Matt se abalanzó sobre Damon en una carga que demostraba claramente las aptitudes que le habían conseguido una beca para entrar en el equipo de rugby de la universidad. Aceleró, pasando de la inmovilidad total a ser una masa borrosa en movimiento, intentando placar a Damon, derribarlo al suelo.
—Corre —gritó, al mismo tiempo—. ¡Corre!
Elena se quedó quieta, intentando pensar en un Plan A tras aquel desastre. Se había visto obligada a contemplar la humillación de Stefan a manos de Damon en la casa de huéspedes, pero no creía que pudiera soportar aquello.
Pero cuando volvió a mirar, Matt estaba de pie a unos doce metros de Damon, con el rostro lívido y sombrío, pero vivo y en pie. Se preparaba para volver a cargar contra Damon.
Y Elena… no podía correr. Sabía que probablemente sería lo mejor; Damon querría castigar a Matt, pero centraría su atención en cazarla.
Aunque no podía estar segura. Y tampoco podía estar segura de que el castigo no acabara con Matt, o de que él pudiera huir antes de que Damon la encontrara y dispusiera de tiempo libre para volver a pensar en él.
No, no ese Damon, despiadado como era.
Tenía que existir algún modo… casi podía sentir ruedecillas girando en su cabeza.
Y entonces lo vio.
No, eso no…
Pero ¿qué otra cosa se podía hacer?
Lo cierto era que Matt volvía a cargar contra Damon, y en esta ocasión mientras iba a por él, ágil e incontenible y veloz como una serpiente que ataca, ella vio lo que Damon hacía. Sencillamente se apartaba en el último momento, justo cuando Matt estaba a punto de embestirlo con un hombro. El impulso de Matt lo mantuvo en marcha, pero Damon se limitó a regresar a su lugar y a volverse de cara a él otra vez. Entonces recogió la condenada rama de pino. Estaba rota por el extremo donde Matt la había pisoteado.
Damon miró el palo con el ceño fruncido, luego se encogió de hombros, alzándolo… y a continuación tanto él como Matt se detuvieron en seco. Algo llegó volando por los aires desde la banda para posarse sobre el suelo entre ellos. Se quedó allí, agitándose bajo la risa.
Era una camisa granate y azul marino.
Los dos muchachos se volvieron lentamente hacia Elena, que lucía una camisola blanca de encaje. La muchacha tiritó ligeramente y se rodeó a sí misma con los brazos. Parecía hacer un frío anormal para una tarde de aquella época del año.
Muy despacio, Damon bajó la rama de pino.
—Salvado por tu inamorata —le dijo a Matt.
—Sé lo que eso significa y no es cierto —replicó Matt—. Es mi amiga, no mi novia.
Damon se limitó a sonreír con frialdad. Elena pudo sentir cómo clavaba los ojos en sus brazos desnudos.
—Así pues… vayamos al paso siguiente —dijo él.
A Elena no le sorprendió. La dejó desconsolada pero no sorprendida. Tampoco le sorprendió ver, cuando Damon volvió la cabeza para dirigir la mirada de ella a Matt y de nuevo a ella, un destello rojo. Parecía reflejarse en el interior de sus gafas de sol.
—Ahora —le dijo a Elena—, creo que te colocaremos allí sobre esa roca, como medio reclinada. Pero primero… otro beso. —Volvió a mirar a Matt—. Adelante con el programa, Matt; estás malgastando el tiempo. Primero, tal vez le besas el pelo, luego ella echa la cabeza atrás y le besas el cuello, mientras ella coloca los brazos alrededor de tus hombros…
«Matt», pensó Elena. Damon había dicho «Matt». Había surgido con tanta facilidad, tan inocentemente. De improviso todo su cerebro, y también su cuerpo, parecieron vibrar como ante una única nota musical, parecieron verse inundados por una ducha helada. Y lo que la nota decía no era escandaloso porque era algo que de algún modo, a un nivel subliminal, ella ya sabía…
«Ése no es Damon.»
No era la persona que ella había conocido durante… ¿eran realmente sólo nueve o diez meses? Le había visto cuando era una muchacha humana, y lo había desafiado y deseado en igual medida; y él había parecido amarla más cuando ella lo desafiaba.
