18

Matt despertó, con la mente confusa, y se encontró tras el volante del coche de Elena. Entró a trompicones en su casa, casi olvidando cerrar el coche con llave, y luego hurgó a tientas con las llaves para abrir la puerta trasera. La casa estaba oscura; sus padres dormían. Consiguió subir a su dormitorio y se desplomó sobre la cama sin siquiera quitarse los zapatos.

Cuando volvió a despertar, descubrió con un sobresalto que eran las nueve de la mañana y que su teléfono móvil sonaba dentro del bolsillo de los vaqueros.

—¿Meredith?

—Pensábamos que tenías intención de venir aquí temprano esta mañana.

—Lo haré, pero primero tengo que averiguar cómo—dijo Matt… o más bien graznó.

Sentía la cabeza como si fuese del doble de su tamaño habitual y el brazo al menos cuatro veces más grande. Aun así, algo en el fondo de su mente calculaba cómo llegar a la casa de huéspedes sin cruzar la carretera del Bosque Viejo. Finalmente, unas cuantas neuronas se encendieron y se lo mostraron.

—¿Matt? ¿Sigues ahí?

—No estoy seguro. Anoche… Cielos, ni siquiera recuerdo la mayor parte de anoche. Pero de camino a casa… Oye, os lo contaré cuando llegue ahí. Primero tengo que llamar a la policía.

—¿La policía?

—Sí… oye… sólo dadme una hora, ¿de acuerdo? Estaré ahí en una hora.

Cuando por fin llegó a la casa de huéspedes, eran más cerca de las once que de las diez. Pero una ducha le había despejado la cabeza, incluso aunque no hubiese hecho mucho por el dolor punzante del brazo. Cuando apareció, las chicas lo rodearon preocupadas.

—Matt, ¿qué sucedió?

Les contó todo lo que podía recordar. Cuando Elena, con los labios apretados, deshizo el vendaje que se había colocado alrededor del brazo, todas se estremecieron. Los largos arañazos estaban claramente infectados y mucho.

—Son venenosos, entonces, estos malach.

—Sí —dijo Elena lacónicamente—; venenosos para el cuerpo y para la mente.

—¿Y crees que una de estas cosas puede meterse dentro de la gente? —preguntó Meredith.

La joven garabateaba sobre la página de un cuaderno, intentando dibujar algo que se pareciese a lo que Matt había descrito.

—Sí.

Durante justo un instante, los ojos de Elena y de Meredith se encontraron; luego ambas los bajaron. Por fin Meredith dijo:

—¿Y cómo sabemos si uno está dentro… de alguien… o no?

—Bonnie debería poder saberlo, estando en trance —dijo Elena sin alterarse—. Incluso yo podría saberlo, pero no voy a usar Poder Blanco para eso. Vamos a bajar a ver a la señora Flowers.

Lo dijo de aquel modo especial que Matt había aprendido a reconocer hacía tiempo, y que significaba que ninguna discusión serviría de nada. No cedería y eso era todo.

Y lo cierto era que Matt no se sentía con muchas ganas de discutir. Odiaba quejarse —había jugado en partidos de rugby con una clavícula rota, un esguince en la rodilla, un tobillo torcido—, pero esto era diferente. El brazo parecía correr el peligro de estallar.

La señora Flowers estaba abajo en la cocina, pero sobre la mesa de la sala de estar había cuatro vasos de té helado.

—En seguida estaré con vosotros —gritó a través de la media puerta basculante que separaba la cocina de donde ellos estaban—. Bebed el té, en especial el joven que está herido. Le ayudará a relajarse.

—Es una tisana —susurró Bonnie a los demás, como si se tratara de algún secreto profesional.

El té no era tan malo, aunque Matt hubiese preferido una coca-cola. Pero las muchachas lo observaban como halcones, así que pensó en él como medicina y se las arregló para engullir la mitad antes de que la patrona saliera.

La mujer llevaba puesto el sombrero de jardinera… o al menos un sombrero con flores artificiales que parecía haber usado para trabajar en el jardín. En una bandeja llevaba una serie de instrumentos, todos relucientes como recién hervidos.

—Sí, querida, lo soy —le dijo a Bonnie, que se había levantado para colocarse delante de Matt en actitud protectora—. Yo era enfermera, igual que tu hermana. A las mujeres no se nos animaba a ser médicos entonces. Pero toda la vida he sido una bruja. Acaba siendo una vida más bien solitaria, ¿verdad?

