Matt llamaba con los nudillos a la puerta de los Bryce con Elena a su lado. Elena se había disfrazado introduciendo todo el pelo en una gorra de béisbol de los Cavaliers de Virginia y llevando unas gafas de sol que le cubrían parte del rostro sacadas de uno de los cajones de Stefan. También llevaba puesta una camisa extragrande, granate y azul marino, donada por Matt, y un par de vaqueros que a Meredith le habían quedado pequeños. Estaba segura de que nadie que hubiese conocido a la antigua Elena Gilbert la reconocería, vestida así.
La puerta se abrió muy despacio para mostrar no al señor o la señora Bryce, ni a Jim, sino a Tamra. Llevaba puesto… bueno, apenas nada. Llevaba un tanga, pero parecía de confección casera, como si hubiese recortado la parte inferior de un biquini con tijeras; y éste empezaba a romperse. Arriba llevaba dos adornos redondos hechos de cartulina con lentejuelas pegadas encima y unas cuantas tiras de espumillón. En la cabeza lucía una corona de papel, que era a todas luces de donde había sacado el espumillón. Había intentado también pegar algunas tiras a la parte inferior del biquini, y el resultado parecía lo que era: el intento de una criatura de confeccionar un atuendo para una corista o una stripper de las Vegas.
Matt se dio la vuelta al instante y permaneció mirando a otro lado, pero Tami se arrojó sobre él y se adhirió a su espalda.
—Matt Culito de Miel —susurró, melosa—. Has vuelto. Sabía que lo harías. Pero ¿por qué tenías que traer a esta vieja y fea fulana contigo? Cómo podemos nosotros…
Elena se adelantó entonces, porque Matt se había vuelto en redondo con la mano levantada. Estaba segura de que Matt jamás le había pegado a una chica en su vida, y menos a una niña, pero él también era muy susceptible respecto a uno o dos temas. Como ella.
Elena se las arregló para colocarse entre Matt y la sorprendentemente fuerte Tamra. Tuvo que ocultar una sonrisa al contemplar el disfraz de Tami. Al fin y al cabo, tan sólo unos días atrás, ella misma no había comprendido en absoluto el tabú respecto a la desnudez humana. Ahora lo entendía, pero no le parecía tan importante como antes. La gente nacía con una piel propia que estaba en perfectas condiciones. No existía ningún motivo auténtico, en su mente, para llevar pieles falsas sobre aquéllas, a menos que hiciese frío o de algún modo resultase incómodo no llevarlas. Pero la sociedad consideraba que ir desnudo era ser perverso. Tami intentaba ser perversa, a su propia manera infantil.
—Quítame las manos de encima, fulana estúpida —gruñó Tamra cuando Elena la mantuvo separada de Matt, y luego añadió varios insultos más.
—Tami, ¿dónde están tus padres? ¿Dónde está tu hermano? —preguntó Elena.
Hizo caso omiso de las palabras obscenas —no eran más que sonidos—, pero vio que Matt tenía los labios apretados y lívidos.
—¡Te disculparás ante Elena ahora mismo! ¡Te disculparás por hablarle así! —exigió el muchacho.
—Elena es un cadáver apestoso con gusanos en las cuencas de los ojos —canturreó Tamra con desenvoltura—. Pero mi amiga dice que era una fulana cuando estaba viva. Una auténtica… —profirió una sarta de palabrotas que arrancaron una exclamación de asombro a Matt— fulana barata. Ya sabes. Nada es más barato que algo que se obtiene gratis.
—Matt, limítate a no hacerle el menor caso —dijo Elena por o bajo, y luego repitió—: ¿Dónde están tus padres y Jim?
La respuesta estuvo plagada de más improperios, pero lo que contó vino a ser que —verdad o no— el señor y la señora Bryce se habían marchado de vacaciones unos días, y que Jim estaba con su novia, Isobel.
—De acuerdo, entonces, supongo que sencillamente tendré que ayudarte a ponerte ropas más decentes —repuso Elena—. Primero, creo que necesitas una ducha para quitar esos chismes navideños…
—¡Tú intén… ta… loooo! ¡Tú intén… ta… loooo! —La respuesta sonó entre algo parecido al relincho de un caballo y el habla de un ser humano—. ¡Las pegué con cola de contacto! —añadió Tami y luego empezó a reír tontamente en un tono agudo e histérico.
