Un escalofrío recorrió la espalda de Elena, el más delicado de los estremecimientos. Damon no pedía besos. Aquello no era normal.
—No —musitó.
—Sólo uno.
—No voy a besarte, Damon.
—No a mí. A él. —Damon indicó con una inclinación de cabeza en dirección a Matt—. Un beso entre tu antiguo caballero y tú.
—¿Que quieres qué?
Los ojos de Matt se abrieron de golpe y pronunció las palabras coléricamente antes de que Elena pudiera abrir la boca.
—Te gustaría. —La voz de Damon había descendido hasta su tonalidad más suave e insinuante—. Te gustaría besarla. Y no hay nadie para impedírtelo.
—Damon.
Matt se incorporó penosamente fuera de los brazos de Elena. Parecía, si no recuperado por completo, tal vez sí en un ochenta por ciento, pero Elena podía oír su respiración fatigosa. La muchacha se preguntó durante cuánto tiempo había fingido estar inconsciente para conseguir recuperar fuerzas.
—Lo último que recuerdo es que intentabas matarme. Eso no te coloca precisamente en el bando de los buenos. Segundo, la gente no va por ahí besando a chicas porque son bonitas o porque el novio de éstas se ha tomado un día libre.
—¿No? —Damon enarcó una ceja en gesto de sorpresa—. Yo sí lo hago.
Matt se limitó a sacudir la cabeza, aturdido. Parecía estar intentando mantener una idea fija en su mente.
—¿Apartarás tu coche para que podamos irnos? —dijo.
Elena sentía como si observara a Matt desde una gran distancia; como si él estuviese enjaulado en alguna parte con un tigre y no lo supiera. El claro se había convertido en un lugar muy hermoso, salvaje y peligroso, y Matt tampoco lo sabía. «Además —pensó con inquietud—, se está obligando a ponerse en pie. Tenemos que irnos… y de prisa, antes de que Damon le haga algo más.»
Pero ¿cuál era la auténtica forma de escapar?
¿Qué quería realmente Damon?
—Podéis iros —dijo Damon—. En cuanto ella te bese. O tú a ella —añadió, como efectuando una concesión.
Lentamente, como si comprendiera lo que iba a significar, Matt miró a Elena y luego de nuevo a Damon. Elena intentó comunicarse en silencio con él, pero Matt no estaba de humor para ello. Miró a Damon a la cara y dijo:
—Ni hablar.
Encogiéndose de hombros, como para decir: «He hecho todo lo que he podido», Damon alzó la greñuda vara de pino…
—No —chilló Elena—. Damon, yo lo haré.
Damon mostró su sonrisa y la mantuvo un momento, hasta que Elena desvió la mirada y fue hacia Matt. El rostro del muchacho estaba aún pálido, frío. Elena apoyó la mejilla contra la suya y le dijo casi sin sonido al oído:
—Matt, he tratado con Damon antes. Y no puedes desafiarle. Sigámosle el juego… por ahora. Luego quizá podamos escapar. —Y a continuación se obligó a decir—: ¿Por mí? ¿Por favor?
Lo cierto era que sabía demasiado sobre varones obstinados. Demasiado sobre cómo manipularlos. Era una característica que había llegado a odiar, pero justo en aquel momento estaba demasiado ocupada intentando pensar en modos de salvarle la vida a Matt para detenerse a pensar lo ético de presionarle.
Deseó que fueran Meredith o Bonnie en lugar de Matt. No era que le deseara tal dolor a nadie, pero a Meredith ya se le habrían ocurrido los planes C y D mientras a Elena se le ocurrían los planes A y B. Y Bonnie habría alzado ya unos ojos castaños llenos de lágrimas, de esos que te derriten el corazón, hacia Damon…
De repente Elena pensó en el solitario destello rojo que había visto bajo las Ray-Ban, y cambió de idea. No estaba segura de querer que Bonnie estuviera cerca de Damon ahora.
De todos los chicos que había conocido, Damon había sido el único al que Elena no había conseguido domar.
