En los primeros días tras su regreso de la otra vida, Stefan siempre la había hecho acostar temprano, se había asegurado de que no tenía frío, y luego había permitido que trabajara en su ordenador con él, escribiendo una especie de diario, con sus pensamientos sobre lo sucedido ese día, y siempre añadiendo él sus impresiones.
Ahora recuperó el archivo con desesperación, y con desesperación hizo avanzar el texto hasta el final.
Y ahí estaba.
Mi querida Elena:
Sabía que mirarías aquí más tarde o más temprano. Esperaba que fuera más temprano.
Cariño, creo que eres capaz de cuidar de ti misma ahora, y yo no he conocido jamás a una chica más fuerte ni más independiente.
Y eso significa que ha llegado la hora, la hora de que me vaya. No puedo quedarme por más tiempo sin convertirte otra vez en un vampiro; algo que los dos sabemos que no debe suceder.
Por favor, perdóname. Por favor, olvídame. Amor mío, no quiero marcharme, pero tengo que hacerlo.
Si necesitas ayuda, Damon me ha dado su palabra de protegerte. El jamás te haría daño, y cualquiera que sea la perversidad que tiene lugar en Fell's Church, no se atreverá a tocarte si él permanece cerca de ti.
Mi amor, mi ángel, siempre te amaré…
Stefan
Posdata: Para ayudarte a seguir adelante con tu vida real, he dejado dinero para pagar a la señora Flowers por la habitación durante todo el año próximo. Además, te he dejado 20.000 dólares en billetes de cien dólares bajo la segunda tabla desde la pared, frente a la cama. Úsalos para construirte un nuevo futuro con quienquiera que elijas.
De nuevo, si necesitas cualquier cosa, Damon te ayudará. Confía en su discernimiento si necesitas consejo. Ah, mi querido amor, ¿cómo puedo marcharme? ¿Incluso por tu propio bien?
Elena terminó de leer.
Y luego se limitó a quedarse allí sentada.
Después de tanto buscar, había encontrado la respuesta.
Y ahora no sabía qué hacer aparte de chillar.
«Si necesitas ayuda acude a Damon… Confía en el discernimiento de Damon…» No podía ser una propaganda más descarada a favor de Damon que si la hubiese escrito el mismo Damon.
Y Stefan ya no estaba. Y sus ropas ya no estaban. Y sus botas ya no estaban.
La había abandonado.
«Créate una nueva vida…»
Y así fue como Bonnie y Meredith la encontraron, alarmadas por más de una hora de llamadas telefónicas sin conseguir comunicar. Era la primera vez que no habían conseguido ponerse en contacto con Stefan desde que éste llegara, en respuesta a su petición, para matar a un monstruo. Pero aquel monstruo estaba muerto ahora, y Elena…
Elena estaba sentada delante del armario de Stefan.
—Incluso se ha llevado los zapatos —dijo ésta, impasible , en voz muy baja—. Lo ha cogido todo. Pero ha dejado pagada la habitación para un año entero. Y ayer por la mañana me compró un Jaguar.
—Elena…
—¿No lo veis? —chilló Elena—. Esto es mi Despertar. Bonnie predijo que sería duro y repentino y que os necesitaría a las dos. ¿Y Matt?
—Su nombre no se mencionó —respondió Bonnie con tristeza.
—Pero creo que necesitaremos su ayuda —indicó Meredith, sombría.
—Cuando Stefan y yo empezamos a salir… antes de que me convirtiera en vampira… siempre supe —musitó Elena— que llegaría un momento en que intentaría dejarme por mi propio bien. —De improviso golpeó el suelo con el puño, con fuerza suficiente como para hacerse daño—. ¡Lo sabía, pero pensaba que yo estaría allí para convencerlo de lo contrario! Es tan noble… ¡tan abnegado! Y ahora… se ha ido.
—A ti en realidad no te importa —dijo Meredith con tranquilidad, observándola con atención— seguir siendo humana o convertirte en vampira.
—Tienes razón… ¡no me importa! No me importa nada, siempre y cuando pueda estar con él. Cuando todavía era mitad espíritu, sabía que nada podía cambiarme. Ahora soy humana y tan susceptible como cualquier otro humano al Cambio; pero no importa.
