Ningún beso rápido en los labios iba a satisfacer a Damon, pensó Elena. Por otra parte, iba a precisar de todo su poder de seducción para conseguir que Matt cediera. Por suerte, Elena había descifrado el código de Matt Honeycutt hacía tiempo. Y planeaba ser implacable en la utilización de lo que había aprendido sobre su cuerpo debilitado y susceptible.
Pero Matt podía resultar excesivamente obstinado para su propio bien. Permitió que Elena posara los suaves labios sobre los suyos, le permitió rodearlo con los brazos. Pero cuando Elena intentó hacer algunas de las cosas que a él más le gustaban —como pasarle las uñas a lo largo de la espalda, o acercar la punta de la lengua ligeramente a sus labios cerrados—, él apretó los dientes con fuerza. Se negó a rodearla con sus brazos.
Elena lo soltó y suspiró. Entonces tuvo una sensación hormigueante entre los omóplatos, como si la observaran, pero cien veces más fuerte. Echó una ojeada atrás y vio a Damon de pie a cierta distancia con la vara de pino de Virginia, pero no pudo encontrar nada fuera de lo normal. Volvió a echar otra ojeada… y tuvo que embutirse el puño en la boca.
Damon estaba «allí», justo detrás de ella; tan cerca que no se podrían haber introducido dos dedos entre el cuerpo de Elena y el de él. No entendía cómo no le había golpeado con el brazo. El giro en realidad la atrapó entre dos cuerpos masculinos.
Pero ¿cómo lo había hecho? No había habido tiempo para recorrer la distancia que mediaba en el claro desde donde Damon había estado parado hasta llegar a un centímetro detrás de ella durante el segundo en que ella había desviado la mirada. Ni tampoco se había oído ningún sonido mientras andaba por la pinaza hacia ellos; igual que el Ferrari, estaba justo… allí.
Elena se tragó el chillido que intentaba desesperadamente salir de sus pulmones, e intentó respirar. Tenía el cuerpo rígido de miedo. Matt temblaba levemente detrás de ella. Damon estaba inclinado hacia adelante, y todo lo que ella podía oler era el dulzor de la resina de pino.
«Hay algo anormal en él. Algo extraño.»
—¿Sabes qué? —dijo Damon, inclinándose al frente aún más, de modo que ella tuvo que recostarse contra Matt, de manera que, incluso pegada al cuerpo estremecido de Matt, miraba directamente a las Ray-Ban desde una distancia de seis centímetros—, eso te da una calificación de Suspenso.
Elena temblaba ahora igual que Matt. Pero tenía que conseguir controlarse, tenía que responder a aquella agresión de frente. Cuanto más pasivos se mostraran Matt y ella, más tiempo tenía Damon para pensar.
La mente de Elena se hallaba en una febril modalidad maquinadora. «Puede que no esté leyendo nuestras mentes —pensó—, pero desde luego puede darse cuenta de si decimos la verdad o mentimos. Eso es lo normal para un vampiro que bebe sangre humana. ¿Qué conclusión podemos sacar de eso? ¿Qué podemos hacer nosotros con ello?»
—Eso ha sido un beso de saludo —dijo con descaro—. Para identificar a la persona con la que te encuentras, para poder reconocerla más adelante. Incluso… incluso los hámsters de las praderas lo hacen. Ahora… por favor… ¿podemos movernos un poquitín, Damon? Me estás aplastando.
«Y ésta es una posición excesivamente provocativa —pensó—. Para todos los implicados.»
—Una oportunidad más —replicó Damon, y en esta ocasión no sonrió—. Quiero ver un beso… un beso auténtico… entre vosotros. O de lo contrario…
Elena se retorció en el angosto espacio. Escudriñó con sus ojos los de Matt. Al fin y al cabo, habían sido novios durante bastante tiempo el año anterior. Elena vio la expresión de los ojos azules de Matt: él sí quería besarla, tanto como podía querer cualquier cosa después de aquel dolor. Y comprendía que ella había tenido que llevar a cabo toda aquella elaborada actuación para salvarlo de Damon.
«De algún modo, conseguiremos salir de esto —le transmitió Elena mentalmente—. Ahora, ¿cooperarás?» Algunos chicos no tenían botones en la zona de sensaciones egoístas del cerebro. Algunos, como Matt, tenían botones etiquetados como HONOR o CULPABILIDAD.
Entonces Matt se quedó quieto mientras ella le tomaba el rostro entre las manos, ladeándolo hacia abajo y poniéndose de puntillas para besarle, porque él había crecido tanto. Recordó su primer beso auténtico, en el coche de Matt, de camino a casa después de un baile poco importante de la escuela. El estaba aterrado, con las manos húmedas, estremecido. Ella se había mostrado serena, experimentada, dulce.
