—¡Elena!
Algo la estaba molestando.
—¡Elena!
«Por favor, no más dolor.» Ya no podía sentirlo, pero podía recordarlo… ah, ya no quería esforzarse por respirar…
—¡Elena!
«No… simplemente dejémoslo estar.» Elena apartó de su cabeza aquello que incordiaba sus oídos y su mente.
—Elena, por favor…
Todo lo que quería era dormir. Para siempre.
—¡Maldito seas, Shinichi!
Damon había cogido la esfera de nieve con el bosque en miniatura cuando Shinichi encontró el resplandor difuminado de Elena irradiando de él. En su interior, crecían docenas de piceas, nogales americanos, pinos y otros árboles; todos a partir de una membrana interior totalmente transparente. Una persona en miniatura —en el caso de que a una persona se la pudiera miniaturizar y colocar dentro de tal esfera— vería árboles delante, árboles detrás, árboles en todas direcciones… y podría andar en línea recta y regresar al punto de partida sin que importara el camino que tomase.
—Es una diversión —había dicho hoscamente Shinichi, observándolo con atención por debajo de las pestañas— Un juguete, para niños, por lo general. Una trampa con la que entretenerse.
—¿Y encuentras esto divertido?
Damon había estrellado la esfera contra la mesita de café de trozos de madera de la exquisita cabana que era el escondite secreto de Shinichi. Había descubierto entonces por qué éstas eran juegos para niños… la esfera era irrompible.
Tras eso Damon se había tomado un momento —justo un momento— para recuperar el control de sí mismo. A Elena tal vez le quedaban segundos de vida. Necesitaba ser preciso con lo que dijera.
Tras aquel único instante, había brotado un largo torrente de palabras de sus labios, la mayoría en inglés, y la mayoría sin improperios o incluso insultos innecesarios. No le interesaba insultar a Shinichi. Se había limitado a amenazar, no, había jurado llevar a cabo con Shinichi la clase de violencia que había contemplado en ocasiones en una larga vida repleta de humanos y vampiros con una imaginación retorcida. Al final, Shinichi había comprendido que hablaba en serio, y Damon se había encontrado dentro de la esfera con una Elena empapada frente a él. Yacía a sus pies, y estaba en peor estado de lo que sus más oscuros temores le habían permitido imaginar. Tenía el brazo derecho dislocado con múltiples fracturas y una tibia izquierda horrorosamente destrozada.
Se había sentido horrorizado al imaginarla avanzando tambaleante por el bosque de la esfera, con sangre manando de su brazo derecho desde el hombro hasta el codo, y la pierna izquierda arrastrando tras ella como un animal herido, pero esto era peor. Su cabello se había empapado de sudor y barro, y le caía desordenadamente sobre el rostro. Y había perdido el juicio, literalmente, deliraba y hablaba con personas que no estaban allí.
Y se estaba volviendo azul.
Había podido partir exactamente una enredadera haciendo uso de toda su energía. Damon agarró enormes puñados de ellas, arrancándolas violentamente de la tierra si intentaban pelear o enredarse a sus muñecas. Elena respiró entrecortadamente con una profunda inhalación justo cuando la asfixia habría acabado con ella, pero no recuperó el conocimiento.
Y no era la Elena que él recordaba. Cuando la había levantado del suelo, no había notado resistencia, ni aceptación, nada. No le reconocía. Deliraba por la fiebre, el agotamiento y el dolor, pero en un momento de semi consciencia le había besado la mano a través de los enmarañados cabellos, susurrando:
—Matt… Encuentra a… Matt.
No sabía quién era él, y apenas sabía quién era ella misma, pero se seguía preocupando por su amigo. El beso le había recorrido la mano y había ascendido por el brazo como el contacto de un hierro de marcar, y desde entonces había estado monitorizando su mente, intentando desviar el terrible suplicio que la joven padecía… a alguna parte… al interior de la noche… al interior de sí mismo.
Se volvió de nuevo hacia Shinichi y, en una voz que era como un viento helado, dijo:
—Será mejor que tengas un modo de curar todas sus heridas… Ahora.
