28

Matt no tenía ni idea de la hora que era, pero había una profunda penumbra bajo los árboles. Estaba tumbado de lado en el coche nuevo de Elena, como si lo hubiesen arrojado allí dentro y se hubiesen olvidado de él. Le dolía todo el cuerpo.

Pensó inmediatamente en Elena. Pero no pudo ver el blanco de su camisola por ninguna parte, y cuando la llamó, primero en voz baja, luego a gritos, no recibió respuesta.

Así que en aquellos momentos se movía a tientas por el claro, a cuatro patas. Damon parecía haberse marchado y eso le proporcionó una chispa de esperanza y valor que le iluminó la mente como un faro. Encontró la desechada camisa… considerablemente pisoteada. Pero cuando no pudo encontrar otro cuerpo caliente y blando en el claro, el alma se le cayó a los pies.

Y entonces recordó el Jaguar. Hurgó frenéticamente en un bolsillo en busca de las llaves, sacó la mano vacía, y finalmente descubrió, inexplicablemente, que estaban en el contacto.

Sobrevivió al angustioso momento en que el coche se negó a ponerse en marcha, y luego se sobresaltó al ver la luminosidad de sus faros. Caviló durante un breve instante sobre cómo darle la vuelta al coche a la vez que se aseguraba de no pasar por encima de una Elena inerte; luego rebuscó en la guantera, arrojando fuera manuales y un par de gafas de sol. Ah, y un anillo de lapislázuli. Alguien guardaba uno de repuesto allí, por si acaso. Se lo puso; le encajaba bastante bien.

Por fin los dedos se cerraron sobre una linterna, y pudo registrar el claro tan detenidamente como quería.

Elena no estaba.

Tampoco el Ferrari.

Damon la había llevado a alguna parte.

Muy bien, pues, los localizaría. Para hacerlo tenía que dejar atrás el coche de Elena, pero ya había visto lo que aquellos monstruos les hacían a los coches, así que tampoco era para tanto.

Además, tendría que tener cuidado con la linterna. ¿A saber cuánta carga les quedaba a las pilas?

Por puro gusto, intentó llamar al móvil de Bonnie, y luego a la casa de ésta, y a continuación a la casa de huéspedes. No había señal, a pesar de que, según su teléfono, debería haberla habido. No era necesario cuestionarse el motivo: el Bosque Viejo, liando las cosas como de costumbre. Ni siquiera se preguntó por qué llamaba en primer lugar al número de Bonnie cuando Meredith probablemente sería más sensata.

Localizó las huellas del Ferrari con facilidad. Damon había salido de allí a toda velocidad como un murciélago… Matt sonrió sombríamente mientras finalizaba la frase mentalmente.

Y a continuación condujo como si fuera a salir del Bosque Viejo. Era fácil: estaba claro que o bien Damon había estado conduciendo demasiado de prisa para controlarlo adecuadamente o bien Elena había estado peleando, porque en varios lugares, principalmente en curvas, las huellas de los neumáticos se veían claramente sobre el terreno blando situado junto a la carretera.

Matt tuvo especial cuidado en no pisar nada que pudiese ser una pista. Podría tener que desandar el camino en algún momento. También tuvo buen cuidado de no hacer el menor caso a los quedos ruidos de la noche a su alrededor. Sabía que los malach estaban allí fuera, pero se negó a permitirse pensar en ellos.

Y nunca se preguntó siquiera por qué lo hacía, por qué iba deliberadamente hacia el peligro en lugar de retroceder ante él, en lugar de intentar conducir el Jaguar fuera del Bosque Viejo. Al fin y al cabo, Stefan no lo había dejado a él como guardaespaldas.

Pero de todos modos uno no podía confiar en nada de lo que Damon pudiese decir, pensó.

Y además…, bueno, él siempre había estado pendiente de Elena, incluso antes de su primera cita. Podría ser torpe, lento y débil en comparación con sus actuales enemigos, pero siempre lo intentaría.

Había oscurecido totalmente. Los últimos restos del crepúsculo habían abandonado el cielo, y si Matt miraba arriba podía ver nubes y estrellas… y árboles inclinándose ominosamente hacia adelante desde todas partes.

Estaba acercándose al final de la carretera. La casa de los Dunstan debería aparecer a la derecha dentro de muy poco. Les preguntaría si habían visto…

Sangre.