Y era igual en aquel momento, mientras acercaba la cálida punta de la lengua para derretir sus congelados labios y abrirlos. Y por si Damon escuchaba a hurtadillas sus pensamientos, se concentró estrictamente en Matt, en su apostura y su afectuosa amistad y en la galantería y cortesía que siempre le había demostrado, incluso cuando había roto con él. No advirtió cuándo sus brazos le rodearon los hombros ni cuándo se hizo él con el control del beso, igual que una persona que se muere de sed y por fin encuentra agua. Pudo verlo con toda claridad en su mente: él jamás había pensado que volvería a besar a Elena Gilbert de aquel modo.
Elena no supo cuánto tiempo duró. Finalmente, desenroscó los brazos de alrededor del cuello del muchacho y retrocedió.
Y entonces reparó en algo. No era casual que Damon hubiese actuado como un director de cine. Sostenía una videocámara de bolsillo y miraba por el visor. Lo había captado todo.
Elena estaba claramente visible. No tenía ni idea de qué le había sucedido a la gorra de béisbol ni a las gafas oscuras que la camuflaban. Tenía los cabellos despeinados y respiraba entrecortadamente, de un modo involuntario. Estaba toda ruborizada. Matt no parecía mucho más centrado que ella.
Damon apartó la mirada del visor.
—¿Para qué quieres eso? —gruñó Matt en un tono que no se parecía en nada a su voz normal.
El beso le había afectado también a él, pensó Elena. Más aún que a ella.
Damon volvió a recoger su rama del suelo y de nuevo agitó el extremo como si fuese un abanico japonés. El aroma a pino pasó flotando junto a Elena. Parecía considerar algo, como si fuera a pedir que se repitiera la toma; luego cambió de idea, les dedicó una sonrisa radiante e introdujo la cámara de vídeo en un bolsillo.
—Todo lo que necesitáis saber es que ha sido una toma perfecta.
—Entonces nos vamos. —El beso parecía haber dado a Matt nuevas fuerzas, incluso aunque fuese para decir las cosas equipadas—. Ahora mismo.
—Oh, no, pero mantén esa actitud dominante y agresiva. Mientras le quitas la camisa.
—¿Qué?
Damon repitió las palabras con el tono de voz de un director dando complicadas instrucciones a un actor.
—Desabróchale los botones de la camisa, por favor, y quítasela.
—Estás loco.
Matt se volvió y miró a Elena, se detuvo aterrado al ver la expresión de su rostro, la solitaria lágrima que corría por el ojo que no quedaba oculto.
—Elena…
Cambió de posición, pero ella también se movió. No conseguía que ella le mirase a la cara. Por fin, la muchacha se detuvo, se quedó parada con los ojos bajados y derramando lágrimas. Matt pudo sentir el calor que le irradiaba de las mejillas.
—Elena, peleemos contra él. ¿No recuerdas cómo te enfrentaste a aquellas cosas malas en el cuarto de Stefan?
—Pero esto es peor, Matt. Jamás he percibido nada tan malo. Tan fuerte. Ejerce… presión sobre mí.
—¿No querrás decir que deberíamos ceder ante él…?
Eso fue lo que Matt dijo y sonó como si estuviera a punto de ponerse enfermo. Lo que sus límpidos ojos azules dijeron fue más simple. Dijeron: «No. No, aunque me mate por negarme».
—Quiero decir… —Elena se volvió repentinamente hacia Damon—. Déjale ir —dijo—. Esto es entre tú y yo. Resolvámoslo nosotros.
Iba a intentar salvar a Matt, incluso aunque él no quisiera ser salvado.
«Haré lo que quieres», pensó con tanta fuerza como pudo en dirección a Damon, esperando que lo captara. Al fin y al cabo, él había bebido su sangre en contra de su voluntad —al menos en un principio— anteriormente. Podía sobrellevar que lo volviera a hacer.
—Sí, harás realmente todo lo que yo quiero —dijo Damon demostrando que podía leer sus pensamientos incluso con más claridad de lo que ella imaginaba—. Pero la cuestión es, ¿después de cuánto? —No dijo cuánto qué, pero no tenía que hacerlo—. Ahora, sé que te acabo de dar una orden —añadió, volviéndose hacia Matt pero con los ojos todavía puestos en Elena—, porque aún puedo ver cómo lo imaginas mentalmente. Pero…
Elena vio entonces aquella mirada en los ojos de Matt, y el llamear de sus mejillas, y supo —e inmediatamente intentó ocultarle la información a Damon— lo que iba a hacer.
Iba a suicidarse.