La encantadora cabana estaba rodeada por los mismos árboles de hoja perenne, nogales y pinos que crecían en la esfera de nieve. El fuego ardió violeta y verde cuando Shinichi lo atizó.
—Esta agua está a punto de hervir. Hazle beber té confeccionado con esto. —Le entregó a Damon una ennegrecida jarra que en un pasado había sido plata cincelada y en la actualidad era un abollado vestigio de lo que había sido, y una tetera con algunas hojas rotas y otras cosas de aspecto desagradable en el fondo—. Asegúrate de que beba más de tres cuartas partes de una taza, y se dormirá y despertará casi como nueva.
Dio un codazo a Damon en las costillas.
—O puedes limitarte a dejarle tomar unos pocos sorbos… curarla en parte, y luego hacerle saber que está en tu poder, darle más… o no. Ya sabes… dependiendo de lo dispuesta a cooperar que esté…
Damon permaneció callado y le dio la espalda. «Si tengo que mirarle —pensó—, lo mataré. Y podría necesitarlo otra vez.»
—Y si realmente quieres acelerar la curación, añade un poco de tu sangre. A algunas personas les gusta hacerlo de ese modo —añadió Shinichi, la voz adquiriendo velocidad otra vez debido al entusiasmo—. Comprobar cuánto dolor puede soportar un humano, ya sabes, y entonces cuando se están muriendo, puedes darles té y sangre y volver a empezar… si te recuerdan de la última vez, lo que casi nunca hacen; por lo general pasan por más dolor simplemente para tener una posibilidad de combatirte… —Lanzó una risita divertida, y Damon se dijo que no sonaba demasiado cuerdo.
Pero al girar de improviso hacia Shinichi, tuvo que mantenerse muy quieto interiormente. Shinichi se había convertido en un contorno llameante y refulgente de sí mismo, con lenguas de luz chapaleando desde la proyección de su cuerpo, de un modo parecido a primeros planos de llamaradas solares. Damon resultó casi cegado, y supo que se suponía que debía estarlo. Aferró la jarra de plata como si se aferrara a la propia cordura.
Quizá lo hacía. Tenía un espacio en blanco en la mente… y a continuación había repentinos recuerdos de intentar encontrar a Elena… o a Shinichi. Porque Elena había desaparecido bruscamente de su lado, y ello sólo podía ser culpa del kitsune.
—¿Hay un cuarto de baño moderno aquí? —preguntó a Shinichi.
—Hay lo que sea que desees; decídelo justo antes de abrir una puerta y ábrela con esta llave. Y ahora…
Síiinichi se desperezó, con los ojos dorados medio cerrados. Pasó una mano lánguida por el brillante pelo negro bordeado de llamas.
—Ahora, creo que iré a dormir bajo un matorral.
—¿Es eso todo lo que haces? — Damon no intentó ocultar el cáustico sarcasmo de su voz.
—Y divertirme con Misao. Y pelear. E ir a los torneos. Éstos… bueno, tendrás que venir y verlo por ti mismo.
—No tengo interés por ir a ninguna parte. —Damon no quería saber lo que el zorro y su hermana consideraban diversión.
Shinichi alargó la mano y sacó el caldero en miniatura lleno de agua hirviendo del fuego. Vertió el agua sobre la colección de corteza de árbol, hojas y otros detritus del interior de la abollada tetera de metal.
—¿Por qué no vas en busca de un matorral ahora? —dijo Damon; y no era una sugerencia.
Estaba más que harto del zorro, que ya había cumplido su cometido de todos modos, y no le importaba un ápice qué travesuras podría cometer Shinichi con otras personas. Todo lo que quería era estar a solas… con Elena.
—Recuerda; consigue que se lo beba todo si quieres conservarla durante un tiempo. Es prácticamente insalvable sin ello. —Shinichi vertió la infusión de oscuro té verde a través de un tamiz fino—. Mejor inténtalo antes de que despierte.
—¿Quieres hacer el favor de marcharte?