Matt era tozudo, y Stefan podía resultar imposible a veces. Pero ambos tenían botones de colores resplandecientes en algún lugar de su interior, con la etiqueta PÚLSAME, y uno sólo tenía que toquetear un poco el mecanismo —bien, a veces un poco bastante— y finalmente incluso el varón más desafiante podía ser subyugado.
Excepto uno…
—Muy bien, chavales, se acabó el tiempo muerto.
Elena sintió que le arrebataban a Matt y lo sostenían en alto; no sabía qué lo sostenía, pero estaba de pie. Algo lo mantenía allí, erguido, y ella sabía que no eran sus músculos.
—¿Dónde estábamos, pues? —Damon paseaba de un lado a otro, con la rama de pino de Virginia en la mano derecha, dándose golpecitos en la palma izquierda con ella—. Ah, eso es —como si hiciese un gran descubrimiento—… la chica y el bravo caballero van a besarse.
En la habitación de Stefan, Bonnie dijo:
—Por última vez, Meredith, ¿has encontrado una copia de seguridad de la nota de Stefan o no?
—No —dijo Meredith con voz apagada.
Pero justo cuando Bonnie estaba a punto de volver a desplomarse, Meredith siguió:
—He encontrado una nota totalmente distinta. Una carta, en realidad.
—¿Una nota distinta? ¿Y qué dice?
—¿Puedes ponerte en pie? Porque creo que sería mejor que le echases un vistazo a esto.
Bonnie, que apenas acababa de recuperar el resuello, se las arregló para acercarse renqueante hasta el ordenador.
Leyó el documento de la pantalla; estaba completo salvo por lo que parecían ser las últimas palabras, y lanzó un grito ahogado.
—¡Damon le ha hecho algo a Stefan! —dijo, y sintió que el alma se le caía a los pies y todos sus órganos internos la seguían.
Así que Elena estaba equivocada. Damon sí que era malvado, de cabo a rabo. A aquellas alturas, Stefan incluso podría estar…
—Muerto —dijo Meredith, cuya mente había seguido a todas luces el mismo derrotero que había tomado la de Bonnie.
La joven alzó unos ojos sombríos hacia los de su amiga. Bonnie sabía que sus propios ojos estaban húmedos.
—¿Cuánto hace —preguntó Meredith— desde que llamaste a Elena o a Matt?
—No lo sé; no sé qué hora es. Pero los llamé dos veces después de que saliéramos de casa de Caroline y una vez en la de Isobel; y cuando lo he intentado después de eso, o bien obtengo un mensaje diciendo que sus buzones de voz están llenos o no consigo conectar en absoluto.
—Como yo. Si se han acercado al Bosque Viejo… Bueno, ya sabes, no hay cobertura.
—Y ahora, aunque salgan del bosque, no podemos dejarles un mensaje porque hemos llenado su buzón de voz…
—Un correo electrónico —dijo Meredith—; podemos enviarle un mensaje a Elena de ese modo.
—¡Sí!
Bonnie asestó un puñetazo al aire. Luego se deshinchó. Vaciló por un instante y luego casi susurró:
—No.
Palabras de la auténtica nota de Stefan seguían resonando en su mente: «Confío en el instintivo sentido protector que Matt siente por ti, en el criterio de Meredith y en la intuición de Bonnie. Diles que recuerden eso».
—No puedes contarle lo que ha hecho Damon—dijo, al mismo tiempo que Meredith empezaba a teclear a toda prisa—. Probablemente ya lo sabe… y si no lo sabe, sólo crearía más problemas. Está con Damon.
—¿Te lo dijo Matt?
—No. Pero él estaba fuera de sí de dolor.
—¿No podría ser a causa de esos… bichos?
Meredith bajó la mirada a su tobillo, donde todavía eran visibles varios verdugones rojos sobre la tersa piel aceitunada.
—Podría ser, pero no. Tampoco daba la sensación, de ser a causa de los árboles. Era simplemente… puro dolor. Y no puedo explicar cómo sé que es cosa de Damon. Simplemente… lo sé.