Le había visto cuando era una vampira y se había sentido atraída por él con todo su ser, y él había cuidado de ella como si fuese una criatura.
Le había visto cuando era un espíritu, y desde la otra vida había averiguado muchas cosas.
Él era un mujeriego, podía ser insensible, pasaba por las vidas de sus víctimas como una quimera, como un catalizador, cambiando a otras personas mientras él permanecía eternamente inmutable. Desconcertaba a los humanos, los confundía, los usaba… dejándolos perplejos, porque poseía el encanto del demonio.
Y ni una sola vez le había visto ella incumplir su palabra. Elena tenía la profunda convicción de que aquello no era algo que fuese una decisión, de que formaba parte de Damon, alojado tan profundamente en su subconsciente, que ni siquiera él podía hacer nada para cambiarlo. No podía faltar a su palabra. Antes se dejaría morir de hambre.
Damon seguía hablándole a Matt, dándole órdenes.
—… y luego le quitas…
Así pues, ¿qué pasaba con su palabra de ser su guardaespaldas, de impedir que sufriese daño? Él le hablaba a ella ahora.
—Entonces ¿sabes cuándo echar la cabeza atrás? Después de que él…
—¿Quién eres?
—¿Qué?
—Ya me has oído. ¿Quién eres? Si realmente te hubieses despedido de Stefan y le hubieses prometido cuidar de mí, nada de esto habría sucedido. Bueno, podrías estarte metiendo con Matt, pero no delante de mí. Él sabe que ver sufrir a Matt me hiere también a mí. Tú no eres Damon. ¿Quién… eres?
La fuerza de Matt y la velocidad que lo hacía ser tan rápido como una serpiente de cascabel no habían servido de nada. Quizá un enfoque distinto funcionaría. Mientras hablaba, Elena había ido alargando poco a poco la mano hacia el rostro de Damon. Entonces, con un veloz gesto, le quitó las gafas de sol.
Unos ojos rojos como sangre fresca la contemplaron relucientes.
—¿Qué has hecho? —musitó ella—. ¿Qué le has hecho a Damon?
Matt estaba fuera del alcance de su voz, pero había estado moviéndose lentamente a su alrededor intentando llamar su atención. La muchacha deseó fervientemente que Matt se lirnitara a escapar. Quedándose allí, sólo conseguiría que aquella criatura la chantajease.
Sin parecer moverse rápidamente, la cosa con aspecto de Damon alargó el brazo y le arrebató las gafas de sol de la mano. Fue demasiado veloz para que ella pudiera resistirse.
A continuación le agarró la muñeca en una dolorosa tenaza.
—Esto sería mucho más fácil para vosotros dos si quisierais cooperar —dijo con indiferencia—. No pareces darte cuenta de lo que podría suceder si me hacéis enojar.
La estaba obligando a agacharse, a arrodillarse. Elena decidió no permitirlo. Pero por desgracia su cuerpo no quería cooperar; enviaba urgentes mensajes de dolor a la mente, de sufrimiento insoportable, de dolor abrasador. Había creído que podía hacer caso omiso del sufrimiento, que podía soportar permitirle que le partiera la muñeca. Se equivocaba. En algún momento algo en su cerebro se apagó por completo, y lo siguiente que supo fue que estaba de rodillas con una muñeca que daba la sensación de haber triplicado su tamaño y que ardía violentamente.
—La debilidad humana —dijo Damon con desdén—. Te dominará siempre… A estas alturas deberías saber que es mejor no desobedecerme.
«No es Damon», pensó Elena, con tal vehemencia que le sorprendió que el impostor no la oyera.
—De acuerdo. —La voz de Damon siguió hablando por encima de ella tan alegremente como si se hubiese limitado a hacerle una sugerencia—. Tú vas y te sientas en aquella roca, recostada hacia atrás, y Matt, si quisieras venir aquí, de cara a ella.
El tono era el de una orden dada con educación, pero Matt hizo caso omiso y estaba ya junto a ella contemplando incrédulo las marcas de dedos en la muñeca de Elena.
—Matt permanece en pie, Elena se sienta, o el que se oponga recibirá el tratamiento completo. Divertios, chicos. —Damon había vuelto a sacar la videocámara de bolsillo.
