—Ahhh. —Bonnie se hundió hacia atrás en el mullido asiento—. Ha sido como… ¡Pam! ¡Zap! ¡Fiuu! Como… fuegos artificiales.
—Tienes una sonrisita presuntuosa.
—No es verdad —replicó Bonnie muy digna—. Estoy sonriendo con cariño al recordarlo. Además…
—Además, si no lo hubieses Llamado, todavía estaríamos atrapadas en esa habitación aterradora. Gracias, Bonnie. Nos has salvado.
Bruscamente, Meredith se mostró más seria y sincera que nunca.
—Imagino que Elena quizá estaba en lo cierto cuando dijo que Damon no odiaba a todos los humanos —dijo Bonnie lentamente—. Pero acabo de darme cuenta de algo. No pude ver su aura en absoluto. Todo lo que pude ver era negro: un negro liso e intenso, como un caparazón a su alrededor.
—A lo mejor es así como se protege. Crea un caparazón para que nadie pueda ver su interior.
—A lo mejor —repuso Bonnie, pero había un deje de preocupación en su voz—. Y ¿qué hay de ese mensaje de Elena?
—Dice que Tami Bryce actúa definitivamente de un modo raro y que ella y Matt van a echar un vistazo al Bosque Viejo.
—Quizá es a él a quien van a ver… A Damon, quiero decir. A las 4.44, como dijo él. Es una lástima que no podamos telefonearla.
—Lo sé —dijo Meredith, sombría.
Todo el mundo en Fell's Church sabía que no había cobertura en el Bosque Viejo ni en la zona del cementerio.
—Pero inténtalo de todos modos.
Bonnie lo hizo, y como de costumbre obtuvo un mensaje que indicaba que no se podía establecer la conexión. Sacudió la cabeza.
—Nada. Ya deben de estar en el bosque.
—Bueno, lo que ella quiere es que nosotras nos adelantemos y echemos un vistazo a Isobel Saitou; ya sabes, la novia de Jim Bryce. —Meredith dobló por una calle—. Eso me recuerda… Bonnie: ¿has podido echarle un vistazo al aura de Caroline? ¿Crees que tiene a una de esas cosas dentro?
—Imagino que sí. He visto su aura, y ¡puaj!, no quiero volver a verla jamás. Antes era de una especie de intenso verde broncíneo, pero ahora es un marrón fangoso con relámpagos negros zigzagueando por todas partes. ¡No sé si eso significa que una de esas cosas está dentro de ella, pero seguro que a Caroline no le importó arrimarse a ellas! —Bonnie se estremeció.
—Vale —dijo Meredith con voz tranquilizadora—. Sé lo que yo diría si tuviese que hacer una conjetura… así que si vas a vomitar, me detendré.
Bonnie tragó saliva.
—Estoy bien. ¿De verdad vamos a casa de Isobel Saitou?
—Sí. En realidad, casi hemos llegado. Peinémonos, inspiremos profundamente unas cuantas veces y acabemos con ello cuanto antes. ¿Hasta qué punto la conoces?
—Bueno, es lista. No coincidimos en ninguna clase. Pero las dos dejamos el deporte al mismo tiempo; ella tenía un corazón nervioso o algo así, y yo sufría aquellos terribles ataques de asma…
—Que te provocaba cualquier esfuerzo excepto bailar, alg0 que podías hacer toda la noche —repuso Meredith con tono irónico—. Yo no la conozco muy bien, la verdad. ¿Cómo es?
—Bueno, simpática. Se parece un poco a ti, salvo que es asiática. Más baja que tú…, de la estatura de Elena, pero más flacucha. Más bien bonita. Un poco tímida… del tipo tranquilo, ya sabes. De las que es difícil llegar a conocer. Y… simpática.
—Tímida, tranquila y simpática. Suena bien.
—Yo también lo creo —dijo Bonnie, juntando sus sudorosas manos entre las rodillas.
Lo que sonaría aún mejor, se dijo, sería que Isobel no estuviese en casa.
No obstante, había varios coches aparcados frente a la casa de los Saitou. Bonnie y Meredith llamaron a la puerta con cierta vacilación, teniendo presente lo que había sucedido la última vez que habían hecho eso.
Fue Jim Bryce quien la abrió, un muchacho alto y desgarbado que aún mantenía el cuerpo de un adolescente y se encorvaba un poco. Lo que Bonnie encontró asombroso fue el cambio en su cara cuando reconoció a Meredith.