En un principio su mente se refugió en alternativas ridiculas, como pintura roja. Pero su linterna había mostrado manchas de un marrón rojizo en el borde de la carretera justo cuando la calzada efectuaba una curva cerrada. Lo que había allí en la carretera era sangre. Y no era sólo un poco de sangre.

Tuvo cuidado de caminar dejando un buen margen entre él y las manchas marrones, paseando la linterna una y otra vez por el otro extremo de la carretera, y empezó a deducir lo que debía de haber sucedido.

Elena había saltado.

O eso o Damon la había empujado fuera del coche, que iba a toda velocidad; y tras todas las molestias que se había tomado para conseguirla, eso no tenía demasiado sentido. Desde luego, podría haberla sangrado ya hasta quedar satisfecho —los dedos de Matt ascendieron hasta el dolorido cuello instintivamente—, pero entonces, ¿para qué llevarla en el coche?

¿Para matarla empujándola fuera?

Un modo estúpido de hacerlo, pero a lo mejor Damon había contado con sus pequeñas mascotas para que se ocuparan del cuerpo.

Posible, pero no muy probable.

¿Qué era lo más probable?

Bueno, la casa de los Dunstan estaba a poca distancia en aquel lado de la carretera, aunque no era posible verla desde allí. Y sería muy propio de Elena saltar de un coche a toda velocidad en el momento en que tomaba una curva cerrada. Haría falta ser muy lista y tener valor, y una confianza pasmosa en que tendría la gran suerte de que el salto no la matara.

La linterna de Matt resiguió lentamente la devastación de un largo seto de matas de rododendros justo fuera de la carretera.

«Dios mío, eso es lo que hizo. Saltó y trató de rodar. ¡Caray!, tuvo suerte de no romperse el cuello. Pero siguió rodando, agarrándose a raíces y enredaderas para detenerse. Por eso están todas rotas.»

Una burbuja de júbilo empezaba a alzarse dentro de Matt. Lo estaba consiguiendo. Estaba siguiendo la pista de Elena. Podía ver su caída con la misma claridad que si hubiese estado allí.

Pero entonces la raíz de aquel árbol la había lanzado a un lado violentamente, se dijo mientras continuaba siguiendo el rastro de la muchacha. Eso le habría dolido. Y había chocado y rodado sobre el cemento durante un rato…, lo que debió de producirle un dolor horrible; había dejado una barbaridad de sangre allí, y luego de vuelta al interior de los matorrales.

Y luego ¿qué? Los rododendros no mostraban más señales de su caída. ¿Qué había sucedido allí? ¿Había Damon dado marcha atrás en el Ferrari lo bastante de prisa y la había vuelto a recoger?

No, decidió Matt, examinando la tierra con atención. Sólo había un juego de pisadas allí, y eran las de Elena. Elena se había levantado… sólo para volver a caer, probablemente debido a una lesión. Y luego se las había apañado para volver a levantarse, pero las señales era raras, una pisada normal en un lado y una hendidura profunda pero pequeña en el otro.

Una muleta. Había encontrado algo que le servía de muleta. Sí, y aquella marca de algo que arrastraba era la marca del pie herido. Había andado hasta ese árbol, y luego a su alrededor… o saltado, en realidad, eso era lo que parecía. Y luego había avanzado en dirección a la casa de los Dunstan.

Chica lista. Probablemente resultaba irreconocible en aquellos momentos, y de todos modos, ¿a quién le importaba si ellos advertían el parecido entre ella y la difunta, la fabulosa Elena Gilbert? Podía ser la prima de Elena de Filadelfia.

Así que ella había andado, uno, dos, tres… ocho pasos; y ahí estaba la casa de los Dunstan. Matt podía ver las luces. Matt podía oler caballos. Lleno de impaciencia, corrió el resto del trecho… con unas cuantas caídas que no le hicieron ningún bien a su cuerpo dolorido, pero dirigiéndose de todos modos directamente a la luz del porche trasero.

Cuando alcanzó la puerta, golpeó en ella casi frenéticamente. Había encontrado a Elena. ¡Había encontrado a Elena!