Matt consultó a Elena con los ojos. Ella miró al impostor y dijo, articulando cuidadosamente:
—Vete al Infierno, quienquiera que seas.
—Estuve allí, compré el azufre —recitó la criatura que no era Damon.
Dedicó a Matt una sonrisa que era a la vez luminiscente y aterradora. Luego agitó la rama de pino.
Matt hizo caso omiso. Aguardó, con el rostro estoico, a que le golpeara el dolor.
Elena se alzó penosamente para colocarse junto a él. El uno al lado del otro desafiarían a Damon.
Por un momento parecieron haberlo sacado de quicio.
—Intentáis fingir que no me tenéis miedo. Pero lo tendréis. Si tuvieseis algo de sentido común, lo tendríais ahora.
Con actitud agresiva, dio un paso hacia Elena.
—¿Por qué no me tienes miedo?
—Quienquiera que seas eres simplemente un matón de mayor tamaño de lo normal. Le has hecho daño a Matt. Me has hecho daño a mí. Estoy segura de que puedes matarnos. Pero no nos asustan los matones.
—Temblaréis de miedo. —La voz de Damon había descendido hasta ser un susurro amenazador—. Os vais a enterar.
Al mismo tiempo que algo zumbaba en los oídos de Elena, diciéndole que escuchara aquellas últimas palabras, que efectuara una conexión —¿a quién le recordaba eso?—, el dolor la golpeó.
La fuerza de éste le quebró las piernas. Pero ahora no se limitó a permanecer de rodillas. Intentaba hacerse un ovillo, intentaba esquivar el dolor enroscándose. Todo pensamiento racional fue barrido de su cerebro. Sintió a Matt junto a ella, intentando sostenerla, pero le era tan imposible comunicarse con él como lo era volar. Se estremeció y cayó sobre el costado, como si tuviera un ataque epiléptico. Todo su universo era dolor, y sólo oía voces como si provinieran de muy lejos.
—¡Para! —exclamó Matt frenético—. ¡Para! ¿Estás loco? ¡Es Elena, por el amor de Dios! ¿Es que quieres matarla?
—Ni se te ocurra intentarlo de nuevo —le advirtió la criatura que no era Damon.
El único sonido que Matt emitió como respuesta fue un alarido de cólera primaria.
—¡Caroline! —Bonnie estaba hecha una furia y deambulaba de un lado a otro de la habitación de Stefan mientras Meredith hacía algo más en el ordenador—. ¿Cómo se atreve?
—Porque no puede atacar a Stefan o a Elena directamente… existe el juramento —dijo Meredith—. Así que se le ha ocurrido esto para atacarnos a todos.
—Pero Matt…
—Bueno, Matt le viene bien —repuso Meredith en tono sombrío—. Y por desgracia está la cuestión de la evidencia física en ambos.
—¿A qué te refieres? Matt no…
—Los arañazos, querida —intervino la señora Flowers, con expresión entristecida—, del insecto de dientes como cuchillas. El emplasto que coloqué los habrá cicatrizado de modo que parecerán los arañazos de las uñas de una chica… a estas alturas. Y la marca que la criatura dejó en el cuello… —La señora Flowers tosió con delicadeza—. Parece lo que en mis tiempos se llamaba un «mordisco de amor». ¿Tal vez una señal de una cita que terminó en violencia? Aunque no es que vuestro amigo fese a hacer nunca algo así.
—¿Y recuerdas el aspecto que tenía Caroline cuando la vimos, Bonnie? —inquirió Meredith con sequedad—. No lo de reptar por ahí (apuesto cualquier cosa a que camina perfectamente ahora), sino su cara: tenía un ojo que se le estaba poniendo morado y una mejilla hinchada. Perfecto para el marco temporal.
Bonnie sintió cómo si todo el mundo fuese dos pasos por delante de ella.
—¿Qué marco temporal?
—La noche que el bicho atacó a Matt. El sheriff telefoneó a la mañana siguiente y pidió hablar con él. Matt admitió que su madre no le había visto en toda la noche, y aquel tipo del cuerpo de vigilancia vecinal vio a Matt conducir hasta su casa y, básicamente, desmayarse.
—Pero eso fue por el veneno del bicho. ¡Había estado peleando con el malach!
