16

A Stefan le sorprendió hallar a la señora Flowers esperándolos cuando regresaron de su merienda campestre. Y, también de modo insólito, la mujer tenía algo que decir que no estaba relacionado con sus huertos.

—Hay un mensaje para ti arriba —dijo, haciendo un rápido gesto con la cabeza en dirección a la escalera—. Lo trajo un joven moreno… que se parecía bastante a ti. No quiso decirme de qué se trataba. Sólo preguntó dónde dejar un mensaje.

—¿Un tipo moreno? ¿Damon? —preguntó Elena.

Stefan negó con la cabeza.

—¿Para qué querría él dejar un mensaje?

Dejó a Elena con la señora Flowers y ascendió apresuradamente las irregulares escaleras zigzagueantes. En lo alto encontró un pedazo de papel metido bajo la puerta.

Era una tarjeta de felicitación de las que llevaban un texto preimpreso alusivo a algo, sin sobre. Stefan, que conocía a su hermano, dudó de que hubiese pagado por ella… con dinero, al menos. Dentro, con grueso rotulador negro, se podía leer:

YO NO LO NECESITO.

PENSÉ QUE TAL VEZ SAN STEFAN SÍ.

REÚNETE CONMIGO JUNTO AL ÁRBOL

DONDE SE ESTRELLARON LOS HUMANOS.

NO MÁS TARDE DE LAS 4.30 h.

TE DARÉ LA PRIMICIA.

D.

Eso era todo… salvo por la dirección de una página web.

Stefan estaba a punto de tirar la nota a la papelera cuando la curiosidad lo asaltó. Encendió el ordenador, lo conectó a la página web indicada y esperó. Durante unos instantes, no sucedió nada. Luego aparecieron unas letras de un gris muy oscuro sobre un fondo negro. Para un humano, habría parecido una pantalla totalmente vacía. Para los vampiros, con su mayor agudeza visual, el gris sobre negro era tenue pero claro.

¿Cansado de ese lapislázuli?

¿Quieres tomarte unas vacaciones en Hawai?

¿Cansado de la misma cocina líquida de siempre?

Ven y visita Shi no Shi.

Stefan iba a cerrar la página, pero algo lo detuvo. Permaneció sentado y contempló fijamente el apenas discernible anuncio bajo el poema hasta que oyó a Elena ante la puerta. Cerró a toda prisa el ordenador y fue a tomar la cesta de merienda que la joven sostenía. No dijo nada sobre la nota ni sobre lo que había visto en la pantalla del ordenador. Pero a medida que transcurría la noche, pensó más y más.

—¡Stefan, me partirás las costillas! ¡Me has dejado sin aliento con tu apretón!

—Lo siento. Es que necesitaba abrazarte.

—Bueno, yo también necesito abrazarte.

—Gracias, ángel.

Todo estaba silencioso en aquella habitación de techo alto. Una ventana no tenía postigos y dejaba entrar la luz de la luna. En el cielo, incluso la luna parecía arrastrarse a hurtadillas, y el haz de luz de luna la seguía sobre el suelo de madera noble.

Damon sonrió. Había sido un día largo y apacible y ahora tenía intención de disfrutar de una noche interesante.

Entrar por la ventana no era tan fácil como había esperado. Cuando llegó en forma de enorme y lustroso cuervo negro, esperaba ponerse en equilibrio sobre el alféizar y cambiar a forma humana para abrir la ventana. Pero la ventana tenía colocada una trampa: estaba vinculada mediante poder a uno de los durmientes del interior. Damon caviló sobre ello, acicalándose las plumas ferozmente, temeroso de poner tensión sobre aquel fino vínculo, cuando algo pasó junto a él.

No se parecía a ningún cuervo respetable que hubiese quedado registrado jamás en el libro de avistamientos de ningún ornitólogo. Sus líneas eran bastante elegantes, pero sus alas tenían las puntas de color escarlata, y sus ojos eran dorados y brillantes.

«¿Shinichi?», preguntó Damon.

«¿Quién si no? —recibió como respuesta a la vez que un ojo dorado se clavaba en él—. Veo que tienes un problema. Pero se puede solucionar. Volveré más profundo su sueño de modo que puedas cortar el vínculo.»