—Quizá ése sea el Despertar —dijo Meredith, todavía con calma.
—¡Quizá el que no le traiga el desayuno es un Despertar! —repuso Bonnie, exasperada.
La muchacha había estado contemplando fijamente una llama durante más de treinta minutos, intentando ponerse en contacto psíquico con Stefan.
—O bien no quiere… o no puede —siguió, sin ver cómo Meredith sacudía negativamente la cabeza hasta después de que las palabras salieran de su boca.
—¿Qué quieres decir con «no puede»? —inquirió Elena, volviendo a alzarse como una exhalación del suelo en el que estaba desplomada.
—¡No lo sé! ¡Elena, me haces daño!
—¿Está en peligro? ¡Piensa, Bonnie! ¿Van a hacerle daño por mi culpa?
Bonnie miró a Meredith, que le telegrafiaba «no» con cada centímetro de su elegante cuerpo. Luego miró a Elena, que exigía la verdad. Cerró los ojos.
—No estoy segura —contestó.
Abrió los ojos lentamente, aguardando a que Elena estallase. Pero Elena no hizo nada parecido. Se limitó a cerrar los ojos lentamente, adoptando un duro rictus en los labios.
—Hace mucho tiempo juré que le tendría, incluso si ello nos mataba a ambos —dijo en voz baja—. Si cree que sencillamente puede dejarme, por mi propio bien o por cualquier otra razón…, se equivoca. Acudiré a Damon primero, ya que Stefan parece desearlo tanto. Y luego iré tras él. Alguien me dará una dirección con la que empezar. Me dejó veinte mil dólares. Los usaré para seguirlo. Y si el coche se avería, andaré; y cuando ya no pueda andar, me arrastraré. Pero lo encontraré.
—Sola no; no lo harás sola —dijo Meredith, con su modo de hablar suave y tranquilizador—. Estamos contigo, Elena.
—Y entonces, como haya hecho esto por su propia voluntad, va a llevarse el bofetón de su vida.
—Como tú quieras, Elena —repuso Meredith, todavía en tono tranquilizador—. Pero encontrémoslo primero.
—¡Una para todas y todas para una! —exclamó Bonnie—. Lo haremos regresar y le haremos lamentarlo… o no lo haremos —añadió apresuradamente cuando Meredith empezó a negar con la cabeza—. ¡Elena, no! No llores —añadió, justo antes de que ésta rompiera a llorar.
—Así que Damon fue quien dijo que se ocuparía de Elena, y Damon debería haber sido el último en ver a Stefan esta mañana —dijo Matt, una vez que lo hubieron recogido en su casa y se le explicó la situación.
—Sí —respondió Elena con tranquila certeza—. Pero, Matt, te equivocas si crees que Damon haría cualquier cosa para mantener a Stefan alejado de mí. Damon no es lo que todos pensáis. Realmente intentaba salvar a Bonnie esa noche. Y también se sintió herido cuando todos vosotros le odiasteis.
—Esto es lo que se denomina «indicio causal», creo —comentó Meredith.
—No. Es indicio de carácter; una prueba de que Damon sí que tiene sentimientos, de que pueden importarle los seres humanos —replicó Elena—. Y él jamás le haría daño a Stefan, debido… bueno, debido a mí. Sabe cómo me sentiría.
—Bien, ¿por qué no quiere responderme, entonces? —dijo Bonnie quejumbrosamente.
—A lo mejor porque la última vez que nos vio a todos juntos le dedicábamos miradas fulminantes como si le odiásemos —repuso Meredith, que siempre se mostraba imparcial.
—Dile que le suplico su perdón —indicó Elena—. Dile que quiero hablar con él.
Me siento como un satélite de comunicaciones —protestó Bonnie, pero estaba claro que ponía todo el corazón y la energía en cada llamada.
Al final, su aspecto era el de alguien totalmente exhausto.
Y, finalmente, incluso Elena tuvo que admitir que no servía de nada.
—A lo mejor entrará en razón y empezará a llamarte —dijo Bonnie—. Tal vez mañana.