—No resultaría tan solitaria —dijo Meredith con expresión extrañada— si viviera más cerca de la ciudad.

—Ya, pero entonces tendría a la gente con la vista clavada en mi casa todo el tiempo, y los niños se retarían a acercarse corriendo y tocarla, o a arrojar una piedra a través de mi ventana, o los adultos me observarían expectantes cada vez que fuera a comprar. Y ¿cómo podría mantener mi jardín en paz?

Era el discurso más largo que cualquiera de ellos le había oído hacer jamás. Los cogió tan por sorpresa que transcurrió un momento antes de que Elena dijese:

—No veo cómo puede mantener su jardín en paz aquí. Con tantos ciervos y conejos y otros animales.

—Bueno, la mayor parte de él es para los animales, ¿sabes? —La señora Flowers sonrió beatíficamente y el rostro pareció iluminársele desde el interior—. Ellos sin duda disfrutan de él. Pero no tocan las hierbas que cultivo para colocar en arañazos y cortes y esguinces y cosas así. Y a lo mejor saben que soy una bruja, también, puesto que siempre me dejan una parte del jardín para mí y tal vez un huésped o dos.

—¿Por qué me cuenta todo esto ahora? —quiso saber Elena—. Vaya, pero si ha habido veces cuando la buscaba a usted, o a Stefan, en que pensé… Bueno, no importa lo que yo pensara. Pero no siempre estuve segura de que fuese nuestra amiga.

—La verdad es que me he vuelto solitaria y poco sociable al envejecer. Pero ahora has perdido a tu muchacho, ¿verdad? Ojalá me hubiese levantado un poco antes ayer. Entonces tal vez habría podido hablar con él. Dejó el dinero del alquiler de la habitación para un año en la mesa de la cocina. Siempre he sentido debilidad por él, ésa es la verdad.

Los labios de Elena temblaban. Matt alzó el brazo herido a toda prisa y de un modo heroico.

—¿Puede usted ayudarme con esto? —preguntó, desprendiendo otra vez el vendaje.

—Ah, vaya, vaya. ¿Y qué clase de bicho te ha hecho estas cosas? —preguntó la señora Flowers, examinando los arañazos mientras las tres muchachas se estremecían.

—Creemos que ha sido un malach —dijo Elena en voz baja—.. ¿Sabe algo sobre ellos?

—He oído la palabra, sí, pero no sé nada específico. ¿Cuánto hace que te los hiciste? —preguntó a Matt—. Parecen más marcas de dientes que de zarpas.

—Lo son —respondió Matt con seriedad, y le describió el malach lo mejor que pudo.

Fue en parte para mantenerse distraído, porque la señora Flowers había cogido uno de los relucientes instrumentos de la bandeja y estaba empezando a tratarle su brazo rojo e hinchado.

—Mantente tan quieto como puedas sobre esta toalla —le dijo ella—. Éstas ya tienen una costra, pero es necesario abrirlas y quitarles el líquido y limpiarlas como es debido. Va a doler. ¿Por qué una de vosotras, jovencitas, no le sujeta la mano para ayudar a mantener el brazo inmóvil?

Elena empezó a levantarse pero Bonnie se le adelantó, saltando casi por encima de Meredith para tomar la mano de Matt entre las suyas.

El drenaje y la limpieza fueron dolorosos, pero Matt consiguió soportarlo sin emitir ni un sonido, incluso dedicando a Bonnie una especie de sonrisita forzada cuando sangre y pus corrieron por el brazo. Las incisiones con la lanceta dolieron al principio, pero la liberación de la presión resultó agradable, y cuando las heridas quedaron libres de líquido y estuvieron limpias y luego tapadas con una compresa fría de hierbas, las sintió deliciosamente frescas y listas para curar como era debido.

Fue mientras intentaba dar las gracias a la anciana cuando advirtió que Bonnie le miraba fijamente. En especial, al cuello. De improviso, la muchacha lanzó una risita nerviosa.

—¿Qué? ¿Qué es lo que encuentras divertido?

—El insecto —dijo ella—. Te dio un chupetón. A menos que hicieses algo más anoche que no nos hayas contado.

Matt pudo sentir cómo se ruborizaba mientras se subía más el cuello de la camisa.