—Ay, Dios mío; Tamra, ¿te das cuenta de que si no existe algún disolvente para esto, puede que necesites cirugía?
La respuesta de Tami fue de lo más grosero. También se Percibió un repentino olor repugnante. No, no era un olor, Se dijo Elena, era un hedor asfixiante que retorcía las tripas.
—¡Uy! —Tami lanzó una aguda y cristalina risita otra vez—. Perdón. Al menos son gases naturales.
Matt carraspeó.
—Elena… creo que no deberíamos estar aquí. Con sus padres fuera y todo…
—Me tienen miedo. —Tamra rió tontamente—. ¿Vosotros no? —lo dijo inopinadamente con una voz que había descendido varias octavas.
Elena miró a la muchacha a los ojos.
—No, yo no. Sólo siento lástima por una chica que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pero Matt tiene razón, supongo. Tenemos que irnos.
La actitud de Tami pareció cambiar.
—Lo siento tanto… no me di cuenta de que tenía invitados de este calibre. No te vayas, por favor, Matt. —Luego añadió en un susurro confidencial a Elena—. ¿Es bueno?
—¿Qué?
Tami señaló con la cabeza a Matt, quien inmediatamente le dio la espalda. Parecía como si el joven sintiera una terrible y repulsiva fascinación por el aspecto ridículo de la jovencita.
—Él. ¿Es bueno en la cama?
—Matt, mira esto. —Elena sostenía en alto un pequeño tubo de cola—. Creo que sí que se ha echado cola de impacto en la piel. Tenemos que llamar a los servicios de protección de menores o a quien sea, porque nadie la llevó al hospital inmediatamente. Tanto si sus padres conocían este comportamiento como si no, no deberían haberla abandonado tan tranquilos.
—Sólo espero que estén bien. Su familia —dijo Matt en tono sombrío mientras salían por la puerta, con Tami siguiéndolos con toda frescura hasta el coche, y chillando detalles escabrosos sobre «el buen rato» que habían pasado «los tres».
Elena echó una inquieta mirada al muchacho desde el asiento del copiloto; sin carnet de identidad ni carnet de conducir, desde luego, sabía que no debería conducir.
—Quizá lo mejor sería llevarla a la policía. ¡Dios mío, pobre familia!
Matt no dijo nada durante un buen rato. Tenía la barbilla erguida, la boca con una expresión sombría.
De algún modo me siento responsable de esto. Quiero decir, sabía que había algo raro en ella; debería habérselo dicho sus padres en aquel momento.
—Ahora pareces Stefan. No eres responsable de todo aquel con quien te cruzas.
Matt le dirigió una mirada agradecida, y Elena prosiguió:
—De hecho, voy a pedir a Bonnie y a Meredith que hagan otra cosa más, que prueba que no lo eres. Voy a pedirles que echen un vistazo a Isobel Saitou, la novia de Jim. Tú nunca has tenido contacto con ella, pero Tami podría haberlo tenido.
—¿Quieres decir que crees que también se ha contagiado?
—Eso es lo que espero que Bonnie y Meredith averigüen.
Bonnie se detuvo en seco, soltando casi los pies de la señora Forbes.
—No voy a entrar en ese dormitorio.
—Tienes que hacerlo. No puedo apañármelas sola —dijo Meredith, y luego añadió, lisonjera—: Oye, Bonnie, si entras conmigo, te contaré un secreto.
Bonnie se mordió el labio. Luego cerró los ojos con fuerza y dejó que Meredith la guiase, paso a paso, aún más adentro de aquella casa del terror. Sabía dónde estaba el dormitorio principal; al fin y al cabo había jugado allí desde la infancia. Había que recorrer todo el pasillo y luego girar a la izquierda.
Se sorprendió cuando Meredith paró de repente tras haber dado sólo unos poco pasos.
—Bonnie.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—No quiero asustarte, pero…
Aquello tuvo el efecto inmediato de aterrar a Bonnie, cuyos ojos se abrieron de golpe.
—¿Qué? ¿Qué?
Antes de que Meredith pudiese responder, echó una ojeada por encima del hombro, asustada, y lo vio.
Caroline estaba detrás de ella. Pero no de pie. Se arrastraba…, no, correteaba, como lo había hecho en el suelo de Stefan. Como un lagarto. Sus cabellos color castaño dorado, despeinados, le caían sobre el rostro. Codos y rodillas sobresalían en ángulos imposibles.