«¡No lo hagas! —dijo Damon automáticamente—. Sólo con 4ue toques a cualquiera de ellos, Stefan se…»

La respuesta le llegó en un tono tranquilizador.

«Stefan es tan sólo un muchacho, ¿recuerdas? Confía en mí. Confías en mí, ¿verdad?»

Y funcionó exactamente tal y corno el ave de colores diabólicos había dicho. Los durmientes del interior durmieron más profundamente y luego más profundamente aún.

Al cabo de un momento la ventana se abrió, y Damon cambió de forma y pasó dentro. Su hermano y… y ella… aquella a la que siempre tenía que contemplar… ella dormía, con los cabellos dorados extendidos sobre la almohada y sobre el cuerpo de su hermano.

Damon apartó los ojos. Había un ordenador de tamaño mediano un tanto anticuado en el escritorio de la esquina. Fue hasta él y sin la menor vacilación lo encendió. Los dos ocupantes de la cama ni se movieron.

Archivos… ajá. Diario. Vaya nombre tan original. Damon lo abrió y examinó el contenido.

Querido Diario:

Desperté esta mañana y —maravilla de maravillas— vuelvo a ser yo. Ando, hablo, bebo, mojo la cama (bueno, no lo he hecho aún, pero estoy segura de que podría si lo intentase).

He vuelto.

Ha sido un viaje infernal.

Morí, queridísimo Diario, realmente morí. Y luego morí como vampiro. Y no esperes que te describa lo que sucedió en cada ocasión…, créeme; uno tenía que estar ahí.

Lo importante es que me marché, pero que ahora estoy de vuelta otra vez… y, oh, querido amigo paciente que has estado guardando mis secretos desde el jardín de infancia…, ¡me alegro tanto de estar de vuelta!

Entre los aspectos negativos, está que no puedo volver a vivir jamás con tía Judith ni Margaret. Ellas creen que «descanso en paz» con los ángeles. Lo positivo es que puedo vivir con con Stefan.

Es la compensación por todo lo que he pasado; no sé cómo compensar a aquellos que llegaron hasta las puertas mismas del Infierno por mí. Bueno, estoy cansada y ansiosa por pasar una noche con mi amor.

Soy muy feliz. Hemos tenido un día estupendo, riendo y amándonos, y ¡contemplando los rostros de cada uno de mis amigos al verme viva! (Y no loca, que deduzco que es como he debido de estar actuando estos últimos días. Y es que, de verdad, el Gran Espíritu Inna Sky ya podía haberme dejado aquí con la azotea en orden. Ah, bueno.)

Te quiero,

Elena

Los ojos de Damon echaron una ojeada a aquellas líneas con impaciencia. Buscaba algo muy distinto. Ajá. Sí. Esto se le parecía más:

Mi queridísima Elena:

Sabía que mirarías aquí más tarde o más temprano. Espero que nunca tengas que verlo. Si lees esto, entonces será que Damon es un traidor, o que alguna otra cosa ha salido terriblemente mal.

¿Un traidor? Aquello parecía un poco fuerte, se dijo Damon, herido, pero también ardiendo con un intenso deseo de seguir adelante con su tarea.

Me marcho al bosque a hablar con él esta noche; si no regreso, sabrás dónde empezar a hacer preguntas.

Lo cierto es que no comprendo exactamente la situación. Hace unas horas, Damon me envió una tarjeta con una dirección de una página web en ella. He colocado la tarjeta bajo tu almohada, cariño.

«Maldita sea», se dijo Damon. Iba ser difícil conseguir la tarjeta sin despertarla. Pero tenía que hacerlo.

Elena, sigue este enlace web. Tendrás que ajustar los controles de brillo porque lo han creado sólo para ojos de vampiro. Lo que el enlace parece decir es que existe un lugar llamado Shi no Shi; traducido literalmente, significa: como la Muerte de la Muerte, donde pueden extirpar esta maldición que me ha perseguido durante casi medio milenio. Usan magia y ciencia para hacer que antiguos vampiros vuelvan a ser simples hombres y mujeres, muchachos y muchachas.