Cuando Shinichi pasó a través de la grieta dimensional, teniendo buen cuidado de girar justo en la dirección correcta de modo que llegara al mundo real, y no a alguna otra esfera, el kitsune echaba chispas. Quería regresar y dar una paliza a Damon que lo dejase medio muerto. Quería activar a los malach que había dentro de Damon y hacer que éste… bueno, desde luego, no matara exactamente a la dulce Elena. Era una flor con un néctar sin probar, y Shinichi no tenía prisa por verla enterrada bajo tierra.
Pero en cuanto al resto de la idea… sí, decidió. Ahora sabía lo que haría. Sería sencillamente delicioso observar cómo Elena y Damon hacían las paces, y luego, durante el Festival del Apogeo de la Luna de esa noche, hacer regresar al monstruo. Podía dejar que Damon siguiera pensando que eran «aliados», y entonces, en mitad de su pequeña juerga… dejar suelto al Damon poseído. Demostrar que él, Shinichi, había tenido el control todo el tiempo.
Castigaría a Elena de modo que ella jamás había imaginado y ésta moriría en medio de una agonía deliciosa… a manos de Damon. Las colas de Shinichi se estremecieron con un cierto grado de euforia ante la idea. Pero por el momento, les dejaría que rieran y bromearan juntos. La venganza sólo maduraba con el tiempo, y Damon era realmente bastante difícil de controlar cuando estaba furioso.
Le dolía admitir eso, tanto como su cola —la física situada en el centro de sí mismo— le dolía debido a la abominable crueldad de Damon para con los animales. Cuando Damon se dejaba llevar por la pasión, Shinichi necesitaba cada miligramo de concentración para controlarlo.
Pero durante el Apogeo de la Luna Damon estaría calmado, se mostraría plácido. Estaría satisfecho consigo mismo, ya que él y Elena habrían maquinado alguna conjura absurda para intentar detener a Shinichi.
Sería entonces cuando empezaría la diversión.
Elena resultaría una hermosa esclava mientras durase.
Desaparecido el kitsune, Damon sintió que podía actuar con más naturalidad. Manteniendo un firme dominio sobre la mente de Elena, tomó la taza. Probó un sorbo de la mezcla él mismo antes de intentar dársela a ella y descubrió que sabía justo un poquitín menos nauseabunda de lo que olía. No obstante, Elena en realidad no tenía elección, no podía hacer nada por voluntad propia, y poco a poco, bebió la mezcla.
Y luego se tomó una dosis de la sangre de Damon. De nuevo, Elena estaba inconsciente y no tuvo elección.
Y a continuación se había dormido.
Damon se dedicó a pasear de un lado a otro, nervioso. Tenía un recuerdo que era más parecido a un sueño flotando alrededor de la mente. Era de Elena intentando lanzarse fuera de un Ferrari que iba a unos cien kilómetros por hora, para huir de… ¿qué?
¿Él?
¿Por qué?
En cualquier caso, no era el mejor de los comienzos.
¡Pero eso era todo lo que podía recordar! ¡Maldición! Lo que fuese que iba justo antes era un espacio totalmente en blanco. ¿Había lastimado él a Stefan? No, Stefan se había ido. Había sido el otro chico el que estaba con ella, Memo. ¿Qué había sucedido?
¡Por todos los infiernos! Tenía que averiguar qué había sucedido para poder explicárselo todo a Elena cuando ésta despertara. Quería que ella le creyera, que confiara en él. No quería a Elena como una proveedora de sangre de una noche. Quería que ella le eligiese a él. Quería que se diese cuenta de que estaba más hecha para él que para el gallina poquita cosa de su hermano.
Su princesa de la oscuridad. Eso era lo que estaba destinada a ser. Con él como rey, consorte, lo que fuese que ella desease. Cuando viera las cosas con más claridad, comprendería que no importaba. Que nada importaba excepto el que ellos estuviesen juntos.