Bonnie chilló, pero la presión de la casa pareció sofocar el grito y hacerlo retroceder garganta abajo. El único efecto que tuvo fue hacer que Caroline alzara la mirada hacia ella con un veloz movimiento de cabeza que recordaba el de un reptil.
—Oh, Dios mío…, Caroline, ¿qué le ha pasado a tu cara?
Caroline tenía un ojo morado. O más bien un ojo de un rojo violáceo que estaba tan hinchado que Bonnie sabía que acabaría volviéndose morado. En la mandíbula tenía otro cardenal púrpura que se estaba hinchando.
Caroline no respondió, tan sólo emitió un siseo sibilante mientras correteaba al frente.
—¡Meredith, corre! ¡Está justo detrás de mí!
Meredith apresuró el paso, con expresión asustada; lo que resultó aún más aterrador para Bonnie porque casi nada conseguía hacer temblar a su amiga. Pero mientras avanzaban tambaleantes, con la señora Forbes brincando entre ellas, Caroline se escabulló justo por debajo de su madre y cruzó la puerta de la habitación de sus padres, el dormitorio principal.
—Meredith, no pienso entrar en el…
Pero cruzaban ya a trompicones la puerta. Bonnie echó una ojeada a todos los rincones. A Caroline no se la veía por ninguna parte.
—A lo mejor está en el armario —dijo Meredith—. Ahora, deja que pase yo primero y le coloque la cabeza en el otro extremo de la cama. Podemos colocarla bien luego. —Rodeó la cama de espaldas, casi arrastrando a Bonnie con ella, y soltó la parte superior del cuerpo de la señora Forbes de modo que la cabeza descansara sobre almohadas—. Ahora tira de ella y deja caer las piernas en el otro extremo.
—No puedo hacerlo. ¡No puedo! Caroline está debajo de la cama, lo sabes.
—No puede estar debajo de la cama. Sólo hay un espacio de unos diez centímetros —respondió Meredith con firmeza.
—¡Está ahí! Lo sé. Y —gritó con bastante ferocidad— ¡prometiste que me contarías un secreto!
—¡De acuerdo! —Meredith lanzó una fugaz mirada cómplice por entre los despeinados cabellos oscuros—. Telegrafié a Alaric ayer. Está en un lugar tan remoto que el telégrafo es el único medio de contactar con él, y pueden transcurrir días antes de que mi mensaje le llegue. Se me ocurrió que íbamos a necesitar su consejo. No me gusta pedirle que lleve a cabo proyectos que no son para su doctorado, pero…
—¿A quién le importa su doctorado? ¡Dios te bendiga! —exclamó Bonnie, agradecida—. ¡Hiciste lo correcto!
—Entonces sigue y balancea los pies de la señora Forbes alrededor de los pies de la cama. Puedes hacerlo si te inclinas hacia adelante.
La cama era una cama de matrimonio extralarga, y la señora Forbes yacía atravesada sobre ella en diagonal, como una muñeca arrojada al suelo. Pero Bonnie paró en seco cerca de los pies de la cama.
—Caroline va a agarrarme.
—No, no lo hará. Vamos, Bonnie. Coge las piernas de la señora Forbes y álzalas con energía…
—¡Si me acerco tanto a la cama, me agarrará!
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—¡Porque sabe lo que me asusta! Y ahora que lo he dicho, lo hará seguro.
—Si te agarra, vendré y le patearé la cara.
—Tu pierna no es tan larga. Te golpearías con ese chisme de metal del armazón de la cama…
—¡Oh, por el amor de Dios, Bonnie! ¡Ayúdame con estooo!
La última palabra fue un alarido en toda regla.
—Meredith… —empezó Bonnie, y a continuación chilló también ella.
—¿Qué sucede?
—¡Me está agarrando!
—¡No puede ser! ¡Me está agarrando a mí! ¡Nadie tiene unos brazos tan largos!
—¡Ni tan fuertes! ¡Bonnie! ¡No consigo que me suelte!
—¡Yo tampoco!
Y a continuación los gritos ahogaron cualquier palabra.
Tras dejar a Tami con la policía, conducir a Elena por los bosques conocidos como el parque estatal de Fell fue… bueno, un paseo por el parque. Cada dos por tres paraban, y Elena se adentraba unos pocos pasos en el bosque y se detenía, llamando… Luego regresaba al Jaguar con aspecto desanimado.