Si realmente pueden hacerlo, Elena, podremos estar juntos todo el tiempo que la gente normal vive. Eso es todo lo que le pido a la vida.

Lo quiero. Quiero tener la oportunidad de presentarme ante ti como un humano corriente que respira y come.

Pero no te preocupes. Simplemente voy a hablar con Damon sobre ello. No necesitas pedirme que me quede. Jamás te dejaría con todo lo que está sucediendo en Fell's Church precisamente ahora. Es demasiado peligroso para ti, especialmente con tu nueva sangre y tu nueva aura.

Comprendo que estoy confiando en Damon más de lo que probablemente debería. Pero de una cosa estoy seguro: él jamás te haría daño. Te ama. ¿Cómo puede evitarlo?

Con todo, al menos tengo que reunirme con él, siguiendo sus condiciones, a solas en un lugar concreto del bosque. Entonces veremos qué sucede.

Como dije antes, si estás leyendo esta carta, significa que algo ha salido drásticamente mal. Defiéndete, amor. No tengas miedo. Confía en ti. Y confía en tus amigos. Ellos pueden ayudarte.

Confío en el instintivo sentido protector que Matt siente por ti, en el criterio de Meredith y en la intuición de Bonnie. Diles que recuerden eso.

Espero que jamás tengas que leer esto.

Con todo mi amor, mi corazón, mi alma,

Stefan

Posdata: He pagado el alquiler de la habitación de todo el año y, sólo por si acaso, hay 20.000 dólares en billetes de cien bajo la segunda tabla a contar desde la pared, frente a la cama. Justo ahora la mecedora está encima de ella. Verás la grieta fácilmente si apartas la silla.

Con sumo cuidado, Damon eliminó estas palabras del archivo. Luego, con una mueca divertida, tecleó con cuidado y sin hacer ruido palabras nuevas con un significado bastante distinto. Las releyó. Sonrió radiante. Siempre se había considerado un escritor; sin una instrucción formal, desde luego, pero sentía que poseía una aptitud instintiva para ello.

Y ya había llevado a cabo el Paso Uno, se dijo, guardando el archivo con sus palabras en lugar de las de Stefan.

Luego, sin hacer ruido, fue hasta donde Elena dormía, apretada detrás de Stefan en la estrecha cama.

Ahora tocaba el Paso Dos.

Lentamente, muy lentamente, Damon deslizó los dedos bajo la almohada sobre la que descansaba la cabeza de Elena. Podía sentir su pelo allí donde se derramaba sobre la almohada a la luz de la luna, y el dolor sordo que despertó estaba más en su pecho que en los colmillos. Moviendo despacio los dedos bajo al almohada, buscó algo liso.

Elena murmuró en su sueño y se dio la vuelta de improviso. Damon estuvo a punto de saltar de regreso a las sombras, pero los ojos de la joven seguían cerrados, las pestañas una espesa media luna negra sobre las mejillas.

Ahora estaba de cara a él, pero curiosamente Damon no se encontró rastreando las venas azules de su clara y tersa piel. Se encontró contemplando con avidez los labios ligeramente entreabiertos. Era… casi imposible resistirse a ellos. Incluso durante el sueño tenían el color de pétalos de rosa, levemente húmedos, y separados de aquel modo…

«Podría hacerlo con mucha suavidad. Ni siquiera lo sabría. Podría, sé que podría. Me siento invencible esta noche.»

Cuando se inclinaba hacia ella sus dedos tocaron la cartulina.

El contacto pareció sacarlo con una sacudida de un mundo de ensueño. ¿En qué había estado pensando? ¿Arriesgarlo todo, todos sus planes, por un simple beso? Habría mucho tiempo para los besos —y otras cosas mucho más importantes— más tarde.

Deslizó la pequeña tarjeta fuera de debajo de la almohada y se la metió en el bolsillo.

Luego se convirtió en un cuervo y desapareció del alféizar.

Stefan hacía tiempo que había perfeccionado el arte de despertar a una hora determinada. Hizo eso entonces, echando un vistazo al reloj de la repisa de la chimenea para confirmar que eran las cuatro de la mañana exactamente.

No quería despertar a Elena.