Pareció transcurrir mucho tiempo antes de que la puerta se abriera un resquicio. Matt introdujo automáticamente el pie en la abertura mientras pensaba: «Sí, buena cosa, sois gente cautelosa. No de la clase que dejaría entrar a un vampiro después de acabar de ver a una chica cubierta de sangre».

—¿Sí? ¿Qué quieres?

—Soy yo, Matt Honeycutt —dijo al ojo que atisbaba por la rendija de la puerta abierta—. He venido a buscar a El… a la chica.

—¿De qué chica hablas? —dijo la voz con aspereza.

—Oiga, no tiene que preocuparse. Soy yo; Jake me conoce de la escuela. Y Kristin también me conoce. He venido a ayudar.

Algo en la sinceridad de su voz pareció hacer efecto en la persona situada detrás de la puerta, que la abrió; era un hombretón de cabellos oscuros que llevaba una camiseta y necesitaba un afeitado. Detrás de él, en la sala de estar, había una mujer alta, delgada, casi demacrada. Parecía haber estado llorando. Detrás de ambos estaba Jake, que había ido un curso por delante de Matt en el Instituto Robert E. Lee.

—Jake —saludó Matt.

Pero no recibió otra respuesta que una apagada mirada de angustia.

—¿Qué sucede? —inquirió Matt, aterrado—. Una chica pasó por aquí hace un rato… estaba herida… pero… pero… ustedes la dejaron entrar, ¿verdad?

—Por aquí no ha pasado ninguna chica —dijo el señor Dunstan, tajante.

—Ha tenido que venir. He seguido su rastro… Ha dejado un rastro de sangre, ¿comprende?, casi hasta su puerta.

Matt no se estaba permitiendo pensar. De algún modo, si continuaba exponiendo los hechos en voz lo suficientemente fuerte, éstos tal vez harían aparecer a Elena.

—Más problemas —dijo Jake en una voz alicaída que hacía juego con su expresión.

La señora Dunstan pareció la más comprensiva.

—Hemos oído una voz ahí fuera en la noche, pero cuando miramos, no había nadie. Y tenemos nuestros propios problemas.

Fue entonces, como si le hubiesen dado la señal para hacerlo, cuando Kristin irrumpió en la habitación. Matt se la quedó mirando con una sensación de déjà vu. Iba vestida de un modo parecido al de Tami Bryce. Había recortado la parte inferior de sus shorts vaqueros hasta la mínima expresión. Arriba llevaba la parte superior de un biquini, pero con —Matt se apresuró a desviar la mirada— dos enormes agujeros redondos recortados justo donde Tami había llevado pedazos redondos de cartulina. Y se había decorado el cuerpo con pegamento y purpurina.

«¡Cielos! Pero si sólo tiene, ¿qué, doce años? ¿Trece?» ¿Cómo era posible que estuviese actuando de aquel modo?

Pero, al cabo de un instante, todo el cuerpo de Matt vibraba horrorizado. Kristin se había pegado contra él y le decía en tono meloso:

—¡Matt Culito de Miel! ¡Has venido a verme!

Matt respiró con cuidado para superar el sobresalto. «Matt Culito de Miel.» Ella no podía saberlo. Ni siquiera iba a la misma escuela que Tami. ¿Por qué tendría que haberla llamado Tami y… haberle contado algo así?

Sacudió la cabeza como para aclararla. Luego miró a la señora Dunstan, que le había parecido la más amable.

—¿Puedo usar su teléfono? —preguntó—. Necesito… realmente necesito hacer un par de llamadas.

—El teléfono no funciona desde ayer —respondió el señor Dunstan con aspereza, sin intentar apartar a Kristin de Matt por más que éste se mostraba claramente enojado—. Probablemente un árbol caído. Y ya sabes que los móviles no funcionan aquí fuera.

—Pero… —La mente de Matt introdujo la directa—. ¿Realmente me están diciendo que ninguna joven adolescente ha llegado hasta su casa pidiendo ayuda? ¿Una chica de pelo rubio y ojos azules? Lo juro, yo no soy quien le ha hecho daño. Juro que quiero ayudarla.

—¿Matt Culito de Miel? Me estoy haciendo un tatuaje, sólo para ti.