—Sí que os lo conté, y fue el malach. Tenía una especie de tentáculo con ventosas alrededor de mi cuello. ¡Intentaba estrangularme!

—Ahora lo recuerdo —dijo Bonnie mansamente—. Lo siento.

La señora Flowers incluso tenía una pomada de hierbas para la marca que la ventosa del tentáculo había dejado… y una para los nudillos rasguñados de Matt. Una vez que se las hubo aplicado, Matt se sintió tan bien que fue capaz de mirar tímidamente a Bonnie, que lo observaba con enormes ojos castaños.

—Sé que parece un chupetón —dijo él—. Lo vi esta mañana en el espejo. Y tengo otro más abajo, pero al menos el cuello de la camisa lo tapa.

Lanzó un resoplido e introdujo la mano bajo la camisa para aplicarse más pomada. Las muchachas rieron… y liberaron la tensión que todos habían estado sintiendo.

Meredith había empezado a subir otra vez por la estrecha escalera hacia la que todo el mundo consideraba todavía la habitación de Stefan, y Matt la siguió automáticamente. No advirtió que Elena y Bonnie se quedaban atrás hasta que hubo ascendido la mitad de la escalera, y entonces Meredith le hizo un gesto para que siguiera adelante.

—Tan sólo están reflexionando —dijo Meredith con su voz queda y sensata.

—¿Sobre mí? —Matt tragó saliva—. Es sobre la cosa que ena vio dentro de Damon, ¿verdad? El malach invisible. Y sobre si yo tengo uno… dentro de mí… en estos momentos.

Meredith, que no era de las que minimizaban la importancia a nada, se limitó a asentir. Pero le posó una mano brevemente en el hombro mientras entraban en el poco iluminado dormitorio

Al poco rato, Elena y Bonnie subieron, y Matt advirtió al instante por sus rostros que habían descartado lo peor. Elena vio su expresión e inmediatamente fue hacia él y le abrazó. Bonnie la siguió, más tímidamente.

—¿Te sientes bien? —preguntó Elena, y Matt asintió.

—Me siento estupendamente —dijo.

«Igual que caimanes luchando», pensó. Nada era más agradable que abrazar a chicas dulces, dulces.

—Bien, nuestra conclusión es que no tienes nada dentro que no deba estar ahí. Tu aura parece clara y fuerte ahora que no sientes dolor.

—Gracias a Dios —dijo Matt, y lo decía en serio.

Fue en ese momento cuando sonó su móvil. Frunció el ceño, desconcertado ante el número que mostraba, pero respondió.

—¿Matthew Honeycutt?

—Sí.

—Aguarde, por favor.

Una voz nueva llegó hasta él.

—¿Señor Honeycutt?

—Esto, sí, pero…

—Le habla Rich Mossberg de la oficina del sheriff de Fell's Church. ¿Llamó esta mañana para informar de un árbol caído a medio camino en la carretera del Bosque Viejo?

—Sí, yo…

—Señor Honeycutt, no nos gustan las llamadas falsas de esta clase. No las aprobamos, de hecho. Malgastan el valioso tiempo de nuestros agentes, y además, da la casualidad de que es un delito hacer denuncias falsas a la policía. Si quisiera, señor Honeycutt, podría acusarlo por este delito y hacerle responder ante un juez. Lo cierto es que no veo qué encuentra tan divertido al respecto.

—Yo no estaba… ¡no encuentro que sea nada divertido! Oiga, anoche…

La voz de Matt se apagó. ¿Qué iba a decir? «¿Anoche fui asaltado por un árbol y un insecto monstruoso?» Una vocecita dentro de él añadió que los agentes del sheriff de Fell's Church parecían pasar la mayor parte de su valioso tiempo holgazaneando en el Dunkin' Donuts de la plaza de la ciudad, pero las palabras siguientes que oyó la acallaron.

—De hecho, señor Honeycutt, según indica el Código del Estado de Virginia, sección 18.2-461, efectuar una denuncia falsa a la policía está penado como falta de Clase I. Podría encontrarse con un año de prisión o una multa de veinticinco mil dólares. ¿Encuentra eso divertido, señor Honeycutt?

—Oiga, yo…

—¿Tiene usted, de hecho, veinticinco mil dólares, señor Honeycutt?