—Nosotras lo sabemos. Pero ellos dirán que regresaba de atacar a Caroline. La madre de Caroline no estará precisamente en condiciones de testificar; ya viste cómo estaba. Así que ¿quién puede decir que Matt no estuvo en casa de ella? En especial si planeaba el ataque.
—¡Nosotras! Podemos responder por él… —Bonnie se detuvo de improviso con un traspié—. No, imagino que cuando se supone que sucedió fue después de que se marchara. Pero, ¡no, todo esto está mal! —Reanudó su deambular—. Yo vi uno de esos bichos de cerca y era exactamente tal y como Matt lo describió…
—¿Y qué queda de él ahora? Nada. Además, argumentarán que dirías cualquier cosa en su favor.
Bonnie ya no soportaba limitarse a dar vueltas sin rumbo Tenía que contactar con Matt, tenía que advertirle… si pudiesen encontrarlos.
—Pensaba que eras tú la que no podía esperar ni un minuto a localizarlos —dijo a Meredith en tono acusador.
—Lo sé; así era. Pero tenía que consultar algo… y además quería volver a hacer otro intento con esa página que se supone que sólo los vampiros pueden leer. Esa del Shi no Shi. Pero he manipulado la pantalla en todos los modos que se me ocurren, y si hay algo escrito ahí, lo cierto es que no puedo encontrarlo.
—Será mejor no perder más tiempo en ello, entonces —dijo la señora Flowers—. Ponte tu chaqueta, querida. ¿Cogemos el coche amarillo o no?
Durante apenas un momento, Bonnie tuvo la disparatada visión de un vehículo tirado por caballos, una especie de carroza de Cenicienta pero sin forma de calabaza. Entonces recordó haber visto el viejo Modelo T —pintado de amarillo— de la señora Flowers aparcado dentro de lo que debían de ser los viejos establos de la casa de huéspedes.
—Nos fue mejor cuando fuimos a pie que en coche —dijo Meredith, dando a los controles del monitor del ordenador un último y fiero clic—. Tenemos más movilidad que… ¡vaya, cielos! ¡Lo conseguí!
—¿Conseguiste qué?
—La página web. Venid a mirar esto.
Tanto Bonnie como la señora Flowers se acercaron al ordenador. La pantalla mostraba un brillante color verde con algo escrito en letra verde oscuro, fina y apenas visible.
—¿Cómo lo has logrado? —preguntó Bonnie mientras Meredith se inclinaba para coger un cuaderno y un bolígrafo para copiar lo que veían.
—No lo sé. Simplemente forcé la configuración del color a última vez…, ya había probado Ahorro de Energía, Batería Baja, Alta Resolución, Contraste Alto, y todas las combinaciones que se me habían ocurrido.
Se quedaron mirando las palabras.
¿Cansado de ese lapislázuli?
¿Quieres tomarte unas vacaciones en Hawai?
¿Cansado de la misma cocina líquida de siempre?
Ven y visita Shi no Shi.
Tras ello apareció un anuncio de la «Muerte de la Muerte», un lugar donde se podía curar a los vampiros de la maldición que pesaba sobre ellos y convertirlos en humanos otra vez. Y a continuación había una dirección. Tan sólo una calle de una ciudad, sin mencionar qué estado, o, ni siquiera, qué ciudad. Pero era una pista.
—Stefan no mencionó una dirección —dijo Bonnie.
—A lo mejor no quería asustar a Elena —dijo Meredith, sombría—. O a lo mejor, cuando miró la página, la dirección no estaba allí.
Bonnie tiritó.
—Shi no Shi…, no me gusta cómo suena. Y no te rías de mí —añadió en dirección a Meredith, poniéndose a la defensiva—. ¿Recuerdas lo que Stefan dijo sobre confiar en mi intuición?
—Nadie se ríe, Bonnie. Tenemos que localizar a Elena y a Matt. ¿Qué te dice tu intuición sobre eso?
—Dice que nos vamos a meter en problemas, y que Matt y Elena los tienen ya.
—Curioso, porque eso es justo lo que me dice mi criterio.
—¿Ya estamos listas? —La señora Flowers distribuyó linternas.
Meredith probó la suya y descubrió que tenía un haz de luz potente y firme.