Vio que los ojos de Meredith se desenfocaban y supo que también ella pensaba en las palabras de Stefan.
—Bueno, mi criterio me dice que confíe en ti —dijo—. A propósito, Stefan usa la palabra criterio —añadió—. Damon escribió «discernimiento». ¿Recuerdas aquella vez en clase que dijo que siempre se equivocaba al escribir «discernimiento» y que además le sonaba pomposo? Eso podría haber sido lo que llamó la atención de Matt.
—Como si Stefan realmente fuese a dejar a Elena sola con todo lo que está pasando —dijo Bonnie con indignación.
—Bueno, Damon nos engañó a todos y consiguió que nos lo creyéramos —señaló Meredith.
Meredith tenía tendencia a hacer observaciones como ésa.
Bonnie dio un respingo de improviso.
—Me pregunto si robaría el dinero.
—Lo dudo, pero veámoslo. —Meredith apartó la mecedora—. Tráeme un colgador.
Bonnie agarró uno del armario y se hizo con uno de los tops de Elena al mismo tiempo para ponérselo. Era demasiado grande, ya que era un top que Meredith le había dado a Elena, pero al menos resultaba de abrigo.
Meredith estaba usando el gancho del colgador de alambre en todos los lados de la tabla que parecían más prometedores. Justo cuando estaba consiguiendo levantarla, sonó un golpe en la puerta abierta. Ambas dieron un salto.
—Sólo soy yo —dijo la voz de la señora Flowers desde detrás de una enorme bolsa de lona y una bandeja de vendajes, tazones, bocadillos y bolsas de estopilla, parecidas a las que había usado en el brazo de Matt, que desprendían un fuerte olor.
Bonnie y Meredith intercambiaron una mirada y luego Meredith dijo:
—Entre y deje que la ayudemos.
Bonnie se hizo cargo de la bandeja, y la señora Flowers soltó la bolsa de lona sobre el suelo. Meredith siguió levantando la tabla.
—¡Comida! —exclamó Bonnie con gratitud.
—Sí, sandwiches de pavo y tomate. Servios vosotras mismas. Lamento haber tardado tanto, pero uno no puede meterle prisa al emplasto para hinchazones —dijo la anciana—. Recuerdo, hace mucho tiempo, que mi hermano menor siempre decía… ¡ah, válgame el Cielo!
Miraba atónita el lugar donde había estado la tabla. Un hueco de buen tamaño estaba repleto de billetes de cien dólares, pulcramente dispuestos en paquetes con las fajas del banco todavía a su alrededor.
—Vaya —dijo Bonnie—. ¡Jamás había visto tanto dinero!
—Sí.
La señora Flowers se dio la vuelta y empezó a distribuir tazas de cacao y bocadillos. Bonnie mordió un bocadillo con avidez.
—La gente acostumbraba limitarse a poner cosas tras el ladrillo suelto de la chimenea. Pero me doy cuenta de que este joven necesitaba más espacio.
—Gracias por el cacao y los bocadillos —dijo Meredith tras unos pocos minutos pasados engulléndolos a la vez que seguía trabajando en el ordenador—. Pero si quiere ocuparse de nuestras magulladuras y otras cosas… bueno, me temo que simplemente no podemos esperar.
—Oh, vamos. —La mujer tomó una pequeña compresa que a Bonnie le pareció oler a té y la presionó contra la nariz de Meredith—. Esto eliminará la hinchazón en minutos. Y tú, Bonnie… olfatea en busca del que sirve para ese chichón de tu frente.
Una vez más, los ojos de Meredith y Bonnie se encontraron. Bonnie dijo:
—Bueno, si son sólo unos pocos minutos…, tampoco sé qué vamos a hacer ahora.
Inspeccionó los emplastos y tomó uno redondo que olía a flores y almizcle para colocárselo en la frente.
—Correctísimo —dijo la señora Flowers sin volver la cabeza para mirar—. Y por supuesto, el largo y fino es para el tobillo de Meredith.