—Nos quedaremos contigo esta noche —aseguró Meredith—. Bonnie, he llamado a tu hermana y le he dicho que te quedarías conmigo. Ahora llamaré a mi padre para decirle que estaré contigo. Matt, tú no estás invitado…
—Gracias —respondió él con sequedad—. ¿También me toca volver andando a casa?
—No, puedes llevarte mi coche para ir a casa —dijo Elena—. Pero por favor tráelo de vuelta aquí mañana temprano. No quiero que la gente empiece a hacer preguntas sobre él.
Esa noche, las tres muchachas se prepararon para ponerse cómodas, como colegialas, usando las sábanas y mantas de repuesto de la señora Flowers («No es de extrañar que lavase tantas sábanas hoy; debe de haberlo sabido de algún modo», se dijo Elena), con el mobiliario empujado contra las paredes y los tres improvisados sacos de dormir en el suelo. Sus cabezas quedaban juntas y sus cuerpos irradiaban al exterior como los rayos de una rueda.
«Así que esto es el Despertar —pensó Elena—. Es el darme cuenta de que, después de todo, se me puede volver a dejar sola. Y, ah, me alegro de que Bonnie y Meredith sigan manteniéndose fieles a mí. Significa más de lo que puedo admitir.»
Automáticamente, había ido al ordenador para escribir un poco en su Diario. Pero tras las primeras palabras se había encontrado llorando otra vez, y se había sentido secretamente contenta cuando Meredith la cogió por los hombros y más o menos la obligó a beber leche caliente con vainilla, canela y nuez moscada, y cuando Bonnie la había ayudado a introducirse bajo su montón de mantas y luego le había tenido la mano cogida hasta que se durmió.
Matt se había quedado hasta tarde, y el sol se estaba poniendo mientras conducía hasta su casa. Era una carrera contra la oscuridad, pensó de improviso, negándose a dejar que el olor de caro coche nuevo del Jaguar le distrajera.
En algún lugar en el fondo de su mente, cavilaba. No había querido decirles nada a las chicas, pero había algo en la nota de despedida de Stefan que le preocupaba. Pero antes tenía que asegurarse de que no fuese simplemente su orgullo herido el que hablaba.
¿Por qué no les había mencionado Stefan a ellos en ningún momento? Los amigos del pasado de Elena, sus amigos en el momento presente. Uno pensaría que habría mencionado al menos a las chicas, incluso si se había olvidado de Matt en medio del dolor de abandonar a Elena permanentemente.
¿Qué más? Definitivamente había algo más, pero Matt no conseguía recordarlo. Todo lo que obtuvo fue una vaga imagen oscilante del instituto el año anterior y de… sí, la señorita Hilden, la profesora de inglés.
Incluso mientras soñaba despierto sobre aquello, Matt conducía con cuidado. No había modo de evitar el Bosque Viejo por completo en la larga carretera de un solo carril que conducía de la casa de huéspedes a la propia Fell's Church. Pero miraba al frente, manteniéndose alerta.
Vio el árbol caído nada más doblar el recodo y apretó los frenos a tiempo de detenerse con un chirrido, con el coche en un ángulo casi de noventa grados con la carretera.
Y entonces tuvo que pensar.
La primera reacción instintiva fue: «Llama a Stefan. Él puede alzar el árbol del suelo tranquilamente». Pero recordó con la velocidad suficiente para que el pensamiento quedara desplazado por una pregunta. ¿Llamar a las chicas?
No pudo obligarse a hacerlo. No era simplemente una cuestión de dignidad masculina: era la sólida realidad del árbol adulto que tenía delante. Aunque todos trabajaran al unísono, no podrían mover aquella cosa. Era demasiado grande, demasiado pesado.
Y había caído desde el Bosque Viejo de modo que descansaba totalmente atravesado en la carretera, como si quisiera separar la casa de huéspedes del resto de la ciudad.
Cautelosamente, Matt bajó la ventanilla del conductor. Atisbó al interior del bosque para intentar ver las raíces del árbol, o, admitió para sí, cualquier tipo de movimiento. No había ninguno.
No podía ver las raíces, pero el árbol parecía demasiado sano para haberse desplomado porque sí una soleada tarde de verano. No había viento, ni lluvia, ni relámpagos, ni castores. Ni leñadores, pensó sombrío.