Se vistió sin hacer ruido y salió por la ventana siguiendo la misma ruta que había seguido su hermano… sólo que bajo la forma de un halcón. En alguna parte de sí mismo, estaba seguro de que alguien estaba engañando a su hermano, usando los malach para convertirlo en su títere. Y Stefan, todavía repleto de energía debido a la sangre de Elena, sentía que tenía el deber de detenerlos. 

La nota que Damon le había entregado lo encaminó al árbol donde los humanos se habían estrellado. Damon también querría volver a visitar continuamente aquel árbol hasta haber conseguido que los títeres malach lo condujeran a su titiritero.

Descendió en picado, planeó, y en una ocasión casi le provocó un infarto a un ratón abatiéndose sobre él repentinamente antes de salir disparado otra vez hacia el cielo.

Y entonces, en el aire, mientras veía pruebas del impacto de un coche contra un árbol, cambió de halcón glorioso a un joven de cabello oscuro, rostro pálido y ojos intensamente verdes.

Planeó, ligero como un copo de nieve, descendiendo hasta el suelo y miró en todas direcciones, usando todos sus sentidos de vampiro para reconocer la zona. No pudo percibir nada que fuese una trampa; ninguna animosidad, sólo los inconfundibles signos de la violenta pelea de los árboles. Permaneció bajo la forma de un humano para encaramarse al árbol que mostraba la huella psíquica de su hermano.

No sintió fresco mientras trepaba al roble en el que había estado repantigado su hermano cuando tuvo lugar el accidente a sus pies. Tenía demasiada de la sangre de Elena corriendo por él para sentir el frío. Pero se dio cuenta de que aquella zona del bosque resultaba particularmente fría; que algo la mantenía así. ¿Por qué? El ya había reclamado los ríos y bosques que recorrían Fell's Church, así que ¿por qué ir a alojarse allí sin decírselo? Fuese lo que fuese, tendría que acabar presentándose ante él, si quería permanecer en Fell's Church. ¿Por qué aguardar?, se preguntó mientras se agachaba sobre la rama.

Percibió la presencia de Damon abalanzándose sobre él mucho antes de lo que sus sentidos le habrían advertido en los días anteriores a la transformación de Elena, y se contuvo para no estremecerse. En su lugar se volvió dando la espalda al tronco del árbol y miró hacia fuera. Pudo percibir a Damon acercándose a toda velocidad, más y más deprisa, cada vez más y más fuerte… y entonces Damon debería haber estado ya allí, de pie ante el, pero no estaba.

Frunció el ceño.

—Siempre conviene mirar arriba, hermanito —advirtió una voz encantadora por encima de él, y entonces Damon, que había estado aferrado al árbol como un lagarto, efectuó una voltereta al frente y aterrizó sobre la rama de Stefan.

Stefan no dijo nada y se limitó a examinar a su hermano mayor. Por fin dijo:

—Estás de buen humor.

—He tenido un día espléndido —respondió Damon—. ¿Quieres que te las enumere? Estaba la chica de la tienda de tarjetas de felicitación… Elizabeth, y mi querida amiga Damaris, cuyo esposo trabaja en Bronston, y la menuda y joven Teresa que trabaja como voluntaria en la biblioteca, y…

Stefan suspiró.

—A veces pienso que podrías recordar el nombre de todas las chicas cuya sangre has bebido a lo largo de tu vida, pero que te olvidas de mi nombre sistemáticamente —dijo.

—Tonterías…, hermanito. Bueno, puesto que Elena te ha explicado sin duda qué sucedió exactamente cuando intenté rescatar a vuestra bruja en miniatura…, Bonnie…, siento que se me debe una disculpa.

—Y puesto que tú me enviaste una nota que sólo puedo interpretar como provocadora, realmente creo que a mí se me debe una explicación.

—Primero la disculpa —espetó Damon en tono brusco, y luego, en un tono resignado—. Estoy seguro de que piensas que ya es bastante malo haberle tenido que prometer a Elena cuando ésta se moría que cuidarías de mí… eternamente. Pero jamás pareces darte cuenta de que yo tuve que prometer lo mismo, y ésa no es precisamente mi naturaleza. Ahora que ella ya no está muerta, quizá podríamos olvidarlo simplemente.