Al abrir la puerta su aspecto había sido terrible; el rostro, blanco bajo un cierto bronceado, el cuerpo, un tanto arrugado. Al ver a Meredith, algo de color regresó a sus mejillas y pareció… bueno, alisarse como un pedazo de papel. Se irguió más.
Meredith no dijo una palabra. Se limitó a adelantarse y abrazarlo. Él se aferró a ella como si temiera que fuese a salir corriendo, y enterró la cabeza en sus oscuros cabellos.
—Meredith.
—Respira, Jim. Respira.
—No sabes lo que ha sido. Mis padres se marcharon porque mi bisabuelo está muy enfermo… Creo que se está muriendo. Y entonces Tami… Tami…
—Cuéntamelo despacio. Y sigue respirando.
—Arrojó cuchillos, Meredith. Cuchillos de carnicero. Me alcanzó en la pierna, aquí. —Jim tiró de los vaqueros para mostrar un tajo pequeño en la tela sobre la parte inferior de un muslo.
—¿Te han puesto la vacuna del tétanos recientemente? —Meredith era toda eficiencia.
—No, pero no es un gran corte, en realidad. Es un pinchazo nada más.
—Esas heridas son precisamente las más peligrosas. Tienes que llamar a la doctora Alpert inmediatamente.
La vieja doctora Alpert era una institución en Fell's Church; una médico que incluso hacía visitas a domicilio, en un país donde llevar consigo un pequeño maletín negro y un estetoscopio era un comportamiento prácticamente insólito.
—No puedo. No puedo abandonar…
Jim ladeó bruscamente la cabeza hacia atrás en dirección al interior de la casa como si no se atreviese a decir un nombre.
Bonnie tiró de la manga de Meredith.
—Tengo un mal presentimiento —siseó.
Meredith se volvió de nuevo hacia Jim.
—¿Te refieres a Isobel? ¿Dónde están sus padres?
—Isa-chan, quiero decir Isobel; es que la llamo Isa-chan, ya sabes…
—Está bien —dijo Meredith—. Sé natural. Adelante.
—Bueno, Isa-chan sólo tiene a su abuela, y la abuela Saitou ni siquiera baja muy a menudo. Le hice el almuerzo hace un rato y pensó que yo era… el padre de Isobel. Confunde… las cosas.
Meredith le echó una fugaz mirada a Bonnie, y dijo:
—¿E Isobel? ¿Se siente confundida, también?
Jim cerró los ojos, adoptando un aspecto de total abatimiento.
—Me gustaría que entraseis y, bueno, hablaseis con ella.
El mal presentimiento de Bonnie no hacía más que empeorar. Lo cierto era que no podría soportar otro susto como el recibido en casa de Caroline… y ciertamente no tenía las energías necesarias para volver a Llamar, incluso aunque Damon no tuviese prisa por llegar a alguna parte.
Pero Meredith ya lo sabía, y le estaba dedicando la clase de mirada a la que no se podía decir que no. Meredith la protegería, sucediera lo que sucediera.
—¿Está lastimando a alguien? ¿Isobel? —Se oyó preguntar Bonnie mientras pasaban a través de la cocina y marchaban en dirección a un dormitorio situado al final del pasillo.
Apenas pudo oír el susurrado «Sí» de Jim.
Y entonces, mientras Bonnie lanzaba un gemido interior, él añadió:
—A sí misma.
El cuarto de Isobel era tal y como uno esperaría de una chica tranquila y estudiosa. Al menos uno de los lados. El otro parecía arrasado por un maremoto. Isobel estaba sentada en medio de aquel revoltijo como una araña en su tela de seda.
Pero eso no fue lo que hizo que a Bonnie se le revolvieran las tripas. Fue lo que Isobel hacía. Había extendido junto a ella algo muy parecido al estuche de la señora Flowers para desinfectar heridas, pero no estaba curando nada.
Se estaba agujereando a sí misma.
Ya se había perforado el labio, la nariz, una ceja y las orejas, muchas veces, y goteaba sangre de todos aquellos lugares, goteaba y caía sobre las sábanas de la cama sin hacer. Bonnie contempló la escena mientras Isobel alzaba los ojos hacia ellas con el ceño fruncido, aunque sólo a medias. En el lado perforado, la ceja no se movió en absoluto.