—No, pero…

Matt aguardó a que lo interrumpieran y entonces comprendió que no iba a suceder. Estaba abandonando terreno conocido para adentrarse en regiones inexploradas. ¿Qué decir? «¿Los malach quitaron el árbol; o tal vez se movió él solo?» Absurdo. Finalmente, con voz chirriante consiguió decir:

—Lamento que no encontraran el árbol. Quizá… fue retiradode algún modo.

—Quizá fue retirado de algún modo —repitió el sheriff sin inflexión—. De hecho, es posible que de algún modo se trasladase de sitio igual que todas esas señales de stop y ceda el paso que desaparecen de los cruces. ¿Le suena de algo eso, señor Honeycutt?

—¡No! —Matt se sintió enrojecer intensamente—. Yo jamás movería ninguna clase de señal de tráfico.

En aquellos instantes las muchachas estaban ya apiñadas a su alrededor, como si pudiesen ayudar mostrándose como un grupo. Bonnie gesticulaba enérgicamente, y su expresión indignada dejaba claro que quería regañar personalmente al sheriff.

—De hecho, señor Honeycutt —le interrumpió el sheriff Mossberg—, llamamos al teléfono de su casa primero, puesto que es el teléfono que usó para efectuar la denuncia. Y su madre ha indicado que anoche no le había visto en absoluto.

Matt hizo caso omiso de la vocecita que quería espetar: «¿Es eso un crimen?».

—Eso fue porque me retrasé a causa…

—¿De un árbol autopropulsado, señor Honeycutt? A decir verdad, tuvimos otra llamada relacionada con su casa anoche. Un miembro de la Vigilancia Vecinal informó de un coche sospechoso detenido aproximadamente frente a su casa. Según su madre, usted hace poco destrozó totalmente su propio coche, ¿no es cierto, señor Honeycutt?

Matt podía ver adonde iba a parar aquello y no le gustaba.

—Sí —se oyó decir, mientras su cerebro trabajaba desesperadamente en busca de una explicación plausible—. Intentaba evitar atrepellar un zorro. Y…

—Sin embargo informaron de un Jaguar totalmente nuevo detenido frente a su casa, lo bastante lejos de la farola para… no llamar la atención. Un coche tan nuevo que no tenía placas de matrícula. ¿Era ése, de hecho, su coche, señor Honeycutt?

—¡El señor Honeycutt es mi padre! —dijo Matt, desesperado—. Yo soy Matt. Y era el coche de mi amigo…

—Y el nombre de su amigo es…

Matt miró fijamente a Elena, que le hacía gestos para que aguardara, evidentemente intentando pensar. Decir «Elena Gilbert» sería un suicidio. La policía, justamente, sabía que Elena Gilbert estaba muerta. Elena señalaba toda la habitación y le articulaba palabras en silencio.

Matt cerró los ojos y pronunció las palabras.

—Stefan Salvatore. Pero… ¿le dio el coche a su novia?

Sabía que finalizaba la frase de modo que sonaba como una pregunta, pero apenas podía creer lo que Elena indicaba.

El sheriff empezó entonces a sonar cansado y exasperado.

—¿Me lo estás preguntando, Matt? Así que conducías el coche totalmente nuevo de la novia de tu amigo. ¿Y ella se llama…?

Hubo un breve instante en el que las muchachas parecieron no ponerse de acuerdo y Matt permaneció en el limbo. Pero entonces Bonnie alzó los brazos y Meredith se adelantó, señalándose a sí misma.

—Meredith Sulez —respondió Matt con voz débil.

Oyó la vacilación en su propia voz y repitió, con voz ronca, pero con más convicción:

—Meredith Sulez.

Elena susurraba ahora rápidamente en el oído de Meredith.

—¿Y el coche se adquirió dónde? ¿Señor Honeycutt?

—Sí —dijo Matt—. Sólo un segundo…

Colocó el teléfono en la mano extendida de Meredith.

—Aquí Meredith Sulez —dijo Meredith con soltura, en el tono de voz refinado y relajado de un disc-jockey de música clásica.

—Meredith, ¿ha escuchado la conversación hasta el momento?

—Señorita Sulez, por favor, sargento. Sí, lo he hecho.

—¿Le prestó usted su coche al señor Honeycutt?

—Lo hice.

—Y ¿dónde está el señor… —se oyó el remover de papeles—, Stefan Salvatore, el propietario original del coche?

