en una voz un tanto amortiguada—. Quiero decir para cualquiera que diga que Dios nos hizo, Dios nos hizo sin ropa, incluso después de Adán y Eva. Si es tan importante, ¿por qué no nos hizo con pañales ya colocados?

—Sí, en realidad, lo que dices me recuerda a lo que en una ocasión dije a la Reina Viuda de Francia —repuso Damon, decidido a hacer que siguiera desvistiéndose mientras él contemplaba una grieta en uno de los paneles de madera de la pared—. Dije que si Dios fuese a la vez omnipotente y omnisciente, entonces sin duda conocería nuestros destinos de antemano, y ¿por qué estaban condenados los justos a nacer tan pecaminosamente desnudos como los malditos?

—¿Y qué dijo ella?

—Ni una palabra. Pero rió nerviosamente y me golpeó tres veces el dorso de la mano con el abanico, lo que según supe más tarde era una invitación a una cita. Lamentablemente, yo tenía otras obligaciones. ¿Sigues sobre la cama?

—Sí, y estoy bajo la sábana —repuso Elena en tono cansado—. Si era la Reina Viuda, espero que eso te alegrara —añadió con una voz un tanto perpleja—. ¿No son ellas las madres ancianas?

—No. Ana de Austria, reina de Francia, mantuvo su extraordinaria belleza hasta el final. Fue la única pelirroja que…

Damon se interrumpió, buscando afanosamente palabras mientras se quedaba de cara a la cama. Elena había hecho lo que le había pedido. Simplemente él no se había dado cuenta de hasta qué punto se parecería a Afrodita surgiendo de las aguas. El arrugado blanco de la sábana llegaba hasta el más cálido blanco lechoso de la tez. Necesitaba que la limpiaran, desde luego, pero el simple hecho de saber que bajo aquella fina sábana estaba magníficamente desnuda era suficiente para dejarlo sin aliento.

Ella había enrollado sus ropas en una bola y las había arrojado al rincón más alejado de la habitación. No la culpó.

No pensó. No se concedió tiempo para hacerlo. Simplemente extendió las manos y dijo:

—Consomé de pollo con tomillo limonero, caliente, en un tazón… y aceite de flor de ciruelo, muy caliente, en un frasco.

Una vez consumido el caldo y cuando Elena volvía a yacer tumbada, él empezó a darle un suave masaje con el aceite. La flor de ciruelo siempre resultaba un buen principio. Adormecía la piel y los sentidos al dolor, y proporcionaba la base para otros aceites, más exóticos, que planeaba usar en ella.

En cierto modo, era mucho mejor que arrojarla dentro de una bañera o un jacuzzi modernos. Sabía dónde estaban sus lesiones; podía calentar los aceites a la temperatura adecuada para cualquiera de ellas. Y en lugar de una espita de jacuzzi con apenas movilidad expulsando chorros de agua contra una magulladura, él podía evitar cualquier cosa demasiado sensible… en lo referente a dolor.

Empezó con sus cabellos, añadiendo una capa sumamente ligera de aceite que haría que los peores enredos fuesen fáciles de eliminar con el cepillo. Después de ponerle el aceite, el pelo de Elena brilló como oro sobre su piel; miel sobre crema. A continuación, Damon empezó con los músculos del rostro: diminutas caricias con los pulgares sobre la frente para alisarla y relajarla, obligándola a relajarse al compás de sus movimientos. Lentos remolinos circulares en las sienes, con sólo una ligerísima presión. Podía ver el trazo de las finas venas azules allí, y sabía que una presión profunda podía hacerla dormir.

Luego pasó a la parte superior de los brazos, los antebrazos, las manos, desmontándola con antiguos movimientos y las apropiadas esencias antiguas para acompañarlos, hasta que la muchacha no fue más que una cosa floja e inerte bajo la sábana: suave, blanda y flexible. Le lanzó su sonrisa incandescente durante un momento mientras tiraba de un dedo del pie hasta que éste chasqueó… y a continuación la sonrisa se tornó irónica. Podía obtener lo que quisiera de ella, ahora. Sí, ella no estaba en un estado de ánimo como para negarle nada. Pero no había contado en lo que la maldita sábana le haría a él. Todo el mundo sabía que un pedazo de algo que tapara, sin importar lo simple que fuese, siempre atraía la atención a la zona tabú de un modo en que la desnudez total no lo hacía. Y el masajear a Elena centímetro a centímetro de aquel modo no hizo más que concentrarle en lo que había bajo la nivea tela.