—Tal vez Bonnie lo hubiese hecho mejor —le indicó a Matt—. Si tuviéramos valor para salir de noche.
Matt se estremeció involuntariamente.
—Dos noches han sido suficientes.
—¿Sabes que nunca me has contado tú mismo lo que pasó esa primera noche? O al menos, no cuando yo podía comprender palabras, palabras en voz alta.
—Verás, conducía tranquilamente, como ahora, pero por el otro lado del Bosque Viejo, cerca de la zona del Roble Partido por un Rayo…
—Ya.
—Cuando justo en medio de la carretera apareció algo.
—¿Un zorro?
—Bueno, era rojo a la luz de los faros, pero no se parecía a ningún zorro que naya visto nunca. Y mira que he atravesado veces esta carretera desde que tengo el carnet de conducir.
—¿Un lobo?
—¿Como un hombre lobo, quieres decir? Pues no; he visto lobos a la luz de la luna y son más grandes. Este animal estaba justo en un término medio.
—En otras palabras —dijo Elena, entrecerrando sus ojos color lapislázuli—, una criatura hecha a medida.
—Es posible. Desde luego era diferente del malach que me mordió el brazo.
Elena asintió. Los malach podían tomar toda clase de formas distintas, por lo que tenía entendido. Pero se parecían en una cosa: todos usaban poder y todos necesitaban una dieta de poder para vivir. Y podían ser manipulados por un poder más fuerte que el suyo.
Y eran ponzoñosos enemigos de los humanos.
—Así que todo lo que realmente sabemos es que no sabemos nada.
—Exacto. Ahí fue donde lo vimos. Apareció de improviso en medio de… ¡eh!
—¡A la derecha! ¡Justo aquí!
—¡Justo así! ¡Fue justo así!
El Jaguar frenó con un chirrido hasta casi detenerse por completo, girando a la derecha, no al interior de una cuneta sino al interior de un pequeño camino cuya presencia nadie advertiría a menos que estuviese mirando directamente hacia él.
Cuando el coche se detuvo, ambos miraron hacia adelante, respirando entrecortadamente. No necesitaron preguntarse si habían visto una criatura rojiza cruzar como una exhalación la carretera, más grande que un zorro pero más pequeña que un lobo.
Alzaron la mirada hacia el angosto camino.
—La pregunta del millón de dólares: ¿deberíamos entrar? —preguntó Matt.
—No hay carteles de PROHIBIDO PASAR… y apenas hay casas en este lado del bosque. Al otro lado de la calle y siguiendo un sendero está la de los Dunstan.
—Entonces ¿entramos?
—Entremos. Pero ve despacio. Es más tarde de lo que pensaba.
Meredith, por supuesto, fue la primera en calmarse.
—De acuerdo, Bonnie —dijo—. ¡Para! ¡Ahora! ¡No sirve de nada!
Bonnie no se veía capaz de parar. Pero Meredith tenía aquella mirada especial en sus ojos oscuros; hablaba en serio. Era la misma mirada que había mostrado antes de tumbar a Caroline sobre el suelo de la habitación de Stefan.
Bonnie hizo un esfuerzo supremo y descubrió que de algún modo era capaz de contener el siguiente alarido. Miró en silencio a Meredith, sintiendo cómo todo su cuerpo se estremecía.
—Bien. Bien, Bonnie. Ahora. —Meredith tragó saliva—. Tirar tampoco sirve de nada. Así que voy a intentar… soltar sus dedos. Si algo me sucede; si me… arrastran bajo la cama o algo así, tú corre, Bonnie. Y si no puedes correr, entonces llama a Elena y a Matt. Llámalos hasta que obtengas una respuesta.
Bonnie consiguió realizar algo casi heroico entonces. Se negó a imaginar a Meredith siendo arrastrada bajo la cama. No pensaba permitirse imaginar cómo sería eso mientras Meredith, forcejeando, desaparecía, ni cómo se sentiría ella, totalmente sola, después de eso. Habían dejado sus bolsos con sus teléfonos móviles en la entrada para poder llevar a la señora Forbes, así que Meredith no se refería a llamarlos de un modo normal. Se refería a Llamarlos.