Contempló el cuerpo de la joven, oculto bajo la sábana, sin apasionamiento… no, con auténtico sentimiento de culpabilidad. «Dio mio… ¿y si no la hubiese encontrado?» No podía quitarse de la mente la imagen del aspecto que ella había tenido, avanzando a trompicones de aquel modo… yaciendo allí sin aliento… besando su mano…
Damon se sentó y se pellizcó el puente de la nariz. ¿Por qué había estado en el Ferrari con él? Había estado enfadada… no, enfadada no. Furiosa se le parecía más, pero tan asustada… de él. Ahora podía ver mentalmente con claridad el momento en que ella se arrojaba fuera del coche en marcha, pero no podía recordar nada antes de ello.
¿Estaba perdiendo el juicio?
¿Qué le habían hecho a Elena? No… Damon obligó a sus pensamientos a alejarse de la pregunta fácil y se obligó a hacer la auténtica pregunta. ¿Qué le había hecho él a ella? Los ojos de Elena, azules con motas doradas, como el lapislázuli, eran fáciles de leer incluso sin telepatía. ¿Qué… le… había hecho él a ella que era tan aterrador que fue capaz de saltar de un coche en marcha para huir de él?
Él había estado hostigando al chico rubio. Memo… Mo… como se llamase. Los tres habían estado juntos, y él y Elena liabían estado… ¡maldita sea! Desde ese momento hasta su despertar en el volante del Ferrari, todo era una reluciente pantalla en blanco. Podía recordar haber salvado a Bonnie en casa de Caroline; podía recordar que llegaba tarde para su encuentro a las 4.44 de la mañana con Stefan; pero después de eso, las cosas empezaban a fragmentarse. «Shinichi, maledicalo!» ¡Aquel zorro! Él sabía más sobre todo aquello de lo que le estaba contando a Damon.
«Siempre he… sido más fuerte… que mis enemigos —pensó—. Siempre he… mantenido… el… control.»
Oyó un leve sonido y estuvo junto a Elena en un instante. Los ojos azules de la muchacha estaban cerrados, pero las pestañas se agitaban. ¿Despertaba?
Se obligó a bajar la sábana a la altura del hombro. Shinichi tenía razón. Había mucha sangre seca, pero pudo percibir que el flujo sanguíneo era más normal. Pero había algo que estaba terriblemente mal… no, no quería creerlo.
Damon apenas pudo evitar lanzar un alarido de frustración. El maldito zorro la había dejado con un hombro dislocado.
Las cosas definitivamente no le estaban yendo bien hoy.
¿Ahora qué? ¿Llamar a Shinichi?
Jamás. Sentía que no podía volver a mirar al zorro aquella noche sin desear asesinarlo.
Iba a tener que volver a colocar el hombro de Elena de vuelta en su sitio él solo. Era un procedimiento que por lo general sólo se intentaba si había dos personas, pero ¿qué podía hacer?
Manteniendo aún a Elena bajo un férreo dominio mental, para asegurarse de que no podía despertar, la agarró del brazo e inició la dolorosa tarea de dislocar el húmero aún más, separando el hueso de modo que por fin pudo aligerar la presión y oír el dulce chasquido que indicaba que el largo hueso del brazo se había deslizado de vuelta en su lugar. Entonces lo soltó. Elena zarandeaba la cabeza de un lado a otro, con los labios resecos. Vertió un poco más del té mágico de Shinichi que soldaba los huesos en la abollada taza, luego le alzó la cabeza con suavidad desde el lado izquierdo para acercarle el recipiente a los labios. Permitió que la mente de la joven tuviera cierta libertad, entonces, y ella empezó a alzar la mano derecha y luego la dejó caer.
Él suspiró y le ladeó la cabeza, inclinando el recipiente de plata de modo que el té discurriera al interior de la boca. Ella tragó obedientemente. Todo ello le recordaba a Bonnie… pero Bonnie no había estado tan malherida. Damon sabía que no podía devolver a Elena a sus amigas en aquel estado; no con la camisola y los vaqueros hechos trizas, y sangre seca por todas partes.
A lo mejor podría hacer algo al respecto. Fue a la segunda puerta que daba fuera del dormitorio, pensó, «cuarto de baño… cuarto de baño moderno», e hizo girar la llave y abrió la puerta. Era exactamente lo que había imaginado: un lugar higiénico, blanco y prístino, con un enorme montón de toallas apiladas, listas para invitados, sobre la bañera.