«No le está preguntando dónde lo compró —pensó Matt—. Debe de saberlo.»

—Mi novio está fuera de la ciudad en estos momentos —respondió Meredith, todavía con la misma voz refinada e imperturbable—. No sé cuándo regresará. Cuando lo haga, ¿quiere que le diga que le llame?

—Eso sería sensato —respondió el sheriff Mossberg con sequedad—. En la actualidad se adquieren muy pocos coches al contado, en especial Jaguars totalmente nuevos. También querría el número de su permiso de conducir, señorita. Y, de hecho, estaría muy interesado en hablar con el señor Salvatore cuando regrese.

—Eso puede ser muy pronto —dijo Meredith, un tanto despacio, pero siguiendo las instrucciones de Elena, y a continuación recitó de memoria el número de su permiso de conducir.

—Gracias —repuso lacónicamente el sheriff Mossberg—. Eso será todo por…

—¿Puedo añadir una cosa más? Matt Honeycutt jamás en la vida quitaría señales de stop o de ceda el paso. Es un conductor muy cuidadoso y fue delegado de curso en el instituto. Puede hablar con cualquiera de los profesores del Instituto Robert E. Lee o incluso con la directora si no está de vacaciones. Cualquiera de ellos le dirá lo mismo.

El sheriff no pareció impresionado.

—Puede decirle de mi parte que no le perderé de vista en el futuro. De hecho, podría ser una buena idea que se pasara por la oficina del sheriff hoy o mañana —dijo, y luego la comunicación se cortó.

—¿La novia de Stefan? —estalló Matt—. ¿Tú, Meredith? ¿V si el concesionario dice que la chica era rubia? ¿Cómo vamos a resolver eso?

—No vamos a hacerlo —respondió Elena con sencillez desde detrás de Meredith—. Damon lo hará. Todo lo que tenemos que hacer es encontrarlo. Estoy segura de que puede ocuparse del sheriff Mossberg con un poco de control mental… si el precio es el correcto. Y no te preocupes por mí —añadió con dulzu ra—. Estás torciendo el gesto, pero todo va ir perfectamente.

—¿De verdad lo crees?

—Claro que sí. —Elena le dio otro abrazo y un beso en la mejilla.

—Se supone que tengo que pasar por la oficina del sheriff hoy o mañana, de todas maneras.

—¡Pero no irás solo! —dijo Bonnie, y sus ojos centelleaban indignados—. Y cuando Damon vaya contigo, el sheriff Moos… comosellame acabará siendo tu mejor amigo.

—De acuerdo —intervino Meredith—. En ese caso, ¿qué vamos a hacer hoy?

—El problema —replicó Elena, golpeándose con el índice el labio superior— es que tenemos demasiados problemas a la vez y no quiero que nadie… y quiero decir nadie… salga solo. Está claro que hay malachs en el Bosque Viejo, y que intentan hacernos cosas desagradables. Matarnos, sin ir más lejos.

Matt disfrutó del cálido alivio de ser creído. La conversación con el sheriff Mossberg le había afectado más de lo que quería mostrar.

—En ese caso formemos grupos de trabajo —dijo Meredith—, y dividamos las tareas entre ellos. ¿Qué problemas hemos de considerar?

Elena contó los problemas con los dedos.

—Un problema es Caroline. Realmente creo que alguien debería intentar verla, como mínimo para tratar de descubrir si tiene una de esas cosas en su interior. Otro problema es Tami… Y ¿quién sabe quién más? Si Caroline es… contagiosa de algún modo, podría habérselo pasado a alguna otra chica… o chico.

—De acuerdo —dijo Meredith—, y ¿qué más?