Stefan volvió a suspirar.

—De acuerdo, de acuerdo. Me disculpo. Estaba equivocado No debería haberte echado. ¿Es suficiente?

—No estoy seguro de que lo digas realmente en serio. Prueba ona vez más, con senti…

—Damon, en el nombre de Dios, ¿a qué venía eso de la página web?

—Pensé que era más bien ingenioso: consiguen que los colores sean tan parecidos que únicamente vampiros o brujas o gentes así podrían leerlo, mientras que los humanos verían sólo una pantalla sin ninguna imagen.

—Pero ¿cómo averiguaste su existencia?

—Te lo contaré en un momento. Pero simplemente piénsalo, hermanito. Elena y tú, en la luna de miel perfecta, sólo dos humanos más en un mundo de humanos. Cuanto antes vayas, antes puedes cantar: «¡Talán, talán, el cadáver está muerto!».

—Sigo queriendo saber cómo es que encontraste casualmente esa página web.

—De acuerdo. Lo admito: por fin me han embaucado para que haga uso de la tecnología de la época. Tengo mi propia página web. Y un joven muy servicial se puso en contacto conmigo simplemente para comprobar si de verdad decía en serio lo que decía en ella o si no era más que un idealista frustrado. Consideré que esa descripción encajaba contigo.

—Tú… ¿una página web? No creo…

Damon hizo caso omiso de sus palabras.

—Te dejé el mensaje porque ya había oído hablar del lugar, el Shi no Shi.

—La Muerte de la Muerte, decía.

—Así es como me lo tradujeron.

Damon dedicó una sonrisa de un millar de kilovatios a Stefan, taladrándolo, hasta que por fin Stefan desvió la mirada, sintiéndose como si hubiese estado expuesto al sol sin su anillo de lapislázuli.

—De hecho —prosiguió Damon en tono informal—, he ínvitado al tipo en persona para que venga y te lo explique.

—¿Que has hecho qué?

—Debería estar aquí a las 4.44 exactamente. No me culpes por la hora escogida; es algo especial para él.

Y entonces, con muy poco alboroto, y ciertamente sin ningún poder en absoluto que Stefan pudiese discernir, algo aterrizó en el árbol por encima de ellos y se dejó caer hasta su rama, cambiando mientras lo hacía.

Era un joven de cabellos negros con puntas llameantes y serenos ojos dorados. Cuando Stefan se volvió hacia él, el recién llegado alzó ambas manos en un gesto de indefensión y rendición.

—¿Quién diablos eres tú?

—Soy el diablo Shinichi —dijo el joven con soltura—. Pero, como le dije a tu hermano, la mayoría de la gente me llama simplemente Shinichi. Desde luego, tú decides.

—Y tú lo sabes todo sobre el Shi no Shi.

—Nadie lo sabe todo sobre él. Es un lugar… y una organización. Siento una cierta debilidad por él porque… —Shinichi se mostró tímido—, bueno, supongo que simplemente me gusta ayudar a la gente.

—Y ahora quieres ayudarme a mí.

—Si realmente quieres volverte humano…, conozco un modo.

—Me limitaré a dejaros solos para que habléis sobre ello, ¿os parece? —dijo Damon—. Tres son una multitud, en especial sobre esta rama.

Stefan le dedicó una mirada aguda.

—Si tienes la menor intención de pasar por la casa de huéspedes…

—¿Con Damaris esperándome ya? Francamente, hermanito…

Y Damon se transformó en cuervo antes de que Stefan pudiera pedirle que le diese su palabra.

Elena se dio la vuelta en la cama, alargando la mano automáticamente para tocar un cuerpo cálido junto a ella. Lo que sus dedos encontraron, sin embargo, fue un frío hueco con la forma de Stefan. Abrió los ojos.

—¿Stefan?

Era encantador. Estaban tan en sintonía que era como ser una única persona; él siempre sabía cuándo ella estaba a punto de despertar. Probablemente había bajado a buscarle el desayuno; la señora Flowers lo tenía siempre bien caliente, aguardándolo, cuando él bajaba (una prueba más de que era una bruja de la variedad blanca), y Stefan subía la bandeja.