Bueno, la cuneta del lado derecho era poco profunda, al menos, y la copa del árbol no la alcanzaba del todo. Podría ser posible…
Movimiento.
No en el bosque, sino en el árbol justo delante de él. Algo agitaba las ramas superiores del árbol, algo más además del viento.
Cuando lo vio, siguió sin podérselo creer. Eso fue parte del problema. La otra parte fue que conducía el coche de Elena, no su viejo cacharro. Así que mientras tanteaba frenéticamente buscando un modo de cerrar la ventana, con los ojos pegados a la cosa que se desprendía del árbol, no hacía más que buscar a tientas en los sitios equivocados.
Y lo último fue que la bestia simplemente era rápida. Demasiado rápida para ser real.
Lo siguiente que Matt supo fue que intentaba rechazarla en la ventanilla.
Matt no sabía qué le había mostrado Elena a Bonnie durante la merienda. Pero si aquello no era un malach, entonces ¿qué demonios era? Matt había vivido en la vecindad de los bosques toda su vida, y nunca antes había visto ningún insecto que se pareciese ni remotamente a aquél.
Porque era un insecto. Su piel tenía aspecto de corteza, pero eso era simple camuflaje. Cuando golpeó contra la ventanilla medio levantada del coche —mientras él lo rechazaba a golpes con ambas manos— pudo oír y palpar su exterior quitinoso. Era tan largo como su brazo, y parecía volar batiendo los tentáculos en círculo… Eso debería ser imposible, pero ahí estaba metido a medias dentro de la ventanilla.
Estaba construido de un modo más parecido a una sanguijuela o un calamar que a cualquier insecto. Sus largos tentáculos parecidos a serpientes tenían casi el aspecto de enredaderas, pero eran más gruesos que un dedo y tenían grandes ventosas dentro de ellos; y dentro de las ventosas había algo puntiagudo. Dientes. Una de las enredaderas se enrolló a su cuello, y pudo sentir la succión y el dolor al unísono.
Aquella especie de enredadera se había enrollado a su garganta tres o cuatro veces, y apretaba. Tenía que usar una mano para agarrarla y arrancarla, lo que significaba disponer sólo de una mano para golpear a la cosa sin cabeza… que de improviso mostró que tenía una boca, aunque no ojos. Como todo lo demás en la bestia, la boca tenía una simetría radial: era redonda, con los dientes dispuestos en círculo. Pero muy en el interior de aquel círculo, Matt vio con horror, mientras el bicho atraía su brazo al interior, que había un par de pinzas lo bastante grandes como para seccionar un dedo.
«Dios…, no.» Cerró la mano, convirtiéndola en un puño, intentando desesperadamente aporrearla desde dentro.
El estallido de adrenalina que tuvo tras ver aquello le permitió arrancarse la enredadera de la garganta y soltar al fin las ventosas. Pero en aquellos momentos su brazo había sido engullido hasta más allá del codo. Matt se obligó a golpear el cuerpo del insecto, pegándole como si fuese un tiburón, que era la otra cosa que le recordaba.
Tenía que sacar el brazo. Se encontró abriendo a ciegas por la fuerza la parte inferior de la boca redonda y arrancando un pedazo de exoesqueleto que aterrizó en su regazo. Entretanto, los tentáculos seguían girando sin parar, golpeando contra el coche, buscando un modo de entrar. En algún momento, aquello comprendería que todo lo que tenía que hacer era doblar aquellas cosas parecidas a enredaderas que se debatían y entonces podría introducir el cuerpo por la abertura.
Algo afilado le arañó los nudillos. ¡Las pinzas! El brazo estaba casi totalmente dentro. A la vez que se concentraba casi por completo en cómo salir de allí, alguna parte de Matt se preguntó: «¿Dónde tiene el estómago? Esta bestia no es posible».
Tenía que liberar el brazo ya. Iba a perder la mano, con la misma certeza que si la hubiese metido en el triturador de basura y lo hubiese puesto en marcha.
Se había soltado ya el cinturón de seguridad, de modo que, con un violento tirón, lanzó el cuerpo a la derecha, hacia el asiento del copiloto. Sintió cómo los dientes le rastrillaban el brazo mientras lo arrastraba a través de ellos. Pudo ver los largos surcos ensangrentados que la criatura dejaba en el brazo. Pero eso no importaba. Lo importante era conseguir sacar el brazo.