Su aura era de un color naranja fragmentado cruzado por ramalazos negros.
Bonnie supo al momento que iba a vomitar, y sin ninguna vergüenza se inclinó sobre una papelera que no recordaba haber visto. Gracias a Dios que estaba forrada con una bolsa blanca de plástico, se dijo, y a continuación estuvo totalmente ocupada durante unos pocos minutos.
Sus oídos registraron una voz, a la vez que pensaba que se alegraba de no haber almorzado.
—Cielos, ¿estás loca? Isobel, ¿qué es lo que te has hecho? ¿No sabes la clase de infecciones que puedes contraer…, las venas que puedes alcanzar…, los músculos que puedes paralizar…? Creo que ya te has perforado el músculo de la ceja… y ya hubieras dejado de sangrar si no hubieras perforado venas o arterias.
Bonnie dio varias arcadas sin vomitar ya nada en el interior de la papelera, y escupió.
Y justo entonces oyó un fuerte golpe sordo.
Alzó la mirada, medio sabiendo lo que vería. Pero de todos modos se llevó una violenta impresión. Meredith estaba doblada hacia adelante como resultado de lo que debía de haber sido un puñetazo en el estómago.
Lo siguiente que Bonnie supo fue que estaba junto a Meredith.
—Ay, Dios mío, ¿te ha apuñalado?
Una puñalada… lo bastante profunda en el abdomen…
Era evidente que Meredith no conseguía recuperar el aliento. De alguna parte, un consejo de su hermana Mary, la enfermera, flotó al interior de la mente de Bonnie.
La muchacha golpeó con ambos puños la espalda de Meredith, y de improviso ésta tomó una gran bocanada de aire.
—Gracias —empezó a decir ella con voz débil, pero Bonnie la arrastraba ya lejos, fuera del alcance de una Isobel que reía y les lanzaba una colección de los clavos más largos del mundo y del alcohol para fricciones y otras cosas que tenía en una bandeja de desayuno junto a ella.
Bonnie alcanzó la puerta y casi chocó con Jim, que llevaba una toallita húmeda en la mano. Para ella, supuso. O tal vez para Isobel. Lo único que Bonnie quería era conseguir que Meredith se subiera el top para asegurarse totalmente de que no había ningún agujero en ella.
—Se lo… quité de la mano… antes de que me diera el puñetazo —dijo Meredith, todavía respirando con dificultad mientras Bonnie exploraba con ansiedad la zona situada por encima de los vaqueros de cintura baja—. Tengo un moretón, eso es todo.
—¿También te ha golpeado a ti? —susurró Jim con consternación.
«Pobre muchacho —pensó Bonnie, finalmente aliviada al comprobar que Meredith no tenía ningún agujero—. Entre Caroline, tu hermana Tami y tu novia, no tienes ni la menor idea de lo que sucede. ¿Cómo podrías?
»Y si te lo contásemos, simplemente pensarías que somos otras dos chicas que se han vuelto locas.»
—Jimmy, tienes que llamar a la doctora Alpert inmediatamente, llevarán a Isobel al hospital de Ridgemont. Isobel ya se ha causado daños permanentes… Dios sabe cuántos. Todas esas perforaciones van a infectarse seguro. ¿Cuándo ha empezado a comportarse así?
—Esto, bueno… Empezó a actuar raro después de que Caroline viniera a verla.
—¡Caroline! —soltó Bonnie, confusa—. ¿Se arrastraba por el suelo?
Jim se la quedó mirando.
—¿Qué?
—No le hagas caso; bromeaba —dijo Meredith con soltura—. Jimmy, no tienes que hablarnos sobre Caroline si no quieres hacerlo. Nosotras… bueno, sabemos que fue a verte a tu casa.
—¿Es que lo sabe todo el mundo? —inquirió él con abatimiento.
—No. Sólo Matt, y él nos lo ha contado para que alguien fuese a ver cómo estaba tu hermana pequeña.
Jim adoptó una expresión culpable y acongojada a la vez. Las palabras brotaron de él como si hubiesen estado reprimidas y ahora ya no pudiese contenerlas más.