Al cabo de un rato Elena dijo con voz soñolienta:

—¿No me vas a contar el final de la historia? ¿Sobre Ana de Austria, que fue la única pelirroja que…?

—… que, esto, siguió siendo pelirroja natural hasta el final de su vida —murmuró Damon—. Sí. Se decía que el cardenal Richelieu fue su amante.

—¿No es ése el malvado cardenal de Los tres mosqueteros?

—Sí, pero tal vez no fue tan malvado como se lo pintó allí, y ciertamente fue un hábil político. Y, algunos dicen, el auténtico padre de Luis…, ahora date la vuelta.

—Es un nombre extraño para un rey.

—¿Hum?

—Luis Ahora Date la Vuelta —dijo Elena, dándose la vuelta y mostrando un destello de cremoso muslo mientras Damon intentaba contemplar otras diversas zonas de la habitación.

—Depende de las tradiciones en lo referente a nombres del país del que procede el individuo —dijo Damon a tontas y a locas.

Todo lo que veía eran repeticiones de aquel fugaz atisbo de muslo.

—¿Qué?

—¿Qué?

—Yo te estaba preguntando…

—¿Estás caliente ahora? Ya está —dijo Damon e, imprudentemente, palmeó la curva más elevada de terreno bajo la toalla.

—¡Eh!

Elena se alzó, y Damon —enfrentado a todo un cuerpo de un pálido tono rosa dorado, perfumado y brillante… y con músculos que eran como acero bajo la sedosa piel— huyó precipitadamente.

Regresó tras un intervalo apropiado con una apaciguadora ofrenda en forma de más sopa. Elena, muy digna bajo la sábana, que había convertido en una toga, la aceptó. Ni siquiera trató de darle una palmada en el trasero cuando él le dio la espalda.

—¿Qué es este lugar? —se preguntó en voz alta en vez de eso—. No puede ser la casa de los Dunstan… son una familia antigua, con una casa antigua. En el pasado eran agricultores.

—Bueno, llamémoslo simplemente un pequeño pied-à-terre de mi propiedad en el bosque.

—¡Aja! —exclamó Elena—. Sabía que no dormías en árboles.

Damon evitó sonreír. Nunca había estado con Elena en una situación que no hubiese sido de vida o muerte. Ahora, si decía que había descubierto que amaba su mente después de haberle dado un masaje desnuda bajo una sábana… no… Nadie le creería jamás.

—¿Te sientes mejor? —preguntó.

—¿Caliente como una sopa de pollo con manzana?

—Jamás dejarás que lo olvide, ¿verdad?

La hizo permanecer en la cama mientras pensaba en camisones, de todos los tamaños y estilos, y batas, también… y zapatillas, todo justo en el instante de entrar en lo que había sido un cuarto de baño, y le complació descubrir que en aquel momento era un vestidor con todo lo que cualquiera podría querer en términos de atuendo nocturno. Desde lencería de seda a buenos y anticuados camisones, pasando por gorros de dormir, aquel guardarropa tenía de todo. Damon emergió con los dos brazos llenos y dejó que Elena eligiera.

Ella escogió un camisón blanco de cuello alto confeccionado en un tejido pudoroso. Damon se encontró acariciando un majestuoso camisón azul cielo ribeteado con lo que parecía genuino encaje de Valenciennes.

—No es mi estilo —dijo Elena, metiéndolo rápidamente bajo otras prendas.

«No es tu estilo estando yo cerca —pensó Damon, divertido—. Y eres una chica muy sensata, además. No quieres tentarme a hacer nada que pudieras lamentar mañana.»

—De acuerdo… y luego puedes disfrutar de una buena noche de descanso…

Se interrumpió, porque ella le miraba de improviso con asombro y angustia.

—¡Matt! ¡Damon, buscábamos a Matt! Lo acabo de recordar. ¡Lo estábamos buscando y yo…, no sé. Yo resulté herida. Recuerdo haber caído y luego estaba aquí.

«Porque yo te traje aquí en brazos —pensó Damon—. Porque esta casa no es más que un pensamiento en la mente de Shinichi. Porque las únicas cosas permanentes en su interior somos nosotros dos.»

Damon inspiró profundamente.