Damon hizo correr agua caliente sobre una de las toallas para la cara. A aquellas alturas sabía que era mejor no desnudar a Elena y meterla en agua caliente. Era lo que necesitaba, pero si alguien lo descubría alguna vez, sus amigas harían que le arrancaran el corazón del pecho y lo clavaran en una estaca. Ni siquiera tenía que pensar sobre ello… simplemente lo sabía.
Regresó junto a Elena y empezó a retirarle sangre seca del hombro. Ella murmuró, sacudiendo la cabeza, pero él siguió con ello hasta que el hombro al menos pareció normal, expuesto como quedaba por la tela rota.
Luego cogió otra toalla y se puso a trabajar en el tobillo. Éste seguía hinchado; Elena no iba a poder huir en algún tiempo. La tibia, el primero de los dos huesos de la parte inferior de la pierna, había vuelto a soldarse correctamente. Era una prueba más de que Shinichi y el Shi no Shi no tenían necesidad de dinero, ya que sencillamente podían poner aquel té en el mercado y obtener una fortuna.
—Miremos las cosas… de otro modo —había dicho Shinichi, clavando en Damon aquellos extraños ojos dorados—. El dinero no significa demasiado para nosotros. ¿Por qué? La agonía en el lecho de muerte de un viejo granuja que teme que va ir al infierno. Observarlo sudar, intentando recordar encuentros que hace tiempo que olvidó. La primera lágrima consciente de soledad de un bebé. Los sentimientos de una esposa infiel cuando su esposo la descubre con el amante. Una doncella durante… bueno, su primer beso y su primera noche de descubrimiento. Un hermano dispuesto a morir por su hermano. Cosas así.
Y muchas otras cosas que no se podían mencionar entre gente educada, pensó Damon. Un gran número de ellas tenían que ver con el dolor. Aquellos seres eran sanguijuelas emocionales que succionaban los sentimientos de los mortales para compensar el vacío de sus propias almas.
Podía sentir otra vez la sensación de náusea en su interior al intentar imaginar —calcular— el dolor que Elena debía de haber sentido al saltar de su coche. Debía de haber esperado una muerte dolorosísima… pero que seguía siendo mejor que permanecer con él.
En esa ocasión, antes de cruzar la puerta que había sido un cuarto de baño de baldosas blancas, pensó: «Cocina, moderna, con gran cantidad de bolsas de hielo en el congelador».
Tampoco se vio decepcionado. Se encontró en una cocina fuertemente masculina, con electrodomésticos cromados y azulejos blancos y negros. En el congelador: seis bolsas de hielo. Se llevó tres para Elena y le colocó una alrededor del hombro, una en el codo y una alrededor del tobillo. Luego regresó a la belleza impecable de la cocina en busca de un vaso de agua helada.
Cansada. Tan cansada.
Elena sentía como si su cuerpo estuviera lastrado con plomo.
Cada miembro… cada pensamiento… enfundado en plomo.
Por ejemplo, había algo que se suponía que tenía que estar haciendo… o no haciendo… justo en aquel momento. Pero no conseguía que el pensamiento aflorara a la superficie de la mente. Era demasiado pesado. Todo era demasiado pesado. Ni siquiera podía abrir los ojos.
Un chirrido. Alguien estaba cerca, en una silla. Luego hubo una frialdad líquida sobre sus labios, justo unas pocas gotas, pero la estimularon a intentar sostener la taza ella misma y beber. Agua deliciosa. Sabía mejor que cualquier cosa que hubiese tomado nunca. El hombro le dolía terriblemente, pero valía la pena el dolor con tal de beber y beber… ¡no! Estaban apartando el vaso. Intentó, débilmente, aferrarse a él, pero se lo arrancaron de la mano.