—Si no podemos disuadirla, no podemos —dijo Meredith a la señora Flowers—. Pero… hay cosas ahí fuera…
—Sí, querida, lo sé. Y el sol se está poniendo. Es una mala hora para salir. Pero como mi madre siempre decía, dos brujas son mejores que una. —Dedicó a Bonnie una sonrisa ausente—. Y como tú muy educadamente obviaste antes, soy muy vieja. Vaya, ¡pero si puedo recordar los tiempos anteriores a los primeros vehículos de motor y aeroplanos! Podría saber cosas que tal vez puedan ayudaros en la búsqueda de vuestros amigos… y por otra parte, soy prescindible.
—Por supuesto que no lo es —replicó Bonnie con fervor.
En aquellos momentos, estaban aprovechando el vestuario de Elena, poniéndose prendas unas encima de otras. Meredith había recogido la bolsa de lona que contenía la ropa de Stefan y la había vaciado sobre la cama, pero nada más coger una camisa, la volvió a soltar.
—Bonnie, tú podrías llevar algo de Stefan contigo al irnos —dijo—. Intenta obtener alguna impresión de ello. Esto, ¿quizá usted también, señora Flowers? —añadió.
Bonnie comprendió. Una cosa era dejar que alguien se denominara a sí mismo bruja; otra distinta era llamar así a alguien que era mucho mayor que tú.
La última capa del vestuario de Bonnie fue una de las camisas de Stefan, y la señora Flowers se metió uno de los calcetines del joven en el bolsillo.
—Pero no voy a salir por la puerta principal —dijo Bonnie categórica, incapaz de soportar imaginar el repugnante revoltijo que habría allí.
—De acuerdo, entonces salimos por detrás —indicó Meredith, apagando la lámpara de Stefan—. Vamos.
Salían ya por la puerta trasera cuando sonó el timbre de la puerta.
Las tres intercambiaron miradas. Entonces Meredith giró en redondo.
—¡Podrían ser ellos!
Y se apresuró a regresar a la oscura parte delantera de la casa. Bonnie y la señora Flowers la siguieron más despacio.
Bonnie cerró los ojos cuando oyó abrirse la puerta. Al no oírse de inmediato exclamaciones respecto al revoltijo, los abrió un poquitín.
No había ninguna señal de que hubiese sucedido nada anormal al otro lado de la puerta. No había cuerpos aplastados de insectos… ni bichos muertos o moribundos en el porche delantero.
Los pelos de la nuca de Bonnie se erizaron. No es que quisiera ver a los malach. Pero sí quería saber qué les había sucedido. Automáticamente, una mano se dirigió al pelo, para palparlo por si había quedado un zarcillo. Nada.
—Busco a Matthew Honeycutt. —La voz se abrió paso a través de la ensoñación de Bonnie como un cuchillo caliente sobre mantequilla, y los ojos de la muchacha se abrieron de golpe violentamente.
Sí, era el sheriff Rich Mossberg y estaba allí con todo el equipo, desde las relucientes botas al cuello de camisa perfectamente planchado. Bonnie abrió la boca, pero Meredith habló primero.
—Ésta no es la casa de Matt —dijo, con el tono sosegado y la voz imperturbable.
—De hecho ya he pasado por la casa de los Honeycutt. Y |por la de los Sulez y la de los McCullough. Cada uno de ellos, de hecho, sugirió que si Matt no estaba en uno de esos lugares, podría estar aquí con ustedes.
Bonnie quiso patearle las espinillas.
—¡Matt no ha estado robando señales de stop! Él nunca, jamás, pero jamás haría algo así. Y ojalá supiera dónde está, pero no lo sé. ¡Ninguna de nosotras lo sabe! —Se detuvo con la sensación de que podría haber hablado demasiado.
—¿Sus nombres son?
La señora Flowers tomó la palabra.
—Ésta es Bonnie McCullough, y Meredith Sulez. Yo soy la señora Flowers, la propietaria de esta casa de huéspedes, y creo que puedo secundar los comentarios de Bonnie sobre las señales de stop…
—En realidad esto es más serio que unas señales de tráfico desaparecidas, señora. Matthew Honeycutt es sospechoso de agresión a una joven. Existe considerable evidencia física para apoyar la historia de la muchacha. Y ella afirma que se conocen desde la infancia, de modo que no puede haber equivocación en cuanto a la identidad.
Hubo un momento de atónito silencio, y entonces Bonnie casi gritó:
—¿Ella? ¿Quién?
—La denunciante es la señorita Caroline Forbes. Y querría sugerirles que si alguna de las tres ve por casualidad al señor Honeycutt, le aconseje que se entregue. Antes de que se le detenga por la fuerza.
Dio un paso hacia ellas como si amenazara con cruzar la puerta, pero la señora Flowers le cerró el paso en silencio.
— Estoy segura —dijo Meredith, recuperando la compostura— de que es consciente de que necesita una orden para entrar en este lugar. ¿Tiene una?
El sheriff Mossberg no respondió. Efectuó un violento giro a la derecha, descendió por el sendero hasta su coche patrulla y desapareció.