Un repentino y radical estallido de indignación le recorrió. ¿Por que llevaban bolsos las chicas? Incluso la eficiente y responsable Meredith lo hacía a menudo. Desde luego los bolsos de Meredith acostumbrabana ser bolsos de diseño que realzaban sus atuendos y estaban llenos de cosas útiles como pequeños cuadernos de notas y llaveros con linternas, pero con todo… un chico llevaría el móvil en el bolsillo.
«A partir de ahora, voy a llevar una riñonera», pensó Bonnie, sintiéndose como si izara una bandera de rebelión por las muchachas de todo el mundo, y por un momento notando también que su pánico se desvanecía.
Entonces vio que Meredith se agachaba, una figura encorvada bajo la débil luz, y en el mismo instante sintió que la mano que sujetaba su tobillo apretaba con más fuerza. Muy a su pesar echó un vistazo al suelo, y vio el familiar contorno de los dedos bronceados y las uñas pintadas de color bronce de Caroline recortado sobre el blanco cremoso de la alfombra.
Volvió a sentir un pánico terrible. Emitió un sonido ahogado que era un grito sofocado, y ante su propio asombro se quedó espontáneamente en trance y empezó a Llamar.
No fue verse llamando lo que la sorprendió. Fue lo que decía.
«¡Damon! ¡Damon! ¡Estamos atrapadas en casa de Caroline y se ha vuelto loca! ¡Socorro!»
Fluyó de ella como un pozo bajo el agua que es perforado de repente, liberando un geiser.
«¡Damon, me tiene cogida por el tobillo… y no quiere soltarme! ¡Si arrastra a Meredith bajo la cama, no sé qué haré! ¡Ayúdame!»
De una forma vaga, porque el trance era bueno y profundo, oyó la voz de Meredith.
—¡Ajajá! Parecen dedos, pero en realidad es una enredadera. Debe de ser uno de esos tentáculos de los que Matt nos habló. Estoy… intentando… romper uno de los… bucles…
De repente se escucharon una serie de movimientos procedentes de debajo de la cama. Y no desde un único lugar, además, sino que fueron sacudidas y zarandeos masivos que llegaron a hacer brincar el colchón arriba y abajo, incluso con la pobre y menuda señora Forbes encima de él.
«Debe de haber docenas de esos insectos aquí debajo.»
«¡Damon, son esas cosas! ¡Una barbaridad de ellas! Dios mío, creo que me voy a desmayar. Y si me desmayo… y si Caroline me arrastra ahí debajo… ¡Por favor, ven y ayúdanos!
—¡Maldita sea! —decía Meredith en aquel momento—. No sé cómo Matt se las arregló para conseguirlo. Es demasiado estrecho, y… y creo que hay más de un tentáculo aquí.
«Se acabó —envió Bonnie en tranquila conclusión, sintiendo que empezaba a caer de rodillas—. Vamos a morir.»
—Eso seguro; ése es el problema de los humanos. Pero todavía no —dijo una voz detrás de ella, y un fuerte brazo la rodeó, alzando su peso con facilidad—. Caroline, la diversión ha finalizado. Lo digo en serio. ¡Suelta!
—¿Damon? —jadeó Bonnie—. ¿Damon? ¡Has venido!
—Todo ese gimoteo me ataca los nervios. No significa…
Pero Bonnie no escuchaba. Ni siquiera pensaba. Estaba todavía medio en trance y no era responsable —decidió más tarde— de sus propias acciones. No era ella misma. Era otra persona la que se dejó llevar por el entusiasmo cuando lo que le sujetaba el tobillo aflojó la presión, y fue otra persona la que giró en redondo en los brazos de Damon y le rodeó el cuello con sus propios brazos, y le besó en la boca.
Fue otra persona, también, la que sintió cómo Damon se sobresaltaba, con los brazos todavía alrededor de ella, y quien reparó en que él no intentaba rehuir el beso. Esa persona también reparó, cuando por fin se echó hacia atrás, en que la tez de Damon, pálida bajo la débil luz, daba la impresión de haberse sonrojado.
Y fue entonces cuando Meredith se levantó lenta y dolorosamente, desde el otro lado de la cama, que seguía dando tumbos. No había sido testigo del beso, y miró a Damon como si no pudíese creer que estuviese allí realmente.
Se hallaba en gran desventaja, y Bonnie sabía que ella era consciente. Era una de esas situaciones en las que cualquier otro habría estado demasiado confundido para hablar, o para tartamudear siquiera.