Luego intentó tocarse el hombro, pero aquellas dulces manos invisibles no se lo quisieron permitir, no hasta que hubieron lavado sus propias manos con agua tibia. Después de eso amontonaron las bolsas de hielo a su alrededor y la envolvieron como una momia en una sábana. El frío entumeció sus sensaciones inmediatas de dolor, aunque había otros dolores, en lo más profundo…
Era demasiado difícil pensar en todo ello. Cuando las manos retiraron otra vez las bolsas de hielo —tiritaba de frío en esos momentos— se permitió volver a sumirse en el sueño.
Damon atendió a Elena y dormitó, la atendió y dormitó. En el cuarto de baño perfectamente equipado, encontró un cepillo y un peine de carey en buen estado. Y él sabía una cosa con certeza: el pelo de Elena jamás había tenido aquel aspecto en toda su vida… o su no vida. Intentó pasar el cepillo con suavidad por los cabellos y descubrió que los enredos eran más difíciles de eliminar de lo que había imaginado. Cuando tiró más fuerte del cepillo, ella se movió y murmuró en aquel extraño lenguaje en sueños suyo.
Y, finalmente, fue el cepillado del pelo lo que lo consiguió. Elena, sin abrir los ojos, alzó la mano y le cogió el cepillo y luego, cuando éste encontró un nudo importante, frunció el ceño, alzó la mano para agarrar un puñado de pelo e intentó hacer pasar el cepillo por él. Damon la compadeció. Él había llevado el pelo largo en ocasiones durante sus siglos de existencia… cuando no se podía evitar, y aunque su pelo era tan fino por naturaleza como el de Elena, conocía la frustrante sensación de estarse arrancando los cabellos de raíz. Estaba a punto de cogerle el cepillo otra vez, cuando ella abrió los ojos.
—¿Qué…? —dijo, y a continuación pestañeó.
Damon se había puesto en tensión, listo para sumirla en un desvanecimiento mental si era necesario. Pero ella ni siquiera intentó golpearle con el cepillo.
—¿Qué… ha pasado?
Lo que Elena sentía estaba claro: no le gustaba aquello. Le desagradaba tener otro despertar con únicamente una idea vaga de lo que había estado sucediendo cuando dormía.
Mientras Damon, listo para pelear o salir huyendo, observaba con atención su rostro, ella poco a poco empezó a recopilar lo que le había sucedido.
—¿Damon?
Le dedicó aquella mirada color lapislázuli de «no vale guardarse nada».
Decía: «¿Estoy siendo torturada, o cuidada, o eres tú simplemente un espectador interesado, disfrutando con el dolor de alguien mientras te tomas una copa de coñac?».
—Ellos cocinan con coñac, princesa. Beben Armagnac. Y yo no bebo… tampoco —dijo Damon, y estropeó todo el efecto al añadir apresuradamente—: No es una amenaza. Te lo juro. Stefan me dejó como tu guardaespaldas.
Era técnicamente cierto si se tenían en cuenta los hechos: Stefan había chillado: «Será mejor que te asegures de que nada le sucede a Elena, bastardo pérfido, o encontraré un modo de regresar y arrancarte…». El resto había quedado amortiguado por la pelea, pero Damon había captado la esencia. Y ahora se tomaba la tarea muy en serio.
—Nada más te lastimará, si permites que vele por ti —añadió, entrando ahora en el terreno de lo ficticio, puesto que quienquiera que la había asustado o arrancado del coche evidentemente había estado por allí cuando él también estaba.
Pero nada la atacaría en el futuro, se juró. Por más que hubiese cometido un error garrafal la última vez, a partir de aquel momento no habría más ataques a la persona de Elena Gilbert… o alguien moriría.
No estaba intentando espiar en los pensamientos de la joven, pero cuando ella le miró fijamente a los ojos durante un largo instante, éstos proyectaron con total claridad —y absoluto misterio— las palabras: «Sabía que tenía razón. Ha sido otra persona todo el tiempo». Y él supo que bajo su dolor, Elena sentía un enorme sentimiento de satisfacción.
—Me hice daño en el hombro.
Alzó la mano derecha para sujetarlo, pero Damon se lo impidió.
—Te lo dislocaste —dijo él—. Te va a doler durante un tiempo.