—Ya no sé qué es lo que pasa. Sólo os puedo contar lo que sucedió. Fue hace un par de días… entrada la tarde—dijo Jim—. Caroline pasó por casa, y… quiero decir, a mí ella nunca me había atraído siquiera. Lo que pasó fue… desde luego, es guapa, y mis padres no estaban y todo eso, pero jamás pensé que yo fuese la clase de chico…
—No te preocupes por eso ahora. Sólo cuéntanos lo de Caroline e Isobel.
—Bueno, pues Caroline vino vestida con aquel conjunto que era… bueno, la parte superior era prácticamente transparente. Y ella simplemente… me preguntó si quería bailar y fue como bailar a cámara lenta y ella… ella, digamos que me sedujo. Es la verdad. Y a la mañana siguiente se fue… más o menos cuando Matt vino. Eso fue anteayer. Y entonces advertí que Tami actuaba… como si estuviese loca. Nada de lo que hiciese conseguía detenerla. Y entonces recibí una llamada de Isa-chan y… jamás la había oído tan histérica. Caroline debió de haber ido directamente de mi casa a la suya. Isa-chan me dijo que iba matarse. Así que vine corriendo aquí. Tenía que alejarme de Tami de todos modos, mi presencia parecía alterarla más.
Bonnie miró a Meredith y supo que ambas pensaban lo mismo: más o menos por entonces, tanto Caroline como Tami le estaban haciendo proposiciones a Matt.
—Caroline debe de habérselo contado todo —dijo Jim, tragando saliva—. Isa-chan y yo no hemos… Estábamos esperando, ¿sabéis? Pero todo lo que Isa-chan quiso decirme fue que iba a lamentarlo. «Lo lamentarás; te vas a enterar», una y otra vez y otra. Y, Dios, ya lo creo que lo lamento.
—Bien, pues ahora ya puedes parar de lamentarlo y llamar al médico. Ahora mismo, Jimmy. —Meredith le dio un manotazo en el trasero—. Y luego tienes que llamar a tus padres. No me mires con esos enormes ojos castaños de perrito desvalido. Tienes más de dieciocho años; no sé qué pueden hacerte por dejar a Tami sola todo este tiempo.
—Pero…
—No quiero peros. Lo digo en serio, Jimmy.
A continuación hizo lo que Bonnie sabía que haría, aunque lo temía. Volvió a acercarse a Isobel, que tenía la cabeza bajada y se estaba pellizcando el ombligo con una mano y sostenía en la otra un clavo largo y reluciente.
Antes de que Meredith pudiese hablar siquiera, la muchacha dijo:
—Así que tú también estás en esto. He oído el modo en que lo llamabas «Jimmy». Todas estáis intentando quitármelo. Todas vosotras, zorras, estáis intentando hacerme daño. ¡Yurusenai! ¡Zettai yurusenai!
—¡Isobel! ¡No lo hagas! ¿No te das cuenta de que te estás lastimando a ti misma?
—Sólo me lastimo para eliminar el dolor. Tú eres la verdadera culpable. Me pinchas con agujas por dentro.
Bonnie brincó interiormente, aunque no sólo porque Isobel había lanzado de repente una violenta estocada con el clavo. Sintió que las mejillas le ardían, y el corazón le empezó a latir aún más de prisa.
Intentando no perder de vista a Meredith, sacó el móvil del bolsillo de atrás, donde lo había introducido tras la visita a la casa de Caroline.
Todavía con la mitad de la atención puesta en Meredith, se conectó a Internet e introdujo rápidamente tres simples palabras de búsqueda. Luego, mientras efectuaba un par de selecciones a partir de los resultados obtenidos, comprendió que jamás absorbería toda la información ni en una semana, y mucho menos en unos pocos minutos. Pero al menos tenía por dónde empezar.
En aquellos mismos instantes, su amiga retrocedía ya, apartándose de Isobel. Meredith acercó la boca a la oreja de Bonnie y susurró:
—Creo que simplemente le provocamos hostilidad. ¿Has visto bien su aura?
Bonnie asintió.
—Entonces probablemente deberíamos abandonar la habitación, al menos.
Bonnie volvió a asentir.
—¿Intentabas telefonear a Matt y a Elena? —Meredith contemplaba el móvil.
Bonnie negó con la cabeza y giró el teléfono de modo que Meredith pudiese ver las tres palabras de búsqueda. Meredith las miró fijamente y luego alzó sus oscuros ojos hacia los de Bonnie en una especie de horrorizada comprensión.
«Brujas de Salem.»