—Adelante —dijo, volviendo a apagar automáticamente la lámpara de Stefan.
Bonnie y la señora Flowers la siguieron escalera abajo, fuera de la casa y a la calle de la que habían huido no hacía tanto rato. El pulso de Bonnie latía a toda velocidad, los oídos listos para captar el más leve sonido de algo que se moviese a toda velocidad. Pero aparte de los haces de luz de las linternas, el Bosque Viejo estaba totalmente oscuro y extraña e inquietantemente silencioso.
Se introdujeron en él, y en unos minutos ya se habían perdido.
Matt despertó caído sobre el costado y por un momento no supo dónde estaba. Al aire libre. En el suelo. ¿Una merienda? ¿De excursión? ¿Se había dormido?
Y entonces intentó moverse y un dolor insoportable llameó como un géiser de fuego, y lo recordó todo. Aquel bastardo, torturando a Elena, pensó.
Torturando a Elena.
No pegaba, no con Damon. ¿Qué era lo que Elena le había dicho al final que lo había enfurecido tanto?
Ese pensamiento le fastidiaba; otra pregunta sin respuesta, como la nota de Stefan en el diario de Elena.
Advirtió que podía moverse, aunque muy despacio. Miró a su alrededor, moviendo la cabeza con cuidado cada vez un poco más, hasta que vio a Elena, que yacía cerca de él como una muñeca rota. Él sentía un gran dolor y estaba sumamente sediento. Ella debía de estar igual. Lo primero era llevarla a un hospital; la clase de contracciones musculares provocadas por aquel grado de dolor podían romper un brazo o incluso una pierna. Desde luego eran lo bastante fuertes como para provocar un esguince o una dislocación. Por no mencionar que Damon le hubiese dislocado la muñeca.
Eso era lo que la parte práctica y sensata de él pensaba. Pero Ia pregunta que no dejaba de darle vueltas por la mente siguió dejándolo anonadado.
«¿Lastimar él a Elena? ¿Del modo en que me hizo daño a mí? No lo creo. Sabía que era un enfermo, una persona retorcida, pero jamás había oído que hiciera daño a las chicas. Y nunca, nunca a Elena. Jamás. Pero a mí… si me trata del modo en que trata a Stefan, me matará. Yo no tengo la resistencia de un vampiro.
»Tengo que sacar a Elena de esto antes de que él me mate. No puedo dejarla sola con él.»
De algún modo, instintivamente, sabía que Damon seguía por allí. La confirmación le llegó cuando oyó un leve ruido, giró la cabeza demasiado de prisa, y se encontró contemplando una bota negra borrosa y bamboleante. Con la misma rapidez con que había girado, se encontró de improviso con el rostro presionado contra la tierra y la pinaza del suelo del claro.
Por La Bota. La tenía sobre el cuello, machacándole el rostro contra la tierra. Matt emitió un sonido sin palabras de pura rabia e intentó asir la pierna por encima de la bota con las dos manos, tratando de agarrarse a ella y derribar a Damon. Pero aunque consiguió agarrar la suave piel de la bota, moverla en cualquier dirección fue imposible. Era como si el vampiro que había dentro de la bota se hubiese transformado en hierro. Matt pudo notar cómo los tendones de su garganta sobresalían, cómo el rostro enrojecía y los músculos se crispaban bajo la camisa mientras efectuaba un violento esfuerzo para levantar a Damon. Por fin, agotado, respirando entrecortadamente, se quedó inmóvil.
En ese mismo instante, alzaron La Bota. Exactamente, advirtió, en el momento en que él estaba demasiado cansado para alzar la cabeza por sí mismo. Efectuó un supremo esfuerzo y la levantó unos pocos centímetros.
Y La Bota lo cogió por debajo de la barbilla y le alzó la cara un poco más.
—Qué lástima —dijo Damon con exasperante desprecio—. Vosotros los humanos sois tan débiles. No es nada divertido jugar con vosotros.
—Stefan… regresará —consiguió decir Matt, alzando los ojos hacia Damon desde donde permanecía involuntariamente postrado en el suelo—. Stefan te matará.