—Elena —dijo, probando su antigua nueva voz sólo para oírse hablar—. Elena Gilbert, muchacha, ya has tomado demasiados desayunos en la cama.

Se palmeó el estómago. Sí, definitivamente, necesitaba hacer ejercicio.

—De acuerdo, pues —dijo, todavía en voz alta—. Empecemos haciendo ejercicios de calentamiento y respiración. Luego algunos estiramientos suaves.

Todo lo cual, se dijo, podía dejarse de lado cuando Stefan apareciese.

Pero Stefan no apareció, ni siquiera cuando se tumbó agotada tras toda una hora de ejercicio.

Y tampoco subía por la escalera, trayendo una taza de té.

¿Dónde estaba?

Elena miró por la ventana y alcanzó a ver a la señora Flowers abajo.

El corazón de Elena había empezado a latir con violencia durante su ejercicio aeróbico y aún no había aminorado la velocidad debidamente. Aunque probablemente era imposible iniciar una conversación con la señora Flowers de aquel modo chilló en dirección al suelo:

—¡Señora Flowers!

Y sorprendentemente, la dama dejó de sujetar una sábana a la cuerda de tender la ropa y miró arriba.

—¿Sí, Elena querida?

—¿Dónde está Stefan?

La sábana ondeó alrededor de la señora Flowers y la hizo desaparecer. Cuando la ondulación finalizó, la mujer ya no estaba.

Pero Elena tenía los ojos puestos en el cesto de la ropa, que seguía allí. Gritó: «¡No se vaya!», y se puso unos vaqueros y su nuevo top azul a toda prisa. Luego, bajó a saltos la escalera mientras se abotonaba, y salió como una exhalación al jardín trasero.

—¡Señora Flowers!

—Sí, Elena querida.

Elena pudo verla apenas entre ondeantes metros de tela blanca.

—¿Ha visto a Stefan?

—Esta mañana no, querida.

—¿En absoluto?

—Me levanto al amanecer, como siempre. Su coche ya no estaba, y no ha regresado.

En aquellos momentos el corazón de Elena martilleaba muy en serio. Siempre había temido algo así. Inspiró profundamente y volvió a ascender corriendo la escalera sin detenerse.

Una nota, una nota…

Jamás la dejaría sin una nota. Y no había ninguna en la almohada de Stefan. Luego pensó en su propia almohada.

Sus manos escarbaron frenéticamente bajo ella, y luego bajo la de él. Al principio no guió las almohadas, porque deseaba tanto que la nota estuviese allí… y porque temía tanto lo que pudiese decir.

Por fin, cuando quedó claro que no había nada debajo aparte de la sábana, las apartó y contempló fijamente el vacío espacio blanco durante un buen rato. Luego apartó la cama de la pared, por si la nota hubiese caído detrás de ella.

De un modo u otro estaba convencida de que si seguía buscando, acabaría por encontrarla. Al final había sacudido toda la ropa de la cama y se había vuelto a quedar contemplando fijamente las sábanas blancas, con expresión acusadora, pasando las manos por ellas continuamente.

Eso debería ser bueno, porque significaba que Stefan no había ido a ninguna parte; salvo que ella había dejado la puerta del armario abierta y podía ver, sin siquiera querer hacerlo, un montón de colgadores vacíos.

Se había llevado todas sus ropas.

Y un vacío en el suelo del armario.

Se había llevado todos sus pares de zapatos.

No es que jamás hubiese tenido gran cosa. Pero todo lo que necesitaba para hacer un viaje había desaparecido… y él no estaba.

¿Por qué? ¿Adónde? ¿Cómo había podido hacerlo?

Incluso aunque resultase que había salido para ir en busca de un lugar nuevo en el que vivir, ¿cómo había podido hacerlo? Se encontraría con la pelea de su vida cuando regresara…

… si regresaba.

Helada hasta los huesos, consciente de que las lágrimas corrían involuntariamente y casi inadvertidas por sus mejillas, estaba a punto de telefonear a Meredith y a Bonnie cuando se le ocurrió algo.

Su Diario.