—Y mi tobillo… pero alguien… Recuerdo estar en el bosque y alzar la vista, y apareciste tú. No podía respirar pero tú arrancaste las enredaderas de mi cuerpo y me cogiste en brazos… —Miró a Damon con perplejidad—. Tú me salvaste.
La declaración sonaba a pregunta, pero no lo era. Ella le daba vueltas en la cabeza a algo que parecía imposible. Entonces empezó a llorar.
«La primera lágrima consciente de soledad de un bebé. Los sentimientos de una esposa infiel cuando su esposo la descubre con el amante…»
Y tal vez una joven llorando al descubrir que su enemigo la ha salvado de la muerte.
Damon apretó los dientes contrariado. La idea de que Shinichi podría estar contemplando aquello, sintiendo las emociones de Elena, saboreándolas… era imposible de soportar. Shinichi le devolvería a Elena la memoria, estaba seguro de eso. Pero en un momento y lugar que le proporcionaran la mayor diversión.
—Era mi trabajo —dijo con tirantez—. Había jurado hacerlo.
—Gracias —jadeó Elena entre sollozos—. No, por favor… no te des la vuelta. Lo digo en serio. Ahhh… ¿hay una caja de pañuelos… o algo seco? —Los sollozos volvían a estremecerle el cuerpo.
El cuarto de baño perfecto tenía una caja de pañuelos de papel. Damon se la llevó a Elena.
Desvió la mirada mientras ella los usaba, sonándose la nariz una y otra vez mientras sollozaba. Allí no había ningún espíritu encantado y encantador, no había una inflexible y sofisticada combatiente del mal, ni una coqueta peligrosa. Había tan sólo una chica destrozada por el dolor que jadeaba como un gamo hembra herido, sollozando como una niña.
Y sin duda su hermano sabría qué decirle. Él, Damon, no tenía ni idea de qué hacer; salvo que sabía que iba a matar por aquello. Shinichi averiguaría lo que significaba meterse con Damon cuando Elena estaba involucrada.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con brusquedad.
Nadie podría decir que se había aprovechado de aquello; nadie podría decir que la había lastimado únicamente para… para utilizarla.
—Me diste tu sangre —dijo Elena, sorprendida, y cuando él bajó la mirada rápidamente a su manga arremangada, ella añadió—: No… es simplemente una sensación que me lo hace saber. Cuando… regresé a la Tierra, tras la vida como espíritu. Stefan me daba su sangre, y yo acababa sintiéndome… de este modo. Muy caliente. Un poco incómoda.
Él giró en redondo y la miró.
—¿Incómoda?
—Demasiado llena… aquí. —Se tocó el cuello—. Creemos que es algo simbiótico… en vampiros y humanos que viven juntos.
—Para un vampiro que Cambia a un humano en vampiro, quieres decir —dijo él con acritud.
—Excepto que yo no Cambié cuando era aún espíritu en parte. Pero entonces… me convertí de nuevo en humana. —Hipó, intentó una sonrisa patética, y volvió a usar el cepillo—. Te pediría que me mirases y comprobases que no he Cambiado, pero… —Efectuó un leve gesto de impotencia.
Damon se sentó e imaginó lo que debería haber sido cuidar de la Elena que era una niña espíritu. Resultaba una idea seductora.
Dijo, sin rodeos:
—Cuando dijiste que estabas un poco incómoda antes, ¿te referías a que debería tomar un poco de tu sangre?
Ella medio desvió la mirada, luego volvió los ojos.
—Te dije que estaba agradecida. Te dije que me sentía… demasiado llena. No sé de qué otro modo darte las gracias.
De no haber tenido siglos de adiestramiento en disciplina Damon habría arrojado algo al otro lado de la habitación. Era una situación para hacer reír… o llorar. Ella se ofrecía como agradecimiento por rescatarla de un sufrimiento del que él debería haberla salvado, y había fracasado.
Pero él no era ningún héroe. No era como san Stefan, para rechazar aquel premio supremo, estuviera ella en el estado que estuviera.
La deseaba.