—Adivina qué —repuso Damon en tono coloquial—. Tienes toda la cara hecha una porquería por un lado… arañazos, ya sabes. Te estás transformando en una especie de Fantasma de la Ópera.
—Si él no lo hace, lo haré yo. No sé cómo, pero lo conseguiré. Lo juro.
—Cuidado con lo que prometes.
Justo cuando Matt lograba que el brazo le funcionase lo suficiente para sostenerlo —exactamente entonces, al milisegundo—, Damon alargó la mano y le agarró un mechón de pelo, tirando hacia arriba de su cabeza.
—Stefan —dijo Damon, bajando la mirada al rostro desencajado de Matt y obligándolo a alzar los ojos hacia él, sin importarle que Matt intentase girar la cara— sólo fue poderoso durante unos pocos días porque bebía la sangre de un espíritu muy fuerte que todavía no se había adaptado a la Tierra. Pero mírala ahora. —Volvió a retorcer los cabellos de Matt, provocándole más dolor—. Vaya espíritu. Caída ahí en el polvo. Ahora el Poder está de vuelta a donde debería estar. ¿Comprendes? ¿Te enteras… chico?
Matt se limitó a mirar fijamente a Elena.
—¿Cómo has podido hacerlo? —susurró por fin.
—Una demostración perfecta de lo que significa desafiarme. Además, ¿no querrías que fuese sexista y la dejase a ella fuera? —Damon chasqueó la lengua—. Hay que ser moderno.
Matt no dijo nada. Tenía que sacar a Elena de aquello.
—¿Te preocupa la chica? Se está haciendo la dormida. Esperando que no le preste atención y me concentre en ti.
—Eres un mentiroso.
—Así que me concentraré en ti. Hablando de ser moderno, ¿sabes que…, aparte de los arañazos y otras cosas, eres un joven atractivo?
Al principio las palabras no significaron nada para Matt, pero cuando las comprendió, sintió que la sangre se le helaba en las venas.
—Como vampiro, puedo darte una opinión bien fundada y sincera. Y como vampiro, empiezo a estar muy sediento. Estás tú. Y luego está la chica que todavía finge que duerme. Estoy seguro de que puedes darte cuenta de adónde quiero ir a parar.
«Creo en ti, Elena —pensó Matt—. Él es un mentiroso, y siempre será un mentiroso.»
—Toma mi sangre —dijo con voz cansada.
—¿Estás seguro? —Damon sonaba solícito ahora—. Si te resistes, el dolor es horrible.
—Vamos, hazlo ya.
—Como quieras.
Damon se arrodilló con soltura sobre una rodilla, dando un giro al mismo tiempo a la mano que sujetaba los cabellos de Matt, consiguiendo que éste hiciera una mueca de dolor. El nuevo tirón arrastró la parte superior del cuerpo de Matt sobre la rodilla de Damon, de modo que la cabeza quedaba echada hacia atrás, el cuello arqueado y expuesto. De hecho, Matt jamás se había sentido tan desprotegido, tan impotente, tan vulnerable en toda su vida.
—Siempre puedes cambiar de idea —se mofó Damon.
Matt cerró los ojos, manteniéndose obstinadamente callado.
En el último momento, no obstante, mientras Damon se inclinaba con los colmillos al descubierto, los dedos de Matt, casi sin querer, como si su cuerpo actuase con independencia de su mente, se apretaron en un puño y él de improviso, de manera imprevisible, balanceó el puño hacia arriba para asestar un violento golpe a la sien de Damon. Pero, con la velocidad de una serpiente, éste alzó la mano y atrapó el golpe casi con indiferencia en una mano abierta, y retuvo los dedos de Matt en una tenaza aplastante… a la vez que colmillos afilados como cuchillas abrían un vena en la garganta del muchacho y una boca abierta se fijaba sobre la garganta al descubierto, succionando y bebiendo la sangre que surgía como un surtidor.
Elena —despierta pero incapaz de moverse de donde había caído, incapaz de emitir un sonido ni de girar la cabeza— se vio obligada a oír toda la conversación, obligada a oír el gemido de Matt mientras le extraían sangre contra su voluntad, mientras se resistía hasta el final.
Y entonces se le ocurrió algo que, mareada y asustada como estaba, la aterrorizó tanto que casi le hizo perder el conocimiento.