En ese momento la otra mano encontró el botón que controlaba la ventanilla. Lo presionó con fuerza para subirla, y extrajo la muñeca y la mano de la boca del insecto justo cuando la ventana se cerraba sobre la criatura.
Esperaba un chasquido de quitón y sangre negra saliendo a chorros, tal vez corroyendo el suelo del coche nuevo de Elena, como aquella cosa reptante en Alien.
En vez de eso, el insecto se volatilizó. Simplemente… se tornó transparente y luego se convirtió en partículas diminutas de luz que desaparecieron mientras él las contemplaba atónito.
Su brazo estaba lleno de arañazos ensangrentados, tenía úlceras inflamadas en la garganta y los nudillos rasguñados en la otra mano. Pero no perdió el tiempo contando sus heridas. Tenía que salir de allí; las ramas volvían a removerse y no quería aguardar para comprobar si se trataba del viento.
Sólo existía un camino. La cuneta.
Puso la primera y apretó el acelerador a fondo. Fue hacia la cuneta, esperando que no fuese demasiado profunda, esperando que el árbol no atascara de algún modo los neumáticos.
Hubo un brusco descenso que hizo que sus dientes entrechocaran, atrapando el labio entre ellos. Y luego sonó el crujido de hojas y ramas bajo el coche, y por un momento todo movimiento cesó, pero Matt mantuvo el pie pisando el acelerador con todas sus fuerzas, y de repente quedó libre, y se vio zarandeado de un lado a otro mientras el coche marchaba escorado, a toda velocidad, por la cuneta. Consiguió hacerse con el control y viró bruscamente de vuelta a la calzada justo a tiempo de efectuar un viraje a la izquierda en el punto en que ésta describía una curva cerrada y la cuneta desaparecía.
Creyó que le iba a dar algo. Tomó las curvas a casi ochenta por hora, con la mitad de la atención puesta en el Bosque Viejo… hasta que de improviso, felizmente, una solitaria luz roja apareció ante él como un faro en el anochecer.
El cruce con Mallory. Tuvo que obligarse a frenar con otro chirrido que dejó marcas de neumáticos en el suelo. Un violento giro a la derecha y salía ya como una exhalación del bosque. Tendría que serpentear alrededor de una docena de vecindarios para llegar a casa, pero al menos estaría alejado de cualquier arboleda grande.
Era un largo rodeo, y ahora que el peligro había pasado, Matt empezaba a sentir el dolor del brazo cubierto de surcos. Para cuando detuvo el Jaguar ante su casa, también se sentía mareado. Paró bajo una farola y luego dejó que el coche resbalara hasta la oscuridad situada más allá. No quería que nadie le viese tan alterado.
¿Debería llamar a las chicas ahora? ¿Advertirles de que no salieran esa noche, que los bosques eran peligrosos? Pero ya lo sabían. Meredith jamás permitiría que Elena fuese al Bosque Viejo, no ahora que volvía a ser humana. Y Bonnie montaría un buen número si alguien mencionaba siquiera la posibilidad de salir a la oscuridad; al fin y al cabo, Elena le había mostrado aquellas cosas que había allí fuera, ¿verdad?
Malach. Un palabra repugnante para una criatura genuinamente horrible.
Lo que realmente hacía falta era que algunos agentes fueran allí y retiraran el árbol. Pero no a oscuras. No era probable que nadie más fuese a usar aquella carretera solitaria esa noche, y enviar gente allí sería… bueno, sería como entregárselos a los malach en bandeja. Llamaría a la policía para informar a primera hora de la mañana. Ellos enviarían a la gente apropiada allí para mover aquella cosa.
Estaba oscuro, y era más tarde de lo que había imaginado. Probablemente debería llamar a las chicas, después de todo. Simplemente deseaba que su cabeza se despejara de una vez. Los arañazos escocían y ardían. Le resultaba difícil pensar. Quizá si se tomaba sólo un momento para respirar…
Recostó la cabeza en el volante. Y entonces la oscuridad lo envolvió.