—Alguien tiene que ponerse en contacto con Damon. Intentar averiguar de él cualquier cosa que sepa sobre la marcha de Stefan, y también intentar conseguir que entre en la jefatura de policía para influir al sheriff Mossberg.

~~~Bien, será mejor que tú estés en ese último equipo, ya que eres la única que tiene probabilidades de que Damon le dirija la palabra —dijo Meredith—. Y Bonnie debería estar en él, así puede mantener…

—No. Nada de Llamadas hoy —suplicó Bonnie—. Lo lamento mucho, Elena, pero simplemente no puedo, no sin un día de descanso de por medio. Y además, si Damon quiere hablar contigo, todo lo que necesitas hacer es pasear… no al interior del bosque, pero cerca de él… y llamarlo tú misma. Él está al corriente de todo lo que sucede. Sabrá que estás allí.

—Entonces yo debería ir con Elena —razonó Matt—. Puesto que ese sheriff es mi problema. Me gustaría pasar por el lugar donde vi el árbol…

Al instante se alzó una protesta por parte de las tres chicas.

—He dicho que me gustaría —indicó Matt—. No que debiésemos hacerlo. Ése es un lugar demasiado peligroso.

—De acuerdo —repuso Elena—. Así pues, Bonnie y Meredith visitarán a Caroline, y tú y yo iremos en busca de Damon, ¿de acuerdo? Preferiría ir en busca de Stefan, pero simplemente carecemos de información suficiente aún.

—Bien, pero antes de que vayáis, quizá podríais pasar por casa de Jim Bryce. Matt tiene una excusa para pasar por allí siempre que quiera: conoce a Jim. Y podéis aprovechar para comprobar cómo le va a Tami —sugirió Meredith.

—Suena como los planes A, B y C —dijo Elena, y entonces, espontáneamente, todos rieron.

Era un día despejado, con un sol caliente brillando en lo alto.

A la luz del sol, a pesar del incordio de poca importancia que había sido la llamada del sheriff Mossberg, todos se sentían fuertes y capaces.

Ninguno de ellos tenía la menor idea de que estaban a punto de tropezar con la peor pesadilla de sus vidas.

Bonnie se mantuvo un poco atrás mientras Meredith llamaba con los nudillos a la puerta principal de la casa de los Forbes.

Tras un rato sin recibir respuesta y de silencio en el interior, Meredith volvió a llamar.

En esta ocasión Bonnie pudo oír susurros y a la señora Forbes siseando algo, y las risas lejanas de Caroline.

Finalmente, justo cuando Meredith estaba a punto de pulsar el timbre —el no va más de la descortesía entre vecinos en Fell's Church— la puerta se abrió. Bonnie deslizó limpiamente un pie al interior, impidiendo que volviera a cerrarse.

—Hola, señora Forbes. Nosotras simplemente… —Meredith titubeó—. Tan sólo queríamos saber si Caroline estaba mejor —finalizó con una voz que sonó metálica.

La señora Forbes parecía haber visto a un fantasma… y haber pasado toda la noche huyendo de él.

—No, no lo está. No está mejor. Está todavía… enferma.

La voz de la mujer era hueca y distante y sus ojos escudriñaban el suelo justo por encima del hombro derecho de Bonnie. La muchacha sintió que el vello de los brazos y la nuca se le erizaba.

—De acuerdo, señora Forbes. —Incluso Meredith sonó falsa y hueca.

Entonces alguien dijo: «¿Se encuentra bien?», y Bonnie advirtió que era su propia voz.

—Caroline… no está bien. No está… viendo a nadie —murmuró la mujer.

Un iceberg pareció resbalar por la columna vertebral de Bonnie. Quiso volverse y salir huyendo de aquella casa y de su aura de malevolencia. Pero en aquel momento la señora Forbes se aplomó de improviso. Meredith apenas consiguió detener su caída.

—Se ha desmayado —dijo Meredith lacónicamente.

Bonnie quiso decir: «¡Bueno, pues colócala sobre la alfombrilla que hay dentro y sal corriendo!». Pero difícilmente podían hacer eso.

—Tenemos que llevarla dentro —dijo Meredith en tono tajante—. Bonnie, ¿estás en condiciones de entrar?

—No —respondió Bonnie igual de tajante—, pero ¿qué elección tenemos?

La señora Forbes, menuda como era, era sin embargo pesada. Bonnie le sostuvo los pies y siguió a Meredith, con pasos renuentes, al interior de la casa.

—Dejémosla sobre su cama —dijo Meredith.

La voz de la muchacha era temblorosa. Había algo en la casa que resultaba terriblemente perturbador; como si oleadas de presión no dejaran de caer sobre ellas.

Y entonces Bonnie lo vio. Sólo una visión fugaz cuando penetraron en la sala de estar. Estaba al final del pasillo, y podría haber sido un efecto de luces y sombras, pero daba toda la impresión de ser una persona. Una persona escabullándose como un lagarto… pero no por el suelo. Por el techo.