Pero Meredith se limitó a inspirar profundamente y luego dijo con calma:
—Damon. Gracias. ¿Crees… sería demasiada molestia hacer que el malach me soltase también a mí?
Damon volvía a parecer otra vez el de siempre. Lanzó una sonrisa radiante dirigida a algo que nadie más podía ver y dijo con tono seco:
—Y en cuanto al resto de los que estáis ahí abajo… ¡largo! —Chasqueó los dedos.
La cama dejó de moverse al instante.
Meredith se apartó y cerró los ojos por un momento en un gesto de alivio.
—Gracias otra vez —dijo, con la dignidad de una princesa, pero con fervor—. Y ahora, ¿crees que podrías hacer algo respecto a Caro…?
—Justo en estos momentos —la interrumpió Damon con más brusquedad de lo acostumbrado—, tengo que irme a toda prisa. —Echó una mirada al Rolex de su muñeca—. Son más de las 4.44, y tenía una cita a la que ya llego tarde. Ven aquí y sostén este fardo mareado. No está del todo lista para permanecer en pie por sí misma.
Meredith se apresuró a ponerse en su lugar. En ese preciso momento, Bonnie descubrió que las piernas ya no le flaqueaban.
—Aguarda un minuto, Damon —dijo Meredith a toda prisa—. Elena necesita hablar contigo… desesperadamente…
Pero Damon ya se había ido, como si hubiese llegado a dominar el arte de desaparecer, sin aguardar siquiera al agradecimiento de Bonnie. Meredith pareció atónita, como si hubiese estado segura de que la mención del nombre de Elena lo detendría, pero Bonnie tenía la mente puesta en otra cosa.
—Meredith —susurró, llevándose dos dedos a los labios con asombro—. ¡Le he besado!
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Antes de que te levantases. ¡Ni… ni siquiera sé cómo ha sucedido, pero lo hice!
Esperó alguna clase de estallido por parte de Meredith. En su lugar, la muchacha la miró pensativamente y murmuró:
—Bueno, a lo mejor no ha sido algo tan malo, después de todo. Lo que no comprendo para empezar es por qué ha aparecido.
—Esto… eso ha sido cosa mía, también. Yo lo Llamé. Aunque tampoco sé cómo…
—Bueno, no sirve de nada intentar averiguarlo aquí dentro. —Meredith se volvió hacia la cama—. Caroline, ¿vas a salir de ahí? ¿Vas a ponerte en pie y tener una conversación normal?
De debajo de la cama surgió un amenazador siseo de reptil, junto con el restallar de tentáculos y otro ruido que Bonnie no había oído nunca antes pero que la aterró instintivamente, como el chasquear de pinzas gigantes.
—Ésa es respuesta suficiente para mí —dijo, y agarró a Meredith para arrastrarla fuera del cuarto.
Meredith no necesitó que la arrastraran. Pero por primera vez en aquel día oyeron la voz burlona de Caroline, alzada en un agudo tono infantil:
Bonnie y Damon sentados en un árbol
B-E-S-Á-N-D-O-S-E.
Primero viene el amor, luego el matrimonio;
y luego un vampiro en un cochecito.
Meredith se detuvo en el pasillo.
—Caroline, sabes que eso no va a ayudar. Sal de…
La cama inició una actividad febril, dando sacudidas y alzándose. Bonnie dio media vuelta y corrió, y supo que Meredith iba justo detrás de ella. De todos modos no consiguieron dejar atrás aquellas palabras pronunciadas con un sonsonete:
—No sois mis amigas; sois las amigas de esa fulana. ¡Os vais a enterar!
¡Os vais a enterar!
Bonnie y Meredith agarraron sus bolsos y abandonaron la casa.
—¿Qué hora es? —preguntó Bonnie, cuando estuvieron a salvo en el coche de Meredith.
—Casi las cinco.
—¡Me había parecido que pasaba mucho más tiempo!
—Lo sé, pero aún nos quedan unas horas de luz diurna. Y, ahora que lo pienso, tengo un mensaje de texto de Elena.
—¿Sobre Tami?
—Ahora te lo cuento. Pero primero…
Fue una de las pocas veces que Bonnie había visto que Meredith se mostrase incómoda. Finalmente, ésta farfulló:
—¿Cómo ha sido?
—¿El qué?
—¡Besar a Damon, boba!