Todavía apretada detrás de él, Kristin alargó el brazo izquierdo. Matt lo contempló, horrorizado. Era evidente que la muchacha había usado agujas o un alfiler para hacerse agujeros en el antebrazo izquierdo, y luego había abierto el cartucho de tinta de una estilográfica para obtener el color azul oscuro. Era el tatuaje básico carcelario, llevado a cabo por una criatura. Las letras M A T colocadas de cualquier modo eran ya visibles, junto con un manchurrón de tinta que probablemente iba a ser otra T.

«No me extraña que no les hiciese ninguna gracia la idea de dejarme entrar», pensó Matt, aturdido. Kristin tenía ahora los dos brazos alrededor de su cintura, dificultándole la respiración. Estaba de puntillas, hablándole, susurrando rápidamente algunas de las cosas obscenas que Tami había dicho.

Matt miró fijamente a la señora Dunstan.

—De veras, yo ni siquiera he visto a Kristin desde… debe de hacer casi un año. En un carnaval de fin de curso en el que Kristin ayudó con los paseos en poni, pero…

La señora Dunstan asentía lentamente.

—No es culpa tuya. Ha estado actuando igual con Jake, su propio hermano. Y con… con su padre. Pero te estoy diciendo la verdad; no hemos visto a ninguna otra chica. Excepto tú, nadie ha venido a nuestra puerta hoy.

—De acuerdo.

Los ojos de Matt se estaban llenando de lágrimas. Su cerebro, sintonizado en primer lugar a su propia supervivencia, le decía que se guardase sus opiniones, que no discutiese. Le indicaba que dijese:

—Kristin… de verdad, no puedo respirar…

—Pero yo te amo, Matt Culito de Miel. No quiero que me dejes nunca. En especial por esa vieja fulana. Esa vieja fulana con gusanos en las cuencas de los ojos…

Matt volvió a tener la sensación de que el mundo se tambaleaba. Pero no podía ni jadear. No tenía aire. Con ojos desorbitados, volvió la cabeza con impotencia hacia el señor Dunstan, que era quien estaba más cerca.

—No puedo… respirar…

¿Cómo podía ser tan fuerte una cría de trece años? Tanto el señor Dunstan como Jake tuvieron que tirar de ella para quitársela de encima, y ni siquiera eso funcionaba. Matt empezaba a ver una malla gris vibrando ante sus ojos. Necesitaba aire.

Sonó un chasquido agudo que finalizó en un sonido blando y carnoso. Y luego otro. Por fin pudo volver a respirar.

—¡No, Jacob! ¡No más! —gritó la señora Dunstan—. Le ha soltado… ¡no le pegues más!

Cuando la visión de Matt se aclaró, el señor Dunstan se estaba abrochando el cinturón. Kristin lloriqueaba.

—¡Te vas a enteeerar! ¡Te vas a enteeeraaar! ¡Lo lamentarás!

Luego se precipitó fuera de la habitación.

—No sé si esto ayuda o lo empeora —dijo Matt cuando hubo recuperado el aliento—, pero Kristin no es la única chica que está actuando de este modo. Al menos hay otro caso más en la ciudad…

—Todo lo que me importa es mi Kristin —replicó la señora Dunstan—. Y esa… cosa no es ella.

Matt asintió. Pero había algo que necesitaba hacer ahora. Tenía que encontrar a Elena.

—Si una chica rubia aparece finalmente ante su puerta y pide ayuda, ¿la dejarán entrar, por favor? —le pidió a la señora Dunstan—. ¿Por favor? Pero no dejen entrar a ningún chico; ni siquiera a mí si no quieren —soltó.

Por un momento sus ojos y los de la señora Dunstan se encontraron, y sintió una conexión. Luego ella asintió y se apresuró a sacarlo de la casa.

«De acuerdo —pensó Matt—. Elena venía hacia aquí, pero no llegó. Así que mira las señales.»

Miró. Y lo que las señales le mostraron fue que, a pocos pasos de la propiedad de los Dunstan, ella, inexplicablemente, había dado un brusco giro a la derecha, adentrándose más en el bosque.

¿Por qué? ¿La había asustado algo? ¿O acaso —Matt sintió ganas de vomitar— de algún modo la habían engañado para que siguiera cojeando y cojeando hasta que había dejado atrás toda ayuda humana?

Todo lo que él podía hacer era seguir hacia el interior del bosque.