Meredith se acabó el cacao, luego alargó la mano abajo para tocar con cautela una de las marcas rojas.
—Está bien… —empezó a decir, cuando la señora Flowers la interrumpió.
—Vas a necesitar que ese tobillo funcione a pleno rendimiento cuando salgamos.
—¿Cuando salgamos? —Meredith la miró sorprendida.
—Para entrar en el Bosque Viejo —aclaró la mujer—. A buscar a vuestros amigos.
Meredith pareció horrorizada.
—Si Elena y Matt están en el Bosque Viejo, entonces estoy de acuerdo: tenemos que ir en su busca. ¡Pero usted no puede ir, señora Flowers! Y no sabemos dónde se encuentran, de todos modos.
La señora Flowers bebió de la taza de cacao que tenía en la mano, mirando pensativamente a la única ventana que no tenía los postigos puestos. Por un momento Meredith pensó que no lo había oído o que no tenía intención de responder. Entonces la mujer dijo, despacio:
—No dudo de que todos vosotros pensáis que soy simplemente una anciana chiflada que nunca está ahí cuando hay problemas.
—Jamás pensaríamos eso —dijo Bonnie con firmeza, aunque pensó que habían averiguado más sobre la señora Flowers en los últimos dos días que en los nueve meses transcurridos desde que Stefan se había mudado a vivir allí.
Antes de eso, todo lo que ella había oído eran historias de fantasmas o rumores sobre la anciana loca de la casa de huéspedes. Los había estado oyendo desde siempre.
La señora Flowers sonrió.
—No es fácil tener el Poder y que nunca te crean cuando lo usas. Además, he vivido tanto tiempo… y a la gente no le gusta eso. Les preocupa. Empiezan a inventar historias de fantasmas o rumores…
Bonnie sintió cómo sus ojos se abrían como platos. La señora Flowers se limitó a sonreír otra vez y asintió con dulzura.
—Ha sido un auténtico placer tener a un joven educado en la casa —dijo, tomando el emplasto largo de la bandeja y envolviendo con él el tobillo de Meredith—. Desde luego, tuve que superar mis prejuicios. Mi querida mamá siempre me dijo que si conservaba la casa podría tener que aceptar huéspedes, y que no aceptase a extranjeros. Y además, claro, el joven es un vampiro…
Bonnie estuvo a punto de salpicar de cacao toda la habitación. Se atragantó, luego fue víctima de un acceso de tos. Meredith mostraba su particular pose inexpresiva.
—… pero al cabo de un tiempo llegué a comprenderlo mejor y a simpatizar con sus problemas —prosiguió la señora Flowers, sin hacer caso del ataque de tos de Bonnie—. Y ahora, la chica rubia también está involucrada… pobre criatura. A menudo hablo con mamá —seguía refiriéndose a ella con dulzura—… sobre ello.
—¿Cuántos años tiene su madre? —preguntó Meredith.
El tono de la voz era el de quien pregunta por educación, pero para los ojos experimentados de Bonnie aquella expresión denotaba una fascinación levemente morbosa.
—Bueno, murió a comienzos de siglo.
Hubo una pausa, y luego Meredith volvió a recuperar el control.
—Lo siento mucho —dijo—. Debe de haber tenido una larga…
—Debería haberlo dicho, a comienzos del siglo pasado. En 1901, fue.
Esta vez fue Meredith la que se atragantó. Pero fue menos ruidosa.
La amable mirada de la señora Flowers regresó a ellas.'
—Fui médium, en mis tiempos. En el vodevil, ya sabéis. Era tan difícil entrar en trance frente a una sala llena de gente. Pero, sí, realmente soy una Bruja Blanca. Tengo el Poder. Y ahora, si habéis terminado vuestro cacao, creo que es hora de que vayamos al Bosque Viejo a buscar a vuestros amigos. Incluso aunque sea verano, queridas, será mejor que os pongáis ropa de abrigo —añadió—. Yo ya lo he hecho.